lunes, 30 de diciembre de 2013

Un bláster caliente llamado Amor (IV)


Daniera debería sentirse muy cómoda. Estaba sentada en una confortable silla de replicuero, los controles del filtro de aire estaban en la configuración perfecta, y estaba bebiendo de un tibio tazón de zumo. Bueno, más bien sosteniéndolo en el platillo sobre su regazo, porque la última vez que intentó tomar un sorbo, la mano le temblaba demasiado para poder llevarse la taza a los labios con éxito.
Miró de soslayo a Amor, que estaba sentado a su lado, pero su atención estaba centrada en el obeso ubés sentado tras el extraño escritorio. Aparentemente estaba construido exclusivamente de materia ósea fundida. Daniera pudo contar más de dos docenas de especies representadas. Y por si eso no fuera lo suficientemente perturbador, ahora sabía cómo se había ganado Mah-Luu su apodo.
El hombre de negocios ubés sostenía en sus manos una esfera plateada, reconocible universalmente como un detonador termal. Mah-Luu jugueteaba con él, como un ser con un hábito nervioso. Solo que quien se ponía nervioso con este hábito era Daniera.
Mah-Luu deslizaba el disparador, activando el retardo de seis segundos integrado en el dispositivo. Luego, unos segundos más tarde, volvía a pulsar el disparador dejándolo en su posición original, desactivando el dispositivo. Por desgracia, a veces, Mah-Luu se perdía en sus pensamientos o se concentraba en la conversación, y su dedo permanecía fijo en la posición de activado.
La cuenta atrás avanzaba rápidamente y Daniera contenía el aliento y se preparaba a reunirse con sus ancestros muertos mucho tiempo atrás, pero luego llegaba la desactivación en lo que estaba segura que era la última fracción de microsegundo.
Por si eso no fuera lo bastante malo, Mah-Luu tenía tendencia a reírse entre dientes en momentos inoportunos, como por ejemplo cuando nadie había hecho una broma. Daniera esperaba que el vocalizador del ubés tuviera un fallo de funcionamiento que fuese el causante de esas risas. En cualquier caso, por lo que había podido ver hasta el momento, “Termal” Mah-Luu ciertamente no era la clase de ser al que quisieras ver nunca sosteniendo un detonador termal bajo ninguna circunstancia, salvo posiblemente si te encontrabas muy, muy lejos... en otra galaxia, por ejemplo.
En realidad, Daniera no estaba segura de qué le ponía más nerviosa; el detonador termal, o el hecho de que Amor no pareciera estar preocupado en absoluto por su presencia.
-No tengo ni idea de qué me estáis hablando.
Amor mostró la figurita de Darth Vader.
Mah-Luu se limitó a encogerse de hombros.
-Muchos clientes se guardan recuerdos. No podéis esperar que me acuerde de cada ser que cruce el umbral de mi selecto establecimiento.
-¿Por qué no? –quiso saber Amor-. Probablemente tengas videocámaras grabando las 36 horas del día con el propósito de futuros chantajes.
-Me ofendes –dijo Mah-Luu, activando el detonador-. Vamos, sabes que no puedo revelar los nombres de los miembros de mi club bajo ninguna circunstancia. Eso es malo para el negocio. Y lo que es malo en mi negocio sólo es bueno para conseguir acabar muerto. –Comenzó a reír, y luego apagó el dispositivo. Igual de abruptamente, volvió a activar el temporizador-. Por no mencionar que tengo ciertas responsabilidades éticas como propietario de este establecimiento. Un vínculo con mis clientes. Una mutua confianza en que lo que ocurre dentro de estos muros nunca ve los duros juicios de la luz del día.
Cuando hubo terminado su soliloquio, volvió a poner el detonador en modo de espera.
-Ya sé que el ser en cuestión era miembro. Incluso sé por qué. Pude oler el perfume barato de una de tus chicas por todo su cuerpo.
Daniera abrió los ojos como platos, pero permaneció en silencio.
Mah-Luu inclinó su corpulento cuerpo hacia delante. El detonador se activó...
-¿Entonces, me pregunto, por qué estás aquí, Amor?
-Quiero ver a la chica.
-Te costará lo mismo que a cualquier otro.
-Bien. –Amor se echó una mano al bolsillo.
El dedo del ubés flotó ansiosamente sobre el detonador, todavía activo.
Amor extrajo una ficha de crédito.
El detonador se apagó. Mah-Luu tendió una corpulenta mano para tomar la ficha y examinó cuidadosamente el valor de la misma. Su risita rompió el silencio.
El detonador se activó. El aliento de Daniera se detuvo.
Amor clavó sus ojos en lo de Mah-Luu y por unos segundos pareció tener lugar un silencioso duelo de voluntades.
Se desactivó el detonador.
-¿Quién?
-El senador Luralon Odaay.
-Ah, sí. El turiano. –Mah-Luu pulsó un botón oculto bajo su escritorio y la puerta se abrió. “Termal” soltó una aguda risita-. Le encantaba Induki.
-Apuesto a que sí.
La ficha de crédito desapareció de la vista, pero el ubés siguió jugueteando con el detonador.
Amor entró por la puerta, seguido como una sombra por Daniera.
-Se acabó esa molesta ética.
-Tengo que concedértelo, Amor. Aún eres bastante bueno en lo que haces... para la edad que tienes, claro.
Amor le miró fijamente.
-¿Ahora es cuando me das el discurso de reclutamiento?
Mah-Luu se rio con ese comentario.
-¿A ti? ¡Ja! Antes contrataría a un quijada-fija luudriano. Al menos cuando los ojos se le pusieran rojos, sabría que iba a traicionarme. Dudo que tú vengas con medidas de seguridad semejantes. –El ubés enfocó su mirada en Daniera-. Tu compañera no habla mucho... Me gusta eso en una mujer. –El ubés le miró lascivamente-. ¿Qué dices, cachito de carne? ¿Buscas trabajo?
Bastante molesta ya por tener que representar el papel de la subordinada muda, Daniera volvió al escritorio de una zancada y apuntó su bláster de bolsillo a la cabeza de Mah-Luu.
-¿Buscas un tercer ojo?
El ubés se limitó a reír con más fuerza.
-Oooh. ¡Es feroz, además! Tengo que tenerla. Vamos, Amor... ¿cuánto?
-No está a la venta, “Termal”. Y aunque lo estuviera...
Daniera le miró por encima de su hombro.
-...No podrías pagarla ni en un millón de años –se apresuró a terminar Amor.
Mah-Luu pareció molesto mientras devolvía la ficha de crédito a Amor.
-Trato justo. Ella por Induki.
Amor negó con la cabeza.
-Eso no es una oferta.
-Tienes razón –dijo Mah-Luu, activando el detonador-. No lo es.
Dos fornidos guardaespaldas rodianos aparecieron en la puerta, vestidos con capas color escarlata y blandiendo carabinas bláster.
Amor miró fijamente a Mah-Luu.
-¡Teníamos un trato!
-Se acabó esa molesta ética –dijo Mah-Luu con una risita, desactivando el detonador.
Daniera no había movido su arma.
-En caso de que lo hayas olvidado, hay un bláster apuntándote a la cabeza.
Mah-Luu rio entre dientes, señalando a sus guardias con la cabeza.
-Y otros apuntando a cada una de las vuestras. Con refuerzos en camino. No son las mejores probabilidades.
La mano derecha de Amor estaba deslizándose bajo su abrigo mientras hablaba.
