domingo, 8 de noviembre de 2009

El honor de los Jedi (16)

16
–Esperemos que su distracción funcione durante un rato –dice Luke–. No me gusta la idea de tropezarme aquí fuera con un escuadrón de soldados de asalto en gravedad cero.
Gideon asiente, y luego abre la marcha sobre los regueros de aspecto arenoso hacia el extremo izquierdo del molino. El molino tiene más de un kilómetro de largo y se alza cincuenta metros sobre la superficie. A una altura de cuatro metros de su base se extienden doce amplios sumideros obturados por ríos inertes de arena plateada. Los sumideros conducen a un inmenso silo sobre el que corre toda la extensión del edificio. Luego, cada cincuenta metros, unas bombas dirigen la arena a unas largas mangueras que la transportan al exterior, a los regueros de vertido. En este momento, los sumideros, las bombas y las mangueras permanecen inactivos, esperando un reinicio de las operaciones que Luke duda que llegue nunca.
–¿Por qué han hecho esto? –pregunta Luke. La mina de los Tredway es un valioso recurso estratégico y económico. No comprende por qué Parnell está destruyendo el complejo en lugar de confiscarlo.
Sidney hace girar sus orejas, alejándolas del centro de su cabeza, en una expresión de desesperación.
–Porque son los imperiales. ¿Acaso necesitan otra razón?
–Imperiales o no, esto no tiene sentido –dice Gideon–. Esta mina les paga cada año los suficientes impuestos como para equipar todo un escuadrón de corbetas, y la vieja dama se lleva bastante bien con el gobernador. Parnell no destruiría todo esto sólo para que la familia Tredway sirva de ejemplo, eso to lo aseguro. Aquí tiene que estar pasando algo más.
Gideon se detiene al borde del molino, y luego indica a los otros que le sigan doblando la esquina. El edificio se extiende ante ellos durante un cuarto de kilómetro. Dos figuras con armadura blanca acaban de desaparecer de la vista al otro lado del molino. Los rebeldes no pueden ver ninguno de los edificios del centro del complejo. Pero a la izquierda, dos edificios residenciales marcan el perímetro exterior del complejo. A dos kilómetros de distancia, la casa principal se alza sobre sus terrazas cuidadosamente esculpidas. Incluso desde esa distancia, Luke puede ver media docena de brechas en sus muros. Los soldados de asalto no han tardado mucho tiempo en penetrar las débiles defensas de los Tredway.
Luke abre la marcha hasta la siguiente esquina y asoma la cabeza por ella. Los dos soldados de asalto están caminando hacia el otro extremo del molino. Desde allí, el piloto rebelde puede ver el resto del complejo.
El complejo yace en ruinas. El techo del almacén de equipamiento se ha derrumbado, enterrando el contenido del edificio bajo dos metros de escombros. Un hueco del tamaño de un caminante imperial adorna el “secadero”, el edificio de vestuarios donde los mineros se visten para el trabajo. Los flexi-pasillos tienen agujeros y desgarrones en ellos cada 20 metros.
Luke esperaba encontrar supervivientes. En su lugar, cadáveres de todas las formas y tamaños cubren el complejo, extraídos inadecuadamente y sin preparar de sus refugios en los edificios. Cerca de 100 objetos desfigurados y calcinados, que anteriormente podrían haber estado vivos o no, yacen esparcidos entre los edificios.
Las únicas cosas que se movían, aparte de los soldados de asalto, son droides muy dañados y confusos. Dos droides de mantenimiento, uno al que le falta un brazo y otro al que le falta una pierna, trabajan para reparar el hueco en el edificio de vestuarios. Un droide médico con la cabeza aplastada se apresura de una forma calcinada a otra, realizando test de diagnóstico que ningún paciente superará.
Luke se vuelve, tratando de hacer desaparecer visiones de una escena similar allá en Tatooine. Pero sin importar lo fuerte que cierre los párpados y apriete los dientes, los recuerdos inundan su mente: humo negro, oleoso, surgiendo de la entrada a una casa subterránea; el calor abrasador que le impedía entrar al pequeño volcán que antes había sido su hogar; dos formas, humeantes e irreconocibles como su tío y su tía, retorcidas en la arena que habían cosechado durante tanto tiempo y a tan alto coste. Comprendiendo que no puede ganar una batalla contra su propia mente, Luke permite que la rabia y la pena que sintió en aquella ocasión vuelva a invadirle. Ninguna de las dos emociones se ha debilitado con el tiempo.
