viernes, 27 de julio de 2012

Vanguardia de contrabandista (y II)

Los ojos de Hylo se abrieron con un parpadeo. Apenas habían pasado unos segundos desde que los matones del hutt la habían dejado inconsciente. Vagamente podía distinguir las dos figuras de pie junto a ella.
No podemos fiarnos de ella. Está loca. Es mejor que la matemos sin más.
Avergonzado por haber sido rescatado de la posición en la que se encontraba, la voz de nikto de Musk estaba llena de frustración.
Aunque todavía sólo estaba consciente a medias, Hylo empezó a protestar, pero descubrió que su boca seguía adormecida por el golpe que había recibido de la culata del rifle del weequay. Sus labios hinchados no podían formar las palabras.
Afortunadamente, el weequay ni siquiera la consideraba una amenaza creíble.
No. Si Barrga la quiere muerta, querrá hacerlo por sí mismo. Dirigió a Musk una sonrisa llena de dientes rotos.
El weequay se agachó y agarró una de las correas del chaleco de Hylo.
La encerraremos en el segundo compartimiento de carga. Llevaremos a Barrga los créditos y la traidora. Puede que incluso nos pague un extra.
Mientras el weequay la arrastraba hacia la segunda bahía de carga, Hylo se relajó y se dejó llevar. Miró hacia atrás a través de sus párpados entrecerrados para ver como la duda se reflejaba en el rostro de Musk. No estaba muy contento con el hecho de que Barrga fuera a escuchar los detalles de esta historia. No le culpo, pensó. Habría sentido lástima por Musk, pero sabía que pronto el weequay también tendría algo de lo que avergonzarse.
Musk no era el cerebro de la operación, pero su socio tampoco. Si cualquiera de los dos hubiera pensado a fondo su decisión a través, se habrían dado cuenta de su error. Hylo había realizado contrabando de personas y bienes en el Vellocino Carmesí durante años. La habrían capturado o matado mucho antes de su viaje a Corellia si no hubiera instalado trampillas de escape en sus bodegas de carga.
A los pocos minutos de que el weequay cerrase y bloquease la puerta de la segunda bahía de carga, Hylo ya se había introducido a través del pequeño panel y se deslizaba por la trampilla de escape hacia la parte inferior del Vellocino.
El aire fresco y limpio asaltó de nuevo sus sentidos, calmando sus nervios. No hizo nada, sin embargo, para calmar el punzante dolor de sus labios magullados. Se acarició suavemente la mandíbula mientras echaba un vistazo a la pista de aterrizaje para asegurarse de que, efectivamente, todavía seguía carente de vida. Eso podría cambiar en cualquier momento. Avanzó furtivamente a través de la plataforma de aterrizaje hacia el único lugar donde podía esconderse... los contenedores de carga vacíos que se encontraban al borde de la plataforma.
Ocultándose entre dos de los contenedores, Hylo exprimió su cerebro en busca de un plan. Le preocupaba que los matones comprobasen la bodega de carga y descubrieran su fuga. Tenía que actuar con rapidez. Tenía que recuperar su nave y salir volando lejos de este lugar tan rápido como pudiera. Sin embargo, sin un bláster eso no iba a ser fácil.
Los pensamientos acelerados de Hylo se detuvieron de golpe cuando escuchó el siseo de las puertas de carga abriéndose al otro extremo de la plataforma. Se asomó, sin saber qué esperar, pero todavía se sorprendió al ver a un hombre de negocios de aspecto señorial salir a la plataforma con el droide de protocolo a su lado. Vestido con un traje rojo de lentejuelas con colas y un cuello alto, claramente era un representante corporativo bien remunerado. Aunque su ritmo rápido y su ceño fruncido le sugerían que estaba preocupado por algo, su mirada distante parecía indicar que no tenía nada que ver con la tarea en cuestión. El representante de Rendili caminó a través de la plataforma hacia el Vellocino Carmesí con el droide de protocolo tratando desesperadamente de mantener el ritmo.
Detrás de ellos, surgieron dos droides utilitarios transportando lo que parecían ser cajas de créditos. Un único guardia armado los acompañaba; su pose
sugería que para él éste era un día más de trabajo normal. Demasiado relajado para estar esperando pelea, observó. Hylo estaba tratando de estudiar el entorno más de cerca, pero su vista quedó bloqueada cuando la escotilla de aterrizaje del Vellocino se abrió y bajó a la tierra. Hylo vio la silueta de la forma de Musk descender por la pasarela, y se agachó un poco más en su escondite.
Empezó a morderse inconscientemente el labio hinchado al considerar este giro de los acontecimientos. A pesar de sus sospechas, el grupo parecía ser exactamente lo que se suponía que era. Tal vez este trato sea totalmente legítimo. Estaba empezando a dudar de sus instintos. Por un breve momento, Hylo incluso consideró salir sin más de su escondite y pedir disculpas a todo el mundo, pero sabía que era demasiado tarde para eso. Además, nunca se había equivocado al leer los signos, y si alguna vez había tenido una señal clara de mala suerte inminente, esa era generador de hipermotor al estropearse. Decidió esperar un poco más.
Con el ritmo cardíaco acelerado por el miedo, Hylo se atrevió a echar otro vistazo a la escena de la pista de aterrizaje. Los matones y el representante de Rendili se encontraban de pie junto a la rampa de aterrizaje. Los droides utilitarios habían dejado las cajas de créditos en el suelo y ascendieron por la rampa al Vellocino. Hylo sabía que saldrían en cualquier momento con los motores iónicos, y el trato estaría cerrado. Cerró los ojos y descubrió que podía oír ligeramente la conversación que tenía lugar junto a la rampa de aterrizaje.
No sois los primeros estaba diciendo el representante de Rendili de una manera amistosa, esto sucede de vez en cuando. Aquí tenemos mecánicos, pero son mucho mejores construyendo naves que reparándolas.
La voz del representante sonaba como si estuviera satisfecho de sí mismo por algo.
Os diré una cosa continuó el representante, una vez que hayamos terminado aquí, podéis dirigiros directamente a Ciudad Corona. Voy a hacer una llamada y arreglarlo todo para que se ocupen de vuestro hipermotor inmediatamente.
Se agradece su amabilidad.
Hylo se encendió por la rabia al escuchar al weequay haciendo gestiones para reparar su nave. Comenzó a apretar los dientes con nerviosismo mientras miraba a los droides utilitarios descender por la pasarela con los motores iónicos.
No falta ningún motor, señor trinó el droide de protocolo. El representante asintió con la cabeza, y los tres droides se dirigieron a través de la plataforma hacia la entrada del edificio.
Muy bien dijo el representante Rendili, haciendo un gesto al guardia armado, los créditos son todos vuestros.
El guardia se apartó de los créditos y se volvió para seguir a los droides.
Es un placer hacer negocios con usted. El weequay hizo una reverencia al representante. Le hablaré a Barrga de su hospitalidad.
Gracias. El representante no se molestó en devolver el gesto del weequay. Haré que control de vuelo transmita las coordenadas de las instalaciones de reparaciones en Corona.
El representante se marchó, volviendo a su ritmo acelerado, y probablemente en dirección a su próxima cita.
Musk y el weequay tomaron cada uno una caja de créditos y subieron al Vellocino por la pasarela. Hylo se dio cuenta de que tendrían que hacer unos cuantos viajes.
Volvió a meterse en su escondite y sopesó sus opciones. Podría tratar de colarse de nuevo en la nave antes de que despegase, pero no podía volver a través de la escotilla de escape. Tendría que caminar hasta la pasarela, y era poco probable que pudiera hacer eso sin ser vista. Incluso si lo lograba, ¿qué haría? ¿Ocultarse hasta regresar a Nar Shaddaa? ¿Colarse de nuevo en la bodega y defender su caso ante Barrga? Las opciones no eran atractivas.
Sin embargo, si se quedaba ahí, ¿qué podía hacer? ¿Entrar y pedir ayuda a alguien de Rendili? De alguna manera, eso parecía aún peor que enfrentarse a Barrga, pero tal vez estaba siendo paranoica.
Todavía luchando con lo que debía hacer, Hylo echó otra mirada a la pista de aterrizaje y se sorprendió al darse cuenta de que su elección ya había sido hecha. Los matones de Barrga habían cargado ya a todos los créditos, y la escotilla de aterrizaje se estaba cerrando ante su mirada. Hylo se quedó estupefacta.
Antes de que pudiera reaccionar, oyó cómo se encendían los motores subluz del Vellocino. Momentos más tarde, vio en estado de shock cómo la nave despegaba de la plataforma de aterrizaje. Acabo de perder mi nave, se dijo. Nunca se había sentido tan impotente. Su garganta se secó, y ahogó un sollozo desesperado. Se mantuvo en un estricto control, pero una lágrima escapó de su ojo y rodó por su mejilla mientras observaba el ascenso del Vellocino Carmesí. Sabía que tenía que pensar qué hacer a continuación, pero no podía apartar los ojos de la nave, que alcanzó una altitud de seguridad y aceleró súbitamente. Recupera el control de ti misma. Se obligó a mirar hacia otro lado.
Un estallido atronador sacudió la pista de aterrizaje.
Levantó la vista. El Vellocino Carmesí había explotado. Las llamas salieron disparadas como fuegos artificiales, sólo para evaporarse en grandes mechones de humo. Contempló en silencio reverente cómo la nube de polvo que había sido su nave se disipaba poco a poco. Pasaron los minutos, y Hylo se limitó a seguir mirando al espacio vacío.
Recuperándose por fin de su sorpresa, se dio cuenta de que los signos no habían mentido. Esas cajas de créditos debían estar repletas de explosivos. Ella estaba en lo cierto.
