jueves, 20 de diciembre de 2012

La última salida (y II)


Enmarcado por la capucha oscura del dosel del bosque, el casco de marfil del Kierra brillaba, un diente suave y redondo sobresaliendo del páramo. Guiado por esas reflexiones de la luz de la luna, Ross avanzaba a trompicones por el sendero lleno de baches, torciéndose los tobillos contra rocas invisibles.
-¡Kierra, luces!
Deslumbrado por la matriz brillante de faros de búsqueda, el contrabandista se estremeció, subiéndose en cuello de su guardapolvos. Un fuerte viento estaba descendiendo de las alturas, trayendo consigo la promesa de lluvia. Dentro del estrecho pasillo, Ross se pasó una mano por el pelo, tranquilizado por la calidez que inundaba el interior del carguero.
-Purga los impulsores principales -ordenó con distracción, advirtiendo que Brandl no lo había seguido a la nave.
Cada vez más acostumbrado a los erráticos vaivenes del estado de ánimo del Jedi, Ross se asomó al exterior al amparo de la puerta de la rampa. Debajo de él, al pie de la rampa, Brandl permanecía inmóvil mirando fijamente la oscuridad mientras pálidas nieblas se arrastraban sobre sus hombros y bajo sus pies.
-¿Brandl? -Con su sentido de contrabandista alerta, Ross ordenó-: Kierra, apaga las luces exteriores.
-Puedes salir ahora -susurró Brandl, cuando las austeras luces se extinguieron-. Nadie va a hacerte daño.
Ross se pegó a la pared interior del casco, sosteniendo su bláster y estabilizando el brazo y el hombro para obtener un tiro claro.
Al oírlo, Brandl miró al pasillo a oscuras, desarmando al corelliano con su aguda mirada. Cuando la desgarbada figura de un muchacho salió de la maleza, Ross pudo sentir cómo la tensión se desvanecía y bajó la rampa, reconociendo al niño de su breve encuentro en el asentamiento. Vestido con ropas color verde oscuro, a juego con el bosque por la noche, la cara del niño estaba enrojecida y sudada. Con cautela, se acercó a los dos hombres y al carguero.
Impresionado por la visión de Brandl, envuelto por la oscuridad, y sin embargo rodeado por la luz de la luna, el niño se movió cautelosamente hacia la nave, impulsado por una curiosidad insaciable. No hizo ningún esfuerzo para ocultar su asombro, observando todos los detalles de la figura ante sus ojos, como si almacenase su mera presencia en la memoria.
-Es cierto -susurró el muchacho-. Eres es un Caballero Jedi.
-¿Quién eres tú? –preguntó Brandl, pero no había fuerza en sus palabras. Incluso Ross pudo detectar la mentira de la negación temblando en su voz.
Hermoso, el niño sonrió, volviendo la cara para encontrarse con los ojos de su padre.
-¿No me conoces? -preguntó. Mirando fijamente a la espada de luz que colgaba del cinturón del Jedi, el muchacho gritó con enojo-: ¡Tú me pusiste el nombre! Jaalib, ¿recuerdas? -Recuperando sus modales, frotó la punta de su zapato en la tierra-. Mi apellido también es Brandl.
Suavemente, Brandl acarició el cabello y las mejillas del niño, sintiendo la suave piel bajo sus dedos. Era una sensación peculiar, que incendiaba cada nervio de su cuerpo. A pesar de la ternura de esa caricia, Ross experimentó una sensación de malestar arrastrándose en su vientre.
-¿Eso es un sable de luz real? Nunca he visto uno. –Con ganas de hablar, el joven añadió-: He visto accesorios de atrezzo, pero...
Su voz suave de tenor tembló, quedando en silencio cuando Brandl le ofreció el arma. Mirándola, Jaalib tendió vacilante su mano hacia la espada de luz, y luego la apartó.
-No tengas miedo -instó Brandl.
-No tengo miedo -dijo Jaalib con confianza, tomando la mano de su padre, en vez de la espada de luz. Una delgada película de lágrimas brillaba en la esquina de sus ojos. Tragando la emoción, Jaalib susurró-: He venido a avisarte. Oí hablar a Menges y los otros. Están enojados porque volviste al asentamiento. Madre no cree que vayan a hacer nada, pero sé que Menges tiene una nave.
Oyendo al joven, Ross espetó:
-¡Kierra, comprueba los sensores!
De repente, las luces del pasillo interior quedaron a oscuras.
-¡Sugiero que todos os agachéis!
Una tremenda explosión estalló cerca de la popa de la nave y el perímetro del bosque, acompañada por la ardiente estela de un caza que se marchaba. Esquivando raíces arrancadas, escombros y partículas de piedra, Ross se deslizó debajo de la rampa, poniéndose a cubierto bajo el casco del carguero. Chispas y escombros fundidos se esparcían por su cabeza y hombros, chamuscándole la ropa y el cabello. Sacudiéndose salvajemente, se retiró el material caliente de la piel. Cerca de allí, Brandl estaba ayudando al asustado muchacho a ponerse en pie, susurrando palabras de aliento al traumatizado niño.
-Informe de daños.
-Nos han dado, jefe -dijo Kierra con voz lastimera-. Misiles de conmoción. -Hubo una breve pausa mientras analizaba los datos entrantes-. Hemos perdido los escudos. Los motores están al 70 por ciento. Hay una probabilidad bastante alta de que las bobinas iónicas dejen de funcionar si las presionamos demasiado.
-¿Podemos despegar?
-Contigo en las riendas, piloto -se rió-, todo es posible.
Abrazando protectoramente al niño contra su pecho, Brandl susurró:
-Mientras no nos demos a conocer, pasará de largo.
-Mira -gritó Ross-, todo esto es muy emotivo, pero ese último pase fue sólo para obtener una ubicación aproximada. La próxima vez... -resopló ansiosamente-. Olvídalo, no voy a esperar a la próxima vez. ¡Salgamos de aquí, ya!
Agitado por el repentino giro de los acontecimientos, Brandl tomó la cara del niño en sus manos.
-¿Sabe tu madre que estás aquí?
-No.
-Entonces... -Brandl tartamudeó-, ¿cómo lo supiste?
Sosteniendo juguetonamente la mano de su padre, Jaalib sonrió.
-Otias me dijo la verdad hace mucho tiempo. Me dejó ver los holos de tu trabajo en el escenario. Al principio, Madre no quiso, pero luego vino conmigo y estuvo llorando todo el tiempo. –Con tristeza, el chico desvió la mirada, evitando los ojos de Brandl-. Cuando te vimos en el asentamiento común, tan pronto como llegamos a casa se puso a llorar. Así que yo supe que eras tú. -Mirando a Ross, el muchacho frunció el ceño, consciente de que la inevitable despedida era inminente-. ¿Volverás alguna vez a casa?
Brandl tomó las mejillas suaves de Jaalib en sus manos y besó suavemente la frente del niño.
-No puedo prometer nada.
Jaalib forzó una sonrisa.
-Entiendo. Otias dijo que tenías otros papeles importantes que interpretar, papeles que un mundo tan pequeño como Trulalis nunca podría ofrecer. -Aferrándose a la presencia de su padre, el muchacho susurró-: Cuando sea lo suficientemente mayor, yo también actuaré fuera del planeta. Otias dijo que me ayudaría. –Dudó un instante-. Quiero ser tan grande como tú, Padre. -La delgada película de lágrimas regresó, amenazando con derramarse por sus mejillas-. Nunca te olvidaré.
Usando el espeso dosel de la selva como escudo, Jaalib corrió por el sendero y desapareció en las sombras de la noche.
-Nunca le dijeron la verdad.
Brandl tragó saliva desesperadamente, luchando contra sus emociones.
-¿Por qué no se la dijo usted? -gruñó Ross, cerrando la escotilla exterior.
-¿Cree usted que tengo el valor? Un hombre valeroso es un hombre con convicciones, capitán Ross. -Pasando más allá del corelliano, el Jedi susurró-: Yo perdí las mías en el momento en que decidí creer en antiguas leyendas.
Dejándose caer en el asiento de aceleración, Ross comenzó a lanzar frenéticamente los controles de vuelo. Sus manos se movían con diligencia a través de la consola con pericia consumada. Estimulado por la amenaza de un caza estelar enemigo apareciendo al alcance del sensor, inició el encendido de propulsores, meciendo la dañada nave en sus manos. Un grave gemido envolvió la cabina de vuelo con ecos estáticos y vibraciones mientras el motor iónico trabajaba para levantar el carguero. El traqueteo metálico de las planchas de la cubierta retumbó en todos los pasillos y en la espaciosa bodega de carga.
-Oh -se quejó Kierra-, eso suena mal.
-¡No me importa cómo suene, empieza por conseguir que los generadores de escudo vuelvan a funcionar!