Afortunadamente, Gideon interrumpe su meditación.
–¿Qué ocurre?
–Dos soldados de asalto están dando la vuelta al otro lado del edificio –informa el minero, forzando que la atención de Luke regrese a la situación actual.
–¡Verán las naves!
La devastación es más concienzuda y completa de lo que Luke había imaginado posible. Había aterrizado en el lado lejano del molino esperando encontrar a 50 o 100 mineros atrincherados en el complejo, superados por mucho en número y potencia de fuego, pero manteniendo pese a todo alguna línea de defensa. Nunca se le había ocurrido que los imperiales pudieran haber tomado el complejo Tredway tan totalmente por sorpresa.
Gideon frunce el ceño, luego se encoge de hombros.
–Ya no hay nada que podamos hacer al respecto. Si tratan de entrar al Cubo de Rocas, se llevarán una sorpresa.
–Erredós mantendrá el ala-X cerrado –dice Luke–. Pero eso no me sirve de mucho alivio.
Lucha contra la bilis que sube por su garganta, tratando de mantener la perspectiva de un soldado, de enfocarse en el objetivo a su alcance.
–Ni a mí –dice Sidney–. Deberíamos regresar a las naves.

El honor de los Jedi (5)

5
–Probablemente tengas razón, Gideon –dice Luke–. Pero vayamos a la casa de todas formas. Lo que sea que quieran los imperiales, está en la casa, y sólo tenemos una oportunidad de llegar antes que ellos.
Gideon asiente, y luego abre la marcha sobre los regueros de aspecto arenoso hacia el enorme edificio del molino. El molino tiene más de un kilómetro de largo y se alza cincuenta metros sobre la superficie. A una altura de cuatro metros de su base se extienden doce amplios sumideros obturados por ríos inertes de arena plateada. Caen a un inmenso silo sobre el que corre toda la extensión del edificio. Cada cincuenta metros, una bomba dirige la arena a una larga manguera que la transporta al exterior, a los regueros de vertido. En este momento, los sumideros, las bombas y las mangueras permanecen inactivos, esperando un reinicio de las operaciones que Luke duda que llegue nunca.
–¿Están todos los Tredway involucrados en los esfuerzos de resistencia de Erling? –pregunta Luke. La mina de los Tredway es un valioso recurso estratégico y económico. No comprende por qué Parnell está destruyendo el complejo en lugar de confiscarlo. Quizá el general desea que la familia Tredway sirva de ejemplo. O quizá sospecha que la familia albergaba lealtades rebeldes tan fuertes que destruyeron la mina ellos mismos antes de permitir que cayera en manos del Imperio.
Sidney alza sus garras de largas zarpas en un gesto alienígena que Luke no comprende.
–No; la madre Tredway incluso amenazó con desheredarle por poner en peligro los contratos de la familia con los agentes comerciales del Imperio.
–No parece que comparta las convicciones de su antiguo marido –observa Luke.
–Es una mujer de negocios –dice Gideon–. Después de que Axton muriera, decidió que la galaxia se cuidase por sí misma. No puedo culparla... Axton la dejó con una mina arruinada y dos hijos que criar. Ella la convirtió en la operación más rentable del Cinturón.
–Eso no la ha protegido del Imperio –comenta Luke. Después de lo que Sidney había dicho acerca de los contratos imperiales, el ataque destructivo no tiene sentido en absoluto. Aquí debe pasar algo más. ¿Pero qué?
Gideon abre la marcha hacia la base del silo y se detiene en la base del reguero de un sumidero.
–Trepemos al interior. Si quedan supervivientes en la superficie, seguramente estarán aquí dentro, y los soldados de asalto no nos verán llegar.
Luke estudia los escarpados sumideros.
–¿Puedes trepar eso?
–Por supuesto –dice Sidney, comenzando a gatear por el sumidero como si fuera un conducto de energía.