Hylo volvió a mirar a las puertas de carga, casi esperando que el representante y el droide de protocolo estuvieran allí de pie, sonriendo ante su exitoso acto de traición. No había nadie allí, sin embargo, sólo el frío y limpio vacío de la pista de aterrizaje. Tal vez el representante ni siquiera sabía acerca de los explosivos. Hylo trató discernir los hechos para averiguar la verdad, pero entonces se dio cuenta de que no importaba. La Corporación de Vehículos Rendili había traicionado a Barrga el Hutt y volado la nave de Hylo: la verdad era que tenía suerte de seguir viva.
Hylo se dejó caer pesadamente en su escondite, y empezó a llorar. El Vellocino Carmesí había sido su billete a la libertad, su medio de ganarse la vida y, ciertamente, su mejor amigo. Había invertido todos sus créditos y todo su corazón en el Vellocino. Sabía que iba a ser difícil venderlo, pero en todos sus sueños y pesadillas, nunca había imaginado que perdería el Vellocino de esta manera. No estaba lista. No era justo. Hylo continuó sollozando en silencio durante algún tiempo pero, cuando se detuvo, se sintió en paz.
A pesar de la pérdida de su nave, el labio dolorosamente hinchado, y la terrible situación en la que estaba, Hylo se consoló al saber que había visto y reconocido las señales. Había confiado en sus instintos, y había sobrevivido gracias a ello. Era una confirmación de su capacidad para cuidar de sí misma. De alguna manera, sabía que el peligro había pasado. Ahora era libre de tomar cualquier riesgo que fuera necesario, sin temor al desastre. En verdad, esto era más importante que cualquier otra cosa.
Hylo se quedó en su escondite hasta el atardecer, simplemente para relajarse, sin hacer esfuerzo alguno para llegar a un plan, sin pensar realmente siquiera. Apoyó su labio hinchado contra la fría pared metálica del contenedor de carga, y observó al sol hacer poco a poco su camino hacia el horizonte. Cuando por fin se incorporó, la oscuridad se estaba asentando. Se tocó suavemente la cara. La hinchazón había bajado. Ya era hora de moverse.
A pesar de la llegada de la noche, no había manera posible de ocultarse en la pista de aterrizaje vacía, por lo que Hylo no se molestó en tratar de ser sutil. Atravesó la plataforma lo más rápido que pudo, contando con su suerte para evitar ser vista.
Cuando llegó a las puertas de carga, se sintió aliviada al ver que no estaban cerradas con llave. Las puertas se abrieron en silencio y Hylo asomó con cautela la cabeza para descubrir un amplio y sobrio pasillo, tan inmaculadamente estéril como la pista de aterrizaje del exterior.
Después de asegurarse de que no había guardias ni cámaras de seguridad, Hylo avanzó con paso ligero por el pasillo. No conocía el diseño del edificio, por lo que simplemente comenzó a caminar por el pasillo, en busca de cualquier indicio de una salida. Pronto encontró un hueco de escalera y se dirigió hacia abajo. Después de descender varios tramos, surgió en el nivel inferior con una sensación reconfortante. El hueco de la escalera salía a una pasarela elevada por encima de un garaje enorme. Los olores familiares de aceite lubricante, metal quemado, y pintura fresca la tranquilizaron. Ese era un lugar en el que podría encajar.
Hylo se alegró aún más al oír los sonidos de trabajos llevándose a cabo por todo el garaje. Decenas de cazas estelares en varios estados de construcción estaban dispuestos en filas a lo largo del suelo del garaje. A juzgar por la variedad de modelos y el extraño aspecto de algunas de las piezas, todos ellos eran proyectos de prototipos. Hylo respiró hondo... lo que daría por poder pasar unos días trasteando por ahí.
En ese momento sólo se estaba trabajando en un puñado de los vehículos, pero intuyó que había trabajando al menos una docena de mecánicos, midiendo, soldando y atornillando piezas en diferentes áreas del garaje. Desde la pasarela, Hylo podía ver claramente el suelo del garaje, pero ella sería difícil de ver desde el suelo, por lo siguió caminando y cruzó la pasarela hasta otro conjunto de escaleras que la llevaron hasta el suelo del garaje, junto a una oficina abierta.
Viendo a través de la ventana de observación que la oficina estaba vacía, Hylo se deslizó por la puerta y encontró exactamente lo que estaba buscando, un perchero con monos de trabajo. Ningún garaje estaría completo sin ellos. Hylo buscó en el perchero hasta que encontró la talla más pequeña, y rápidamente se lo puso sobre su ropa de cuero. Era un poco grande, pero después de ajustarse el cinturón no tenía un aspecto demasiado torpe. Al ver su reflejo en un pedazo de chatarra de duracero, Hylo se dio cuenta de que su pelo corto, con mechas rojas, aunque de moda en Nar Shaddaa, podría parecer un poco extraño aquí. Encontró un casco de soldadura y se lo puso, levantando la visera. Por pesado y torpe que pudiera ser, un buen disfraz era más importante en estos momentos. Confiando en que ya pudiera dar el pego, se volvió para salir de la oficina.
Estaba casi fuera de la puerta cuando se le ocurrió comprobar la holo-terminal del escritorio. Esperaba que estuviese bloqueada, pero descubrió complacida que pudo acceder rápidamente a la red. Tenía la esperanza de encontrar los planos de toda la instalación Rendili, pero tuvo que conformarse con un diagrama de diseño del edificio en el que se encontraba. Al parecer, el 'Edificio A' estaba dedicado a la investigación y el desarrollo de naves ligeras. Tiene sentido que aquí es donde quisieran entregar los motores iónicos, pensó para sus adentros.
No había pensado mucho en ello antes, pero ahora se daba cuenta de los motivos de la corporación para el engañar a Barrga. Rendili no tenía interés en comprar motores iónicos de Nar Shaddaa. Simplemente, quería examinar los prototipos y buscar la manera de reproducirlos. Si Rendili hubiera intentado algo como esto con una corporación alineada con la República, las garantías legales le habrían impedido el robo de la tecnología. Arrebatársela a los hutts, sin embargo, no tenía consecuencias legales de ningún tipo. Hylo podría haber sonreído ante la ironía de que los hutts vieran cómo se usaba su propio juego contra ellos, pero no era gracioso cuando le había costado el Vellocino. Se preguntó si el ejército de la República sabría algo acerca del complot. Decidió darles el beneficio de la duda y asumir que el plan había sido puramente empresarial. En este punto, sin embargo, sería imposible exponer la traición Rendili. Si de una cosa estaba segura, era que una empresa de este tamaño habría tenido la precaución de borrar sus huellas.
Mientras Hylo buscaba los planos del edificio para encontrar una salida discreta, sus ojos fueron atraídos por un parpadeante recordatorio de calendario en el holoterminal. Al parecer, estaba programado un vuelo de prueba en la plataforma de aterrizaje A-23 para el proyecto "Vanguardia". Intrigada, Hylo abrió el archivo de datos y descubrió que el "Vanguardia" era un caza-corbeta de alta velocidad que Rendili había estado desarrollando durante varios años. Sin embargo, por impresionantes que fueran las especificaciones de la nave, lo que realmente sorprendió a Hylo era el nombre del cliente. El Vanguardia había sido desarrollado para la Orden Jedi.
Hylo había volado de un lado a otro de la galaxia. Había entregado contrabando a varias instalaciones militares alineadas con la República, pero nunca se había encontrado con ningún miembro de la infame Orden Jedi. Había oído todas las historias, por supuesto. Los Jedi habían sido considerados como los más temidos guerreros de la galaxia hasta que el Imperio Sith regresó. La larga guerra había aportado pruebas suficientes de que los Jedi eran tan mortales como cualquier otra persona. Hylo había crecido en este ambiente, pero le habían hablado de un tiempo cuando los cazadores de recompensas y mercenarios hablaban acerca de los Jedi en voz baja, y cuando nadie se habría atrevido a desafiar a la orden Jedi. En estos días, no era raro escuchar a maleantes como Musk alardear por haber matado a un Jedi. Sin embargo, Hylo sabía que eran osadas mentiras, y siempre había mantenido un saludable temor a los Jedi. Al mismo tiempo, encontraba que el auto-sacrificio y la valentía de los Jedi eran intrigantes. Siempre había querido conocer a uno. Hoy, sin embargo, su único interés estaba en conseguir escapar.
Un plan tomó forma en la mente de Hylo. Estuvo a punto de apartarlo de su mente de un manotazo, pero su curiosidad era demasiado fuerte. Si pudiera llegar a la plataforma A-23 antes de que despegase el vuelo de prueba, podría realizar su propio vuelo de prueba por su cuenta. Sonrió al pensar en la satisfacción que le daría robar una nave de la Corporación Rendili. ¿Quién sabe? Podría incluso ser capaz de trocar la nave por el perdón de Barrga. La idea de tratar de robar la nave le aterrorizaba, pero la ventaja era demasiado atractiva. Ese era un buen riesgo, y en ese momento los signos estaban a su favor.
Sabiendo que cada segundo sólo haría la tarea más peligrosa, Hylo salió rápidamente de la oficina. Estaba a punto de regresar al hueco de la escalera, cuando descubrió un cómodo ascensor. Confiando en su disfraz, entró en él y descubrió que la plataforma de aterrizaje A-23 estaba en el techo del edificio.
El ascensor llegó a la plataforma A-23 y se abrió a un entorno completamente diferente del resto del edificio. Alfombras de aspecto lujoso y caras obras de arte... claramente ahí era donde los ejecutivos de Rendili recibían a sus clientes más respetables. Sonaba música suave por un sistema de altavoces, impidiendo que Hylo escuchase cualquier actividad cercana, pero no dudó en avanzar por el pasillo. Mientras caminaba, sin embargo, se dio cuenta que, incluso disfrazada, ahí parecería completamente fuera de lugar. Estaba pensando en quitarse el mono cuando dobló una esquina y casi derribó a una mujer delgada, elegantemente vestida con un traje similar al representante de Rendili de la plataforma de aterrizaje. La mujer estaba preocupada estudiando una tableta de datos, pero levantó la vista en estado de shock al ser atropellada.
