lunes, 3 de octubre de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón (y IV)

Capítulo Cuatro
-...cuando aterrizamos, éramos pocos. Nuestra supervivencia no estaba garantizada. La Tribu, en lo que nos hemos convertido, era el mecanismo necesario. Una vez que supimos que Kesh no suponía un peligro para nosotros, la única amenaza provenía de nosotros mismos...
El capitán de nave espacial estaba sentado en su sillón de mando, enfrentándose a la muerte... y, sin él saberlo, a varios de sus descendientes lejanos, separados por el tiempo. La imagen de Yaru Korsin parpadeó en el aire, creando misteriosas sombras en el atrio oscuro. No era ni el robusto Korsin de las pinturas posteriores, ni la deidad de ojos saltones de la escultura keshiri quien aparecía; era simplemente un hombre. Un rey guerrero del pasado, agarrándose el pecho y pronunciando sus últimas palabras.
-...y así como te he entrenado en secreto, Nida, hay otros secretos que has de mantener por siempre. El verdadero poder reside tras el trono. En caso de que ocurra un desastre... recuérdalo...
Tópicos transmitidos de un gobernante a su hija, ambos muertos desde hacía mucho. Hilts había estudiado las palabras durante tantos años, que para él ya habían perdido toda su magia. Cierto, aquella primera vez, hace tiempo, que vio a Yaru Korsin cobrar vida, había excitado su imaginación. Pero esta vez era diferente. De pie tras el dispositivo y su proyección, se encontró mirando no a la figura antigua, sino a través de ella, a la audiencia congregada. El atrio había sido limpiado de cadáveres y de guerreros vivos esa misma tarde; ahora, al caer la noche, sólo quedaban los líderes de las facciones, incluyendo una docena más que habían entrado desde fuera. Hilts examinó las caras una a una. Algunos tenían la misma mirada de asombro que una vez había tenido él; la humildad era un concepto nuevo para la mayoría de los Sith. Otros no parecían afectados en absoluto.
Hilts se centró de nuevo en Korsin. Cuando grabó eso, se estaba muriendo; desangrándose en el asiento que una vez había sido el sillón de capitán del Presagio, grabó apresuradamente un mensaje para su hija, quien estaba muy ocupada acabando con los rebeldes en otra parte de la montaña. Entre toses, el Korsin espectral hablaba de la jerarquía de la Tribu, y de cómo la estructura debía ser construida para evitar alzamientos como el que finalmente lo había matado. Acababa de pronunciar el fragmento acerca de matar a los cónyuges de los Grandes Señores fallecidos y de desterrar a Seelah; Hilts todavía podía sentir la rabia procedente de Iliana.
-...eso debería mantener a la Tribu a largo plazo, pero querrás comenzar a ascender a tu propia gente al rango de Señor. Tengo algunas sugerencias, dependiendo de quién sobreviva...
-Esta es la parte aburrida –espetó Iliana. Hilts se miró los pies. Ella estaba en lo cierto. Pese a la gran consideración en la que se tenía a ese documento, él sabía que incluía una gran cantidad de detalles logísticos. Varios de los líderes prestaban total atención, absortos, escuchando a Korsin hablar de sus antepasados intelectuales adoptados, pero para los demás resultaba tedioso.
Mirando a los miembros más inquietos, Hilts se preguntó cuál debía ser su próximo movimiento. Ahora estaba solo; Jaye había sido expulsado junto con sus compañeros de trabajo antes de que comenzase la lectura. Eso era bueno para ellos, de momento. Pero la Paz del Panteón concluiría cuando lo hiciera la grabación... y no parecía que esas palabras condujeran a ninguna clase de solución. ¿Cómo podría seguir con vida, y mucho menos proteger a su personal y su posición, si esto no solucionaba nada? Al infierno el futuro de la Tribu, pensaba Hilts. ¿Qué hay del mío?
Después de varios minutos, el discurso Korsin se ralentizó. La herida mortal estaba pasando factura, y las palabras se volvieron más personales. Hilts alzó la vista de nuevo, fascinado nuevamente por la momentánea conexión con un hombre de dos mil años de antigüedad.
-...Nida, hija mía, eres más que lo único bueno que vino de Seelah. Eres el futuro de los Sith en este planeta. No fue... elección nuestra vivir aquí. Pero es... nuestra decisión no morir aquí. Esa decisión... deberás realizarla tú...
Korsin se desplomó en su silla. La imagen se congeló.
-¿Esto es todo? –dijo Iliana.
Hilts la miró, sin sorprenderse de que ella hubiera ganado la carrera para hablar primero.
-Es todo.
Caminó hacia el dispositivo de grabación.
-Es suficiente –dijo con reverencia Korsin Bentado-. Acabáis de escuchar a un gran líder decirlo. Sólo puede existir una estructura de poder; la que él inventó. La que mi gente representará. No hay otro acuerdo.
-Estás equivocado –dijo otra voz. Hilts vio que pertenecía al líder de Destino Dorado, un grupo obsesionado con los aspectos estelares del origen de la Tribu-. Yo he escuchado a un gran conquistador describir un pueblo poderoso. Ni siquiera pretendíamos llegar aquí... y aún así sometimos este mundo al instante. ¡Cada ser humano de la galaxia es digno de tener su propio reino planetario! ¡Tenemos que dejar de luchar, volver a abrir el templo, y volver a las estrellas!
Hilts sacudió la cabeza al ver que las peleas comenzaban de nuevo. No había sables de luz, todavía; los líderes estaban demasiado ocupados contándose unos a otros lo que acababan de escuchar. Pero sólo era cuestión de tiempo. Jugueteó distraídamente con el dispositivo de grabación. Esta vez había conseguido con más facilidad que se iniciase, pero por alguna razón no se desactivaba correctamente.
Hubo un estallido de estática... y luego algo más. Imágenes fugaces, entrelazadas con la escena del Gran Señor fallecido.
-Hay algo aquí –dijo Hilts, ajustando el dispositivo-. Por debajo.
Un palimpsesto. Había escuchado a artistas keshiri hablar de ese concepto. En ocasiones, una segunda obra era pintada sobre una versión anterior, usando el mismo lienzo. El concepto no tenía sentido en la escultura... ¿y acaso no era la imagen proyectada una escultura viviente? Pero aún así, había algo allí. ¡Tal vez cuando Korsin usó el dispositivo para grabar su mensaje, ya había otro en su interior!
Volvió a trastear con los pocos controles que comprendía...
...y un monstruo apareció.
-¡Aquí vuestro señor, Naga Sadow, hablando con el capitán Yaru Korsin!
Los líderes se volvieron al instante, olvidando sus discusiones al oír la voz ronca. Pertenecía a algo no del todo humano, vestido con la túnica de un gobernante Sith. El rostro de Sadow tenía una tonalidad rojiza, y terminaba en dos tentáculos puntiagudos que se retorcían cuando hablaba. Las venas se marcaban en su cráneo calvo como cadenas montañosas.
Y mientras hablaba, gesticulaba con manos -¡qué manos!- terminadas en garras propias de un uvak
Neera de Fuerza 57 habló la primera.
-¿Qué... qué es esa cosa?
-Junto a Saes y el Heraldo, se te ordena conducir al equipo minero perteneciente a tu hermano, Devore, a Phaegon. Obtendrás cristales Lignan para mi causa y volverás a Kirrek.
Hilts tuvo que frotarse los ojos. El lenguaje era el suyo, si bien con un fuerte acento. ¿Pero qué era quien lo hablaba? Aparte de los keshiri, no había constancia de la existencia de ninguna otra especie inteligente en el universo.
Y ciertamente ninguna que diera órdenes a los seres humanos.
-Para esta misión, envío contigo a alguien con quien ya has trabajado, Ravilan Wroth, y sus guerreros massassi.
La imagen cambió... y si el rostro de Naga Sadow había sorprendido a los espectadores, la aparición del llamado Ravilan y su escolta hizo que todos se quedasen boquiabiertos. De piel completamente carmesí, Ravilan parecía aún menos humano que de Sadow, con protuberantes zarcillos en las cejas que hacían juego con tentáculos faciales aún más largos. Y monstruosidades del color de la sangre que se movían pesadamente detrás de Ravilan eran grotescas más allá de toda descripción.
La imagen parpadeó, y reapareció Naga Sadow.
-He mandado buscar a tu hermano, Devore, para informarle de que tú estarás al mando. Pero recuerda que todos vosotros estáis sujetos a mi ley y mi capricho. Es posible que dispongáis de más libertad de acción de la que otros Sith permiten a sus esclavos... pero a lo máximo que tu clase puede aspirar es a ser competente a mi servicio. Y eso es lo que pido de vosotros. Vuestro trabajo será crear mi gloria. Comenzad vuestros preparativos. Tened éxito en mi nombre. Falladme... y moriréis.
La imagen se desvaneció, dejando el atrio casi a oscuras. La luz de las estrellas se filtraba por las ventanas rotas.
Finalmente, Iliana habló.
-¿Qué era eso?
-Un mensaje –dijo Hilts, pasando con cautela los dedos por el dispositivo-. Un mensaje anterior. Creo que Korsin grabó encima del mismo... y que no se suponía que nosotros debiéramos verlo. -El aparato se había estado comportando caprichosamente en las últimas activaciones. Tal vez finalmente había dejado de hacer lo Korsin tenía previsto. Exhaló y miró a las claraboyas-. Creo que era, tal como dijo, Naga Sadow.
La multitud estalló, incrédula, y la más fuerte de las voces fue la de Korsin Bentado.
-Naga Sadow es sólo un nombre de los cuentos populares... el “aliado celestial de Korsin”. Esa... esa cosa actuaba como si el Presagio le perteneciera. ¡Y también su tripulación!
-No eran conquistadores –dijo mordazmente Iliana-. Eran destripaterrones. ¡Y el gran Yaru Korsin sólo era el chico de los recados!
Los grotescos parias de Fuerza 57 parecían los más horrorizados de todos, después de haber visto el verdadero rostro de Ravilan y sus marginados.
-Eso... eso no es un Sith –dijo Neera, casi en un susurro-. Eso es una locura.
Hilts se había quedado sin habla. Todos los pequeños misterios de su historia y todas las secciones censuradas de los textos cobraron sentido de repente, si a esto se le podía llamar sentido. Yaru Korsin y todo el panteón de fundadores habían sido esclavos... ¿de esa cosa?
-No es de extrañar que Seelah Korsin quisiera que todos nosotros fuéramos especímenes puros -dijo Iliana, de pie ante los demás-. Estaba santificando la raza.
Korsin Bentado daba vueltas por la sala con grandes zancadas.
-No, no puede ser. No puede ser. -Miró a Hilts-. ¡Tú! ¡Cuidador! Las Hermanas llegaron ante ti con antelación. ¿Has manipulado esa cosa?
-Yo no sabría por dónde empezar –dijo Hilts. Levantó el proyector del suelo y lo colocó de nuevo en su pedestal.
-Entonces... ¿qué significa esto?
-Significa que no somos sólo la Tribu –dijo Hilts-. Somos una Tribu Perdida. -Casi escupió el adjetivo. No había nada de qué enorgullecerse-. Estamos perdidos. No vinimos por nuestra cuenta; fuimos enviados, aunque no aquí. Pero una vez que nos estrellamos, Korsin se quedó... porque no quería volver y enfrentarse a eso.
Los murmullos se hicieron más fuertes. ¿Quién podría culpar a Korsin? Pero eso los convertía en algo realmente terrible.
Esclavos fugitivos.
Como en un relámpago, Iliana encendió su sable de luz y se lanzó hacia delante. Hilts retrocedió, dando un traspié, seguro de que iba a venir por él. En vez de eso, el arma chocó contra el dispositivo de grabación, partiéndolo en dos junto con el pedestal sobre el que se asentaba.
Hilts fue apresuradamente hacia las chisporroteantes mitades del artilugio.
-¿Por qué has hecho eso?
-No podemos permitir que nadie lo sepa –dijo Iliana a los demás, con voz grave-. Nunca quisieron que lo supiéramos. Seelah debió haber prohibido cualquier registro de lo que era realmente la gente de Ravilan. Es por eso que Korsin grabó encima del mensaje. Tenemos que mantener este secreto.
Hilts la miró.
-No veo cómo...
-¡No podemos dejar que los keshiri lleguen a saberlo! –dijo Korsin Bentado, el gigante estoico que ahora igualaba a Jaye en nerviosismo-. Si descubren que sus Protectores podían ser gobernados por criaturas como esa...
-No lo harán –siseó Neera-. Los mataré a todos antes.
-Eso no será necesario –dijo Iliana, aplastando los fragmentos del dispositivo de grabación con su bota-. El mensaje ya no existe.
Hilts miró los restos. Efectivamente, ya no existía.