–¡Espera! –dice Luke, agarrando el tobillo de Sidney–. No sabes lo que nos espera al otro lado.
Sidney parece asombrado.
–¿Y?
–Quizá yo deba ir primero.
Sidney muestra una hilera de afilados incisivos en lo que Luke interpreta como una sonrisa.
–Por favor, no malinterpretes mis dudas en unirme a esta empresa. Gratamente moriré por la libertad... pero los Padas no matan bajo ningún concepto.
–Mantén tu bláster a mano de todas formas –gruñe Gideon–. Puedes necesitar asustar a alguien.
–Por supuesto –dice Sidney, trepando por el sumidero–. Volveré cuando encuentre algún cable que os pueda arrojar a vosotros, humanos.
Luke y Gideon esperan durante varios minutos sin señales de Sidney.
–Quizá deberías auparme –dice Luke, finalmente–. Puede haber pasado algo.
–No es probable –dice Gideon–. Sidney puede ser silencioso como una rata de arena cuando quiere. De todas formas, estoy cansado de esperar.
Entrelaza sus dedos y le ofrece un apoyo a Luke.
Luke enfunda su bláster y coloca un pie en las manos de Gideon. En la ligera gravedad del asteroide, debería ser capaz de saltar los cuatro metros hasta la boca del sumidero. Pero saltar es mucho menos preciso que escalar, y no está demasiado ansioso por golpearse la cabeza o rasgarse su traje de vacío por ser descuidado.
La boca se abre en una cámara brillantemente iluminada. Una pila de regueros plateados se alza 20 metros por encima del sumidero. Las huellas de Sidney avanzan hasta la cima de la pila de regueros, luego desaparecen. La únicas otras cosas que Luke puede ver son una docena de paneles de iluminación montados en el techo, en lo alto.
La mano de Gideon desaparece de debajo de su pie. Luke comienza a caer y maldice furiosamente, agitando salvajemente sus brazos para agarrarse a algo. Pero el sumidero lleno de arena no ofrece ningún agarre, y Luke se desliza de nuevo hasta la base del silo.
En la débil gravedad del asteroide, realmente no cae... se desliza hacia abajo. La suavidad de su descenso le sirve de poco consuelo, especialmente cuando advierte el motivo de su caída. Gideon yace de forma poco elegante en el suelo de la base del silo, al pie de dos soldados de asalto con armadura de asalto pesada. Uno de ellos mantiene un rifle bláster apuntando al minero, y el otro sigue el descenso de Luke como si fuera una diana móvil.
Luke rechaza rápidamente el pensamiento de alcanzar sus armas. Además de la desventaja de estar cayendo, su pistola serviría de poco contra los cañones bláster integrados en la armadura de asalto a gravedad cero de un soldado. Aunque podría tener más probabilidades de éxito con su sable de luz, se trataba de un arma de lucha cuerpo a cuerpo, y las armas de lucha cuerpo a cuerpo son más efectivas cuando el usuario tiene sus pies firmemente plantados en tierra. Luke golpea finalmente el reguero de arena con casi la misma falta de dignidad que habría mostrado en un entorno de gravedad completa.
–Lo siento –murmura Gideon a Luke. Yacen en el suelo, juntos, mirando a los soldados de asalto. El sumidero que conduce al edificio del molino queda justo detrás de los soldados imperiales.
–¿Sois la escoria que ha destruido nuestra lanzadera? –pregunta el primer soldado de asalto.
Mira por encima de su hombro. El ala-X está a plena vista. Luke pone su expresión más inocente y devuelve su atención a los soldados de asalto. Tras ellos, un cable comienza a descender por el sumidero.
–¿Has estado otra vez disparando a lanzaderas de asalto? –pregunta Luke a Gideon.
Gideon se acaricia la barbilla y considera seriamente la pregunta.
–No que yo recuerde.
–Lo siento, amigos –dice Luke en voz alta–. Vosotros dos tenéis a los tipos equivocados, soldados.
El cable deja de descender.
–Muy divertido –responde el soldado–. En pie. El general Parnell quiere tener unas palabras con vosotros. Luego pagaréis por dejarnos aquí varados. Cuando volvamos me habré ganado un permiso.
