viernes, 31 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XIV)


14

Por segunda vez en dos semanas, Quarra atendía a un hombre herido mientras los Sith acechaban cerca. Pero la ubicación no podría haber sido más diferente. No se encontraba en la estación de señales de Jogan o en la cubierta de un barco; estaba en el mayor santuario de todo Alanciar: la biblioteca de Adari Vaal.
Los Sith permanecían fuera, al otro lado del tapiz, hablando ruidosamente. Durante las largas horas desde que entraron allí, nunca había habido ahí fuera menos de tres voces a la vez. No había forma de salir al exterior, pero todavía tenía una oportunidad de advertir a su pueblo. Durante dos horas, alcanzó mediante la Fuerza a otros gritadores de pensamientos, sin preocuparse de si los Sith sentían su presencia. La Fuerza era un sistema de comunicaciones que los Sith no podían comprometer...
...o eso creía. Entre la ira que emanaba de los Sith y los niveles casi tóxicos de miedo que se habían desarrollado entre los alanciari en los últimos días, al llamar mediante la Fuerza se sentía casi como si se estuviera muriendo ahogada. No había manera de que nadie pudiera entender lo que estaba tratando de decir. Estaba demasiado cansada... y ella misma también tenía demasiado miedo.
Y enojada. Durante aún más largas horas, observó a Edell mientras dormía, recuperándose de su terrible experiencia. Le había mentido todo el camino. Ella conocía la escarpada costa sur. No había muchos asentamientos o fortalezas: las montañas nevadas eran su propia defensa. El Infortunio podía hacerse a la mar sin ser molestado. Pero con el otoño en el sur, los marinos alanciari evitaban el paso por el sur por sus increíblemente rápidas corrientes polares y por el hielo que se expandía. ¿Un equipo sin experiencia tendría la oportunidad de alcanzar el océano oriental? ¿Y Jogan les advertiría, o permanecería en silencio, dispuesto a naufragar con ellos si fuera necesario? Si les advertía, ¿le escucharían siquiera?
Quarra se dio cuenta con un sobresalto de que no sabía realmente qué haría Jogan. Se había imaginado que conocía sus pensamientos privados, pero lo que en realidad tenía era un montón de mensajes y unas pocas horas a su lado. Y ella casi había puesto toda su vida patas arriba por él.
¿Y Edell? Él y su pueblo habían puesto patas arriba su mundo entero. Y, sin embargo, lo había salvado, incluso después de saber que le había mentido. ¿Por qué? Recordó la escena en el observatorio mundial. Edell parecía diferente a Bentado. Un asesino, sin duda, pero Edell era un constructor, no un luchador. Parecía estar interesado en algo más grande. Aún así, ¿podían los Sith interesarse en algo más grande que ellos mismos? ¿No contradecía eso la esencia misma de ser un Sith?
Quarra no confiaba en él. Pero tampoco había sido capaz de abandonarlo. ¿Qué le estaba pasando?
Quarra durmió a ratos, despertándose con frecuencia a escuchar las voces de afuera. Pero no se acercaron más... y por la mañana, la luz entró en la habitación por una especie de chimenea diagonal sobre ellos. El túnel de hormigón se estrechaba demasiado en la parte superior para servir como salida, pero la iluminación proporcionaba la oportunidad de hacer algo mientras el Gran Señor dormía. Cogió un libro.
Había leído las mismas Crónicas de Keshtah que había leído todo el mundo. Las entrevistas transcritas con la geóloga y luchadora por la libertad acerca de su vida anterior eran obligatorias en cuanto los niños aprendían a leer. Eran la base –adaptada libremente, por supuesto- de lo que aparecía en las obras de teatro. Pero se sabía que Adari Vaal había producido otros escritos durante su exilio en Alanciar. Algunos eran obras biográficas sobre los Sith; otros proporcionaban una descripción detallada de su continente. Un volumen considerable de su obra comparaba y contrastaba los minerales de los dos continentes; incluso los más devotos estudiosos sobre Vaal tenían problemas para leer y entender todo ese material. Lo más interesante de esos textos era su apoyo a la teoría de que el Antiguo Cataclismo cortó el acceso entre Keshtah y Alanciar.
Pero el libro que Quarra tenía ahora en sus manos era algo diferente. Sus páginas no estaban cuidadosamente caligrafiadas, sino que estaban escritas con los garabatos de alguien. ¿De puño y letra de Adari? A Quarra, que ahora prestaba especial cuidado al pasar las páginas, le parecía imposible. En cualquier caso, tanto si el documento era original como una copia hecha a mano en siglos posteriores, era algo que nunca había visto: las memorias personales de Adari.
Con entusiasmo, Quarra leyó por encima los escritos, sintiendo la misma emoción que le embargaba siempre al leer las misivas de Jogan. Había muchas secciones llenas de lamentos sobre los hijos de Adari; particularmente Tona, que había quedado atrás. Había unos pocos y duros pasajes sobre la madre Adari, Eulyn... y no mucho en absoluto acerca de su primer matrimonio con Zhari. Pero, volviendo la página, vio que la mano del escritor se aceleraba y las letras se inclinaban. Hablaba de Yaru Korsin, el capitán del Presagio y el primer Gran Señor de la Tribu.
Korsin había tocado la mente Adari desde lejos mucho antes de su primer encuentro, y ella mencionaba esa sensación más de una vez. Había sido desconcertante entonces, y cada vez que lo hizo después. Quarra entendía el malestar de Adari, porque ella lo había sentido cuando trataba de comunicarse mentalmente con otros keshiri que no estaban en sintonía con la Fuerza. No lo hacía a menudo, ya que no siempre funcionaba, y de todos modos no tenía ninguna necesidad práctica. Como gritadora de pensamientos, sólo se había comunicado con otros usuarios de la Fuerza. Pero había tratado de llegar telepáticamente a su marido, y la respuesta por su parte había sido una expresión asqueada. ¿Era eso lo que había sentido Adari, la primera keshiri en ser contactada a través de la Fuerza? Quarra se imaginaba su malestar.