-Siempre prefiero jugar con las cartas que me han tocado.
-Lástima que yo no opine lo mismo. –“Termal” estalló en una salvaje carcajada-. Normas de la casa, ya sabes. -Pulsó otro botón bajo su escritorio con un dedo hinchado, abriendo un canal de comunicaciones-. Vab, dale unas vacaciones a Induki. Ya.
Daniera cruzó su mirada con la de Amor. Él le guiñó rápidamente un ojo y luego se echó de pronto al suelo como un bantha herido, aterrizando sobre su espalda. El bláster pesado ya se encontraba en sus manos y antes de que el primer guardia pudiera bajar su propia arma para apuntar a su enemigo, ahora en el suelo, Amor apretó el gatillo.
Un rugido ensordecedor resonó por la sala cuando un vibrante disparo bláster golpeó de lleno al mercenario rodiano, levantándole del suelo y haciéndole volar más de un metro hacia atrás. El guardia chocó contra la pared y se derrumbó en el suelo, con el pecho ennegrecido y humeante.
Sin retirar la mirada de Mah-Luu, Daniera hizo girar el brazo que sostenía el arma y lanzó tres rápidos disparos al mercenario restante.
Mah-Luu trató de ponerse en pie, pero Daniera ya tenía de nuevo el cañón del arma apuntándole.
-¿Oo-ta goo-ta, Tubbo?
Amos sonrió, colocándose junto a Daniera.
-Anula esa última orden –ordenó ella-. Dile a Vab que traiga aquí a Induki.
El mercader ubés la miró con desdén.
-Dudo que seas capaz de disparar a un hombre desarmado...
-Ella tal vez no –respondió Amor por Daniera-, pero yo sí.
Y sin más ceremonia disparó a Mah-Luu a quemarropa en el pecho.
Daniera gritó conmocionada, y se dio la vuelta para mirar a Amor.
-¡Amor, estás loco!
-Gracias.
-¿Cómo has podido...?
-Relájate, cielo –dijo Amor mientras giraba una rueda de su bláster de vuelta a su posición original-. Esta cosa puede ajustarse para aturdir, ¿sabes?
Ella volvió a mirar a “Termal”, que había caído doblado sobre su silla, transportado por el deslizador estelar de la inconsciencia.
-Genial, ¿pero qué pasa con Induki?
Amor inclinó de pronto la cabeza a un lado. Se escuchaba el inconfundible sonido de vehículos repulsoelevadores acercándose.
Antes de que Daniera pudiera abrir siquiera la boca, Amor salió corriendo hacia la puerta. Se detuvo en el pasillo una fracción de segundo, y luego volvió a entrar corriendo en la sala y propinó al inconsciente Mah-Luu un puñetazo en el estómago. El detonador termal en la mano del ubés saltó por los aires, y Amor atrapó con facilidad el dispositivo en su ascenso. Luego giró sobre sus talones y salió corriendo al pasillo.
Daniera estaba justo tras él.
-¡Amor, estás loco de remate!
-Gracias.
Ella gesticulaba frenéticamente.
-Por ahí es un callejón sin salida. Tenemos que volver por el otro...
Las palabras murieron en sus labios cuando escuchó el sonido de las pisadas de muchas botas acercándose desde esa precisa dirección.
-¡Amor! Estamos a punto de tener compañía.
Amor seguía corriendo hacia la pared a toda velocidad mientras pulsaba con el pulgar el interruptor para activar el detonador termal. Lanzó el dispositivo rodando delante de él y comenzó a contar en voz alta el temporizador de seis segundos.
Acercándose desde atrás, Daniera se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
-¡Sal del radio de explosión, pedazo de lunático!
Amor le hizo un gesto de fastidio con la mano. Había estado todo el rato midiendo las zancadas al correr, y ahora ella le estaba haciendo perder la cuenta.
-Dos. ¡Uno! –exclamó Amor justo cuando la esfera plateada golpeaba la pared ante él con un sonido metálico. Hubo un pequeño destello, y luego el campo de partículas del detonador se expandió hacia fuera con velocidad cegadora, y el radio de explosión vaporizó el muro, la mayor parte del techo, y parte del suelo.
Con la plataforma de observación recién creada, Amor y Daniera tenían una vista despejada de los acontecimientos que tenían lugar en el callejón inferior.
Una joven forcejeaba mientras dos de los matones rodianos de capa escarlata de Mah-Luu la introducían a la fuerza en un camión deslizador que aguardaba. Tres motos deslizadoras de aspecto desvencijado, cada una portando a un piloto rodiano, calentaban motores junto al camión deslizador.
Por supuesto, todos se encontraban ahora mirando hacia arriba, a Amor y Daniera, completamente estupefactos. La sorpresa fue temporal. Los dos mercenarios lanzaron a Induki al interior y el camión deslizador arrancó abruptamente y se adentró en el inframundo, seguido por una de las motos. Los rodianos de las dos motos restantes apuntaron con sus carabinas bláster.
Amor ya estaba sacando su artillería bláster portátil. Apuntó rápidamente y disparó dos veces. Los rugientes disparos fallaron su objetivo, pero Amor estaba seguro de que los mercenarios se lo pensarían dos veces antes de enfrascarse en un tiroteo prolongado.
El bláster pesado gimió fuertemente mientras se recargaba, y el primero de los rodianos aprovechó la oportunidad para comenzar una apresurada huida mientras su colega se demoraba para proporcionar algo de fuego de cobertura.
Daniera efectuó media docena de disparos a la moto que iba en cabeza, pero el alcance de su bláster de bolsillo era, en el mejor de los casos, limitado. La mayor parte de los disparos no llegaron a su objetivo, así que pasó su atención al rodiano restante.
Amor apuntó con cuidado y lanzó otro disparo atronador hacia el mercenario que huía. El disparo golpeó la parte trasera de la moto deslizadora, y la fuerza del impacto hizo que el vehículo diera una vuelta de 180 grados y chocase contra el costado de un edificio en ruinas cercano. La colorida explosión hizo que llovieran escombros ardientes por toda la zona.
El segundo piloto no tenía intenciones de quedarse ahí quieto para otra demostración, pero justo cuando comenzaba a moverse, tres de los disparos carmesí de Daniera le golpearon en la espalda. Al quedar sin jinete, la moto se detuvo en seco con una sacudida al activarse el interruptor de seguridad, y se quedó flotando inmóvil sobre el suelo.
Inmediatamente, Amor tomó carrerilla y saltó de la irregular cornisa. Dirigió su caída hacia la moto y aterrizó con sorprendente agilidad sobre el asiento vacío. Después de tomarse un instante para sentir asombro de sí mismo, se volvió para gritarle a Daniera:
-¡Volveré a por ti!
Sin embargo, Amor quedó sorprendido al ver que ella ya no estaba en lo alto de la cornisa. Y luego Daniera le empujó hacia delante al aterrizar en el asiento trasero.
Se volvió para mirarla en total asombro.
Daniera se limitó a darle una palmada en el hombro y ladró:
-Cállate y pilota esta cosa.
-¡Sí, señora! –dijo él entre risas y aceleró el potente motor de la moto.
-¿Sabes una cosa, Amor? ¡Estás más loco que un bantha desquiciado!
-Gracias.