Todo había ido predeciblemente mal. Veinte Sith no podían compartir un secreto, ni siquiera por su propia protección. Alguien había revelado la historia. Tal vez uno de los asistentes, angustiado y lleno de bebida, había revelado todo sobre los orígenes de la Tribu Perdida. Ciertamente, muchos de los camaradas de los líderes estarían ansiosos de tener noticias acerca de lo que había ocurrido durante la lectura. Y allí, acampados fuera, había humanos de todo Kesh, celebrando el Festival de la Ascensión de Nida. Humanos con uvak, listo para salir volando y transmitir las terribles noticias.
No eran especiales.
El resultado se vio con rapidez. Las ciudades de Kesh se habían ido desmoronando. Ahora ardían. Todas ellas, según las escasas noticias que llegaban desde el resto del continente. Hoy era el Día de Testamento según los calendarios habituales. Habían sido necesarios tan sólo ocho días para que la cancerosa verdad llegase a todos los lugares donde vivían humanos.
No eran nada.
Hilts echó un vistazo a las calles nocturnas desde la choza de brotes de hejarbo de Jaye. La humilde morada había sobrevivido a la primera tormenta de fuego, pero los incendiarios estaban otra vez en movimiento, y la choza no sobreviviría mucho más tiempo. Por todas partes, los keshiri observaban desde escondites, temiendo por sus vidas y al mismo tiempo fascinados por las convulsiones que se apoderaban de sus amos. La ira fluía con libertad mientras toda una raza trataba de suicidarse.
No merecían ser nada.
-Este es el final de los tiempos, Maestro Hilts –dijo Jaye, acurrucado junto a él en la puerta. El aterrorizado keshiri alzó la mirada a la nube de uvak enloquecidos, girando alrededor de las llamas.
Hilts simplemente asintió con la cabeza. Le había contado a su ayudante el contenido de la grabación. En realidad, ya no importaba. La población humana de Kesh ya se había reducido a unos cuantos miles por todas las luchas internas. ¿Cuántos podrían quedar? No había visto a ninguno de los líderes de las facciones desde que estallaron los disturbios... ni siquiera a Iliana, que parecía confiada en que el peligro había pasado. Qué equivocada estaba. Pero ahora todo estaba a punto de acabar.
Y, sin embargo...
...Korsin había dicho otra cosa. “El verdadero poder reside tras el trono”, había dicho. Fue una extraña declaración. Hilts había oído hablar de una expresión keshiri donde eso se refería a las contribuciones de un cónyuge. Pero el esposo de Seelah no podía referirse a eso. Había conocido a Iliana, su descendiente espiritual. Hilts no habría confiado en que ella no saquease su cadáver. Ningún Sith confiaba en un amante... y aún menos en uno como Seelah.
Hilts estaba de pie en el umbral.
-¡Cuidador, los amotinados van a verle!
El humano de pelo gris no prestó atención, buscando, en cambio, hacia el palacio con la mirada. Lo habían evacuado cuando la multitud se puso amenazante. Pero no era lo que allí había lo que ocupaba su mente ahora. Era lo que nunca hubo allí.
Un trono.
Con su capa ondeando tras él, Hilts salió apresuradamente a la calle. Alarmado, Jaye le siguió, teniendo cuidado de no pisar –ni mirar- a ninguno de los cadáveres de sus vecinos.
-¿Cuidador, qué ocurre?
-Es el trono, Jaye. ¡El trono!
El keshiri conocía el término. Los ancianos entre los Neshtovar solían construirlos para sí mismos.
-Pero Korsin no tenía trono.
-No en el palacio, hijo mío. ¡Mira! –Agarrando a su ayudante por los hombros, hizo que el keshiri mirara al oeste... hacia los picos cubiertos de nubes de las Montañas Takara. Rejuvenecido de pronto, Hilts recitó las frases que había memorizado hacía décadas-. “Hay otros secretos que has de mantener por siempre. El verdadero poder reside tras el trono. En caso de que ocurra un desastre... ¡recuérdalo!" -Entrecerrando los ojos por el humo, miró al lugar prohibido-. El trono de Korsin era su asiento en el Presagio... ¡y se encuentra allá arriba!
-Yo... no entiendo –balbuceó Jaye.
-No se suponía que debiéramos ver el mensaje de Sadow... pero ese no es el legado de Yaru Korsin. Hay algo más... algo que él mencionó en el Testamento. ¡Algo que podría salvar a la Tribu de sí misma!
Hilts respiró profundamente, más emocionado de lo que había estado en años. Durante toda su vida, había pensado que conocía toda la historia que había ocurrido, todo lo que Korsin tenía que decir. ¿Realmente podría haber dejado... una posdata?
-Sólo podemos hacer una cosa –dijo Hilts, ciñéndose su capa y caminando con confianza en medio del caos-. Vamos a desprecintar el templo. ¡Vamos a subir a bordo del Presagio!

sábado, 1 de octubre de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón (III)

Capítulo Tres
Tenían que destrozar precisamente las ventanas, pensó Hilts. Treinta años había pasado tratando de evitar que esa parte del importante edificio se viniera abajo. Los belicosos patanes acababan de hacerle retroceder a él y a su personal otros treinta años... suponiendo que sobrevivieran a esa tarde.
-Tengo que decir que estoy sorprendido de verles a todos ustedes aquí –dijo Hilts, pasando por encima de los cristales rotos hacia el centro de la sala. Los guerreros se habían apartado entre sí, pero todavía mantenían sus sables de luz ante ellos, dejando una pequeña cuña de espacio entre ellos para él y Jaye-. Faltan ocho días hasta el Día del Testamento. Pero esto es un palacio. Supongo que tendremos algunas habitaciones adicionales a su disposición...
-¡Cállate, anciano! –La fornida mujer de pelo negro llena de cicatrices dio un paso adelante y apuntó a Iliana-. ¡Queremos saber por qué está ella aquí!
Hilts volvió la mirada para ver a Iliana y sus compañeras, algunas ensangrentadas por la batalla, apoyando sus espaldas contra los Tubos de Arena, listas para su último asalto. La cara de Iliana brillaba desafiante.
-¡No respondas a esa cretina, Hilts!
-¡No oses alzar tu voz en este lugar, mujer! –El hombre calvo y corpulento con bigote negro dio un paso saliendo de su círculo de secuaces vestidos de cuero y dedicó un gesto poco educado a Iliana-. En la casa de Korsin no hubo sitio para Seelah... ¡ni lo hay para ti!
Al ver que la hilera de guerreros detrás de Iliana estaba presta a actuar, Hilts se interpuso rápidamente entre ellas y el gigante.
-Ustedes... ustedes son la Liga Korsinita, ¿verdad?
-Yo soy Korsin Bentado -dijo el hombre de cráneo reluciente, con su voz profunda y atronadora resonando en la cámara. Hizo un gesto a cada lado-. Este es Korsin Vandoz, y ya conoces a Korsin Immera de la última lectura del Testamento. Hemos venido, Cuidador, para celebrar las vidas de Yaru y Nida Korsin en este momento grandioso y celestial. Esperamos que todo esté listo...
-Bueno, lo estará...
-...y esperamos que pueda mostrar a aquellos de entre nosotros que viven desorientados la verdad del Testamento. Que el líder del vino del más allá, que la Tribu es el cuerpo del líder, y que aquellos que puedan poner en peligro el cuerpo no merecen ni misericordia, ni su vida –dijo Bentado. Miró con reverencia la estatua de la que Iliana se había burlado una vez e inclinó la cabeza-. Uno se convierte en todos, y todos en uno. Korsin ahora, Korsin por siempre.
-Lo que usted diga –dijo Hilts. Volviéndose, miró disimuladamente a Jaye y sacudió la cabeza. Hilts conocía bien a esta gente. Un antiguo esclavo había fundado la Liga Korsinita un siglo antes, tomando para sí mismo el título de Korsin, separado de la jerarquía de los Señores. Emancipado, modeló su vida siguiendo el ejemplo del primer Gran Señor y su hija, su sucesora; como solía declarar, cualquiera que fuera digno podía aspirar a la Korsin-dad, al igual que había hecho él. Sus seguidores lo tomaron en serio... y, al ser Sith, decidieron que ellos podrían igualmente adoptar el título para sí mismos. Cosa que todos lo hicieron, pasando sobre las quejas del fundador del movimiento... y, finalmente, sobre su cadáver. Ahora había cientos de auto-denominados Korsins, de ambos sexos, deambulando por ahí, recitando mantras y declarando sus imperios de uno a las multitudes a su paso. Iniciar una conversación con un Korsinita era arriesgarse a morir por disonancia cognitiva.
-¡Todavía quiero saber por qué se le ha permitido la entrada aquí a esa... esa mujer! –La mujer con el rostro marcado por cicatrices golpeó a Hilts en el hombro con su mano desnuda y le hizo girarse. Hilts se dio cuenta sobresaltado de que la mano tenía solamente tres dedos palmeados.
-Usted es de Fuerza Cincuenta y Siete, supongo.
-¡Obviamente! -Sus compañeros se empujaban detrás de ella, gruñendo salvajemente. Hilts pudo ver que Neera, la mujer, era en realidad la menos horripilante del grupo. Nadie sabía mucho sobre los 57 originales; evidentemente Seelah Korsin había tomado medidas para eliminar la existencia de esa facción de la memoria. Pero los relatos keshiri contaban que esos primeros miembros de la tripulación del Presagio eran deformes de algún modo, al contrario que los perfectos especímenes humanos de Seelah.
Los modernos Fuerza 57 eran muchos más que cincuenta y siete en número; observando a los aliados de Neera, Hilts se preguntó si todos los seres humanos deformes que vivían en Kesh habían encontrado su lugar entre sus filas. Eran fáciles de reconocer cuando se aventuraban cerca de la capital; incluso aquellos menos castigados por su nacimiento tenían docenas de cicatrices autoinfligidas. Cincuenta y siete, imaginaba Hilts, aunque nunca había tenido la oportunidad ni el deseo de contarlas.
-Seelah desterró a nuestra especie, para poder tener su feliz perfección –gritó Neera, señalando a los muros-. ¡Este lugar es vergonzoso! ¿Veis quién falta en estas pinturas, verdad? ¿Dónde está Ravilan, el líder de Los Diferentes? Mirad, ni siquiera se molestan en mostrar a Gloyd... ¡al que los Korsins dejaron vivir, como una mascota! –Escupió sobre el mármol-. ¡A vuestro precioso Panteón le faltan miembros!
-¡A vosotros también! –replicó Iliana-. ¡Seelah hizo bien en purgar a los defectuosos! ¡Y vamos a hacerlo de nuevo!
Las Hermanas se lanzaron hacia delante... sólo para ser bloqueadas por Hilts.
-¡Señoras, señores! -Mirando hacia atrás, Hilts vio que su triángulo de terreno neutral se había reducido-. ¡Este no es el lugar para esto!
-Tienes toda la razón, Cuidador –dijo Korsin Bentado, apretando las correas de su guante en la mano que sostenía el sable de luz-. Los profanadores deben pagar por su delito. Terminaremos esta batalla, aquí y ahora... y después fuera, donde están reunidas las demás facciones. La sangre santificará este lugar. La Liga Korsinita saldrá triunfante... y dentro de ocho días, sólo nosotros escucharemos las bendiciones de Yaru Korsin.
-¡Pero hay miles de personas ahí fuera! –exclamó con voz aguda Jaye, agazapado cerca de su amo.
-Si es así como ha de ser...
-¡No tiene por qué ser así! –gritó Hilts. Recordando el dispositivo de grabación, lo alzó en el aire-. Están aquí para la lectura. ¡Podríamos hacerla ahora mismo!
Iliana lo fulminó con la mirada.
-¡Dijiste que sólo se activaba en el Día del Testamento!
Hilts la miró y se encogió de hombros.
-Soy un Sith. Mentí.
-La Liga no aceptará una lectura del Testamento ningún día que no sea el del aniversario –dijo Bentado, con sus ojos dorados brillando bajo espesas cejas negras-. ¿Estarías dispuesto a ser tachado de hereje, Cuidador, al igual que estos otros? -Las filas comenzaban a moverse de nuevo detrás de él-. Escucharemos al fundador dentro de ocho días... ¡solos!
Viendo cómo los combatientes avanzaban, Hilts sintió a Jaye aferrándose fuertemente a él. En un instante hizo una conexión.
Ocho días.
-¡Jaye! ¡Tus cálculos! –exclamó Hilts con urgencia, tomando la cabeza del Keshiri que se refugiaba en su pecho-. ¡Tus cálculos sobre los Tubos de Arena!
El asistente levantó la vista, con lágrimas de pánico fluyendo libremente.
-¿Ahora? Pero usted dijo que nadie estaría interesado en...
-¡Ahora, Jaye! –gritó-. ¡Díselo!
Temblando de terror, el pequeño keshiri se separó de su maestro y se dirigió a la asamblea.-
-Discúlpenme, Señorías...
-¡No todos somos Señores, keshiri!
Casi se desmaya ante la respuesta de Neera. Sus inmensos ojos negros se volvieron hacia Hilts que, sin emitir sonidos, vocalizaba con urgencia: ¡Dilo!
-Discúlpenme, pero cuando los Protectores aterrizaron, trajeron su calendario estándar, que los keshiri adoptamos a pesar de la diferente duración de nuestros días y años...
Otro sable de luz se encendió en la multitud.
-…y calibramos nuestros Tubos de Arena con su crono mágico, a bordo del Presagio. Cuando el templo de la montaña fue sellado y el Presagio abandonado, los porteadores trajeron aquí los Tubos de Arena, para seguir midiendo el tiempo...
Dos sables de luz más, y más movimiento.
-...pero hace unos años nos dimos cuenta de que, en la llanura, la arena no fluye a través de las tuberías a la misma velocidad que en la montaña. -Con energía roja brillando en su rostro, Jaye tragó saliva-. Corre más despacio.
Bentado levantó su arma... y una ceja.
-¿Cuánto más despacio?
-Un segundo más despacio –dijo Jaye, con voz entrecortada-. Su Día Estándar es realmente un segundo más corto de lo que hemos estado utilizando durante todo este tiempo.
Neera y los miembros de Fuerza 57 rugieron con impaciencia.
-¿Y qué maldita importancia tiene eso?
Hilts apretó los puños y miró a Jaye.
-¡Díselo!
-¿Durante dos mil años? Supone una diferencia de ocho días. Lo que significa...
-Lo que significa -dijo Hilts, dando un paso junto a su tembloroso ayudante-, que de acuerdo a la auténtica medida del tiempo de nuestros fundadores, el Día del Testamento es hoy. Y el Festival de la Ascensión de Nida también comienza realmente hoy-. Miró a Iliana y bajó la voz-. Pero el día de Yaru es el importante.
Bentado avanzó a zancadas hacia la pareja, furibundo.
-¡Esto es absurdo! –Agarró a Jaye por la muñeca-. ¿Me estás diciendo que este loco keshiri ha contado todos los segundos prácticamente desde que aterrizó el Presagio? Eso deben ser diez millones de...
-La palabra en su idioma es millardo -apuntó Jaye con voz cascada-. Y son más de sesenta.
Iliana dio un paso adelante... y bajó su sable de luz.
-Está diciendo la verdad –dijo-. No veo ningún engaño en él. No veo gran cosa en él, realmente.
Bentado volvió la mirada a sus aliados, que asintieron con la cabeza en silencio. Incluso los deformes miembros de Fuerza 57 se habían detenido.
Hilts miró al keshiri, maravillado de que hubiera funcionado. Bien hecho. ¡Ahora cállate!
-La lectura está lista –dijo Hilts-. Declaro la Paz del Panteón. –Sosteniendo el dispositivo de grabación en el aire, miró uno a uno a los líderes de las diferentes facciones-. Desactiven las armas... y avisen a cada uno de sus líderes rivales para que entren –dijo-. Yo no puedo decirles cómo manejar sus asuntos. Tal vez Yaru Korsin pueda.