Y ese malestar vivía en todas las páginas siguientes, cuando Adari describía los celos que de ella sentía Seelah, la esposa de Yaru entre los humanos. Veneno mental, transmitido hacia ella cada vez que Yaru no estaba cerca. Tampoco es que él detuviera nunca a Seelah cuando estaba cerca; Adari escribía que él disfrutaba al ver a las dos, la una contra la otra. Este comportamiento no era Sith, escribía Adari; era masculino. Pero lo que más molestaba a Adari era que se había colocado voluntariamente en esa posición, y no sólo para obtener información para su movimiento de resistencia:
Yaru tiene una mente más aguda que la de nadie que yo haya conocido. La esgrima verbal con él era como uno de sus duelos con sable de luz; me sentía completamente despierta y viva. Incluso ahora, décadas después, recuerdo despertar por la mañana y desear con ganas que comenzase la siguiente conversación. Caminar con él mientras otros keshiri y Sith se arrodillaban era como estar en el centro del mundo.
Pero nunca puedo olvidar el otro sentimiento. Lo que sentí el primer día en la montaña, cuando Seelah y su gente invadieron mi mente. Yaru es elegante, inteligente y encantador, y usa esas cosas para gobernar a los demás... y a mí. Pero también es un principal entre los Sith... y eso significa que es vanidoso, cruel y sádico. Es un hombre que mató a su hermano por pura conveniencia. Si Yaru aún vive, probablemente ha hecho cosas aún más graves. Es un animal.
Cuando era joven, formé parte de un matrimonio de conveniencia. El problema es que eso te define como desigual antes de empezar. Que cualquier mujer que considere unirse a un Sith tenga cuidado: las mujeres fuertes no caminan junto a los animales. No sin una correa...
Quarra cerró el libro, sintiendo escalofríos de repente.
Ahora comprendía por qué nadie había visto nunca las memorias, cuando tantas otras cosas sobre Adari Vaal habían sido lectura obligatoria. El líder de los Sith le había tentado. Y la Roca de Kesh había flaqueado.
Miró a Edell, que se removía en su sueño. Quarra todavía tenía el sable de luz. Podía eliminar una amenaza, una amenaza para su pueblo y posiblemente a sí misma. Ella no lo amaba, pero tampoco lo odiaba -aún no- y él siempre jugaría con eso. Ya había comenzado con ello, a lo largo de su viaje. Ella tenía la oportunidad de detenerlo ahora.
Pero también tenía una pregunta.
-Despierta -dijo en voz baja, empujándole.
Edell dejó escapar un gemido ahogado.
-¿Todavía están ahí fuera?
-Sí. Tres o cuatro, creo. ¿Puedes ocuparte de ellos?
Se incorporó sobre un codo y se estremeció.
-No, pero tal vez podamos entre los dos. -Vio su sable de luz en la mano de ella-. ¿Familiarizándote con él?
-Tengo una pregunta -dijo Quarra, con rostro serio-. Dijiste que van a venir más personas. Y que tanto tú como ellos servís a otra persona. ¿Esta persona es tan mala como Bentado?
Sorprendido por la pregunta, Edell la miró de cerca.
-No. No, no lo es. El Gran Señor es anciano... pero sabio.
-Te gusta -dijo ella, sorprendida por lo que estaba sintiendo-. Es tu amigo.
Casi a pesar suyo, Edell sonrió débilmente.
-Sí, supongo que lo es. Si tuvieras que vivir a las órdenes de un Sith, preferirías vivir a sus órdenes, y a las mías, que a las de Bentado. Confía en mí, los hemos tenido mucho peores.
-Los acueductos. Dijiste que se habían venido abajo. ¿Se arruinaron a causa de algunos de vuestros líderes?
-Y de algunos que querían liderar. Hubo mil años de caos, Quarra. Si Alanciar cree en construir cosas, como yo, no puedes dejar que eso comience de nuevo –dijo-. Tienes que ayudarme.
Ella lo estudió... y llegó a una decisión. Adari tenía razón, pero yo también. Algunos animales son mejores que otros.
-Está bien -dijo ella, levantándose-. Pero que una cosa quede clara. No te estoy ayudando por ti, ni por mí. Voy a detener a Bentado... y a arreglar las cosas. Estoy haciendo esto por mi pueblo.
-Eso es lo mismo que hacerlo por ti –dijo él, sonriendo-. Pero discutiremos de filosofía Sith después. Hay trabajo por hacer. Tenemos que cortar las comunicaciones de Bentado... pero si tratamos de acudir a tu gente, me cortarán en pedazos. Cosa que también harán si vas sola en busca de ayuda y me encuentran aquí. Si todavía tenemos tu ballesta, podríamos disparar a los globos de fuego de la torre de señales...
-¡Eso tardaría una eternidad!
-...y entonces ambos bandos se nos cortarían en pedazos. –Suspiró-. Supongo que ya has intentado pedir ayuda a través de la Fuerza.
Ella asintió con la cabeza.
-Lo que significa que la única forma de detener a Bentado... es detener a Bentado. -Edell juntó las manos, sumido en sus pensamientos.
Éste es su modo normal, se dio cuenta Quarra. Calculando, no luchando.
Sus ojos dorados se abrieron un segundo después... y miró hacia arriba.
-Está bien, ya lo tengo. Pero tendremos que luchar de todas formas. Lástima que sólo tengamos un arma.
Quarra se puso en pie.
-No hay problema. Si éste es el lugar donde se trasladaron los archivos de Adari Vaal, se supone que debe haber otro sable de luz por aquí.
-Si lo hay, entonces ella lo robó.
-Bien por ella, entonces. -Le guiñó un ojo-. Y mejor para nosotros. Siempre quise probar uno.