***

-Ahí están –exclamó Daniera.
-Ya les veo. –Amor aceleró rápidamente, inclinando al mismo tiempo el morro de la moto hacia abajo para esquivar una gran pasarela elevada que les bloqueaba el paso.
El camión deslizador había perdido la mayor parte de su ventaja en el retorcido laberinto de decadencia que era el inframundo de Coruscant. El tamaño y la masa del vehículo eran estorbos en las arcaicas autopistas y los retorcidos pasillos. Ahí las motos tenían una clara ventaja.
Amor maniobraba diestramente la moto deslizadora a través de la caótica maraña de vigas caídas, muros derrumbados y setas venenosas sobredimensionadas. Daniera continuó lanzando disparos al rodiano restante, que no podía sacudirse de su estela a la tenaz pareja.
El mercenario se giró para efectuar un disparo con su carabina, pero el disparo salió muy desviado. Sin embargo, lo que sí logró fue ralentizarlo lo suficiente para que Amor se pusiera a la par con él.
Amor sujetó el manillar de la moto con una mano y trató de alcanzar su pistola, pero antes de que pudiera sacarla siquiera de su funda, Daniera dejó escapar un grito ahogado.
Amor giró la cabeza para ver si había sido alcanzada, justo a tiempo para ver cómo saltaba de su moto a la parte trasera de la del mercenario. Habría sido difícil determinar quién estaba más sorprendido, si Amor o el rodiano...
-Sin piloto –gruñó Daniera mientras golpeaba la nuca del mercenario con la culata de su bláster de bolsillo. Antes de que el rodiano aturdido pudiera reaccionar, lo lanzó fuera de la moto... a una pila de abono en descomposición que había debajo.
Amor intercambió una mirada con Daniera, que puso su moto de nuevo junto a la de él.
-Recuérdame que no te haga enfadar.
-Demasiado tarde –dijo Daniera con una sonrisa mientras aceleraba la moto y salía a toda velocidad tras el camión deslizador.

***

Encontraron el camión deslizador en un callejón débilmente iluminado a unos cientos de metros de distancia. Completamente apagado, el vehículo estaba mortalmente silencioso.
Tanto Amor como Daniera desmontaron y se acercaron con cautela.
El único ruido provenía de la torrencial llovizna que estalló de repente sobre ellos... los microclimas de aire ascendiente y humedad condensada del inframundo creaban pequeñas tormentas donde uno menos se las esperaba.
Amor arrugó la nariz. El aire era denso, con el olor de la basura podrida, el metal corroído y el agua estancada. Pero había otro olor que Amor reconoció al instante...
-Quédate aquí un instante –ordenó.
Daniera estuvo a punto de protestar, pero vio la mirada que Amor tenía en los ojos. Asintió en silencio. Y la lluvia se deslizó en silencio a su alrededor.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Un bláster caliente llamado Amor (III)



El general Cracken hacía girar una y otra vez en sus manos a la pequeña figurita de Darth Vader.

-No resulta tan intimidante a escala 1/1000, ¿verdad?

Cabe daba vueltas por la oficina, irritado.

-No necesitamos a Amor, general.

El fantasma de una sonrisa asomó en los labios de Cracken.

-Venga. Todos necesitamos amor –dijo en voz baja el general.

Cabe estaba demasiado ocupado quejándose para captar el chiste.

-Esto es una pérdida de tiempo y efectivos en el momento menos oportuno.

Cracken levantó una ceja, examinando al comandante.

-¿De modo que crees que me estoy equivocando, Cabe?

El agente de la INR se detuvo por un instante.

-Con el debido respeto, general...

Cracken levantó una mano y sonrió.

-Puedes terminar ahí. Ninguna buena noticia comenzó nunca con esa frase. –Echó una mirada a Daniera, que estaba pacíficamente sentada y, hasta el momento, en silencio-. ¿Tú qué piensas?

-Amor es fastidioso, egoísta y completamente desprovisto de honor. –Cabe sonrió con suficiencia al ver confirmada su opinión, pero luego Daniera se quedó pensando un instante-. Pero también es inteligente, perceptivo, y tiene mucha experiencia.

Eso borró la sonrisa de Cabe y trajo otra a los labios de Cracken.

-Nos vendría bien su ayuda –continuó ella-, aunque no podemos contar con ella. Puede que esto recaiga enteramente sobre nuestros hombros.

Cracken asimiló sus palabras, reclinándose en su asiento mientras sus ojos regresaban a Cabe.

-¿Cómo van los preparativos para el Baile de Máscaras?

-Todo el equipamiento de seguridad interno está colocado. Los equipos de técnicos están colocando escáneres biológicos y de armamento en cada entrada. Aparte de la seguridad de uniforme, tendremos agentes de la INR camuflados. –Cabe meneó la cabeza con disgusto-. Sin embargo, sigo pensando que deberíamos cancelar completamente el evento. Es un riesgo demasiado elevado. Especialmente para la vida de la Jefe de Estado.

-La Nueva República tiene una firme política de no ceder a las amenazas. No nos humillaremos ante el terrorismo. –La voz de Cracken se suavizó un poco-. Además, Leia jamás accedería a cancelar el evento. La recaudación del Baile de Máscaras Maltesara proporciona fondos para cientos de obras de caridad. Es el evento social de Coruscant.

-Y el lugar perfecto para un asesinato –replicó Cabe.

-Nuestro trabajo consiste en asegurarnos de que eso no ocurra. –El general tendió la figurita de vuelta a Daniera-. Mira a ver qué puedes descubrir en el Vórtice... pero ten mucho cuidado.

-Siempre –sonrió Daniera.

-Quisiera ir con ella –dijo Cabe.

-Negativo, comandante. Tú y yo vamos a supervisar personalmente los últimos preparativos de seguridad en el Gran Salón de Baile del Palacio. –Cracken se puso en pie y condujo a la puerta a sus agentes de la INR subordinados-. Cada uno de nosotros tiene una misión que realizar.



***



Daniera se envolvió en la capa mientras caminaba por el pasillo sombrío. Las lumas que asomaban desordenadamente por el pasillo ofrecían cierta iluminación, al menos las pocas que aún funcionaban. Al principio le costó creer que un establecimiento tan exclusivo pudiera encontrarse en semejante lugar, pero por lo que había descubierto recientemente sobre la clientela del Vórtice Oscuro, puede que no fuera tan extraño después de todo.

No muy alejado, ni por ubicación ni por espíritu, del legendario Inframundo de Coruscant, el Vórtice atendía a los peces gordos del elemento criminal del planeta. Se rumoreaba que en club podía comprarse o venderse cualquier cosa, incluyendo seres y personas. Por supuesto, no todos los parroquianos podían ser relacionados directamente con el crimen organizado; muchos de ellos eran simplemente el típico rico y poderoso que pensaba que era emocionante mezclarse codo con codo con el peligro.

Daniera miró con el ceño fruncido el gastado pasillo, lleno de hidrotuberías con fugas, muros cubiertos de hongos, y los desconchados paneles del suelo cubiertos por una especie de fango marrón que sólo el Creador podía saber qué era. Ella estaba segura de que no tenía la menor intención de mezclar sus codos con nada del entorno inmediato.

Su avance fue detenido por una gran puerta blindada de ónice en buen estado. Puntos blancos cubrían el exterior de ébano, dando la impresión general de un cielo estrellado.

