jueves, 25 de febrero de 2010

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi - Epílogo

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi
Epílogo

de Kevin J. Anderson

Luke Skywalker, Maestro Jedi, se encontraba de pie en lo alto del Gran Templo de la cuarta luna de Yavin.
Bajo sus pies se encontraba la vacía sala del trono y la gran cámara de audiencias con claraboyas abiertas al solo. Vestido con una nueva túnica Jedi, con su espada de luz colgando a un lado, Luke sintió que la tibieza lo bañaba. Persistentes aromas especiados subían como vapor de la lujuriosa selva que se encontraba a sus pies.
Las antiguas ruinas dejadas por la desaparecida raza massassi constaban de varios gigantescos edificios geométricos dispersos, ahora cubiertos por la voraz jungla. Luke se encontraba en lo alto del ziggurat que había sido una inmensa estación de seguimiento cuando la base rebelde estuvo ubicada en Yavin 4.
En el cielo, como una amenazante esfera gigante de color naranja pálido, el planeta Yavin llenaba casi todo su campo de visión. El hichado gigante gaseoso había sido un escudo para la base rebelde cuando la primera Estrella de la Muerte avanzaba en su órbita hasta la posición de disparo con su superláser destructor de planetas. La base de Yavin había sido abandonada por los rebeldes años atrás. Pero muchas de las rotas estructuras de piedra aún eran utilizables.
Con el poderío desencadenado de la flota de las Fauces, y los previsibles ataques de la almirante Daala, la Nueva República necesitaba desesperadamente una fuerza poderosa que fuera más allá del mero poderío militar, un grupo de guardianes que mantuviera el orden en la galaxia.
Luke pretendía reunir a todos los que pudiera, inmediatamente... no solo a Gantoris y Streen, sino también a Kyp Durron, Mara Jade, varias de las brujas de Dathomir, Kam Solusar, y otros a los que había encontrado desde la Batalla de Endor. Y la búsqueda de más personas con potencial Jedi tendría que intensificarse. Necesitaba candidatos, tantos como fuera posible.
Los niveles superiores de algunas de las estructuras massassi de techo plano estaban lo bastante claros para que Luke pudiera aterrizar su nave. En el amplio patio que una vez se usó como plataforma de lanzamiento para la Alianza, el viejo caza ala-X de Luke se refrescaba entre las crecientes nieblas de las junglas de Yavin.
Cuando Mon Mothma y Leia ofrecieron a Luke la base rebelde abandonada, aprovechó de inmediato la oportunidad.
Para comenzar el entrenamiento real, Luke trató de recrear todos los ejercicios que Yoda le había enseñado en Dagobah, al igual que las sesiones de prácticas que comenzó Obi-Wan Kenobi. Luke también tenía el antiguo Holocrón Jedi, la base de datos histórica visual que Leia había tomado de la fortaleza del Emperador resucitado. Había estudiado la información del almacén oculto de conocimiento Jedi en Dathomir. Tenía muchas herramientas, y sus estudiantes llevaban dentro de sí mismos las puertas a un gran poder.
Pero Luke se preocupó una vez más. Si uno de sus aprendices —¡o más de uno!— cayera al lado oscuro, ¿tendría el poder para traerle de vuelta? ¿Y quién era ese “hombre oscuro” que acechaba en los sueños de Gantoris con profecías de destrucción?
Cuando Luke recorrió con la mirada el amplio panorama de densa naturaleza salvaje, vio amplias cicatrices quemadas donde los incendios habían asolado la selva. Pero el ritmo ecológico de la luna se había cobreado su venganza, curándose a sí misma. Densas agrupaciones de fragantes arbustos de hojazul, árboles massassi y helechos trepadores cubrían la tierra en una maraña impenetrable que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, rota sólo por las dispersas ruinas de los templos que asomaban entre la vegetación.
Las construcciones alienígenas dejadas por los massassi parecían repletas de secretos y conocimiento en sí mismas. Luke parpadeó y sintió el poder del lugar que le rodeaba, la maravilla, el misterio que lo rodeaba todo. No podía esperar a llevar allí a sus estudiantes.
Era el lugar perfecto para entrenar a una nueva orden de Caballeros Jedi.

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi - Capítulo 28, cont. (y IV)

Luke miró profundamente a los ojos de Kyp Durron, buscando en su interior los fundamentos de un Jedi. El joven se estremeció pero mantuvo firme la mirada de Luke.
—¿Estás nervioso, Kyp? —preguntó Luke.
—Un poco. ¿Debería?
Luke sonrió al recordar como fanfarreó ante Yoda diciendo que no tenía miedo de comenzar su entrenamiento Jedi. «Lo tendrás», había dicho Yoda, «¡lo tendrás!».
Han los interrumpió, colocando su mano sobre el hombro de Kyp.
—Deberías haber estado allí para verle deslizarse por los oscuros túneles de especia. ¡Y nos guió por las Fauces con los ojos cerrados! Este chico tiene mucho potencial, Luke.
Luke asintió.
—Estaba a punto de hacer yo mismo ese truco de las Fauces. Se lo difícil que tiene que haber sido.
—¿Significa eso que me llevarás a tu academia Jedi? —preguntó Kyp—. Quiero saber cómo usar este poder que tengo. Cuando estaba solo en mi celda del Destructor Estelar, juré no volver a estar indefenso jamás.
Luke extrajo la célula de potencia y las palas cristalinas del antiguo escáner imperial que antes se usaba para detectar descendientes de Jedi.
—Probemos primero con el escáner.
Desenrollando los cables, Luke acopló las palas cristalinas a cada lado de Kyp.
—Esto no va a dolerte ni nada parecido. Sólo muestra el potencial de tus sentidos.
Activó el escáner en la unidad de control, y una fina línea de luz cobriza recorrió de arriba a abajo el cuerpo de Kyp mientras una imagen más pequeña de la silueta de trazos cobrizos aparecía desde abajo frente a él, mostrando su análisis de Kyp Durron.
La reproducción de Kyp flotó en el aire, bañada por la pálida aureola azulada que Luke había encontrado en los demás que mostraban auténtico potencial Jedi. Pero la aureola crecía y decrecía, parpadeando, volviéndose más oscura, luego más brillante, apareciendo manchas de rojo y luego mezclándose los dos colores.
—¿Qué significa esto? —dijo Kyp.
—El chico está bien, ¿verdad? —Han parecía ansioso de que se aceptase a su protegido.
Luke observó confuso la lectura anómala, preocupado porque no sabía cómo interpretarla. Los parpadeos podían ser resultado de un equipo de escaneo defectuoso, dado que el instrumento no había sido cuidado correctamente y ya no podía calibrarse... o podía ser debido a que la tensión y la presión a la que Kyp había sido sometido durante tantos años no le habían permitido alcanzar aún todo su potencial.
—Veo mucho poder aquí. Mucho —dijo Luke, y Kyp suspiró aliviado—. Déjame hacer otra prueba.
Luke extendió sus manos para tocar el rizado cabello negro de Kyp.
—Deja que haga lo que tenga que hacer —susurró Han al joven—. Confía en él.
Luke cerró los ojos y envió un zarcillo de pensamiento al fondo de la mente de Kyp donde se ocultaban sus profundos recuerdos primarios, dejando poco espacio al pensamiento consciente. Luke penetró en el núcleo aislado de su subconsciente. Empujó con el pensamiento... y de pronto se encontró volando hacia atrás, empujado como una hoja de papel en una tormenta de viento de Bespin. Aterrizó sobre su espalda al otro lado de la sala, jadeando.
Han y Kyp corrieron hacia él mientras trataba de incorporarse sobre los hombros. Luke agitó la cabeza para alejar la sensación de mareo.
—¡Lo siento! —dijo Kyp—. ¡No sé lo que he hecho! No quería hacerlo. ¡Lo juro!
—¿Qué ha pasado? —dijo Han—. ¿Qué significa eso para Kyp?
Luke parpadeó.
—No os preocupéis por mí. Lo he causado yo mismo. —Agitó la cabeza—. Kyp, ¡tienes un poder asombroso!
Luke se levantó y dio un fuerte apretón de manos al joven.
—Desde luego, eres bienvenido a entrenar en mi academia. ¡Tan sólo espero que, cuando puedas usar completamente tus habilidades, seas capaz de controlarlas!

miércoles, 24 de febrero de 2010

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi - Capítulo 28, cont. (III)

—¡Todos a bordo! —exclamó Wedge Antilles entre los ecos del espaciopuerto de Ciudad Imperial—. Preparémonos para marchar.
Los últimos especialistas en colonización, sociólogos e instructores de supervivencia de la Nueva República subieron sus equipajes por la rampa del carguero de mediano tamaño. La nave de noventa metros de largo ocupaba la mayor parte de toda una bahía en el sector de suministros, pero el grupo necesitaba un transporte lo suficientemente grande como para llevar a los supervivientes de Eol Sha y sus escasas posesiones, al igual que los suministros necesarios para establecer su nuevo hogar en Dantooine.
Wedge llevaba el registro de los detalles finales de la operación, leyendo una lista de tareas en su tableta de datos. Al menos esa era una misión mejor que derribar edificios en ruinas... de momento. Estaba encantado de volver a volar, aunque sólo fuera un torpe carguero en lugar de un caza.
Pero sabía que en el futuro próximo le esperaban misiones más duras. La almirante Daala y sus tres Destructores Estelares imperiales habían devastado el sistema Kessel, y luego se habían desvanecido en el hiperespacio. La Nueva República había enviado sus mejores rastreadores para averiguar dónde había ido a ocultarse. Han insistía en que ella estaba empeñada en hacer destructivos ataques de guerrilla, apareciendo del hiperespacio y atacando un planeta al azar. Un gatillo fácil como Daala no seguiría una estrategia general predecible. Toda la Nueva República tenía que estar alerta.
Chewbacca insistía en que una fuerza de ocupación de la Nueva República se dirigiera a la Instalación de las Fauces para liberar a los demás esclavos wookiees. El Alto Mando de la Alianza también quería poner sus manos en los planos o prototipos que pudieran quedar todavía en el laboratorio secreto de armas. Se acabó el relajarse y recoger pedazos, pensó Wedge. Las cosas iban a ponerse mucho más interesantes.
Pero ahora mismo su misión era llevar a la gente de Eol Sha a la seguridad del planeta que sería su nuevo hogar.
Cuando comprobó que todo el mundo estaba a bordo, Wedge advirtió a Gantoris, de pie a solas junto a los contenedores de suministros apilados junto al muro. El líder de la colonia desplazada parecía alto y poderoso, pero no parecía saber cómo reaccionar al ver partir a la nave de traslado.
—No te preocupes —exclamó Wedge—, llevaremos a tu gente a su nuevo hogar. Después de vivir con volcanes y terremotos toda su vida, Dantooine les parecerá un paraíso.
Gantoris asintió, frunciendo su lisa frente.
—Dales saludos de mi parte.
Wedge se despidió de él con un gesto de la mano.
—Será mejor que vayas a convertirte en el mejor de los nuevos Caballeros Jedi.