El cable asciende sin hacer el menor ruido.

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (III)

Capítulo Tres
Los massassi murieron en la montaña. Korsin había partido al amanecer con tres porteadores: los massassi más sanos, que fueron pasándose entre ellos la bombona de aire restante. No duró mucho, ni ellos tampoco. Fuera lo que fuese que había en ese planeta, los masilio no le gustaban, y existía tanto a mucha como a poca altitud.
Casi era mejor así, pensó Korsin, abandonando a los cadáveres color sangre donde caían. No podía gobernar a los massassi. Eran guerreros moldeables y obedientes, pero respondían a la fuerza, no a las palabras. Un buen capitán Sith necesitaba usar ambas, pero Korsin se inclinaba más hacia las últimas. Le había servido para labrarse una buena carrera.
Aunque no ahí, bajando las montañas. Las cosas iban a empeorar. Ya lo habían hecho.. Había hecho frío por la noche... más helada de lo que habría esperado en lo que parecía un clima oceánico. Algunos de los heridos más graves habían sucumbido por hipotermia o por falta de cuidado médico.
Más tarde, algún tipo de animal -Gloyd lo había descrito como un mamífero de seis patas, con una boca casi tan grande como él- saltó desde su madriguera e hizo trizas a uno de los heridos. Fueron necesarios cinco centinelas exhaustos para acabar con la bestia. Una de las especialistas mineros de Devore asó un pedazo del cuerpo de la criatura en la fogata del campamento y probó un bocado. Comenzó a vomitar sangre y murió en cuestión de segundos. Korsin se alegraba de no haber estado despierto para verlo.
El poco alivio que suponía saber que había vida en el planeta, terminaba justo ahí. La tripulación del Presagio no era lo suficiente numerosa para ir descubriendo lo que era seguro de lo que no. Tenían que volver a casa, sin importar lo que ocurriera con la nave.
Korsin alzó la mirada hacia el cielo de la mañana, jaspeado ahora más por cirros y otras nubes que por humo. No había hablado a los demás acerca de la cosa que que había golpeado el parabrisas durante el descenso. ¿Qué era lo que había visto? Otro depredador, probablemente. No tenía ningún sentido sacarlo a relucir. Todos estaban ya bastante asustados, y el miedo conducía al odio. Los Sith comprendían eso -se aprovechaban de ello- pero, incontrolado, no iba a servirles de ninguna ayuda. El sol aún no se había puesto antes de que sables de luz aparecieran de nuevo en una pelea por un paquete de raciones. Un Sith Rojo menos. No habían pasado veinte horas desde el choque, y las coas ya empezaban a resultar básicas. Tribales.
El tiempo se había acabado.
El Presagio había quedado reposando sobre una pequeña hendidura, un poco más abajo, al otro lado de una cresta montañosa. La nave se había detenido en la pendiente justo a tiempo, y ya no quedaba ni una sola superficie plana en el vehículo. La visión de su nave, hecha añicos en las rocas alienígenas, conmovió a Korsin sólo un poco. Había conocido oponentes -principalmente capitanes de la República- que eran sentimentales acerca de sus mandos. Ese no era el estilo Sith. El Presagio era una herramienta como cualquier otra, como un bláster o un sable de luz, de usar y tirar. Y aunque la resistencia de la nave había salvado su vida, antes le había traicionado. Y no era algo que debiera perdonarse.
Pese a todo, seguía teniendo su uso. Hacerla volar de nuevo quedaba fuera de consideración, pero la visión de la torre metálica justo sobre el puente le dio esperanza. El receptor encontraría las balizas hiperespaciales de la República en un instante, permitiendo que Korsin conociera su ubicación. Y el transmisor de la nave diría a los Sith dónde encontrar el Presagio... y, aún más importante, los Lignan. Quizá no a tiempo para el enfrentamiento en Kirrek, pero Sadow los querría de todas formas. Caminando cuidadosamente sobre piedras sueltas hacia la escotilla, Korsin trató de no pensar en la otra posibilidad. Si la Batalla de Kirrek se había perdido por culpa de que el Presagio se había perdido, moriría.
Pero moriría habiendo completado su misión.