La puerta lisa no tenía ningún panel de apertura a la puerta, ni siquiera un pomo o nada similar, ya puestos. Daniera recorrió la superficie con una mano enguantada, pero no pudo detectar ninguna agarradera, palanca o cualquier otro tipo de mecanismo oculto.

De pronto se le ocurrió una idea y se llevó la mano a un bolsillo. Después de unos instantes de rebuscar en el interior, se dio cuenta de que lo que estaba buscando había desaparecido.

Daniera maldijo para sí y pegó un bote, sobresaltada, cuando una suave voz surgió de las sombras.

-¿Buscas esto? –preguntó la voz.

El cañón del bláster de bolsillo de Daniera estuvo en menos de un segundo presionando bajo la mandíbula del hombre.

-Sal a la luz –ordenó-. Ya.

Sonriendo, Amor hizo lo que se le ordenaba.

-Oooh. No hay nada como una mujer con dotes de mando.

Daniera guardó su arma, con los ojos brillando con una feroz mezcla de rabia y alivio.

-¿Qué haces aquí?

-Evaluar el talento –dijo Amor-. Has aprobado. –Le tendió la estatuilla de Darth Vader.

-Así que el gran M’Kyas Amor también es un carterista consumado.

-Hay muchos, muchos talentos en los que destaco.

-¿Cómo merodear en las sombras?

Amor mostró la mejor de sus sonrisas.

-Me gradué en acecho el primero de mi promoción.

Ella casi sonrió, pero simplemente se volvió hacia la puerta. Con un rápido giro activó el sable de luz en miniatura. La diminuta hoja carmesí iluminó la puerta con su brillo fantasmal y... no ocurrió nada.

Con un gruñido de disgusto, Daniera se preparó para lanzar al hiperespacio el mini-Vader, pero Amor la detuvo poniéndole la mano en el brazo.

-Espera –susurró-. Mira.

Daniera se volvió a mirar la puerta y observó con asombro cómo una de las estrellas más grandes del campo estelar comenzaba de pronto a brillar en un color rojo a juego.

Cautelosa, levantó un dedo y pulsó el panel iluminado. La puerta retumbó y luego comenzó a ascender lentamente hacia el techo.

-Ya podemos entrar –dijo Daniera. Un pasillo tenuemente iluminado se extendía ante ellos perdiéndose en la oscuridad.

-Ten cuidado –advirtió Amor-. Y sé que es duro, pero deja que sea yo quien hable. Las mujeres sólo están un par de escalones por encima de los esclavos en este antro y las cosas pueden ponerse un poco feas.

Daniera hizo una pausa, entrecerrando los ojos hasta que se convirtieron en simples ranuras.

-Así que ya has estado aquí antes, ¿eh?

-Sí, pero no por placer. Uno de mis conocidos es el dueño del lugar.

-¿Entonces sabías desde el principio cómo entrar?

Amor simplemente le sonrió y luego entraron al Vórtice.



***



Daniera aún estaba refunfuñando cuando entraron en una sala de recepción circular. Un gran atril negro era el único mueble de la sombría habitación, aunque una docena de cortinas aterciopeladas conducían a lugares desconocidos.

Un twi’lek de aspecto grasiento vestido con una cara capa negra permanecía tras el atril, examinando a Daniera con una mirada voraz.

Daniera se inclinó para susurrar.

-¿Es cosa mía, o parece que abundan los sirvientes babosos de esta especie?

Amor sonrió y añadió en voz alta.

-Cada pequeño twi’lek sueña en crecer y convertirse en el mayordomo de algún sórdido mercader galáctico. ¿No es cierto, Vab?

-Amor, no tengo palabras para expresar lo mucho que me alegro de verte –gruñó Vab D’Buula-. Porque no me alegro en absoluto. –El twi’lek volvió su hambrienta mirada a Daniera, dejando que asomasen sus incisivos amarillentos y su lengua pustulosa-. Aunque ha sido extremadamente amable por tu parte traerme el postre.

Daniera se encogió apartándose del espantoso encargado, pero Amor avanzó hasta apoyar los codos en el atril.

-Lo único que vas a saborear son tus propias colas craneales a menos que me digas detrás de qué cortina se está escondiendo esa babosa espacial de Mah-Luu.

Sin dejarse impresionar, Vab se irguió en toda su estatura.

-¿Tienes una cita para ver al amo?

-Claro –dijo Amor echando mano al interior de su abrigo-. Aquí está.

Vab se encontró mirando al muy grande cañón de la muy, muy pesada pistola bláster de Amor. Amor presionó ligeramente el gatillo, causando que el arma sobredimensionada emitiera un intimidante zumbido mientras se cargaba para disparar.

Vab sólo tuvo que considerar la oferta por un microsegundo.

-Cortina número tres. Tercera puerta a tu derecha.

Amor sonrió, y mientras pasaba a su lado dio al twi’lek una amistosa palmada en el hombro, haciendo que el encargado se estremeciera visiblemente.

Daniera se unió a Amor mientras este apartaba a un lado la tercera cortina.

-Eso ha estado bastante bien. Recuérdame que no juegue contigo al sabacc, nunca sabría cuándo te estás echando un farol.

-No era un farol. -Señaló a Vab con la cabeza-. La última vez se pasó tres semanas en un tanque de bacta.

-No puedo creerte.

-Tienes que hacer lo que sea necesario para terminar tu trabajo -dijo, poniéndole una mano en el hombro, que ella inmediatamente se quitó de encima-. Escucha, chica. Las cosas van a ponerse intensas ahí dentro –dijo, señalando con la cabeza la puerta en el pasillo delante de ellos-. A Luu-Mah “Termal” Mah-Luu le gusta mantener a sus invitados en tensión.

Después de comprobar el paquete bláster, Amor finalmente volvió a deslizar el arma en su funda.

-Aunque no quisiera parecer maleducado...

Mientras avanzaban por el pasillo, Daniera preguntó:

-En el nombre de Byss, ¿qué es ese cañón que llevas?

-Bueno, además de tener capacidades olfativas y auditivas asombrosas, nosotros los latarzianos también somos unos maestros armeros tremendamente hábiles. Nuestras armas preferidas son más que simples pistolas, son declaraciones de quiénes somos. –Volvió la mirada hacia ella, un poco avergonzado-. Pero no te aburriré con nuestras pequeñas y tontas costumbres. –Hizo una gran pausa, y luego le tendió el arma como un cadete ofreciendo su arma para la inspección-. La base es una pistola bláster pesada Calban Modelo X, con un visor bláster lateral añadido, un patrón galven mejorado, ajuste de la válvula del conversor de energía, y media docena de pequeñas modificaciones más que poca gente conoce.

Daniera dio vueltas a la pesada arma en sus manos, asintiendo con apreciación.

-Es asombrosa.

Amor estaba radiante como un padre orgulloso.

-Estoy pensando en añadirle un cerebro droide y un vocabulador.

Ella se la devolvió.

-¿Una pistola parlante?

-Sí –dijo mientras enfundaba el bláster-. Chula, ¿eh?

Daniera sólo pudo menear la cabeza.

-Bueno. Ya sabes lo que dicen... Una gran arma trata de compensar...

-...Los problemas para acabar con tu objetivo –completó Amor justo cuando llegaban a la puerta correcta. Acercó la mano al panel de control, pero ella le detuvo súbitamente.

-Espera un momento. –Daniera entrecerró sus ojos hasta que sólo fueron rendijas-. ¿Por qué le llaman “Termal”?

