miércoles, 31 de julio de 2013
El Proyecto Ando
El Proyecto Ando
Chris Doyle
Miras cansado a tus compañeros mientras te frotas
los ojos para desperezarte. Esforzándote por permanecer alerta, te revuelves
incómodo en la implacable superficie de una silla de duroplástico. La sobria
sala de reuniones, como la mayor parte del resto en la base Chiron, por la
noche está tenuemente iluminada y calentada por escasos calefactores para
conservar recursos. Sin embargo, ahora la base Chiron es tu hogar. Aunque no
hay nada bonito que ver, su ubicación en Tomark II es ideal para tácticas de
ataque y fuga sobre convoyes imperiales. Echas un vistazo a tu crono,
preguntándote cómo habría sido acurrucarse otras tres horas bajo las cálidas
mantas. De pronto, la puerta se abre con un siseo, rompiendo el silencio.
La capitana Amarith entra con grandes zancadas en
la cámara; no podía encontrarse ni una arruga ni una mancha en su uniforme ni
en sus pulidas botas negras. Tu oficial superior se coloca en la cabecera de la
mesa y hace una pausa para elegir cuidadosamente sus palabras.
-Gracias por responder a mi convocatoria de
urgencia. Lamento interrumpir su descanso, pero ha surgido una situación
delicada. –Hizo otra pausa, como si no estuviera segura de cómo continuar-. Se
les ordena dirigirse directamente al Gambito,
mi nave personal, sin hablar de esta reunión con nadie. Suban a bordo,
despeguen, y planeen un salto hiperespacial usando las coordenadas del
ordenador de navegación para llegar a su destino. Sólo cuando estén de camino y
a salvo deben reproducir este holovídeo.
La capitana Amarith echa un vistazo de un lado a
otro mientras extrae un pequeño disco negro de una parte oculta de su uniforme.
Lo coloca en la brillante superficie de la mesa y lo desliza hacia tu grupo.
Continúa en un susurro rasgado.
-Contiene información sobre su misión. Me gustaría
poder decirles más, pero me temo que haya traidores en la base.
”El Gambito
está equipado con todos los objetos necesarios que puedan necesitar en la
misión. Y, por favor, tengan cuidado con mi nave. Me gustaría que me la devuelvan
de una pieza. Buena suerte, y que la Fuerza les acompañe. –Dicho eso, se dio la
vuelta y salió apresuradamente de la cámara, con el resonar de los tacones de
sus botas traicionando sus, por otra parte, sigilosos movimientos.
Abandonáis la sala de reuniones y entráis con
cautela en la extensa bahía del hangar. Parece desierta, salvo por un droide astromecánico
que trabaja en un baqueteado caza ala-A, emitiendo cháchara electrónica. Os
dirigís hacia el lado más alejado del hangar entes de poder ver la forma
estilizada del yate espacial, el Gambito.
Debe medir unos 30 metros
de largo y está cubierto con ventanas de transpariacero opaco. El casco no
tiene ni una sola mancha y está pulido hasta el punto de que brilla, incluso
bajo la tenue luz del hangar. Estacionado entre dos cazas ala-Y cubiertos de
carbonilla, la nave de recreo destaca como un bantha en una llanura de sal.
Ascendéis por la rampa de acceso y os abrís camino
hasta el puente. Estás sorprendido de que la capitana os confíe su nave para
esta misión. En cuestión de minutos, los motores se calentaron y salís
disparados fuera del hangar, con cuidado de no rozar el delicado casco con las
puertas del hangar. La nave asciende firme, sin el menor gemido de sus motores.
En cuestión de instantes, las coordenadas se descargan y, empujando una
palanca, los puntos de las estrellas se estiran formando las líneas blancas del
hiperespacio.
La temblorosa imagen incorpórea de la capitana
Amarith cobra vida de repente en la plataforma del holoproyector. Viste su
meticuloso uniforme, permaneciendo sobriamente en posición de firmes.
-Saludos. Lamento no haberles informado en la base,
pero esta es una misión de alto secreto y no podía ponerla en peligro
discutiendo los detalles donde podían ser espiados.
La imagen parpadea y luego continúa.
-Se encuentran de camino a Ando, un mundo acuático a
varias horas de camino. El planeta está bajo férrea observación imperial, de
modo que tendrán que tirarse un farol para poder tomar tierra en la superficie.
Les sugiero que finjan ser turistas adinerados visitando lugares exóticos. La
apariencia del Gambito apoya esa
afirmación, y hay un guardarropa entero de ropas caras en el almacén de popa
para mantener esa tapadera. También hice que prepararan tarjetas de pase falsas
para su grupo.
La imagen hace una pausa, como si esperase una
respuesta.
-Después de que hayan aterrizado, deben dirigirse
al Mirador Celeste, un popular punto turístico elevado sobre el océano. Su
contacto es un aqualish aquala con un parche negro cubriéndole el ojo
izquierdo. Tiene la descripción de su grupo, de modo que él hará el primer
contacto.
”Hay equipamiento adicional oculto en un
compartimento secreto del almacén de popa. Sírvanse usar cualquier cosa que
crean que sea necesaria para la misión, pero recuerden no malgastar nada. La
Alianza tiene problemas para conseguir suministros, y los recursos deben
conservarse si resulta posible. El ordenador del Gambito también contiene archivos de datos sobre Ando y los
aqualish, así que tal vez quieran hacer uso de ellos.
”Una última nota: va contra las leyes imperiales
poseer una nave armada en Ando. Gracias al anterior dueño de esta nave, las
armas están bien ocultas. Mientras estén cerca de Ando, no las revelen salvo
que sea absolutamente necesario. Buena suerte, y que la Fuerza les acompañe.
Con una profunda respiración, la capitana Amarith
se cuadra antes de que la proyección oscile y desaparezca.
El rival más peligroso
El rival más
peligroso
Angela
Phillips
-¡Deen, cuéntame un cuento!
-Muy bien, Mavis. ¿Qué clase de cuento quieres?
–Deen Voorson apoyó su espalda contra el tabique. El crucero estelar Retorno de la República había sido
asignado para evacuar al personal técnico y de mando de la Base de Yavin. Deen
se había ofrecido a cuidar a los hijos de los tripulantes en sus alojamientos
mientras estos se encontraban de servicio en el puente.
-Cuéntame una historia sobre un dragón –dijo Mavis,
asentándose en el regazo de Deen.
-Oh, no –dijo Tarn, el hermano de Mavis, saltando
de su litera al pasillo-. Otra historia de dragones no. Dan demasiado miedo; se
quedará despierta toda la noche.
-No todas las historias de dragones dan miedo
–replicó Deen-. Y no todos los dragones son temibles.
-Parecen temibles –señaló otro niño.
-Pero las cosas no siempre son como parecen –dijo
Deen-. Dejadme que os cuente una historia que mi abuela solía contarme, que
sucedió muy, muy lejos, hace mucho tiempo...
-¿Cuánto tiempo? –preguntó Tarn.
-¿Un millón de trillones de años? –preguntó Mavis.
Deen se rió.
-No hace tanto, Mavis. Más bien unos pocos miles de
años. Allá en los buenos tiempos de la Antigua República, cuando los Caballeros
Jedi eran los defensores de la paz y la justicia...
***
-Maestra Tannis: está terminado.
-Déjame ver.
Vici Ramunee, de dieciséis años, adoptó la posición
de saludo y pulsó con el pulgar el botón de activación de su sable de luz. Una
vara luminosa apareció entre sus manos. La Maestra Tannis sonrió en señal de
aprobación, con sus ojos índigo chispeando.
-Muy bien, Vici –dijo la omwati-. Tu sable de luz
es una extensión de tu mente y un puente entre tú y la Fuerza. Utilízalo con
cuidado, como harías con cualquiera de tus otras habilidades, y nunca lo uses
llevada por la furia.
Vici hizo una reverencia y, apagando su llama,
devolvió la empuñadura del sable de luz a su cinturón.
-Maestra –dijo-. ¿Ya... ya soy una Jedi?
La maestra Jedi de piel azul rió, un sonido
plateado y tintineante.