jueves, 29 de septiembre de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón (II)

Capítulo Dos
-Esto... es asombroso.
-No está bien, Cuidador.
-Yo no he dicho que lo estuviera –respondió Hilts a su ayudante-. Pero aún así es asombroso.
Conforme el sol de Kesh lanzaba sus primeros rayos sobre la ciudad, Hilts y Jaye miraban hacia abajo a los terrenos del palacio desde el balcón. Nunca habían visto la ciudad tan viva. Una palpitante alfombra de humanos y keshiri cubría lo que antiguamente había sido el Círculo Eterno, y la gente colocaba refugios portátiles para protegerse de la lluvia volcánica.
Los celebrantes comenzaron a reunirse al día siguiente de que Iliana y sus guerreras entrasen al palacio, reservando sitios en previsión del Festival de la Ascensión de Nida. A ninguno de los ciudadanos ordinarios se le permitiría estar presente en la lectura del Testamento, pero eso no parecía importar.
-Este planeta necesita una fiesta -dijo Hilts.
-Lo que quieren es un líder -respondió Jaye. Alzó sus ojos oscuros hacia el Cuidador-. Eso es lo que escuché que decía Iliana. Todos los humanos esperan obtener alguna orientación de de las palabras del Gran Señor.
Hilts se rió.
-Bueno, al menos serán sus palabras. –Lanzó una mirada al interior del palacio, donde Iliana y sus compañeras contemplaban con estupefacción la pirámide adornada-. Nunca averiguaran siquiera cómo encenderlo.
Eso era cierto, recordó Hilts; apenas fue capaz de hacer que el objeto funcionase durante el último Día del Testamento, veinticinco años atrás. Su predecesor lo había descrito como un dispositivo de grabación, y le había transmitido el antiguo secreto para activarlo... pero a Hilts le hicieron falta cuatro intentos para hacerlo correctamente el día señalado. Se preguntaba si tal vez algo fallase en el objeto. ¿Funcionaría este año?
No importaba. Él había trabajado bastante bien los últimos cuatro días, pensó Hilts. Para ganar tiempo, le había mentido a Iliana diciendo que el dispositivo sólo se activaba en el Día del Testamento. Eso no había detenido a arrogante la mujer para trastear con él, sin ningún resultado... pero la estratagema le sirvió para conseguir el alivio que esperaba. Junto al gentío que iba a la fiesta, los rivales de Iliana llegaron a Tahv mucho antes de lo previsto, evidentemente atraídos por los informes de sus espías de que las Hermanas de Seelah habían tomado el palacio. Ahora, en los campamentos de ahí fuera ondeaban los pendones de los Korsinitas, de Destino Dorado, de Fuerza 57, y un sinnúmero de otras facciones. La vanguardia de Seelah había tomado posiciones en el exterior de la entrada del palacio, pero no estaba claro cuánto tiempo podría impedir la entrada con el número de oponentes en crecimiento constante. Faltando ocho días antes del Día del Testamento, los enemigos de sangre habían aplazado la violencia, aprovechando en cambio la aglomeración de público como una oportunidad para hacer proselitismo. La Ascensión de Nida se había convertido en un festival del parloteo.
-Buscar un líder en este grupo -dijo Hilts-. Que el lado oscuro nos ayude a todos.
-La conjunción -dijo Jaye. Hilts temió estar a punto de escuchar una nueva sesión acerca de la teoría de Jaye, y de lo que realmente era el día de hoy, cuando el keshiri suspiró y le miró a los ojos-. Cuidador, nunca entenderé por qué usted nunca asumió el reto de gobernar la Tribu. Usted sabe más que nadie de los caminos de los antiguos.
-Sé demasiado -dijo Hilts, divertido-. Estos son los días del Loco Flagrante, amigo mío. Los hombres bien informados como nosotros no podemos llegar muy lejos.
-Pero la Tribu enseña que cada hombre o mujer libre puede crecer hasta convertirse en Gran Señor.
-Y eso es algo bueno para que yo lo crea -dijo Hilts-. Pero si lo crees, ya no es tan bueno. Y si esos tontos de ahí fuera también lo creen -continuó, señalando a la multitud-, se convierte en algo horrible. Tu oportunidad se encuentra en mi fracaso. –Sonrió-. ¿Y qué es eso de “la Tribu enseña”? Ya nadie está de acuerdo ni siquiera en qué es la Tribu. -El sistema educativo había sido una víctima más de la agitación. Bajo Korsin y sus sucesores, la gente había trabajado unida. Pero a medida que los individuos iban buscando cada vez más atajos hacia el poder único, la sociedad Sith, si es que podía llamarse así, se había derrumbado. Hilts dio una palmada en el hombro del joven ayudante-. No, ya es demasiado tarde. Al igual que Donellan, el tiempo me ha pasado por encima.
-No estoy de acuerdo...
-Escucha, Jaye. Cuando un hombre de edad avanzada te dice que algo es verdad, o bien le crees, o bien asientes cortésmente –dijo Hilts, alejándose de la barandilla-. Lo último que quieres hacer es sacudir su fe en su omnisciencia.
-¿Aún si está equivocado?
-Sobre todo si está equivocado. -Se volvió para dar un paso hacia el interior del palacio-. Y hablando de necios...
En el interior, Iliana continuaba manipulando la pequeña pirámide. Sólo permanecían dos de sus compañeras, el resto había marchado a guardar la entrada.
-Si se trata de algún tipo de dispositivo de grabación -dijo Iliana-, debe tener una fuente de energía. Tal vez un cristal Lignan.
-Si consigue descubrir cómo funciona -dijo Hilts-, usted misma se convertirá en uno de los registros históricos.
Avanzó hacia una posición no amenazante cerca de los Tubos de Arena. Después de encerrar a sus trabajadores en otra habitación, Iliana había mantenido al cuidador y a su ayudante en el área inmediata, listos para responder a las preguntas. Hilts no iba a irse a ninguna parte, de todos modos. Todo ese asunto se había convertido en un entretenido espectáculo... y los intérpretes, divertidos de contemplar.
Encontraba a Iliana una mujer atractiva, si bien completamente venal y poco fiable. Hilts nunca había tomado pareja, en parte debido a su misión sin futuro, pero también porque sabía que los Sith no saben compartir. Lo había visto en las historias una y otra vez: todas esas envidias y conspiraciones, incluso dentro de las familias. No era de extrañar que Yaru Korsin hubiera decretado que los cónyuges de los Grandes Señores fallecidos debían ser condenados a muerte. No había lugar para el veneno en el dormitorio.
No es que Iliana lo supiera. Ahora, como lo había hecho una vez el día antes, Iliana dio un paso hacia él y le miró a los ojos con repentina calidez.
-Cuidador, ¿estás seguro de que no hay manera de ver la grabación, ahora? ¿De alterarla?
Su mano enguantada acarició suavemente el brazo del hombre.
-¡Por la sangre de Gloyd, muchacha! Tengo el doble de su edad, por lo menos –dijo Hilts. La miró con incredulidad-. Y usted es una Hermana de Seelah.
Fulminándolo con la mirada, ella se echó hacia atrás.
-¡Y tú eres una vieja verruga purulenta!
-Eso me gusta más. ¿Podemos pasar a los hechos ahora? Aunque quisiera, yo no podría modificar el mensaje del interior. ¡Y no quiero! –Se dio la vuelta alejándose de ella y señaló las pinturas en las paredes del atrio, que representaban la llegada de los viajeros de los cielos-. Este artilugio es nuestro único enlace que funciona hacia ese pasado, a cómo llegamos a ser lo que somos. Yo no lo modificaría aunque mi vida dependiera de ello.
-¿Y si fuera la de otra persona?
Hilts escuchó el agudo siseo del sable de luz de Iliana al activarse. Girándose con precaución, vio que sus compañeras habían sujetado a Jaye por los brazos.
-Tranquilas, no creo que esto sea necesario.
-Yo creo que sí. Comienza a desmontar el dispositivo, Cuidador. Y mientras lo haces -dijo Iliana-, nosotras desmontaremos a este keshiri. Puede que quede algo de él, si trabajas lo suficientemente rápido.
La mirada de Hilts alternó entre su ayudante, retorciéndose presa del pánico, y el objeto brillante. Ni siquiera sabía por dónde empezar, pero tenía que hacer algo. A regañadientes, tomó la pequeña pirámide en la mano...
…y casi la dejó caer cuando varias figuras atravesaron las ventanas de vidrio sobre ellos, cayendo en el atrio. Vestidos con el antiguo traje de cuero de uvak de los Rangers Celestiales, los recién llegados se posaron en la superficie de mármol detrás de las mujeres que mantenían cautivo a Jaye y encendieron sus sables de luz. Al mismo tiempo, varias de las guerreras de Iliana del exterior entraron, huyendo del ataque de una espeluznante multitud de misántropos. Con su arma ya desenvainada, Iliana saltó a la defensa de sus aliadas, liberando a Jaye, que se lanzó al suelo cerca de los pies Hilts.
-¡Ahora, muchacho! –Sujetando la túnica de su ayudante con una mano y el dispositivo grabador con la otra, Hilts saltó hacia los Tubos de Arena, lejos de la refriega. Tras ellos, energía carmesí crepitaba, desgarrando carne Sith. Se dio cuenta de que había dos grupos de asaltantes luchando contra Iliana.
Al reconocer quiénes eran, Hilts se dio cuenta de lo que tenía que hacer.
-¡Basura humana! -gritó con furia Iliana al entrechocar su sable de luz con el de una mujer gigantesca con cicatrices.
-¡Criada traidora! -gritó una montaña calva de ira masculina, uno de los llegados desde arriba con armadura de cuero.
Enfrentándose, los combatientes parecían tan interesados en insultar a sus enemigos como en golpearles. Tanto era así, que en medio de los golpes, pudieron escuchar...
-¡Hey! ¡Aquí arriba!
Las cabezas se volvieron hacia el imponente artilugio de cristal imponentes que se alzaba junto a la pared norte. Hilts, desaliñado, se aferraba a la escalera de mantenimiento de los Tubos de Arena, con un Jaye aterrorizado en los escalones inferiores. Sosteniendo el dispositivo de grabación en una mano, el Cuidador tragó saliva y habló.
-Facciones de Kesh... huéspedes invitados... bienvenidos. Hmm... llegáis todos muy pronto.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El honor de los Jedi (150)