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi - Capítulo 28, cont. (II)

Un estirado oficial vestido con el brillante uniforme de la oficina administrativa arrinconó finalmente a Lando en una refinada sala de descanso para diplomáticos. El oficial llevaba un maletín blindado similar al que llevaban los investigadores de crédito, y tenía el típico comportamiento tirante de una persona a la que se le había dado una misión cuya importancia sobrestimaba drásticamente.
—¿Es usted Lando Calrissian? —dijo el oficial—. He estado tratando de localizarle desde hace días. Me ha complicado mucho la labor —dijo a toda velocidad.
Lando se dio cuenta de que no podía escaparse por la entrada trasera de la sala. Sentado junto a él en la mesa estaba Han, que alzó las cejas. Ambos habían ido a aquella sala para relajarse y descansar después de sus largos informes al Alto Mando de la Alianza.
Por desgracia, la sala estaba destinada a burócratas y funcionarios políticos, y sólo servía bebidas empalagosamente dulces. Han y Lando estaban tomando las suyas a pequeños sorbos, tratando de no hacer muecas.
Lando había escuchado rumores acerca de un investigador que trataba de localizarle, y había conseguido esquivarlo hasta entonces. Temía que algún acreedor le persiguiera, o que fuera alguna queja acerca de las operaciones mineras de gas tibanna que había abandonado en Bespin, o de las ardientes minas de metal que había perdido recientemente en Nkllon.
—Sí, finalmente me ha atrapado —dijo Lando con un suspiro—. ¿Qué es lo que quiere? Aquí en Ciudad Imperial puedo conseguir la mejor representación legal de la galaxia.
—Eso no será necesario —dijo el investigador, colocando su maletín blindado sobre la mesa y manipulando la cibercerradura—. Me desharé de esto gustosamente.
Alzó la tapa del maletín, y salió de él una luz brillante. El resto de la gente del salón se giraron para curiosear. El maletín estaba repleto con paquetes cuidadosamente seleccionados de gemas de fuego facetadas y brillantes crisopacios.
—Vengo del planeta Dargul, y esta es la recompensa que la duquesa Mistal le debía por el regreso sano y salvo de su querido consorte Dack. Puede hacer que se las tasen, pero me han asegurado que estas joyas están valoradas en aproximadamente un millón de créditos. Aparte del maletín, que vale otros cuarenta.
Lando se le quedó mirando, inclinado sobre el maletín y aturdido por su contenido.
—¿Un millón? —dijo.
—Un millón, más cuarenta de la maleta.
—Pero se suponía que sólo conseguiría la mitad de la recompensa.
El investigador buscó en su bolsillo.
—Se me olvidaba darle esto. Es una galleta-mensaje para usted de Slish Fondine, el propietario de los establos donde ayudó a capturar a nuestro consorte Dack.
Le ofreció un pequeño objeto rectangular.
Lando lo hizo girar en su mano, con el ceño fruncido, y luego pasó su uña por la ranura que tenía en la mitad. Abrió la galleta-mensaje con un crujido, luego desdobló las dos mitades para que se sostuviera de pie sobre la pequeña mesa.
Una imagen del propietario del establo de amorfoides cobró vida.
—Saludos, Lando Calrissian. Si estás escuchando este mensaje, supongo que has recibido tu recompensa. Me alegra decir que tu sugerencia de no ejecutar al criminal Tymmo haya resultado ser provechosa para todos los implicados. La duquesa Mistal resultó tan complacida por recuperar a su consorte que insistió en pagarte la recompensa completa, además de ofrecerse a construir para mí una pista de obstáculos para amorfoides en el estadio principal de Umgul. Ya estamos contratando ingenieros creativos para diseñar obstáculos aún más duros para la nueva pista, que, a petición de la duquesa Mistal, se llamará “Pista Dack”.
”Te envío estas gemas de fuego facetadas y estos crisopacios y espero que te gastes sabiamente la recompensa. ¿Por qué no vienes a Umgul y haces algunas apuestas? Estaré encantado de ser tu anfitrión.
Cuando el mensaje se disolvió en motas de luz, Lando apenas podía hacer otra cosa que mirar boquiabierto su fortuna.
Han rió, y luego hizo un gesto al investigador bajito para que se sentase.
—Tómese una copa con nosotros. De hecho... ¡quédese con la mía! De todas formas, es demasiado dulce para mí.
El investigador negó con la cabeza, manteniendo la dura expresión de su rostro.
—No, gracias. No creo que la disfrutase. Será mejor que vuelva a mi trabajo.
Y tras decir eso, el investigador salió del salón.
Han dio una palmada en el hombro a Lando.
—¿Qué vas a hacer con todo ese dinero? ¿Sigues pensando en invertirlo en la minería de especia?
Lando volvió a la realidad poniéndose a la defensiva.
—Odio decirlo, pero cuando Moruth Doole nos mostró la mina, me quedé bastante impresionado por el potencial que había allí. La especia también tiene muchos buenos usos... alternativas perfectamente legítimas en terapia psicológica, investigación criminal, comunicación con razas alienígenas, incluso inspiración artística y entretenimiento. Tú lo sabes, Han, o tú mismo no habrías transportado especia en los viejos tiempos.
—Algo de razón tienes, Lando.
Pero la imaginación de Lando seguía pensando en el problema.
—No veo por qué las minas de especia tienen que funcionar como una especie de operación de señor esclavista. Buena parte podría ser automatizado. Incluso si hubiera más de esas arañas de energía por allí, bastaría con usar droides super-refrigerados en los túneles más profundos. No sería una gran inversión. No veo cuál es el problema.
Han le miró escéptico, tomó un sorbo de su dulce bebida, y luego frunció los labios.
—¡Puaj!
—Por otra parte —dijo Lando—, tengo que comprarme una nueva nave. Tuve que dejar la Dama Afortunada abandonada en Kessel. Puede que nunca la recupere. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?
Viendo las ávidas miradas del resto de personas del salón, Lando cerró de un golpe la tapa del maletín blidado.
—Bueno, en cualquier caso, ¡es maravilloso volver a ser solvente!

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi - Capítulo 28, cont. (I)

NOTA: Esta novela fue publicada por Martínez Roca con la omisión de varias páginas al final, incluyendo parte del capítulo 28 y el epílogo.
A diferencia del caso de "Episodio II: El ataque de los clones", no voy a incluir la parte del capítulo 28 que sí salió editada, ya que esta está compuesta por varias escenas, que además están completas. La parte inédita comienza con una escena nueva, no como en "El ataque de los clones", que el fragmento inédito comenzaba en mitad de una escena.

Trilogía de la Academia Jedi I: La búsqueda del Jedi
Capítulo 28 (continuación)
de Kevin J. Anderson

La reunión fue todo lo que Han había imaginado. Había pasado mucho tiempo pensando en ella durante el largo viaje hiperespacial de vuelta a Coruscant.
Leia y los gemelos se reunieron con él en el momento en el que el Triturador de Soles y el Halcón Milenario se posaban juntos en la plataforma de aterrizaje elevada. Han abrió la escotilla del Triturador de Soles y comenzó a descender la escalerilla, pero Leia fue corriendo hacia él y lo abrazó antes de que tuviera tiempo de bajar del todo.
—¿Contenta de que haya vuelto? —preguntó Han.
—¡Te he echado de menos! —dijo ella, besándolo.
—Lo sé —dijo él con una sonrisa picarona.
Ella puso los brazos en jarras.
—¿Cómo? ¿No me has echado de menos?
Han se apartó tímidamente.
—Bueno, primero nos estrellamos en Kessel, luego quedamos atrapados en las minas de especia, luego un grupo de imperiales nos capturó en medio de un montón de agujeros negros. Realmente no he tenido mucho...
Cuando parecía que Leia estaba a punto de darle un puñetazo, Han reaccionó con una sonrisa.
—Pero aún así no recuerdo haber estado más de dos segundos seguidos sin echarte de menos con todo mi corazón.
Leia lo besó de nuevo.
Erredós bajó rodando por la rampa del Halcón, y Trespeó se apresuró a ir a darle la bienvenida.
—¡Erredós-Dedós! Cuanto me alegro de que estés de vuelta. ¡Ni te imaginas los problemas que hemos tenido mientras estabas fuera!
Erredós pitó algo que nadie se molestó en traducir.
Kyp Durron y Qwi Xux descendieron del Triturador de Soles y se quedaron mirando las interminables torres y rascacielos de Ciudad Imperial, la metrópolis de brillante transpariacero y aleación que se extendía hasta el horizonte. Sobre ellos, las diminutas luces de las lanzaderas parpadeaban por el cielo.
—¡Esto sí que es una ciudad! —dijo Kyp con un suspiro.
Qwi parecía abrumada. El Triturador de Soles sería transferido a un hangar de alta seguridad para ser estudiado por científicos de la Nueva República.
A Qwi no le gustaba la idea de abandonarlo, pero no tenía elección.
Han avanzó hacia sus dos hijos, arrodillándose y rodeando a Jacen y Jaina con sus brazos.
—¡Hola, chicos! ¿Os acordáis de papá? Ha pasado mucho tiempo, ¿eh?
Les revolvió el cabello y se los quedó mirando con el atónito asombro que siempre sentía al ver cuánto habían crecido entre las visitas que Invierno les preparaba al planeta oculto de Anoth. Ahora, sin embargo, los dos años de aislamiento y protección de Jacen y Jaina habían acabado, y los niños se quedarían en casa, dejando sólo al pequeño Anakin bajo protección especial.
Jacen asintió; luego, un instante después Jaina asintió también. Han no estaba seguro de creer en la sinceridad de su respuesta, pero los abrazó igualmente.
—Bueno, si no me recordáis, voy a intentar cambiar eso a partir de ahora.

martes, 23 de febrero de 2010

Episodio II: El ataque de los clones - Capítulo 10 (y III)