-Siempre ansiosa, ¿verdad, Vici? Paciencia. Uno
podría pensar que los tres años que has pasado aquí en el Praxeum han sido toda
una vida... pero el momento de que regreses a tu mundo natal está más cerca de
lo que piensas. Mañana te enfrentarás a una prueba final, y una vez que la
hayas completado... entonces serás una Jedi.
Vici frunció el ceño.
-¿Qué clase de prueba, Maestra? ¿Y si fracaso?
La Maestra Tannis meneó la cabeza, con su plumoso
cabello blanco agitándose sobre sus hombros.
-No pienses en el fracaso.
Vici se encontró con su maestra en la puerta del
Praxeum poco antes del amanecer.
-Tendrás desde la salida del sol de hoy hasta la
salida del sol mañana por la mañana para completar tu prueba, Vici –dijo
Tannis-. Cuando rompa el día, te dirigirás al norte y entrarás al bosque, donde
encontrarás el río que te guiará. Para cuando caiga la noche estarás al pie de
las montañas. Camina ascendiendo por el valle del río hasta que alcances la
Cueva de la Verdad, donde los Jedi han sido puestos a prueba durante miles de
años.
Vici, temblando de frío y emoción, trató de
permanecer inmóvil, recordando que un Jedi no debería sentir escalofríos y que
un Jedi mantiene la calma.
-Cuando superes esta prueba –continuó Tannis-,
serás un Caballero Jedi. Te habrás enfrentado a tu rival más peligroso y habrás
salido victoriosa.
-¿Qué rival? –preguntó Vici, sorprendida; Tannis
nunca le había dicho que tuviera que luchar contra nadie.
Tannis simplemente sonrió y meneó la cabeza.
-Eso debes descubrirlo tú misma, niña. Ahora, vacía
tus bolsillos, Vici; el sol saldrá en pocos momentos y no debes llevar nada
contigo en tu viaje.
-¿Nada?
-Nada. Ni comida, ni bebida, ni herramientas. Todo
lo que necesitarás lo encontrarás en la Fuerza. Y no confíes en tus sentidos
físicos; te engañarán.
-¿Debo dejar mi sable de luz? –preguntó Vici.
-Con el resto de tus herramientas, sí –dijo Tannis.
Observó cómo Vici lo dejaba a un lado-. Puedes quedarte con tus joyas –dijo
mientras la chica comenzaba a quitárselas.
Gracias,
pensó Vici, ¡así podré golpear a mi
enemigo en la cabeza con mi collar! ¿De qué sirve construir un sable de luz si
no puedes usarlo?
-Usa la Fuerza para protegerte –dijo Tannis. Vici
se sorprendió, preguntándose si la Maestra Jedi podía leer sus pensamientos-.
Con la Fuerza como tu aliada, podrás superarlo todo – dijo Tannis-. Ahora ve.
Mientras el sol blanco azulado comenzaba a asomar
por el horizonte, Vici se volvió una última vez hacia su maestra.
-Maestra Tannis –dijo-, ¿y si fracaso?
-La Fuerza está contigo. No pienses en el fracaso.
Vici encontró el río fácilmente y lo siguió hacia
el norte por el bosque. El día se hizo más cálido rápidamente conforme el sol
se elevaba en el cielo, y Vici se encontró disfrutando de la marcha. Los grises
y rectos troncos de los árboles que se alzaban hacia unas ondulantes copas verde-azuladas
le recordaban su hogar; el crujido de las hojas bajo sus pies y los sonidos de
las aves en las copas de los árboles le devolvían recuerdos de cuando recorría
los montes que rodeaban el Lago Lir, recogiendo capullos de t’iil con sus
padres. Ahora las hojas eran más brillantes, más frescas, con cada color y
forma impresos en sus sentidos, y los pájaros parecían de algún modo más
vivos... sabía dónde estaba posado cada uno sin necesidad de mirar, sabía el
mensaje de cada canto sin detenerse a pensar. La Fuerza fundía a Vici con el
bosque, como si no hubiera frontera entre ellos, y ella se regodeaba en ello.
Hacia el mediodía, sin embargo, Vici estaba
hambrienta. Se arrodilló para beber de la corriente; el agua era fresca y clara
como la de su hogar. Consciente de que tenía que continuar si pretendía llegar
a tiempo a su destino, Vici planeó descansar sólo unos instantes.
Inmóvil, Vici fue súbitamente consciente de la
presencia de un humano registrando el bosque.
-¿Quién anda ahí? –dijo en voz alta; la persona se
estaba acercando, y la buscaba a ella, estaba segura. Vici se preguntó su este
era su enemigo que venía ya a enfrentarse a ella. Se puso en pie de un salto,
preparada y en tensión, extendiendo sus sentidos en la Fuerza. Me está buscando, pensó, está nervioso, no viene para luchar conmigo,
es...
-¡Veni! –gritó, viendo a su hermano de 10 años
caminando por la ribera del río-. Veni Ramunee, ¿qué estás haciendo aquí?
-¡No quería que estuvieras sola! –dijo el chico,
cruzando el arroyo entre salpicaduras para reunirse con ella-. Estaba escondido
justo en la puerta esta mañana. Escuché lo que dijo la Maestra Tannis, acerca
de que ibas a encontrarte a un enemigo peligroso, y no quería que tuvieras que
hacerlo tú sola. Y te he traído esto. –Mostró el sable de luz de Vici.
Vici puso los ojos en blanco y suspiró. Veni, que
acababa de llegar ese mismo año al Praxeum Jedi, adoraba con fervor a su
hermana mayor. A veces con demasiado fervor.
-¡Veni, toda esta prueba se basa precisamente en
que debo hacerla sola! Ahora vuelve a tus clases.
-Pero Vici –dijo el chico-, quiero ir contigo. Y...
y no sé cómo volver. Me perdería. Tengo que quedarme contigo.
-Sólo dices eso para que te deje quedarte; no te
perderías, y tú lo sabes. Simplemente sigue el río, luego gira al este cuando
el bosque se haga menos denso, y encuentra el camino de vuelta al Praxeum
sintiendo la presencia de los demás.
-¡Aún no sé cómo hacer eso! –protestó Veni-. ¡Tengo
que ir contigo!
Vici se rindió.
-¡De acuerdo, niño, puedes venir conmigo hasta la
cueva, pero no más allá! Tendrás que esperar fuera cuando yo entre.
Veni sonrió.
-Ten –dijo-, toma tu sable de luz.
-No –dijo Vici-, la Maestra Tannis me dijo que no
lo trajera.
-Bueno, ¿entonces qué hago con él?
-Llévalo tú... pero no trates de usarlo –añadió
rápidamente Vici, viendo la excitación en los ojos del muchacho-, sólo cuélgalo
de tu cinturón. Ahora vamos, nos queda mucho camino por delante.
Pocos minutos después, Veni dijo:
-¿Tienes hambre, Vici? Hice un bocadillo. Yo, eh,
le he dado algunos bocados, pero puedes quedártelo...
-Termínatelo tú –dijo ella.
-De acuerdo.
-¿Falta mucho? –preguntó Veni cuando el sol comenzó
a descender.
-Nos estamos acercando –dijo Vici-. Los árboles
están menos juntos y el terreno comienza a ascender. La Maestra Tannis dijo que
la cueva estaba al final del valle, en las montañas.
-¿Puedo descansar? Estoy cansado. ¿Se supone que
debemos andar todo el día y toda la noche?
-Se supone que tú no deberías estar aquí en
absoluto, niño. Eras tú el que quería venir, ¿recuerdas?
-Ah, sí. –Veni suspiró-. ¿Pero podemos descansar?
-Tú puedes hacer lo que quieras. Yo voy a buscar la
cueva.
Veni suspiró de nuevo pero siguió avanzando
pesadamente junto a su hermana. Vici sentía lástima por el muchacho, pero se
recordaba a ella misma que sólo él tenía la culpa; nadie le había obligado a
seguirla.
-Tengo hambre –dijo Veni.