Hylo reconoció de inmediato que había entrado en una sala de observación para la pista de aterrizaje A-23. Podía ver una gran ventana en la pared opuesta pero, desde su punto de vista, no podía ver la pista de aterrizaje propiamente dicha.
El interior de la sala de observación estaba bien equipado, con lujosas sillas reclinables cerca de la ventana, y una mesa circular en la parte posterior con sillas cuidadosamente dispuestas para una amigable reunión de negocios. De esa mesa era de donde se había levantado la delgada mujer de negocios antes de encontrarse cara a cara con Hylo.
No puedes estar aquí exclamó la delgada mujer de negocios. ¿Qué estás haciendo?
La idea de tratar de dejar inconsciente de un golpe a la mujer pasó por la mente de Hylo, pero su boca se abrió en su lugar.
El jefe me ha ordenado que subiera a comprobar los amortiguadores aluviales del Vanguardia por última vez antes del vuelo de prueba. Esperaba desesperadamente que la mujer careciera de los conocimientos mecánicos para darse cuenta de que eso era muy poco probable. Lo siento, es la primera vez que subo aquí se apresuró a añadir Hylo, tratando de explicar por qué estaba completamente perdida.
Una expresión de frustración apareció en el rostro de la mujer.
¿Por qué tiene que hacerse siempre todo a última hora?
Señaló con la cabeza en dirección a una puerta en el pasillo que Hylo supuso que llevaba a la pista de aterrizaje.
Hylo sonrió nerviosamente a la mujer a pesar del alivio que sentía por dentro. Inclinó educadamente la cabeza y avanzó por el pasillo.
Que sea rápido espetó la delgada mujer de negocios desde detrás de Hylo. El cliente llegará en cualquier momento.
Hylo no miró hacia atrás, pero aceleró. Cruzó las puertas que daban a la pista de aterrizaje y el aliento se le quedó atrapado en la garganta. La más bella pieza de la maquinaria que jamás hubiera visto estaba justo frente a ella. El Vanguardia era completamente plateado, brillante, con paneles de color rojo que fluían suavemente hacia la parte posterior hasta un conjunto de propulsores gemelos circulares en la parte trasera. La parte frontal de la nave se ensanchaba en forma de martillo, similar al diseño del puente de los Cruceros Estelares de la República, pero girado en horizontal, permitiendo lo que Hylo esperaba que fuera una muy amplia y cómoda cabina de mando. Por supuesto, cualquier cosa sería amplia en comparación con la cabina del tamaño de un armario a la que estaba acostumbrada en el Vellocino.
Recordando que todavía estaba en una situación precaria, Hylo dejó a un lado el asombro y se dirigió a través de la plataforma hacia la nave. Recorrió con el dedo el vientre inmaculado mientras subía la rampa de aterrizaje y ascendía a la nave.
Por mucho que Hylo se hubiera maravillado al ver el exterior del Vanguardia, esta sensación se duplicó en el interior. El sistema se había encendido para dar la bienvenida al cliente, y el vestíbulo de la nave era un museo de accesorios que Hylo sólo había visto en sueños. Desde un terminal de holocomunicaciones de última tecnología en el centro de la sala, hasta confortables asientos giratorios de color rojo colocados en varios puntos de la sala, no se había pasado por alto ningún detalle. Si había alguna mejora disponible, el Vanguardia la tenía. Hylo se recordó que tendría tiempo de sobra para explorar la nave más tarde y se dirigió directamente a la cabina.
Estaba preocupada de que la configuración de control fuera demasiado avanzada para ella, pero se sintió aliviada al descubrir que se había aplicado la disposición tradicional. La diferencia más notable era que todos los controles estaban retroiluminados para permitir una iluminación más tenue en la cabina. Además de los asientos del piloto y copiloto al timón, había dos pequeños asientos en las esquinas traseras de la cabina para pasajeros adicionales.
Hylo estaba tan emocionada que saltó sobre el respaldo de la silla para deslizarse en el asiento del piloto. Al hacerlo, sin embargo, se enganchó el mono en la correa de aceleración del asiento y se desgarró una tira de la pernera de su pantalón. En un instante, el optimismo infantil de Hylo se evaporó, y se sentó en el asiento del piloto petrificada de horror.
No había querido reflexionar sobre su excepcional buena suerte, por temor a sabotearla, pero ahora no importaba. Desde el momento en que el Vellocino había explotado, todo había ido a su favor. Desde encontrar convenientemente un disfraz en el garaje, hasta el éxito de su farol para salir a la pista de aterrizaje 23, no había sucedido nada negativo. El desgarrón de su mono, sin embargo, le recordó a Hylo la mancha en el vestido de su madre, y todos los demás signos de malos augurios que había experimentado en toda su vida.
Hylo cerró los ojos y tragó saliva. Decidió que iba a fingir que no había sucedido. En este punto, había llegado demasiado lejos para dar marcha atrás. Voy a robarla de todos modos. Trató de convencerse de que toda la buena suerte que había tenido sin duda superaba a un simple desgarrón en el mono.
Aferró los controles de la vanguardia y apretó fuerte. Si iba a robar la nave, esta era su oportunidad. Echó un vistazo al tablero de instrumentos y rápidamente encontró todos los mandos e interruptores que necesitaba para salir de la atmósfera de Corellia. Extendió la mano para encender los motores subluz y se detuvo. El interruptor de encendido no estaba allí. Estudió desesperada el panel superior y se dio por vencida. Sintió el pánico creciente a través de su estómago mientras seguía examinando cuidadosamente el tablero de instrumentos en busca del encendido.
En el momento siguiente, su exasperación se convirtió en adrenalina. Oyó sonido de pasos en la rampa de aterrizaje. Sin pensarlo, se lanzó al otro lado de la cabina y se agachó detrás del asiento trasero. Escondida en las sombras, se quedó inmóvil. Sabía que eso nunca iba a pasar, pero deseó contra toda esperanza que los pasos dieran media vuelta y se fueran. No hubo tal suerte.
Acurrucada formando un ovillo detrás del asiento trasero, no pudo obtener una visión clara, pero ella distinguió la sombra de un hombre entrando en la cabina y sentándose en el asiento del piloto. Estaba sin aliento. Iba con prisas. Ella se alegró de ello. De lo contrario, si hubiera mirado a su alrededor, podría haber visto la pierna que sobresalía detrás del asiento trasero.
Al oír al piloto pulsar algunos interruptores, Hylo decidió que probablemente estaba lo bastante ocupado para que ella pudiera asomarse para ver mejor. Desde la esquina del asiento, trató de hacerse una idea del piloto. A pesar de que no podía ver la ropa que llevaba, pudo ver una esquina de paño que le sugirió que no llevaba ningún traje lujoso de piloto de pruebas. Por su pelo castaño que le caía hasta los hombros, también podía deducir que probablemente no estaba en el ejército.
Quienquiera que fuese, se estaba preparando para el despegue. Al levantar la rampa de aterrizaje, las esperanzas de Hylo se reavivaron. Si se trataba de un solo hombre, probablemente podría ocuparse de él, sobre todo si estaba centrado en los controles de la nave. Pensó en esperar hasta después de que la nave hubiera despegado, pero decidió que era demasiado arriesgado. Si estaban en el aire, él podría hacer caer en picado el Vanguardia si no lo vencía de un solo golpe. Miró un segundo más y le vio pasar la mano por debajo del tablero de instrumentos para girar un mando que no había visto antes. Los motores subluz se encendieron. Así que ahí es donde está el arranque.
Hylo salió en silencio de detrás de la silla hacia el suelo, justo detrás del piloto.
Todos los sistemas en línea. dijo este en un auricular.
Hylo no había visto el auricular antes, por lo que sólo escuchar la voz hizo que su corazón se disparase. Su voz sonaba amistosa, no comercial.
Manténgase a la espera, Vanguardia. La voz de un controlador estaba respondiendo en el auricular, lo suficientemente fuerte para que Hylo pudiera oírla. Queremos despejar parte del tráfico aéreo cercano para que podamos obtener una lectura limpia de su velocidad de despegue.
Hylo supo que ese momento de demora era su única oportunidad. Miró a su alrededor rápidamente en busca de algo pesado con lo que golpear al piloto en la cabeza. Sin embargo, la cabina estaba tan limpia y eficiente como todo lo demás en Rendili, y no había nada, excepto el casco de soldadura que había caído de la cabeza de Hylo cuando saltó hacia el asiento trasero. El casco sin duda no era lo ideal, pero la parte superior estaba reforzada con duracero, por lo que era mejor que nada. Hylo agarró el casco con ambas manos y se levantó en silencio detrás del asiento del piloto.
Sus manos se congelaron. Hylo estaba mirando a un Jedi. No podría haberlo deducido simplemente mirando a su ropa, pero de pie, ahora podía ver el sable de luz en el cinturón. Nunca había visto uno, por supuesto, pero cuando aún trabajaba como mecánico había estado lo bastante intrigada como para leer acerca de la tecnología. No había error posible. Un millón de pensamientos chocaron en la mente de Hylo. ¿Cómo pudo no haber adivinado esta posibilidad? ¿Por qué él no la había detectado? ¿Sería capaz de noquearlo? ¿Le atravesaría él con su sable de luz?