jueves, 30 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XIII)


13

Edell se estremeció.
-¿Quieres que los keshiri de aquí destruyan nuestras naves?
-No nuestras naves -dijo Bentado, alzándose sobre el mapa gigante. Una docena de modelos de dirigibles en miniatura se encontraban fuera del borde occidental-. Destruirán las naves de la Tribu.
-Pero todos somos parte de la Tribu.
-¿Lo somos? -La cicatriz sobre el ojo de Bentado tembló.
-Pasamos mucho tiempo tratando de reconstruirla -dijo Edell, apenas consciente de que Quarra observaba atentamente desde un costado-. No veo qué sentido tiene que volver a desgarrarla.
-No te hagas el inocente. Tú y tu gente del Destino Dorado habéis estado desgarrando la Tribu durante años, al igual que mi gente. -Hizo un gesto abarcando a todos los Sith en la habitación-. ¡Perdición, Edell! ¡Estuviste a nuestro lado en la Crisis, mostrándonos cómo destruir el templo!
-No fue uno de mis mejores momentos.
-No, por supuesto que no -dijo Bentado-. Pero yo no tengo intención de destruir lo que reconstruimos. Estoy hablando de una Segunda Tribu, aquí en Alanciar.
-Una segunda... -Edell estaba sorprendido. Nunca había considerado tal cosa.
-Es muy sencillo -explicó el hombre calvo-. No hay camino hasta el cargo de Gran Señor mientras Hilts viva. E Iliana... -su boca se curvó con maldad al pronunciar el nombre de la consorte real, haciendo que la palabra durase el doble de lo normal- Ella se ocupará de que Hilts viva hasta que tú y yo seamos demasiado viejos para que nos importe. -Bentado cojeó alrededor del mapa-. Tú mismo dijiste que los keshiri de aquí eran superiores a los que tenemos en casa... y no me refiero sólo a este desperdicio de carne, aquí presente, que Hilts me endosó -dijo, descargando pesadamente su mano sobre el hombro nudoso de Squab-. Yaru Korsin encontró escultores y pintores. Nosotros hemos encontrado una raza de guerreros. ¡De constructores y armeros!
-Los alanciari tienen algo -dijo Edell, señalando a Quarra-. Son verdaderamente increíbles. Pero son todos keshiri. También existe ese mismo potencial en las personas de nuestro viejo continente.
-¿Tienes dos mil años para entrenarlos? -preguntó burlonamente Bentado.
Edell volvió a mirar a los guardias humanos de la puerta. Lo habían oído todo, y no habían hecho nada. Su gente, había dicho Bentado. Sus tripulantes, cuidadosamente escogidos, se dio cuenta Edell. ¿Cuántos provenían de la vieja Liga Korsinita de Bentado? ¿Por qué no había prestado más atención?
Bentado pasó su mano enguantada sobre la superficie del mapa.
-Es perfecto, ¿sabes? Una solución perfecta. El problema de los Sith siempre ha sido el mismo. Nos enseñan la glorificación de uno mismo, y el sometimiento de los demás. El individuo sólo es verdaderamente libre cuando todas las cadenas se rompen, cuando nadie puede limitar su acción resistiéndose a su voluntad. El perfecto Sith debe controlarlo todo, y a todos. -Levantó con la Fuerza las miniaturas de las naves. Los pequeños dirigibles se balancearon en el aire, flotando como si fueran de verdad-. Pero hacer efectivo ese control... ahí es donde fracasa siempre el asunto. Hay demasiadas variables. Demasiados esclavos que aspiran a algo que no es tu propia gloria. Demasiados aspirantes a Sith trabajando en direcciones opuestas. -Con un movimiento de muñeca, las pequeñas aeronaves cruzaron de un lado al otro de la mesa-. ¡Pandemonio!
Edell no dijo nada. Bentado siempre hablaba así. Su lugar estaba en el escenario con otros actores.
-Cuando yo era joven -continuó Bentado- pensé que Yaru Korsin tenía la solución. Seguro que te acuerdas. Había engañado a los keshiri para que creyeran en él. No conquistó... sólo llegó y giró la llave. Hizo bien la primera parte, pero no la segunda. El resultado fue su propia muerte... y un milenio perdido. Pero aquí... -Bentado hizo una pausa para tomar un modelo de una estación de señales-. Aquí puedo hacerlo todo de nuevo, y hacerlo bien. Al igual que Korsin, he sido arrojado del cielo a estas costas. Aquí, hay funcionando un sistema de gobierno que puede doblegarse a mi voluntad, encajando en mi mano como un guante. Y aquí, no hay Sith.
Edell consideró las palabras. Al margen de lo que opinaba de la fuente, la idea era interesante. Un Señor Sith solitario nunca conseguiría una multitud para que trabajase en su nombre... a menos que esa multitud ya estuviera trabajando. Alanciar era un corazón que latía, manteniendo sus ejércitos preparados por la fuerza de la costumbre. Sólo necesitaba un Señor Sith que se colocase en lo alto, sin perturbar el funcionamiento de la gran máquina.
-Es una buena idea, Alto Señor -dijo finalmente-. Muy buena. Alguien debería recordarlo cuando conquistemos la República Galáctica.
Bentado sonrió.
-Hay un problema con hacerlo en Alanciar, por supuesto -dijo Edell-. Tú no eres el único Sith aquí.
-La gente en este edificio es leal -dijo Bentado-. Trabajarán para mí.
-¿Por cuánto tiempo, aquí encerrados? Son humanos. No pueden salir a la calle sin que los keshiri descubran inmediatamente que son diferentes.
-¡A ti no te han descubierto!
-Tenía ayuda -dijo Quarra, hablando por primera vez-. Ayuda motivada. Te prometo que nadie más va a ayudaros cuando descubran que estáis aquí. –Con mirada firme, señaló con el pulgar hacia la salida-. Y habéis matado a nuestros líderes. Estéis o no en el bunker, con el tiempo mi pueblo vendrá a buscarlos.
Edell leyó la frustración en el rostro de su rival. No, Bentado no había pensado a largo plazo. Y él sabía que algo Bentado no sabía, que él no le había dicho ni siquiera a Quarra.