Luchando por mantener el control del carguero, Ross peleó con el acelerador parcialmente ionizado, maximizando la potencia de salida a través del motor dañado.
-La parte difícil será conseguir atravesar la atmósfera -susurró Brandl, mirando las pantallas de lectura.
-¡Puede que ni siquiera consigamos despegar! –gruñó Ross-. Kierra, ¿dónde está?
-Un Cazador de Cabezas Z-95, dirigiéndose directamente hacia nosotros y, de acuerdo a mis lecturas, la nave supera el ratio de peso normal para su categoría.
-¿Qué significa eso?
-Significa más misiles de conmoción. Está totalmente cargado.
-Enciende la torreta centinela principal -murmuró Ross, concentrándose en el dañado carguero-. ¿Cuándo entrará en funcionamiento el generador de escudo?
-Dame cinco minutos más. La presión hidráulica está subiendo a niveles operativos.
-Bueno, pues acelera el proceso. A este ritmo, ni siquiera lograremos llegar al espacio antes de que nos atrape. -Ross se quedó mirando el manto subyacente de la baja atmósfera, envolviendo su partida en el frenesí de la niebla nocturna-. ¿Qué puedes hacer para arreglar el motor iónico?
-Piensa en cosas alegres -respondió Kierra-. No tenemos ninguna carga. No tenemos material sobrante. Y -agregó con un dejo de orgullo femenino-, esta nave siempre ha estado por debajo de su cociente de peso. Somos más ligeros que el saco cerebral de un gamorreano.
-¿Cuánto tiempo antes de que nos intercepte?
-Digamos que voy a activar los escudos ya.
De repente, el carguero ligero modificado se estremeció con la conmoción del impacto de otro golpe directo. Sacudiéndose bajo el poderoso golpe, el Kierra derivó bajo la cubertura de las nubes mientras la energía destructiva rebotaba en los escudos de popa, disipándose inofensivamente contra el casco.
-¿Daños? -jadeó Ross.
-Los escudos los han absorbido -respondió Kierra con lentitud, accediendo todavía a la información de sus múltiples sistemas-. Pero el nivel hidráulico ya está cayendo. No sobreviviremos a muchos más como ese.
Atravesando la estratosfera, el Cazador de Cabezas continuó agresivamente su persecución. Obstaculizado por la espesa atmósfera de Trulalis, se balanceaba de lado a lado, acercándose para realizar otra pasada.
Armando la torreta inferior, Kierra se conectó con la interfaz del arma centinela, cronometrando unas ráfagas esporádicas contra el morro de la nave atacante. No habiendo esperado represalias del carguero lisiado, el caza se estremeció a través de la atmósfera, con la sección de su ala izquierda estallando en llamas. Evitando la precisión mortal de la torreta, el Z-95 se dejó caer, alejándose en picado fuera de alcance.
-Eso debería mantenerle con la cabeza gacha durante un tiempo.
-No lo suficiente -sostuvo Ross. Eludiendo el ojo cauteloso de Brandl, gruñó-: Si hay algo en su libreta de supervivencia Jedi, ahora es el momento de usarlo.
Brandl asintió con la cabeza, con el rostro notablemente agotado y demacrado. Buscando dentro de los pliegues de su túnica, extrajo de nuevo la peculiar cápsula. El dispositivo de forma cilíndrica estaba inteligentemente preparado para hacerse pasar por una hidrollave u otra herramienta mecánica. Mirando hacia el objeto, Ross lo reconoció de su breve incursión en el teatro. Mientras observaba, fascinado, el cabezal de control brilló intermitentemente a partir de una célula de poder oculta.
-¿Qué es eso? -canturreó Kierra. Intrigada por la extraña unidad, su orbe óptico brilló, ampliando el foco del transmisor.
-Es un transpondedor -respondió Brandl-. Y ha estado transmitiendo durante casi una hora.
El Jedi suspiró con esfuerzo, apoyado en el amplio respaldo de la silla de aceleración. En la dura luz de la cabina de vuelo, su arrogancia no podía ocultar las mejillas demacradas y las líneas de tensión que habían iniciado a erosionar el rostro atractivo de un hombre una vez orgulloso. Los signos mórbidos de la resignación y la rendición podían leerse fácilmente en su noble rostro.
Sin previo aviso, el Cazador de Cabezas interrumpió la persecución, dirigiéndose directamente hacia el planeta. Sus motores de popa mostraban su prisa, brillando con el acelerador a todo gas mientras el caza desaparecía en la densa cubierta de nubes sobre el planeta. Suspicaz, Ross miró a Brandl, sintiendo la contracción del miedo en su garganta.
-¿Cuál es el truco?
-Será mejor que se prepare -susurró Brandl.
Sonaron las alarmas de proximidad, lanzando un eco ensordecedor por el pasillo y las vías de acceso del carguero. Explotando de datos tácticos e inminentes advertencias de colisión entre naves, los sensores se centraron en la gigantesca estructura de un inmenso Destructor Estelar Imperial, recién salido del hiperespacio.
A medida que el Destructor Estelar cruzaba por delante de su parabrisas a sólo unos escasos 100 metros de distancia, Ross dejó caer contra el respaldo de la silla, derrotado antes de que se disparase un solo disparo. Poco a poco, decenas de baterías turboláser se volvieron hacia ellos, apuntando a su carguero. Todavía obstaculizado por un motor iónico defectuoso, el Kierra dio una sacudida y se abalanzó hacia el Destructor Estelar.
-¿Nos han atrapado? –gimió Ross, masajeándose los ojos y la frente.
Kierra rió nerviosamente.
-¿Disfruta Boba Fett de su trabajo?
-¿Podemos huir de ellos?
-En este momento no podríamos hacerlo ni en la imaginación, piloto. Nos tienen bien atrapados.
Descansando su cabeza y sus brazos contra la consola de vuelo, Ross suspiró, aceptando lo inevitable.
-¡Usted ha conseguido firmar mi sentencia de muerte!
-Por el contrario, he garantizado su indulto. -La boca del Jedi insinuó una sonrisa socarrona.
-¡Tengo un precio puesto sobre mi cabeza! ¡Una recompensa Imperial!
-Está a punto de descubrir que el Emperador es bastante generoso, especialmente cuando uno de sus ciudadanos considera oportuno devolverle su propiedad.
-¿Usted es uno de los monstruos del Emperador? -argumentó Ross-. ¿Qué estaba haciendo en Najiba...? ¡Estaba huyendo! -Mirando el Destructor Estelar Imperial, alcanzó a murmurar-: ¿Estaba huyendo del Imperio? ¿Por qué?
-Ya no importa -susurró Brandl-. Ha llegado el momento de hacer frente a la oscuridad y renunciar a ella para ir a lo que... tan sólo son sombras.
-¡Bueno, algunas sombras pueden matar!
Al atravesar el campo de atraque exterior, el carguero se vio envuelto en la oscuridad.
-Entonces deje que todo alcance la perfección en la muerte.
Levantando la placa de cubierta delantera de la consola de vuelo, Ross rápidamente de desabrochó el bláster, escondiendo la pistolera en el interior de un depósito oculto de detonadores térmicos y armamento ilegal. Motivado por las sanciones imperiales ante los equipos y armamentos no autorizados, retrocedió a un armario de utilidad general en el pasillo más allá de la cabina de mando. Recuperando un pequeño alijo de paquetes de energía para bláster, el nervioso corelliano volvió al puente para encontrar a Brandl mirando curiosamente al compartimiento oculto.
-Kierra, asegúrese de que el escudo de la caja está intacto. No quisiera que encontrasen tu célula de energía.
-Una chica tiene que tener su privacidad -bromeó ella-. Bien pensado, jefe.
Cerrando el panel oculto, Ross activó el sello de contaminación. Si los sensores imperiales analizaban la nave, pasarían por alto esta área como herramientas mecánicas contaminadas. De repente, las luces interiores fluctuaron cuando los niveles de potencia cayeron, pasando al modo auxiliar.
-Todo despejado -gritó Ross.
-He pasado mis acoplamientos de energía a una célula secundaria. Incluso si encuentran mi generador principal, no sabrán lo que es. Pero –advirtió-, ¡eso significa que no puedo escuchar el comunicador o escanear el perímetro!
-Por su propia seguridad -comenzó Brandl-, le aconsejo que no mencione Trulalis.
Recordando a la esposa y al hijo de Brandl, allá en el planeta, Ross asintió pensativo.
-Kierra, borra todas las grabaciones y registros desde que salimos de Najiba, introduce datos de un trabajo anterior. ¿Dónde nos deja eso?
-Entregamos ese bebé tris en Tatooine, ¿recuerdas?
-No me lo recuerdes -contestó Ross melancólicamente-. Sólo borra las razones y pon un añadido acerca de problemas en el motor sobre Trulalis.
-De acuerdo, jefe.
-Y, Kierra: Escóndete. Probablemente revisen cada centímetro de la nave.