-Te aguantas. Ya te comiste el bocadillo. –Eso
también era culpa de él, pensó Vici, pero eso no hacía que se sintiera menos
preocupada por él. Las quejas del chico estaban haciendo que empezase a prestar
atención también a su propia incomodidad. Ella también estaba cansada y
hambrienta, y se encontraba atrapada en un estado entre la ansiedad por
alcanzar el objetivo de su viaje y el temor por lo que podría encontrar. Un Jedi está centrado, se dijo a sí
misma, un Jedi no siente extremos. El
hambre y la fatiga son sólo del cuerpo; la fortaleza de un Jedi fluye de la
Fuerza. Sin embargo, cada vez era más difícil para ella forzarse a apartar
su agotamiento conforme el camino se hacía más pronunciado y el terreno más
rocoso. Pese a todo, seguía avanzando, y su hermano seguía tras ella.
A última hora de la tarde, Vici y Veni ya habían
ascendido dejando atrás la línea de los árboles. El valle parecía carente de
vida salvo por unas pocas matas de vende en flor y grupos de planimales
espinosos anidados contra el muro este del cañón para captar los últimos rayos
de sol. Para el amanecer, habrían reptado a la luz de la luna al lado oeste del
valle, para absorber la luz del amanecer; Vici observaba sus pequeños foto-receptores
brillando en el ocaso como joyas ocultas en acericos.
-¿Qué es eso? –siseó de pronto, deteniéndose en
mitad de un paso.
-¿Qué es qué? –respondió Veni, chocando contra
ella.
-Escucha.
Ahora ambos lo oyeron: un débil sonido de golpeteo
y martilleo que llegaba de la lejanía, delante de ellos, como el golpear de los
pistones de una máquina distante.
-¿Qué es? –preguntó Veni.
-¡Shh! –dijo Vici, cerrando los ojos y abriendo la
mente; retrocedió ante lo que encontró.
-¿Qué pasa? –preguntó Veni, sintiendo la
preocupación de su hermana.
-Está vivo –dijo Vici-. Está vivo, y es grande, y
viene hacia nosotros.
-¿Cómo de grande?
-Enorme.
El golpeteo rápidamente se hizo más fuerte;
pequeños guijarros comenzaron a caer de las paredes del cañón y a bailotear en
el suelo.
-¡Tenemos que salir de aquí! –dijo Veni,
volviéndose salir corriendo.
-No –dijo Vici, agarrándolo del hombro-. ¿Escuchas
lo rápido que se acerca? No podríamos dejarlo atrás. –Buscó algún lugar donde
esconderse, pero las superficies rocosas no ofrecían ninguna cobertura. Escalar
tampoco era una opción; se sentía confiada de que con un pequeño empujón de la
Fuerza podría escalar los muros verticales, pero en cuanto a su hermano...
-¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos? –Los ojos de Veni
estaban completamente abiertos de terror cuando las crecientes vibraciones
hicieron que una losa de roca cayera del cañón tras ellos, haciéndose añicos al
impactar en el suelo. Incluso los planimales habían comenzado a huir del
sonido.
-Parece que tendré que enfrentarme a él –dijo Vici,
afianzando su posición-. Veni, dame mi sable de luz.
-Pero la Maestra Tannis...
-Me dijo a mí que no lo trajera. No te lo dijo a
ti. Dámelo.
Veni obedeció. Vici activó la hoja, con su luz roja
bañando el valle y atrayendo a algunos planimales hacia ella. Una columna de
humo al otro extremo del cañón anunciaba la cercanía de la criatura.
Apareciendo ante su vista detrás de un recodo, era realmente monstruoso: más de
10 metros
de cuerpo segmentado y escamoso, ensombrecido por enormes alas correosas. Veni,
ocultándose detrás de su hermana, se estremeció ante el sonido de 20 poderosas
patas de reptil golpeando el suelo para acercarse a él en mortal
sincronización. Vici trató de dominar su miedo, concentrándose en el gran poder
de la Fuerza que sabía que sostenía firme en sus manos. La criatura se acercó
más, y pudieron ver una cabeza horrible, deforme, arrugada y brillante, y
docenas de dientes afilados como agujas en una mandíbula lo bastante grande
como para tragar a Veni de un bocado. Aminoró hasta detenerse al acercarse a
ellos. Vici se aprovechó de lo que sintió que era la confusión momentánea de la
criatura y agitó su sable de luz en un amplio arco; la criatura levantó varios
pares de patas del suelo para esquivar el golpe.
-¡Meteoros magnéticos! –exclamó la criatura-. ¿Qué
clase de saludo es ese? ¿Qué es lo que enseña hoy en día la Maestra Tannis en
el Praxeum?
Vici quedó congelada a mitad de su sablazo,
confundida, mientras la criatura daba marcha atrás con siete pares de patas,
alejándose de los humanos.
-Espera –dijo-, ¿me estabas atacando? –Expulsó de
los orificios de su nariz una voluta de humo con un sonido que Vici supuso que
era una risa-. Las Guerras Sith tienen que estar yendo muy mal si Tannis se ve
obligada a graduar a Jedi que no saben distinguir amigo de enemigo.
-¿Tú... tú eres amigo nuestro? –preguntó Veni. El
miedo fue vencido por la curiosidad, y salió de detrás de su hermana.
-Por vuestro bien, más vale que así sea –dijo con
otra risita-. Soy Willm Lywin de los Duinuogwuin, guardián de este valle, y ha
sido así desde hace 600 años, década más o menos. He venido para escoltar al
iniciado... supongo que esa debes de ser tú –dijo, mirando a Vici con un brillo
amistoso en sus ojos-, a la Cueva de la Verdad.
Vici dejó caer la cabeza, avergonzada, guardando
rápidamente su sable de luz desactivado en su bolsillo y preguntándose si Lywin
podía darse cuenta de lo sonrojado que estaba su rostro. Probablemente pueda, pensó.
-Maestro Willm –dijo-, ¡lo siento mucho!
-Oh, no te sientas mal, chiquilla –dijo la criatura
ondulando sus grandes alas-. No es la primera vez que esto ocurre; recuerda,
llevo siglos ayudando a entrenar Jedi. Dejemos que esto sea parte de tus
lecciones: nunca te apresures al conflicto, no importa lo amenazadora que una
situación pueda resultar. –Emitió un extraño cacareo-. Lo más difícil para los
iniciados humanos siempre es “no te apresures”. Los humanos sois una especie
tan inquieta... pero muy interesante –añadió, lanzando una mirada a Vici y su
hermano-. Ahora seguidme, vamos. La joven dama tiene trabajo que hacer antes
del amanecer, y el sol se ha puesto ya.
-Así que ya ve –continuó Vici, que había estado
hablando a Lywin mientras caminaban-, nuestros padres no estaban demasiado
felices de vernos partir, pero comprendían las responsabilidades de ser
sensible a la Fuerza y nos dejaron venir aquí.
-Diga, Maestro Willm –intervino Veni desde su
posición, encaramado a la espalda de la criatura-, ¿de dónde es usted?
-Os he dicho que llevo seis siglos aquí –dijo.
-¿Nació aquí? –preguntó Veni.
-Ah, no... antes de venir aquí, escolté una nave
Praxeum durante unos cuatrocientos años.
-¿Y antes de eso?
-Oh, eso fue hace tanto tiempo que no os
interesaría, pequeños humanos. Las historias de tu hermana son mucho más
entretenidas. Ahora dime, Vici, ¿cómo ayudabas exactamente a vuestros padres en
su trabajo?
La propia Vici estaba segura de que la vida de un
dragón estelar Jedi de más de mil años debía ser mucho más interesante que una
explicación del proceso de destilación del l’lahsh, pero respetó el obvio deseo
de su escolta de mantener su privacidad y continuó.
-Bueno, el l’lahsh se hace a partir del néctar de
los capullos de t’iil, y ya que cada capullo contiene sólo una pequeña gota de
néctar, hacen falta cientos de miles de capullos para producir la cosecha de un
año. Y dado que los capullos son tan delicados, no pueden cosecharse por
máquinas, ni siquiera por droides; tienen que ser recogidos a mano, una flor
cada vez.
-¿Y esa es tu tarea? –preguntó Lywin. Había sacado
una pequeña tableta de datos de debajo de un pliegue escamoso de su piel, y
ocasionalmente tecleaba datos en ella mientras caminaban.