150
-¡Espero que tengas razón! -dice Luke, acelerando directamente hacia los cazas TIE.
Erredós silba una estridente protesta.
-Limítate a dejar atrás esos bichos -dice Erling, introduciendo instrucciones en el ordenador de navegación.
La maniobra de Luke toma por sorpresa a los pilotos imperiales. Ni siquiera disparan hasta que la lanzadera está casi sobre ellos. Cuando finalmente reaccionan, el efecto es devastador. Diez disparos de energía explotan en el escudo delantero, y 20 más destellan alrededor. La tormenta zarandea la lanzadera en seis direcciones distintas al mismo tiempo... algo que Luke consideraba imposible antes de experimentarlo.
Advertencias de control de daños destellan como chispas saliendo de un volcán. Erling lee con aire casual un informe de daños:
-Escudos sobrecargados, soporte vital reducido al 20%, antenas sensoras destruidas, cañones turbo-láser inhabilitados...
-¿Tenemos turbos? -exclama Luke.
-Ya no... ¿Continúo?
-¿De qué va a servir? -pregunta Luke-. En cuanto se pongan a nuestra cola, estamos acabados.
-Entonces será mejor que pases al hiperespacio.
-¡Si es que estamos listos! -Luke no espera a la respuesta de Erling. Un instante después, las estrellas ante ellos se vuelven rojas, y luego se difuminan formando rayos distorsionados por el efecto Doppler. De momento, están a salvo.
-Ahora, antes de que choquemos contra un quasar o seamos absorbidos por un agujero negro, dime por qué no hemos tenido que calcular una ruta.
-En seguida -dice Erling-. Pero antes, debo decir algo importante.
-¿Qué puede ser más importante que esto? Podemos convertirnos en diez toneladas de polvo cósmico antes de darnos cuenta de que estamos muertos.
-Confía en mí... sobreviviremos. Pero al ver lo que hiciste con la Fuerza antes...
-¿Qué? ¿Casi hacer que nos maten al intentar presumir?
Erling suelta una risita.
-No, sentir a Darth Vader. En ese momento, comprendí muchas cosas que me han tenido confundido toda mi vida.
-No eres el único que ha aprendido una lección ahí abajo -dice Luke, pensando en su celda solitaria en el Bloque de la Muerte.
-La Fuerza realmente existe, ¿verdad?
Luke asiente.
-Está ahí. No puedes convocarla cuando tú quieres, pero está ahí cuando la necesitas.
-Comprendo -dice Erling-. Finalmente, lo comprendo.
-¿Qué?
-Mi padre. Luchó junto al tuyo en las Guerras Clon. Yo era lo bastante joven como para pensar que todo era un juego glorioso. Pero cuando regresó, toda la alegría le había abandonado. Era un hombre triste... no acabado, pero el peso de la galaxia recaía sobre sus hombros. Nosotros no comprendimos... al menos Madre y yo no lo hicimos. Pensábamos que la paz le aburría.
”De modo que cuando la guerra llegó hasta nosotros, le culpamos a él. El Imperio comenzó a perseguir a los Jedi... estoy seguro de que ya conoces esa parte. Abandonó su asteroide ancestral, pero eso no impidió que los imperiales siguieran molestándonos. Llegaban cada cierto tiempo, registrando la casa y amenazándonos con llevarnos a prisión. Madre suplicaba que nos dejasen tranquilos, pero ellos le decían que regresarían hasta que lo atraparan. Fue entonces cuando Dena y yo aprendimos a odiar a los imperiales. Pero yo también aprendí a odiar a alguien más: a mi padre. Le culpaba a él de nuestros problemas; era demasiado joven para entender contra qué luchaba, y por qué su “magia” Jedi no podía hacer que los imperiales desaparecieran.
”En cualquier caso, una vez regresó para visitarnos, y le dije lo que pensaba. No se marchó. Cuando los imperiales regresaron, luchó contra ellos... y ganó. Días después, llegó Darth Vader.
-Eso explica muchas cosas -dice Luke.
-Sí... pero no sirve de excusa. No puedo hacer desaparecer el dolor que le causé a mi padre, ni devolver la vida a tus amigos.
Luke comienza a contarle a Erling acerca del chip de mensaje que encontró, pero decide morderse la lengua. Todavía no sabe por qué Mon Mothma considera que Erling es tan importante. Hasta que lo sepa, sería temerario revelarle lo poco que sabe.
-Creo que acabas de reconciliarte con tu padre -dice.
Erling se limpia una lágrima de la mejilla.
-Gracias. Pero a ti también te debo una disculpa. Cuando te hablé acerca de tu padre, pretendía herirte. Mi padre respetaba a Anakin Skywalker por encima de los demás Jedi, ¿sabes? Cuando las cosas se pusieron feas, yo esperaba que tu padre apareciera e hiciera que todo volviera a estar bien. Por supuesto, no lo hizo... de modo que traté de igualar el marcador hiriéndote.
-Probablemente ya estuviera muerto -dice Luke.
-Estoy seguro de que ya lo estaba... o de lo contrario habría venido, lo sé. ¿Puedes perdonarme por profanar la memoria de tu padre?
-Ya lo he hecho -dice Luke-. Ahora, me debes una explicación... -Antes de poder terminar su frase, la lanzadera aminora y sale del hiperespacio. Un pequeño asteroide oblongo flota ante el ventanal delantero-. ¿El asteroide de Ire Eleazari? ¿Cómo?
Erling asiente.
-Te lo explicaré. Pero, por favor, démonos prisa, me gustaría ver a mi hermana.
Luke conduce la lanzadera hacia el túnel que protege el hogar de Ire. Rápidamente se introducen en un par de trajes de vacío y se dirigen a la esclusa. Cuando la puerta interior se abre, se encuentran mirando a los cañones de dos rifles bláster. Ire Eleazari sostiene uno, y Dena Tredway, ya vestida y sostenida por sus propias piernas, sostiene el otro. Los ojos verdes de Dena aparecen gélidos, amenazantes, y aprieta su elegante mandíbula con determinación.
-Quitaos esos cascos -ordena-. ¡Y será mejor que reconozca a alguno de vosotros!
Luke y Erling abren obedientemente sus trajes. Tan pronto como Dena ve el rostro de Erling, deja su rifle a un lado y lo rodea con sus brazos.
-¡Estás a salvo!
Ire Eleazari también baja su arma.
-Me alegro de volver a verte -susurra a Luke-. Has hecho una buena obra.
Erling devuelve calurosamente el abrazo de Dena.
-Permíteme que te presente al hijo de Anakin Skywalker -dice, señalando a Luke.
Dena se vuelve hacia a Luke, con ojos cálidos de afecto.
-Ya nos conocemos -dice-. Y me alegra decir que incluso cuando no estoy conmocionada, creo que eres más guapo que tu padre. Espero que puedas pensar algún modo de que pueda mostrarte mi aprecio por todo lo que has hecho.
Ire pone los ojos en blanco y Luke se ruboriza.
-Hay una cosilla -dice.
-Dime -dice ella con un ronroneo.
-¿Puedes decirme cómo Erling seleccionó nuestras coordenadas de salto? Teníamos 30 cazas TIE en la cola y estábamos a escasos instantes de morir. Entonces saca de la nada un juego de coordenadas, ¡y aquí estamos! ¡Y ahora, no me quiere decir cómo lo hizo!
Dena se ríe y posa una cálida manos sobre el brazo de Luke.
-Eso es porque no lo sabe -dice-. Mi familia siempre ha tenido un don para saber coordenadas, cualquier coordenada, y él es el mejor de todos nosotros.
-Tan sólo visualizo a dónde quiero ir -aclara Erling-, y entonces sé cómo llegar allí. No me pidas que lo explique; no puedo.
-La Fuerza no puede explicarse -responde Luke.
-¿La Fuerza? ¿Realmente lo crees?
Su hermana asiente.
-Yo solía llamarlo “astrogación instintiva”, pero debe tratarse de la Fuerza.
Luke se encoge de hombros.
-Es la única explicación que conozco. Supongo que no podrías utilizar tu talento para ayudarme a encontrar un nuevo mundo para la base rebelde.
-De hecho -dice Dena, mirando a Luke con interés renovado-, sí que puede. Hemos estado trabajando en un pequeño proyecto...
-¡Con Mon Mothma! -deduce Luke.
-¿En serio? -pregunta Erling. Dena se queda boquiabierta por la sorpresa.
-Yo encontré el chip de mensaje -explica Luke.
-Entonces sabes por qué Erling es tan valioso. Puede encontrar cada planeta, luna y roca suelta en más de un millar de sistemas, cartografiados o no, ¡incluyendo instalaciones imperiales!
-¡Pero yo pensaba que estábamos expandiendo nuestras operaciones! -protesta Erling, con su rostro cambiando lentamente conforme va comprendiendo-. ¿Hemos estado trabajando para la rebelión todo este tiempo?
Casi parece furioso.
-Lo siento -dice Dena-. Usar un droide era demasiado arriesgado, pero ¿quién podría imaginarse una base de datos humana?
-Ella no podía decírtelo -dice Ire con su voz estereofónica-. Había una gran probabilidad...
-¡De que hiciera una estupidez! -completa Erling. Dena baja la mirada, temerosa de haber enfurecido a su hermano. En lugar de comenzar a gritar, éste suelta una risita-. Estaba animando a la resistencia pasiva porque la rebelión no me reclutaba -dice-. ¡Por el sol oscuro, qué torpe he sido! No me extraña que lo mantuvieras en secreto, Dena. ¿Y quién puede culpar a Mon Mothma por no quererme?
-Habrá un lugar tanto para ti como para tu hermana en el Mando de Inteligencia -dice Luke-. Seguramente podré testificar a vuestro favor. -En ese momento, se le ocurre otra idea, y se vuelve hacia Ire Eleazari-. Y estoy seguro de que podremos encontrar un lugar para un buen doctor -dice.
-Gracias -dice Ire-. Pero mi penitencia aún no está completa.
-¿Penitencia? -repite Luke, dejando que su curiosidad supere a sus buenos modales.
-Ire fue desterrado de su rebaño por 30 estaciones, pero fue Oosea... -comienza a explicar Dena,y luego se encuentra con la mirada del ithoriano.
Ire continúa la historia.
-Oosea traiciona al rebaño y trafica con los imperiales. Debe ser detenido; descubierto como lo que realmente es. Todo el rebaño sufre.
Silencioso de pronto, parece como si Ire no estuviera acostumbrado a discutir temas tan personales. Luke está impresionado de que el doctor confíe en él tanto como para explicarle.
-Algún día, verás al traidor Oosea abandonar Tol Ado -dice Dena-. Hasta entonces, que la Fuerza te acompañe.
-Y a todos vosotros -responde Ire.
Dena toma a Luke del brazo.
-Te veré en la base principal, ¿verdad? -pregunta.