Sin embargo, sus pensamientos fueron borrados cuando el Jedi se volvió para mirar por encima del hombro con una expresión de desconcierto y se encontró mirando justo a los ojos de Hylo. Su sorpresa debía de haber disminuido sus reflejos, porque pareció quedarse quieto incluso mientras actuaba el instinto de Hylo. Bajó los brazos con todas sus fuerzas, golpeando el casco en la cara del Jedi en un extraño ángulo. Levantó el casco para repetir el golpe, pero se sorprendió al ver que no era necesario. Milagrosamente, los ojos del Jedi se habían puesto en blanco y su cuerpo estaba inerte. Cayó del asiento del piloto, golpeando la cabeza contra el suelo.
Hylo no se paró ni un instante en pensar en lo improbable que era lo que acababa de ocurrir. Lo primero que hizo fue quitar el sable de luz de su cinturón y la lanzarlo a una esquina. Por alguna razón, esa arma la aterrorizaba. Agarró la túnica del Jedi y lo arrastró fuera de la silla, dejándolo tendido en el suelo de la cabina. Sabía que no podía arriesgarse a dejarlo atado en la parte trasera. Eso sería una completa locura. Lo único seguro es matarlo mientras está inconsciente, razonó. Hylo estaba a punto de buscar algo más letal que el casco para acabar con él, pero en su lugar miró el rostro del Jedi.
Era pálido para un ser humano, pero su piel tenía una belleza sin edad que Hylo no podía dejar de notar. Si se hubiera topado con este hombre en una cantina en algún lugar, puede que incluso se hubiera sentido atraída hacia él. Curiosamente, parecía que había caído en un sueño tranquilo. Matar a un Jedi probablemente me traerá toda una vida de mala suerte, pensó. Se dio cuenta de que los labios del Jedi se estaban hinchando en el lugar donde el casco le había golpeado. Esa herida era la imagen especular de la suya propia. No podía matarlo.
Muy bien, hemos despejado el tráfico aéreo, Vanguardia. Tiene vía libre para el despegue. La voz del controlador surgió de los auriculares, recordando a Hylo la urgencia del momento.
No podía matar al Jedi, y no podía arriesgarse a llevarlo con ella, por lo que hizo la única cosa posible. Se levantó y pulsó el botón para bajar la rampa de aterrizaje. Espero que no me arrepienta de esto.
Tomó su capa detrás de los hombros y arrastró al Jedi a través del limpio suelo de la nave. Casi tropezó cuando llegó a la pasarela, pero utilizó el peso muerto del Jedi para evitar caer y continuó tirando de él hacia la pista de aterrizaje. En la parte inferior, lo arrastró fuera de la pasarela. Casi tenía ganas de reír. Aunque pareciera una locura, sabía que estaba haciendo lo correcto. Echó una última mirada al Jedi durmiente, y entonces se besó los dedos y los posó suavemente en su frente. Para que tengas buena suerte.
Subió corriendo de nuevo por la rampa, llegó a la cabina y saltó sobre el asiento del piloto. Esta vez, tuvo cuidado de no engancharse el mono.
Vanguardia. ¿Qué está pasando ahí fuera? escuchó que decía la vocecita de los auriculares caídos.
Alzó la rampa de aterrizaje e, incluso antes de que estuviera totalmente cerrada, tiró de los controles y levantó el Vanguardia de la pista de aterrizaje. La nave se sentía ligera y ágil, completamente distinta de cualquier cosa que hubiera pilotado nunca antes. Confiando en sus habilidades, dirigió la nave hacia el cielo y puso los propulsores a toda velocidad en un movimiento fluido. El Vanguardia salió disparado hacia el cielo y se perdió de vista.
Más rápido de lo que Hylo hubiera imaginado que podía ir, el Vanguardia surcó el aire y el espacio. Sabiendo que Rendili pronto se pondría a perseguirle, Hylo tecleó rápidamente las coordenadas de Nar Shaddaa, coordenadas que hacía mucho tiempo que había aprendido de memoria. Encendió el generador de hipermotor y luego experimentó un último momento de terror, cuando no oyó el silbido familiar. Sin embargo, se dio cuenta rápidamente de que los sonidos del Vanguardia serían totalmente diferentes de los del Vellocino. Cuando lo activó, el Vanguardia saltó al hiperespacio sin dudarlo.
Salió del hiperespacio a la vista de Hutta. Nar Shaddaa estaba ahora mismo al otro lado del planeta, pero unos minutos a velocidad de crucero y tendría una trayectoria directa a su casa.
Suspiró mientras consideraba cómo iba a explicar la situación a Barrga el Hutt. No había realmente nada que pudiera decir que hiciera más fácil. Entonces, un pensamiento revolucionario cruzó por su mente.
Nadie sabe que estoy aún con vida. Barrga el Hutt descubriría con el tiempo que había sido traicionada. Se enteraría de que el Vellocino Carmesí había estallado momentos después de despegar. Barrga asumiría, por supuesto, que Hylo había muerto.
El Vanguardia rodeó la órbita de Hutta y llegó a la vista de Nar Shaddaa. Hylo sabía que no podría evitar la luna durante el resto de su vida, pero regresar ahora no sería más fácil que regresar más tarde. Además, razonó, el Vanguardia todavía necesita su vuelo de prueba. Tomó una decisión.
La emoción de una nueva aventura le hizo cosquillas en la espalda. Había un viejo amigo a quien había prometido visitar en Ord Mantell. Al dar media vuelta al Vanguardia, vio un pequeño cometa plateado en la distancia. Decidió que era una buena señal.

jueves, 26 de julio de 2012

Vanguardia de contrabandista (I)

Vanguardia de contrabandista
de Robert Chestney

Un ardiente cometa pasó llameando junto a las lunas de Talus, dejando un rastro de polvo de ámbar. Sólo estuvo unos escasos instantes a la vista desde el asiento del piloto, pero atrajo la atención de Hylo Visz. Un cometa era un signo de cambio; un presagio que podía ser tanto bueno como malo. Ya consideraría su significado más tarde, cuando tuviera más tiempo. Ahora mismo, el Vellocino Carmesí había salido del hiperespacio, y Hylo conducía la nave hacia su destino, la forma, aún distante, de Corellia. Normalmente, disfrutaba de los pacíficos momentos que transcurrían entre completar un salto en el hiperespacio y entrar en la atmósfera de un planeta, pero hoy no. Hoy, el Vellocino llevaba una valiosa carga, y dos pasajeros que Hylo estaba deseando volver a dejar en Nar Shaddaa.
El vuelo desde el Espacio Hutt no había tomado más tiempo del planeado, pero Hylo había estado contando los minutos. El matón que se había aposentado a su lado en el asiento del copiloto —su nombre era Musk— farfullaba incesantemente en su propia forma de básico elemental. Musk estaba tratando de demostrar sus conocimientos de la política interna en el Sindicato del Crimen Hutt. Con base a su ingenuo análisis, estaba acusando a su jefe, Barrga el Hutt, de no hacer otra cosa que tomar decisiones erróneas. Hylo no tenía ninguna base para discernir la sabiduría de las acciones Barrga, pero estaba dispuesta a apostar que Musk tampoco la tenía. Por supuesto, este tipo de conversación no resultaba ser ninguna sorpresa; la mayoría de los matones a sueldo contratados por los hutts pasaban el tiempo cotilleando acerca de los comportamientos de sus jefes. Ella podía haber perdonado eso; Musk era un nikto, no precisamente conocidos por su brillantez. Pero él no se había detenido allí.
—Bueno para mí abandonar Nar Shaddaa. —Musk se rascó la barbilla escamosa—. Desde que hicimos el trabajo en la cantina Cúmulo Estelar, siempre tengo que estar vigilando mi espalda.
Hylo ahogó una risa.
—Tú no estabas en esa operación.
—¿Tú qué sabes, niña? —dijo Musk, molesto por que se pusiera en duda su mentira—. ¿Crees que Barrga es el único jefe para el que trabajo?
El trabajo en el Casino Cúmulo Estelar había sido una de las operaciones más notorias en años. Ladrones profesionales se colaron en el lugar y manipularon los ordenadores del casino. Los ladrones regresaron al siguiente día laborable e hicieron una fortuna en una serie de discretas apuestas. Pasaron semanas antes de que los propietarios del Cúmulo Estelar descubrieran el fallo y, para entonces, los ladrones habían desaparecido. Al igual que cualquier otra persona de Nar Shaddaa que estuviera mínimamente “conectada”, Hylo sabía que el trabajo del Cúmulo Estelar había sido demasiado delicado como para que lo hubiera realizado nadie de los círculos habituales de los bajos fondos. Al parecer, Musk no se daba cuenta de lo absurdo de su afirmación. Sin embargo, era obvio que estaba tratando de impresionarla, y esa era una carta que quería conservar en su mano por ahora. Decidió dar marcha atrás.
—Pensaba que quien hizo ese trabajo ya se había ido hace mucho tiempo. —Se encogió de hombros, aceptando su mentira—. Si dices que fuiste tú, no tengo motivos para dudar de ello.
—Sí, conseguí muchos créditos con ese asunto. Pronto estaré dirigiendo mi propia banda. Ya lo verás. —Musk apretó los labios, probablemente preguntándose si ella realmente le creía.
Volviendo a los controles, Hylo deslizó inconscientemente la mano por el costado de sus pantalones de cuero azul para tocar la cartuchera sujeta al muslo. No había ninguna razón para pensar que necesitaría su bláster, pero siempre era agradable saber que estaba allí si llegaba el caso.
Después de unos minutos de silencio, Musk comenzó otro incoherente monólogo, al parecer tan contento como ella al dejar morir la conversación acerca del Cúmulo Estelar.