-Todos nos reunimos en la cosecha, la familia
completa; hermanos, hermanas, primos, todos. Es tan hermoso en primavera, con
t’iil creciendo por todas partes con pequeñas trompetas doradas brillando, y la
fragancia te rodea completamente hasta el punto que crees que podrías
emborracharte sólo con respirar. Y las manadas de nerfs como manchas blancas y
negras por las praderas, y los thrantas con sus barquillas volando sobre las
cabezas, y el Lago Lir fluyendo hacia el mar, con los cetianos saltando y
cantando en la espuma. Cuando Delaya brilla en el cielo nocturno, a veces
apenas dormimos, simplemente seguimos recogiendo flores, cantando y riendo,
toda la noche. Habiendo que pagar a tanta gente, no se gana demasiado dinero,
pero yo creo que merece la pena... ¿qué mejor paga podría tener alguien que
poder caminar por las laderas en primavera? Alderaan es el lugar más hermoso de
la galaxia, y apenas puedo esperar a volver a verlo.
-A papá y mamá no les importaría conseguir más
dinero –dijo Veni-. Sobre todo desde que se rompió la caldera número nueve.
-Lo sé –dijo Vici-, pero sigue siendo hermoso.
–Suspiró-. Me gustaría tener dinero para ayudar a mamá y papá. Se preocupan
tanto. Todos los mensajes que nos mandan dicen siempre cómo necesitan esto o
quieren aquello y no pueden permitirse comprarlo.
-Los humanos parecen excesivamente preocupados por
el dinero –dijo Lywin, tecleando en su tableta de datos.
-¿Los duena... hmm, los dono... eh, los dragones
estelares no usáis dinero? –preguntó Veni.
-No.
-¿Entonces qué usáis?
-¿Cómo medio de intercambio? Generalmente
intercambiamos información. Por ejemplo, considero que la explicación de tu
hermana acerca de la producción del l’lahsh es una recompensa aceptable por
escoltaros; a menudo he escuchado hablar del l’lahsh, pero no tenía ni idea de
lo que era. –Se detuvo en mitad del camino-. Ah, aquí estamos, pequeños: la Cueva
de la Verdad.
-¡Pero es un callejón sin salida! –protestó Veni.
El valle terminaba en una grieta en la que se apilaban rocas y cantos rodados,
sobre los que caía el nacimiento del arroyo.
-Oh, pequeño Jedi, creo que tu hermana es más lista
que eso –dijo Lywin con una risita amistosa.
Mis sentidos
físicos me engañarán, recordó Vici, y se extendió con la Fuerza. Por
supuesto, descubrió que el montón de piedras ocultaba una apertura en la pared
del risco. El mayor de los pedruscos era demasiado grande para levantarlo con
brazos humanos, pero con la Fuerza... Comenzó a hacer levitar cuidadosamente
cada piedra, apartándolas de la apertura y colocándolas en un montón a un lado.
-¿Puedo ayudar? –preguntó Veni.
-No -dijo Lywin-, esto es parte de su prueba.
Pronto Vici había despejado bastantes de las
piedras pequeñas para que los pedruscos más grandes, ahora sin apoyo, rodaran
lejos de la apertura. El arroyo caía en una cascada, con brillos plateados bajo
la luz de la luna, sirviendo de cortina a un oscuro túnel. Vici tembló de
excitación; ahí era donde comenzaba su auténtica aventura.
-Cálmate, pequeña Jedi –reprendió amablemente
Lywin-. A través de la paz sentimos la Fuerza.
Vici tomó varias respiraciones profundas,
ralentizando su pulso y calmando su mente. Cuando se sintió centrada de nuevo,
preguntó:
-¿Qué debo hacer ahora?
-Entra en la cueva –dijo Lywin-. Faltan ahora cinco
horas hasta el alba. Tienes ese tiempo para registrar la cueva y enfrentarte a
su desafío. Tu hermano y yo te esperaremos aquí. Ve, y que la Fuerza te
acompañe.
Vici hizo una ligera reverencia al Maestro Willm y
se volvió para entrar en la cueva. Gotas frías de agua le golpearon en la nuca
como agujas heladas; se las sacudió y caminó en la negrura.
La cueva parecía ser un túnel recto, oscuro salvo
por la luz de la luna que se filtraba desde la apertura, y que se adentraba al
corazón de la montaña. Vici comenzó a caminar rápidamente. El camino se inclinó
hacia abajo, y pronto la luz de la entrada hubo desaparecido. Vici estaba
caminando en la negrura total. Después de un tiempo aceleró su paso, ansiosa
por encontrarse con el desafío de la cueva. De pronto se encontró pegada contra
un muro sólido. ¿Un callejón sin salida?,
pensó. ¡Eso es imposible! Pero no
importaba cómo tantease, física o mentalmente; no encontró forma de avanzar. Bueno, ¿qué hago ahora? Se rió. Por supuesto, pensó, ¡qué tonta! “No te apresures”, dijo el
Maestro Willm. Debo haber pasado por alto alguna apertura en el muro en mi
descenso. Comenzó a deshacer sus pasos, lenta y cuidadosamente.
Encontró un portal oculto en la pared de piedra en
el lado derecho del túnel; una ligera presión lo abrió. Entró con cautela al
nuevo túnel; no iba a cometer de nuevo el error de pasar otra puerta de largo.
La siguiente puerta le condujo de nuevo a la derecha, y la siguiente a la
izquierda. Pasó el tiempo, aunque no sabría decir si fueron minutos u horas. La
oscuridad de los túneles era completa. Vici no podría ver menos aunque
estuviera ciega, aunque lo compensaba de sobra sintiendo las paredes del túnel
a través de la Fuerza. No volvió a perder su camino, y siguió girando:
izquierda de nuevo, derecha, otra vez izquierda. Se preguntó cuánto más tendría
que avanzar, y cuanto tiempo le quedaba, pero resistió la tentación de
apresurarse, abriendo con calma una puerta tras otra.
Inesperadamente, Vici llegó a una cámara bien
iluminada. Después de tanto tiempo en la oscuridad, los ojos le dolieron, y se
cubrió el rostro con las manos. Adaptándose lentamente a la luz, Vici volvió a
abrir los ojos y comenzó a distinguir el contenido de la sala.
No era tan brillante como le pareció al principio.
La iluminación provenía de una pequeña hoguera que ardía en una especie de
chimenea a la izquierda de Vici. Entre Vici y el fuego había una gran silla, de
espaldas a ella; al otro lado de la silla había una mesa. Todos los detalles de
la sala, desde la forma como los muros se curvaban hacia el techo bajo y
abovedado y la pantalla de cristal de colores que cubría la chimenea, hasta las
formas vegetales de las patas de la mesa de madera tallada, traían a Vici
recuerdos de su hogar, y de repente se dio cuenta de lo mucho que deseaba estar
allí, y de lo verdaderamente cansada que estaba.
Y lo verdaderamente hambrienta. La mesa estaba
preparada con una cena para uno; al otro lado de la sala pudo ver un montón de
pastelitos, lo que parecía ser un cuarto de bhillen asado, queso y fruta, y una
tetera de cuya boca surgía una ligera columna de vapor. ¿Es para mí?, se preguntó. Estoy
tan cansada... Podría sentarme, sólo un instante, y comer algo... Quieta, Vici,
se dijo a sí misma, sabes que si te
sientas te quedarías dormida en dos segundos y no te despertarías a tiempo para
terminar la prueba. Siempre puedo volver aquí. Imagínate lo que pasaría si mi
enemigo me sorprendiera echando una siesta. Además, recuerda lo que la Maestra
Tannis dijo. Puede que esto no sea lo que parece...
Creyó ver un ligero movimiento en la mesa y se
acercó.
-¡Ugh! –gritó cuando una rata saltó desde la
bandeja de la tarta al suelo. Se le revolvió el estómago cuando vio que el
queso era una masa de gusanos que se retorcían; brillantes escarabajos negros
aparecieron de detrás del bhillen, y las frutas ardieron y se deshicieron en un
montón de podredumbre-. ¡Qué desagradable! –dijo, y se alejó de la mesa...
...Sólo para gritar alarmada al ver quién ocupaba
la silla tras ella: un esqueleto, vertido con una túnica y unos bombachos
podridos, idénticos a los suyos propios. Agarró horrorizada el colgante de su
collar cuando la luz de la chimenea sacó brillos de su gemelo, en el pecho del
cadáver. ¿Qué puede significar esto?,
comenzó a pensar, pero apenas había comenzado a calmar sus alterados nervios
cuando la aparición de la muerte se desvaneció en la nada; Vici se dio la
vuelta, y la mesa también estaba vacía, con su desagradable contenido
desaparecido como si hubiera sido un sueño. Vici agitó la cabeza.
