lunes, 30 de septiembre de 2013

Asesinato en el deshielo (III)


Entraron en la cámara una hora antes de la puesta del sol y cerraron la puerta con pestillo, bloqueándola desde el interior.
[Esta criatura, ¿hace daño a los morrts?], preguntó Kufbrug, acariciando uno de los quince o así que colgaban de su carne, y Callista sonrió y recordó mover la barbilla y gruñir.
[Usted estará en la jaula, para protegerse], dijo. [Todo lo que debe hacer es observar. No salga, porque la cosa es peligrosa: kheilwar, se llama. Una avispa-homúnculo del mundo oscuro de Af’El.]
[¿Y tú?] Kufbrug la observaba a través de la malla mientras Callista cerraba la jaula y le mostraba como usar el cerrojo.
[Alguien tiene que hacer que nos diga lo que sabe.]
Había traído un cuenco consigo, algo mayor que el cuenco de cerámica que había encontrado allí esa mañana, y lo había llenado con una solución de proteínas y azúcares, el análogo, supuso, de la improvisada sangre que habían dejado allí la noche anterior. Suponía que la sangre había contenido algún tipo de veneno, preparado por quien fuera que hubiese liberado al kheilwar en un intento de matarlo, pero había muy pocos venenos que funcionasen en una criatura semejante. Incluso el concentrado de mercurio en su propia solución de proteínas apenas haría nada más que ralentizar al kheilwar. La habitación estaba llena de sustancias orgánicas que la cosa había estado comiendo todos esos días; esa mañana había advertido lo reducidas y masticadas que estaban las alfombras de piel de dwoob, y que se había comido la mayor parte de los mohos de las paredes.
Tomó la última de sus compras –tres lámparas- y las encendió, colocándolas en las esquinas de la habitación donde su luz no quedase bloqueada. Luego se sentó con la espalda contra la malla de la jaula, desenganchó su sable de luz de su cinturón, y se preparó para esperar.
[¿Qué haremos si tu kheilwar no nos dice lo que deseamos saber?
Alzó la mirada con sorpresa ante la pregunta que retumbó a su espalda. La mayoría de los gamorreanos lidian con la simple supervivencia, el simple apareamiento, la simple lucha. No se había esperado una pregunta acerca de contingencias. Incluso Ugmush, que era una de las cerdas más inteligentes, generalmente no pensaba las cosas con antelación.
[Lo hará], dijo Callista. [Si podemos obligarle a ir a esa esquina...] Señaló las secciones reflectoras de las paredes, donde el agrinio brillaba como ámbar fundido en la tenue luz del atardecer. [...y lo mantenemos en esa esquina hasta que llegue el día.]
Después de un largo silencio, Kufbrug dijo:
[Pensé que tal vez Guth y yo huir.]
Callista volvió a mirarla, sorprendida, pero Kufbrug estaba acariciando a uno de sus morrts, con los ojos entornados, y no la vio.
[Dije a Guth, cuando vino a luchar Vrokk. Huimos, no le matan. Pero, entonces Rog y Gundruk gobernarían Bolgoink también. Eso no es bueno. Así que Guth dijo no, él lucharía.]
Kufbrug alzó los ojos.
[Vrokk odia Guth. Guth es bueno. Vrokk no era bueno. Guth...] Dudó, tratando de encontrar palabras para un concepto del que raramente se hablaba. [Yo soy gweek], dijo después de un momento, y se tocó los morrts de los brazos, y señaló la torre que las rodeaba. [Todo esto... gweek. Maridos y verracos y campos e hijos... gweek. A veces... quiero gweek. Gweek para mí. Aún más en deshielo, en el frío y la oscuridad. Guth...] Se tocó con tristeza su inmenso pecho. [Él es gweek en su corazón. Si muere, si Rog le mata...]
Quedó un tiempo en silencio, con su gran mano con garras apoyada en la malla de la jaula y la mirada perdida en un futuro vacío. Callista se levantó y tocó los pesados dedos, con Luke Skywalker regresando a su memoria, como hacía a diario.
-Sí –dijo en voz baja-. Entiendo.
Un guijarro resonó en el otro lado de la cámara, fragmentos de mortero cayendo de una grieta. Callista se dio la vuelta, con el sable de luz zumbando al cobrar vida en su mano. Se le formó un nudo en la garganta por el horror y la impresión al ver aparecer al kheilwar reptando por las grietas del burdo muro de piedra.
Pesaría al menos veinte kilos. Gigantesco y plano, desplegó todas sus afiladas aletas, girándolas y flexionándolas a la fría luz blanca de la lámpara, que absorbía como muchas de las criaturas de Af’El, de modo que parecía ser nada más que planos de sombras que aparecían y se desvanecían. Callista pegó la espalda contra la malla de la jaula cuando la criatura saltó por el aire con increíble velocidad y aterrizó en el cuenco de proteínas envenenadas; escuchó el rechinante zumbido de su boca al aspirar y comer. Gracias a todos los dioses y las estrellas afortunadas y los ancestrales espíritus de la galaxia, pensó Callista, que habían pensado que la habitación estaba encantada y habían mantenido esa puerta cerrada toda la noche...
Se acercó a ella. De golpe, como un corte de edición en un holovídeo: calor, el olor de la sangre o el campo eléctrico de las células vivas, nadie sabía bien qué atraía a esa cosa sin ojos –nadie había sido capaz de estudiarlos muy de cerca-, pero Callista la esquivó, dio un paso a un lado, lanzó una estocada con su sable de luz, retrocedió...
Y supo que tenía una larga noche por delante.
Girando, saltando, una zumbante sierra giratoria de aletas y alas, el ser la siguió, y se las vio y se las deseó para mantenerlo alejada de ella, por no hablar de conducirlo al brillante agrinio de la esquina que había preparado. Al menos no era tan pequeño como para metérsele volando en la nariz o en un ojo o una oreja o la boca, pensó; al menos era lo bastante grande para luchar. Pero su velocidad aumentaba con su tamaño, en lugar de disminuir; era como ser perseguida por toda la habitación por un remoto a turbovelocidad, y aunque le dolía incluso formar su nombre en su mente, Callista agradeció en silencio a Luke Skywalker el intenso rigor físico de su entrenamiento. Puede que ya no fuera capaz de tocar la Fuerza, pensó con tristeza, pero por lo menos movía los pies con rapidez.
Y el pensamiento le susurró: Pero sí que puedes usar la Fuerza.
Lanzó un tajo, una estocada y volvió a esquivar.