Posiblemente, el sector industrial de Coruscant albergaba los muelles de cargueros más grandes de toda la galaxia, con una línea de gigantescos transportes llegando continuamente, inmensas grúas flotantes listas para reunirse con ellos y descargar los millones de toneladas de suministros necesarios para mantener con vida la ciudad-planeta, que ya hacía mucho tiempo que había llegado a estar tan poblada que no podía mantenerse con sus propios recursos. La eficiencia de esos muelles era poco menos que asombrosa, y aún así el lugar siempre estaba abarrotado, y a menudo se formaban atascos debido al gran número de naves atracadas y gruas flotantes.
También era un lugar para que pasajeros vivos, la plebe de Coruscant, tomasen pasajes baratos en los cargueros que salían del planeta, miles y miles de personas buscando escapar del total frenesí en el que se había convertido el planeta.
Mezclados en esa muchedumbre, Anakin y Padmé iban caminando, vestidos con simples túnicas y pantalones marrones, al estilo de los refugiados del Exterior. Caminaban hombro con hombro hacia la salida de la lanzadera cuando se aproximaron al muelle y la pasarela que les llevaría a uno de esos mastodónticos transportes. El capitán Typho, Dormé y Obi-Wan les esperaban en esa puerta de salida.
—Cuídese, milady —dijo el capitán Typho con genuina preocupación. Estaba claro que no le entusiasmaba la idea de permitir que Padmé saliera fuera de su vista y su control. Le pasó a Anakin un par de pequeñas bolsas de equipaje, haciéndole al joven Jedi un gesto de confianza con la cabeza.
—Gracias, capitán —respondió Padmé, mostrando la gratitud en su voz—. Cuide bien de Dormé. No estáis libres de peligro.
—¡Conmigo está a salvo! —dijo rápidamente Dormé.
Padmé sonrió, apreciando el pequeño intento de relajar el ambiente. Luego abrazó con fuerza a su doncella, apretando aún más fuerte al notar que Dormé comenzaba a sollozar.
—Todo irá bien —susurró Padmé al oído de la otra mujer.
—No es por mí, milady. Me preocupa usted. ¿Y si ven que ha abandonado la capital?
Padmé se apartó de ella y consiguió sonreír mientras miraba a Anakin.
—Pues mi protector deberá demostrar su calidad.
Dormé soltó una risita nerviosa y limpió una lágrima de su ojo mientras sonreía y asentía.
A un lado, Anakin mantenía su sonrisa en su interior, conscientemente decidido a mostrar una postura que rezumase confianza y control. Pero en su interior estaba emocionado por escuchar cumplidos hacia él por parte de Padmé.
Obi-Wan rompió esa cordialidad, apartando al joven Padawan a un lado.
—Quedaos en Naboo —dijo Obi-Wan—. No atraigáis la atención sobre vosotros. No hagas nada sin haberlo consultado antes conmigo o con el Consejo.
—Sí, Maestro —respondió obedientemente Anakin, pero en su interior estaba hirviendo, deseando golpear a Obi-Wan. ¿No hacer nada, absolutamente nada, sin consultarlo antes, sin pedir permiso? ¿Es que no había demostrado ser un poco más emprendedor, un Padawan digno de confianza?
—Milady, llegaré al fondo de este complot con presteza —escuchó que Obi-Wan decía a Padmé. Anakin estaba furioso por dentro. ¿No había sido ese exactamente el curso de acción que él había sugerido a su Maestro desde el primer momento que habían sido asignados a cuidar de la seguridad de la senadora?
—Muy pronto estará de vuelta —le aseguró Obi-Wan a Padmé.
—Agradeceré su rapidez, Maestro Jedi.
A Anakin no le gustó escuchar a Padmé hablar de ningún tipo de gratitud hacia Obi-Wan. Al menos, no le gustaba en absoluto que Padmé elevase la importancia de Obi-Wan por encima de la suya propia.
—Ya es la hora —dijo, avanzando con paso firme.
—Lo sé —le respondió Padmé, pero no parecía complacida.
Anakin se recordó que no debía tomárselo personalmente. Padmé sentía que su deber estaba allí. No le entusiasmaba la idea de tener que escapar del planeta... y no le entusiasmaba la idea de dejar a otra de sus queridas doncellas en su lugar en la línea de fuego, especialmente con las imágenes de Cordé muerta tan frescas en su mente.
Padmé y Dormé se abrazaron de nuevo. Anakin tomó las maletas y abrió la marcha al exterior del autobús deslizador, hacia un andén donde R2-D2 esperaba.
—Que la Fuerza te acompañe —dijo Obi-Wan.
—Que la Fuerza te acompañe, Maestro. —Anakin sentía cada palabra de esta frase. Quería que Obi-Wan descubriera quién estaba detrás de los intentos de asesinato, que volviera a hacer que la galaxia fuera segura para Padmé. Pero tenía que admitir que deseaba que no ocurriera demasiado rápido. Ahora mismo, su deber lo ponía justo junto a la mujer que amaba, y no estaría muy contento si su misión resultase ser corta, si el deber lo alejase de ella una vez más.
—De repente, siento miedo —le dijo Padmé mientras se alejaban, dirigiéndose al gigantesco carguero estelar que los llevaría a Naboo. Detrás de la pareja, rodaba R2-D2, silbando alegremente.
—Yo también. Es mi primera misión en solitario. —Anakin se giró hacia ella, cruzando su mirada con la de Padmé, y sonrió ampliamente—. No se preocupe. ¡Tenemos a R2!
Una vez más, el comentario frívolo ayudó a aligerar el ambiente.
En el autobús, esperando a que les llevase de vuelta a la ciudad principal, el trío que quedó atrás observaba cómo Anakin, Padmé y R2-D2 se mezclaban con la muchedumbre del vasto espaciopuerto.
—Espero que no se le ocurra hacer ninguna tontería —dijo Obi-Wan. El mero hecho de que hablase tan abiertamente acerca de su estudiante mostraba al capitán Typho lo mucho que el Caballero Jedi había llegado a confiar en él.
—A mí me preocuparía más que ella hiciera algo, no él —replicó Typho. Negó con la cabeza, con expresión seria—. No es de las que siguen órdenes.
—Compañeros de viaje afines —observó Dormé.
Obi-Wan y Typho se volvieron para mirarla, y Typho nuevamente agitó la cabeza con desesperación. Obi-Wan no estaba en desacuerdo con la observación de Dormé, por muy inocentemente que lo dijera. Padmé Amidala era realmente testaruda, con mentalidad fuerte e independiente, y siempre dispuesta en confiar en su propio juicio antes que en el de los demás, sin importar su posición o su experiencia.
Pero de la pareja que acababa de dejar el autobús deslizador, ella no era la más cabezota.
Y eso no era un pensamiento reconfortante.

lunes, 22 de febrero de 2010

Episodio II: El ataque de los clones - Capítulo 10 (II)

En un mundo cubierto por el agua y asolado por los vientos, más allá de las fronteras más remotas del Borde Exterior, un padre y su hijo estaban sentados en una cornisa de brillante metal negro, observando cuidadosamente uno de los pozos de relativa tranquilidad creados en el agua por las corrientes que rodeaban la gigante columna que surgía del turbulento océano. La lluvia había amainado ligeramente, algo excepcional en este lugar pasado por agua, permitiendo al menos una pequeña zona de calma en la superficie, y los dos miraban con atención buscando las siluetas oscuras de un metro de largo de los peces rodadores.
Estaban en la cornisa más baja de uno de los grandes pilares que soportaban Ciudad Tipoca, la mayor ciudad de todas en Kamino, un lugar de elegantes estructuras, todas redondeadas para que los continuos vientos las rodearan, en lugar de angulosas y de paredes planas que luchasen contra el viento. Kamino había sido diseñado, o mejorado al menos, por muchos de los mejores arquitectos que la galaxia podía ofrecer, que entendieron bien que el mejor modo de luchar contra los elementos planetarios era esquivarlos sutilmente. Inmensas ventanas de transpariacero miraban al exterior desde todos los ángulos; el padre, Jango, a menudo se preguntaba por qué los kaminoanos —altos y delgados, de un untuoso color blanco, grandes ojos con forma de almendra en cabezas oblongas sobre cuellos tan largos como su brazo— querían tantas ventanas. ¿Qué había que ver en este violento mundo aparte de aguas turbulentas y precipitaciones casi constantes?
Sin embargo, Kamino también tenía sus buenos momentos. Todo era relativo, suponía Jango. Por eso, cuando vio que no estaba lloviendo demasiado fuerte, salió con su hijo al exterior.
Jango dio un golpecito en el hombro a su hijo y señaló con la cabeza una de las zonas tranquilas de la superficie, y el joven, mostrando en el rostro todo el entusiasmo de un niño de diez años, levantó su golpeador, un átlatl alimentado por energía iónica, y apuntó con letal precisión. No usó la unidad de visor láser, que se ajustaba automáticamente a la refracción del agua. No, esta presa tenía que ser una prueba sólo para su pericia.
Respiró profundamente, como su padre le había enseñado, usando la técnica para quedarse totalmente quiero, y entonces, cuando la presa se puso de lado, lanzó su brazo hacia delante, lanzando el misil. Apenas a un metro de la mano extendida del niño, la parte trasera del misil brilló brevemente, un rápido y súbito estallido de energía que hizo que saliera disparado como un disparo bláster, acuchillando el agua y golpeando al pez en el costado, atravesándolo con su cabeza arponada.
Con un grito de gozo, el niño giró la empuñadura del átlatl, sujetando el sedal casi invisible pero tremendamente fuerte, y entonces, cuando el pez se alejó lo bastante para tensar el sedal, el niño hizo girar lenta y deliberadamente la empuñadura, recogiendo su presa.
—Bien hecho —le felicitó Jango—. Pero si le hubieras golpeado un centímetro más adelante, le habrías seccionado el músculo principal justo bajo la agalla y habría quedado completamente indefenso.
El niño asintió, sin molestarse por el hecho de que su padre, su mentor, siempre pudiera encontrar fallos incluso en el éxito. El niño sabía que su querido padre lo hacía sólo porque eso le obligaba a buscar siempre la perfección. Y en una galaxia peligrosa, la perfección permitía la supervivencia.
El niño quería a su padre aún más por preocuparse por él lo bastante como para criticarle.
Jango quedó tenso de pronto, al sentir un movimiento cercano, tal vez el sonido de una pisada, o simplemente un olor, algo que le dijo al perfectamente capacitado cazarrecompensas que él y su hijo no estaban solos. No podían encontrarse demasiados enemigos en Kamino, excepto en las lejanas desolaciones acuáticas, donde acechaban gigantescas criaturas tentaculadas. Allí había poca vida sobre el agua, aparte de los propios kaminoanos, y por eso Jango no se sorprendió al ver que la recién llegada no era otra que Taun We, su contacto habitual con los kaminoanos.
—Saludos, Jango —dijo la criatura alta y flexible, levantando su delgado brazo y su mano en señal de paz y amistad.
Jango asintió pero no sonrió. ¿Por qué Taun We había salido allí fuera —los kaminoanos casi nunca salían de las cúpulas de sus ciudades—, y por qué había interrumpido a Jango cuando estaba con su hijo?
—Apenas has estado dentro de tu sector últimamente —indicó Taun We.
—Tenía cosas mejores que hacer.
—¿Con tu hijo?
Como respuesta, Jango alzó la mirada hacia el niño, que estaba dándole sedal a otro pez rodador. O, al menos, parecía estar haciéndolo, reconoció Jango, y ese pensamiento trajo una cálida sensación de satisfacción al malhumorado cazarrecompensas. Había enseñado bien a su hijo el arte del engaño y la mentira, de aparentar estar haciendo una cosa cuando, en realidad, se está haciendo otra muy distinta. Como escuchar la conversación, sopesando cada palabra de Taun We.
—Se aproxima el décimo aniversario —explicó la kaminoana.
Jango volvió a mirarla con expresión dura.
—¿Crees que no me acuerdo del cumpleaños de Boba?
Si Taun We estaba perturbada de algún modo por la brusca réplica, los delicados rasgos de la kaminoana no lo demostraron.
—Estamos listos para empezar de nuevo.
Jango volvió a mirar a Boba, uno de sus miles de hijos, pero el único que era un clon perfecto, una réplica exacta sin manipulación genética para hacerlo más obediente. Y el único que no había sido envejecido artificialmente. El grupo que había sido creado junto con Boba ya había alcanzado la madurez, eran guerreros adultos, en perfecto estado de salud.
Jango había pensado que la política de acelerar el proceso de envejecimiento era un error —¿acaso la experiencia no era una parte tan importante en la adquisición de las capacidades de un guerrero como lo era la genética?—, pero no se había quejado abiertamente a los kaminoanos al respecto. Le habían contratado para hacer un trabajo, para servir como fuente, y cuestionar el proceso no estaba en la descripción del puesto.
Taun We inclinó la cabeza ligeramente a un lado, parpadeando lentamente.
Jango reconoció la expresión como curiosidad, y eso casi hizo que una risa asomara en sus labios. Los kaminoanos se parecían entre sí mucho más que los humanos, especialmente los humanos de distintos planetas. Tal vez su singular concepto, esa uniformidad dentro de su propia especie, era parte de su proceso reproductor típico, que ahora incluía gran cantidad de manipulación genética, si no directamente pura y simple clonación. Como sociedad, eran prácticamente una única mente y un único corazón. Taun We parecía genuinamente perpleja, y así lo estaba, de ver a un humano con tan poca consideración aparente hacia otros humanos, clones o no.
Pero, claro, ¿acaso los kaminoanos no estaban creando un ejército para la República? No podría haber guerras sin algunos desacuerdos previos, ¿verdad?
Pero eso, también, guardaba poco interés para Jango. Era un cazarrecompensas solitario, un recluso... o lo habría sido de no haber sido por Boba. A Jango no le importaba la política o la guerra o ese ejército de sus clones. Si todos y cada uno de ellos eran masacrados, que así fuera. No tenía apego a ninguno de ellos.
Miró hacia un lado mientras pensaba eso. A ninguno, excepto a Boba, por supuesto.
Pero aparte de eso, esto no era más que un trabajo, bien pagado y lo bastante fácil. Financieramente, no podía haber pedido más, pero, lo que era aún más importante, sólo los kaminoanos podían haberle dado a Boba; no sólo un hijo, sino una réplica exacta. Boba le daría a Jango el placer de ver todo lo que podía haber llegado a ser de haber tenido un padre cariñoso y protector, un mentor que se preocupara lo bastante como para criticarle, para forzarle a buscar la perfección. Él era tan bueno como el que más siendo un cazarrecompensas, siendo un guerrero, pero no tenía la menor duda de que Boba, criado y entrenado para la perfección, le sobrepasaría con diferencia para convertirse en uno de los mayores guerreros que la galaxia jamás hubiera conocido.
Esta, pues, era la mayor recompensa de Jango Fett, estar ahí mismo, sentado con su hijo, con su joven réplica, compartiendo momentos tranquilos.
Momentos tranquilos dentro del tumulto que había sido toda la vida de Jango Fett, sobreviviendo a las pruebas del Borde Exterior en solitario prácticamente desde el día en que aprendió a andar. Cada prueba le hizo más fuerte, le hizo más perfecto, pulió las habilidades que ahora le pasaría a Boba. No había nadie mejor en toda la galaxia para enseñar a su hijo. Cuando Jango Fett quería atraparte, te atrapaba. Cuando Jango Fett te quería muerto, estabas muerto.
No, no cuando Jango “quisiera” esas cosas. Nunca era personal. La caza, las muertes, todo era un trabajo, y una de las primeras lecciones más valiosas que Jango había aprendido era cómo ser desapasionado. Completamente desapasionado. Esa era su mayor arma.
Observó a Taun We, y luego se volvió para sonreír a su hijo. Jango podía ser desapasionado, excepto en esos momentos en los que podía pasar tiempo a solas con Boba. Con Boba, había orgullo y había amor, y Jango tenía que luchar constantemente para mantener esas debilidades potenciales al mínimo. Aunque quería a su hijo con todo su corazón —porque quería a su hijo con todo su corazón—, Jango le había estado enseñando esos mismos atributos de ser desapasionado, incluso insensible, desde sus primeros días.
—Comenzaremos el proceso de nuevo tan pronto como estés preparado —repitió Taun We, sacando a Jango de sus pensamientos.
—¿No tenéis suficiente material para hacerlo sin mí?
—Bueno, ya que de todas formas estás aquí, querríamos que participases —dijo Taun We—. El huésped original siempre es la mejor opción.
Jango puso los ojos en blanco al pensarlo —todas esas agujas y sondas—, pero asintió con la cabeza; realmente era un trabajo fácil, considerando las recompensas.
—Cuando estés listo.
Taun We hizo una leve reverencia y se alejó.
Si esperáis a eso, esperaréis eternamente, pensó Jango, pero no dijo nada, y se volvió de nuevo hacia Boba, indicando al niño que volviera a hacer funcionar su átlatl. Porque ahora tengo todo lo que quería, musitó Jango, observando los fluidos movimientos de Boba, con los ojos fijos en el agua, buscando al siguiente pez rodador.