-Oh. Ya lo verás.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Un bláster caliente llamado Amor (II)


Los agentes de Seguridad de la Nueva República que montaban guardia ante la puerta observaron en silencio cómo Daniera y Amor salían del turboascensor y avanzaban por el pasillo. La pareja de soldados fuertemente armados cambió ligeramente de postura y saludó a los recién llegados con los cañones de sendas carabinas bláster.
Daniera mostró su identificación y los guardias relajaron inmediatamente su postura, permitiéndoles pasar a la habitación del hotel. Ella entró primero, colocándose un par de guantes de examinación Duraguard.
Amor se detuvo, volviendo la mirada al pasillo donde los equipos de agentes de la INR escaneaban electrónicamente la zona en busca de la más pequeña pista. Se encogió de hombros y entró tras Daniera en la habitación, cerrando la puerta tras ellos.
Ella ya estaba moviéndose metódicamente por la zona de estar.
-Toda la planta ha sido precintada por la Seguridad de la Nueva República. Mientras hablamos, hay agentes de la INR interrogando a todo el personal, realizando escáneres a nivel molecular, y revisando el registro de huéspedes del último mes.
Amor asintió.
-Qué bien. Una pérdida de tiempo y dinero, pero, oye, la burocracia siempre es la burocracia, sin importar lo altos que sean sus ideales y su moral.
Daniera se le quedó mirando, tratando de encontrar una forma de expresar lo que estaba pensando.
Él le tendió una mano.
-Lo siento. Sólo dame las lentes de aumento, ¿vale? Oye, ¿te molesta si te llamo Dani?
-Sí.
-Bien. Empecemos, Dani...
Daniera suspiró.
-La víctima número cuatro es el senador Luralon Odaay, turiano, casi humano, del sector Limbala. Tenía 47 años estándar de edad, casado, con un hijo. El senador Odaay habitualmente regresa a su planeta natal cuando se suspenden los plenos del Senado, así que cuando la sesión está convocada ocupa una habitación de hotel en lugar de tener una residencia permanente en Coruscant. –Señaló a la bien equipada habitación-. El Reina de Kaerlia ha sido su favorito en los últimos años. De hecho, pidió esta misma habitación el año pasado.
Amor asimiló la información.
-No hay signos de que se haya forzado la entrada, y el crimen tuvo lugar... –Buscó con la mirada la entrada al dormitorio-. ¿Allí?
Daniera asintió lentamente con la cabeza, aparentemente poco entusiasmada por volver a visitar la escena del crimen.
Él pasó a su lado, colocándose un par de guantes Duraguard.
-¿Cómo sabéis que es Dolor?
-Muerte violenta y sangrienta.
-La mayor parte de homicidios entran en esa categoría.
-Y el engendro Sith dejó su tarjeta de visita. Dolor –siseó entre sus dientes apretados-. ¿Qué clase de nombre es ese, de todas formas?
-Uno latarziano. Al nacer, sólo nos ponen nombre de pila. Nos ganamos nuestros apellidos con nuestras acciones.
-Pero, ¿”Dolor”?
Su voz se volvió distante.
-Probablemente, sus padres lamentaban el hecho de haberle engendrado.
Daniera se le quedó mirando.
-Entonces no estoy segura de querer saber.
-¿Qué?
-Acerca de tu apellido... ¿Amor?
Él le ofreció una sonrisa maliciosa y le guiñó el ojo.
-Pregúntamelo en otro momento.
Amor mostró una macabra sonrisa y luego entró en el dormitorio.

***

El cuerpo del senador Odaay estaba tendido boca abajo sobre la cama de tamaño imperial. Las gruesas sábanas habían absorbido la mayor parte de la sangre azul oscura; la afelpada alfombra tapani había quedado empapada con el resto. Un vibrocuchillo de empuñadura dorada asomaba de la parte inferior de la espalda de la víctima. Ciertamente no era el golpe letal, probablemente infligido post-mortem. La tarjeta de visita personalizada de Grandyl Dolor, derivada de su nombre; Grandyl era la palabra latarziana para nombrar el oro.
Amor se detuvo en la entrada, examinando la escena durante todo un minuto antes de acercarse al cuerpo de la víctima.
Daniera entró silenciosamente en la habitación tras él. Por su conducta firme y su experiencia, se veía que era aún una agente joven... nueva ante muchos de los horrores del negocio.
Él volvió la mirada hacia ella y sonrió tranquilizadoramente.
-¿Sabes cuál es el problema con la gente hoy en día?
Ella negó con la cabeza, sus ojos clavados en la funesta escena.
-Bueno, pues te lo diré. Nadie puede mantener nunca los hocicos fuera de los negocios de los demás. La galaxia sería un lugar más agradable si cada uno nos ocupásemos sólo de nuestros propios asuntos. –Amor se acuclilló junto al cuerpo, realizando un examen cuidadoso. El hombre se había desplomado sobre la cama, agarrando una almohada con una de sus manos de seis dedos. La otra colgaba del extremo opuesto de la cama. Amor dio la vuelta alrededor para poder ver mejor. Estaba firmemente cerrada en un puño-. Es un hecho, el 45 por ciento de los clientes de homicidio están tiesos porque siguieron su sentido del olfato hasta el más allá.
Ahora había captado la atención de Daniera. Ella cruzó los brazos y se le quedó mirando.
-¿Ah, sí?
-Sí –dijo Amor entre sus dientes apretados mientras trataba de abrir el puño del muerto-. Lo que me recuerda... ¿Sabes cuál es el sentido menos usado?
Ella le miró mientras forcejeaba con el cadáver, y se encogió de hombros sin querer responder.
-El sentido común. –Amor gruñó cuando, accidentalmente, quebró dos dedos. El senador Odaay había estado agarrando una pequeña figurita.
Estupefacta, Daniera dio un rápido paso hacia delante.
Amor se limpió con el brazo el sudor que goteaba por su frente.
-El otro 45 por ciento son los típicos crímenes pasionales –dijo, con una sonrisa lasciva-. Nada amarga tanto como el amor. Bueno, excepto tal vez el lum.
-¿Nunca te callas? –dijo ella al ponerse a su lado.
-El restante 10 por ciento son básicamente pobres diablos atrapados en el fuego cruzado. –Examinó la estatuilla dándole vueltas y vueltas en sus manos. Tenía un parecido bastante asombroso con Darth Vader-. Lo curioso es que la gente está más preocupada por caer en esta última categoría. Me preguntan cómo pueden evitar que les alcancen. Les digo a todos lo mismo... –Retorció la cabeza del pequeño Señor del Sith con un audible chasquido-. Agachándose.
Daniera observó con asombro cómo un sable de luz holográfico en miniatura surgía de la diminuta mano enguantada. Amor le tendió la réplica de Vader y ella tocó cuidadosamente el pequeño sable. Soltó un pequeño chisporroteo, dándole una diminuta descarga.
Amor volteó el cadáver sobre su espalda con cuidado y estudió la carnicería. El senador muerto mostraba un inmenso agujero en el centro de su pecho, rodeado por obvias quemaduras bláster. Amor estudió por un instante la herida letal, silbando ligeramente entre dientes.
Comenzó a retroceder, y luego se detuvo. De pronto se inclinó hacia delante hasta que su nariz casi estuvo tocando el cuello del senador muerto, y olfateó.
-Hmmm...
Daniera giró la cabeza de Vader, desactivando el sable de luz con un pequeño zumbido.
-Bueno, ¿qué tenemos?
-Tengo un cadáver que ha recibido lo que parece un impacto de artillería bláster a quemarropa. –Amor se volvió hacia Daniera-. No tengo testigos, ni punto de entrada, ni heridas defensivas.
-Justo como en los otros tres crímenes. –Daniera no pudo evitar sonreír, complacida consigo misma-. No me has dicho nada que no supiera ya.
Amor continuó como si ella ni siquiera hubiera hablado.
-Lo único que tengo es la fuerte corazonada de que nuestro amigo aquí presente era miembro del Club Vórtice Oscuro.
La sonrisa engreída de Daniera se desvaneció de pronto.
Amor caminó sin más ceremonia a la puerta, echándose los guantes Duraguard al hombro.
-Todo lo que tienes, cielo, es un buen desorden para limpiar. Mi trabajo aquí ha terminado.
Ella le siguió al exterior de la habitación de hotel.
-¿Ya está?
-Acabo de darte todo lo que necesitabas para resolver este caso –dijo, indicándole la estatuilla que llevaba en las manos-. Eso es una llave de pertenencia al club. Pero estoy seguro de que probablemente ya supieras eso también.
Daniera se detuvo por un instante, pero Amor continuó avanzando por el pasillo.
-Bueno, lo habría descubierto por mí misma... –Luego añadió en voz baja-: Antes o después.
-Buena suerte –exclamó él por encima del hombro mientras entraba en el ascensor-. Si tienes éxito, te enviaré un bonito ramo de flores. Si no, supongo que lo mandaré al funeral de Organa Solo.
Amor le guiñó el ojo justo antes de que las puertas se cerrasen y desapareciera.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Un bláster caliente llamado Amor (I)