Fin

sábado, 17 de septiembre de 2011

El honor de los Jedi (145)

145
-Parémonos a pensar un momento -dice Luke, dirigiendo la lanzadera de vuelta hacia la atmósfera de Tol Ado. Se hunde en las nubes negras. Las corrientes de aire superiores los agarran inmediatamente y vuelven a sacarlos fuera. Una docena de nubes de energía bláster estallan en los escudos de la lanzadera. Esta vez, las luces de control de daños brillan como una lluvia de meteoritos en una noche sin nubes. Luke obliga a la lanzadera a volver a las nubes, esta vez en un ángulo más pronunciado.
-¡Han sobrecargado los escudos! -informa Erling.
-Entonces tendremos que ser más listos que ellos -dice Luke. Hace girar a la lanzadera.
Dos disparos de energía estallan delante de la cabina. La lanzadera se agita, y luego apunta hacia abajo. ¡Los TIEs les siguen hacia la atmósfera! Ignorando los puntos ante sus ojos, Luke tira de los controles hacia arriba. La lanzadera sólo responde débilmente.
-Controles de estabilidad dos a seis fundidos -advierte Erling.
-¡Entonces vamos a volver a la cárcel!
Sólo les funciona un estabilizador. Con suerte, Luke puede frenar su caída y guiar a la maltrecha lanzadera hacia una bahía de atraque. Ni siquiera un piloto de su calibre puede hacer mucho más con lo que se ha convertido en una roca a motor.

Luke tiene un consuelo: gracias a Darth Vader, el general Parnell no estará allí para recibirles. Por desgracia, para cuando Luke pueda escapar de Tol Ado, el general Parnell casi parecerá su tío favorito. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (151)

151
-¡Será mejor que salgamos del planeta, rápido!
Erling dobla la esquina hacia el pasillo y se dirige a la estación de lanzamiento. Los soldados de asalto parecen claramente incómodos al indicarle que se detenga.
-¿Código de autorización?
Erling apunta a quien ha hablado con su índice enfundado en su guante negro.
-Ya tienes todas las autorizaciones que necesitas.
El guardia lanza una mirada a su compañero.
-No le vimos entrar, Lord Vader.
-Preparen una lanzadera para su despegue. No tengo mucho tiempo.
Luke se siente físicamente enfermo; sea cual sea el peligro, se acerca.
Los soldados de asalto dudan.
-¡Háganlo ya! -ordena Erling.
-Sí, Señor. -Se hacen a un lado y abren las puertas.
¡El gobernador general Sebastian Parnell se encuentra de pie ante ellos!
-Qué extraño, Lord Vader, verle aquí... ¡cuando acabo de dejarle en mi oficina!
Incluso mientras Luke salta del carro, colocando su sable de luz en posición defensiva, se da cuenta de que no hay esperanzas de escapar. Hay demasiados guardias, y no hay posibilidad de retirada, no esta vez.
Las palabras de Erling resuenan:
-Desenmascaren a ese impostor... Los quiero vivos.
Y Erling Tredway es golpeado por los anillos concéntricos de un bláster configurado para aturdir.
Luke bloquea los primeros disparos dirigidos hacia él, con sus sentidos trabajando de forma refleja, pero no puede protegerse de todos los lados al mismo tiempo; de pronto, se siente caer al negro vacío de la inconsciencia, con su agotado cuerpo paralizado, y su mente protestando congelada en un grito silencioso.

Cuando despierte, Luke tendrá tiempo de sobra como prisionero estrella de Tol Ado para pensar en su fallido intento de rescate... y en el probable paradero de Erling Tredway. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (147)

147
-Da la vuelta -ordena Luke-. ¡Vader está aquí!
-¿Cómo lo sabes?
-La Fuerza -explica Luke-. Puedo sentirlo.
-Yo no siento nada.
-¡Entonces confía en mí!
Erling regresa obedientemente una vez más al almacén donde descansaron tras escapar de la sub-instalación. Veinte minutos después, el cosquilleo en la mente de Luke comienza a remitir. Se asoman a la intersección para echar un vistazo al pasillo principal. Cincuenta metros más allá, un único carro repulsor avanza hacia el complejo administrativo. En el asiento del pasajero se encuentra una gran figura provista de una capa. La armadura no sólo es negra: es la personificación de la falta de luz. Incluso desde esa distancia, la figura irradia una tangible nube de maldad.
-¡Darth Vader! -susurra Erling.
El carro se detiene de pronto y la cabeza cubierta con el casco mira lentamente a un lado y a otro. Luke da un paso atrás, apartando también a Erling.
-¡Siente mi presencia!
Esta vez, Erling no protesta.
Al no ver aparecer a Vader doblando la esquina, Luke se atreve a echar otro vistazo al pasillo. El carro ya no es más que un pequeño punto. Vuelven a subir a su propio carro, y luego regresan a la estación de lanzamiento. Al acercarse a las puertas, Erling mira directamente al frente, ignorando a los guardias. Los guardias se echan ligeras miradas entre sí, y luego el de la izquierda salta como con un resorte para pulsar el activador. Las puertas se deslizan abriéndose justo cuando el capó del carro alcanza el umbral.
La estación de lanzamiento del personal de mando es una pequeña bahía de atraque, con espacio para contener una docena de lanzaderas. En este momento, seis lanzaderas se alinean una junto a otra en la primera hilera. Un pequeño centro de control se encuentra elevado en el muro de la izquierda. A la derecha, un campo de fuerza selectivo protege la bahía contra las tormentas cáusticas de la oscura atmósfera de Tol Ado. Aunque la atmósfera es negra como el espacio profundo, parece estar viva, girando y arremolinándose... del mismo modo que una araña inmóvil parece estar viva.
-¡Lord Vader! -Sebastian Parnell se acerca por la izquierda, con tres soldados de asalto tras él-. Me dijeron que me había perdido su llegada.
Erling mira lentamente al general.
-Y así ha sido. Ya me iba.
Parnell parece percatarse por primera vez de la presencia de Luke.
-¡Pero acaba de llegar sólo hace unos minutos! ¿Cómo...?
-Su intelecto no puede comprender el poder de la Fuerza, general.
Parnell baja la mirada y se mueve nerviosamente.
-¿Nos honrará con su compañía por unas horas? -pregunta, sin alzar la mirada.
-Ya tengo lo que venía a buscar -dice impaciente Erling.
Parnell alza su mirada y encuentra los oscuros vacíos de las placas oculares del casco de Erling.
-Por supuesto. ¿Le preparo su lanzadera?
-De inmediato.
Parnell se dirige a un soldado de asalto.
-Haz que preparen la número seis. -El soldado se apresura hacia la lanzadera más lejana-. Sólo tardará un instante. Dígame, ¿se encuentra bien el Emperador?
-¿Se atreve a ponerme a prueba? -pregunta Erling.
-Por supuesto que no -dice Parnell sin cambiar de tono-. Veo que su lanzadera está lista, Lord Vader. -Sin responder, Erling mueve el carro repulsor hacia la lanzadera. Apenas han avanzado poco más de dos metros cuando Parnell vuelve a hablar-. Lord Vader, va a la lanzadera equivocada. -Señala a una lanzadera más cercana-. Ésta es la suya, ¿no es así?
-¡Acelera! -ordena Luke, agarrando el sable de luz del cinturón de Erling. ¡La prueba de Parnell era más sutil de lo que habían pensado!
Erling pisa a fondo el acelerador. El carro salta hacia la lanzadera que Parnell había ordenado preparar para el despegue. Los guardias del general disparan. Los disparos pasan rozando el carro y se estrellan contra el costado de la lanzadera número dos. Erling los esquiva colocándose tras la lanzadera número uno. Continúa hacia la número seis, al otro extremo de la fila, protegido del fuego de los soldados.
En la número seis, el único soldado que Parnell había enviado para prepararla se encuentra entre ellos y la rampa de acceso bajada. No se ve a la tripulación por ninguna parte. Erling dirige el carro directamente hacia él y acelera. El soldado mantiene la posición por unos instantes, disparando un par ce veces al carro. Erling no aminora, y el carro golpea al soldado enviándolo diez metros volando por el aire. Rebota sobre la lanzadera y cae ruidosamente al suelo.
Desmontan a Erredós del carro y corren a la rampa de entrada. Para cuando los soldados de asalto de Parnell alcanzan la lanzadera, Luke ya ha cerrado todas las escotillas y está sentado en la cabina. Activa los escudos de energía y sus disparos rebotan inocuamente en el hangar. Luke activa el motor subluz y saluda a Parnell mientras se calienta. El general ignora a Luke y grita a sus guardaespaldas. Sus amenazas no sirven de nada; los disparos de bláster no pueden penetrar los escudos pesados de una nave espacial.
Luke retira el tren de aterrizaje. Cuando se gira para despedirse de Parnell una última vez, el general cae de rodillas. Se sujeta la garganta y se tambalea inestable, como si se estuviera ahogando. Casi parece como si una figura invisible le estuviera aplastando la tráquea.
Una inmensa figura vestida de negro se encuentra de pie en la puerta del hangar, con la mano derecha extendida como si sostuviera un gigantesco cetro. Incluso a través de los escudos y el casco de la nave, Luke siente el calor de la ira de Vader. Gira la lanzadera hacia el escudo atmosférico y acelera hacia las nubes negras de Tol Ado.
Diez turbulentos minutos después, dejan atrás las nubes. Treinta bolas con dobles alas les rodean por delante, y Luke ve los puntos de fuego de más motores TIE acercándose desde todas partes.
-¡Estamos rodeados! -exclama Luke-. Tendremos que volver a entrar en las nubes.
Lo que no dice es que los Luke probablemente puedan localizarlos electrónicamente, y luego saltar sobre ellos cuando traten de escapar de nuevo. A menos que pueda pensar en un plan mientras estén en la atmósfera, podrían igualmente tratar de luchar ahora.
-¿No podemos atravesarlos? -pregunta Erling.
Los TIEs que se encuentran sobre ellos descienden. Sesenta cañones láser destellan y una docena de disparos dan en el blanco. Las luces de la cabina pierden intensidad conforme los escudos disipan los daños hacia el espacio.
-Claro -responde Luke-. Nuestros escudos aguantarán unos diez segundos.
-Eso es todo lo que necesitamos -dice Erling.
-¿Estás loco? Nos costará cuatro o cinco minutos completar los cálculos de hiperespacio. Hasta entonces, somos como patos de feria.
-Puedo conseguir coordenadas en dos segundos, si puedes sacarnos de este pozo de gravedad.
-¡Ni hablar! -exclama Luke-. Un salto a ciegas es una muerte más segura que esta.
-No será a ciegas.
-¿Cómo puedes hacer eso? -pregunta Luke.
-Simplemente, puedo. Debes confiar en mí.
Otra andanada de disparos de TIEs sacude la lanzadera. Esta vez, las luces de la cabina permanecen apagadas todo un segundo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

El honor de los Jedi (92)

92
La estación de lanzaderas del personal de mando es probablemente el hangar de lanzamiento más pequeño de Tol Ado. Un pequeño centro de control domina 12 estaciones de lanzamiento. Lanzaderas negras y fuertemente armadas ocupan la mitad de las estaciones de lanzamiento. Sólo una lanzadera parece estar preparada para despegar.
Al otro lado del hangar, un campo atmosférico selectivo mantiene la atmósfera de Tol Ado en el interior. Al observar el gas negro girar y arremolinarse, Luke siente como si estuviera enterrado en el núcleo del planeta en lugar de encontrarse en su superficie.
Oosea sube a bordo de la lanzadera que se está preparando para el despegue. Luke se toma unos minutos, y luego él también le sigue. En el interior, la lanzadera consiste en una docena de filas de asientos. Un único soldado de asalto monta guardia en la entrada.
-¿Código de autorización? -Luke recita el código que le han dado, esperando que el soldado de asalto no pueda oír el latido de su corazón tan claramente como él. Para su alivio, el soldado se hace a un lado-. Elija su asiento.
Toma un asiento cerca del ithoriano, quien le observa durante un largo instante con mirada gélida. Luke palpa su sable de luz; su elección de asiento no es un accidente. Tiene un mal presentimiento sobre Oosea. Si el ithoriano le causa cualquier problema, quiere estar lo bastante cerca para vengarse antes de caer. Tal vez el significado del asiento de Luke no pasa inadvertido para Oosea, porque simplemente aparta la mirada y finge no haber reparado en la presencia de Luke.
Diez minutos después, la lanzadera despega.