La Fuerza es rabia, al igual que es serenidad. Es odio, al igual que es esperanza.
El ser voló hacia su cara como si lo hubiera disparado un cañón de proyectiles, y entre el desgarrador borrón de alas vio sus bocas, sus negros y brillantes dientes cristalinos. Esa vez logró esquivarlo por los pelos, y la sangre comenzó a brotarle en el rostro y los brazos donde la había golpeado el remolino de aletas, y su largo cabello cayendo de su moño deshecho y mojándose en la sangre.
La Fuerza está en esa cosa, igual que está en ti. ¿Por qué limitarte?
Se lanzó hacia delante, lanzando tajos fría y limpiamente, sin odiar, sin sentir, sólo trabajando para conducir el ser hacia la cobertura de agrinio de la esquina. La criatura le esquivó, alejándose livianamente, y atacó, luego se desvaneció durante un desquiciante minuto sólo para aparecer detrás de ella, lanzándose desde debajo de la cama.
¿Por qué no usar el lado oscuro, si eso te salvaría? Tienes derecho a hacerlo.
Y en eso precisamente, pensó con amargura, se basa el lado oscuro.
Apartó la idea de su mente, planteándoselo como si fuera sólo una prueba para su habilidad, una prueba letal, pero física. El ser era grande, y era rápido, pensó, pero podría hacerlo... Si sus fuerzas y su aliento aguantaban hasta la mañana.
Entonces escuchó el golpe metálico de la puerta de la jaula, y vislumbró con el rabillo del ojo el movimiento de la gran y oscura silueta de Kufbrug. La mayoría de la gente piensa que los gamorreanos son torpes, pero eso es porque nunca habían visto a Ugmush en una pelea. Kufbrug se lanzó hacia el muro donde colgaban las armas de Vrokk y luego arremetió contra el kheilwar como doscientos kilos de trueno enfurecido, con una alabarda de doble hoja en cada mano, un poco como si ella misma fuera un kheilwar muy, muy, grande. Callista cayó de espaldas, jadeando, casi exhausta, mientras la cerda se ocupaba del horror giratorio, manteniéndolo lejos de Callista hasta que pudiera recuperar el aliento.  Entonces Callista volvió a la carga, y entre las dos condujeron al ser a la esquina a base de sable de luz y alabardas.
Trató de escurrirse de nuevo por el miro, pero Callista había sido muy cuidadosa al sellar las grietas. Los paneles de agrinio eran tan resbaladizos que el kheilwar cayó al suelo, donde trató de correr por la base del muro hacia la seguridad. Callista lo contuvo por un lado, y luego Kufbrug por el otro.
Fue una larga –una extenuante e imposiblemente larga- noche. Las rodillas y las manos de Callista temblaban de cansancio y agotamiento por la concentración, y su cabello goteaba de sangre y sudor, cuando los primeros hilos de luz comenzaron a verse en la ventana. El veneno de mercurio finalmente estaba actuando en el sistema del kheilwar, o bien el esfuerzo de enfrentarse a dos oponentes le había pasado factura, en sus últimos cinco o seis ataques. Se quedó agazapado en su esquina brillante y reflectora, agitando sus aletas con púas, moviendo las antenas como si captase los cambios en el aire.
Y entonces, como le habían dicho a Callista que hacían los kheilwars –como defensa o como reclamo, los investigadores no estaban seguros-, cambió.
Un rodiano encorvado y de hocico verde apareció ante ellas. Jabdo Garrink, presumiblemente, el turbio importador que trajo el ser al planeta en primer lugar.
-Tenéis que dejarme salir de aquí –dijo, y comenzó a avanzar al borde de los escudos reflectores-. Tenéis que dejarme salir.
Kufbrug le hizo retroceder.
-¡Tenéis que dejarme salir! –Ya no era el rodiano, sino Vrokk, o un jabalí que Callista supuso que era Vrokk, gigantesco y negro con una franja blanca recorriéndole un costado de la cara. Se abalanzó hacia la esquina opuesta de la habitación, y Callista llegó a él de una zancada, blandiendo su sable de luz.
[¡Dejadme salir!] Vrokk, o el eco de Vrokk –el eco de cualquiera que el kheilwar hubiera visto, cualquiera que pudiera servir como engaño- se convirtió en Rog, solo que ligeramente más pequeño, con los ojos rojos y furiosos mientras corría hacia Kufbrug, y Kufbrug le asestó un tajo en la cara con su alabarda. [¡Dejadme salir!] Era el rostro y la voz de Gundruk quien gritaba las palabras. [¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir!]
Aún seguía gritando eso cuando la luz brilló en la ventana, con el espectro completo de los rayos del sol reflejándose en el agrinio, cegando y quemando los sensores del kheilwar, de modo que este zumbó y cayó al resbaladizo metal, indefenso. Callista dio un paso adelante y lo partió en dos con su sable de luz, y dio un paso atrás alejándose del espeso rastro de porquería marrón en el que se convirtió.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Asesinato en el deshielo (II)


Había casi un día de marcha hasta la Estación Jugsmuk, una miserable aglomeración de módulos prefabricados extraplanetarios, cubiertos de musgo e instalados alrededor de los muros de la fortaleza del clan Jugsmuk. Años atrás, la matriarca de Jugsmuk había ordenado a sus trabajadores que limpiaran y pavimentaran una buena pista de aterrizaje –buena para Gamorr, en cualquier caso- y, como resultado, la Feria de Jugsmuk era una de las más activas y más provechosas del continente de Wugguh. No sólo los jabalíes y los comerciantes de los clanes llegaban en primavera para intercambiar comestibles y armamento, para disputar luchas en torneos y concertar matrimonios, sino que los extranjeros de fuera del planeta llegaban también, trayendo productos completamente fuera del alcance de los escasos recursos del planeta.
No se recortaba ninguna nave en el cielo oscuro cuando Callista salió de los bosques, mojada y congelada por el aguanieve que había caído todo el día, pero Ugmush le había dicho que había cierto número de extranjeros que vivían permanentemente en la Estación. Aún falta una semana o así, pensó Callista; el caos atmosférico del invierno aún hacía difíciles los aterrizajes. El Zicreex había permanecido una semana en órbita antes de que un momento de calma temporal les permitiera aterrizar, y Guth había estado todo el tiempo presa del pánico por miedo a perder su oportunidad de desafiar a Vrokk en la Feria de Bolgoink. De hecho, la Feria de Jugsmuk estaba programada para comenzar cuando la atmósfera se despejase y llegase la primera de las naves de los comerciantes.