-¿Cueva de la Verdad? –dijo-. ¡Más bien Cueva de
las Mentiras! Sin embargo –murmuró-, tal vez eso sea parte de la prueba;
encontrar la verdad detrás de las mentiras.
Comenzó a buscar una puerta. La encontró detrás de
una cortina.
Se abrió en el caos: un inmenso vacío negro lleno
de vientos huracanados. ¡Espero que no se
suponga que debo saltar ahí sin más!, pensó, retrocediendo y cerrando la
puerta de golpe. Sin embargo, era el único camino hacia delante. Comprobó de
nuevo la sala; no encontró ninguna otra apertura, y la puerta por la que había
entrado no podía abrirse de nuevo.
-Bueno –dijo-, tendrá que ser eso.
Abrió de nuevo la puerta del caos: el viento le
echó el pelo hacia atrás mientras permanecía en el umbral. Esta sala parecía segura, pero no lo era... bueno, más o menos, pensó, de modo que, ¿tal vez? Respiró
profundamente.
-Que la Fuerza me acompañe –dijo, y saltó al vacío.
Los vientos la elevaron como una pluma en una suave
brisa de primavera. Sin embargo, antes de lo que le habría gustado, se encontró
depositada a salvo en una cornisa. Ante ella, dos puertas se abrían a un par de
túneles, uno que ascendía y otro que descendía. ¿Cuál elijo?, se preguntó. Cerró los ojos; abajo, decidió, el que va
hacia abajo parece el correcto. Comenzó a avanzar por él.
El pasaje empezó a estrecharse. Pronto Vici se
encontró agachándose, y luego gateando sobre sus manos y rodillas conforme el
túnel encogía a su alrededor. Parte de su mente comenzó a preguntarse si había
escogido el túnel correcto. No,
pensó, aún siento que es el camino
correcto, aunque ciertamente no sea fácil.
Finalmente, se vio obligada a reptar sobre su
vientre. Espero que quienquiera con el
que se supone que debo enfrentarme no me encuentre así, pensó. Y espero no encontrarme con más ratas y
bichos, aunque sean imaginarios. Se detuvo, mirando hacia delante en la
penumbra. Pudo ver una débil luz más adelante, y reptó hacia ella.
-Por fin –suspiró, saliendo del túnel a una cámara
abierta. Tomando unas cuantas respiraciones profundas, miró a su alrededor.
Esta rala era simplemente una cueva; rayos de pálida luz dorada se
entrecruzaban en las pareces como una red brillante. Un arco se abría a un
lado. Vici se levantó y, sacudiéndose el polvo de la túnica, fue hacia él,
cuando un destello en el suelo captó su atención. Miró con más detenimiento y
vio, tirado cerca de la pared como se hubiera caído o lo hubieran dejado
olvidado, un cristal del tamaño de un puño que brillaba con su propia luz
interior: una gema corusca, la joya más valiosa de la galaxia, creada en el
núcleo de un gigante de gas. Esto vale
suficientes créditos como para que mis padres contraten a la mitad de Alderaan
para recoger capullos de t’iil y aún tener dinero de sobra... ¿y está
simplemente tirado en el suelo, esperando que lo recoja? No lo creo. Esto debe
ser otra prueba, pensó, para ver si
puedo resistirlo-. Muy bien,
Maestra Tannis –dijo-, le he pillado el truco a esta cueva... ¡Auh! –dijo, al
tratar de salir por la puerta. Los hilos de luz que cruzaban la apertura le
habían golpeado como cables al rojo vivo, e incluso mientras retrocedía seguían
brillando con ferocidad. Vici acercó de nuevo una mano hacia ellos; su luz se
intensificó mientras se doblaban hacia ella. Retrocedió; se desvanecieron. Se
acercó más a uno de los muros, y las cuerdas de luz comenzaron a moverse y a
brillar amenazadoramente. Tengo que pasar
esta red. Me pregunto... ¿estas cuerdas responden sólo ante mí, o ante cualquier
movimiento?
Estiró el brazo para tomar la gema corusca,
planeando lanzarla a la red. Los hilos más cercanos a ella cobraron vida,
moviéndose para envolver la piedra, palpitando con fuerza. Las puntas de los
dedos de Vici tocaron la piedra; echó su mano atrás con esfuerzo. Los dedos le
escocían. Reevaluando su plan, Vici agarró la gema con el poder de la Fuerza, y
más hilos brillantes se ataron a ella. Miró por encima de su hombro a la
puerta; los hilos de luz que la cubrían se habían apartado parcialmente. Por cómo los hilos se pegan a la joya, es
como un myrmin que queda envuelto en una tela de araña, pensó. Odio pensar lo que me habría pasado a mí si
hubiera llegado a cogerla. Continuó tirando de ella con su mente, haciendo
rodar la joya cuidadosamente por el borde del suelo hasta que toda la red
brillante estuvo enrollada a su alrededor y la salida quedó despejada.
En la siguiente cámara, se alineaban espejos que
brillaban suavemente y que devolvían la imagen de Vici en docenas de reflejos
distorsionados. Cerró los ojos y sintió el camino para avanzar. Debo estar cerca del final, pensó. Mi adversario debe estar cerca.
-¡Hola! –exclamó-. Soy Vici Ramunee... ¿alguien va
a desafiarme? –Su voz resonó por el laberinto de espejos, pero no encontró
respuesta. Abrió los ojos.
Un destello de un color distinto al de sus ropas
llamó su atención; se volvió a mirar, como a través de una ventana, los
familiares terrenos y edificios del Praxeum. Extendió la mano, y la imagen se
desvaneció. Dobló la siguiente esquina del laberinto, y creyó ver fugazmente a
sus padres.
-¿Papá? –exclamó. ¿Qué significa esto?, pensó. Es
todo una ilusión. Trató de seguir las imágenes por el laberinto conforme
aparecían y desaparecían por los espejos... amigos, familia, lugares que
conocía... pero daba la impresión de que le hacían avanzar dando vueltas en
círculo-. Esto ya empieza a ser un poco tonto –dijo-. ¿Se supone que debo
luchar con alguien, o no? –Cerró los ojos de nuevo. Muy bien, por ahí, decidió.
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró en un
callejón sin salida cubierto de espejos. ¿Cómo
he podido equivocarme?, se preguntó mientras se daba la vuelta. Un panel
con otro espejo se deslizó para cerrar la salida tras ella; ahora estaba
encerrada en una caja cubierta de espejos.
-Oh, ya veo –dijo-, nuevo rompecabezas: salir de
esta sala. –Comenzó a sondear sistemáticamente los muros buscando una salida,
pero no encontró nada. Examinando el suelo encontró un charco de agua en una
esquina. Vici se arrodilló; el agua se estaba filtrando a través de una grieta
fina como un cabello entre las paredes, pero sequía sin encontrar una puerta.
Mirando a su alrededor, vio el agua comenzando a
filtrarse en el resto de bordes de la sala. Sus pies estaban bastante húmedos.
-Vaya, esto es genial –dijo-. Si pudiera usar la
Fuerza para convertirme en una molécula de agua, podría escurrirme fuera. ¿Pero
dónde está la puerta? ¿Y dónde está mi enemigo?
Continuó examinando sin éxito las paredes, el suelo
y el techo de la sala mientras el nivel del agua seguía subiendo. Cuando le
llegó a las rodillas, se detuvo cuando un pensamiento helado la golpeó.
-Es una trampa –dijo en voz baja a sus reflejos-.
De algún modo, mi enemigo me ha conducido a una trampa.
Comenzó a golpear los muros; sus reflejos en los
espejos hicieron que pareciera que había una multitud de jovencitas peleándose.
-¡Esto no es divertido! –dijo-. ¿Se supone que mi
rival más peligroso es el agua? –Se lanzó contra un muro golpeando con el
hombro; ella y su reflejo se encontraron con un golpe seco-. ¡Esto no es justo!