Episodio II: El ataque de los clones - Capítulo 10 (I)

NOTA: Esta novela fue publicada en castellano originalmente por Alberto Santos Editor, y reeditada posteriormente por Timun Mas. Sin embargo, ambas ediciones tienen una grave omisión: al capítulo 10 le falta más de la mitad.
El texto en rojo corresponde a la traducción de Lorenzo F. Díaz del fragmento del capítulo que fue publicado.

Episodio II: El ataque de los clones
Capítulo 10

de R.A. Salvatore

Anakin Skywalker y Jar Jar Binks estaban parados ante la puerta que separaba el dormitorio de Padmé de la antesala, donde Obi-Wan y él habían estado de vigilancia la noche anterior. Miraron a la ventana rota que había más allá y contemplaron la línea del cielo de Coruscant, con sus interminables rutas de tráfico.
Padmé y su ayudante Dormé se afanaban en el dormitorio, preparando juntas el equipaje, y por sus rápidos movimientos, tanto Anakin como Jar Jar supieron que harían bien en mantenerse a distancia de la molesta y enfurecida senadora. Tal y como habían solicitado los Jedi, el Canciller Palpatine había intercedido para pedir a Padmé que regresara a Naboo. Ella había aceptado, pero eso no significaba que le gustase.
Padmé se enderezó lanzando un profundo suspiro, llevándose una mano a los riñones, que le dolían de tanto agacharse. Volvió a suspirar y se situó ante los dos observadores.
—Voy a tomarme una larga temporada de permiso —le dijo a Jar Jar, con voz grave y sombría, como si deseara imbuir algo de seriedad en el atolondrado gungan—. Tienes la responsabilidad de ocupar mi lugar en el Senado. Sé que puedo contar contigo, delegado Binks.
—Misa honrado —barbotó Jar Jar en respuesta, cuadrándose, pero su cabeza se tambaleaba y sus orejas se agitaban. Se podía vestir a un gungan como a un dignatario, pero no se cambiaba tan fácilmente la naturaleza de una criatura así.
—¿Cómo? —repuso Padmé, con voz dura que evidenciaba algo más que una ligera exasperación. Estaba confiando a Jar Jar algo importante, y no estaba muy contenta de verle actuar de manera tan atolondrada.
Claramente avergonzado, Jar Jar se aclaró la garganta y se estiró un poco más.
—Misa honrado de tomar esta pesada carga de vosa. Misa aceptarla con mucha... mucha humildad y da...
—Jar Jar, no deseo entretenerte más —le interrumpió Padmé—. Estoy segura de que tienes mucho que hacer.
—Sí, milady.
El gungan se volvió y se marchó tras hacer una gran reverencia, como si la usara para ocultar el hecho de que estaba rojo como un cangrejo de fuego darelliano, sonriendo a Anakin al pasar junto a él.
Los ojos de éste siguieron al gungan, pero la tranquilidad o el sentimiento de calma que pudiera sentir por ello desapareció un instante después, cuando Padmé se dirigió a él en un tono que le recordaba que la mujer no estaba del mejor de los humores.
—No me gusta la idea de esconderme —dijo enfáticamente.
—No se preocupe. Ahora que el Consejo ha ordenado una investigación, el Maestro Obi-Wan no tardará mucho en descubrir quién contrató a esa cazarrecompensas. Debimos hacer esto desde un principio. Es preferible tomar la ofensiva contra una amenaza así, y descubrir su origen, a limitarse a reaccionar ante la situación.
Quiso continuar hablando, reclamar el mérito por haber solicitado dicha investigación desde un principio, hacer saber a Padmé que él siempre había tenido razón y que el Consejo había necesitado todo ese tiempo para llegar a la misma conclusión que él. Pero podía darse cuenta de que los ojos de ella empezaban a ponerse vidriosos, así que se calló y la dejó hablar.
—Y mientras tu Maestro investiga, yo tengo que esconderme.
—Eso es lo más prudente, sí.
Padmé lanzó un suspiro de frustración.
—¡No he trabajado durante todo un año para acabar con el Acta de Creación Militar para luego no estar presente cuando se vote!
—A veces debemos olvidarnos de nuestro orgullo y hacer lo que se nos pide —replicó Anakin: era una afirmación poco convincente para venir de él y, apenas dijo esas palabras, se dio cuenta de que no debía haberlas dicho.
—¡Orgullo! Annie, tú eres joven y no tienes mucha idea de política. Sugiero que te guardes tus opiniones para otra ocasión.
—Lo siento, milady, yo sólo intentaba...
—¡Annie! ¡No!
—Por favor, no me llame así.
—¿Cómo?
—Annie. Por favor, no me llame "Annie".
—Siempre te he llamado así. Es tu nombre, ¿no?
—Mi nombre es Anakin —dijo el joven Jedi con calma, la mandíbula firme, la mirada segura—. Cuando me llama Annie es como si todavía fuera un niño. Y no lo soy.
Padmé hizo una pausa y lo miró de arriba abajo, asintiendo mientras lo examinaba por completo. El se dio cuenta de que había sinceridad en el rostro de ella al asentir, y su tono también se volvió más respetuoso.
—Perdona, Anakin. Es imposible negar que... que has crecido.
Anakin notó que había algo especial en la forma en que había dicho eso, una insinuación, un reconocimiento por parte de Padmé de que realmente era todo un hombre, y quizá un hombre atractivo. Eso, combinado con la pequeña sonrisa que le había dedicado, hizo que se sonrojara ligeramente, poniéndolo en tensión. Descubrió que había un adorno sobre un estante situado a su izquierda y lo cogió usando la Fuerza, haciendo que flotase sobre sus dedos, necesitado de la distracción.
Aun así, tuvo que aclararse la garganta para cubrir su azoramiento, pues temía que la voz le flaqueara al admitir que...
—El Maestro Obi-Wan no se da cuenta de ello. Critica hasta el último de mis gestos, como si todavía fuera un niño. No me escuchó cuando insistí en que buscáramos el origen de los atentados...
—Los mentores suelen fijarse en nuestras faltas más de lo que nos gustaría —admitió Padmé—. Es la única forma en que podemos crecer.
Anakin usó la Fuerza para levantar más aún en el aire el adorno redondo, manipulándolo constantemente.
—No me interprete mal. Obi-Wan es un gran mentor, tan sabio como el Maestro Yoda y tan fuerte como el Maestro Windu. Siento verdadero agradecimiento por ser su aprendiz. Pero... —Hizo una pausa y meneó la cabeza mientras buscaba las palabras adecuadas—. Pero, aunque soy un padawan y estoy aprendiendo, en algunos sentidos, en muchos sentidos, yo estoy por delante de él. Estoy preparado para las pruebas. ¡Sé que lo estoy! El también lo sabe. Cree que soy demasiado imprevisible. Pero hay otros Jedi de mi edad que ya han tenido las pruebas y las han superado. Ya sé que empecé tarde mi entrenamiento, pero él no me deja progresar.
La expresión de Padmé se tornó de curiosidad, y Anakin comprendió su desconcierto, pues también él se había sorprendido por lo abiertamente que había hablado de Obi-Wan criticándolo. Pensó que debía callarse cuanto antes, y se reprendió a sí mismo en silencio.
—Eso debe ser muy frustrante —repuso Padmé, con simpatía.
—¡Es peor! —gritó como respuesta Anakin, arrojándose voluntariamente a ese cálido lugar—. ¡Es demasiado crítico! ¡Nunca escucha! ¡No quiere entender! ¡Eso no es justo!
Habría continuado hablando, pero Padmé comenzó a reír, y eso detuvo a Anakin con la misma facilidad que un sopapo en la cara.
—Lo siento —dijo entre risas—. Suenas exactamente como aquel niño pequeño que conocí, cuando no conseguía lo que quería.
—¡No estoy lloriqueando! No lo hago.
Al otro lado de la habitación, a Dormé también se le escapó una risita.
—No lo decía para herirte —explicó Padmé.
Anakin respiró profundamente, luego soltó el aire, relajando visiblemente los hombros.
—Lo sé.
En ese momento tenía un aspecto tan digno de lástima, no patético, sino como una pequeña alma perdida. Padmé no pudo resistirse. Se acercó a él y alzó la mano para acariciarle suavemente la mejilla.
—Anakin.
Por primera vez desde que habían vuelto a encontrarse, Padmé miró realmente en los ojos azules del joven Padawan, manteniendo la mirada para que ambos pudieran ver bajo la superficie, para que ambos pudieran ver el corazón del otro. Fue un momento fugaz, porque el sentido común de Padmé se encargó de que así fuera. Rápidamente cambió el ánimo con una petición sincera pero desenfadada.
—No quieras madurar muy deprisa.
—Ya he madurado —replicó Anakin—. Usted misma lo ha dicho antes.
Terminó la frase tratando de que sonara sugerente, mientras volvía a mirar profundamente los bellos ojos marrones de Padmé, esta vez de forma más intensa, más apasionada.
—Te pido que no me mires de ese modo —dijo ella, alejándose.
—¿Por qué no?
—Porque puedo ver lo que estás pensando.
Anakin rompió la tensión, o trató de hacerlo, con una carcajada.
—Ah, ¿de modo que usted también tiene poderes Jedi?
Padmé miró un instante más allá del joven Padawan, viendo a Dormé, que estaba observando con obvia preocupación y ya había dejado incluso de ocultar su interés. Y Padmé comprendió esa preocupación, dado el extraño e inesperado camino que había tomado esa conversación. Miró fijamente a Anakin de nuevo y dijo, sin espacio para la réplica:
—Haces que me sienta incómoda.
Anakin cedió y apartó la mirada.
—Perdón, milady —dijo con profesionalidad, y se alejó unos pasos, dejándole que terminase de hacer sus maletas.
Volviendo a ser tan sólo el guardaespaldas.
Pero Padmé sabía que era algo más que eso, sin importar lo mucho que desease que no fuera así.