No le costó mucho a Callista encontrar al individuo que buscaba en Jugsmuk. Ya se imaginaba que no habría más de uno.
-Ugmush-Guth, sí –dijo Sebastin Onyx, sonriendo ligeramente mientras despejaba una maltrecha silla de cuero rojo para que Callista se sentase-. ¿Quieres que te prepare una tisana? Odio el deshielo. –Desvió la línea de potencia del sistema de música al hornillo de la cocina y colocó un pequeño cuenco de agua bajo el disco. El aguanieve que llevaba cayendo todo el día golpeaba implacable la amplia ventana de transpariacero de la habitación, emborronando la cada vez más oscura vista de la calle en el exterior. La habitación olía a productos anti-moho, a moho, y a pittins; al menos cinco de los pequeños carnívoros de suave pelaje dormitaban cerca de la estufa, el único modo, supuso Callista, de mantener a raya a los morrts-. ¿Eres amiga suya?
-Llevo seis meses con él como miembro de la tripulación del Zicreex.
-¿Y estáis en puerto? –Onyx midió la cantidad de hojas y hierbas en un colador y vertió cuidadosamente el agua a través de él-. ¿Desafió a Vrokk en la Feria de Bolgoink? Nunca he llegado a conocerle –añadió, con una rápida sonrisa-. Pero me hacía llamadas subespaciales cuando tenía los créditos para uno de mis poemas; y, francamente, le hice descuentos un par de veces... Tengo que ganarme la vida. –Señaló a la pequeña habitación a su alrededor.
Onyx era más joven de lo que Callista había esperado, un estudiante empobrecido en lugar de los borrachos arruinados que uno se encontraba frecuentemente en este particular nicho de mercado. Probablemente era nacido en Coruscant o Alderaan, de menos estatura que ella, cabello claro, y un poco tímido, con sus grandes ojos azules y miopes parpadeando bajo los bordes de un par de lentes de aumento que se había levantado a la frente.
-Trabajo como enlace de protocolo la mayor parte del año, pero cuando todo se cierra en invierno, a veces es difícil llegar a fin de mes. Por suerte, el invierno es cuando los jabalís no pueden salir a luchar unos con otros, así que se quedan en casa calentitos y cómodos, realmente cómodos, y escriben canciones y poemas para sus cerdas. O, más bien, me contratan a para que escriba canciones y poemas.
-¿Canciones? –Callista se esforzó por asimilar manteniendo la compostura la idea de Rog, o Lugh con sus orejas de soplillo, cantando serenatas a la inmensa Kufbrug a la luz de la luna.
-Bueno –dijo Onyx con una sonrisa-, admito que no se puede hacer gran cosa en gamorreano. Una temporada hice lo mismo para algunos bith. Ese que es un lenguaje poco prometedor para expresar las tiernas pasiones.
Con tristeza, Callista dejó pasar la tentadora especulación de lenguajes menos aptos incluso que el bith -¿Tendrían los defel poesía amatoria? ¿Y los givin?-, y preguntó:
-¿Vino algún cliente pidiéndote esta carta?
Se la mostró. Onyx asintió de inmediato.
-Sí, hace cinco días. Dijo que era un amigo de Guth. Guth me dijo que iba a desafiar a Vrokk, así que supuse... ¿Ha habido algún problema? –Parecía genuinamente preocupado.
-Más o menos. ¿Podrías reconocer al jabalí que vino a buscarla?
-No. Era de noche, para empezar, y ya que tengo que elegir entre iluminación y calefacción... –dijo, señalando la única y sobrecargada toma de energía-... generalmente uso lámparas de aceite o velas cuando oscurece. Además, llevaba una capucha sobre la cara.
-¿De qué color era la cera que usaste para sellarla?
-No la sellé –dijo Onys-. Normalmente sello las de Guth con azul. –Señaló la cesta de hojas de poltroop trenzadas sobre la mesa junto a la entrada, que contenía una docena o más de palitos y bolas de cera de sellar-. Pero él dijo que no, que la sellaría luego.
Y la cosa más fácil del mundo, pensó Callista, sería meterse en el bolsillo una bola de cera de esa cesta al salir.
-Si alguien quisiera comprar un veneno, o alguna clase de criatura de fuera del planeta, una criatura peligrosa, como un reptador spor o una sovra, ¿dónde podría ir en la ciudad?
El rostro de Onyx se ensombreció.
-Hay dos o tres sitios –dijo-. Los contrabandistas transportan esas cosas por encargo, ¿sabes?
-Lo sé. –Así había sido treinta años atrás, incluso bajo la mano de hierro del Nuevo Orden de Palpatine, y de acuerdo con Han Solo la situación no había cambiado mucho. Siempre había quienes justificaban despreocupadamente los horribles riesgos de una infestación alienígena con frases como “la ley de la oferta y la demanda”, “si yo no los traigo, habrá otro que lo haga” y “¿Qué pasa, crees que soy un aficionado? ¡Yo sé lo que hago!”. Se habían derrumbado economías planetarias, destrozado civilizaciones, y miles de millones de seres racionales literalmente destruidos por algún contrabandista que había dicho, creyéndoselo de veras, “Oh, realmente son mucho más seguros de lo que parecen”.
-Jabdo Garrink es uno –dijo Onyx-. Es un rodiano. Sinissima Bel, pero no ha parado por aquí desde el último verano. Gethnu Cheeve, un devaroniano. La atmósfera se despejó hace poco, como recordarás, así que tanto Garrink como Cheeve estaban en la ciudad cuando escribí esta nota. –No le había costado mucho, advirtió Callista, darse cuenta de que algo iba mal.
-¿Alguien de por aquí tiene un enzimero? –La mayor parte de los mercaderes interestelares los tenían, una precaución necesaria si uno iba a residir en un mundo alienígena, y más en un espaciopuerto con sustancias que llegaban constantemente de quién sabe dónde, posiblemente adulteradas con quién sabe qué. Onyx la condujo escaleras abajo, a ver al camarero del Número Irracional, un pequeño y dinámico bith que poseía no sólo un enzimero, sino también un programa de banco de registros que sólo estaba desactualizado menos de una década. Le dijo a Callista lo que necesitaba saber acerca de lo que había estado debajo de ese sello.