¡Luke está libre! La lanzadera vuela al ajetreado depósito imperial en Poe. Desde allí, Luke no tiene problemas para regresar a la base rebelde, donde encuentra a un aliviado -¿y tal vez un tanto engreído?- Erredós esperándole. Por desgracia, no puede considerar que su misión haya sido un éxito... y no sólo porque haya fracasado en encontrar una nueva ubicación para la base rebelde. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El honor de los Jedi (134)

134
La luz hace que a Luke le duelan los ojos. En realidad, le duele todo. Su cabeza se siente como una cáscara de huevo agrietada. Luke se pregunta si corre el riesgo de que su cerebro se escape por la grieta. A juzgar por el velo que nubla sus pensamientos, parece que parte de él ya ha escapado.
El cuerpo también le duele. Alguien debe de haberlo sujetado a un mecanismo de condicionamiento. No sólo siente que sus músculos están magullados, también los siente exhaustos y doloridos... como si acabara de aterrizar en un planeta de alta gravedad tras dos años en ausencia de peso. ¿Qué le ha pasado?
La luz oscila. Un droide médico Emedé-cinco flota sobre él. Tras el droide, sólo ve una extensión negra. Trata de incorporarse y se encuentra amarrado a una mesa de reconocimiento. Los pasos de un hombre suenan en un suelo de duracero, y luego su eco resuena en muros metálicos.
-Mi amigo electrónico dice que vivirás. -¡Sebastian Parnell! Luke trata de girar la cabeza, pero una gruesa correa la mantiene firmemente en su lugar-. Eres muy afortunado. Recogimos al soldado de asalto en una bolsa. ¿Tus talentos especiales te salvaron?
Luke siente un nudo en el estómago por el miedo. Sus dedos tiemblan sin control. La oscuridad parece más siniestra, y el droide médico parece menos un instrumento de piedad que una herramienta para prolongar la tortura. Y, por supuesto, están los horrores mecánicos acechando en los oscuros rincones de la sala. Si Luke pudiera verlos, no parecerían tan inquietantes. Pero Sebastian Parnell ha tenido eso en cuenta.
-¿Qué talentos? -pregunta Luke.
Un zumbido oscilante suena a la izquierda. Incluso sin girar la cabeza, Luke ve la hoja fluorescente de su sable de luz. Esta se mueve hacia su mejilla, haciendo con su brillo que la oscuridad sea aún más negra.
-Vamos... Cuando encontré esto, me di cuenta de que no eras un prisionero ordinario.
-Entonces sabes que tu abyecta cámara no me afectará.
Parnell suelta una risita, sosteniendo el sable apenas a un par de centímetros de la nariz de Luke. Tal vez espera que la proximidad de la hoja queme a Luke; en cualquier caso, el sable de luz es tan eficiente energéticamente que no emite calor.
-Disfrutaría haciendo la prueba -dice-. Por desgracia, ese placer será de Lord Vader.
-¡Vader! -jade Luke. La última vez que vio a Darth Vader fue en la Batalla de Yavin, cuando el caza estelar dañado del Señor Oscuro salió girando sin control hacia el espacio. Aparentemente, había sobrevivido.
-De modo que hay algo que temes -dice Parnell, desactivando el sable de luz-. Disfrutaré de nuestro encuentro. Tal vez aprenda algo de él.
-¡Si es que vives hasta entonces! -amenaza Luke.
Parnell ríe de nuevo.
-A mi entender, creo que una larga vida debería ser tu preocupación. A menos, claro está, que esperes que sean Erling Tredway o tu droide quienes acorten mis días.
-¡Entonces están libres! -deduce Luke.
-Yo no he dicho eso -replica Parnell con suficiencia. Se dirige a alguien en la oscuridad-. Devolvedlo a su celda, y poned cuatro guardias en la puerta. Aseguraos de que siga aquí cuando Lord Vader llegue.
Parnell arroja el sable de luz de Luke a una mesa y luego sale de la sala. Cuatro soldados de asalto desatan a Luke y lo escoltan a una celda del tercer nivel del Bloque de la Muerte. Cuando la puerta de la celda se cierra con un golpe metálico, Luke finalmente permite que la desesperación le recorra.
Aunque quiere culpar a Erling de su captura, el piloto rebelde sabe que no es así. Su propio orgullo le ha llevado allí. Si no hubiera permitido que los comentarios de Erling nublasen su juicio, se habría dado cuenta de que no podía usar la Fuerza estando tan enfadado. Y si no hubiera permitido que el orgullo dictase sus acciones, no habría intentado usar la Fuerza para un truco que sólo había visto realizarse una vez.
En lugar de salvar a Erling, como pretendía hacer, Luke lo había puesto en peligro. Incluso si Erling y Erredós siguen libres, sólo es cuestión de tiempo que Parnell los atrape. Luke quiere castigarse a sí mismo, pero nada que pueda hacer cambiaría la situación. Había permitido que sus emociones pusieran a otros en peligro, al igual que Erling había hecho con Sidney y Gideon. Eso es lo más lejos de ser un Jedi que podía llegar a estar.
Dándose cuenta de que su fuga dependerá más de unos nervios templados que del auto-reproche, Luke se tumba y cierra los ojos. Un poco de sueño debería refrescarle y reponer la energía que necesitará cuando vea la oportunidad de escapar.
Más tarde -cuánto más, Luke no sabría decirlo-, se despierta ante el ruido de su celda abriéndose. Inmediatamente se pone en pie de un salto, alerta y preparado para cualquier oportunidad. Una figura acorazada negra se encuentra de pie en el umbral, silueteada contra la débil luz que se filtra en el bloque de celdas. Lleva un casco estilizado en la cabeza y una capa negra cae de sus hombros.
Pero la figura no es Darth Vader, y su disfraz no puede engañar a nadie que haya pasado algún tiempo en compañía del auténtico Señor Oscuro. Vader mide más de veinticinco centímetros más que ese hombre, y tiene los hombros mucho más anchos. Y, aunque esta figura podría aterrorizar a alguien que sólo conociera a Vader por su reputación, carece de la amenaza tangible que acompaña a Vader como un aura. Y aún más importante, Luke sólo siente en este individuo un pequeño atisbo de la Fuerza; ciertamente no el poder del Lado Oscuro asociado al Señor Oscuro.
-Me llevaré al prisionero conmigo -dice la figura con voz áspera. A pesar del filtro electrónico, Luke reconoce la voz de Erling Tredway.
-Necesitamos un código de autorización, Lord Vader -dice un guardia.
Erling se vuelve rígidamente hacia quien ha hablado.
-¿Realmente quiere mi autorización?
El guardia calla por un instante.
-No -dice finalmente.
Para variar, Luke debe admirar la iniciativa de Erling. Aunque Erling nunca podría llegar a igualar la auténtica malicia de Vader, su presencia lleva consigo cierto aire de mando. Si se añade el temor al mero nombre del Señor Oscuro, sólo el imperial más insensato se atrevería a importunarle con los procedimientos.
-¡Tú, afuera! -gruñe el guardia, quizá más ansioso de librarse de Vader que de Luke. Luke obedece, deteniéndose en la puerta para mirar con desdén a su nuevo captor.
-Volvemos a encontrarnos, Señor del Mal -dice. Para que funcione la mascarada, debe interpretar su papel.
El guardia sostiene un par de grilletes.
-Eso no será necesario -dice Erling-. Esos grilletes no le retendrían.
El soldado de asalto estudia a Luke con renovado respeto y luego da un paso atrás.
Erling empuja a Luke hacia el ascensor.
-Pagarás cara tu insolencia.
A mitad de camino del ascensor, Luke se detiene, obligando a Erling a chocar contra él.
-No te olvides de mi sable de luz -susurra.
Erling le empuja.
-Intenta eso de nuevo, y acabaré contigo aquí mismo.
En la planta baja, Erling solicita los efectos personales de Luke. Sujeta el sable de luz a su cinturón. Luego salen del Bloque de la Muerte en el mismo carro repulsor que Luke había utilizado tras su llegada.
Cuando finalmente están a salvo, Luke comienza a hablar.
-¡Debes estar loco! ¿Cómo sabías que Vader iba a venir?
Erling se explica. Cuando Luke puso el carro repulsor marcha atrás y atacó al soldado de asalto, todo lo que Erling podía hacer era retomar el control del vehículo. Para cuando lo hizo, la lucha había terminado y estaban llegando refuerzos. Se ocultó en la sala de almacenamiento que habían encontrado tras escapar de la sub-ciudad. Erredós se conectó al ordenador para comprobar qué ocurría, e informó que Darth Vader estaba llegando. Cuando escuchó eso, el plan surgió sin más en la mente de Erling.
-Buen trabajo -dice Luke-. Esta vez no tendremos ningún problema para entrar en la estación de lanzamiento.
Razonando que la presencia de Darth Vader parecería de lo más natural en la estación de lanzaderas del personal de mando, regresan allá. Al girar hacia la estación de lanzamiento, algo cosquillea en la base del cerebro de Luke. Una oleada de nausea le invade, dejándolo casi sin aliento.
-¿Pasa algo malo? -pregunta Erling.
-Una distorsión... -jadea Luke-. ¡Estamos en peligro!

martes, 13 de septiembre de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón (I)

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón
John Jackson Miller

Capítulo Uno
3000 ABY

El tiempo es un amante, decía el viejo dicho: un amante Sith. Te tienta con la eternidad... y luego acaba contigo y te abandona en la muerte.
Con la mirada fija en el estanque reflectante, Varner Hilts estudiaba la última cicatriz del tiempo, su única relación duradera. No, no podía decir que fuera un efecto de la luz, o del agua sucia. Era real. Un surco reciente corría directamente desde su ojo izquierdo hasta su sien. Girando la cabeza y mirando más de cerca, soltó un juramento. ¿Por qué no había al menos una arruga similar en el otro lado? El tiempo no era muy dado a la simetría.
Hilts estaba cerca de convertirse en el objeto más inútil de toda la creación: un anciano en una sociedad Sith. Era la gran ironía de la Tribu en Kesh. Un hombre sin enemigos vivía mucho, pero no tenía ningún futuro. En virtud de su extraordinaria vocación, Hilts había conseguido sobrevivir a décadas de tumulto... ¿pero para qué? ¿Para poder ver en el mismo estanque como pasaban otros treinta años, observando si declive caca día de camino al trabajo?
Bueno, las tradiciones son importantes, pensaba Hilts. Arrodillándose sobre el reflejo, se llevó la mano al rostro y entrecerró los ojos. Lentamente recorrió con su dedo la nueva arruga...
¡CRAC!
La piedra antigua se quebraba. Sobresaltado, Hilts miró hacia arriba. En lo alto, una sección del acueducto suspendido de Tahv oscilaba y cedía, liberándose de su elevado pilar.
-¡Cuidador!
Antes de que Hilts pudiera ponerse completamente de pie, un borrón púrpura apareció desde el callejón. El hombre keshiri se lanzó de cabeza contra el vientre de Hilts, haciendo que el humano cayera de espaldas. Losas gigantes de sillería se estrellaron en la calle, pulverizándose al borde del estanque donde Hilts se encontraba arrodillado momentos antes.
Tumbado de espaldas sobre el pavimento, Hilts usó la Fuerza para evitar que los pedazos de escombro cayeran sobre él y sobre su salvador. Pero ningún poder podía detener la fuerza del agua salobre cayendo en cascada desde la esclusa destrozada. El keshiri escudó a Hilts lo mejor que pudo mientras duró la ducha de agua y rocas.
Tosiendo, Hilts reconoció a su salvador.
-¿Tratando de ganar puntos ante el jefe, Jaye? –Mientras hablaba, se puso en pie, sacudiéndose el agua turbia de su escaso pelo plateado.
-Yo... siento haberle empujado, Amo Hilts –tartamudeó el keshiri-. Yo pasaba por aquí y...
-Cálmate –Hilts sabía que era una orden inútil, incluso aunque Jaye estuviera oficialmente a sus órdenes. El nativo de rostro redondo tenía las mismas probabilidades de relajarse que Hilts de convertirse en Gran Señor-. Sólo es otro día normal en “la Corona de Kesh”.
-Es la conjunción –dijo Jaye, sacudiendo la capa de su superior. Sus nerviosos ojos negros observaban la silueta de la capital, ahora rota-. ¡La profecía de la que le he estado hablando!
-Y hablando. Y hablando. –Hilts descubrió un grupo de humanos discutiendo cerca de la sección del acueducto caída. Al parecer, la única industria creciente de Tahv era asignar las culpas de las cosas. Tiró de la manga de su ayudante-. ¡Vayamos a la oficina antes de que alguien decida que fuimos nosotros quienes lo echamos abajo por respirar demasiado fuerte!