domingo, 21 de febrero de 2010

El honor de los Jedi (57)

57
Un momento más tarde, el rugido se apaga por completo y la brisa se desvanece. Luke trepa al buggy de supervisión y Gideon continúa por el pasadizo. Pocos minutos más tarde, el pasadizo termina en una caja forrada de acero.
-¡Esto es! -dice Gideon-. Bajad a la chica.
Luke y Sidney descargan la camilla de Dena y luego siguen a Gideon a la caja. El minero abre una puerta en la parte trasera y luego dirige la marcha a un pequeño elevador de personal. Deben poner la camilla de Dena de pie para que pueda caber dentro. Gideon activa el elevador y alcanzan el castillete pocos minutos después.
En la superficie, Luke va en cabeza mientras Gideon y Sidney llevan la camilla. Soprendentemente, no encuentra guardias cerca de sus naves. Se detiene al borde del edificio del molino para estudiar la situación.
-¿Qué pensáis? -pregunta-. Tienen que haber descubierto nuestras naves.
Gideon considera la situación un instante.
-Estamos acostumbrados a que los imperiales tengan todos los hombres que quieren -dice luego-. Pero ese no es el caso aquí, especialmente después de que hicieras volar su lanzadera. Apuesto a que tienen a todos sus hombres disponibles bajo tierra, creyendo que estamos ahí atrapados.
Luke asiente.
-De todas formas, yo iré primero. Vosotros dos llevad a Dena una vez que yo esté dentro del ala-X.
-Buena idea -dice Gideon.
Luke sale corriendo hacia su caza, esperando que los soldados de asalto surjan de la arena en cualquier momento. Para su alivio, parece que Gideon estaba en lo cierto. Él y Sidney cruzan el montón de residuos demasiado lento para el gusto de Luke, pero en cualquier caso llegan sin problemas a la nave minera. Pocos minutos después, ambas naves despegan.
-Yo dirigiré el camino para ir con Ire Eleazari -dice Luke-. Espero recordar correctamente esas coordenadas.

Han pasado tres horas desde que Luke rescató a Dena Tredway.

El honor de los Jedi (88)

88
-¿A qué esperas? -pregunta Gideon-. No tenemos todo el ciclo.
Luke asiente.
-Sólo trataba de averiguar para qué servían esos interruptores.

El honor de los Jedi (63)

63
Cuando se apaga el segundo interruptor, el rugido que proviene del pasadizo se atenúa y la brisa se hace más débil. Luke mira pensativo la videopantalla apagada.

El honor de los Jedi (78)

78
Cuando el interruptor de la izquierda cae, el rugido que proviene del pasadizo se atenua y la brisa se hace más débil. Sobre el pasadizo, la videopantalla muestra el mensaje: “Ventilación de la Mina: Alerta Amarilla”.

El honor de los Jedi (67)

67
Cuando el interruptor de la derecha cae, la videopantalla sobre el pasadizo queda en blanco. El rugido al fondo del pasadizo mantiene toda su fuerza, al igual que el viento.

El honor de los Jedi (82)

82
Cuando apaga el segundo interruptor, la videopantalla sobre el pasadizo queda en blanco. El rugido que proviene del pasadizo se apaga, y la brisa se hace más débil.

El honor de los Jedi (72)

72
-Si ese ruido es normal en la mina...
-Estamos en el buen camino –asiente Gideon.
Conforme van descendiendo, el rugido que asciende por el pasadizo se hace cada vez más fuerte. Cada 500 metros, otro túnel conecta con el que ellos recorren. La brisa se incrementa en cada intersección. Para cuando han avanzado cuatro kilómetros, el polvo, los residuos, e incluso pequeños guijarros, van volando con el fuerte viento.
Gideon se detiene ante una videopantalla parpadeante en la que se lee: “Peligro. Sólo personal de ventilación”. El rugido es tan fuerte que Luke vuelve a sellar su traje de vacío para amortiguar el mayor ruido posible. Gideon y Sidney hacen lo mismo.
Una caja de interruptores eléctricos cuelga en el muro de la izquierda. Dos interruptores sobresalen de la caja, y una pequeña pantalla sobre la caja dice: “Peligro Extremo: La desactivación o activación sin autorización del Superintendente de la Mina se castigará con la muerte”.
-Esto es -dice Gideon-. Me apuesto mi honra.
-Apuestas sobre seguro -comenta Luke, saltando del buggy de supervisión para estudiar la caja de interruptores eléctricos. No por primera vez, desea que Dena no estuviera en coma.

El honor de los Jedi (50)

50
–Vayamos por la izquierda –dice Luke–. No me gusta cómo suena lo que haya a la derecha.
–Me parece lógico –dice Gideon.
Un minuto después, pasan el primer elemento diferenciado que Luke ha visto en mucho tiempo. Un muro de duracero bloquea por completo la entrada a otro túnel. Está decorado con el código de designación R-34. Cuando Sidney advierte el interés de Luke, comienza a explicarle.
–Es un depósito de agua. A veces encuentran hielo en el interior de los asteroides. Cuando eso ocurre, lo almacenan. La minería usa mucho agua, y esto es más barato que fabricarla.
Su camino vuelve a convertirse en un laberinto. Con alarmante regularidad, surgen pasadizos a cada lado, o el túnel se bifurca en pasadizos más pequeños. El laberinto no intimida a Gideon. Continúa adentrándose en la mina, eligiendo bifurcaciones o giros con la confianza de alguien que navega por su propio hogar.
Tras conducir durante una hora, vuelven a pasar por R-34. Luke da un golpecito en el hombro a Gideon.
–¡Eh! Hemos pasado ese depósito hace una hora.
Gideon asiente sin detenerse.
–Lo sé. Por un momento, pensé que me había perdido.
–¡Oh, cielos! -dice Sidney–. ¿Hemos estado conduciendo en el círculo?
Gideon detiene el vehículo, luego asiente tímidamente con la cabeza.
–He estado perdido durante 20 minutos.
–¿Cómo has dejado que ocurriera? –pregunta Sidney enfurecido.
–Aquí abajo está oscuro –dice Sidney–. No siempre un tipo puede tomar buenas referencias.
–¿Puedes llevarnos de vuelta al ascensor uno? –pregunta Luke.
–Creo que sí –dice Gideon.
–Intentémoslo. La lanzadera del relevo ya debería haber llegado. Tal vez los imperiales se hayan ido.
–Sin duda –dijo furioso Sidney.
Gideon da media vuelta al buggy de supervisión y acelera hacia la oscuridad. Tras lo que parece una eternidad, finalmente alcanzan las puertas anti-incendios y regresan al nivel principal. De allí, Gideon consigue volver al ascensor principal sin incidentes.
Por suerte, los imperiales se han ido. Luke comprueba su cronómetro, luego agita la cabeza con frustración. Había rescatado a Dena cuatro horas antes. No tienen la menor esperanza de interceptar el asteroide de Ire Eleazari.
–Lo siento, Sidney –dice Luke–. Debemos ir a buscar ayuda para Dena antes de rescatar a Erling.
Sidney asiente.
–Por supuesto. Esperemos que el Parnell vaya lentamente con el Erling.

***
Luke llega a la base rebelde 96 horas más tarde. Al parecer, Mon Mothma ya conocía a ambos Tredways. A regañadientes, da órdenes indicando que Luke debe permanecer alejado de Tol Ado. De acuerdo con sus fuentes, ya es demasiado tarde para rescatar a Erling.

Esta misión no es un éxito para Luke. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón (y IV)

Capítulo Cuatro
Seelah ya se había decidido a abandonar a Ludo Kressh antes de que este ejecutase a su familia. Había sido una trivialidad; se había herido el tobillo en una batalla, y ella no había conseguido detener la infección. Mató al padre de Seelah la primera noche, y eso hizo que ella se afianzase más en su decisión. Seelah encontró su oportunidad de marcharse pocos días después, cuando uno de los equipos mineros de Sadow se detuvo en Rhelg para repostar. Para entonces, ya no tenía a nadie a quien dejar atrás.
Devore Korsin había sido su medio de escape. Ella vio su inmadurez y su temeridad, pero también vio algo con lo que poder trabajar. Él, también, luchaba contra las cadenas invisibles que limitaban su ambición. Podía ser su alidado. Y al servicio de Sadow, al menos, algo podría ocurrir... mientras Devore no lo estropease.
Y si lo hacía, bueno, siempre quedaba su hijo...