Hylo cerró los ojos y trató de ahogar el gutural zumbido de Musk. Se centró en el sonido de los motores del Vellocino... un sonido que conocía mejor que el sonido de su propia voz. Hylo había afirmado a menudo que podría identificar cualquiera de los problemas técnicos de la nave sólo pasando unos minutos escuchando el motor. Su afirmación conseguía por lo general una risa escéptica, pero era la verdad. Conocía el sonido de los motores de la nave lo suficientemente bien como para notar el más mínimo salto o tartamudeo. Había reparado el Vellocino suficientes veces como para saber también lo que significaban la mayoría de esos sonidos aberrantes.
El Vellocino Carmesí no se parecía en nada a la nave que compró originalmente. En la década que había pasado desde que logró reunir los créditos suficientes para comprar la vieja chatarra, había reemplazado casi todas las piezas, algunas de ellas más de una vez. Debido a su edad, la mayor parte de recambios originales ya no estaban disponibles, pero Hylo había improvisado... comprando restos de otras naves y juntándolas entre sí. Tras el último grupo de mejoras, el Vellocino probablemente valiera el triple de lo que le costó originalmente, pero haría falta un mecánico experto para darse cuenta de ello. Ella nunca habría sido capaz de conseguir ni la mitad de lo que valía la nave si hubiera tratado de venderla, de modo que no se molestaba en intentarlo. De momento, se ajustaba perfectamente a sus necesidades, pero sabía que algún día tendría que reemplazarla, aunque sólo fuera para comenzar otro proyecto de restauración.
—Nave no identificada, transmita identificación y códigos de autorización, por favor —resonó una voz formal por la consola de comunicaciones. Musk se sobresaltó y quedó en un bienvenido silencio. Hylo miró por la ventana, localizando rápidamente la estación orbital de seguridad de la que provenía la solicitud.
—Transmitiendo ahora —respondió Hylo, mientras sus dedos danzaban por el panel de control para enviar la información. Luego se recostó en su asiento, sabiendo que pasarían unos minutos hasta que la seguridad corelliana verificase los códigos.
Musk gruñó alzando una mano hacia el techo de la cabina.
—¿Apago el generador de hipermotor?
—¡No! —Hylo se incorporó rápidamente en su asiento y de un manotazo apartó su mano del interruptor—. Déjalo en espera. Yo nunca lo apago hasta que el trabajo está hecho. Trae mala suerte.
La primera reacción de Musk ante el golpe en su mano fue ira, pero decidió reírse en su lugar.
—Estáis locos, los mirialanos.Sacudió la cabeza y se rió entre dientes antes de ponerse en pie y salir de la cabina.
Hylo lo vio irse, sintiéndose realmente incómoda. Dejar el generador de hipermotor encendido no tenía nada que ver con que fuera mirialana, por supuesto. Al igual que el bláster que llevaba en la cartuchera, dejar el generador de hipermotor en espera era algo que le hacía sentirse más tranquila.
Supuso que Musk había abandonado la cabina para informar a su socio, un weequay con un nombre que Hylo ni siquiera podía pronunciar, y mucho menos recordar. A diferencia de Musk, el weequay era silencioso, sombríamente silencioso. Hylo conocía muy bien a los de su clase; su letal y fría mirada le decía todo lo que necesitaba saber. Era el tipo con el que habitualmente evitaba trabajar a toda costa. En este caso, sin embargo, no tenía otra opción. Barrga el Hutt había enviado a los dos matones como sus "escoltas". Lo que realmente significaba que la estaban observando para asegurarse de que Hylo no trataba de engañar al jefe. Cuando había mucho en juego, este era un procedimiento operativo estándar.
En general, Barrga, como la mayoría de los demás hutts, en realidad confiaba en Hylo. Ella había trabajado para el Cartel de vez en cuando desde hacía ya años y, antes de eso, había crecido prácticamente toda su vida trabajando de mecánico en los muelles de carga del Cartel.
Hylo había vivido en Nar Shaddaa la mayor parte de su vida, pero nació en Balmorra. Su padre trabajaba como diseñador de droides hasta que empezó la guerra, cuando fue atrapado en el fuego cruzado durante un ataque Imperial. Sólo una niña en ese momento, Hylo huyó del planeta con su madre y cientos de refugiados más.
Semanas más tarde, durante una parada en boxes en Nar Shaddaa, su madre había caído enferma y el transporte de los refugiados las dejó atrás. Su madre murió poco después, dejando a Hylo con nada más que un puñado de créditos y la ropa que llevaba puesta.
Acabó formando parte de un grupo de chiquillos callejeros alienígenas, igualmente huérfanos, que se ocultaban por los conductos y callejones de Nar Shaddaa, robando y mendigando para sobrevivir. La mayoría de esos niños terminó siendo asesinada o convirtiéndose en matones para alguno de los numerosos señores del crimen de Nar Shaddaa. Hylo había tenido suerte, sin embargo. Siendo adolescente, descubrió su habilidad natural con las máquinas y se convirtió en mecánico en los mugrientos astilleros de las profundidades de la Ciudad Subterránea de Nar Shaddaa. Ganaba lo suficiente para sobrevivir. Sin embargo, desde la primera vez que realmente se sentó en el asiento del piloto, Hylo supo que quería pasar más tiempo pilotando naves espaciales que arreglándolas.
Ahorró cada crédito que ganaba hasta que tuvo suficiente para comprar el Vellocino Carmesí, y entonces comenzó a ofrecer sus servicios como capitán de carguero. Sin embargo, e Cártel Hutt no contrataba cualquier nave disponible. Esos primeros años tuvo que aceptar cualquier trabajo que pudiera conseguir. Así fue como cometió el error de aceptar un trabajo para el Imperio Sith... un error que nunca volvería a cometer. Había aprendido por las malas que la única vez que los imperiales contrataban a transportistas independientes era cuando buscaban mano de obra prescindible. Afortunadamente, usando sus contactos entre los mecánicos, y ganando una reputación de éxito, Hylo finalmente consiguió la atención de los hutts, y nunca miró hacia atrás. Gobernando el mercado negro de bienes y tecnología por toda la galaxia, a los Hutts nunca les faltaba trabajo para los transportistas independientes. Hylo se ganaba la vida decentemente y seguía siendo su propia jefa.
Hylo estaba, de hecho, pensando en cómo iba a gastar los créditos de este trabajo cuando Musk regresó a la cabina de mando con un nuevo aire de urgencia.
¿Por qué estamos esperando? —No se sentó, pero miró con irritación por la ventana a la estación orbital de seguridad.
Bueno, de alguna manera sospecho que no nos dejarán entrar en la atmósfera de Corellia hasta que nos den autorización. Hylo sonrió, confiando en que Musk no detectaría su sarcasmo.
Diles que necesitamos aterrizar ya ordenó Musk airadamente. Tenemos negocios que hacer. La miró expectante.
Se recordó a sí misma que Musk sólo era músculo contratado. Él no podía saber lo estúpida que era su sugerencia.
Esto no es Nar Shaddaa, Musk. Aquí tienen reglas. —dijo, sonriendo pacientemente.
No rompemos ninguna regla. —Musk se encogió de hombros y miró a Hylo de forma suspicaz. Deberían estar esperándonos. Llama ahora.
Escucha, amigo, sólo porque te dejo estar aquí, eso no te convierte en copiloto. Le miró a los ojos con firme determinación. Esta es mi nave, y yo estoy al mando. Hylo inclinó la silla hacia atrás contra la consola, proyectando un aire de relajada confianza. Esperaremos hasta que nos llaman. Así es como funcionan las cosas.
Ven y pulsa el botón, si te atreves. Estaba dispuesta a usar su bláster, si fuera necesario.
Vio cómo los engranajes giraban lentamente en la cabeza de Musk mientras consideraba cómo debía reaccionar. Su expresión confundida sugería que iba a retirarse, pero entonces eso dejó de ser un problema.
Vellocino Carmesí, los códigos han sido verificados. Bienvenidos a Corellia. La voz de la seguridad corelliana no era más amistosa de lo que había sido antes. Por favor, diríjase directamente a la pista de aterrizaje A-17 en las instalaciones de la Corporación Rendili. Envío las coordenadas.
Ahora era el turno de Hylo de parecer confundida. Se incorporó de un salto y tecleó en la consola de comunicaciones.
¿Quiere decir que no vamos a aterrizar en un puerto espacial militar? Barrga nunca había especificado dónde se llevaría a cabo el trato, pero Hylo sabía que los motores iban al ejército de la República. Había asumido que aterrizarían en una instalación militar.
Aquí dice que están entregando un cargamento a la Corporación de Vehículos Rendili. La voz sonaba irritada, expresando por primera vez cierto grado de humanidad. Todas las instalaciones militares de la República están estrictamente prohibidas para el personal no militar. Estamos en guerra, ¿sabe?.
No soy estúpida. Hylo suspiró y sacudió la cabeza. Está bien, está bien, sólo dígales que estamos en camino.
No hay de qué —dijo con sarcasmo el agente de seguridad, cerrando la conexión.
Hylo se rió y se acomodó en su asiento. Miró hacia atrás y se percató de que Musk había salido de nuevo de la cabina. No se molestó en preguntarse por qué. Disfrutó del momento de soledad y simplemente se recordó que todo eso terminaría pronto. Este podría ser el último trabajo que hago para el Cártel, se recordó.
Recientemente, Hylo había estado encontrando trabajo en otros lugares. Había hecho algunas entregas para empresas e incluso algunos trabajos para la República. Aunque la política previa de la República había sido contratar sólo a capitanes de carguero con licencia y certificados, el ejército de la República había tenido problemas encontrando ayuda para el transporte de suministros. La influencia imperial se había extendido por todas partes, y trabajar para la República se había convertido en una empresa arriesgada. La mayoría de los pilotos rehuían esos trabajo, pero Hylo no.