Un bláster caliente llamado Amor
Paul Danner

El joven acicalado salió de Armamento Bala Perdida, con un pequeño paquete sujeto bajo el brazo. Su rostro anodino se fundió sin dificultad entre la multitud de gente que deambulaba por uno de los casi interminables distritos comerciales de Coruscant. Nadie se molestó en prestarle atención cuando se introdujo en un pequeño callejón de servicio y comenzó a hablar a las sombras.
-Está dentro. ¿Preparada?
Un rápido vistazo al pequeño bláster de bolsillo que tenía sujeto en el cinturón le dijo que estaba cargado al máximo. Conocía bien esa sensación. Daniera Karmony respiró profunda y calmadamente, dejando que la tensión se deslizara fuera de su cuerpo. Mostró una brillante sonrisa a Cabe.
-Preparada.
-El general cuenta contigo. –Cabe hizo una pausa y colocó la mano sobre el hombro de Daniera-. Todos lo hacemos. Pero ten cuidado. Solía ser uno de nosotros, pero nadie sabe por qué se fue. Tal vez ni siquiera Cracken. Sus hojas de servicio están selladas en los niveles más altos.
Ella asintió con gravedad y se preparó para ir de compras...

***

-¿Puedo ayudarte?
Daniera levantó la vista del expositor de carabinas bláster que se extendía en la pared trasera de Armamento Bala Perdida. La mirada de la joven recorrió con aire casual estante tras estante de brillante armamento negro y finalmente se posó en el hombre mayor que estaba sentado tras el mostrador. El propietario de la Bala estudió a Daniera con una pequeña mueca de curiosidad mientras tomaba tranquilamente un sorbo de una taza humeante.
-En realidad, sólo estoy echando un vistazo –dijo ella encogiéndose de hombros-. Gracias de todas formas.
Le estudió con una mirada de soslayo. Pensándolo mejor, no parecía tan mayor en edad como en espíritu. Los suyos eran ojos que habían visto demasiado para una sola vida. Pero también había algo más... un brillo que incluso la pesada carga del tiempo no podía atenuar.
El hombre asintió con serenidad.
-Bueno, si necesitas algo, sólo házmelo saber, cielo. –La mueca se convirtió en algo más parecido a una sonrisa sarcástica mientras tomaba otro sorbo-. Me enorgullezco de ofrecer un descuento del 20 por ciento a los nerfs.
Ahora Daniera le miraba fijamente.
-¿Disculpe?
-Oh. Lo siento. Nerfs... mi acrónimo preferido para agentes: “Nueva República – Fuerza de Seguridad”. –Ofreció una sonrisa radiante-. No pretendía ofender, por supuesto.
-No tengo ni idea de lo que... –Daniera hizo una pausa, y luego meneó la cabeza-. ¿Cómo lo has sabido?
-No te lo tomes a mal, cariño. No resulta tan obvio, salvo que sepas en qué fijarte.
-¿Por ejemplo?
-Es malo para el negocio explicar los secretos de uno. –Dejó la taza-. Es por eso que vendo armas personalizadas... y no los planos.
Daniera se apoyó en el mostrador de transpariacero.
-Dame el gusto.
El hombre suspiró un instante con fingida reticencia.
-Bueno, no recibo muchas visitas de mujeres que sólo quieran mirar, y las pocas que vienen normalmente se quedan mirando la basura de esas vitrinas –dijo, indicando la que servía de apoyo a Daniera en ese momento-. Pequeños y bonitos blásters de mano, blásters de bolsillo con acabado de nácar que quepan cómodamente en el bolso, ese tipo de cosas.
Daniera comenzó a protestar, pero él la interrumpió antes de que pudiera emitir una sola sílaba.
-Todo esto son hechos contrastados, por cierto, libres de opiniones sexistas. En cualquier caso, estabas mirando el material bueno de la pared del fondo, apreciando algunos de mis mejores trabajos, y eso significa que no eres una aficionada casual. Y luego está ese bulto de tu chaqueta que –volvió a mostrar la sonrisa sarcástica-, suponiendo que no tengas deformidades físicas, a mí me parece una pistola BlasTech CMP 489; la preferida actualmente por Seguridad de la Nueva República.
Daniera cruzó los brazos en el pecho.
-Eres bastante bueno, pero...
Él levantó una mano.
-No me has dejado terminar... sin embargo, eres demasiado atractiva para las fuerzas de Seguridad estándar, o incluso para Fuerzas Especiales, así que apostaría por INR. Sé cómo a ese viejo bantha de Cracken le gusta engatusar a la gente usando mujeres atractivas... –Tras un último y triunfal sorbo de su jarra, añadió-: Bueno, al menos cuando no están boquiabiertas de ese modo. Eso tiende a restar puntos de atractivo. –Volvió a sentarse en su silla y sonrió radiante-. Y bien, ¿alguna pregunta?
Después de tomarse un instante para recuperar la compostura, ella asintió.
-Sólo una... ¿Qué galaxias le pasó al gran M’Kyas Amor para dejar que su considerable talento se malgastase adulando a clientes en una tienda de armas de mala muerte en Coruscant?
-Para tu información, sólo vendo mercancía de alta calidad, y –entrecerró los ojos con aire amenazador- mis creaciones personalizadas se venden por más créditos de los que probablemente hayas visto en toda tu vida, niña.
-Te sorprenderías.
-Bueno, ahora yo sé quién eres y tú sabes quién soy yo. –Tomó su taza vacía y comenzó a caminar a la parte trasera de la tienda-. No me gusta jugar si no hay apuestas de por medio, así que por qué no nos ahorras un tiempo precioso a ambos y me dices qué quieres.
-Grandyl Dolor.
En su favor, cabe destacar que Daniera ni se inmutó cuando la taza golpeó el suelo y se hizo añicos.
M’Kyas Amor se volvió lentamente para mirarla a la cara. Pulsando un botón, la señal luminosa de la puerta delantera parpadeó pasando de “abierto” a “cerrado”.
Lentamente tendió una mano, indicando a Daniera el camino a una habitación trasera.
-Hablemos.