-¿Noto una pizca de preocupación en tu voz, piloto?
-Sí -gruñó. Encogiéndose por la tensión que amenazaba sus hombros, caminó por el pasillo hasta la escotilla y desactivó el sello.
Antes de la rampa pudiera bajar completamente, dos soldados de asalto imperiales irrumpieron a bordo de la nave, apuntando a Ross con sus armas, empujándolo contra la pared del casco. La fuerza del golpe dejó sus pulmones sin aliento y el corelliano se dobló, tosiendo desesperadamente para recuperar el aliento. Veinte o más soldados de asalto estaban en formación fuera del carguero, apuntando sus armas a la rampa de ascenso, centrándose en el Jedi oscuro.
Sin dejarse intimidar por la demostración de poderío imperial, Brandl examinó el desfile de armaduras blancas y negras, hasta que se encontró con el rostro familiar de un oficial imperial más allá de la periferia de los soldados armados. Haciéndose a un lado, el Jedi permitió que tres soldados de asalto pasaran junto a él corriendo hacia la nave.
-Confío en que cooperarás -anunció el oficial. Pomposamente, se ajustó la visera de su gorra de color negro-. Si no por tu propio bien, al menos por el bien de tu compañero.
Fingiendo un toque de derrotismo con aplomo dramático, el Jedi proclamó:
-¿Cómo puedo colaborar?
-No pienses nada. No hagas nada. No digas nada hasta que te lo digan.
Ofreciendo una mano al jadeante contrabandista, Brandl sonrió con picardía, de espaldas a la comitiva imperial.
-Capitán Grendahl, descubrirá que soy muy bueno no haciendo nada.
El rostro de Grendahl era amenazador.
-Tenemos programado un encuentro con el Interrogador dentro de una hora. El inquisidor Tremayne está ansioso de volver a verte, Lord Brandl... muy ansioso. -Señalando a Ross, Grendahl ordenó-: Llevadlo al área de aislamiento para ser interrogado. -Cambiando su comportamiento con evidente falsedad, Grendahl se quitó el sombrero con respeto burlón-: Por favor, Lord Brandl, sus aposentos han sido preparados.

***

Masajeándose los moretones que comenzaban a hincharse en su pecho y sus brazos, Ross apoyó la cabeza contra la pared antisépticamente limpia de la celda. Varias horas habían pasado lentamente, marcadas con sesiones aisladas de interrogatorio de rutina. De repente, la puerta se abrió, dejando entrar a dos soldados de asalto y al capitán Grendahl, a quien reconoció del hangar. Con calma, el oficial imperial se sentó frente a él, colocando una gran tableta de datos en la mesa entre ellos.
-¿Reconoce usted a este caballero? -preguntó, haciendo aparecer una imagen en la pequeña pantalla.
Ross se rió suavemente, reconociendo las distinguidas curvas de su propio rostro.
-¿Ayudaría si dijera que no?
Grendahl sonrió generosamente.
-No. -Cruzando las manos contra la mesa, dijo burlón-: Interferir en una investigación imperial es un delito que se castiga con penas de prisión.
-¿Una investigación Imperial? –protestó Ross-. Era una pelea, y no una justa –argumentó-. Dos soldados de asalto contra un jawa, ¡venga ya!
-No importan las probabilidades -respondió Grendahl sin cambiar de tono-. Interfirió de todas formas; sin embargo...
-¿Sin embargo? –imitó el corelliano, burlándose del insípido oficial.
-Sin embargo, estoy autorizado a extender una generosa amnistía si coopera y responde a algunas preguntas.
-¿Amnistía? -Ross se rió entre dientes. Se rascó la cabeza, agitado-. Una amnistía imperial tiene casi el mismo valor que un wookiee enano sin pelo.
Grendahl frunció el ceño, cubriendo su consternación con hábil profesionalidad.
-Usted tiene la garantía del Emperador, capitán Ross. Ayúdenos con una breve investigación y será absuelto de todos los cargos.
Tratando de ganar tiempo, Ross exclamó:
-¡Me debe dinero!
-No puedo prometer que vaya a conseguirlo -respondió Grendahl-, pero tiene usted derecho a 10.000 créditos. -Sonriendo maliciosamente, observó la reacción de sobresalto del contrabandista-. Eso es un 10 por ciento de la recompensa ofrecida por el regreso seguro de Brandl.
Intrigado, Ross se inclinó sobre el borde de la mesa.
-¿Quiere decir que Brandl vale 100.000 créditos?
Deseoso de mantener la atención del contrabandista, Grendahl asintió en silencio a esa pregunta.
-Tiene suerte de estar aún con vida, capitán Ross. Adalric Brandl es altamente inestable, capaz de atrocidades inconcebibles. Sin embargo, su valor para el Emperador lo convierte en un recurso esencial. ¿Dónde lo encontró?
-Najiba.
El rostro de Grendahl se ensombreció, perplejo.
-Najiba tiene ordenanzas estrictas que restringen el tráfico a través del cinturón de asteroides.
-Para cuando llegué allí -explicó Ross-, nadie se preocupaba por las sanciones de control de puerto. Simplemente querían que se fuera del planeta.
-¿Hubo problemas? ¿Alguien herido?
El corelliano se encogió de hombros con aire casual.
-No llegué a salir de mi nave- mintió-, así que no sabría decirle.
-¿Y a dónde iban?
-A Mos Eisley, pero -Ross se rió-, teniendo en cuenta mi última visita, yo sólo pensaba llevarlo hasta Anchorhead. Después de eso, iría por su cuenta.
-¿Alguna vez mencionó su relación con el Emperador?
-No hasta que nos tuvieron en el rayo tractor.
-¿Los daños a su nave?
-Fuimos atacados por piratas -dijo Ross rítmicamente-. Mi hiperimpulsor falló y a duras penas logramos llegar hasta aquí.
Grendahl vaciló.
-Usted mantiene un registro minucioso de la nave, capitán Ross. Su libro de vuelo y su manifiesto corroboran su historia.
-Piense que es un vestigio de mis días de caza-recompensas -ofreció Ross-. Si querías cobrar tus gastos, era necesaria una documentación exacta.
Asomándose tímidamente a la habitación, un subteniente saludó a Grendahl, ignorando al preso que le acompañaba.
-Capitán Grendahl, señor. El almirante Etnam solicita su presencia en el puente inmediatamente, señor. A Lord Brandl se le ha asignado la tarea de escoltar al civil a su nave.
-¿Qué?
Ross ocultó una sonrisa maliciosa detrás del cuello de su abrigo. Fingiendo sorpresa, se levantó de la silla y se apoyó en la brillante mesa, pensando cómo Brandl consiguió arreglar esa escolta.
-Capitán Grendahl -susurró el teniente, consternado por el estallido de su superior-, las instrucciones del almirante Etnam eran muy específicas. Está ansioso por encontrarse con el Alto Inquisidor Tremayne. –Siendo el ayudante personal de Etnam y sin temer las represalias de Grendahl, hizo un gesto al soldado de asalto más cercano y le susurró-: Llévese al prisionero.
Grendahl luchaba por conservar la compostura, irritado por la influencia de Brandl, que a pesar de su momento de deshonra ante el Emperador, aún tenía bastante peso, incluso con el carácter intrépido del almirante Etnam. Con las fosas nasales dilatadas, siseó entre dientes:
-Muy bien. -Luego, para restablecer su ego ante el personal bajo su mando, enderezó sus hombros encorvados, borrando la amarga mueca de su rostro-. Es usted libre de irse, capitán Ross –gruñó-. La clemencia del Emperador puede ser abundante y de gran alcance, pero la próxima vez que meta las narices en una investigación imperial -hizo una pausa-, puede que se encuentre en el lado equivocado de la justicia imperial. -Cruzando las manos detrás de la espalda, Grendahl comenzó a caminar por el pasillo-. Recuérdelo la próxima vez que pretenda luchar contra las probabilidades.
Sobre los hombros pulidos de varios soldados de asalto, Brandl observó cómo Grendahl se alejaba. Burlándose del oficial imperial a sus espaldas, el Jedi soltó un bufido de desdén mientras guiaba al contrabandista por el pasillo.
-¿Es usted un hombre supersticioso, capitán Ross?
Preocupado por la escolta armada detrás de ellos, Ross susurró:
-Mi abuelo solía decir que la superstición era la base de una mente débil.
-Entonces estamos condenados sin duda, ya que los cimientos de nuestra civilización están en manos de sumos sacerdotes, chamanes y monjes. -Brandl se rió con genuino buen humor. Hubo una chispa de emoción traicionada por el brillo de sus ojos y Ross advirtió que las líneas de expresión que enmarcaban su boca se habían profundizado. Adalric Brandl estaba de buen humor-. Su abuelo era un hombre sabio.
Ross restó importancia al cumplido.