El conocimiento no le trajo ningún entusiasmo; sólo un enfermizo temor que permaneció con ella mientras hacía algunas compras en el sucio emporio de bienes interestelares de Jugsmuk. Era un temor que se posó en la almohada de su habitación alquilada como la sombra de una pesadilla en las horas oscuras, y la siguió durante el día de chapoteo por los fangos congelados que le llegaban a la rodilla, de regreso al Hogar Bolgoink.

***

Callista llegó a Bolgoink mucho después de haber oscurecido, medio congelada por los duros coletazos del clima invernal y exhausta por el esfuerzo de evitar que el pequeño equipo de dwoobs que había alquilado para llevar sus compras se escapara hacia los bosques. Ahora entendía por qué los gamorreanos normalmente siempre iban a todas partes caminando, y llevaban sus bultos en carretillas.
En el patio, descargó sus compras y comenzó a subir los grandes cubos metálicos por los escalones de piedra que conducían a la torre principal; uno de los veteranos de la casa salió de un barracón y la ayudó, algo que nunca se le hubiera ocurrido a uno de los verracos más agresivos y conscientes de su estado.
[¿Guth y Ugmush están bien?], preguntó.
El veterano asintió con un eructo.
[Rog no contento], dijo. [Rog dice lucha y mata Guth, lucha y mata Ugmush, lucha y mata tú, luego va casa.] Como a la mayor parte de los veteranos, le faltaban un par de extremidades, pero era sorprendentemente diestro con las que le quedaban. [¿Tú luchas Rog?]
[No si puedo evitarlo], dijo Callista. [¿La habitación de Vrokk sigue encantada?]
Cuando atravesaron el salón principal estaba teniendo lugar la cena, algo digno de verse si uno tenía un estómago fuerte y un peculiar sentido del humor. Dado que era absolutamente impensable que alguien comiera solo en un hogar gamorreano, Guth, Ugmush, la tripulación de Ugmush e incluso Jos estaban presentes, sólidamente encadenados al abrevadero entre los jabalís de menor importancia del hogar. Guth vio a Callista y la saludó educadamente, un gesto de gran auto-sacrificio considerando la ración de vituallas que esa pérdida de atención le costó: Callista se sintió profundamente conmovida y honrada.
[Sigue encantada], confirmó el veterano con otro eructo, mientras cargaban sus bultos por el pasillo de arriba hacia la habitación de la torre cuadrada que había ocupado Vrokk. [Ruidos por la noche muy fuertes, muy malos. Espíritu de Vrokk muy enfadado.]
Tiene motivos para estarlo, pensó Callista, sintiendo una súbita rabia ante cualquiera, no importa quién, que es privado de la alegría y de la luz de la vida.
Al instante siguiente se le subió el corazón a la garganta al ver una forma oscura y pesada de pie ante las gruesas láminas de roble de la puerta de la cámara.
-¡Fuera de ahí! –gritó, y luego añadió en gamorreano: [¡No entres!]
La inmensa cabeza se volvió. La débil luz de la antorcha de la escalera hizo brillar el pendiente de oro y la red de cicatrices.
[No tengo miedo de espíritus], gruñó Lugh. [Ni siquiera espíritu de Vrokk. Valiente. Fuerte. Gweek. Mira... siete morrts.] Mostró su brazo para demostrar cuántos parásitos podía soportar su cuerpo. [Este morrt, misma Kufbrug me dio.]
[Gweek], convino Callista. [Pero sigue sin ser bueno entrar en la habitación. Kufbrug lo ha dicho.]
Lugh refunfuñó para sí mismo y se alejó rápidamente por el pasillo. Callista se acercó más a la puerta y presionó el oído contra las tablas. Por un instante no vino ningún sonido del interior. Luego, muy suavemente, escuchó un débil golpeteo seco, como hojas de plasteno o metal muy fino sacudiéndose en un leve viento. El sonido debería haber sido reconfortante –al menos seguía allí- excepto por la horrible impresión de tamaño que producía.
Callista envió al veterano a recoger el resto de sus compras y apilarlas en el pasillo junto a la puerta, pero ella permaneció allí, sentada en el suelo con la espalda contra las tablas, por el resto de la noche.
Cuando hubo amanecido por completo, desatrancó la puerta y entró. Lo primero que vio fue un cuenco, colocado en el suelo a un metro o así de la entrada, que contenía un residuo pegajoso que parecía ser sangre de un día de antigüedad. Por lo demás, la habitación estaba aparentemente como había estado cuatro mañanas atrás cuando miembros del hogar habían encontrado el cadáver de Vrokk. Amplias ventanas se abrían a ambos lados de la habitación, cubiertas con persianas y gruesas cortinas, como había observado que estaban todas las ventanas del Hogar durante la noche. Dejaban pasar una difusa luz diurna con una tonalidad marrón, y aunque Callista sabía que incluso esa tenue claridad hacía que la cámara encantada resultase perfectamente segura, se apresuró a abrir de par en par ambas cortinas y persianas.
No había pruebas que hablasen de lucha o estertores de muerte. Las armas de Vrokk –hacha de guerra, alabarda, y un surtido de cachiporras con pinchos- colgaban intactas de la pared. Las tiras y fragmentos de piel de dwoob que cubrían el suelo estaban un poco manchados de sangre, pero sin una sola arruga. Podría ser, pensó Callista, que el lugar hubiera sido ordenado después de que se retirase el cuerpo. Ciertamente, las grandes formaciones de hongos y moho tan comunes en el deshielo habían desaparecido casi por completo de las paredes. Cuando comprobó la lámpara de la mesa –un cuenco de aceite de semillas de poltroop con una mecha atravesando su tapa-, vio que estaba completamente vacía, con la tapa ahumada y un poco chamuscada donde la mecha se había consumido.
Introdujo los paquetes, y cerró la puerta tras ella. Desenvolvió lo que había comprado con todos sus ahorros de seis meses en el Zicreex: cuarenta y dos paneles cuadrados de un metro de lado de agrinio, el ligero recubrimiento de metal usado para reparar veleros solares; dos grandes rollos de cinta de agrinio; varias cajas de puntos adhesivos de cuádruple fuerza; y una jaula de observación forjada con gruesa malla metálica. Ensambló primero la jaula, instalándola en la esquina de la habitación más cercana a las ventanas. Usó el agrinio para recubrir cuidadosamente –paredes, suelo y techo- la esquina de la habitación que quedaba más enfrente de las ventanas, donde la luz solar de la mañana golpearía con más fuerza.
La sala era grande, fácilmente de diez metros de largo por casi siete de ancho.