-Los siguientes dirigibles pueden llegar antes de lo que esperáis. Tenemos que empezar a pensar en la manera de hacer que lleguen a salvo. Este plan tuyo... es interesante. Pero lograremos más cosas como una Tribu.
-¡Entonces, que gane la mejor Tribu!
-No. No vamos a hacer esto de nuevo. -Edell lanzó una mirada a Quarra, instándola a salir con la mirada. Al ver que comenzaba a moverse, se acercó a los guardias-. El Alto Señor Bentado ha establecido el control sobre los keshiri de este continente. Lo ayudaréis hasta que lleguen los refuerzos. Entonces trabajaremos juntos para consolidar aquí el poder... en nombre de la Tribu, y del Gran Señor Hilts.
Bentado dejó escapar un suspiro exasperado.
-Siempre has sido un muermo. –Se dirigió a los guardias-. ¡Apresadlo!
Los matones de Bentado que se hallaban en la puerta dieron un paso adelante, pero no más; Edell ya estaba en movimiento, con su sable de luz activado. Trazó un arco con su arma que atravesó el torso de ambos, despejado el camino.
-¡Quarra, vamos!
Quarra salió disparada por la puerta, pasando junto a Edell y a su brillante sable de luz. Él se volvió en el umbral para seguirla... y gritó. Quarra vio con horror como un relámpago iluminaba el oscuro pasillo. Desde el observatorio mundial, Korsin Bentado avanzaba con paso firme, con su mano iluminada con extraños tentáculos azules de energía. Edell tembló bajo el ataque, dejando caer su espada de luz.
Quarra clavó la mirada en el suelo, y en la visión que había tenido al entrar: ¡los Sith no se había molestado en despojar de sus armas a los keshiri muertos que custodiaban la habitación! Arrojándose pesadamente al suelo, Quarra agarró una ballesta portátil de repetición, rodó y disparó. Fragmentos de vidrio salieron disparados más allá de Edell. Bentado aulló de dolor cuando uno se alojó en el muñón que tenía por brazo izquierdo, haciendo desaparecer su ataque eléctrico.
Aún crepitante, Edell cayó de espaldas en el brazo libre de Quarra. Ella volvió a disparar, obligando a Bentado y a su ayudante Squab a ponerse a cubierto. Cuando su arma quedó vacía, atrajo con la Fuerza el sable de luz caído de Edell desde el suelo hasta su mano.
Ahora era Quarra quien abría la marcha, ayudando al Sith aturdido a  cruzar el laberinto de pasillos. Conforme avanzaban, iba rompiendo los globos de fuego que iluminaban el lugar; la oscuridad sería su amiga, para variar. Podía oír a la gente de Bentado moviéndose de nuevo por las salas tras ella, pero ella sabía dónde estaba. No había comprendido todo lo que había dicho el Sith, pero ella tenía que decirlo al mundo exterior: ¡el sistema había sido comprometido!
Jadeando, llegó a la antesala exterior de la cámara del Gabinete de Guerra. Al otro lado de la habitación se encontraban las empinadas escaleras que conducían al nivel de la superficie. Pero cuando se dirigió hacia ellas, Edell cayó al suelo, todavía en agonía por el ataque Sith. Ella no sabía lo que Bentado le había hecho, pero estaba claro que Edell nunca lo había experimentado antes.
Trató de ayudarle a sentarse... y tuvo un destello recordando haber hecho exactamente lo mismo con Jogan en Punto Desafío, días antes. Demasiados días antes. Quarra se levantó, tambaleándose al darse cuenta de ello.
-¡Se me acaba el tiempo, Edell! Tengo que irme.
Edell tosió ruidosamente.
-¿De... de qué estás hablando?
-Tengo que advertir a la gente... no intentes detenerme. ¡Y luego tengo que irme! Ya han pasado diez días desde que dejamos el barco. Incluso en uvak harían falta dos días para volver al Infortunio en la Cala Meori. -Trató de ayudarlo a ponerse de pie-. ¡Por favor, ven conmigo! ¡Si no regresamos, tu tripulación lo matará!
El Gran Lord se dobló de dolor. Quarra luchó para mantenerlo erguido, pero fracasó.
-Iré yo sola si es necesario...
-No, quédate, Quarra. Esto... es importante Quédate a ayudarme...
-¡No puedo! -Quarra se levantó y miró hacia las escaleras-. ¡Tengo que irme!
Ya estaba en el primer escalón cuando le oyó gritar.
-¡Quarra... no están allí!
-¿Qué?
-Sólo te dije que el Infortunio seguía allí para que me guiases hasta aquí -dijo Edell, tratando de incorporarse-. Yo los envié de vuelta.
-¿De vuelta? -Volvió corriendo a su lado-. ¿De vuelta a dónde?
-A Keshtah. A nuestro continente.
-¿Con Jogan?
-Si sobrevivía –dijo Edell con un jadeo-. Seguro que no iba a ninguna parte por sí mismo. Salieron tan pronto como tú y yo llegamos a la orilla.
-¡Maldito seas!
Quarra se volvió hacia la escalera... y se detuvo de repente. Se oían pasos allí arriba. ¿Tenía Bentado gente oculta allá arriba? Y ahora se oían voces en el pasillo oscuro.
Detrás de ella, Edell trataba trabajosamente de ponerse de rodillas. Ella todavía tenía su sable de luz.
-Quarra, nos matarán a los dos. ¡Entonces, todo el mundo perderá!
Quarra se quedó helada por un segundo, insegura de qué hacer. Dio un paso atrás hacia Edell, que cayó contra ella. Sintiendo su peso, ella miró con urgencia a las puertas... y luego al tapiz justo tras ella. Adari Vaal la miraba desde arriba, tan silenciosa como siempre mientras el clamor del exterior y el de las escaleras se hacía más fuerte.
-¡Roca de Kesh –exclamó-, salva a tu hija!
Sintió un temblor a través de la Fuerza... ligero, casi como una ráfaga de viento, que provenía de la dirección del tapiz.
Quarra abrió los ojos de par en par. ¡Sí! Sin tiempo para temer la falta de respeto histórico, apartó la tela a un lado... y miró hacia la oscuridad de la habitación oculta que había detrás. Colocando el brazo Edell sobre su hombro, se lanzó temerariamente con él al vacío.