-Tan sólo otro contrabandista que se encontró en el lado equivocado de la justicia imperial. –Soltó un bufido, recordando la amenaza de Grendahl-. Por eso me convertí en cazador de recompensas, con la esperanza de evitar lo que le ocurrió.
-¿Y entonces?
-Y entonces me aburrí. Supongo que no estaba destinado a serlo.
-Pasamos casi toda nuestra vida buscando el papel adecuado que marcará el final de nuestra existencia con algún momento de gloria, ignorando el hecho de que la fama y la reputación no son más que meros perfumes de la virtud. Nunca duran.
-¿Eso es otra frase de teatro? –bromeó Ross.
-La actuación se aprende de forma profunda en la naturaleza humana y por eso me obsesionó tanto; pero conforme mejoró mi intelecto, mi moral fracasó y me convertí en aquello mismo que más despreciaba.
-¿Y qué era eso?
-Humano. Yo no era un rey, ni un héroe, ni un dios. Sólo un hombre atrapado en la pasión de la obra teatral.
-¿Y qué ocurrirá ahora? –tanteó Ross.
-Mi vida ha sido un drama continuo -susurró Brandl-, una tragedia, me temo. Y he tropezado a través de ella, escena tras escena, acto tras acto, como un novato aterrorizado. Esta noche, la Fortuna me reclama para la última salida. Ya no puedo vivir en la mentira.
-Va a regresar junto al Emperador, ¿no? ¿Después de lo que le ha hecho?
-No hacía más que apuntar en una dirección general. Fui yo quien decidió ir y hacer su voluntad.
-¿Y su familia? ¿Su hijo? ¿Y si el Emperador se enterara?
-Se lo aseguro; ningún mal habrá de sucederles. -Eufórico, suspiró-: Estarán a salvo.
Ross le creyó. Había una certeza alrededor del Jedi que iba más allá de las siniestras sombras que habían mantenido una vez a los dos hombres en pugna entre sí. Pero la conciencia del contrabandista exigía un poco más de seguridad.
-¿Cómo puede estar tan seguro?
-Nunca he estado más seguro en mi vida. -Colocando un chit de crédito en la mano del contrabandista, cerró los dedos de Ross sobre él. Ross notó otro objeto en la mano de Brandl, uno que el Jedi trató de ocultar cuando juntó las manos sobre él-. El chit es el resto de lo que le debo y la cuota obligatoria del Emperador por la captura de un renegado peligroso. -Sonrió malévolamente, divertido por su propio sarcasmo.
Deslizando el chit en el bolsillo de su guardapolvos, Ross advirtió la forma esférica y metálica debajo de las manos de Brandl, y se fijó en la áspera mancha grabada por el ácido en el explosivo donde los marcadores del número de serie habían sido eliminados. Abriendo los ojos como platos ante la revelación, se quedó mirando el rostro tranquilo de Brandl.
-Considere todas las deudas pagadas -susurró el Jedi. Girando bruscamente sobre sus talones, se retiró en el pasillo del hangar con la escolta a remolque.
Ross se apresuró a subir la rampa, y selló la escotilla del pasillo a toda prisa.
-¡Kierra! -siseó, corriendo por el túnel de acceso a la cabina de vuelo-. ¡Kierra, despierta!
-¡¿Qué quieres decir con despierta?! -exclamó ella-. Los motores han estado en línea y esperando desde hace una hora. Incluso conseguir colocar una de las bobinas iónicas en su sitio golpeando la carcasa de escudo. -Resopló, creando una especie de hipo errático en el comunicador-. ¿Qué prisa hay? Las principales bases de datos estaban limpias y de acuerdo con ese pequeño astromecánico que subieron a bordo...
-¡No importa! -gritó Ross, abrochándose en la silla de aceleración-. Brandl tiene uno de mis detonadores térmicos y creo que planea...
Una explosión sorda resonó por los pasillos de atraque, lanzando una cortina de humo y escombros hacia la bahía auxiliar.
Agudas y penetrantes alarmas comenzaron a sonar a todo volumen, alertando a los médicos y técnicos de la zona. En medio del caos de voces gritando, sirenas, y el sonido de pies blindados corriendo para asegurar el área, el Kierra flotó en cuestión de instantes sobre la plataforma de vuelo. Varias explosiones más pequeñas resonaron por el pasaje, agitando los cazas TIE y las lanzaderas de transporte que colgaban de los bastidores cercanos.
Desconcertada, Kierra jadeó.
-¿Qué se ha apoderado de él para hacer algo semejante?
-Tenía que proteger a su familia -dijo el contrabandista con tristeza.
-Pero, con él muerto, no hay garantía de que el Imperio no los encuentre. Sin embargo -reflexionó en voz alta-, tampoco hay garantía de que el Imperio los busque siquiera. -Aturdida por las infinitas suposiciones, trató de quitarle hierro al asunto-: Me alegro de que haya terminado.
-Pero no lo ha hecho –susurró él. Girando bruscamente junto a una serie de cazas TIE y bastidores de expulsión, Ross guió al Kierra fuera de la bahía de lanzamiento, acelerando varias veces los exhaustos motores-. Puede que Brandl haya hecho su última salida, pero la obra de teatro aún no ha terminado... para nosotros… o su familia.
El corelliano sonrió con nostalgia. Hipnotizado por la cara verde de Trulalis, observó rotar el planeta ante él, libre de ataduras físicas, inocentemente ignorante, momentáneamente sin cambios. Suspiró, con su sentido de contrabandista extrañamente en paz. Ya no había más sombras.
Reiniciando con aire casual el sistema de astrogación con destino a Najiba, se sujetó mientras el Kierra traqueteó a través del vacío abierto y luego desapareció en el brillo translúcido del hiperespacio...

lunes, 17 de diciembre de 2012

La última salida (I)

La Última Salida1
Patricia A. Jackson

Un planeta de interminables extremos, Najiba vivía en un estado de perpetua primavera, delimitando las estaciones por perturbaciones eléctricas y lluvias torrenciales. Ross se quedó observando la tormenta que estaba formándose, intrigado por las erráticas venas de un relámpago que se arqueaba sobre los oscuros cielos nocturnos. Protegido bajo su carguero ligero YT-1300, el Kierra, el corelliano analizó la turbulenta atmósfera sobre la plataforma de aterrizaje, siguiendo con la mirada varias formas amorfas que se cernían sobre la espesa nubosidad.
Recortadas con precisión militar, las suaves puntas de su pelo rubio relucían con la lluvia mientras gotas en miniatura se acumulaban en los mechones más largos sobre sus orejas. Bostezando, el contrabandista se apoyó en uno de los puntales de soporte. Sus soñolientos ojos azules miraban desde las sombras, observando a varios nativos que estaban acurrucados protegiéndose de la tormenta bajo el alero del Malecón de Reuther.
¿194?
Presionando el comunicador contra su mejilla, Ross respondió.
194.
Una voz femenina respondió seductora.
¿Cuál es el problema, Ross? Hemos estado aquí durante más de una hora.
¿Estás aburrida, cariño?bromeó, sonriendo bravuconamente en la penumbra.
¿Quieres una respuesta sincera o simplemente mi opinión? Vamos, piloto le exhortó—, empecemos a movernos.
Que no se te enreden los circuitos. Rozó su mano cariñosamente sobre la torreta inferior, preguntándose en qué sección de los sistemas de a bordo se escondía ella. Cariñosamente bautizada con el nombre de su nave, la perspicaz inteligencia droide tenía una tendencia a centrarse en los sensores ópticos, poseída por una inusual curiosidad femenina.
Ol’val2, Ross saludó una voz desde las cercanías.
A pesar de estar familiarizado con el dialecto del corelliano antiguo, Ross se puso tenso, e instintivamente sacó el seguro de su bláster. Sosteniendo la pistola pesada contra su pistolera, fijó la vista sobre las sombras más cercanas y se centró en la encorvada silueta.
¿Reuther?
El envejecido camarero najib caminó en la lluvia, aquejumbrado por la avalancha de frías gotas. Resguardándose bajo el Kierra, se enderezó, mirando fijamente a la cara del joven corelliano.
Vivaces, con el encanto del viejo mundo, sus ojos perspicaces y perceptivos contemplaron a Ross de pies a cabeza. Encontrándose con los maliciosos ojos del contrabandista, una sonrisa de orgullo se dibujó en sus labios.
Ya veo por qué entraste en los carteles de busca y captura de Mos Eisley la semana pasada. Los imperiales están ofreciendo 5.000 créditos por tu cabeza.
¿Tan poco?
En efecto dijo el viejo echándose a reír. No es suficiente para un pilluelo con tus credenciales. Las mangas recogidas de Reuther ondeaban sobre sus frágiles brazos y hombros, chocando contra una túnica nativa de gran tamaño. Humedecido por la lluvia,  tenía su escaso cabello gris completamente pegado contra su pecoso cuero cabelludo. Es bueno verte, muchacho susurró Reuther.