Los sables de luz relampagueaban en la noche de la montaña... pero no en la plaza principal. Seelah caminaba tranquilamente por la oscura columnata, ornadas ahora con decoraciones añadidas: las tentaculadas cabezas de los Cincuentaysiete, clavadas en estacas a intervalos regulares.
Estaba el joven centinela de la torre, atrapado y asesinado. Nunca abandonó su puesto. A la derecha estaba Hestus, el traductor; Seelah había estado involucrada personalmente en su captura. Korsin dijo que por la mañana volvería donde Hestus, para retirarle los implantes cibernéticos. Quién sabe, podría haber algo de utilidad en ellos.
Ahora podía sentir a Korsin y sus principales lugartenientes al otro lado del muro exterior, conduciendo al resto a un último enfrentamiento junto al precipicio donde el Presagio casi encuentra su fin. No se ofrecería cuartel; podía imaginarse a Korsin arrojando por el acantilado a cualquiera que se rindiese.
Bueno, tiene experiencia en ello.
El silo de piedra del jefe de los establos se alzaba ante ella. Los recintos de los uvak se extendían en todas direcciones desde ese núcleo central, donde los ayudantes keshiri ayudaban a lavar a las apestosas bestias. Los keshiri se habían ido esa noche, según pudo ver al entrar en la sala redonda. En el centro, vigilado sólo por un guardia en las sombras, colgaba inerte, pero aún vivo y respirando, el cuerpo de Ravilan. Fuertes cuerdas de fibra tejida por los keshiri enlazaban sus brazos abiertos a cornisas elevadas a ambos lados de la estructura. El dispositivo estaba diseñado para impedir que los uvak se escapasen durante el baño. Ahora estaba realizando la misma función para Ravilan, con sus pies colgando a escasos centímetros del suelo. Seelah retrocedió unos pasos cuando un chorro de agua surgió de ranuras en la parte superior de la torre, casi ahogando al prisionero.
El flujo se detuvo un minuto después, pero aún pasó más tiempo antes de que el agotado Ravilan notase la presencia de su visitante.
-Todos muertos -dijo con voz ahogada-. ¿No es así?
-Todos muertos -dijo ella, acercándose a él-. Eres el último.
Ravilan fue atrapado pronto, cuando su pierna mala le falló por última y definitiva vez.
Ravilan negó con la cabeza.
-Sólo lo hicimos una vez -dijo, con una voz que sonaba como si tuviera piedras en la garganta-. En Tetsubal. Esas otras ciudades... No lo sé. Nunca lo planeamos...
-...para -dijo Seelah.
Había sido sorprendentemente fácil, una vez que se dio cuenta de la treta de Ravilan en Tetsubal. El único elemento era el tiempo. Regresó al retiro de la montaña por la noche y convocó a sus ayudantes de más confianza en el hospital. Poco después de medianoche, sus lacayos estaban e el aire, dirigiendo a sus criaturas hacia las ciudades de los lagos del sur que se había encargado visitar el día anterior a la gente de Ravilan. Su hospital contenía la única otra fuente superviviente de silicato cianogénico; ahora estaba en los pozos y acueductos de las ciudades de los lagos... y en los cuerpos de los keshiri muertos. El tiempo era el elemento clave... pero había tenido ayuda coordinándolo todo.
-¿T-tú has hecho esto? -Ravilan tosió y consiguió emitir una débil risita-. Diría que es la primera vez que te gusta una de mis ideas.
-Cumplió su objetivo.
La retorcida sonrisa de Ravilan se desvaneció.
-¿Qué objetivo? ¿Genocidio?
-¿Ahora te preocupas por los keshiri?
-¡Sabes a qué me refiero! -Ravilan se revolvió en sus ataduras-. ¡Mi gente!
Seelah puso los ojos en blanco.
-Aquí no está pasando nada que no hubiera terminado pasando en el Imperio. Sabes cómo marchaban las cosas. ¿De parte de quién estabas, de todas formas?
-Naga Sadow no quería esto -dijo Ravilan con voz rasposa-. Sadow apreciaba el poder cuando lo veía. Apreciaba lo viejo y lo nuevo. Nos apreciaba...
Ella hizo un gesto al guardia... y otra aplastante columna de agua golpeó a Ravilan.
Esta vez le costó más tiempo recuperarse.
-Podría haber funcionado -dijo entre jadeos-. Podríamos haber funcionado... juntos, como los Sith y los Jedi caídos de la antigüedad. Si tan sólo nuestros hijos... mis hijos... hubieran vivido... -Ravilan alzó la vista, con el agua chorreando de su rostro hundido-. Tú. -Seelah fijó su silenciosa mirada en los surtidores, aún goteantes, cerca del techo, en lo alto-. -repitió, más alto-. Tú dirigías la maternidad. Tú y tu gente. -Su rostro se retorció en un grito agónico. El futuro de su gente ya había sido suprimido, mucho antes-. ¿Qué hiciste? ¿Qué nos hiciste?
-Nada que con el tiempo tú no nos hubieras hecho a nosotros. -Caminó hacia las sombras, cerca del guardia-. Nosotros no somos tus Sith. Somos algo nuevo, una oportunidad de hacer las cosas bien. Una nueva tribu.
-Niños... ¡bebés! -Abatido, Ravilan gemía-. ¿Qué... qué clase de madre eres?
-La madre de un pueblo -dijo, mirando hacia al guardia en las sombras-. Ahora, hijo mío.
El guardia avanzó unos pasos... y Ravilan vio la forma animal de Jariad Korsin acercándose a él, con la hoja alzada, y el rostro de ojos salvajes de su padre bajo el cabello negro azabache. El adolescente saltó hacia el prisionero, clavándole una vibrohoja dentada sin remordimiento. Al final, sacó su sable de luz y cortó a Ravilan en canal en un violento relámpago carmesí.
-Hoy has cambiado el mundo -dijo Seelah, acercándose a su hijo y asociado. Él había sido clave para coordinar la jugada de la noche anterior, llevando a sus cómplices donde a ella le convenía. Era justo que hubiera tomado parte de este momento.
El chico jadeó, mirando su víctima en el suelo.
-Él no es a quién quería matar.
-Sé paciente -dijo Seelah, revolviéndole el cabello-. Yo lo he sido.


Tilden Kaah caminaba en silencio por los caminos oscuros de Tahv, que hasta hacía poco aún no estaban pavimentados con piedra. Los Sith habían echo marchar a los demás ayudantes keshiri a primera hora de la mañana, cuando comenzó la agitación; había sido uno de los últimos en marcharse. Las calles, habitualmente pobladas por juerguistas incluso a esa hora, estaban alarmantemente tranquilas. Sólo vio a un miembro de mediana edad de los Neshtovar, montando guardia en un cruce; despojado de su uvak hacía años, parecía estar aburrido.
Tilden saludó al vigilante con un gesto de la cabeza y pasó a una plaza cerca de uno de los muchos acueductos del pueblo. Láminas de fresca agua de las montañas caían en largas medias lunas desde manantiales, una refrescante presencia en lo que estaba siendo una noche cáliente. Llegando junto a un muro de agua, Tilden se puso la túnica que llevaba, se subió la capucha, y caminó a la cascada.
O, mejor dicho, a través de ella.
Tilden caminó, goteando, por el oscuro pasaje que conducía a las profundidades de la estructura de piedra. Siguió el sonido apagado de unas voces hasta el final del pasaje. No había luz... pero había vida. Mientras se aproximaba, Tilden escuchó parloteos agónicos: las horribles noticias del sur habían comenzado a llegar. Probablemente, se esperará que los supersticiosos keshiri asuman el horror en silencio, dijo una voz desde las sombras. Probablemente se culpará a los Destructores.
-Ya está hecho -dijo Tilden a la oscuridad-. Seelah ha librado a los Celestiales de los Cincuentaysiete. De la gente que no son como ellos, sólo queda el hombre inmenso, Gloyd.
-¿Seelah no sospecha de ti? -respondió una ronca voz femenina desde la negrura-. ¿No ha leído tu mente?
-No cree que merezca la pena. Y yo no hablo más que de las viejas leyendas. Me toma por tonto.
-No puede distinguir a nuestros grandes eruditos de nuestros tontos -dijo una voz masculina.
-Ninguno de ellos puede -dijo otra voz-. Bien. Dejemos que siga así. Seelah nos ha hecho un favor, reduciendo sus números. Puede hacernos más.
Un destello cegador apareció cuando un anciano keshiri encendió una linterna. Allí había varios keshiri, apiñados en el reducido espacio... pero su atención no iba dirigida a Tilden, sino a la figura que salía de las sombras tras él. Tilden se giró para reconocer a la mujer que le había hablado en primer lugar.
-Mantente fuerte, Tilden Kaah. Con tu ayuda, y con la ayuda de todos los aquí reunidos, los keshiri terminaremos el trabajo. -La rabia brilló en los ojos de Adari Vaal-. Yo traje esta plaga sobre nosotros. Y yo acabaré con ella.

El honor de los Jedi (90)

90
-Tengo un mal presentimiento acerca de esas luces -dice Luke-. Vayamos por la izquierda.
-Chico listo -dice Gideon-. Deben de ser tropas de asalto.
Siguen el pasadizo durante 50 metros antes de llegar a otra bifurcación. El túnel de la izquierda sigue recto, mientras que el de la derecha se curva y desciende. Una débil brisa sopla hacia el interior de ambos túneles, pero del de la derecha llega un agudo rugido. ¿Alguien manejando maquinaria en el pasadizo, o parte de la propia mina?

Han pasado dos horas desde que Luke rescató a Dena.

El honor de los Jedi (81)

81
-¡Alcancemos esas luces! -ordena Luke.
-Si eso es lo que quieres -dice Gideon. Abre el gas a fondo y el buggy de supervisión sale disparado por el pasadizo, con los motores repulsores gimiendo.
Al principio, hacen pocos progresos al intentar alcanzar el anillo de luces. Parece avanzar tan rápido como el tractor. Tras cinco ensordecedores minutos, sin embargo, el anillo se detiene y se gira para enfrentarse al buggy. Más de una docena de lámparas individuales alumbran el pasadizo, pero sus rayos se desvanecen mucho antes de alcanzar a Luke y sus compañeros. Sin embargo, ahora que la fuente de luz ya no está en movimiento, el buggy acorta rápidamente la distancia.
A los 50 metros, los faros del buggy iluminan finalmente la fuente de luz. Una docena de soldados de asalto ocupan el pasadizo, con sus armas dispuestas a disparar. Gideon aminora rápidamente la velocidad del buggy.
-Me figuraba que pasaría esto -dijo.
-¿Por qué no dijiste nada? -pregunta Luke.
El minero no tiene ocasión de responder. Los soldados de asalto abren fuego, llenando el estrecho túnel con relámpagos blanquiazules y rayos rojos.
-No sirve de nada escapar -gruñe Gideon, acelerando a fondo el tractor-, sólo conseguiríamos que nos disparasen por la espalda.
El buggy de supervisión se lanza disparado directamente contra la ducha de fuego imperial.
Luke saca su pistola bláster y aprieta el gatillo. Su disparo solitario parece patéticamente inadecuado contra la tormenta de rojo y blanco. Gideon apunta al centro de la formación imperial y grita una desafiante maldición. El buggy se ha acercado a menos de 20 metros.
Un disparo de bláster golpea a Gideon de lleno en el pecho. El cuerpo del viejo minero cae hacia atrás, con los brazos colgando inertes a los lados. Luke se inclina sobre el cuerpo de Gideon y sostiene el volante con su mano izquierda. Continúa disparando con la derecha. Conforme el tractor avanza a toda velocidad, Gideon se desploma fuera del asiento del conductor, para acabar deslizándose completamente en la oscuridad tras los impulsores de levitación.
Con menos de cinco metros restantes hasta la formación, Luke no puede detenerse aunque quisiera. Mantiene un curso estable. Los soldados de asalto disparan de nuevo, rociando el buggy con torpedos de protones en miniatura. Toda la parte frontal explota, lanzando llamas y energía de plasma hacia el techo.
El buggy de supervisión va bandazos, pero la inercia lo lleva hacia delante. Sale rebotando sobre la parte central de la línea de imperiales. Sidney grita y sale volando del banco para caer en medio de los soldados de asalto. Luke no tiene tiempo para pensar si se detiene a ayudar al pada. El buggy está frenando... ¡muy deprisa!
Suelta el volante y se gira para mirar a los soldados de asalto, con la pistola bláster bien sujeta aún en la mano derecha. Rápidamente suelta el arma. Seis soldados de asalto están a menos de dos metros de distancia, con sus armas apuntándole al pecho.
Una figura vestida con un traje de vacío negro se le aproxima: Sebastian Parnell.
-Qué considerado de tu parte, entregarnos a Dena Tredway -dice, con una sonrisa sarcástica en los labios-. Si fueras tan amable de descender del vehículo, me encargaré de que recibas una recompensa adecuada.
Luke desciende lentamente, con las manos alzadas bien a la vista.
-Ya he visto sus recompensas, general. Prometo devolvérsela de igual modo.
La sonrisa de Parnell desaparece.
-No vivirás tanto tiempo, hijo mío.
El general hace un gesto con la cabeza a alguien que se encuentra detrás de Luke.
Un fuerte golpe resuena en el cráneo del joven rebelde, y entonces sus rodillas fallan y cae inconsciente.