No sólo las simpatías de Hylo recaían en la República, sino que además le gustaba correr riesgos. Desde que comenzó a pilotar, había llegado a creer firmemente que todo era posible, siempre y cuando tuviera fe en sí misma. Era la duda y el miedo lo que hacía que la gente fracasase. Así que Hylo proyectaba conscientemente una implacable confianza y confiaba en su destino. Sin embargo, había una importante excepción, y era cuando veía las señales de una desgracia inminente. La mala suerte comenzaba con las cosas pequeñas, cosas que carecían aparentemente de importancia. El deslizador terrestre de su padre se había estropeado el último día que marchó hacia el laboratorio. Su madre había manchado sus ropas favoritas justo antes de caer enferma. Hylo había llegado a la conclusión de que estas cosas no eran coincidencias, sino que eran en realidad la forma que el universo tenía de advertir a las personas. De esto, había deducido que los pequeños problemas y accidentes vendrían seguidos por letales catástrofes si no actuaba de acuerdo a las advertencias. Hylo se avergonzaría de compartir esta idea con cualquier otra persona, pero tales creencias le habían salvado la vida numerosas veces; ya no las cuestionaba.
En el lado positivo, si no había signos de advertencia, entonces no había peligro. Podía volar rápido y despreocupadamente, y salir sin un rasguño. Era la Ley Invisible del Universo. Hasta ahora, en esta excursión, los signos habían sido buenos.
A medida que el Vellocino Carmesí descendía en la atmósfera de Corellia, Hylo estudiaba el paisaje, asimilándolo. Había perdido la cuenta del número de planetas que había visitado, pero nunca había visto Corellia. Se sorprendió al encontrarse sintiendo un infantil sentido de la curiosidad y la aventura. Corellia tenía una reputación de individualidad. Tenía todas las comodidades disponibles en cualquiera de los otros mundos del núcleo, pero se había tenido mucho cuidado para garantizar que no se convirtiera en una ciudad-planeta. Grandes zonas verdes dominaban la superficie del planeta, repartidas de manera eficiente entre sectores industriales y residenciales. Sorprendentemente, Hylo había escuchado que semejante planificación ambientalmente responsable habían sido idea de las empresas de Corellia. Se alegraba de ver la prueba de que no todas las empresas financieras eran tan codiciosas y destructivas como las que ella conocía en Nar Shaddaa.
Cuando la instalación de Rendili apareció a la vista, Hylo se quedó boquiabierta. La arquitectura era una deslumbrante combinación de elegancia y eficacia. Los niveles superiores de varias torres se entrelazaban con paseos escalonados y amplias oficinas con grandes ventanales. Debajo de las torres había un laberinto de instalaciones industriales de aspecto moderno. Había incluso una zona verde que parecía servir como campo de prueba para los proyectos de la empresa. Vio una fascinante variedad de vehículos en varios lugares del campus corporativo, desde aerodeslizadores de aire futurista hasta otros tipos de transporte que apenas reconocía. Su mente dedicada a la mecánica se consumía teorizando sobre la función y el propósito de estas máquinas misteriosas.
Sin embargo, la sensación de asombro de Hylo quedó destrozada cuando Musk volvió a entrar en la cabina y se sentó de nuevo en el asiento del copiloto. Su rifle bláster colgaba a su espalda, y chocó torpemente contra la silla de Hylo. Musk ni se dio cuenta. Para esta gente probablemente parezcamos un puñado de rufianes paranoicos, pensó. Cruzó por su mente la idea de dejar de hecho su bláster en la nave, pero la apartó con una sonrisa. Esta gente sabía que estaba trabajando para un hutt. No tendrían un gran concepto de ella tanto si llevaba un bláster como si no.
A-17. Justo ahí. Musk estaba analizando el laberinto de la arquitectura bajo ellos. ¿A qué estás esperando?
Era evidente que estaba listo para terminar con esto.
Lo sé. Voy hacia allá. Con su estado de ánimo influenciado por el entorno, Hylo dirigió a Musk una sonrisa genuinamente amistosa.
Conforme hacía descender al Vellocino hacia la pista de aterrizaje, Hylo comenzó a pensar de nuevo en los créditos. A pesar de que encontraba que volar para República era estimulante y al menos algo moralmente gratificante, la paga no era especialmente buena y los trabajos seguían siendo escasos. Había aceptado este trabajo para Barrga el Hutt porque necesitaba los créditos. Su comisión por este trabajo sería considerable, y por una buena razón: carga era una caja de prototipos de motores iónicos.
A pesar de que Nar Shaddaa era una de las zonas más sombrías lugares de la galaxia, y en parte debido a eso, era donde se desarrollaban muchas de las tecnologías más avanzadas de la galaxia. Empresas sin escrúpulos que trataban de evitar las regulaciones República establecían laboratorios en las profundidades de la ciudad baja de la luna y desarrollaban tecnologías que eran a un tiempo muy peligrosas y muy valiosas. La mayoría de estas empresas comercializaban sus tecnologías a través del Cártel y otros sindicatos del crimen para evitar la responsabilidad. Hylo no sabía quién había desarrollado los motores iónicos que llevaba en su bodega de carga, pero sabía que eran valiosos. Esos motores aumentarían las capacidades de impulso subluz de una nave, dando a los cazas una gran ventaja en la batalla. Tanto la República y como el Imperio pagarían muchos créditos por cualquier ventaja que pudieran obtener en la guerra, y esta sería una muy grande. Hylo se alegraba de que los motores iónicos fueran al ejército de la República. Sabía que les vendría bien un poco de ayuda.
También sabía que estos prototipos eran sólo un envío promocional. Si el ejército de la República probaba los motores y le gustaban, encargarían cientos, si no miles. Si Barrga seguía siendo el intermediario, este podría ser el mejor negocio que el hutt hubiera hecho nunca.
Incapaz de resistirse a su propia curiosidad, Hylo se había deslizado en la bodega de carga principal durante el vuelo y había echado un vistazo. Por lo que ella pudo ver, los motores eran auténticos. Eso era bueno, porque si Barrga estaba tratando de engañar al ejército de la República, Hylo no quería formar parte en ello. Sabía muy bien que el mensajero era quien pagaba habitualmente por la traición de un cliente.
Cuando el Vellocino finalmente se posó sobre la pista de aterrizaje, Hylo corrió un rápido chequeo de su motor subluz; el sistema de encendido, en particular. El sistema de encendido le había estado dando problemas y quería asegurarse de que podría volver a poner en marcha el Vellocino sin ningún problema. En todo caso, el sistema de encendido respondió bien, y apagó los motores subluz. Mientras dejase el generador de hipermotor en espera, podría desviar energía rápidamente y estar fuera de la atmósfera de Corellia en segundos si se presentaba la necesidad. Al escanear el panel de control, sin embargo, se dio cuenta de que el estabilizador trasero de la nave estaba ligeramente descompensado. Frunció el ceño. Otra pieza que voy a tener que sustituir en breve. Por ahora, sólo quería decir que necesitaba volver a calibrar el estabilizador desde fuera de la nave.
Cuando se levantó de su asiento, casi se golpea la cabeza con Musk, que había elegido exactamente el mismo momento para levantarse del asiento del copiloto. Él sonrió lascivamente y se inclinó hacia atrás para permitir que ella saliera primero de la cabina. Podía sentir sus ojos en su trasero mientras avanzaba presurosa por el vestíbulo de la nave para bajar la escotilla de aterrizaje. Sigue soñando, amigo, sonrió para sus adentros. Tiró del cierre y observó cómo la pasarela bajaba lentamente hasta el suelo.
Mientras descendía por la escotilla, una brisa fresca asaltó sus sentidos con alivio. Estar encerrada en la cabina del piloto con un nikto le había dado nueva apreciación del valor del aire fresco. Preocupada por sus pensamientos y la tarea que le ocupaba, la aguda voz de un droide de protocolo que se dirigía a ella desde el otro lado de la plataforma le pilló completamente por sorpresa.
Perdone, señorita, pero me temo que ha habido algún error. Esta es la plataforma de aterrizaje A-17. No tiene autorización para aterrizar aquí y tendrá que retirar su... nave de inmediato.
El droide de protocolo hablaba con una actitud educada, pero Hylo reconoció una nota de desprecio. A Hylo no le disgustaban los droides, pero tampoco se fiaba de ellos. Sospechaba que era un complejo de su subconsciente relacionado con la muerte de su padre, pero no veía ninguna razón para tratar de superarlo.
El error debe ser de ustedes, porque es aquí donde la seguridad Corelliana me dijo que aterrizase.
Volvió su atención deliberadamente hacia un puerto de escape de vapor en la parte inferior del Vellocino que estaba goteando líquido. Sabía que era sólo agua, pero tomó teatralmente unas gotas y las miró a la luz.
Sentía que el droide de protocolo estaba a punto de persistir cortésmente, pero el droide se detuvo en seco cuando Musk descendió pesadamente por la pasarela.
Venimos de parte de Barrga el Hutt. Tenemos una entrega especial para la Compañía Rendili. Verifícalo en el ordenador.
Con su rifle bláster todavía colgado del hombro, Musk sonrió cruelmente al droide, desafiándole a protestar.
Muy bien. Volveré a confirmarlo añadió el droide sumisamente, pero puedo asegurarles que no había ninguna entrega planificada para hoy. Volveré enseguida.
El droide se volvió y caminó torpemente cruzando la plataforma hacia las puertas de carga de la torre.
Mándanos a alguien que realmente tenga personalidad, pensó Hylo para sí misma. Sonrió por su propio prejuicio y miró hacia arriba para ver a Musk lanzarle una breve mirada escéptica antes de volver a subir a la nave.