Descorchó una botella tallada, sirvió una generosa porción en una copa de cristal y se la entregó al contrabandista.
¿Whisky corelliano? preguntó Ross, olfateando el amargo aroma. ¿Qué estamos celebrando?
Envejecer graznó Reuther, mirando nerviosamente por encima de su hombro—, y tener fuerzas para enfrentarse al mañana.
Desconfiando, Ross siguió la ansiosa mirada del camarero.
¿Una noche tranquila, Reuther? preguntó, moviendo cautelosamente una mano hacia su bláster.
Con tristeza, el anciano movió la cabeza.
Esto se vuelve un lugar desolado cuando los Hijos de Najiba vuelven a casa.
Familiarizado con los Hijos de Najiba, Ross escaneó los cielos nocturnos, conociendo bien el peculiar cinturón de asteroides que se había quedado misteriosamente en órbita alrededor del pequeño planeta. Tan siniestro como las rocas moviéndose por encima de sus cabezas, Ross percibió el sombrío tono de la voz de Reuther.
Tu mensaje decía que era urgente.
Amortiguado por los calientes cuerpos que se agolpaban en la angosta puerta, un grito ahogado estalló de repente en el bar. El descorazonado grito fluctuaba, una cacofonía de sollozos, que sobresalía por encima de la violencia de la tormenta.
Sólo observa, hijo, advirtió Reuther. Te he traído aquí por una razón.
La multitud se disgregó, dispersándose fuera de la estructura techada. Un hombre najib, con el tosco uniforme beige de administrador de control de puerto, salió tambaleándose del bar, colapsándose en la calle. Acunado en sus brazos, llevaba el delgado cuerpo inmóvil de una mujer twi'lek. Su pálida piel azul brillaba con la lluvia, impecable y suave a pesar de la crueldad de las sombras. Con el delicado equilibrio de una bailarina, sus elegantes brazos se balanceaban sobre su cabeza, exagerando el suave arco de su cuello y hombros. Escasamente vestida con una túnica descolorida, su frágil figura se convulsionaba en los brazos del administrador.
Ese es Lathaam comenzó a decir Reuther—, nuestro oficial de puerto, y esa dijo dudando—, esa era su mujer, Arruna.
Ross, encogido por la tensión de sus hombros y pecho, masajeó los tensos nervios de su cuello.
¿Qué ha ocurrido?
Adalric Brandl, eso ha ocurrido respondió de manera uniforme. Pasó por aquí hace cerca de 10 horas, exigiendo una nave con un piloto que pudiera tanto disparar como volar. Con un suspiro, añadió—: Bueno, ya sabes las reglas, Ross. Cuando los Hijos de Najiba están en casa, no hay tráfico para salir o entrar del planeta. Lathaam, siendo el bocazas que es, cometió el error de informar a Brandl de ese hecho. El ansioso najib se frotó la estrecha arruga entre sus ojos. A Lathaam siempre le han faltado habilidades de diplomacia.
¿Así que Brandl mató a la chica?
No estoy diciendo lo que hizo. Desde la seguridad de las sombras, Reuther observaba la espeluznante escena. Dudando, apartó la vista y levantó las manos con exasperación. La verdad es, Ross, que Brandl nunca la tocó. Nunca le puso una mano encima resopló—, y aun así, esta allí tirada, muerta. Y no hay nadie en el planeta, ni siquiera tú, que pueda decirme que Brandl no lo hizo.
Has estado viviendo con los nativos demasiado tiempo.
Sé lo que estás pensando, muchacho se mofó Reuther. Recuerda, yo también fui una vez un cazarrecompensas. Brandl nunca sacó un bláster. Ni siquiera tiene uno. El camarero se aclaró la garganta ruidosamente, escupiendo contra el viento. Los de su clase no necesitan blásters para matar. Estremeciéndose visiblemente, murmuró Es un 10-96 si alguna vez vi uno.
¿Un 10-96? susurró Ross.
Si no sabes lo que es, es mejor que lo averigües resopló Reuther. Tu vida podría depender de ello.
Ignorando el cinismo paternalista, Ross cruzó sus brazos sobre el pecho.
¿Dónde encajo yo en todo esto?
Brandl necesita un piloto con experiencia. Le dije que conocía a una docena o más de pilotos suicidas que atravesarían los asteroides sólo para ganar 1000 créditos fáciles... y entonces le hablé de ti.
—Vamos, Reuther —resopló Ross musicalmente—. ¿Llega un hombre y hace que todo un pueblo salga corriendo asustado? ¿Qué ha pasado con vuestra milicia?
¿Es así como la llamas? se mofó Reuther. Mirando a las espaldas de la curiosa muchedumbre, escupió: ¡Campesinos! ¡Todos ellos! Ansiosos de sacar tajada de cualquier extranjero, pero con miedo de pisar sus propias colas. ¡Míralos! Se quedó mirando la pequeña asamblea reunida en torno al cuerpo. Es fácil mirar la miseria de otro hombre y no hacer nada.
Murmurando entre ellos, la muchedumbre se retiró repentinamente a la calle cuando una sombra se movió desde la parte posterior del bar. Eclipsando la tenue luz que irradiaba desde el mamparo, el forastero vaciló en la entrada.
Ese debe ser él susurró Reuther. Te pagaré 2.000 créditos más de lo que te ofrezca él. ¡Sólo sácalo del planeta! Dando un paso atrás en la lluvia, vaciló. Siento un mal presentimiento sobre esto, Ross. Ten cuidado.
Cautivado por los particulares acontecimientos que rodeaban a ese forastero, Ross observó con cautela la reacción de los lugareños cuando Brandl pasó junto a ellos, atrayendo las sombras a su paso. Impresionado por la inusual belleza del rostro del desconocido, al contrabandista le resultó difícil creer que un hombre así fuese capaz de tal violencia. Elegante, de apariencia casi caballeresca, la nariz y barbilla de Brandl estaban cinceladas con nobleza escultórica, pulidas por una tranquila arrogancia que despertó las sospechas del contrabandista. Difuminadas líneas de expresión enmarcaban una estrecha boca y delgados labios.
Gruesas y oscuras ondulaciones de cabello brillaban con la lluvia, intercaladas con hileras blancas, que recorrían desde sus sienes hasta la nuca. Como presagiando las sombras de la cara de Brandl, la túnica que caía de sus hombros parecía absorber la oscuridad de estos, ocultando de la vista sus manos y cualquier arma que pudiera tener.
¿Capitán Thaddeus Ross?
Estremeciéndose con la mención de su nombre, Ross se abrió el guardapolvos, revelando su bláster y su mano en posición de ataque.
¿Adalric Brandl? respondió secamente.
Cordialmente, una gentil sonrisa se dibujó en los pálidos labios de Brandl, dibujando un ángulo agudo sobre sus prominentes pómulos.
Seré breve, Capitán. Necesito transporte para el sistema Trulalis.
¿Trulalis? Podría usted coger el saltador local por la mitad de lo que normalmente cobro. Los transportes privados no son baratos.
La integridad no tiene precio, Capitán Ross. El dueño del bar me aseguró que usted era un hombre íntegro. Encogiendo sus hombros, Brandl sondeó los calculadores ojos del contrabandista. Le ofrezco 5.000 créditos por el transporte a Trulalis, donde me acompañará al Asentamiento de Kovit.
No saldré del puerto por menos de 6.000 contestó Ross, entrecerrando los ojos Si quiere compañía, le costará extra: 1.500 créditos.
De acuerdo, susurró Brandl. Elegantemente, con sus largos dedos sacó un chit de crédito sellado. Tres mil ahora y el resto en la finalización de mis asuntos.
Mirando la ficha sellada, Ross exclamó efusivamente:
Por aquí. El contrabandista extendió su brazo hacia la rampa de descenso del carguero. Kierra, prepárate para elevar la nave.
¡Ya iba siendo hora! susurró la nave. Creí que mis puntales de acoplamiento iban a echar raíces aquí.
Ross echó una última mirada al bar, despidiéndose de Reuther y los otros que observaban desde el santuario de las sombras. Metiendo con confianza el chit de crédito en su bolsillo, esbozó una tranquilizadora sonrisa y subió corriendo por la rampa. Inicializando el cierre de la escotilla, avanzó por el familiar pasillo hacia el compartimiento de vuelo. El corelliano sonrió con picardía, cuando escuchó la vindicativa voz de Kierra al advertir al peculiar pasajero.
¿Quién demonios eres? preguntó ella. No importa dónde esté yo. Estoy donde debo estar, pero tú...
Kierra susurró Ross, te presento a nuestro nuevo cliente.
Hirviendo por tener que aguantar la arrogancia inicial de Brandl, Kierra bramó con vehemencia:
¡Halle metes chun, petchuk3!
¡Koccic sulng4! le regañó Ross, sorprendido por su mordaz insulto en Corelliano Antiguo.