El honor de los Jedi (77)

77
-¿Quién sabe qué nos encontraremos en esas luces? -comenta Luke-. Tomemos la rama de la izquierda.
Gideon gira obedientemente a la izquierda. El tractor avanza por un descuidado y estrecho pasadizo que traza curvas y se retuerce como una serpiente. Una vez más, el sentido de la orientación de Luke está completamente confuso. El hecho de que Gideon gire esquinas y tome bifurcaciones sin razón aparente no ayuda.
Treinta minutos más tarde, el minero se detiene. El túnel se acaba cinco metros más adelante. No es un callejón sin salida... simplemente termina en la nada.
El pasadizo conduce a una inmensa cueva. Luke no puede ver el techo, el fondo, o los lados de la caverna. Simplemente es un vasto hueco en mitad del asteroide. En alguna parte, en la distancia, una roca choca contra otra, luego ambas chocan contra nuevos objetivos. En poco tiempo, Luke escucha una breve avalancha de rocas.
-Esas son las canteras -comenta Gideon-. Siempre he deseado verlas.
-¿Qué es esto? -pregunta Luke.
-La veta principal de mineral -informa Luke-. Todos los pasadizos que hemos cruzado sólo son caminos de acceso para los hombres y el equipo. Las canteras son los gigantescos sumideros que conducen el mineral hacia la serie de tolvas que hay en la parte inferior de la mina. Es el método más eficiente de extraer el mineral de vetas tan grandes.
Gideon da la vuelta al tractor.
-Bueno, está claro que este no es el camino de salida. Probemos esa rama después de la gran Y justo antes de la T.
Mira a Luke buscando su aprobación.
-Lo que haga falta -dice Luke. Ha visto tantas intersecciones que no puede ni comenzar a suponer a cuál se refiere Gideon.
Gideon, sin embargo, sabe exactamente hacia dónde va. Poco tiempo después, se detiene en una rama en el túnel. El pasadizo a la izquierda continúa recto. El pasadizo de la derecha desciende en un ángulo de unos diez grados y se curva ligeramente a la derecha. Una leve brisa sopla desde detrás del buggy hacia ambos túneles. Un débil y agudo rugido retumba en el pasadizo de la derecha.

Han pasado dos horas desde que Luke rescató a Dena.

El honor de los Jedi (65)

65
-Veamos qué son esas luces -dice Luke.
Gideon gira el buggy de supervisión hacia el pasadizo de la derecha. Dos minutos después, entran en una espaciosa caverna bañada por la luz blanca de 20 lámparas que cuelgan del techo. Vehículos repulsores de todas clases y en todos las fases de desguace se alinean en las paredes. Una docena de droides trabajan para reparar los vehículos.
En el extremo más alejado de la caverna, un único droide se encuentra tras un mostrador que le llega a la cintura. Una barrera de malla de alambre se alza hacia el techo desde el mostrador. Tras el droide hay un taller de robótica. Gideon detiene el buggy de supervisión delante de la malla de alambre. El droide no alza la mirada de su videopantalla.
-Perdone -dice Luke, descendiendo del buggy-. ¿Puedes ayudarnos?
El droide continua estudiando la videopantalla por un instante. Finalmente, alza la cabeza.
-Depende de lo que quieran ustedes, supongo.
-¿Cuál está más cerca, el ascensor dos o el tres?
-Yo diría que el ascensor dos -dice el droide.
-¿Puedes decirnos cómo llegar hasta allí?
-Claro -responde el droide. Abre un cajón y saca de él un datavídeo de mano. Hace aparecer un mapa y pasa el datavídeo a través de una ranura de la malla-. Podéis quedároslo... por lo que he oído, creo que de todas formas pronto seremos desactivados.
-Gracias -dice Luke.
-De nada -dice el droide-. Pero recordad, los ascensores dos y tres están fuera de los límites.
Luke se aleja del mostrador, guardándose el datavídeo en el bolsillo.
-¿Y eso por qué? -pregunta.
-La corriente de aire -responde el droide-. Te absorberá por el pozo, directamente al ventilador. No será una visión agradable.
-Lo tendré en cuenta -dice Luke.
Luke entrega el datavídeo a Gideon, luego sube al buggy de supervisión. Diez minutos después, Gideon gira hacia un estrecho pasadizo que desciende. Un rugido distante y agudo resuena desde la oscuridad que tienen delante. Una brisa viaja por el túnel.

Han pasado dos horas desde que Luke rescató a Dena.

viernes, 19 de febrero de 2010

El honor de los Jedi (76)

76
-Veamos quién dejó abierta esa puerta -dice Luke-. Tal vez sepan hacia dónde van.
El pasadizo desciende en espiral hacia la izquierda con una pendiente de quince grados. Tras diez minutos de descenso en espiral, Luke se da por vencido de intentar adivinar cuántas vueltas han dado. Al final, el pasadizo se detiene frente a otra puerta anti-incendios abierta.
Gideon hace avanzar el tractor por la puerta. El túnel se nivela y se bifurca inmediatamente. La rama de la izquierda se curva en ángulo cerrado perdiéndose en la oscuridad. La rama de la derecha sigue recta hacia delante. Doscientos metros más allá por el pasadizo, un anillo de luces se aleja de la puerta anti-incendios. Un dolor sordo comienza en las profundidades del cerebro de Luke, y siente que se le revuelve ligeramente el estómago.
Por desgracia, el objeto que proyecta el anillo de luz no se ilumina a sí mismo.

El honor de los Jedi (49)

49
–Quien sea que dejó esa puerta abierta, no debería estar aquí –dice Luke–. Y sin no deberían estar aquí, no quiero tropezarme con ellos. Vayamos a las canteras, sean lo que sean.
El pasadizo asciende en espiral hacia la derecha en un ángulo de quince grados. Aunque la camilla de Dena está firmemente sujeta al banco, Luke le presta mucha atención para asegurarse de que no se desliza. Tras diez minutos de ascenso, se da por vencido y deja de intentar estimar cuántas vueltas han dado. El pasadizo termina frente a una puerta anti-incendios cerrada. Gideon deja el tractor en punto muerto y desciende del asiento del conductor.
–Estas puertas solían ser automáticas –dice–, pero los mineros cabeza de hojalata solían golpearse entre sí con las puertas. Los ingenieros pensaron que sería más seguro hacer que la gente bajase de sus buggies y mirasen que hay al otro lado.
Tras activar la apertura de la puerta, Gideon vuelve a subir al asiento del conductor y hace avanzar el vehículo. Inmediatamente, el pasadizo se nivela y se bifurca. El túnel de la derecha es recto y amplio. Al final, tal vez a un kilómetro o más de distancia, se abre en una amplia caverna iluminada por luces en el techo.
El pasadizo de la izquierda forma una curva avanzando hacia la oscuridad. No parece tan transitado como el pasadizo recto y ancho.

jueves, 18 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón (III)

Capítulo Tres
Los Sith se basaban en la glorificación del individuo y la subyugación de los demás. Esto tenía sentido, tal como la joven Seelah veía la vida en el palacio de Ludo Kressh.
Lo que no tenía sentido era por qué tantas personas de su pueblo -¡de su propia familia!- abrazaban las enseñanzas Sith sin tener la menor esperanza de poder avanzar. ¿Por qué un Sith viviría como esclavo?
No era así para todos. En el esquema general de las cosas, el Imperio Sith llevaba descansando en paz desde hacía años, pero un imperio de Sith es un imperio de esquemas más pequeños. A las órdenes de Kressh, la recién llegada a la edad adulta Seelah había visto a su maestro enfurecerse por las acciones de Naga Sadow. Ella había visto a Sadow en compañía de Kressh en varias reuniones, y casi todas ellas habían acabado en un estallido de furia. Los dos líderes diferían en todo, mucho antes de que el descubrimiento de una ruta espacial que conducía al corazón de la República los pusiera a discutir por la futura dirección del Imperio Sith.
Sadow era un visionario. Sabía que el aislamiento permanente era prácticamente imposible en un Imperio que comprendía tantos sistemas y tantas rutas hiperespaciales potenciales; la Caldera Estigia era un velo, no un muro, y podía ver las oportunidades a través de ella. Y en el entorno de Sadow, Seelah había visto muchos humanos y miembros de otras especies con estatus aparente. Incluso se encontró una vez con el padre del capitán Korsin.
Para Sadow, el contacto con lo nuevo era una cosa deseable... y los extranjeros podían ser tan Sith como cualquiera nacido en el Imperio. Para Kressh, que pasaba sus días en la batalla y sus noches trabajando duro en un aparato mágico para proteger a su joven hijo de todo mal, no podía haber un destino peor que escapar de la cuna cósmica de los Sith.
-¿Sabéis por qué hago esto? -habría preguntado Kressh una vez. En su borrachera de ira, había conmocionado a toda la casa, incluída Seelah-. He visto los holocrones... sé qué espera más allá. Mi hijo se parece a mí... al igual que el futuro de los Sith.
”Pero sólo mientras permanezcamos aquí. Allí fuera -escupió las palabras entre gotas de saliva y sangre-, allí fuera, el futuro se parece a vosotros.