miércoles, 29 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XII)


12

Sus'mintri había comenzado siglos antes como otro puesto militar en el borde de la meseta, con vistas al territorio que se extendía hacia el mar bajo el Escudo Occidental. Sin embargo, su ubicación entre las posiciones defensivas costeras y el centro industrial lo colocaba en el centro neurálgico de las señales de comunicación de Alanciar... exactamente donde el Gabinete de Guerra quería estar.
Hasta hacía diez años, los líderes de los diversos directorados militares, industriales y educativos se reunían por separado. La Casa de Vaal en Sus'mintri unificó las operaciones consolidadas en un anodino chalet de ladrillo de un piso de altura... discreto, si no fuera por el colosal silo blanco que se alzaba a su lado en el gran patio amurallado. A diferencia de la torre de Jogan en Punta Desafío, la torre de la Casa de Vaal tenía múltiples niveles de luces de señalización, apuntando en todas direcciones. Los ocupantes de la Casa de Vaal podían comunicarse con cualquier persona, desde los trabajadores de los astilleros en el lejano noreste hasta los guardias en su propia puerta, separados tan sólo por un camino polvoriento.
Una guardia keshiri vestida de marrón miró a la torre de señales, y luego otra vez a Quarra. Hablaba en voz alta para hacerse oír entre los silbidos de alarma.
-Me dicen que les deje entrar, Jefa de Sección. -Golpeó en el carro con su arma-. A ambos -dijo con nervioso desdén.
La puerta se abrió, y los muntoks del carro de Quarra caminaron al interior. Las puertas apenas llevaban cerradas un instante cuando Edell se asomó por debajo de la lona en la parte trasera.
-¿A ambos? ¿Qué significa eso?
-No... no lo sé -balbuceó ella, bajando de su asiento. Él tenía su sable de luz en la mano. El largo camino desde Uhrar había dejado a Quarra con los huesos cansados, y a Edell cada vez más nervioso; Quarra esperaba que eso amortiguase la ventaja del Sith en caso de que les esperase una trampa.
Casi esperaba haber sido recibida por escuadrones de tiradores, en espera de su entrega. Pero las únicas cosas en el patio eran ella y su carro. Un mal olor flotaba en el aire. Arriba, las luces de señales en la torre parpadeaban en silencio.
Y la puerta a la Casa de Vaal estaba abierta de par en par.
-Esto no me gusta –dijo, sin pretender ser escuchada.
-Ya somos dos -dijo Edell, deslizándose por el costado de la carreta y cayendo con un ruido sordo en el suelo. Agarrando el hombro de Quarra, volvió su rostro hacia él-. No sólo te esperaban a ti, ¿verdad? Me estaban esperando también a mí.
Mirando en todas las direcciones, salvo a él, Quarra luchaba por encontrar las palabras.
-Nunca me dijiste lo que querías hacer aquí. “Recorra la región, visite la capital, conozca al Gabinete de Guerra”. -Se encogió de hombros-. Soy una burócrata, Edell. No puedo dejarte pasar sin más por la puerta principal.
Edell la miró sombríamente durante un instante antes de esbozar una sonrisa.
-No, soy yo quien va a hacerte pasar por la puerta principal. Lanzó el impermeable al suelo y encendió su sable de luz-. Como siempre... tú primero.
Los keshiri del pasillo llevaban muertos por lo menos un día, tal vez más. Quarra reconocido sus uniformes de oficina: un par de guardias en primer lugar, seguidos por una mezcla de administradores y asistentes conforme avanzaban. El edificio no había sido asaltado; no había evidencia de una defensa vigorosa en la puerta. Solamente keshiri, sorprendidos y mutilados. Algunas de las marcas de quemaduras le parecieron heridas de sable de luz. Pero no todas.
Se tapó la boca.
-Yo trabajaba con esta gente.
-Ya no -dijo Edell, pasando por encima de los cadáveres. Miró hacia el pasillo, alerta-. Esta planta no es nada, ¿verdad? Todo lo importante se encuentra bajo tierra.
-Sí -dijo ella, deseando haberse atrevido a coger a escondidas un arma cuando visitó su oficina. Ya se había acostumbrado a la malicia de Edell, pero lo que allí se sentía era un mal generalizado. Y se estaba propagando.
Las lámparas incandescentes ya estaban encendidas al pie de las escaleras. En el pasillo principal encontraron una sala de estar, agradablemente decorada excepto por los guardias keshiri muertos que yacían al pie de un gran tapiz. Edell miró la imagen. Una anciana mujer keshiri. Su escaso cabello blanco enmarcaba una expresión cansada, demacrada.
-Qué mujer tan fea -dijo.
-Lo dices sólo porque sabes quién es –dijo-. Adari Vaal.
Ella había estado de pie muchas veces en esta sala a la espera de ver el Gabinete de Guerra, admirando el tapiz que estaba bajo vigilancia permanente. Mostraba a la gran keshiri con el aspecto que tenía al final de sus días, no la joven figura de los relatos históricos. La pura resistencia sugerida por la imagen había servido en el pasado para animarla.
Ahora los guardias de honor del tapiz estaban muertos... al igual que todos los demás. La sala de reuniones del Gabinete de Guerra era un depósito de cadáveres, con todas las grandes figuras de la política Alanciari tendidas bajo la mesa o sobre ella. Una vez más, no había señales de una última resistencia. Quien fuera que había entrado, había llegado en la noche, y con total sorpresa.
-No -dijo Edell, abriendo de par en par sus ojos dorados-. Él no se quedaría aquí. Sígueme.
-¿Quién?
-Sólo sígueme... ¡y mantente cerca!