Esto, pensó Callista, no va a ser fácil. Pero que ella supiera, era la única forma de obtener la información que necesitaba.
Respiró profundamente, tocó el sable de luz que colgaba de su cinturón para animarse, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Luego se fue a buscar a Kufbrug.
La Matriarca de Clan de Bolgoink estaba tumbada en el salón principal de la torre, inmóvil en una pila de cojines cubiertos de musgo. Callista se detuvo en la entrada, desconcertada por la quietud de la matriarca. Incluso en la cena de la noche anterior se había limitado a quedarse ahí, observando sombríamente al resto de gente de la sala, cuando la mayoría de las viudas gamorreanas habrían puesto anuncios para buscar nuevo marido incluso antes de que se enfriase el cuerpo del anterior ocupante del cargo.
Pero Kufbrug sólo alzó su gran cabeza y miró a Callista por el espacio vacío de la cámara con ojos amarillos y malvados. Callista recordó que mañana sería el día en el que Rog se enfrentaría en combate contra Guth para vengar a su hermano. Y cuando Guth hubiera muerto –como ciertamente moriría, ya que Rog, al igual que había sido su hermano, era un jabalí enorme y poderoso-, todo el mundo podía imaginarse lo que pasaría con Callista, Ugmush, y el resto de la tripulación del Zicreex.
Tenía intención de hablar del combate, pero algo le hizo preguntar en su lugar:
[¿Se encuentra usted bien?]
Las oscuras fosas nasales temblaron.
[Nunca me encuentro bien en el deshielo.] Kufbrug bajó la mirada y acarició con grandes dedos suaves la pequeña espalda redonda del morrt que colgaba, bebiendo, de su brazo. [Los días son oscuros. Ni me he encontrado bien tampoco desde que Guth vino a desafiar a Vrokk por mi mano. Le dije que se fuera, que no serviría de nada. ¿Qué has encontrado en tu viaje, Niña Extranjera? ¿Qué ningún extranjero odiaba a Vrokk, porque él nunca interfirió en sus asuntos?
Callista negó con la cabeza, pero luego recordó que menear la cabeza no significaba nada para los gamorreanos e hizo el movimiento de barbilla con gruñido que significaba “No”, algo que trajo una risita involuntaria a la cerda, y un repentino destello de animada vida a sus ojos muertos. Siguió hablando.
[Pero he descubierto el medio por el que mataron a Vrokk. No un veneno, sino una criatura alienígena congelada en un pedazo de hielo, hasta que el calor del lacre fundió el hielo al tiempo que la dejaba encerrado. Cuando el sello fue roto, voló a las fosas nasales de Vrokk y lo mató.]
[Veneno o criatura alienígena, es el nombre de Guth el que está en la carta, firmado como él siempre firmaba], respondió sombríamente. [Rog no renunciará a su venganza.]
Callista se arrodilló en el suelo a su lado, tomó el pergamino del bolsillo de su chaleco, y escribió en el reverso las runas que significaban GUTH.
[¿Esto me convierte en Guth?]
Los dedos de Kufbrug se detuvieron sobre el morrt, y ella pensó en ello durante un instante, estudiando la firma. Por un momento, la luz de la comprensión brilló en los fríos ojos amarillos, reemplazada casi de inmediato por la desesperación.
[Rog no entenderá esto. ¿Quién escribiría el nombre de Guth salvo Guth? Rog vengará a su hermano.]
[La criatura sigue estando en la habitación donde se encontró a Vrokk], dijo Callista. Las cerdas gamorreanas eran infinitamente más listas que los jabalíes; era perfectamente posible que Rog no captara el concepto de la falsificación, sino que sólo repitiera obstinadamente que quería venganza. [Y puede conseguirse que la propia criatura puede nos diga quién envió en realidad la carta. Pero necesitaré su ayuda. ¿Querrá usted montar guardia conmigo en la habitación esta noche?]
Hubo un largo silencio, y la cerda pareció hundirse, casi físicamente, en la oscuridad de su quietud y su depresión. Luego, con un suspiro, emitió un largo eructo.
[Sí, Niña Extranjera. Montaré guardia.]

jueves, 26 de septiembre de 2013

Asesinato en el deshielo (I)

Asesinato en el deshielo
Barbara Hambly

Había lugares en la galaxia más deprimentes que el planeta Gamorr en época de deshielo. Callista Ming había estado en algunos de ellos.
Kirdo III en verano, con la temperatura del aire por encima de los cuarenta grados y nada que hacer entre tormentas de arena de 400 kilómetros a la hora que observar cómo los habitantes de las dunas esperan que las babosas repten directamente a sus bocas.
La luna-basurero de Shesharile VI cuando el primer calor de la primavera activa las bacterias en los vertederos subterráneos.
Kessel, en cualquier época.
Pero Gamorr en el deshielo les seguía de cerca.
-¿Aún no ha dado un respiro el tiempo? –Callista descendió tres cuartas partes de la escalera metálica que comunicaba con la cubierta superior del carguero Zicreex, y luego saltó con ligereza sobre el pasamanos, dejándose caer el metro y medio restante a la cubierta metálica.
Jos, el ingeniero de la nave y el único otro humano de la tripulación, salió a medias de debajo de la consola donde estaba raspando copos del hongo de color purulento que había crecido allí de la noche a la mañana.
-No.
-¿Y no hay noticias de Guth? –Callista arrojó a la silla del capitán el paquete envuelto en plasteno que contenía las diversas formaciones de hongos que había arrancado de las paredes de su cubículo. La capitana Ugmush había dicho que esa noche prepararía fug para cenar, aprovechando su presencia en su planeta natal. No había nada, decía, como el moho de casa.
-No –dijo Jos de nuevo, y siguió raspando. Cuando Callista comenzó a viajar en el Zicreex, había pensado que la impenetrable melancolía de Jos se debía al hecho de ser un esclavo en un carguero poseído y gobernado por gamorreanos... suficiente para deprimir a cualquiera. Sin embargo, después de seis meses había llegado a la conclusión de que el fibroso ingeniero con cicatrices en la cara habría estado taciturno aunque hubiera sido el independiente potentado del mejor dotado y más entusiastamente poblado Planeta del Placer de los Sistemas Púrpuras. Ella albergaba la intención de encontrar algún modo de liberarlo antes de separarse de la nave, pero dudaba que eso supusiera una gran diferencia.