***

-Grandyl Dolor. Ese es un nombre que no he escuchado en mucho tiempo. –Amor deslizó una taza humeante delante de Daniera y se sentó a su lado-. Un colega latarziano, uno de los asesinos más letales jamás creados por el Imperio. Se le ha dado erróneamente por muerto en numerosas ocasiones, pero tiene la molesta costumbre de sobrevivir a cualquier muerte segura. Por lo que recuerdo, no se ha sabido de él desde la Batalla de Endor. Eso fue hace unos cuantos años.
Daniera tomó un cauteloso sorbo de la bebida que le habían ofrecido, decidió que le gustaba, y dejó que el líquido la calentase.
-Bueno, pues ha vuelto. Contratado por un grupo imperial desconocido para asesinar oficiales clave de la Nueva República. –Dejó la taza sobre el posavasos con un sonoro golpe-. Y hasta ahora está haciendo un trabajo magnífico.
Amor se recostó en su asiento.
-De vuelta después de todo este tiempo, ¿eh? –Se encogió de hombros-. Pensé que se había retirado.
Daniera levantó una ceja.
-No pareces demasiado preocupado por la noticia de su regreso.
-¿Debería?
-Según dice la leyenda, fue tu persecución implacable la que hizo que terminara ocultándose. Y dado que Dolor parece estar recuperando antiguas aficiones, ¿no crees que le encantaría pegarle un tiro a su archienemigo?
-Creo que has visto demasiados holofilmes, muchacha.
-La realidad es que está muriendo gente. Otro senador ha sido encontrado asesinado esta mañana. Ya son cuatro en menos de dos semanas. Cada uno más importante que el anterior.
-Creía que la Nueva República promulgaba la igualdad –dijo con una risita.
-Ya sabes a qué me refiero –exclamó Daniera, cada vez más irritada-. Hasta ahora estamos dando palos de ciego. Nadie sabe siquiera qué aspecto tiene ese engendro Sith.
-Yo sí. –Hizo una pausa-. Y por eso estás tú aquí.
-Hasta ahora sólo ha habido un avance. Nuestros agentes han descubierto la identidad del siguiente objetivo de Dolor: la jefa de estado Leia Organa Solo. –Daniera respiró profundamente antes de continuar-. Tú te has acercado más que nadie a ese monstruo. Necesitamos tu ayuda.
Él negó con la cabeza.
-Puede que Dolor no esté retirado, pero yo sí. Ya he cumplido mi cupo como rastreador de naves, cazador de recompensas, detective privado y vigilante del sector. Cumplí mi servicio en los nerfs y jugué el papel de superespía para el general Cracken. –Amor se levantó, con los ojos fijos en Daniera-. Así que puedes regresar y decirle a Cracken que los días que me quedan los voy a gastar haciendo cosas que no incluyan que me disparen, me torturen, o me lisien de cualquier otra forma.
Daniera quedó en silencio por un largo instante, y luego se puso bruscamente en pie. En unos pocos pasos secos y cortos se encontró junto a la puerta, pero se detuvo brevemente para volver a mirar a los ojos a Amor.
-El general Cracken pensó que te negarías. Me dijo que te diera esto.
Deslizó algo en la mano del hombre y luego, sin más palabras, caminó hacia la puerta principal.
Amor miró reticente al chip de datos, pasando cuidadosamente sus dedos por la brillante superficie estriada. Había sido borrado. A Cracken le gustaba la ironía, después de todo...
-Espera.
Con una mano en la puerta, Daniera le miró por encima del hombro.
Él tocó la pared con un dedo y un panel secreto se apartó para revelar un compartimento empotrado. Amor sacó del interior una funda sobaquera de replicuero que albergaba la que muy probablemente era la pistola bláster pesada con el aspecto más terrible que Daniera hubiera visto jamás. Sorprendentemente, su peso se deslizó con suavidad en su lugar bajo el brazo izquierdo de Amor. Se echó por encima una gabardina gastada pero de aspecto caro que ocultó fácilmente la enorme arma.
-Bien. Estoy listo.
Esta vez era el turno de Daniera de sonreír sarcásticamente.
-¿Para qué?
-No lo sé, cielo –dijo, dando unos golpecitos al bulto bajo su gabardina-, pero, por el humor que tengo ahora mismo, más vale que incluya disparar a mucha gente.

Operaciones Especiales: El arte de la infiltración (y III)


La tarde de Mylesgood estaba mejorando. Al otro lado de la calle, estaban arrestando al terrorista; mientras Mylesgood se acercaba pudo ver que Kaser y Spinks agarraban cada uno uno de los brazos del hombre, sujetándolos a su espalda, y Shales estaba poniéndose frente al hombre.
Mylesgood albergaba pensamientos acerca de cómo interrogar a ese hombre. Sabía perfectamente cómo hacerlo, cómo dejar a ese astuto criminal como un tembloroso despojo. Se imaginó a sí mismo arrojando al terrorista a los pies del general, y sintió una oleada de excitación que no había sentido desde los días en que la base era incuestionablemente suya. Eso no le había parecido tan lejano en el tiempo hasta ahora.
El capitán iba ahora a pie, después de haber aparcado el repulsor a escasa distancia; se había perdido cerca de un tercio de su escuadrón en la explosión, algo que se negó a dejar que le afectase hasta que todo esto hubiera terminado. El resto, incluyendo su chofer, habían sido enviados en tras la terrorista, tras ese hombre que estaba al final de la calle, y tras el resto de los impostores. Donde quiera que estuvieran.
Shales estaba de pie con los brazos en jarras, hablando con voz firme.
-Será mejor que nos lo cuentes, hombrecito. Si no lo haces, exprimiremos la información de tu amiga.
El terrorista soltó un gruñido grave, lanzó la cintura hacia arriba, colocó los tobillos alrededor del cuello de Shales, y se retorció.
Algo crujió. Shales cayó al suelo, con la cabeza en un ángulo extraño. Mylesgood se escuchó a sí mismo soltar un agudo jadeo.
Tanto Kaser como Spinks estaban de pie, boquiabiertos, y el terrorista golpeó con la cabeza a Kaser, consiguió liberar su brazo derecho, y lanzó a Kaser contra Spinks. Sus cabezas chocaron entre sí y ambos cayeron al suelo.
En ese momento, Mylesgood estaba corriendo, con el bláster desenfundado, y no se detuvo hasta que estuvo justo ante el rostro del hombre.
EL terrorista se quedó inmóvil.
Mylesgood dio un paso atrás.
-Nos has causado bastantes problemas –dijo.
El terrorista no dijo nada. Tenía la mirada fija en Mylesgood, analizándole, analizando la situación.
-He sido un hombre muy paciente –dijo Mylesgood, mirando efusivamente a sus agentes caídos-. Pero ahora no me siento especialmente con ganas para conducir un interrogatorio. Ya no me importa por qué estás aquí. Sólo me importa que tú sigues respirando, y gran cantidad de mi gente no.
”Además, ésta sigue siendo mi base, pese a lo que diga la creencia popular, así que no me importan todos los soldados del Ejército del general corriendo por las calles tratando de arreglar tu desastre. El general no cuenta, y sus hombres no cuentan. ¿Sabes quién cuenta ahora? Tú y yo. ¿Sabes qué más cuenta? Este bláster. Ahora piensa en ello. Un bláster y nosotros dos.
El terrorista estaba ligeramente cabizbajo, pero seguía mirando a Mylesgood.
Y entonces sonrió.
Mylesgood respetó eso. Apuntó a la cabeza del hombre con su bláster. Y habría disparado, de no haber sentido de pronto un pequeño aguijón afilado en el cuello.
-¡Auh! –dijo, dándose un manotazo en el cuello.
De pronto se sintió extremadamente pesado. Sus piernas no podían sostenerle en pie. No podía mantener el bláster en posición, ni siquiera podía sostenerlo ya en la mano, y lo dejó caer al suelo con un sonido metálico.
-Nosotros tres –dijo el terrorista.
Mylesgood elevó la mirada al cielo, al hombre que estaba de pie junto a él. Lo último que Mylesgood vio antes de desvanecerse fue una joven soldado con un uniforme chamuscado y hecho jirones. Sostenía una pistola de aspecto extraño; fingió que iba a lanzársela al terrorista, pero luego se la tendió suavemente.
-El sistema de puntería funciona perfectamente ahora, Sr. Quisquilloso –dijo ella, y se alejaron caminando juntos.