***

Korsin Bentado estaba sentado en una silla de respaldo alto, con el aspecto de un aracnoide en una red en la selva. Y era una red, en efecto. Momentos antes, Quarra había llamado a esa sala el “observatorio mundial”, y Edell había estado todo el tiempo seguro de la existencia de un lugar semejante. Todos los comunicadores tenían que estar enrutando sus mensajes en algún lugar. Había supuesto que habría nodos secundarios; una elección sensata, por razones tanto de velocidad domo de redundancia. Pero conforme veía la naturaleza marcial de la vida Alanciari, se dio cuenta lo centralizada que estaba. Un mensaje de Punta Desafío al Cuello de Garrow podría ser una conexión directa, pero todo lo demás se enrutaba antes a través del centro.
El centro estaba aquí, y Bentado estaba en él, con aspecto muy cambiado. Su cabeza llevaba las cicatrices de quemaduras de varios días de antigüedad. No eran debilitantes, pero sí obviamente dolorosas... sus cejas tupidas habían ardido por completo. Su uniforme estaba manchado de rojo y púrpura.
-Has sobrevivido -dijo Bentado. Su voz profunda sonaba más dura de lo que Edell recordaba-. Me imaginaba que serías tú a quien sentía. Entra, Vrai. Mira lo que hemos hecho con este sitio.
Edell cruzó la puerta, protegida a ambos lados por los secuaces Sith de Bentado. Quarra esperó nerviosamente detrás.
-Trae a tu guía -dijo Bentado, haciendo una mueca mientras se levantaba-. Ella es la razón por la que estás aquí.
Edell desactivó su sable de luz y tomó a Quarra de la muñeca para llevarla al interior. En efecto, era la habitación que había sospechado. Una gran instalación redonda enterrada debajo de la torre, con personal subiendo y bajando escaleras llevando mensajes. Rejillas de un metro cuadrado de superficie en el techo proporcionaban luz sobre una superficie elevada en el medio de la habitación. Allí había un gran mapa de Alanciar, sorprendentemente similar al que existía en el palacio en Tahv, a excepción de la compleja red de estaciones de señales y fortalezas se indicaba en él.
Edell miró a los mensajeros. A algunos los reconocía de la numerosa tripulación de Bentado en el Yaru, pero otros eran de diferentes buques. En su mayoría, guerreros humanos, pero también había algunos de sus embajadores keshiri en la mezcla... incluyendo a Squab, que trajo un fajo de pergaminos a su amo, que cojeaba.
-Un duro aterrizaje -dijo Bentado-. Cortamos la góndola para liberarla en cuanto superamos el borde de la meseta. -Sonrió con dientes rotos. Tu hidrógeno era una mala idea.
-Nos ha traído hasta aquí -dijo Edell, cada vez más consciente. Este era su lugar, entre los demás Sith... pero algo no estaba bien. Se acercó al mapa, y luego volvió a mirar a la habitación-. Aquí son grandes constructores. Pero esto no puede ser el centro de todas sus comunicaciones.
-No. Hay al menos trece edificios en esta ciudad, procesando mensajes. Encontramos uno después de aterrizar; es lo que nos trajo hasta aquí. Una de las instalaciones incluso recibe mensajes de usuarios de la Fuerza, si puedes creerlo. Pero todos los mensajes importantes se copian aquí... o empiezan aquí. Una vez que encontramos el lugar, era sólo cuestión de conseguir entrar sin llamar la atención. -Se echó a reír-. Habitualmente suelo dejar la delicadeza a los demás. Pero ya puedes ver parte de mi obra por todo el edificio.
Edell miró las escaleras de la torre.
-Así es como has reunido a los demás supervivientes de tu Flota."
-Y te atraje aquí -dijo Bentado, señalando Quarra-. Utilizamos la estación de señales para pedir cualquier cosa, incluso que nos abran las puertas. Una cosa es cuando hacemos que los keshiri nos entreguen alimentos en el interior de la puerta. ¡Pero esos estúpidos también nos han estado entregando sus prisioneros!
Edell miró a Quarra. Esta estaba petrificada con cara de asombro, tapándose la boca con la mano. En sus ojos enormes, pudo ver cómo se filtraba la verdad. La organización que había proporcionado a Alanciar su fuerza había demostrado también su debilidad. Él había tenido la intuición de que esto podría ser posible; era parte de lo que le había atraído tan implacablemente a Sus'mintri. Pero Bentado había llegado primero, y con la misma idea. La gloria sería suya.
-Cancelad las alarmas, en todas partes -ordenó Bentado. Squab corrió de nuevo al pie de la escalera con la orden. Menos de un minuto después, los silbidos estridentes sobre Sus'mintri se detuvieron... como pronto lo harían por todo el continente-. Que todo el mundo se prepare para cuando llegue la siguiente oleada.
-¿La siguiente? -preguntó Edell.
-La siguiente oleada de Sith. Había aeronaves que  se quedaron en Keshtah. Espero que las veamos pronto.
Edell enarcó las cejas.
-Entonces tenemos que avisar a casa antes de que partan. Puede que seas capaz de ordenar a los keshiri de por aquí. ¡Pero creo que, digas lo que digas, los Alanciari seguirán disparando a nuestras aeronaves!
-Estoy de acuerdo -dijo Bentado, sonriendo misteriosamente-. ¡Y eso es exactamente lo que quiero que hagan!