–gritó. El agua llegaba ahora con más rapidez, ascendiendo visiblemente-. ¡No
es justo! –repitió-. ¿Quién eres? ¡Ahogar a alguien no es la forma adecuada de
luchar! ¡Muéstrate! ¡Sal y enfréntate a mí! –Los ojos de Vici recorrieron frenéticamente
la cámara, pero todo lo que vio fueron reflejos asustados y el agua que
ascendía-. ¿Qué clase de prueba absurda es esta? ¡Te lo juro –dijo-, si no me
dejas salir, seas quien seas, voy a abrirme paso a través de la pared! ¡Y
entonces más vale que estés preparado para defenderte, porque me abriré paso a
través de ti!
Extrajo su sable de luz, preparándose para golpear
al espejo usando todas sus fuerzas, pero la chocante visión de una joven
atacando con un arma llameante, metida hasta las caderas en agua turbia, con el
rostro retorcido en una mueca de furia, la detuvo a mitad del golpe. ¡Estoy horrible!, pensó, como una especie de Jedi Oscuro perturbado.
No me extraña que la Maestra Tannis dijese que no lo usara con furia... Podría
aterrorizar a media galaxia con esa cara...
-No lo uses llevada por la furia –dijo, bajando la
hoja-. Y ahora estoy bastante furiosa... –Desactivó el sable de luz. El reflejo
hizo lo mismo. Se rió de él-. Ahora ya no pareces tan peligrosa –dijo-. Tal vez
deberíamos haber continuado y haber atacado a nuestro enemigo después de
todo... ¿Un enemigo de aspecto peligroso? –murmuró. El agua ya le llegaba al
pecho-. ¿Se supone que debo atacar a mi reflejo? –se preguntó-. ¿Cómo? –Tendió
la mano hacia el espejo; la mano del espejo tendió la mano suavemente en
respuesta. Se tocaron; la mano de Vici atravesó el espejo como si fuera la
superficie del agua. Sin detenerse a pensar, Vici atravesó el muro.
-Felicidades, Vici –dijo la Maestra Tannis, sentada
en la pequeña habitación a la que Vici había entrado-. Has pasado tu prueba.
Ella parpadeó, confusa.
-Pero no he luchado contra nada.
-¿Ah, no? –dijo Tannis-. Vuelve a pensar: ¿a qué te
has enfrentado en la cueva?
Vici pensó.
-Bueno, pasé de largo una puerta... Estaba
impaciente...
Tannis asintió.
-La impaciencia puede ser un enemigo letal para un
Jedi.
-Y estaba cansada, y hambrienta, pero todo lo que
había en la sala que encontré se descompuso y desapareció... como toda la
materia –añadió Vici al darse cuenta-. De modo que en esa sala luché contra los
límites físicos...
Tannis asintió.
-Y el viento... luché contra el miedo, y el túnel
estrecho era la duda, y la gema corusca, eso era la avaricia. Y los espejos
eran, eran... –Hizo una pausa-. Seguía tratando de seguir cosas que parecían
importantes, pero no me conducían a ninguna parte. Cuando dejé que la Fuerza me
guiara, en lugar de tratar de encontrar el camino por mí misma, pude avanzar.
-¿Y la última sala?
Ella pensó.
-Miedo e impaciencia, otra vez... y rabia. Luché
contra mí misma. ¿Soy yo mi peor enemiga?
Tannis sonrió amablemente.
-Nada fuera de nosotros puede separarnos de la
Fuerza...
-Sólo nuestras propias emociones –dijo Vici cuando
su mente lo comprendió plenamente.
-Y si permanecemos abiertos a la Fuerza –dijo
Tannis.
-Entonces somos Jedi, y nada puede dañarnos. No
tenemos nada que temer –dijo Vici.
***
-Buena historia –murmuró somnoliento Mavis cuando
Deen terminó su relato.
-Sí, realmente me ha gustado –dijo la voz de un
joven desde la puerta.
Deen se sobresaltó ante la intrusión.
-Señor, ¿cuánto tiempo lleva...?
-No te levantes –dijo el hombre, con una risa en su
voz-. Sólo he venido a darte las gracias por reparar mi droide.
-Oh, sí, por supuesto, señor –tratando de parecer
apropiadamente sobrecogido mientras seguía cubierto de niños-. El resto del
equipo técnico quería borrarle la memoria, pero me imaginé que con las cosas
que había visto...
-Querría mantener su memoria –terminó el piloto-.
Gracias. Y gracias por la historia. Me ha encantado. Ojalá hubiera podido
escuchar historias como esta cuando era niño.
Deen sonrió y asintió con la cabeza.
-Ya no tenemos nada de lo que preocuparnos, señor,
ahora que se ha unido a nosotros, ¿verdad?
-No si permanecemos abiertos a la Fuerza.
lunes, 29 de julio de 2013
Piezas de repuesto (y IV)
El reptador de las arenas se había detenido. Hubo
cierta conmoción procedente del puente, pero Aguilae se concentró en cerrar la
pequeña compuerta de su traductor. No podrían haber llegado al intercambio aún.
Era demasiado pronto.
La pequeña pieza de plástico encajó en su sitio con
un clic, y devolvió su atención a lo que sucedía más allá de la puerta de metal
de su compartimento. Por el olor de las cosas, Jek y el Jefe se habían ido. Sólo
había otro jawa, o cansado o aburrido, probablemente en la sala de control.
Aguilae cerró los ojos, hizo una silenciosa promesa
a sus dioses, y pulsó el interruptor del traductor modificado.
-¡Rápido, sacad a la prisionera, ya! -graznó en jawa
el pequeño dispositivo, con una aproximación cercana de la voz de Jek.
Escondió el dispositivo en sus ropas y se agarró a
las correas que la sujetaban por los hombros. Hizo fuerza tirando de las
correas, doblando las piernas y colocando los pies en la puerta. Olió cómo el
único jawa se acercaba y manipulaba el mecanismo de cierre. Escuchó el clic
final.
Luego pateó con todas sus fuerzas. Hubo un ruido
sordo cuando la puerta se abrió de golpe, haciendo que el jawa se tambalease
hacia atrás. El desventurado carroñero encapuchado cayó inconsciente sobre una
pila de cubiertas oxidadas y desechadas.
Aguilae utilizó el extremo afilado de una tira
conductora que había sacado del traductor, y cortó las correas de los hombros.
Se dejó caer a cuatro patas, echando un vistazo rápido alrededor. No había
nadie, a excepción del guardia incapacitado. Se deslizó hacia él, hizo una
rápida inspección a sus bolsas de equipo, se embolsó unas cuantas piezas, y se
deslizó hacia el puente.
Los controles, como era de esperar, eran un
desastre de pantallas llenas de arena incrustada, palancas y conmutadores, bien
sujetos con cinta adhesiva o asegurados con cable flexor. Bancos enteros de
pantallas se habían quemado y habían sido transformado en armarios de
almacenamiento improvisados, llenos de cabezas de droides y componentes electrónicos
inservibles. Miró por la ventana y de inmediato se agachó.
¡Imperiales!,
pensó. ¿Me habrán visto?
Se atrevió a echar una segunda mirada. Allí afuera,
en frente de la oruga, varios soldados de asalto con armadura blanca y
hombreras de color estaban junto a un grupo de jawas. El jefe, Jek, y otros
tres estaban allí, gesticulando exageradamente acerca de algo. Los soldados
estaban todos armados. Fuertemente armados.
Hacia el norte, apenas visible detrás de una loma, había
un vehículo casi tan grande como un reptador de las arenas. De forma vagamente cilíndrica,
con un par de cañones de aspecto letal montados en una torreta montada en su
cara dorsal. Estaba acercándose cada vez más, ascendiendo por la duna. Esos tontos en el suelo ni siquiera pueden
verlo, pensó.
El tiempo se agotaba. Se escabulló del puente, pasando
a uno de los angostos tubos de acceso que cruzaban el interior del reptador.
***
-Diez veintitrés informando. No están en el hangar
de reparaciones, señor.
El soldado de asalto hablaba por su comunicador,
mientras Mace se apretaba con más fuerza en la esquina. Era obvio que era un
novato, razonó Mace, ya que ni siquiera había tomado ninguno de los grandes
trozos esparcidos por el hangar. El soldado se fue, y Mace salió de su
escondite. Miró a la unidad R5 que había elegido, preguntándose de nuevo cómo
el soldado podía dejar atrás un espécimen tan bueno. Nunca entendería a los
imperiales.