Un vial descansaba vacío sobre la mano abierta y temblorosa de Devore.
Devore había conseguido llegar de alguna forma el primero al Presagio... y estaba sentado en el asiento del comandante. Bueno, más exactamente, encorvado.
-Veo que tu camarote está intacto -dijo Korsin. Recordó cómo Seelah volvió a los habitáculos en busca del pequeño Jariad. En un incendio, vas en busca de aquello que amas.
-No fui allí primero -dijo Devore, dejando caer el vial sobre la cubierta junto al sillón de mando. Allí había otro contenedor, con partículas de brillante especia a su alrededor. Lleva aquí un buen rato, supuso Korsin. Tenía la acuciante sospecha de que la especia era lo que había conducido a Devore hacia la minería en primer lugar; ciertamente había sido la causa de que cortase su carrera naval-. No fui allí... quiero decir, no fue el primer sitio al que fui -dijo Devore, señalando vagamente al techo-. Fui a mirar la matriz transmisora.
-La estructura parecía en buenas condiciones.
-Desde el exterior, quizás. -Encorvado en el sillón de mando, Devore observó inexpresivo cómo su hermano se abría paso sobre vigas caídas para alcanzar la escalera. Sobre los paneles del techo, Korsin vio lo que Devore debía haber visto: una masa fundida de componentes electrónicos, fritos cuando se abrió una brecha en el casco durante el descenso. El transmisor externo seguía en pie, de acuerdo... pero como un monumento a su antiguo propósito, nada más.
Descendiendo, Korsin se abrió camino hacia el panel de control de comunicaciones y presionó el botón varias veces. Nada. Suspiró. En todas partes del puente era la misma historia. Intentó activar el transmisor por última vez y retrocedió unos pasos sobre los escombros. El Presagio estaba muerto. Pero los Sith habían sobrevivido a la muerte con anterioridad, y las entrañas del Presagio aún contenían suficientes piezas de recambio para permitir un trasplante. Sus ojos buscaron el pasillo. Seguramente, en el taller...
-¡Desaparecido, junto a la santa bárbara!
La explosión había lanzado la mayor parte de las dependencias al espacio. Devore enterró su rostro entre sus manos, dándose por vencido.
Korsin aún no lo había hecho.
-La bahía de atraque. Las Cuchillas.
Los cazas estaban en vuelo cuando el Presagio realizó su súbita salida, pero algo de la bahía de atraque podría ser útil.
-Olvídalo, Yaru. La cubierta quedó aplastada cuando chocamos. Ni siquiera pude llegar allí.
-¡Entonces cortaremos la nave en pedazos, cubierta a cubierta, y fabricaremos las piezas que necesitamos!
-¿Con qué? ¿Con nuestros sables de luz? -Devore se puso en pie, incorporándose sobre el reposa-brazos-. ¡Estamos acabados! -Su tos se convirtió en risa. Los cristales Lignan ofrecían poder a los Sith... sólo que no de la clase que sirve para hacer funcionar una baliza de emergencia, un receptor, o siquiera el atlas celestial-. Estamos aquí, Yaru. Estamos aquí y estamos fuera de la acción. Fuera de la guerra. Fuera de todo. ¡Estamos fuera!
- estás fuera.
Korsin trepó a un pasillo y comenzó a rebuscar en armarios, en busca de algo que pudiera servir de ayuda a los de abajo. Por desgracia, el Presagio había sido acondicionado para una misión en el espacio profundo. Entre los Sith, los encargados de los suministros eran parcos. Nada de generadores portátiles. Otro compartimento. Ropa. Eso ayudaría esa noche, pero no iban a quedarse.
-Tenemos que quedarnos -dijo Devore, como si hubiera leído los pensamientos de Korsin.
-¿Qué?
-Tenemos que quedarnos -repitió Devore. Poniéndose en pie sin ayuda, como una lápida en las sombras del pasillo, hablaba con una voz que retumbaba como un terremoto-. Han pasado dos días. No lo entiendes. Han pasado dos días.
Korsin no detuvo su búsqueda, pasando frente a su hermano hacia otra puerta, atascada por los daños.
-Han pasado dos días, Yaru. Naga Sadow pensará que hemos huido. ¡Para quedarnos los cristales Lignan para nosotros!