Apaciblemente, Brandl le agradeció la grosera declaración y la desafió a su vez.
Ohna fulle guth5.
Antes que la inteligencia droide pudiera responder a la invitación, Ross se quedó mirando a una de sus lentes ópticas.
¡Ya es suficiente! dijo reprimiéndola. Abre el acoplamiento de energía y carga el impulsor principal le ordenó. ¡Ahora, Kierra!
Una descarga de estática siseó por el comunicador interno, similar a un irritante crujir de dientes.
Afirmativo, jefe contestó ella.
Cruzando los brazos sobre su pecho, Ross se apoyó contra la pared interior del casco, escuchando la ignición de los motores de iones. Enfocándose en los insidiosos ojos de Brandl, susurró:
No hay demasiadas personas que recuerden el dialecto del Corelliano Antiguo.
En el transcurso de mi carrera, he tenido que hablar muchos idiomas. Con cautela, Brandl añadió. Yo era.... soy... un actor.
No acostumbro a transportar pasajeros, confesó Ross. Pasando a través de la baja mampara, activó las luces del pasillo interior. Es usted bienvenido a usar mi cuarto.
La mirada de Brandl barrió la longitud de la modesta cabina de pasajeros. Reacio a entrar, se detuvo en el marco de la entrada.
¿Cuánto tardaremos en llegar a Trulalis?
¿Una hora? Ross se encogió de hombros con aire dubitativo. Le avisaré cuando lleguemos.
Gracias, Capitán, su hospitalidad es apreciada.
Sí, apuesto que lo es. murmuró el corelliano en voz baja. En cuanto la escotilla se selló automáticamente detrás de él, volvió sobre sus pasos hacia el compartimiento de vuelo. Kierra, fija el sistema de astrogación para Trulalis.
Fijando.
Sentándose en la silla de aceleración, Ross rápidamente miró por encima la consola de vuelo.
Está bien, cariño, abre el programa de piloto automático de emergencia que instalamos esta mañana.
Hoy no, Ross, se quejó Kierra. Tengo dolor de cabeza. Observando su reacción desde varias lentes ópticas, ella calmó su furia y lloriqueó. Te olvidaste de cortar los servomecanismos de restricción, piloto. Así que no me culpes por el fallo. Una silenciosa risita sonó a través del comunicador interno. Por cierto, ¿de dónde has sacado al espectro? Me da escalofríos, Thadd.
¡Te he dicho que no me llames así! reclamó Ross. Fulminando con la mirada un sensor óptico, pateó fuertemente el acelerador, haciendo que el carguero temblase.
Tranquilo, tranquilo, musitó Kierra. Afligida por su mal humor, agregó—. Odio cuando actúas así. Tus modales...
¡No importan mis modales! Conteniendo su temperamento, tiró de una serie de interruptores de vuelo. El carguero se estremeció ligeramente, resistiéndose a la gravedad del planeta mientras ascendía desde el muelle exterior. Más vale que pienses en preocuparte de tus modales le regañó. Comprobando la lectura de datos sobre la última actividad de asteroides, el corelliano gruñó: Brandl pagará 8.000 créditos por este viaje, que es casi la mitad de una carga de especias. Podrías al menos tratar de seguirle la corriente.
Lo que tú digas, jefe.
Y ya que tengo tu atención, ejecuta una comprobación de código por un 10-96.
Eso es fácil. Está fichado por los protocolos de seguridad Imperial como una persona mentalmente desequilibrada.
No, tiene que haber algo más que eso pensó. Tiene que haber algo más. Investiga en los archivos muertos todos los códigos 10 con esa designación.
Eso podría tomar algún tiempo.
¡Bien! espetó. Quiero cada descripción de un 10-96, todos los datos, desde las bases de datos imperiales hasta los archivos de la Antigua República.
Tenazmente, Kierra respondió:
Afirmativo jefe.
Acompañada de un zumbido grave, la señal del hiperimpulsor parpadeó, recalculando el salto al hiperespacio. Comprobando los sistemas de a bordo, Ross observaba la hiperactividad en los programas de la biblioteca, donde Kierra investigaba el peculiar código 10.
En espera, ajustando hiperimpulsor anunció por el intercomunicador a toda la nave. Asegurándose contra la silla de aceleración, Ross activó el motivador, impulsándose a sí mismo, a su pasajero y a su nave hacia la explosión multicolor del hiperespacio.

***

En la plataforma inferior de la nave, Ross se sentó en la silla giratoria del artillero, balanceándose de un lado a otro, rozando distraídamente los dedos sobre los controles de disparo de la torreta. Cerró los ojos y masajeó un espasmo muscular de su hombro, haciendo una mueca cuando el apretado tendón se relajó. Ajeno a la espectacular exhibición de luces y de colores que se presentaba más allá de su estrecho punto de visión, se relajó contra el fresco respaldo de cuero, dejándose llevar por la serenidad del sueño.
Sabes susurró Kierra, pones una cara lindísima cuando estás durmiendo.
No estaba dormido mintió, reprimiendo un bostezo.
¡Bueno, ponte en pie, piloto! Tengo algunos datos interesantes para ti.
Ross se sentó, frotándose la circulación de su nuca.
Vamos a escucharlo.
Bueno, parece que tu misterioso 10-96 se remonta mucho antes de que el término del Código-10 existiese. Ahora, de acuerdo a la descripción, y debo admitir que estoy perpleja, el 10-96 provenía de una palabra del Corelliano Antiguo, ke'dem.
Mirando hacia el vórtice del hiperespacio, Ross pronunció mentalmente la palabra.
Continúa.
¿Que continúe? resopló Kierra. ¡Eso es todo! Desde antes del Imperio, un 10-96 ha tenido dos definiciones, una persona desequilibrada y un ke'dem. Vacilante, le susurró—: Ahora, sin inflar demasiado tu ego... ¿qué es un ke'dem?
Es una variación del Corelliano Antiguo que significa condenado o caído.
Bueno, eso explicaría la terminología moderna.
susurró, eso también podría explicar lo que pasó allá abajo en el planeta. El contrabandista acunó sus manos juntas sobre su nuca y cuello. Kierra, cariño, Adalric Brandl es un Caballero Jedi.
¿Un Jedi? Eso explicaría muchas cosas. Momentáneamente, su sensor óptico se apagó. Atento. Hiperimpulsor a punto de desacoplarse. Tres... dos... uno.
Apoyado en la barra antipánico del artillero, Ross sintió la vibración de la transición de la unidad de iones, configurada para encenderse una vez que la transición se hubiera completado.
Enciende las bobinas de accionamiento, Kierra.
¿No vas a venir al puente? preguntó.
Voy hacia allí respondió, pero primero tengo que recoger a nuestro inusual invitado.
Cubierto por una capa protectora de nubes, el planeta Trulalis estaba adornado ricamente con un espectacular paisaje de verdor. Un mosaico de pastizales, extensos bosques y amplios océanos se presentaban como una invitación al paraíso para el cansado viajero espacial. Entrecruzado y separado a intervalos irregulares por páramos salvajes, Trulalis ofrecía innumerables campos llanos para el atraque de pequeños transportes. Ross hizo una nota mental para marcar este planeta como un potencial punto de control en sus carreras de contrabando. Una breve exploración de sensor señaló el campo de aterrizaje más cercano y apropiado. Compensando los sutiles cambios sobre la superficie del suelo, aterrizó cerca de una pequeña aldea.
En la superficie, Ross se colgó al hombro su bolso de viaje e introdujo un pack de energía adicional a su funda. Desde lo alto de la rampa, titubeó en el pasillo, vislumbrando a Brandl por el rabillo del ojo. El excéntrico Jedi le esperaba a un lado del camino, ensombrecido por el imponente visaje de los negros árboles. Una estatua aparentemente invencible, el extraño hombre estaba de pie con solemne convicción, mirando fijamente la silueta borrosa del sol de la tarde.
Kierra, todavía no estoy seguro de lo que Brandl se trae entre manos. Mantén tus ojos abiertos.
Mantén tu comunicador abierto respondió ella. Ya sabes cómo me preocupo.
Esa es mi chica le sonrío el corelliano.
Tanteando la blanda tierra bajo sus botas, Ross se acercó a la familiar silueta de su pasajero. Por primera vez desde que salió de Najiba, notó que las dos manos de Brandl eran visibles, una de ellas desordenadamente envuelta en un vendaje negro. A través de las brechas del improvisado vendaje, vio el rosa tierno de la carne viva y un fluido amarillo filtrándose en la tela gruesa.
Antes de que Ross pudiera interrogarlo, Brandl se volvió y echó a andar por el sendero.
¿Qué es lo que el najib le contó sobre mí?
Me dijo que usted mató a una chica Twi'lek espetó Ross. Después de un momento de silencio, dijo: ¿Lo hizo?
La respuesta del Jedi fue brusca y directa.