En una ocasión, Adari Vaal le había dicho a Korsin que los keshiri no tenían un número lo bastante grande para describir su propia población. La tripulación del Presagio había tratado de hacer estimaciones en sus primeros años en Kesh, sólo para encontrarse con más pueblos más allá del horizonte. Tetsubal, con dieciocho mil residentes, había sido una de las últimas ciudades censadas antes de que los Sith finalmente se rindieran.
Ahora se habían vuelto a rendir. Los muros de Tetsubal estaban llenos de cadáveres, haciendo imposible un recuento de los cuerpos. Cuando llegaron aquella noche a lomos de uvak, Seelah, Korsin y sus acompañantes pudieron verlos a todos desde el cielo, cubriendo los caminos de tierra como ramas después de una tormenta. Algunos se habían derrumbado junto a las puertas de sus chozas de brotes de hejarbo. Pronto pudieron ver que el espectáculo era el mismo en el interior.
Lo que no vieron fue supervivientes. Si existía alguno, se estaba escondiendo muy bien.
Dieciocho mil cuerpos era una buena estimación.
Lo que fuera que había sucedido, ocurrió rápidamente. Una niñera había caído, sujetando aún al niño en un abrazo letal. Surcos de agua corrían por las calles, provenientes del acueducto; varios keshiri habían caído dentro y se habían ahogado justo junto a sus flotantes baldes de madera.
Vivo y solitario estaba Ravilan, nervioso e inquieto sobre a la puerta de la ciudad que permanecía cerrada. Había mantenido su posición en Tetsubal durante toda la tarde, y por eso aún lucía peor aspecto. Korsin se acercó a él en cuanto desmontó.
-Comenzó después de que me reuniese con mis contactos de aquí -dijo Ravilan-. La gente comenzó a desplomarse en los restaurantes, en los mercados. Luego comenzó el pánico.
-¿Y dónde estabas durante todo esto?
Ravilan señaló al círculo de la ciudad, una plaza con un inmenso reloj de sol muy parecido al de Tahv. Era la estructura más elevada de la ciudad, aparte del sistema de poleas accionado por uvak que alimentaba al acueducto.
-No podía encontrar a la ayudante que venía conmigo. Subí aquí de un salto para llamarla... y para supervisar lo que estaba pasando.
-upervisar -bufó Seelah-. ¿No me digas?
Ravilan suspiró con rabia.
-¡Sí, estaba tratando de mantenerme a salvo! ¿Quién sabe qué plaga podría tener esta gente? Estuve aquí arriba durante horas, viendo cómo caía la gente. Llamé a mi uvak, pero él también estaba muerto.
-Amarrad a los nuestros fuera de los muros -ordenó Korsin. Parecía nervioso a la luz de las antorchas. Extrajo un trapo de su túnica y se lo colocó sobre la boca, aparentemente sin darse cuenta de que era el último del grupo en hacerlo. Miró a Seelah-. ¿Agente biológico?
-Yo... no sabría decirlo -dijo. Su trabajo había sido con los Sith, nunca con los keshiri. ¿Quién sabría qué podría afectarles?
Korsin tiró de Gloyd hacia sí.
-Mi hija está en Tahv. Asegúrate de que regresa a la montaña -dijo-. ¡Ve!
El houk, inusualmente agitado, salió corriendo hacia su montura.
-Podría ser un agente aéreo -dijo Seelah, caminando aturdida entre los cadáveres. Eso explicaría cómo había afectad a tantos, tan rápido-. Pero a nosotros no nos ha afectado...
Un grito les llegó desde arriba. Allí, Seelah vio lo que su explorador había encontrado bajo otro cuerpo: la ayudante perdida de Ravilan. La mujer tendría unos cuarenta años, como Seelah. Humana... y muerta.
Seelah apretó con fuerza la gasa contra su rostro. Estúpida, estúpida... ¡Soy una estúpida! ¿Ya es demasiado tarde?
-Es lo bastante tarde -dijo Ravilan, atrapando su desprotegido pensamiento. Se dirigió a Korsin-. Ya sabes lo que hay que hacer.
Korsin habló con voz monótona.
-Quemaremos la ciudad. Desde luego, la quemaremos.
-Eso no basta, comandante. ¡Tenemos que acabar con ellos!
-¿Acabar con quién? -dijo Seelah bruscamente.
-¡Con los keshiri! -Ravilan señaló a los cuerpos que los rodeaban-. ¡Hay algo que los está matando y que puede matarnos a nosotros! ¡Tenemos que eliminarlos de nuestras vidas de una vez por todas!
Korsin parecía completamente abatido.
Seelah le tomó del hombro.
-No le escuches. ¿Cómo viviremos sin ellos?
-¡Como Sith! -exclamó Ravilan-. Este no es nuestro modo de vida, Seelah. Os habéis... nos hemos vuelto demasiado dependientes de estas criaturas. No son Sith.
-Tampoco lo somos nosotros, a la luz de tu gente.
-No me vengas con política -dijo Ravilan-. ¡Mira a tu alrededor, Seelah! Sea lo que sea esto, ya debería habernos matado. Si no lo ha hecho, deberíamos tomarlo por lo que es. Esto es una advertencia del lado oscuro.
Bajo la tela, Seelah se quedó boquiabierta. Korsin volvió de pronto a la realidad.
-Espera -dijo, tomando el brazo de Ravilan-. Hablemos de esto...
Korsin y Ravilan comenzaron a caminar hacia la puerta, que en ese momento estaba siendo abierta por sus ayudantes. El propio pueblo pareció exhalar, con el aire maldito pasando por la abertura. Seelah no se movió, hechizada por los cuerpos que la rodeaban. Todos los keshiri muertos le parecían iguales, rostros púrpuras y lenguas azules, caras retorcidas en una mueca de agonía.
Su equilibrio falló, y vio a la ayudante de Ravilan. ¿Cómo se llamaba? ¿Yilanna? ¿Illyana? Seelah había comprobado el árbol genealógico completo de esa mujer el día anterior. ¿Por qué no podía recordar su nombre ahora, cuando la mujer estaba en el suelo, ahogada con su lengua, hinchada y azul...?
Seelah se detuvo.
Se arrodilló junto al cadáver, cuidando de no tocarlo. Extrajo su shikkar -la hoja de cristal que los keshiri habían fabricado para ella- y cuidadosamente abrió la boca de la mujer. Allí estaba, la lengua de un azul enfermizo, los vasos sanguíneos hinchados y reventados. Lo había visto anteriormente en humanos, en los límites de su memoria...
-Tengo que volver -dijo Seelah, saliendo rápidamente por las puertas del pueblo-. Necesito regresar a casa... al hospital.
Korsin, que estaba dirigiendo a sus hombres para montar una hoguera, parecía confuso.
-Seelah, olvídate de que haya supervivientes. Nosotros somos los supervivientes. O eso esperamos.
Ravilan, intentando infructuosamente calmar a los uvak reunidos que Korsin había amarrado fuera de los muros del pueblo, alzó la mirada alarmado.
-Si estás pensando en llevar esta enfermedad a nuestro santuario...
-No -dijo ella-, me voy sola. Si los que estamos aquí estamos infectados, ya nada importa de todas formas. -Le arrebató a Ravilan las riendas de un uvak y le ofreció una sonrisa sin mucho entusiasmo-. Pero si no estamos infectados, es lo que tu dices. Es una advertencia.
Korsin la vio irse y regresó a la tarea de quemar el pueblo. Seelah no miró atrás, elevándose en la noche. No quedaba mucho tiempo. Necesitaba reunirse con toda su plantilla del hospital, con sus ayudantes más leales.
Y necesitaba ver a su hijo.


Cuando el alba asomó sobre las Montañas Takara, Tilden Kaah no se encontró a Seelah en la ducha... por mucho que ella ahora sintiera que necesitaba una. Seelah no había dormido en toda la noche. Cuando Korsin y Ravilan volviern al caer la noche, el refugio se había convertido en un centro de crisis.
Las comunicaciones eran el auténtico problema. Las muertes de keshiri anónimos cuasaron poca perturbación en la Fuerza para aquellos que en realidad no se preocupaban por ellos. Pero las repercusiones habían creado tal confusión en las mentes de los Sith que hasta los heraldos más experimentados estaban teniendo problemas para distinguir los mensajes. Korsin había sido cauto al llamar a su gente para que volviera de los pueblos y ciudades keshiri; hasta ahora, Tahv y el resto de las ciudades importantes no se habían enterado del desastre de Tetsubal, y no quería que una retirada en masa pusiera a los nativos en guardia. Los Sith dispersos tenían instrucciones de apartarse sin llamar la atención del contacto publico y comenzar el camino de vuelta.
Lo que había caído sobre Tetsubal aún no había golpeado las principales ciudades... pero los vuelos de reconocimiento aún estaban fuera, comprobando las zonas circundantes. Para cuando la voz se corriera hacia el interior, todos los Sith estarían a salvo en su reducto.
Seelah vio a Korsin varias veces a lo largo de la mañana mientras iba de un lado a otro. Él quería que su plantilla estableciese cuarentenas para la entrada al complejo. Ninguno de los Sith que habían quemado Tetsubal estaba mostrando síntoma alguno de enfermedad, pero había mucho en juego. Seelah tenía sus propias tareas en el hospital, y de hecho pocos de los miembros de su plantilla médica aparecían en público.
-Estamos trabajando en el problema -les había dicho.
Al llegar a casa a mediodía, Seelah vio a Ravilan de pie junto a Korsin, revisando informes. Korsin estaba demacrado por la falta de sueño... ¡su pequeño peluche púrpura no vendría hoy a comer! Pero Ravilan, a pesar de las desgarradoras experiencias del día anterior, parecía rejuvenecido; su cabeza calva mostraba un robusto color magenta.
-La cosa va mejor de lo que nos temíamos, Korsin -dijo Ravilan. Nada de Gran Señor ahora, advirtió Seelah. Ni siquiera comandante.
Korsin gruñó.
-¿Toda tu gente ha vuelto?
-Me han informado de que acaban de llegar todos a los establos. No es que sean unas vacaciones -dijo Ravilan, con sus tentáculos faciales agitándose ligeramente-, pero hay mucho trabajo que hacer. En nuestras nuevas prioridades.
Seelah alzó la mirada. Ese parecía el momento adecuado.
-¡Se acerca un jinete!
El heraldo sintió la aproximación del uvak mucho antes de que apareciera por el horizonte del sur. Se dirigió directamente hacia la columnata, el jinete posó su bestia y saltó a la superficie de piedra. Todos los ojos estaban dirigidos al recién llegado. Todos excepto los de Seelah.
-Gran Señor -dijo, falto de aliento-. Ha... ha vuelto a pasar... ¡en Rabolow!
Seelah escuchó el jadeo de Korsin.... pero vio como los ojos amarillos de Ravilan casi se salían de sus órbitas. Al intendente le costó unos instantes recuperar su compostura.
-¿Rabolow?
-Eso está en los Lagos Ragnos, ¿no es cierto? -Seelah miró hacia Ravilan y sonrió con falsa cortesía-. Allí es donde se asignó a tu gente ayer, ¿no es así, Ravilan? Los pueblos junto a los Lagos Ragnos.
Él asintió. Todos habían estado allí cuando se habló de ello. Ravilan se aclaró la garganta, seca de repente.
-Yo... debería hablar con mi socio que acaba de regresar de allí. -Pasó a toda prisa junto a Seelah, se giró e hizo una reverencia-. Yo.. realmente debería reunirme con ellos. Comandante.
-Hazlo -dijo Seelah. Korsin no dijo nada, aún estupefacto por la noticia reciente y la coincidencia. Vio cómo Ravilan desaparecía de la vista, dirigiéndose a los establos.
-¡Se acerca un jinete!
Korsin alzó la vista. Seelah pensó que casi parecía asustado, temeroso de las noticias que el jinete pudiera traer.
Las noticias eran otra ciudad de muerte, en otro de los Lagos Ragnos. Un tercer jinete habló de una tercera. Y un cuarto. Cien mil keshiri, muertos.
Korsin tenía los ojos abiertos como platos.
-¿Algo que ver con los lagos? ¿Con esas... qué eran... algas de Ravilan?
Seelah cruzó los brazos y miró directamente a Korsin, encogido y casi a la misma altura que ella. Estaba tentada de dejar que ese momento durase...
...pero había trabajo que hacer. Llamó a Tilden Kaah.
Su preocupado ayudante apareció desde la dirección del hospital sujetando un pequeño contenedor. Ella lo tomó y le indicó que se marchase.
-¿Sabes qué es esto, Korsin?
Korsin dio vueltas al vial vacío en su mano.
-¿Silicato cyanogénico?
Era de sus suministros médicos del Presagio... y también de loas provisiones que Ravilan guardaba para las criaturas a su cargo. En su forma sólida, explicó, era usado como agente cauterizador por sanadores que trabajaban con los massassi. Ella había visto como lo usaban una y otra vez estando al servicio de Ludo Kressh. Nada más débil podía hacer nada en las pieles de esos salvajes.
-Ya es bastante malo por sí mismo -dijo-. Pero si lo alcanza la humedad, se disuelve... y se intensifica un millar de veces. Una partícula por mil millones podría hacer cualquier cosa.
Las espesas cejas de Korsin se alzaron.
-¿Qué... qué podría hacer en una masa de agua? ¿O en un acueducto?
Seelah le tomó las manos con firmeza y miró directamente a sus ojos.
-Tetsubal.
Ella explicó la historia detrás de la muerte del porteador del hospital. El robusto Gorem habñia sido asignado al equipo de Ravilan para ayudar a recuperar lo que quedaba en las destrozadas secciones del Presagio. Aparentemente había tocado una cubierta sucia del botiquín de los massassi y murió en el exterior, no poco después de lavarse las manos. La muerte no fue instantánea, pero la víctima no llegó lejos.
Ravilan debió de haber visto la muerte de Gorem, dijo ella, y se dio cuenta de que tenía una herramienta contra los keshiri. Un arma que podría obligar a Korsin y al resto de los humanos a olvidarse de construir en este mundo... y a volver a comprometerse a abandonarlo.
Y ahora cada ciudad que los miembros de los Cincuentaysiete habían visitado el día anterior habían seguido el mismo destino que Tetsubal.
Korsin se giró y estrelló su silla del puente contra una columna de mármol, haciéndola añicos. No usó la Fuerza. No le hizo falta.
-¿Por qué harían eso? -Agarró con fuerza a Seelah-. ¿Por qué lo harían, cuando resulta tan obvio que seguiría el rastro hasta ellos? ¿Tan estúpidos... tan desesperados pueden llegar a estar?
-Sí -dijo Seelah, rodeándolo con sus brazos-. Tan desesperados pueden llegar a estar.
Korsin miró al sol, descendiendo ahora hacia la montaña. Soltándola, miró a los rostros del resto de sus consejeros, todos expectantes y asombrados.
-Que vengan todos los demás -dijo-. Diles que ha llegado el momento.