Anteriormente, los Sith de Kesh dedicaban su tiempo a conseguir poder, siguiendo temporalmente a otros para poder reclamar su premio algún día. Para la mayoría en esa era más simple, la estructura de poder de Yaru Korsin de Sumos Señores, Señores y Sables funcionaba como medios para un fin. La jerarquía sobrevivió porque servía a los propósitos de suficiente gente... gente con el poder de defender el sistema contra aquellos que quisieran destruirlo. Durante más de mil años después de la muerte del fundador, la Tribu había prosperado.
Pero el Segundo Milenio trajo implacables tribulaciones. La Gran Señora Lillia Venn desapareció hacía más de novecientos años en lo que los lugareños keshiri llamaban, de forma bastante críptica, la Noche del Meteoro del Revés. Ciertamente, eso fue un mal augurio para los nietos del Presagio. Al saber de su desaparición, los rivales de Venn atacaron primero a sus seguidores... y luego se atacaron unos a otros. Los combatientes vencidos abandonaron la capital y huyeron al interior, donde muchos hicieron causa común con los esclavos humanos que no tenían ni voz ni voto. Un número creciente de Sith presionaron para que los pacíficos keshiri se unieran a sus fuerzas. Durante siglos, las facciones se unían el tiempo suficiente para conquistar Tahv y asesinar al Gran Señor gobernante... sólo para comenzar inmediatamente a luchar entre sí. Una fuerza rebelde se convertía en dos, que se convertían en veinte. En la Tribu, el poder envenenaba a cualquiera que lo probase.
Un cuarto de siglo antes, Hilts había sido célebre por acuñar un término para esa época, pero no había sido necesaria mucha imaginación. “La Edad de la Podredumbre” era visible por todas partes. Bajo sucesivos asedios, las ricas calles de Tahv fueron decayendo. Desatendidos, los inmensos acueductos se obstruían y se desbordaban; la calamidad de esa mañana era un suceso demasiado familiar. Lejos, al sur, la Aguja Sessal había mostrado su rabia como nunca lo había hecho en los anales de los keshiri, desencadenando una explosión tan atronadora que un lateral del gran estadio, la Korsinata, se derrumbó. Era como si el propio planeta estuviera luchando contra sus emigrantes venidos de fuera.
Pero protegido en un pequeño rincón del mármol erosionado del edificio capital, un lugar había permanecido libre de daños: la oficina del cuidador. Entre todas las batallas entre Grandes Señores y Antiseñores, sólo eso había permanecido intacto.
No era porque los Sith tuvieran ningún miedo de cometer sacrilegio. La oficina de Varner Hilts, fuera de la estructura de poder tradicional, había sido establecida en la época de Nida Korsin para proporcionar a la Tribu una precisa medida del tiempo y un archivo histórico. Era una designación de por vida, en parte porque había muy pocos candidatos interesados. Nadie deseaba el puesto de Cuidador; sus únicos seguidores eran un puñado de funcionarios keshiri, inservibles para el servicio el ningún ejército. Tampoco es que Hilts hubiera pedido realmente ese puesto. Estudioso de la historia, muy pronto le dijeron que con sus habilidades con el sable de luz nunca tendría que preocuparse por ningún aliado traicionero. Nadie se atrevería a permanecer cerca de él, por miedo a perder algún miembro accidentalmente.
Caminando de la antesala al Salón de las Cuentas, Hilts volvió a oír el clic-clac que le había recibido durante la mitad de su vida. Sentados sobre sus rodillas en un semicírculo, keshiri vestidos de marrón trabajaban en ábacos construidos a partir de conchas marinas y brotes jóvenes de hejarbo. Hilts se quitó su capa goteante y caminó por la sala, preguntándose sin demasiado interés en qué estarían trabajando hoy. Jaye mantenía ocupados a los empleados, la mayor parte del tiempo calculando fechas para cotejarlas con los fragmentos de información que Hilts extraía de los archivos. A menudo se maravillaba ante su precisión. Para ser una especie que carecía de base matemática cuando el Presagio se estrelló, los keshiri habían abrazado el cálculo con tanto vigor como lo habían hecho con todas sus otras artes.
Agarrando un ábaco de un compañero de trabajo, Jaye siguió a Hilts al atrio bañado por el sol. Siglos antes, el primer Gran Señor, Yaru Korsin, había observado a su sobrino Jariad batirse en duelo aquí... sabiendo incluso entonces, sospechaba Hilts, que Jariad tenía la intención de traicionarlo. Ahora, los Tubos de Arena dominaban la sala. Silenciosamente atendidos por tan atentas niñas keshiri vestidas de color cobrizo, la gigantesca red de frascos de vidrio rellenos de polvo medía el tiempo para la Tribu. Como si el tiempo pudiera ser embotellado, pensaba Hilts, rascándose el mentón.
-Quiero ser capaz de ver mi reflejo en esos tubos –ordenó-. No tengo que deciros el gran día que nos espera.
No lo hizo. Las trabajadoras abrillantaron con más urgencia el inmenso dispositivo masivo, cuidando de no interferir con su funcionamiento. Por primera vez en sus breves, iban a venir visitantes a su lugar de trabajo. Ningún Gran Señor o pretendiente había vivido en el palacio durante seiscientos años; los arquitectos de Korsin lo habían diseñado para la belleza, no para la defensa. El Día del Testamento era el único momento en el que el edificio veía visitantes.
Cada veinticinco años, en el aniversario de la muerte de Korsin, los oyentes escuchaban de nuevo su testamento y última voluntad. Cincuenta años antes, Hilts era un niño, al que no se le permitía acceder al palacio... pero la idea de unirse con el pasado había capturado su imaginación. A través del estudio y el trabajo, se había asegurado de que, cuando llegase el siguiente Día del Testamento, él sería quien dirigiera el evento.
Ahora, como un cometa, el día había vuelto de nuevo. Pero hoy en día el palacio era un lugar en mucho peor estado, más allá de sus recursos para poder repararlo. Echando un vistazo a las grietas de las vidrieras del techo, Hilts no podía emocionarse demasiado.
Jaye no tenía ese problema.
-¡Lo han confirmado, Cuidador! –exclamó el keshiri, agitando el ábaco en su mano-. Mis cálculos sobre los Tubos de Arena...
-...No son importantes en este momento -dijo Hilts-, a menos que tengas la intención de tomar un paño y ayudar a limpiarlos. -Observó a las jóvenes en su trabajo. Al menos algunas partes de la habitación tendrían buen aspecto-. Tenemos doce días. Estaremos listos.
El secretario se mordió el labio.
-¿Realmente podemos estar listos? Esta... esta es una convergencia mística. No... una convergencia sagrada.
Hilts puso los ojos en blanco. Jaye no sólo amaba sus números; también les temía. Este año era una novedad para la Tribu. El Día del Testamento no era el único memorial semejante... y Yaru no era el único Korsin. Su hija Nida había reinado por un récord de setenta y nueve años después de su padre, y su elevación al rango de Gran Señora se conmemoraba con un festival de un mes de duración en los terrenos del exterior del palacio cada setenta y nueve años. Ni siquiera Hilts, había estado presente en el último.
-¿No lo ve, Cuidador? –Las conchas del ábaco sonaron mientras Jaye efectuaba otro cálculo-. Han pasado mil novecientos setenta y cinco años desde que el Gran Señor Korsin trascendió esta existencia y Nida le sucedió... ¡y eso son setenta y nueve veces veinticinco! ¡Esta es la primera vez que el Día del Testamento y la Ascensión de Nida han coincidido el mismo año! -Mirando rápidamente a uno y otro lado, bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Nunca antes había ocurrido, jamás.
-¡Jamás! –Hilts agarró a su compañero púrpura pálido por los hombros con fingida seriedad, haciendo que Jaye dejara caer su ábaco al suelo de piedra-. Así que lo que me estás diciendo... ¡es que ahorremos en vino esta vez! –Hilts soltó a Jaye y le dio una suave palmada en la mejilla-. No necesitamos más presagios, Jaye. Tenemos uno, en lo alto de la montaña, ¿recuerdas? Y no se permite que nadie entre en su interior.
Hilts caminó hacia su oficina privada, dejando a su ayudante con la mirada perdida en el ábaco.
-Pero, Cuidador...
-Estás exagerando, Jaye.
-Pero, ¿qué pasa con lo que he descubierto acerca de los Tubos de Arena?
-¡No empieces otra vez con eso! -Hilts entró en su oficina y miró con alivio su silla. Sí, esa era la respuesta. Después de una mañana como esta, sería un alivio sentarse en silencio y beber un poco de...
Se alzaron voces fuera, en el atrio. Golpeando con disgusto su copa medio llena sobre el escritorio, Hilts gritó por encima del hombro a la conmoción.
-¡Jaye, te dije que te calmases!
-Qué curioso -respondió una ronca voz femenina-. Yo acabo de decirle lo mismo. -Hilts se volvió para ver a una mujer de poco menos de treinta años vestida de negro, con un sable de luz de color rojo brillante justo debajo del cuello de Jaye. Con ojos dorados vivos con oscura inteligencia, habló de nuevo-: Tenemos que hablar, Cuidador... y no me gusta ser interrumpida.