martes, 28 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XI)


11

La segunda ronda de alarmas no detuvo durante tres días y medio; parecían gritar más fuerte que nunca. Quarra se había acostumbrado al dolor de cabeza. ¡La mitad de la población está hirviendo agua para los silbatos, pensó, y la otra mitad haciendo orejeras para los sordos!
Pero éstos eran sus silbatos, los silbatos de Uhrar. De pie a medianoche en las calles oscuras de la ciudad industrial, se sintió orgullosa de que funcionasen exactamente como se pretendía. Durante años se habían realizado pruebas, pero siempre había habido algunas dudas en cuanto a si los grandes tubos de vidrio resistirían durante una invasión real. Esa pregunta había sido contestada.
Todo Alanciar parecía haber resistido bien, por lo que había visto. Ella y Edell habían escapado del conflicto retrocediendo, pero el resultado de la batalla era evidente. La media luna de aeronaves Sith había sido realmente grande, sesenta buques atacando a lo largo una amplia franja de territorio. Todas menos la dos más septentrionales de las Seis Garras habían quedado al margen, dejando la lucha limitada al Escudo Occidental... un nombre que había demostrado ser algo más que topográfico. Las fortalezas y ballestas en medio de las tierras de cultivo habían destruido la mayor parte de los invasores Sith en el aire. Otros habían sido forzados a descender a tierra, donde fueron abrumadoramente superados en número. Los gritadores de pensamientos informaban que varios Sith todavía seguían libres, y las torres de señales continuaban lanzando destellos frenéticamente. Sin embargo, si los Sith fugitivos eran reales o fantasmas, no era su problema. Tenía que llegar a casa. Había mostrado sus credenciales para requisar un carro de muntoks y equipo. Nadie iba a interferir con una jefa de sección que se dirigía a su distrito. Edell había montado en la parte trasera, fuera de la vista. Después de tres días y tres noches de viaje, habían llegado justo después de la puesta del sol.
Dar una vuelta por Uhrar esa noche la hizo sentir mucho mejor. Había encontrado a sus hijos, dormido, en el refugio de protección de la comunidad: el primer lugar donde había mirado, y exactamente donde se suponía que debían estar. Su personal había hecho un maravilloso trabajo reuniendo a todo el mundo: de hecho, su familia había estado allí desde que las fuerzas de Edell aparecieron hacía más de una semana.
El ayudante de jefe de sección parecía casi decepcionado de verla. La ausencia de Quarra había sido su momento de brillar. Quarra no podía preocuparse por eso ahora. Tampoco necesitaba ver a Brue; con sus hijos a salvo y con tanta munición de vidrio como se estaba utilizando, probablemente había sido enviado de nuevo a la fábrica para un turno nocturno.
Al salir de su oficina, alzó la vista hacia las luces de la estación de señales y respiró hondo. El carro en el que se encontraba Edell estaba estacionado cerca en la oscuridad. Lo encontró sentado en la parte de atrás, comiendo la comida que ella le había llevado antes.
-Tu familia está a salvo –dijo-. ¿Estás satisfecha?
-Sí -dijo ella.
-Mentirosa. -Lanzó un hueso fuera-. Vamos. Este desvío puede haber sido bueno para ti, pero a mí puede salirme caro. Vamos a Sus'mintri.
Quarra trepó al asiento del conductor y tomó las riendas. Edell se deslizó de nuevo en la oscuridad del vagón, de espaldas a ella, con su rostro oculto entre las sombras.
Avanzando ruidosamente por el camino de piedra, miró hacia la oscuridad. Mientras hubiera peligro de ataques aéreos, el apagón -para todos excepto para las estaciones de señales- continuaría. Finalmente, habló.
-¿A qué te referías cuando dijiste que yo tenía más en común con los Sith de lo que pensaba?
Después de pensarlo un instante, Edell habló.
-Me refiero a que lo que te impulsa es el deseo de mejorarte a ti misma... y que sientes desesperación ante la debilidad de los demás. No estaba bromeando. Nunca estás satisfecha. Supongo que eso te ha convertido en una buena jefa de batallón1...
-De sección.
-...una buena organizadora de otras personas. Ves lo que necesita hacerse, y esperas que se haga. Ves la falta de ambición como una falta de respeto no sólo hacia uno mismo, sino hacia los demás. Y hacia ti.
Ella no respondió.
-Este marido tuyo... Casi puedo ver su cara cuando piensas en él. Es un don nadie. Nunca fue, y nunca ha querido ser, más que de lo que es. Te está frenando. Entiendo que eso fue lo que te condujo hacia ese centinela, ese Jogan. Pero aunque él puede tener ligeramente más que ofrecer que tu marido, él también es sólo para tontear una temporada. -El Alto Señor tomó un sorbo de una botella-. Lo estudié, ¿sabes? Cuando era mi prisionero. Puede que tenga un uniforme, pero es un observador, no un actor. Podrías tenerlo, sí, pero pronto te cansarías de él.
Quarra tenía la mirada perdida en la oscuridad.
-Hay mucho más en él que eso.
-Tal vez, pero hay mucho más en ti. Tú lo superas... y él sería un lastre para ti, como los uvaks en mis aeronaves. Y tendrías cortar la cuerda y soltarlo.
-Sí, vi lo que hiciste con los tuyos -dijo, recordando el gigantesco cadáver que había caído del cielo sobre Jogan-. Olvídalo. No voy a tomar una decisión así.
-Esa es una buena noticia -dijo Edell-. Porque, al igual que las aeronaves, cuanto más grande seas, más puedes llevar contigo. El poder no es sólo tener opciones. El poder es ser capaz de decidir si se debe elegir en absoluto. Puedes tener a tu marido y tu pequeña familia... y a tu amante en la torre. Y puedes extender tu autoridad, y hacer que se obedezca tu palabra.
Quarra parpadeó.
-¿Cómo, a tu servicio?
-Sí –respondió-. Pero también a tu propio servicio. Podrías ser Sith, Quarra. Es sólo una cuestión de creencia. Nunca serás realmente un Sith mientras lleves las cadenas de otra persona... pero liberarse de estos lazos menores es el primer paso.
-Yo en tu lugar tendría cuidado –dijo-. Vosotros los Sith, y vuestras aeronaves, podéis estallar.
Bostezando, Edell se tendió en la parte de atrás del carro. Quarra volvió la mirada hacia Uhrar y pensó en la otra cosa que acababa de hacer. Lo que no le había contado a Edell.
Había enviado el mensaje como una pregunta genérica, perfectamente comprensible dado el reciente ataque. ¿Qué debería hacer si un Señor Sith caía en sus manos?
La señal de respuesta de Sus'mintri llegó casi de inmediato: Llevarlo ante nosotros. Sabemos lo que debe hacerse.
No podía haber sido más claro... o más autoritario. Llevaba adjunto el código identificador oficial del Gabinete de Guerra. Imaginaba que ahora mismo el visto bueno estaría saliendo hacia todos los jefes de sección. Se preguntó qué significaba aquello. Seguramente, querrían reunir a los supervivientes Sith. Pero, ¿llevarlos a la capital? Tal vez los anexos secretos a las Crónicas tantas veces reeditadas explicaban alguna manera de frenar con seguridad indefinidamente a los Sith.
Tal vez los querían para ejecutarlos y diseccionarlos.
Miró de nuevo a Edell, que dormía. Tenía tiempo suficiente para llevarlo a la Casa de Vaal para lo que quisiera hacer y regresar con él a la Cala Meori para salvar a Jogan. Pero incluso si lo llevaba a una trampa, todavía podría rescatar a Jogan... y podría tener la fuerza de todo el ejército de Alanciar apoyándola en el intento.
Podría salvar a Jogan... y además ser una heroína, después de haber hecho su trabajo y mucho más.
Tienes razón, Señor Sith. Puedo tenerlo todo.