-Culpará a Saes -dijo Korsin, recordando.
Naga Sadow nunca había confiado plenamente en el Jedi caído que comandaba el Heraldo. Había pedido a Korsin que mantuviera observado a Saes, para informarle. Cuando lo hiciera -si lo hacía- Korsin pretendía explicar cómo el Heraldo había perdido el control, cómo el Heraldo había golpeado al Presagio. Con suerte, Sadow ya tendría al Heraldo...
Korsin soltó la manilla de la puerta. No pudo ver lo que le ocurrió al Heraldo después de la colisión, pero era una apuesta segura pensar que Sadow ya se habría encargado del tullido Heraldo. Y Saes, allí sentado con sólo la mitad del cargamento de cristales Lignan, e incapaz de entregarlo, estaría suplicando por su vida, diciendo cualquier cosa sobre el Presagio. Estaría cantando armonías de las que los Khil estarían orgullosos.
Korsin volvió la mirada al pasillo.
-Allá, en Primus Goluud. En la estación. Te reuniste con Sadow, ¿no es cierto?
Devore se acercó arrastrando los pies.
-Para discutir la operación Lignan.
-¿No discutisteis acerca de alguna otra cosa? ¿Como quién debería comandar esta misión?
Devore le miró con los ojos inyectados en sangre. Sea mirada de nuevo.
-Discutisteis acerca de quién debería comandar esta misión -presionó Korsin, sorprendido por su propia calma-. ¿Qué dijiste cuando te dijo que no?
La sangre del comandante se congeló. Sabía cómo funcionaban siempre las cosas con Devore... cómo debían haber ido las cosas. Sadow rechazó a su hermanastro, y Devore dijo algo. ¿Qué? No lo suficiente para ofender a Sadow... no, Devore seguía allí, en los restos de la nave, respirando trabajosamente. Pero Sadow habría tenido razones para sospechar de la lealtad de Devore, y eso habría causado que se preguntase si sus cristales estaba a salvo. Lo único que Yaru Korsin poseía era su reputación de jugar limpio... pero ahora, como mínimo, Sadow sabría que Korsin no era el amo absoluto en su propia nave. Y si él no era...
La mano de Devore se agitó... y su sable de luz voló hacia ella. El arma que había matado a Boyle Marcom se activó en su mano.
-¿Qué es lo que te dije? -gritó Korsin, acercándose a él de todas formas-. ¡Nada de juegos en mi nave!
Agitado, Devore salió corriendo hacia el puente. Korsin le siguió.
-¡El único modo de poder salir de esta es si estamos completamente limpios, Devore! ¡Sadow no puede pensar que hicimos esto a propósito! -Llegó al umbral-. ¡Nada de juegos en mi nave!
Korsin se adentró en un huracán. Devore estaba de pie sobre el sillón de mando, convocando todos los escombros del puente como una deidad en la cima de un monte. Korsin comenzó a dar vueltas, con fragmentos de transpariacero arañando su rostro y desgarrando su uniforme. Consiguió llegar a la estación de Gloyd, y montó su propia defensa, creándose una coraza de Fuerza contra la ofensiva. Devore era tan fuerte como cualquiera de su familia... y ahora estaba bajo los efectos de drogas que Korsin no comprendía.
Una viga chocó contra el mamparo... y el Presagio se estremeció. Un segundo golpe, y el puente se inclinó hacia delante, derribando a Devore de su posición. Korsin no le dejó volver a levantarse. En cuanto la cabeza de Devore apareció detrás del asiento, Korsin le arrojó con un empujón de la fuerza a través del ventanal destrozado. Tenía que arreglar esto en el exterior, antes de que todo se perdiera.
Korsin salió corriendo como un rayo por el pasillo hacia la esclusa, refunfuñando. ¿Luchar contra un asaltante enloquecido por la especia en una tambaleante trampa mortal? ¡Debería ser yo el loco! El paso para salir del portal era ahora un salto. Al golpear el suelo, su bota se hundió en una zona blanda, torciéndole el tobillo y haciendo que cayera dando tumbos por la pendiente pedregosa. Mordiéndose los labios, trató de regresar al borde, hacia la abollada proa del Presagio. Una sombra caía sobre él. Activó su sable de luz...