Sí. Brandl vaciló cuando el corelliano bufó con reprobación. Por favor, Capitán, su desprecio es una pequeña recompensa para un peregrino arrepentido.
¿Llama penitencia a un asesinato? espetó Ross.
Cuando se ha convertido en el menor de tus crímenes el Jedi hizo una dramática pausa—, sí.
La apatía de Brandl hacia la muerte de la mujer era estremecedora, enviando escalofríos por todo el cuerpo del corelliano.
¿Cómo? Nunca llegó a tocarla. Ross agarró la manga de Brandl y tiró de ella. ¡Cómo lo hizo!
La asfixié.
¿Se asfixió? ¿En una habitación abierta?
Un sofisticado talento se burló Brandl, no apto para los que se asustan fácilmente.
¡Parece orgulloso de sí mismo, Jedi! lanzó Ross con desprecio. ¿Matar a una mujer inocente le hace sentir bien?
¡El mal nace de la debilidad y la debilidad de la ambición, por ese gran orden cada hombre ambicioso está condenado! Deliberadamente, el Jedi le cuestionó—: Dígame, capitán, usted también es un hombre ambicioso. ¿Quién de nosotros es realmente inocente?
¿Debería aplaudir ahora? se burló Ross.
¡Si así lo desea!
Antes de entregarle sus galardones, dígame algo. ¿Eso era una frase de un guión o simplemente algo que se ha inventado para aliviar su conciencia?
Fastidiado con la indignación del contrabandista, Brandl se volvió hacia él.
Si es castigo lo que desea para mí, capitán Ross, entonces le sugiero que se mantenga cerca. Frunciendo el ceño furiosamente, le miró fijamente por encima de su larga nariz. Aún podría tener su satisfacción.
Provocado por el siniestro tono en la voz de Brandl, Ross sacó su bláster. Al parecer, el Jedi le oyó, y se dio la vuelta para enfrentarse al bláster. Ross disparó una ráfaga de tres tiros al Jedi. Perfeccionado por varias temporadas como cazarrecompensas, centró los disparos para que dieran en medio de los anchos hombros de Brandl. Antes de que la mortal energía pudiera dar en el blanco, Brandl agarró hábilmente un objeto cilíndrico de su cinturón. Fugazmente, un estrecho rayo de un blanco brillante se encendió desde la base, fintando y rechazando con precisos movimientos de las muñecas del Jedi. Desviados por el sable de luz, los rayos láser se perdieron inofensivamente en el campo.
Horrorizado, Ross sólo podía ver como la ráfaga se disipaba en el olvido. De repente, sintió el aplastante pellizco de dedos invisibles apretando su garganta, restringiendo sus vías respiratorias y pulmones. Ahogándose, el contrabandista se dejó caer de rodillas mientras el sereno paisaje de Trulalis se difuminaba delante de él. Poco a poco, la sensación se desvaneció, dejando al corelliano jadeando para recuperar el aliento.
Hay una regla del teatro que se aplica a la vida real, capitán Ross declaró Brandl. Sólo los héroes mueren. A los villanos y cobardes se les deja vivos para que sufran. Dando la espalda al jadeante piloto, gruñó—: Ahora sigamos.
Ross sacudió la bruma de su visión.
¿Es eso otra frase de guión? dijo, arrastrando las palabras por el aturdimiento.
Brandl se estremeció, visiblemente agotado mientras desconectaba el sable de luz con el requerido esfuerzo.
No es sólo una frase, capitán, sino una astuta advertencia para el peregrino poco humilde. Asegurando el sable de luz a su cinturón, el Jedi escaneó momentáneamente los claros cielos. El asentamiento está a menos de un kilómetro de distancia. Será mejor que nos movamos. Pronto estará oscuro.
Acariciándose las magulladuras, Ross aseguró amargamente su mochila contra su hombro y guardó el bláster en su funda.
Avanzando rápidamente para sobrepasar a Brandl, siseó:
No logro imaginarme por qué podría usted temer a la oscuridad.
Anidado6 en el dominante abrazo de una cordillera montañosa, Kovit estaba bien protegido de las duras condiciones climáticas de la meseta norte y las llanuras azotadas por el viento de la región costera. Mirando desde lo alto de la colina hacia la modesta comunidad de agricultores, Ross pudo distinguir vagamente movimiento en las calles polvorientas. Tirados por pequeños banthas, los carros crujían a través de las amplias avenidas. Decenas de personas caminaban por las calles, deteniéndose a charlar con un vecino o a regatear por las mercancías de un comerciante callejero local. Desde un callejón lateral, tres niños gruñían y sudaban detrás de un maltrecho deslizador terrestre, tratando de hacer que los motores del vehículo se encendieran brevemente. Cerca de allí, por encima del esporádico sonido ensordecedor de los vehículos repulsores, la risa traicionaba a un trío de niños jugando con un obsoleto droide astromecánico.
Brandl vaciló en la cresta de la colina, mirando hacia abajo al asentamiento, como si reconsiderara sus opciones.
Mustios, los hombros de los Jedi mostraban una reticencia a continuar.
-¿De dónde es usted, capitán Ross?
Sorprendido por la abrupta pregunta, Ross tartamudeó.
-Originario de CoreIlia.
-¿Le resulta difícil volver allí?
-Los regresos siempre son difíciles. -El corelliano se encogió de hombros, frunciendo dubitativamente los labios-. Por lo menos para algunos de nosotros.
Sin más respuesta, Brandl continuó por el camino, desacelerando deliberadamente su ritmo. Vacilando, cruzó las puertas del asentamiento, como si esperara que algún campo de fuerza invisible le bloquease el paso.
Caminando con nostalgia entre las ordenadas filas de cabañas rurales, el Jedi admiró el dominio de la arquitectura nativa, como esculpido de la madera autóctona. Jardines de hierba y hermosos bancales de flores adornaban los patios privados, cada uno tiernamente cuidado y mantenido con meticuloso cuidado. Cuando se acercaron al óvalo seco y polvoriento del asentamiento común, Brandl se cubrió los ojos, protegiéndolos del sol que desaparecía, mientras miraba hacia los ricos terrenos agrícolas del asentamiento, que se extendía mucho más allá de los límites de la comunidad hasta la base de las propias montañas.
Desde casi el centro de Kovit, un fantasma macabro de la arquitectura se alzaba por encima de los tejados rústicos. Contrafuertes volados soportaban la estructura principal del teatro, desplegándose de la base como alas de piedra.
Equipado con piedra caliza blanca como la piedra, el obelisco era inequívocamente recto, y parecía alargarse en el cielo que se oscurecía. Establecido intencionadamente en el corazón de la colonia, el teatro capturaba los rayos menguantes del sol, robando momentáneamente la gloria de la pintoresca localidad. Había un sombrío sentido de pertenencia que atraía a Brandl hacia la estructura, ignorando las sorprendidas miradas de los habitantes del asentamiento.
Al pasar por las afueras de la comunidad, Ross observó nerviosamente un improvisado hangar y el sobrio morro de un Z-95 que sobresalía de las estrechas puertas del hangar.
El caza estelar parecía estar operativo, aunque encajonado en su diminuto refugio, y con ganas de una escaramuza. Distraídos por la presencia de extraños, varios hombres se reunieron poco más allá de las sombras del pequeño establo, observando atentamente.
Acariciando con el pulgar el seguro de su bláster, Ross susurró con cautela:
-¿Son admiradores suyos?
-Vecinos, conocidos, viejos amigos. -Brandl se detuvo abruptamente en la calle, como si despertara de una ilusión-. Pero eso fue en otra vida.
-¿Cómo encajan ahora en esta vida? -gruñó el contrabandista.
-Desconocidos.
Serpenteando a través de la bruma de los fragantes jardines que rodeaban el patio del teatro, una mujer y un muchacho avanzaban por los caminos de piedra granulada. El eco de sus voces resonó con sus risas cuando compartieron una broma privada. Brandl observó atentamente mientras caminaban a través de la niebla y salían a las calles polvorientas.
Intensas espirales de color castaño caían en cascada desde la cabeza de la mujer, coronando su rostro ovalado. Su piel inusualmente pálida estaba enrojecida por el brillo que se desvanecía, revelando una aversión a la luz solar excesiva. Alto pero desgarbado, el chico no tenía más de 11 ó 12 años. Hombros anchos enmarcaban la parte superior de su torso, aparentemente demasiado pesado para su forma esbelta. Coordinadas y rítmicas, sus largas piernas mostraban nada menos que la promesa de un crecimiento fuerte y constante.
Sorprendida por la oscura aparición de Brandl, la mujer vaciló y se quedó inmóvil en la calle, mirando a los poco amistosos ojos del Jedi. La sonrisa que asomaba a sus labios fue rápidamente olvidada. Intrigado por su peculiar comportamiento, el niño pasó su mirada desde la cara inmóvil de ella hacia Brandl. Reconociendo solamente a un extraño, el chico se inclinó sobre el brazo de su madre y le susurró algo al oído.