1 En el original, Edell usa la palabra warmaster (“señor de la guerra”), que suena muy parecida a wardmaster (que yo he traducido aquí como “jefe de sección”). Por eso, he traducido warmaster como “jefe de batallón”, tratando, como en el original, de usar una expresión que suene similar a “jefe de sección”, y que posea una connotación más belicista. (N. del T.)

lunes, 27 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (X)


10

Aparecieron como manchas de alquitrán en un cielo de colores pastel, ampollas de maldad a mil metros de altura sobre el suelo. Una ominosa agrupación en forma de V de aeronaves, cuyos extremos se extendían más allá del horizonte... y otro grupo, por detrás, más alto aún. Los barcos eran más grandes que los ágiles barcos exploradores de Edell, con el doble de uvak cautivos propulsándolos. Diseños pintados convertían los globos en bestias que amenazaban las tierras de cultivo. Y los monstruos tenían dientes debajo: cada una de las poderosas góndolas con estructura de madera de vosso terminaba con una lanza en la punta.
La Flota de Ébano de Bentado.
-Han llegado demasiado pronto -repitió Edell. El grueso de la fuerza ya estaba casi listo cuando él se había embarcado en su viaje, pero suponía que esperarían su regreso. Su propio tránsito aéreo había tomado tres días; Edell se dio cuenta de que, para estar aquí ahora, Bentado debió haber partido casi inmediatamente después de recibir el mensaje de éxito de Taymor.
¡Loco impulsivo! ¿Por qué el Gran Señor Hilts lo habría permitido? Edell ya sabía la respuesta: la consorte, Iliana, vería con agrado la marcha de Bentado. Pero la política no importaba ahora, no cuando los barcos ya habían cruzado la costa y estaban descendiendo. Simplemente habían sobrevolado las baterías de ballestas del litoral. Desesperadamente, Edell buscó algo donde subir. ¿Serían las fortalezas de los campos la única defensa que quedaba?
Obtuvo su respuesta cuando uno de los dirigibles estalló en una brillante flor de fuego, y luego otro. No podía distinguir lo que estaba disparando a las aeronaves, pero las bolas de fuego eran bastante familiares. Un sonido atronador sonó por las tierras de cultivo hacia ellos, y una niebla apareció a lo largo de todo el horizonte occidental.
-¡Maldición!
-¿Cuántas hay? -preguntó Quarra.
Él arqueó una ceja.
-Eres el enemigo. No voy a decirte...
-No se trata de la guerra -dijo ella, agarrándole del impermeable-. ¡Se trata de mi familia! Uhrar está a sólo un par de días a pie. ¡Esas cosas podrían estar allí en horas!
Antes de que pudiera responder, un carro de heno impulsado por muntoks pasó precipitadamente ante ellos. Se detuvo justo antes del puente del canal, donde descendieron varios soldados keshiri. Mientras uno separaba el carro de las bestias de tiro, otros dos retiraron la cobertura de heno. Retiraron las paredes de madera del vehículo, dejando al descubierto una versión de gran tamaño del arma que Quarra había blandido contra él antes.
Edell se quedó inmóvil. Había pensado que sólo era niebla, lo que estaba formándose al oeste. Mirando más de cerca, vio que estaba lloviendo hacia arriba: jabalinas llameantes y fragmentos de vidrio eran disparados hacia el cielo desde similares unidades móviles camufladas, ocultas por los campos. Muy cerca, los muntoks chillaron sorprendidos cuando el equipo de la ballesta disparó su arma con un doloroso chasquido.
-¡Deprisa! -gritó Quarra, corriendo hacia la casa de la estación del canal. La torre de señales sobre ella resplandecía con luces y colores, comunicación los informes de los vigías en uno y otro sentido de la línea defensiva. Obligando a sus piernas a moverse, Edell la siguió. Hubo más explosiones, con destellos más allá de los horizontes del norte y del sur.
-¡Maldito sea! -Edell escupió en el suelo-. ¡Demasiado pronto!
-¿A qué te refieres?
-Me refiero a Bentado –dijo-. Otro Alto Señor. ¡Se suponía que no lanzaría su ataque hasta que yo regresase! ¡Entonces él estaría sobre aviso acerca de vuestras armas de fuego... y todo lo demás!
Se maldijo a sí mismo, también. Le había preocupado que Bentado intentase algún tipo de asalto en las próximas semanas, que intentase esto; por eso Edell se había quedado, con la esperanza de aprender lo suficiente para evitar otra derrota. Pero Bentado había actuado de inmediato y, peor aún, había enviado la mayor parte de las aeronaves listas: un desastre incalculable. Desde detrás de la casa junto al canal, vio un trío de poderosas aeronaves que todavía se encontraban a un par de kilómetros de allí. Ambas estaban perdiendo altura rápidamente, con sus globos pinchados. Uno estalló en llamas, mientras que el otro perdió toda su elevación de golpe y cayó a plomo, enviando a sus tripulantes gritando a los campos de abajo.
La fortaleza más hacia el noroeste en los campos se abrió, catapultando una nube brillante contra los restos marchitos de la tercera aeronave. ¡Diamantes de nuevo! Los restos se estrellaron contra el campo, donde los lanzadores lo golpearon sin piedad. Edell estaba boquiabierto. Estaba ocurriendo una calamidad de proporciones históricas y, si no era su artífice, cuando menos era su testigo. Al menos nada había golpeado demasiado cerca...
-¡Cuidado!
El disparo de ballesta del carro pasó zumbando, casi golpeando la estación de señales. Un segundo más tarde algo la golpeó. Una aeronave cayó a toda velocidad, rozando la torre. Soltándose de golpe, la góndola se desplomó hacia el canal. Liberado de su peso, el globo cayó alejándose por los campos hacia el este.
Sin previo aviso, Quarra se apartó de su lado, saliendo disparada hacia el puente del canal al norte. Gritando su nombre, Edell la siguió... al centro de una estampida. Separados de sus yugos en los barcos del canal, los muntoks salieron en tromba, tirando al Alto Señor de cabeza al canal.
Edell braceó en el agua salobre y gritó de nuevo.
-¡Quarra!
Trepó por los muros lisos y subió corriendo los escalones de una plataforma de carga junto al canal. El cielo despejado había desaparecido, reemplazado por humo de ébano. Por todas partes en las tierras de cultivo escalonadas que se extendían hasta el océano, había restos de dirigibles ardiendo en montones en el suelo, y todavía había más columnas de humo ascendiendo más allá del horizonte. Y había figuras en tierra cerca de algunos de los buques caídos. Algunas inmóviles; otras corriendo, con sables de luz brillando en sus mano.
¿Atacando o bajo ataque? Él no podía verlo, pero podía sentir la misma emoción de ambos bandos a través de la Fuerza. Puro pandemonio. ¡La aniquilación había comenzado!
-¡Morid, Sith!
Edell giró bruscamente la cabeza ante la voz conocida... pero la amenaza no era contra él. A metros de la berma de hormigón de la orilla norte, un guerrero Sith vestido de negro combatía contra un enemigo invisible. Sin reconocer al humano, Edell saltó de la plataforma. Cuando hubo algo de luz bajo el guerrero, Edell pudo ver a su adversario: ¡Quarra! De pie sobre el cuerpo de un keshiri caído, Quarra disparaba ronda tras ronda con la ballesta de repetición del soldado al invasor Sith. El guerrero esquivaba los proyectiles fácilmente con su sable de luz.
-¡Tyro! -gritó Edell, quitándose la capucha-. ¡Por aquí!
Quarra dejó de disparar. Miró a Edell, sorprendida, pero el guerrero Sith estaba aún más sorprendido.
-¡Alto Señor Vrai!
-Así es -dijo Edell, hablando en voz alta para hacerse oír por encima del estruendo circundante. Dio un paso hacia la pareja-. ¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Se suponía que todos vosotros esperaríais mi regreso, cuando el resto de la flota estuviera completo!
-El Alto Señor Bentado ordenó...
Antes de que pudiera terminar, el joven guerrero vio por el rabillo del ojo como Quarra levantaba su arma y se lanzó contra ella, partiendo en dos el dispositivo de madera. Se dio la vuelta para descargar otro golpe... y tanto Edell como Quarra empujaron con la Fuerza, lanzando al sorprendido guerrero y su sable de luz por separado al campo cercano.
Edell se volvió hacia ella, que aún sostenía los restos del arma partida.
-¿Qué pretendías hacer al dispararle?
-Mi trabajo -gritó ella, arrodillándose para sostener al keshiri caído cuya arma había tomado. Edell vio que el guerrero de piel lavanda no era más que un niño-. Hice un trato contigo, Lord Sith. ¡Con nadie más!
Edell dio un paso hacia ella, sólo para ser derribado al suelo por otra explosión, mucho más cerca. Mirando hacia arriba, vio una nave enorme, la más grande de toda la Flota de Ébano, más allá de las nubes. Tatuada con el burlón emblema de Korsin Bentado, el buque insignia Yaru avanzaba rápidamente hacia las tierras altas orientales, con su góndola humeando por las jabalinas clavadas en su parte inferior.
Edell parpadeó. Sí, ése era el Yaru, desde luego, desapareciendo en el horizonte oriental. Segundos después, un destello de luz y un trueno anunció su llegada -o no- a la cima de la meseta.
Edell agarró el brazo de Quarra.
-¡Rápido, sigámoslos!
Ella se apartó de su lado.
-¡Yo no voy a ir!
-Han ido hacia el este... ¡que es hacia donde íbamos nosotros de todos modos!
-El plan ha cambiado -dijo, poniéndose en pie. Su rostro se retorcía de dolor al mirar el caos que reinaba en los campos-. ¡La guerra está en marcha! Tengo que ver que mi gente está a salvo... ¡que mis hijos están a salvo!
Corrió a través del humo hacia el puente, regresando por donde habían venido.
Edell volvió a colocarse la capucha sobre su cabeza y la persiguió.
-¡Vi tu distrito en el mapa del barco! Está al sureste de la capital... a dos días de allí, dijiste. Y debe estar por lo menos a tres días de aquí. ¡Está fuera de nuestro camino!
-No me importa –dijo-. ¡Tengo que llegar a casa!
-¿Y qué hay de tu querido Jogan?
Al oír el nombre, se detuvo debajo de la estación de señales y miró hacia arriba.
-No sé qué hacer al respecto -dijo, con la voz quebrada al mirar las luces-. No puedo hacerlo todo. Pero tengo que hacer esto.
Edell tragó saliva. Por todos los campos escalonados, los Sith estaban siendo volados en pedazos o atravesados por los cristales de los artilleros keshiri. Alanciar no había sido antes un buen lugar para ser un humano solo. Ciertamente, no lo sería ahora. Se cerró aún más la capucha alrededor de su cabeza y se acercó a ella.
-Sea como sea, tenemos que salir de aquí -dijo. Le dio una palmada en el hombro-. Está bien. Lo haremos a tu manera. ¡Pero después, lo haremos a la mía!