Mace estaba a media tarea de cargar el droide de
potencia en el deslizador cuando un ruido metálico detrás de él captó su atención.
Tal vez el soldado había regresado. Agarró un par de brazos de la unidad WED 15
más cercana, y se quedó inmóvil.
-Mace, buen intento. ¿Haces alguna imitación de
famosos? -rió Aguilae, saliendo de la apertura oculta del tubo de acceso. Sin su
traductor, sabía que Mace no la entendería, más aún que de costumbre.
-¡Aggy! -gritó Mace, corriendo para dar un abrazo a
la jawa. Con los brazos robóticos todavía en sus mano, Mace consiguió que el
abrazo la rodeara dos veces-. ¡Aggy, hay tíos-soldados tipo imperiales aquí en la
cosa-nave reptadora!
-Tenemos que salir de aquí antes de que... -Un
repentino chirrido de metales forzados la interrumpió. Hubo un terrible
estremecimiento, y la sala comenzó a vibrar, resonando a través de todas las
pequeñas piezas de anatomía droide sueltas por la cámara.
-Nos estamos moviendo. Qué extraño, porque con los
soldados de asalto... -fue interrumpida de nuevo, esta vez por el chillido de
un disparo láser, seguido del súbito rugido de una explosión.
-¡Mace... vámonos... ya! -graznó Aguilae en básico. Miró a la tubería de salida de vapor
que rodeaba la cámara, y esperó que los sensores imperiales no estuvieran observando
demasiado detenidamente la cámara para notar el repentino brote de una firma
repulsora. Que ni siquiera hubieran tocado el deslizador le pareció extraño.
¿Qué estaban buscando, para empezar?
-Voy, Aggy.
Mace se agachó junto al servo principal del portón
de la cámara. Sujeto al servo con sintocuerda, gel de unión, y lo que parecía
la banda de rodadura de caucho de un droide LIN, había un grupo de tubos de
vacío, pilas eléctricas, viales de líquidos, y cables.
-Has estado muy ocupado –comentó ella.
Mace disparó un pequeño lanzallamas que mantenía
escondido en un bolsillo oculto, y encendió una mecha de trapo aceitoso. Saltó
al deslizador, y se cubrió la cabeza.
Hubo un fuerte chasquido cuando la bomba
improvisada de Mace se convirtió en un millar de ardientes filamentos, y dividió
el servo en dos. Con un fuerte crujido, la rampa descendió. Hasta la mitad.
-Rayos... -maldijo Aguilae. Otras tres explosiones
sacudieron el reptador, y las cintas de oruga comenzaron a hacer un gemido
entrecortado que no sonaba nada bien.
-Agárrate -gritó Mace, poniéndose sus gafas.
-Espera, Mace... -Pero no hubo espera alguna. Mace
aceleró los motores. Con el peso adicional de los dos droides en el asiento
trasero, el deslizador se inclinó hacia atrás lo suficiente como para igualar
el pronunciado ángulo de 45 grados de la rampa. El impulsor superior pasó
rozando el marco de la puerta.
Durante unos estimulantes segundos, el deslizador
estuvo en el aire. Las fuerzas superiores que controlaban el tiempo y el
espacio parecían encontrar a estos dos carroñeros por lo menos entretenidos. No
quedaron decapitados en su salida. Tampoco el deslizador se hizo añicos cuando
volvió a tierra, aunque por unos aterradores momentos sonó como si fuera a
hacerlo.
Pero lo más sorprendente era su dirección. Los
soldados atacaban desde el noroeste, y la cámara del deslizador estaba
orientada para dar al sureste. Con todo un reptador ardiendo entre ellos y el deslizador
fugitivo, sería difícil que los imperiales hubieran detectado a Mace y Aguilae.
Mace pisaba a fondo el acelerador, a pesar de los zumbidos
de alerta del termostato del deslizador. El sonido de los disparos de bláster
se iba desvaneciendo poco a poco bajo el rugido del repulsor, y el reptador se
iba convirtiendo en un punto en el horizonte, lanzando una columna de humo aceitoso
y espeso en el cielo despejado.
Aguilae miró hacia atrás, sabiendo que Jek y su
tribu habían desaparecido. Todo eso, para nada. Había sobrevivido, sin embargo,
y no la iban a llevar a casa. Eso era todo lo que importaba, pero el droide
había desaparecido. Resopló por la nariz, y el sonido pareció una carcajada
irónica. Para empezar, ni siquiera sabía si Jek tenía el droide.
El R5 y el droide de potencia entonaron fragmentos
de conversación entre sí en el incómodo silencio que acompañó la mayor parte
del viaje. Puede que Mace no supiera gran cosa, pero sí reconocía cuando
Aguilae quería que la dejaran sola. Por lo menos, la mayor parte del tiempo.
-Oh, hey, Aggy, ¿sabes lo que me dijo el R5? Dijo
que el androide tipo-blanco serio-estirado tan chupimolón que estamos buscando se
escapó del reptador incluso antes de abandonar la ciudad.
Los propulsores del deslizador quedaron momentáneamente
ahogados por la maldición más fuerte que Aguilae jamás hubiera pronunciado.
***
Unut Poll tomó la pequeña ficha de recibo que el jenet
le había dado e hizo una rápida inspección visual del scooter que había devuelto.
Todo parecía estar en orden, salvo algo de sintocuerda adicional que el arrendatario
había dejado en la parte de carga, pero el crédito era bueno, y eso era lo
único que importaba.
-¿Cazando un poco? -preguntó Unut, dolorosamente coloquial.
-No -respondió el jenet, sin levantar la vista del
cuaderno de datos en el que estaba tecleando, actualizando los gastos en la
cuenta de Mcgrrrr-. ¿Por qué?
-Oh, por nada. -Por lo general, aquellos lo
suficientemente inteligentes como para sobrevivir en las calles de Mos Eisley
sabían que no debían hacer preguntas, pero el jenet parecía bastante inofensivo-.
Me preguntaba acerca de la cuerda, eso es todo.
-La cuerda está ahí para sujetar al droide -respondió
el jenet-. ¿No hay escuelas de sub-adultos en Cona?
-Señor, en mi escuela, nos enseñaron la diferencia
entre un droide y el aire vacío del desierto -dijo Unut, cruzando los brazos.
Ante esto, las orejas del Jenet se levantaron,
aunque nadie pudo verlas debido al implante cibernético. Volvió a mirar al deslizador.
Y allí, a la sombra del puesto de Unut, estaba su scooter, con algo de
sintocuerda rota y desgastada colgando de su carenado.
El implante cibernético rápidamente proporcionó al jenet
más de trescientos mil improperios apropiados para la situación. En su lugar, respiró
profundamente, forzó a que sus poros irradiaran dignidad, y dijo:
-Disculpe.
Mientras el jenet se volvía y se alejaba, Unut no
podía dejar de reír. Esto era sin duda algo que tenía que contar a su empleado.
-Hey, Wioslea, nunca adivinarías... ¿Qué es esto? -Unut
se detuvo a mitad de un paso, con sus ojos brillantes fijos en un deslizador
tri-impulsor X-34 oxidado y gastado por la arena que estaba aparcado en su patio.
Su empleado, un alto vuvriano de rostro cómico, alzó
la mirada nerviosamente.
-Acabamos de comprárselo a un granjero de humedad. -Se
frotó sus extrañas manos, y se quedó mirando ese trasto por un momento.
-¿Por cuánto? -rugió Unut.
-Dos mil -dijo Wioslea con un chirrido apenas
audible.
-¡Dos mil! ¿Es que se te ha freído el cerebro? ¿Qué
te pasa, estás volviendo al estado larvario?
***
Takeel estaba completamente radiante. Lo había
logrado. Había encontrado el androide. Sabía que podía hacerlo. Miró a su
alrededor, esperando que su hermano se diera cuenta. Él... espera, el droide.
Un gélido segundo de puro pánico en un cálido mundo
desértico se derritió cuando Takeel vio al droide vagando a unos 15 metros detrás de él.