Cuando Callista caminó hacia la esclusa abierta para observar la húmeda vista de la nieve derritiéndose lentamente entre el Zicreex y los muros del pequeño asentamiento de clan de Nudskutch, Jos añadió:
-El clima debería despejarse definitivamente en una semana más o menos. La Feria de Bolgoink comienza mañana; la más importante en Jugsmuk es la semana que viene, con comerciantes que vienen de todos los lugares de esta parte del continente. Deberíamos habernos reaprovisionado y marchado en diez días.
No sonaba particularmente entusiasmado, ni por el comienzo de la época de ferias en el planeta o por la perspectiva de marcharse. Callista fue a la puerta exterior y apoyó el hombro en la jamba, dejando que el turbio viento le apartara del rostro el cabello castaño claro, largo y alborotado. Alrededor del Zicreex, el campo de aterrizaje improvisado estaba vacío e inundado en gran parte. A pesar de lo poco atractivo que resultaba, Gamorr durante el deshielo era preferible a permanecer prisionera en el ordenador de artillería de un acorazado imperial abandonado, una consciencia incorpórea deteriorándose lentamente en algo menos que un fantasma. La libertad le había costado a Callista su capacidad de usar la Fuerza; el núcleo mismo de su identidad como Caballero Jedi. También le había costado otras cosas.
Pero pese a todo, pensó mientras tocaba el sable de luz que colgaba de su cinturón, era muy bueno ser libre.
La capitana Ugmush apareció desde el bosque, con un inmenso saco de hongos a la espalda, y dos de los tres verracos que componían la tripulación gamorreana del carguero trotaban dócilmente detrás. El tercero, el marido de Ugmush, iba más atrás, pastoreando pacientemente a un grupo de snoruuk en dirección a la rampa de la nave, una tarea que podría tomarle el resto de la tarde. Ugmush, una cerda de mediana edad resplandeciente con sus ojos maquillados según el llamativo estilo de fuera del planeta y sus anillos de diamantes en la nariz, subió la rampa con firmes zancadas. Su largo cabello estaba teñido de rosa brillante y podían verse media docena de morrts –el parásito gamorreano que infestaba el Zicreex- colgando de sus brazos, cuello y pecho carentes de pelo.
-Estofado esta noche –informó a Callista, y se volvió para apartar el tentáculo de moho que había reptado fuera del saco y estaba tratando de agarrarla por el cuello-. Enseñarte hacer estofado. –Debido a la dificultad que los gamorreanos tenían para pronunciar el básico, Ugmush llevaba un transliterador alrededor del cuello, que producía una traducción mayormente acertada de sus palabras con la melosa voz gutural de la estrella de holovídeos Amber Jevanche.
Empujó a Callista en las costillas.
-V’lch delgaducha –añadió con reprobación; el transliterador dudó al no poder encontrar una traducción de la palabra para denominar a una cerda soltera-. No encontrar marido, toda delgaducha. Morrts no poder vivir en delgaducha. Alimentarte. Hacerte...
El transliterador volvió a fallar para encontrar la palabra adecuada en básico, y luego emitió un pequeño tintineo. Ugmush flexionó sus bíceps y pectorales para demostrarle.
-Gweek. ¿Sabes gweek? –Se quitó del pelo uno de los pequeños parásitos grises del tamaño de un pulgar y se lo colocó en el hombro donde podría alimentarse mejor. Su carne pálida y amarillenta estaba moteada con las cicatrices de sus mordiscos.
-Gweek. Buen marido; dos verracos; nueve morrts. –Se golpeó el pecho con aire orgulloso-. Gweek.
-Gweek –repitió Callista con gravedad. Durante sus viajes en el Zicreex Callista había aprendido mucho gamorreano, una lengua imposible de dominar para nadie con la más ligera pretensión de dignidad.
-Próxima semana, feria en Jugsmuk, compramos comida. –Ugmush agarró un puñado de hongos que trataba de escapar de su saco y lo volvió a meter dentro.
Uno de los verracos –miembros inferiores de la tripulación- que había subido la rampa siguiendo la estela de Ugmush, frunció el ceño ante la palabra Jugsmuk e indicó, en gamorreano:
[Feria en Bolgoink mañana.] Con los ojos visiblemente brillantes, añadió: [Ver Guth luchar en torneo]
Ugmush se giró con un aullido salvaje y le pegó un bofetón con una mano que lo lanzó hacia atrás, golpeándose contra la pared. Lo que le dijo fue a un volumen y una velocidad tal que resultó incomprensible para Callista, que sólo podía entender gamorreano si se hablaba lentamente y bien pronunciado, pero pudo distinguir el nombre del asentamiento del clan Bolgoink y un montón de adjetivos enfáticos y negativos antes de que la capitana subiera furiosa la escalera de metal hacia las partes superiores de la nave.
El verraco se puso en pie, frotándose la mandíbula sangrante con una expresión que era más ansiedad agraviada que Rabia. Miró a Callista en busca de explicación:
[Guth hermano de Ugmush], dijo. [Guth uno de tripulación. ¿Por qué no ver lucha?]
Callista respondió en silencio, para sí misma, en básico.
-Porque ella sabe que él va a morir.
De fuera les llegó una serie de furiosos chillidos y aullidos. Callista se volvió, saliendo disparada a la puerta de la esclusa, con los dos verracos apiñándose detrás y asomándose de un modo que no habría podido cerrar la puerta aunque hubiera querido. Al otro lado del campo de aterrizaje vacío y empapado, corría un jabalí con grandes movimientos de sus brazos y rodillas, provocando holocaustos de espuma a su alrededor al levantar el agua de los charcos que le llegaba a la altura de la pantorrilla.
-¡Guth! –gritó Callista al reconocerlo, y los verracos, al ver al hermano menor de su capitana siendo perseguido muy de cerca por al menos una docena de jabalís armados, emitieron  estridentes gruñidos de deleite, tomaron sus armas, y bajaron corriendo la rampa para salir en su ayuda. Un momento después Ugmush llegó corriendo, con un bastón de guerra en una mano y un bláster en la otra, disparando mientras corría.
Como la mayoría de los gamorreanos, era una tiradora terriblemente mala. Brotaron pequeñas nubes y columnas de vapor cuando el plasma sobrecalentado impactó con el agua y el barro y Callista, con horribles visiones de un disparo perdido impactando en los intercambiadores de calor del Zicreex, también descendió la rampa. No hacía demasiado tiempo habían estado varados durante dos semanas en Travnin como resultado de los disparos de Ugmush, y no tenía intenciones de dejar que ocurriera de nuevo.