Disfrutando del momento de silencio y aire fresco, Hylo deslizó su dedo con aire casual, trazando el contorno de la quilla del Vellocino mientras se dirigía hacia el estabilizador trasero. Miró a su alrededor, observando la eficiente e inmaculada naturaleza de la pista de aterrizaje. Suspendida a decenas de metros del suelo y conectada a la torre sólo mediante una estrecha plataforma, había mucho menos peligro de los robos habituales en las pistas de aterrizaje del Cártel en Nar Shaddaa. Aparte de unos pocos contenedores de carga vacíos apilados pulcramente en el borde de la plataforma, la plataforma de aterrizaje estaba completamente vacía.
Al llegar al estabilizador trasero, Hylo abrió la caja de control externa y liberó la válvula de presión. Una breve ráfaga de vapor salió del conducto y el estabilizador hizo un ajuste casi imperceptible. Hylo cerró suavemente la caja de control y volvió sobre sus pasos hacia la pasarela. Después de una última mirada al mundo exterior, se volvió para subir de nuevo a la nave y de repente se quedó inmóvil. Había escuchado algo.
Se dio la vuelta en un instante, explorando la zona de nuevo para tratar de identificar la fuente del sonido. Al no ver nada, ladeó la cabeza a un lado y estiró el cuello, con la esperanza de identificar con mayor precisión lo que oía. Entonces se dio cuenta; no era lo que estaba oyendo, era lo que no estaba oyendo. Algo faltaba: un pequeño débil zumbido, muy familiar y muy importante. El generador de hipermotor se ha apagado.
Enfurecida, Hylo se precipitó hacia la pasarela. Irrumpió en el vestíbulo de la nave para encontrar Musk sentado en un banco, apoyado en el mamparo con los ojos cerrados. Sintiendo la ira de Hylo, Musk abrió los ojos de golpe y, sin mover un músculo, levantó la ceja con aire casual, como preguntándose el motivo.
¿Qué has hecho, maldito mono-lagarto? preguntó ella con los dientes apretados por la rabia. Yo soy la capitana de esta nave. No tienes derecho a tocar siquiera los controles...
Se interrumpió, reconociendo la expresión genuinamente perpleja del nikto.
No sé de qué estás hablando.
Musk la miró directamente a los ojos. Casi parecía un poco asustado.
No me digas que el generador de hipermotor se ha apagado solo.
Incluso mientras estaba diciendo las palabras, se dio cuenta por la expresión de Musk de que probablemente ese fuera el caso. Se dirigió a la cabina para comprobar el panel de control.
Un escalofrío helado le recorrió la espina dorsal y extrajo el aire de sus pulmones. El indicador del generador de hipermotor tenía un aspecto hueco, muerto, que señalaba claramente un problema importante. Esto es malo. En un instante, la vigorosa energía de Hylo se agotó por completo y se sintió de inmediato como una niña pequeña, perdida y sola en las calles de Nar Shaddaa. Mientras permanecía allí, paralizada ante el indicador muerto, Musk llegó detrás de ella. Se apoyó en la cabina para ver el indicador por sí mismo, rozando a Hylo de una manera que ella nunca habría permitido unos pocos minutos antes. En este momento, sin embargo, la ofensiva presencia de Musk ni siquiera era una distracción en comparación con el terror que estaba sintiendo.
Probablemente sólo necesite recargarlo observó el nikto con aire casual. Se agachó para salir de la cabina y empezó a caminar por el pasillo hacia el vestíbulo, pero se detuvo en seco al oír la respuesta de Hylo.
No. Esto es un signo.
Seguía mirando el indicador muerto, pero sus reservas internas de fuerza fueron calmando los temblores que sentía en su interior. Todo tenía sentido ahora... la plataforma de aterrizaje empresarial, el droide de protocolo grosero, el hecho de que su entrega no estuviera planificada... era una trampa. Hylo no había pasado por alto el carácter sospechoso de estos hechos, pero eran irrelevantes hasta que el generador de hipermotor falló. Ahora se sumaban para demostrar definitivamente que algo malo iba a suceder.
Es mejor que salgamos del planeta murmuró para sí Hylo mientras volvía a sentarse en el asiento del piloto. Nos posaremos en una de las lunas de Talus. Ahí podré hacer pruebas y ver qué pasó con el generador de hipermotor.
Miró por la ventana para ver que la pista de aterrizaje estaba todavía completamente vacía, incluso cuando pulsó el botón para subir la rampa de aterrizaje.
—Definitivamente están planeando algo.
Extendió la mano y encendió los motores subluz.
¿Qué estás haciendo? —dijo Musk, desconcertado.
—Vas a tener que confiar en mí en esto.Hylo mantuvo los ojos en las puertas de carga. Esperaba que en cualquier momento se abrieran las puertas y cañones bláster apuntasen al Vellocino. Agarró los controles para despegar, pero entonces sintió el duro cañón del fusil bláster de Musk clavado en su nuca.
No, no. No vamos a ninguna parte, muchacha loca.
La voz de Musk no denotaba enojo, ni maldad, pero llevaba una nota de algo mucho más peligroso: miedo. Estaba claro que pensaba que Hylo había perdido la razón, y probablemente estaba dispuesto a pegarle un tiro si tenía que hacerlo. La mente de Hylo daba vueltas. Debería haberme imaginado que Musk reaccionaría de esta manera. Puede que me esté dirigiendo directa a la catástrofe que estoy tratando de evitar. Aflojó su agarre sobre los controles y se dejó caer hacia adelante en el asiento. Sintió que Musk se relajaba un poco, pero su rifle todavía le apuntaba a la parte posterior de la cabeza. Era arriesgado, pero sabía lo que tenía que hacer a continuación. Dejó caer la cabeza entre sus manos y fingió un sollozo. Queriendo consolarla por instinto, Musk dio un paso adelante.
El codo Hylo salió disparado rápido y fuerte, empujando el cañón del rifle bláster de Musk hacia el techo. Salió de su asiento con un giro para ponerse bajo él. Dándose cuenta de que había sido engañado, Musk mostró los dientes, pero luego quedó sin aliento cuando Hylo le asestó una poderosa patada en la ingle.
Cayendo de rodillas en el estrecho pasillo, Musk trató de bajar su rifle bláster para apuntar con él al rostro de Hylo, pero ella era demasiado rápida. En un fluido movimiento, su mano derecha agarró el cañón del fusil, y su mano izquierda salió disparada hacia la cartuchera para volver con su bláster apuntando a Musk en la frente.
Suéltalo.Dame una excusa y te mataré, pensó, pero Musk bajó el rifle. Ella se lo arrebató de las manos y lo arrojó en el asiento del piloto, pero no tenía idea de qué hacer a continuación. Improvisando, mantuvo su bláster apuntando a la cabeza de Musk y se deslizó detrás de él en el pasillo.
—Estás completamente loca, chica estúpida. Musk mantenía las manos en alto, pero sacudió la cabeza. Barrga te matará por esto.
Cree que no tengo agallas para apretar el gatillo.
Correré ese riesgo.
Agarró la parte posterior de la camisa de Musk y lo arrastró hacia el vestíbulo.
Miró hacia atrás y reconoció el olor, pero nunca tuvo la oportunidad de reaccionar. El socio weequay de Musk había decidido finalmente salir de donde quiera que estuviese. La culata del rifle bláster del weequay se estrelló contra la cara de Hylo antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Todo se volvió negro.

miércoles, 25 de julio de 2012

Un relato del Lado Oscuro

Un Relato del Lado Oscuro
de George Strayton

El obelisco negro parecía absorber incluso la escasa iluminación derramada por las lunas gemelas de Krayiss Dos. Una figura encapuchada dio pasos lentos y perfectamente medidos hacia la gigantesca estructura, manteniendo las manos escondidas en los pliegues de su túnica excesivamente grande.
-Taka zeech ma toka duuwaj -murmuró por cuarta vez, precisamente seis latidos de corazón después de su tercera entonación. Los ritos Sith debían seguirse con cuidadosa exactitud, porque abandonar un solo elemento del procedimiento prescrito podría significar la perdición para los no iniciados. Y Vara Nreem no quería tentar al lado oscuro, otorgándole una abertura que explotar.
Dio dos pasos más hacia el obelisco, atreviéndose por un momento a echar un vistazo a la perfecta simetría de su suave superficie y a las precisas líneas que marcaban sus bordes. Qué belleza tan siniestra.
-Taka zeech ma toka duuwaj -cantó por quinta vez... ¿o era la cuarta vez? Su corazón se aceleró de repente, aumentando su distracción. Cálmate.
Midió a ojo la distancia hasta el obelisco. Alrededor de una docena de metros: esta debía ser la quinta vez.
Una vez deducido el número de recitaciones, permaneció quieta y en silencio por un momento, esperando para ver si su desliz había sido suficiente para provocar la ira del lado oscuro.
Cuando no pasó nada, dio los dos últimos pasos hacia la estructura Sith y realizó el canto por última vez. El obelisco continuó guardando silencio ante ella, como si hiciera caso omiso de su insignificante presencia.
Entrando en la última sección del rito, se puso de rodillas y se echó hacia atrás la capucha de su túnica, lo que permitió que su cabello castaño claro se derramase sobre sus hombros y su espalda. Apretó los puños y se los puso en la frente, presionando juntas las bases de las palmas.
Permaneció en esa posición por lo que le pareció algo más de una hora cuando algo sucedió... algo que sintió tanto por dentro como por fuera.
Un murmullo salió de las profundidades de la tierra dura, creciendo desde un mero susurro hasta una cacofonía ensordecedora en el espacio de una docena de latidos. La tierra debajo de ella se estremeció, y luego se sacudió. A pesar de que los músculos le dolían por haber estado sentada durante tanto tiempo, se las arregló para mantener la posición incluso cuando el suelo trató de derribarla.