Medía sus dos buenos metros de altura, más alta que Hilts, con diferencia. Cabello de color rojo brillante, muy bien peinado; piel de color rosa sin defectos. Le habría ido bien en las inspecciones de Seelah Korsin, siglos antes, pensó Hilts. Y esa era precisamente la cuestión.
La intrusa condujo a Hilts al atrio, donde vio a media docena de mujeres vestidas de manera similar, todas ellas perfectos especímenes de la especie humana, amenazando a los asustados trabajadores con sables de luz. Ella volvió a hablar.
-Obviamente, me conoces.
-Sólo por la reputación –dijo él, con la garganta seca. No había llegado a probar su bebida-. No salgo mucho.
-Eso ya lo veo. –La mujer mostró una falsa sonrisa y desactivó su sable de luz-. Iliana Merko. Y estas son mis compañeras Hermanas de Seelah.
-No creo que Seelah Korsin tuviera hermanas –dijo Hilts, observando a las beldades que vigilaban a sus keshiri.
-Hermanas en espíritu.
Iliana avanzó con confianza, aplastando bajo sus pies el ábaco de Jaye al hacerlo. El matemático estaba con los demás, ahora, tendido en el suelo pero a salvo. Con los tacones de las botas resonando sobre el mármol, Iliana examinó las estatuas de vidrio que se alineaban en el atrio. Todas ellas representaban bien a Yaru, bien a Nida Korsin. Iliana no parecía satisfecha.
-Lo siento -dijo Hilts-. Se llevaron las estatuas de Seelah después... después de lo ocurrido, años atrás. -Supuso que ella sabía acerca del fallido golpe de estado que Seelah había urdido con Jariad contra su marido, Yaru. Para los miembros de la facción de Iliana, era como si hubiera ocurrido ayer-. No creo que se conserve ninguna estatua de Seelah en absoluto.
-No me sorprende. Nadie dio a nuestra señora el respeto que se merecía. Ella fundó la tribu, ¿sabes?... No estos traidores. -Mirando a una representación de vidrio de Yaru Korsin, la expresión de Iliana pasó a mostrar perplejidad-. ¿Realmente tenía ese aspecto?
-En ese entonces, los escultores Keshiri aún tenían problemas para representar correctamente los ojos humanos. –Hilts dio un cauteloso paso hacia ella. La mujer no parecía tener ninguna prisa, y él decidió pensar que eso era un buen presagio para su supervivencia. Pero, de todas formas, tampoco es que ella fuera a ser interrumpida. ¿Quién podría ir allí?
-Sabes por qué estoy aquí –dijo ella, enfrentándose a él.
-El Testamento todavía no será leído hasta dentro de doce días. ¿Por qué están aquí ahora?
Se acercó rápidamente hacia él.
-Tenemos que hablar acerca de lo que dice el Testamento de Korsin –dijo ella-. Antes de que lleguen los demás.
Hilts no pudo evitar reírse.
-Usted sabe lo que dice el Testamento. Todo el mundo lo sabe. Ha sido transcrito tantas veces...
Iliana cargó hacia delante, encendiendo su sable de luz y agitando la punta justo bajo la barbilla peluda del cuidador.
-¡Por supuesto que lo sabemos! Pero esto es diferente. Este Día del Testamento, esta lectura... de alguna manera, se ha convertido en un cónclave.
Hilts entornó los ojos.
-La Paz del Panteón.
-Exactamente.
De repente todo tenía sentido para Hilts. Durante siglos, el Día del Testamento y la lectura había sido la única ocasión en la que toda la jerarquía de la Tribu se reunía pacíficamente en un mismo techo -el del atrio del palacio de atrio- para escuchar las palabras de su antiguo fundador. Incluso después de que los Sith se fragmentasen, el respeto a los grandes líderes del pasado había sido suficiente para que los líderes de las diferentes facciones se reunieran a un tiempo. Nadie se atrevía a hacer de la reunión una oportunidad para sembrar el caos; algunos ahora consideraban a Korsin casi como un ser mágico, capaz de influir en los acontecimientos desde más allá de la tumba. Sus antepasados habían caminado en las estrellas.
-Todos mis rivales estarán aquí -dijo Iliana, amenazándolo aún con el sable de luz-. Algunos creen que, en el Testamento, escucharán el apoyo a su causa... el refrendo de un hombre muerto. –Volvió la mirada hacia la estatua e hizo una mueca de desdén-. Bueno, todos sabemos lo que es: un aburrido antiguo discurso recompensando a sus aliados por ayudarle a frustrar las intenciones de Seelah.
Hilts tragó saliva. No, Iliana y sus aliados no encontrarían mucho de su agrado en el discurso póstumo de Korsin. El líder sólo había mencionado a Seelah para desterrarla. Algunos de los otros grupos podrían encontrar cierto apoyo a sus propias pretensiones de poder en las palabras de Korsin... pero las Hermanas.
-Es por eso, anciano, que quiero que cambies lo que está en el Testamento. -Iliana cubrió los pocos pasos restantes entre ambos y bajó la mirada hacia el cuidador. Sonrió-. Que lo cambies... a nuestro favor.
Él le sostuvo la mirada por un momento.
-Habla en serio.
-Totalmente. –Con un giro, ella se apartó, apagando de nuevo su sable de luz-. Te conozco, Wilts1...
-Es Hilts.
-...Tú y tus insignificantes trabajadores vivís para desenterrar trivialidades inútiles. Bueno, -dijo ella, volviéndose-, pues vas a revelar que habéis descubierto el verdadero Testamento... uno que declara que Seelah y aquellos que hoy sigan sus enseñanzas son los legítimos herederos al poder en Kesh.
Una de las compañeras de Iliana extrajo un pergamino y lo arrojó a Hilts. Él lo desenrolló, con ojos desorbitados.
-No creo que esto vaya a funcionar.
-Oh, lo hará -dijo Iliana-. Los demás son supersticiosos; todos invocan a una u otra figura de nuestra. Viven en el temor a nuestros ancestros nacidos en lo alto... y hacen bien. Pero no respetan a quien deberían. –Señaló al pergamino que Hilts tenía en sus manos-. Eso cambiará cuando tú leas eso en lugar del Testamento de Korsin. Los de mente más simple lo creerán, y me seguirán. Esto debería ser suficiente.
Hilts soltó el aliento que estaba reteniendo, ahogando a duras penas una risa. Observó a la mujer, tan llena de energía e inteligencia... todo ello malgastado en vano.
No, por supuesto que no podía saberlo, pensó. Es demasiado joven.
Iliana se le quedó mirando.
-¿Qué?
-Lo siento -dijo Hilts, señalando el pergamino-. Admiro su iniciativa, Iliana Merko. Pero hay una razón por la que nadie ha intentado esto antes. Usted no podía saberlo, a menos que hubiera estado aquí en una lectura del Testamento... o hablado con alguien que lo hubiera hecho.
-¿De qué rayos estás hablando?
Poco a poco, para no causar alarma, Hilts se acercó a la parte derecha de los Tubos de Arena y se acercó a un pedestal cubierto.
-Yo no leo el Testamento de Korsin, ¿sabe? Los Cuidadores nunca lo hacen.
Iliana observó, perpleja, cómo él regresaba con algo envuelto en ricas telas.
-Entonces, ¿quién lo lee?
-Yaru Korsin lo hace.
Hilts retiró la tela, revelando un pequeño objeto en forma de pirámide. Un dispositivo... en una ciudad que no tenía ninguno...

1 Aunque puede parecer un simple fallo al recordar el nombre, cambiando la inicial, en realidad es un insulto velado. En inglés, hilt = empuñadura, wilt = mustio, marchito. (N. del T.)

El honor de los Jedi (83)

83
Luke ignora al oficial y continúa su camino.
-¡Teniente, deténgase inmediatamente! Necesito su ayuda. Un prisionero ha escapado del Bloque de la Muerte...
El oficial se detiene a mitad de la frase.
Maldiciendo su suerte, Luke desengancha el sable de luz de su cinturón. Sin embargo, antes de poder activarlo, el oficial ya está escapando por el pasillo a gran velocidad. Luke da media vuelta y huye hacia el centro de eliminación. Al abandonar el pasillo transversal, se topa de bruces con una escuadra de soldados de asalto y un oficial imperial.
-¡Deténgase para inspección! -ordena el oficial.
Los soldados de asalto alzan sus rifles y Luke escapa de nuevo hacia el pasillo transversal. Esta vez, se encuentra con dos carros llenos de soldados. Se agacha hacia la derecha, esperando pasar por su lado deslizándose.
No hay suerte. El conductor del primer carro altera su rumbo y golpea a Luke contra el muro. Él activa su sable de luz, pero cuando trata de ponerse en pie, sus rodillas se doblan.
Seis soldados de asalto saltan de los carros y le apuntan con sus blásters.
-Puedes morir aquí o en tu celda -dice uno.
Luke desactiva su sable. La celda puede ser lúgubre, pero al menos puede tratar de escapar de ella.

Luke regresa a su celda en el Bloque de la Muerte. Tendrá que pensar en otro truco para su próximo intento de fuga. Ahora los imperiales disparan a los prisioneros que parecen estar muertos. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (89)

89
-¡Sí, señor! -responde Luke.
-Ha escapado un prisionero del Bloque de la Muerte, y se cree que puede estar por esta zona. Debo quedarme aquí para organizar la búsqueda. ¿Puede llevar a este visitante al la estación de lanzaderas del personal de mando?
-Desde luego, señor -dice Luke. Es claramente consciente de la lamentable condición de su uniforme, que además no es de su talla, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.
-No estoy acostumbrado a que me escolten oficiales de menor rango, coronel -dice el ithoriano, con las bocas a ambos lados de su cuello hablando al unísono.
-Le pido su perdón, Oosea -dice el coronel, pronunciando con dificultad el nombre del ithoriano mientras desciende del carro-. Debo capturar al fugitivo antes de que desaparezca en la sub-instalación. El Bloque de la Muerte jamás ha perdido un prisionero.
Luke sube al asiento del conductor.
-¿Dónde está la estación de lanzaderas del personal de mando? -pregunta Luke.
El coronel frunce el ceño, y luego saca un diminuto datavídeo de su bolsillo. Busca un mapa y se lo pasa a Luke.
-Su código de autorización es 100858. Devuelva el datavídeo al Bloque de la Muerte. -Se dirige al ithoriano-. Por favor, acepte mi palabra de que el general Parnell está haciendo todo el esfuerzo posible para localizar a Ire Eleazari.
-Eso espero -responde Oosea-. Si el Imperio desea una base en Ithor, mi rebaño nunca debe descubrir la verdad acerca del escándalo de Ire.
-Pronto será silenciado para siempre -dice el coronel-. La lanzadera le llevará a nuestro depósito de suministros en Poe. Desde allí, puede conseguir un transporte a su hogar sin levantar sospechas. Que tenga un agradable viaje. -Hace un gesto de cabeza hacia Luke.
Oosea no dirige la palabra a Luke durante las dos horas que les cuesta llegar a la estación de lanzaderas del personal de mando. Luke se alegra de permanecer en silencio: nunca le han gustado los traidores. Al menos tendrá algo de valor de lo que informar cuando vuelva a la base. Y, si Inteligencia de la Alianza tiene algún contacto en Ithor, Oosea pronto pagará por su traición.
Cuando llegan a la estación de lanzaderas del personal de mando, Luke hace descender a Oosea sin ceremonia. Aparca el carro cerca de la entrada.

El honor de los Jedi (148)

148
Luke se dirige hacia la estación de lanzamiento de mando.
-¿Estás loco? -sisea Erling.
-Confía en mí -responde Luke. Erling pronto tendrá que tragarse sus irrespetuosas palabras contra el camino de los Jedi. Aunque no cierra los ojos, Luke se concentra en su interior. No ocurre nada. Respira profundamente tres veces y se relaja, buscando la calma interior que sirve como conducto para la Fuerza. Siente un cosquilleo en la base del encéfalo. Bien... ahí viene.
-Esto no va a funcionar -dice Erling.
-¡Cállate y lo hará! -Luke maldice a Erling en silencio por interrumpir su meditación. Una oleada de fastidio recorre su cuerpo, llevándose consigo su tranquilidad. El cosquilleo en su mente se desvanece tan rápido como había llegado-. ¡Ben... ayúdame! -susurra.
-¿Código de autorización?
Han llegado a las puertas.
-No necesitamos un código de autorización -dice Luke, tratando de mantener la desesperación fuera de su tono de voz. Acerca su mano hacia el sable de luz, por si acaso.
-Todo el mundo necesita código de autorización.
-Este parece un prisionero -dice el segundo guardia.
Luke pone el carro repulsor marcha atrás. Salta del asiento del conductor, activando simultáneamente su sable de luz.
-¡Sal de aquí, Erling!
El guardia, sorprendido, levanta su bláster para bloquear el ataque de Luke. La hoja de energía lo atraviesa como un cuchillo caliente a través de grasa animal hidrogenada. Un destello blanco ciega a Luke, y luego una explosión lo arroja contra el muro de enfrente. Se desploma en el suelo, con su visión desvaneciéndose.

El honor de los Jedi (116)

116
-Ah, sí, el código de autorización -dice Luke-. Espera un momento.
Aunque no cierra los ojos, Luke se concentra en su interior. Erling pronto tendrá que tragarse sus irrespetuosas palabras contra el camino de los Jedi.
Al no ocurrir nada, respira profundamente tres veces y se relaja, tratando de encontrar esa calma interior que sirve como conducto para la Fuerza. Siente un cosquilleo en la base del encéfalo. Bien... está funcionando.
-¿Qué estás haciendo? -susurra Erling.
-¡Cállate! -exclama Luke. Luke maldice a Erling en silencio por interrumpir su meditación. Una tormenta de fastidio recorre su cuerpo, llevándose consigo su tranquilidad. El cosquilleo se desvanece tan rápido como había llegado-. ¡Ben... ayúdame! -murmura.
-¿Cual es su código de autorización? -pregunta el guardia.
Luke agarra su sable de luz. Pone el carro repulsor marcha atrás y salta hacia el guardia.
-¡Sal de aquí! -grita.
El guardia, sorprendido, reacciona lentamente. Luke activa su sable de luz y da un tajo en el hombro del soldado. Incluso antes de que el soldado herido caiga al suelo, Luke se gira para enfrentarse al segundo guardia.
Se encuentra mirando de frente a un rifle bláster. Se arroja al suelo. Un destello de energía brilla, y Luke da una voltereta hacia los pies del soldado. Se pone en pie haciendo girar su arma. La hoja de energía corta limpiamente por la mitad el arma del asombrado guardia.
Un destello blanco ciega a Luke. Una onda de choque le arroja cuan largo es contra el suelo y un golpe hueco resuena en su cráneo. Todo se funde en la oscuridad.