-URRJSH! –dijo Callista tan fuerte como le permitieron sus pulmones, gritando la palabra en gamorreano para ¡Parad!, mientras adelantaba sin problemas a Ugmush y su tripulación. Desenganchó el sable de luz de su cinturón mientras corría y lo activó en un relámpago de frío brillo amarillo. Guth llegó hasta ella momentos antes de que los jabalíes que le perseguían pudieran alcanzarle; rebanó la cabeza metálica de dos alabardas y un bastón de guerra, y abrió una pequeña herida humeante en el brazo del jabalí en cabeza. Para su sorpresa –había visto gamorreanos cargando contra droides de combate zumbadores sin pararse en pensar en sus extremidades o su propia vida-, detuvieron su ataque, y al instante siguiente se volvió y blandió su sable de luz ante Ugmush, que estaba a punto de lanzarse sobre los atacantes y comenzar de nuevo la refriega. -¡Atrás!
Ugmush se detuvo derrapando con una gran lluvia de barro.
-¡Bajar eso! –Trató de pasar más allá de Callista, y Callista volvió a ponerse en su camino, con el sable de luz todavía alzado. Los jabalíes de la tripulación del Zicreex, chocaron entre sí y todos cayeron apilados detrás de Ugmush. Hicieron falta algunos minutos para que todo el mundo se calmase, mientras Guth permanecía cerca de Callista, jadeando y exhausto por su carrera.
[¿Qué es esto?], le preguntó en gamorreano. [¿Quiénes son estos? ¿Por qué has vuelto?]
[Necesitar ayuda], jadeó Guth, en un dificultoso gamorreano. [Vrokk. El torneo...]
[¿Luchaste contra Vrokk?] El joven jabalí no parecía haber participado en un combate contra el jabalí de clan y señor de la guerra más poderoso y temido en la parte sudeste del continente; ciertamente no en el combate a muerte al que los jabalís se enfrentaban cuando uno desafiaba a otro por el derecho a casarse con un una cerda matriarca de clan. [¿Ganaste a Kufbrug como esposa?]
Ugmush apartó a Callista a un lado para agarrar a su hermano en un abrazo capaz de triturar huesos. Durante un instante se frotaron los hocicos y se lamieron las caras a modo de saludo, y luego Ugmush preguntó:
[¿Vrokk muerto?]
[Vrokk muerto.] La voz de Guth era muy débil y había miedo en sus brillantes ojos azules. Señaló a los jabalís armados que le habían perseguido, algunos de los cuales portaban la insignia, como Callista podía ver ahora, de Rog, el señor de la guerra de Nudskutch, y otros con los tabardos de color azul oscuro del Clan de Bolgoink. [No lucha], dijo Guth. [Asesinato. Dicen que yo lo hice.]

***

De camino al Hogar de Bolgoink, Guth explicó tan bien como fue capaz la seriedad de la acusación.
[Batalla bien. Lucha apareamiento bien. Asesinato mal]
Tenía sentido, razonó Callista. Las luchas incesantes entre los jabalíes gamorreanos aseguraba que sólo los físicamente más fuertes se aparearían, siendo la proporción de nacimientos de machos y hembras aproximadamente de diez contra una. Asesinar era hacer trampa. El asesinato era la supervivencia del más taimado, no del más apto.
El único problema era que los jabalíes que le perseguían parecían estar bajo la impresión de que Ugmush y su tripulación también habían tenido algo que ver con el asesinato.
[¡Cerebro hueco comedor de jabón, yo estaba aquí!, había gritado Ugmush a su capitán. [¿Cómo he podido asesinar si estaba aquí?]
El jabalí rumió eso por un instante, profundamente confundido. Finalmente, dijo:
[Rog, hermano de Vrokk, dijo asesino de... de nave. Tú en nave. Todo el mundo en nave. Rog tendrá venganza, sobre Guth, sobre ti, sobre todo el mundo. Todos vosotros morir.]
El Hogar de Bolgoink se encontraba en el centro de unos vastos campos, bosques y pastos, una fortaleza amurallada y rodeada por un foso, con torres y hogares comunales de piedra de sillería, rodeada a su vez por un pueblo de tamaño considerable, amurallado igualmente en piedra. Fuera de las puertas, los comerciantes de otros clanes estaban preparando las tiendas para la Feria de Bolgoink, pero había un silencio intranquilo en el lugar, y mientras pasaban junto a los tenderetes y puestos a medio construir, Callista vio un buen número de cerdas volviendo a cargar sus bienes en vagonetas, carros y carretas, preparándose para trasladarse a Jugsmuk. Vrokk había sido un señor de la guerra de enorme poder. Muchos otros señores de la guerra estarían esperando a ver qué ocurría después de su muerte.
Los guardias del hogar los recibieron en las puertas de la fortaleza interior, liderados por un jabalí bastante delgado pero extremadamente lleno de cicatrices con un aro de oro en la oreja.
[Lugh. Segundo señor de la guerra.], susurró Guth a Callista. No se le escapaba a Callista que los ojos amarillos del jabalí con las cicatrices seguían a Guth con suspicacia y odio; se preguntaba si Lugh habría pensado en desafiar la fortaleza de Vrokk él mismo, en intentar ganar la mano de la matriarca Kufbrug.
Kufbrug, la matriarca del clan Bolgoink, los recibió en el vestíbulo de la torre redonda. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre un gran montón de cojines acolchados de color carmesí, mientras que los hijos que había dado a luz la primavera pasada corrían chillando y gruñendo por la sala bajo la supervisión de un jabalí veterano de aspecto estólido con una pata de madera y al que le faltaba un brazo. De haber estado de pie, Kufbrug habría superado el metro ochenta de estatura de Callista, y pesaría bastante más de doscientos kilos. Su cabello marrón verduzco colgaba en trenzas más allá de sus inmensas caderas, con cuentas verdes y doradas engarzadas; más cuentas brillaban débilmente sobre sus ocho enormes pechos. Más morrts de los que Callista había visto nunca en un único gamorreano se agarraban a sus bíceps, su cuello y su papada, chupando con deleite.
Una cerda gweek sin la menor duda.
Y aun así había algo fuera de lugar allí. El deshielo, las últimas semanas del duro invierno gamorreano, era, según sabía Callista, un tiempo de preparación para la siembra, un tiempo de preparar los jabalís para el entrenamiento de primavera, un tiempo de ajetreo y limpiezas primaverales, de recoger los hongos que eran tan abundantes en esas húmedas semanas, de preparar los encurtidos, tejer y afilar herramientas. La energía que era la principal característica de Ugmush, el sello de las cerdas gamorreanas, estaba ausente de esta matriarca gigante. Cuando Kufbrug  alzó sus curiosamente largas pestañas y miró fijamente los ojos de Guth por encima de las alabardas cruzadas de los guardias, sólo había muerte, un infinito y triste cansancio, en los brillantes ojos amarillos.