Miró hacia el obelisco, y aunque su visión saltaba con cada temblor, le pareció ver la piedra maciza moviéndose, deslizándose hacia arriba, su base haciéndose cada vez más grande. El suelo gimió y luego se agrietó en una serie de afiladas fracturas. Violentos terremotos estallaron al mismo tiempo, y la sacudida más fuerte lanzó a Vara varios metros a su derecha. Ella cayó de costado, y creyó sentir cómo crujía un hueso de su hombro, pero ignoró el dolor y se obligó a levantar la cabeza para poder ver el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.
El propio obelisco se había convertido en nada más que una aguja sobre una monstruosa estructura de paredes angulosas y torres piramidales. Vara la reconoció de los antiguos escritos Sith como un templo-biblioteca, un lugar donde los brujos de pura sangre Sith iban a meditar y a registrar los conocimientos que habían obtenido en sus experimentos. Un escalofrío se apoderó de su cuerpo por un momento al darse cuenta que se encontraba al pie de un lugar con semejante poder, un edificio que había sido testigo de la evolución de las técnicas Sith para acceder a las grandes energías del lado oscuro lo largo de decenas de miles de años. ¿Cuánto tiempo había estado enterrado, sus salas sin vida?
La tierra se aquietó, y el silencio del ciclo nocturno de Krayiss Dos cayó sobre la tierra una vez más. Vara se puso en pie tambaleándose, con su brazo derecho colgando inerte desde el hombro, y se puso delante de la estructura Sith, contemplando su belleza y sintiendo el negro poder que emanaba de cada uno de sus centímetros. De repente se preguntó si estaba sufriendo alguna alucinación, pero rechazó de inmediato esa idea fugaz. Nunca podría haber imaginado lo que ahora se extendía ante ella, y por lo tanto su mente no podía haberlo convocado desde las profundidades de su conciencia para engañarla.
No, el templo era real. Podía sentir su imponente presencia mirándola de reojo, midiéndola. El frío del poder del lado oscuro la acariciaba, y ella sabía que los espíritus atrapados en el interior del templo estaban decidiendo su valía.
Se dio cuenta entonces de que tenía que demostrar su valía ante ellos, demostrar que tenía derecho a acceder a los poderes Sith que aguardaban.
Dio un paso adelante, y la suave caricia de los espíritus estalló en un frenesí de motas de energía, como si estuvieran sorprendidos por el inesperado movimiento. Apenas antes de que tuviera tiempo de notar el cambio repentino, la energía volvió a reunirse, rodeándola una vez más.
Ella dio un paso más, y obtuvo la misma respuesta. A no más de seis metros de distancia se alzaba la enorme doble puerta que formaba un alto trapezoide en la base de la estructura. Alrededor del perímetro de la puerta y a lo largo del nervio del centro había símbolos Sith. A pesar de que no podía descifrarlos, sabía que tales grabados advertían a los intrusos de una muerte segura al tiempo que actuaban como receptáculos de poder del lado oscuro. Aquellos que se atrevieran a penetrar en el templo serían atacados por esa energía almacenada... y había muy pocas evidencias que sugiriesen que alguien había sobrevivido jamás a semejante diluvio de poder del lado oscuro. Vara esperaba que los espíritus la juzgasen digna y no dirigieran su odio contra ella.
Se atrevió a acercarse. Esta vez el enjambre de energía entró en erupción y volvió a calmarse con tanta rapidez que Vara no estaba segura de si había ocurrido en realidad. Creo que voy a tomar esto como una buena señal.
Se acercó, y al atravesar la barrera invisible de la energía radiada por el templo-biblioteca, sintió su corazón latiendo con fuerza, su ritmo abruptamente alterado por el plano de ionización. Vara había leído acerca de estos escudos defensivos, pero ninguno que permitiese que un intruso pudiera pasar. Parecía que los espíritus habían aceptado su derecho a entrar...
Oyó una débil llamada, como si alguien hubiera susurrado su nombre en una ráfaga de aire frío.
-Vara Nreem...
Su cuerpo se puso tenso, y miró a su alrededor para ver quién había hablado. Al no ver a nadie, devolvió su atención hacia la puerta doble, y allí de encontraba una figura translúcida, sombría, con la cabeza adornada con una corona de espinas y su cuerpo envuelto por un voluminoso manto. Pudo distinguir sus rasgos sólo porque eran diferentes tonos de negro, y los ojos y la boca eran lo más oscuro de todo.
Consiguió reprimir el impulso de retroceder involuntariamente a la vista del espectro, porque sabía que una muestra de temor sólo disminuiría sus posibilidades de sobrevivir a un encuentro con un espíritu Sith.
Aparentemente satisfecha de su efecto en ella, la sombra habló.
-Vara Nreem, nos has despertado de nuestro sueño de diez mil años. -La voz rozaba el registro más bajo que Vara creía que sus sentidos podrían percibir-. ¿Crees que podrás derrotarnos de verdad esta vez?
Vara tragó la saliva que se le había acumulado en la boca y la garganta.
-Yo... he venido en busca de conocimiento, no para luchar. -Su propia voz sonaba estridente y aguda al escucharla después del profundo timbre del espectro.
-Eres un Jedi -afirmó, como si esa simple frase contuviera muchos más volúmenes de lo que su significado superficial pudiera sugerir.
Vara reflexionó un instante. Tenía que manejar correctamente la conversación si deseaba cumplir con sus metas.
-Si con eso quieres decir que soy un creyente en la Fuerza, y que he aprendido a manipularla a mi voluntad, entonces sí, eso es lo que soy. -Se enderezó mientras hablaba, con la intención de presentarse como un objeto fijo e impermeable-. Pero no creo en esta distinción entre la oscuridad y la luz. Para mí no son sino una y la misma. Y he venido a completar mi aprendizaje mediante el dominio de las técnicas de los métodos Sith para el uso de la Fuerza; no el lado oscuro de la Fuerza... sólo la Fuerza.
El espíritu levantó ligeramente la cabeza, como si convocara recuerdos latentes muy lejanos o recibiera información de alguna fuente invisible. La respiración de Vara había comenzado a acelerarse, y ella hizo todo lo posible para ocultar su nerviosismo, porque permitir que el fantasma viera tal debilidad sería el último error que cometería jamás.
El espíritu volvió la mirada hacia ella.
-Estamos... perplejos ante esta perspectiva. ¿Cómo llegaste a esta conclusión?
-Por muchos años de razonamiento y meditación -dijo ella, más confiada ahora que ya había logrado confundir a los Sith con sus palabras-. El lado luminoso y el oscuro no son sino aspectos de la Fuerza. Los Jedi han tratado siempre de mostrar la barrera entre los dos... pero no existe. La línea es borrosa. Por tanto, en lo único que se puede confiar es en la fuente de estos dos aspectos, ya que esta fuente, la Fuerza, no depende de nada para existir, a diferencia de la luz, que no existiría sin la oscuridad. La Fuerza simplemente existe. Y, por lo tanto, preocuparse por sus subdivisiones no importa.
El Sith no respondió, dejando que el silencio hablara por él. Vara comenzó a preguntarse si había llevado su ardid demasiado lejos...
El espectro se echó a reír, un estallido ensordecedor como el fragor de la piedra chocando contra la piedra.
-Tu lógica es defectuosa, Jedi. ¿Creías que tu farsa te permitiría entrar en nuestra morada, para robar nuestros secretos? Hemos permitido que nos encontrases. Hemos permitido que nos llamases desde las profundidades de este mundo. Y seremos nosotros quienes determinemos las consecuencias de tu intento de engaño.
Vara no pudo evitar retroceder, buscando el sable de luz escondido en sus ropas.
-¿Crees que somos charlatanes? ¿Acaso sabes el poder que poseemos? Por tus acciones, yo diría que no. -El Sith parecía crecer, su forma sombría ocupando más y más espacio en el vacío circundante-. Otros Jedi han venido aquí antes que tú. No creas que eres el primero, o que serás el último. Tal vez te gustaría ver a algunos de los que han fracasado en este mismo intento.
Con un movimiento de su brazo, el Sith convocó a tres espectros adicionales. Pero estos no poseían la misma forma negra. Estos eran figuras grises, difuminadas, con los rostros retorcidos como si sufrieran un tremendo dolor. Pero incluso en su forma espectral, Vara pudo distinguir que eran Maestros Jedi. Y si los Sith podían hacer eso a un Maestro...
Introdujo su mano en la túnica y extrajo su sable de luz, encendiéndolo incluso antes de tener un control firme sobre la empuñadura. La hoja de color rojo vibrante cobró vida con un zumbido, y la sostuvo delante de ella, con la punta dirigida hacia la más baja de las dos lunas, que colgaban en el cielo justo por encima de la aguja del obelisco del templo.
La sombra Sith se centró en ella otra vez, y de repente se abalanzó hacia delante.
Vara blandió su sable de luz trazando un amplio arco, atravesando al fantasma desde su hombro izquierdo hasta su cadera derecha. Pero la hoja de color rojo pasó a través sin dejar siquiera una marca...
Y entonces el espíritu cayó sobre ella. La envolvió con su forma oscura, volviendo inútil su sentido de la vista y al mismo tiempo quemando su piel con un fuego frío. Ella gritó y lanzó violentos tajos con su sable de luz. Pero el ataque del espectro sólo se intensificó; su cuerpo se entumeció por el dolor conforme el fuego del lado oscuro penetraba el caparazón de su cuerpo y asaltaba su espíritu.
El final llegó con rapidez, y Vara se encontró siendo tan solo una sombra difuminada de su antiguo ser rodeada por el poder del lado oscuro. Y comprendió que permanecería eternamente en el tormento que la invadía como una sombra. No puedo creer lo que he hecho. Sólo me gustaría tener una manera de advertir a los que vengan después de mí de que no subestimen el poder del lado oscuro...