Obviamente turbada, apretó al niño contra su regazo y se apresuró a continuar su viaje por la plaza. Brandl suspiró con remordimiento, entonces, sin más explicaciones, reanudó su caminata hacia el viejo teatro. Más allá de la arcaica puerta, una década o más de flores silvestres se habían apoderado de las cavidades interiores del patio del teatro, obstaculizando el otrora recto camino hasta las gigantescas puertas. Residiendo ante la oscura antecámara, estatuas de bronce y orfebrería esculpida se alineaban en el pasillo interior.
Adalric Brandl se movía con gracia entre esas sombras familiares, acechando intuitivamente los oscuros corredores y los amplios pasillos más allá. El cascarón vacío de sus recuerdos trazó los contornos y siluetas de cada tapiz moldeado, una vitrina expositora de espadas y escudos oxidados, y finalmente el gran salón, donde las audiencias del pasado habían acudido a presenciar las producciones teatrales.
Haciendo caso omiso del corelliano detrás de él, Brandl aceleró sus pasos, entrando en el inmenso auditorio. Ensordecedora, la familiar resonancia de los aplausos y vítores tronaba y resonaba en el interior de sus oídos, pero esta ilusión duró poco. No había audiencia para aplaudir, ni actores que saludasen, ni decorados, ni atrezzo como lo recordaba. La bostezante boca del escenario estaba vergonzosamente desnuda.
-¿Quién está ahí? -susurró una voz desde la oscuridad. Brandl vaciló, apoyándose en la puerta elaboradamente tallada.
Una figura delgada y frágil emergió de la oscuridad del pasillo interior.
-Acércate -le ordenó suavemente.
Desde las sombras a lo largo de la pared del fondo, Ross exploró el teatro buscando otros signos de movimiento. Tanteando el seguro de su bláster, esperó tranquilamente en las húmedas alas de la cámara mientras Brandl avanzaba en la sala hacia la forma oscura.
-Adalric Brandl, ¿eres tú? –dijo agradablemente el anciano, con voz ronca.
-Maestro Otias -susurró Brandl, arrodillándose a los pies de su mentor-. Me avergüenza que te molestes en recordarme.
Otias encendió una varilla de luz, proyectando un haz de luz cálida en su rostro escamoso. Estaba vestido con una descolorida túnica gris, manchada de aceite de lámpara y sudor. Las venas y los músculos de sus brazos estaban pronunciados y definidos, tallados por una vida de trabajo y marchitos por la edad. Sus nublados ojos grises eran casi imperceptibles contra una salpicadura de manchas oscuras y pecas.
-¿Desde cuándo existe la vergüenza entre un actor y su director de escena? -Pasándose una mano temblorosa por su menguante melena plateada, Otias susurró-: Han pasado 12 largos años, Adalric. ¿Qué te trae de nuevo a este escenario?
-Maestro O... -Brandl quedó en silencio, cortando su frase a la mitad.
-Vamos, vamos muchacho... no hay nada más obvio que un actor con necesidad de confesar.
De repente, Brandl se encogió debajo de la barra de luz.
-¡Yo... yo vivo mi vida... en un torbellino!
Digno, Otias sonrió con orgullo, reconociendo la famosa frase.
-Las palabras finales del cuarto acto de El viejo Soveryn. ¿En qué medida has llegado a rivalizar con su vida? -Resignado, el anciano director suspiró, evidenciando toda una vida de agotamiento en su dificultad para respirar-. A los actores se les concede licencia para vivir mil vidas, Adalric; pero tú, tú elegiste vivir mil mentiras. Si has venido a mí buscando ayuda, entonces habla desde tu corazón, no desde el vacío de un personaje trágico que nunca ha nacido.
Con saliva asomando por las comisuras de su boca, Brandl rugió:
-¡No puedo!
-Cada personaje trágico está manchado por un defecto, poseído por la necesidad de salvar al mundo o a sí mismo de un crimen imperdonable. Nadie puede erigirse ante la humanidad y juzgarla, no sin ser él mismo juzgado a su vez. -Otias suavemente desenvolvió el improvisado vendaje envuelto alrededor de la mano izquierda de Brandl, haciendo una mueca por la gravedad de la quemadura. La mordedura cauterizada de un sable de luz era innegable-. Cuando perseguimos sombras, estamos destinados a encontrar la oscuridad. -Mirando fijamente a la cara de Brandl, Otias susurró-: Y como tú bien sabes, el lado oscuro siempre ha tenido su precio.
-¿Qué me ha ocurrido? -imploró Brandl.
-Te quedaste mirando la médula colectiva de todos los seres y la juzgaste, sin antes mirar en tu propio corazón. Frustrado, fuiste siguiendo tu trágico defecto sin demasiado éxito. ¡Cuando el Emperador llamó a tu puerta, no pudiste resistirlo! -susurró Otias-. Nadie conoce la oscuridad mejor que un Caballero Jedi, y nadie era más adecuado para desempeñar ese papel que tú.
-¡He matado a una mujer! –jadeó Brandl-. ¡La asfixié! Podía sentir su corazón en mi mano... ¡en mi mente! Y apreté y apreté...
-Has matado a muchos –acusó Otias-. El Emperador no tiene sangre en sus manos, pero mantiene un ejército de otros que sí la tienen.
-Otias, por favor, ayúdame a encontrar el camino.
-El camino de la Fuerza aporta equilibrio a la anarquía de la vida; pero tú, Adalric -negó con la cabeza con reprobación-, tú no querías equilibrio. Tu orgullo era demasiado grande, y a pesar de mis advertencias, fuiste en busca del crimen inexpiable, lo que inevitablemente separa al héroe de las masas indigentes. Y lo encontraste, ¿no?
Jadeando, Brandl dijo con voz ronca:
-¡Sí! Estaba dentro de mí, dentro de mi corazón negro todo el tiempo.
-Está dentro de todos nosotros -susurró Otias- si nos atrevemos a ver. -Exhausto, suspiró amargamente, pasando de nuevo una mano por su escaso pelo-. No puedo redimirte del mal que has traído sobre ti mismo, un mal que has ejercido en nombre del Emperador durante tanto tiempo. Me he pasado la última década observando, esperando tu regreso, ensayando lo que te diría. -Tristemente,  susurró-: Lo que pides, no puedo dártelo. No puede haber redención para tus crímenes. Los muertos no pueden perdonar.
Apagando la lámpara, Otias dio la espalda al turbado Jedi y se alejó hacia el escenario.
Brandl dio la espalda lentamente a la silueta familiar, aguijoneado por la realidad de las palabras de Otias. Presionando el vendaje húmedo contra su palma herida, salió al patio exterior, entrando en las alas oscuras de la parte trasera del teatro. Sin hacer comentarios, volvió sobre sus pasos a través de los amplios corredores, más allá de los arcaicos expositores, hasta el patio más allá de las puertas. Armándose de valor frente a las imágenes violentas que se disparaban a través de su mente, el Jedi se rindió a la última luz del sol menguante de Trulalis, imaginando que los rayos impotentes tenían el poder de quemar su carne.
Enojado, buscó a tientas debajo de su túnica, extrayendo un objeto cilíndrico de gran tamaño. Ross se estremeció momentáneamente, traumatizado por su encuentro con el sable de luz del Jedi. Con recobrada confianza, se dio cuenta de que ese objeto era mucho más grande y estaba cubierto con pequeñas palancas de control y pantallas de datos. Como si retorciera el cuello de un enemigo invisible, Brandl hizo girar el objeto para volver a colocarlo dentro de su túnica. Ligeramente, oyó los pasos del contrabandista detrás de él, moviéndose con medida discreción, como para no molestar sus turbados pensamientos.
-Prefiero el desprecio, capitán -susurró, sus ojos destellando con violencia-. Su compasión me da asco.
Extendiendo su larga zancada, salió del patio del teatro, imperturbable por el polvo grueso a sus pies.


1 Las primeras escenas de este relato fueron traducidas por el compañero Pepinillo. Yo me limité a hacer algunas correcciones ortográficas, gramaticales y/o de estilo, pero principalmente la traducción es suya. (N. del T.)
2 Ol’val: Hola o adiós en Corelliano Antiguo. (N. de Pepinillo)
3 Halle metes chun, petchuk: Un insulto en Corelliano Antiguo, traducción desconocida. (N. de Pepinillo)
4 Koccic sulng: Compórtate (reprimenda) en Corelliano Antiguo (N. de Pepinillo)
5 Ohna fulle guth: Un  desafío o insulto (N. de Pepinillo)
6 A partir de este momento termina la parte traducida por Pepinillo y comienza la traducida íntegramente por mí. Para que quede más diferenciado, a partir de este momento cambio la maquetación del texto, sin sangrías de primera línea ni guiones largos (N. del T.)