***

En la sala de ordenadores, había veinte soldados del ejército tratando de abrirse paso entre un mar de funcionarios presa del pánico que se abalanzaban hacia la salida trasera, y el guardia alto aún seguía disparando a Haathi y Maglenna, que estaban de pie en la puerta de la oficina.
-¡Regla número cuarenta y siete! –gritó Haathi por encima del ruido-. ¡El enemigo sólo ataca en dos ocasiones! ¡Una: cuando estás listo! ¡Dos: cuando no lo estás!
-¡Muy bien, ya vale! –gritó Maglenna-. ¡Estoy aprendiendo! ¡Estoy contigo! ¡Hay que improvisar! ¡Sin auténtico entrenamiento! ¡Vale! ¡Pero deja de citarme reglas!
-¡Pero son para motivarte! –exclamó Haathi.
Maglenna lanzó una ráfaga de disparos bláster al pasillo. El guardia alto recibió tres impactos de energía azul en el pecho y se derrumbó.
-¿Ves? –dijo Haathi.
Maglenna sintió de pronto el impulso de estallar en una risa histérica. El corazón le latía con fuerza, y sus oídos también, pero aparte de eso todos sus sentidos estaban alerta.
-Ahora vamos –dijo Haathi, corriendo al pasillo-. Únete a la lucha.
-¿Qué lucha?
-Ésta. –Haathi saltó a la muchedumbre de imperiales y comenzó a disparar al techo. Algunos de ellos pensaron en lanzarse al suelo, pero la mayor parte trató de alejarse de ella, en dirección a sus propias tropas. Maglenna imitó el ejemplo de Haathi, y ambas se abrieron paso gritando y disparando hasta la entrada de carga principal. Si alguien se interponía en su camino, le aturdían, y para cuando las tropas de seguridad consiguieron acercarse lo suficiente, Haathi y Maglenna ya estaban en el exterior de la zona de carga principal, corriendo.
Cuando rodearon la fachada del edificio, vieron tropas de todas clases corriendo por todas partes. Nadie advirtió a la comandante de aspecto desaliñado o a la sargento con pinturas de camuflaje en la cara. Todo el mundo estaba gritando órdenes, o caminando de un lado a otro con los blásters en la mano, o gritando obscenidades a la gente en el lado de máxima seguridad del muro.
Haathi se volvió a mirar a Maglenna.
-¿Estás bien? –preguntó-. Me estaba preocupando.
-¿Por qué?
-SI los soldados hubieran pensado que sólo tenían oportunidad de hacer un disparo, te habrían elegido a ti. Cuando el enemigo tiene que ser selectivo, es mejor no parecer importante.
-¿Es la regla número cuarenta y ocho?
-En realidad es la sesenta y algo. Me he saltado unas cuantas.
De pronto Haathi y Maglenna fueron interrumpidas por un carro repulsor con un gigantesco cañón de cubierta.
-Eh, Comandante Majara y Cabo Castigo –gritó la conductora-. ¡Subid!
-¡Sargento, Morgan, soy sargento! –replicó Haathi, y saltó alegremente a la cubierta trasera del repulsor. Maglenna, que se encontraba más cerca de la parte delantera del vehículo, advirtió que la conductora tenía un ojo morado y que su pasajero se estaba agarrando el hombro. Ambos parecían haber salido de un colchón de llamas.
-¿Estáis bien? –preguntó Maglenna.
Al oír decir eso, Haathi, que estaba justo detrás de los asientos de Morgan y Jayme, se inclinó hacia delante y les rodeó con un brazo a cada uno.
-¿Qué ha pasado? –exclamó, fijándose en sus caras-. Si sólo os he dejado solos media hora...
-Ese es el quid de la cuestión, T’Charek. Que no estábamos solos –dijo Morgan.
-¿Quién estaba con vosotros? ¿Un pirómano?
-Parece que principalmente es sólo hollín y humo, T’Charek –dijo Maglenna, trepando a la cubierta trasera. Luego añadió, dirigiéndose a Jayme y Morgan-: Voy a pasarme el resto de mi carrera parcheándoos a vosotros dos, ¿no?
-¿Eso es una de las reglas de T’Charek? –preguntó Morgan.
-Ahora sí –dijo Haathi, y suspiró-. Muy bien, chica maravilla. Más tarde me dirás cómo os chamuscasteis.
Morgan y Jayme se cuadraron secamente al estilo imperial. Haathi se sentó en la silla del artillero y se abrochó el arnés; Maglenna permaneció en el centro de la cubierta con los brazos a la espalda, con aire solemne. Pensó que tal vez si alguien mostraba un aspecto al menos medio oficial, el guardia de la puerta no sentiría la necesidad de hacer preguntas. Tampoco es que eso importase: Maglenna supuso que el siguiente plan de Haathi consistía en que Morgan embistiera directamente contra la puerta de mínima seguridad y se alejase en los bosques antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar. Mientras tanto, Morgan conducía por calles laterales y cedía el paso a los vehículos de emergencia que se dirigían hacia el muro.
Haathi, situada con las rodillas a la altura de la cabeza de Maglenna, se recostó en su asiento y le dio a Maglenna unos golpecitos en el hombro.
-La primera misión casi ha terminado –dijo-. ¿Cómo te sientes?
-Entumecida –dijo Maglenna.
-¿Echas de menos tu trabajo de despacho?
-No, porque hoy he aprendido algo.
-¿Cuarenta y ocho reglas inútiles?
-Cuarenta y nueve. Cualquier cosa que hagas en una guerra puede matarte.
-Incluso hacer algo aburrido.
Maglenna volvió la vista atrás; en el edificio de administración con forma de T, los imperiales aún tropezaban unos con otros, apelotonándose en la puerta, cayendo en la zona de carga, vociferando y lanzando exabruptos.
-Especialmente hacer algo aburrido –dijo-. Por suerte, con vosotros tres, esa es una cosa menos de la que preocuparme.