-Te dije que me siguieras –bramó-. ¿Cómo puedes ser
tan tonto?
El droide de negocios humanoide continuó con su
zumbido, y avanzó con piernas torpes, arrastrando los pies, evitando a duras penas
chocar con los transeúntes.
-¿Quieres darte prisa? Tengo que llevarte ante
Jabba -instó al snivviano.
Pero si al droide le preocupaba lo más mínimo quién
era Jabba, o lo importante que era en ese momento darse prisa en llegar a su
presencia, no dio ninguna muestra de ello. Se continuó con su zumbido y
arrastrando los pies.
-No sé por qué Jabba puede estar interesado en ti -dijo
Takeel, poniéndose tras el droide en un intento de dirigirlo en la dirección
correcta-. Eres tremendamente estúpido.
***
El deslizador se rompió a tres manzanas de la
tienda, y los jawas de Jek le habían quitado a Aguilae la ficha de alquiler. Era,
sin duda, el peor día que había tenido nunca.
Y ahora, apropiadamente, estaba ayudando a Mace a pastorear
dos droides a través de las bulliciosas callejuelas para que nadie los robase.
¿No es así,
pensó, cómo empezó todo esto?
-¡Vamos, anímate, Aggy! -insistió Mace, permitiendo
que su exuberancia cubriera el hecho de que él tenía la mayor parte de
responsabilidad en el robo del R5 dañado-. ¡Tenemos estos droides chupi-molones,
y también una historia que contar!
-Genial, una historia. Eso pondrá la cena en
nuestras mesas y nikta en tu hígado -gruñó, sabiendo muy bien que Mace no podía
entenderla. No tenía traductor, ni acoplador de transpondedor, no había
encontrado las piezas para el Halcón Estelar de Unut, y estaba seguro de que el
Arcona iba a cobrarles extra por remolcar el deslizador esas tres manzanas. Y,
para colmo, no había ni rastro del droide de negocios en ninguna parte.
Hasta tres segundos después.
-¡Mace! ¡Mace! Nekkel
juuuar obwegadada! Dinkle obwegadada! -gritó, gesticulando como una loca.
-Te dije que lo sentía, Aggy, yo... -Entonces Mace
vio lo que ella estaba señalando. Allá, a menos de 20 metros de distancia,
en un espacio oscuro entre dos edificios, estaban el droide, un snivviano, y un
jenet que sostenía un bláster.
-Me temo que esto es de mi propiedad -dijo el
Jenet, haciendo hincapié en el punto agitando lentamente su arma.
El snivviano jorobado había sacado su propia arma,
un ridículo anacronismo de metal pulido.
-De ninguna manera, villano, no sabes lo que he
tenido que pasar para conseguir esta cosa.
Una pequeña parte del jenet que databa de antes de
la cirugía cibernética gritó en su interior.
-Estoy seguro de que es muy interesante, pero, ¿sabe?,
el droide es de mi propiedad.
-¿Ah sí? Pues no veo tu nombre en él -espetó
Takeel.
-En primer lugar, usted no sabe mi nombre. En segundo
lugar, dudo que sepa leer siquiera. En tercer lugar, si se fija bien en la
escotilla ventral del droide, hay un cerrojo de seguridad que lleva el sello de
Opun “El Agujero Negro” Mcgrrrr, el dueño de este androide –dijo el Jenet, con una
pronunciación sorprendentemente clara a través de los dientes apretados.
De repente, un disparo bláster de color rojo
brillante surgió de la multitud, impactando justo en la espalda del droide, y
lanzando sus extremidades carbonizadas en varias direcciones.
Los dos se volvieron, mirando a la multitud. Pero la
gran conmoción y la rabia del Jenet por la destrucción hicieron que se retrasara
el tiempo suficiente para que su propio bláster le fuera arrancado de la mano
por un certero segundo disparo.
-Eso era todo lo que Jabba necesitaba, ciborg -gritó
una voz desde la multitud, ahora inmóvil. Otro snivviano, este vestido con un
mono rojo brillante, salió llevando un bláster humeante. Una extraña visión,
caminó a través de la gente que se apartaba a su paso. Mediría unos 1,4 metros de alto, y
parecía muy similar a Takeel.
-¡Hermano! -exclamó Takeel, casi olvidando por
completo la situación-. Le disparaste a mi droide.
-¡Necio! -dijo airado el jenet-. ¿Tienes idea de lo
que acabas de hacer?
-Sí. He reunido para mi empleador algunas pruebas bastante
incriminatorias sobre tu empleador. -El snivviano, conocido por algunos como
Snaggletooth, sacó un cuaderno de datos de su cinturón. Lo mostró para que el jenet
pudiera verlo, mientras mantenía su desintegrador apuntándole. Su pequeña
pantalla mostraba una imagen holográfica granulada, con el contador de código
de tiempo parpadeando en la parte inferior. La primera escena tenía una luz muy
tenue, y mostraba a un hombre gordo u grasiento y a su asistente jenet colándose
a escondidas en lo que parecía ser la mansión de Jabba. La imagen saltó un
poco, y los códigos de tiempo mostraron un avance significativo. Allí, en las
calles iluminadas por el sol brillante, estaba el Jenet, extrayendo un perno de
restricción marcado, y moviéndose fuera de la vista de la cámara. A
continuación, la imagen saltaba de nuevo, y reproducía las imágenes justo antes
de la muerte del droide.
Por los ángulos asimétricos y la imagen
tambaleante, no era necesario un implante cibernético para adivinar que habían
sido los fotorreceptores del droide los habían estado grabando las imágenes.
-De modo que por eso parecía tan ausente -murmuró
el jenet-. La capacidad del droide estaba ocupada ejecutando alguna rutina de
transceptor que el hutt le había instalado.
-Muy bien -dijo Snaggletooth-. Jabba tiene ahora todo
tipo de holos de Mcgrrrr. ¿Robar un droide de negocios? ¡A tu propio anfitrión,
además! Qué mala educación. Por no hablar de la clase de secretos que le dejaste
soltar en los dos días que tuvo el androide.
-Uno y medio, en realidad. -El jenet resopló por la
nariz. Bajo el morro para mirar al más desaliñado de los dos snivvianos-. Dime,
¿qué papel tenía que interpretar él?
-Puramente accesorio -agregó Snaggletooth-. Muy
bien, hermano. Has encontrado tu primera recompensa real. Parece que Ephant Mon
ganó la apuesta. Me pregunto qué tendrá que pagarle Jabba.
Takeel se había perdido todo lo que había dicho
después de "Muy bien" y disfrutó de la alabanza de su hermano.
-Dile a tu empleador que esté en el palacio de Jabba
a las 23:00, y dile que no intente nada estúpido. Su nave está incautada, y no
va a irse ninguna parte. -Snaggletooth bajó el bláster y se volvió hacia su
hermano-. Y creo que esto es tuyo -dijo, dando a su hermano un puñado de
pequeños perdigones esféricos de metal de un centímetro de diámetro.
***
Mace no había comprendido toda la magnitud de la
situación que habían presenciado, y Aguilae estaba segura de que no podría
explicárselo, aunque tuviera su traductor. La cuestión era que, si los soles
brillaban en un cielo despejado sobre ellos, entonces Jabba ignoraría el
segundo robo de su droide de negocios por parte de Mace.
Y si no, bueno, se ocuparían de ello cuando llegase.
Se las arreglaron para salvar lo que quedaba del
droide, sabiendo que, una vez que había transmitido toda su información holográfica
a Jabba o a Snaggletooth, nadie necesitaría los restos carbonizados. Tal vez se
lo podrían vender a alguien, o tal vez algunos otros jawas vendrían para un
intercambio.
No les hablaría de Jek. Él y su tribu se lo merecían.
Dejaría que sus restos fueran encontrados por los mendigos; ella indicaría a
nadie su ubicación. Ella y Mace habían tomado su parte. Parecía que el motivador
del CZ iba a encajar en el R5, y el droide de potencia parecía en buen estado.
Hace unos años, habría saqueado hasta el último de
los restos del reptador de las arenas. Pero no ahora. Esa era la forma en la
que actuaban los jawas, pero ella había elegido esta otra vida. Y se atendría a
ella hasta el final. Algún día, amasaría una fortuna.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)