De repente lo vio... o ello le vio a él. Otra criatura alada, en lo alto sobre el risco cercano, dando vueltas y observando. Observándole a él. Korsin parpadeó para quitarse la arena de los ojos mientras la criatura se alejaba volando. Era la misma que la que se habían topado durante el descenso... casi. La diferencia era...
¡Zum! Korsin sintió que le elevaban en el aire y, antes de saber qué estaba pasando, chocó contra los restos del Presagio. Devore apareció ante su vista, con los cantos rodados que le seguían como atraídos por un imán. Atrapado en el abollado armazón, Korsin luchó por levantarse. El parecido familiar de su padre había desaparecido del rostro de Devore, reemplazado por un sombrío vacío.
-Se ha terminado, Yaru -dijo Devore, alzando su sable de luz-. Deberíamos haber hecho esto antes. Ha sido decidido. Yo soy el Comandante Korsin.
¿Ha sido decidido? El pensamiento cruzó la mente de Yaru Korsin justo cuando el sable de luz pasó rozando su oreja. Levantó chispas contra el baqueteado blindaje del Presagio. El comandante alzó su arma para bloquear el siguiente golpe... y el siguiente, y el siguiente. Devore atacaba a martillazos. Son estilo, sólo furia. Korsin no encontraba a dónde escapar, excepto siguiendo el lateral de la nave, retrocediendo y deslizándose hacia los tubos de torpedos de babor. Tres de las puertas habían sido abiertas durante el descenso. La cuarta...
Korsin vio la caja de control, exactamente igual a la que había manipulado a distancia durante el descenso. Trató de alcanzarla con la Fuerza, y se agachó. El perno de disparo se activó, saliendo disparado hacia delante y alcanzando a Devore en el hombro del sable de luz. La puerta del torpedo intentó girar para abrirse, pero atrapada contra la tierra, sólo se enterró en la superficie, lanzando un flujo de rocas deslizándose bajo la nave. El Presagio volvió a inclinarse hacia delante, con Devore deslizándose ante él hacia el borde y el océano que había debajo.
Korsin tardó un minuto en soltarse de la agarradera que había encontrado en la nave, y el polvo tardó otro minuto más en asentarse. Encontrando el Presagio sorprendentemente quieto, caminó amargamente por las destrozadas rocas de pizarra. La proa del Presagio se había empotrado en una afilada elevación del promontorio, a tan solo metros del borde.
Por delante, parcialmente enterrado entre las rocas, yacía su hermano. Con su uniforme dorado hecho jirones y su hombro sangrando, Devore se retorcía de dolor en el precipicio. Trató de arrodillarse, apoyándose en las rocas de alrededor, sólo para volver a derrumbarse.
Devore seguía aferrando su sable de luz. Cómo podía seguir agarrándolo con el universo entero desmoronándose a su alrededor, Korsin no lo sabía. El comandante sujetó su propio sable de luz en su cinturón.
-¿Yaru? -dijo Devore. Ahora era un gimoteo-. Yaru... no puedo ver. -Su rostro estaba manchado por las lágrimas, pero intacto. Entonces su sable de luz se liberó, rodando, cayendo hasta perderse de vista por el borde el precipicio y revelando la oleosa mancha rosa en su mano. La Ira Roja. Eso es lo que había en los viales, pensó Korsin. Eso es lo que había dado a Devore su salvaje poder, y eso era lo que se lo estaba arrebatando ahora.
La herida del hombro no era grave, comprobó Korsin, poniendo a su hermano en pie. Devore era joven; con Seelah cuidando de él, podría sobrevivir incluso ahí fuera, suponiendo que pudiera vivir sin la especia. Pero... ¿y entonces qué? ¿Qué podría decirse que no se hubiera dicho ya?
Ha sido decidido.
Un agarre de ayuda se convirtió en una firme presa... y Yaru Korsin giró a su hermano para ponerlo de cara al sol que se ponía sobre el océano.
-Completaré mi misión -dijo, mirando por encima del hombro de su hermano al océano que bostezaba a lo lejos-. Y protegeré a mi tripulación.
Lo soltó.