En los cojines junto a ella estaba sentada su hija Gundruk, matriarca del hogar, mucho más pequeño, de Nudskutch, y al otro lado de Gundruk, gigantesco y oscuro y terrible, estaba Rog, el hermano de Vrokk y marido de Gundruk, señor de la guerra de Nudskutch.
Fue Rog quien habló, alzando una pesada mano provista de garras a Callista, y a Jos el ingeniero que permanecía, todavía encadenado, entre Ugmush y sus verracos.
-Muh –exclamó (extranjeros), y se volvió hacia Gundruk, hacia Kufbrug, hacia las tres cerdas sabias sentadas en silencio al fondo, las guardianas de las leyes del hogar del clan.
[¿Qué más prueba necesitáis de que Guth usó veneno extranjero para matar a mi hermano? ¡Mirad a su hermana, capitana de una nave extranjera! ¡Mirad cómo hay extranjeros en el clan de su hermana!]
Ugmush se lanzó contra Rog, lanzando invectivas –“Apestoso Sith comedor de barro, ¿cómo te atreves...?”, aulló la voz de Amber Jevanche por el transliterador-, respaldada por su marido y sus dos verracos sin importarles el hecho de que todos estaban encadenados y ninguno llevaba armas. Callista, que se había negado a entregar su sable de luz o a permitir que la encadenasen, tanto para el viaje como para la audiencia, simplemente se apartó de su camino. Aunque sentía una punzada de lealtad hacia sus compañeros de tripulación –especialmente el pobre Jos, que estaba encadenado entre los dos verracos y que, sin comerlo ni beberlo, era llevado en volandas a la pelea-, lo reflejó de una forma que haría que las cosas fueran más fáciles si estuvieran fuera de la sala.
Cuando los prisioneros fueron conducidos fuera y la sala se tranquilizó de nuevo, Callista bajó su sable de luz y avanzó hacia el estrado, alta, delgada y con un aspecto ligeramente extraño entre los rechonchos y porcinos gamorreanos.
[Los extranjeros con sus naves acuden a Gamorr en todo momento], dijo, tratando de ser razonable. [Muchos extranjeros viven en la Estación Jugsmuk. ¿Los extranjeros odian a Vrokk por otros motivos?]
Rog miró a Gundruk buscando ayuda para esa pregunta. Los guardias se rascaron la cabeza ante tan complicada sofistería y miraron suspicazmente a Callista. Kufbrug sólo acarició los morrts que se le agarraban a los brazos y se quedó mirando sin interés las frías sombras de la sala.
[Guth no quería luchar. Vrokk era fuerte.] Gundruk se puso en pie, más pequeña de Kufbrug... más joven, más oscura, y menos gweek. [Mató al último marido de mi madre en desafío de torneo, y su fortaleza era muy renombrada. Guth sabía no podría ganar.] Sacó del pecho de su túnica bordada un trozo de pergamino doblado y arrugado. [Vrokk tenía esto en la mano cuando fue encontrado, yaciendo en su habitación como sangre en el hocico y la boca.]
Callista lo desplegó. Grandes runas negras trazaban un par de líneas.
[No me reuniré contigo en la feria del torneo, como dos verracos peleándose por un champiñón], leyó Gundruk, siguiendo las runas con su pesada uña curvada. [Tampoco la hora señalada es de mi agrado. Reúnete conmigo más bien en los terrenos elevados tras los pastos de snoruuk al alzarse el sol. Trae contigo tantos guardias como quieras. No te tengo miedo. Guth.] Golpeó la firma, luego el sello, una pesada gota de cera azul oscura, quebrado donde Vrokk lo había roto para desplegar la carta. [¿Lo veis? El veneno extranjero estaba aquí, bajo el sello. Voló hasta su nariz y le destruyó el cerebro.]
Callista dio vueltas al pergamino en sus manos. El frágil cuero curado bajo el sello mostraba, en efecto, una mancha de color marrón verduzco, y cuando dio la vuelta a las mitades rotas del sello propiamente dicho, pudo ver que estaban ligeramente ahuecadas, como si la cera caliente hubiera goteado sobre algo que estaba debajo. Encajó el dedo pulgar en el hueco, cerró los ojos, vació sus pensamientos, y respiró profundamente.
Tanteando la Fuerza con su mente, como su maestro le había mostrado hacía ya tanto tiempo. Hace mucho tiempo, en otro cuerpo, lo habría hecho con facilidad.
Pero todo lo que sentía era un profundo mal, y el pensamiento recurrente de que, después de todo, cualquier cosa que hiciera a estos seres feos y sucios estaría justificada, porque habían osado levantar la mano contra ella y aquellos bajo su protección. Después de todo, ellos habían hecho el mal antes.
Callista apartó el pensamiento de su mente. , pensó. Sí. La Jedi Perdida defendiendo a sus amigos con la Fuerza.
Volvió a dar vueltas al pergamino en su mano.
[Cualquiera puede firmar el nombre de Guth], dijo.
Gundruk se volvió hacia su madre y le tendió la mano. Con gran cansancio, Kufbrug extrajo de la bolsa borlada de su cinto tres paquetes más de pergamino, gruesamente doblados, y sellados con cera azul como la nota había estado sellada. Gundruk se los ofreció a su vez a Callista.
[Poemas de amor], dijo. [¿Ves? Runas hechas mismo modo. Nombre escrito igual.] Sus pesados labios dejaron al descubierto sus colmillos con odio. [Guth.]
La de más edad entre las cerdas sabias se levantó y habló.
[Este Guth lleva varias estaciones enviando poemas a Lady Kufbrug. Vrokk hablaba de ello a menudo, con rabia. También es cierto, V’lch Muh,] –literalmente, Niña Extranjera- [que lady Gundruk, y Lugh, y otros del hogar han escuchado al espíritu de Vrokk vagando por la noche en la habitación en la que murió. Los espíritus sólo caminan si ha habido asesinato.]
Callista, que había estado examinando las marcas de diminutas burbujas en la cera, levantó de pronto la cabeza al escuchar eso, con un pánico recorriendo su cuerpo y que no tenía nada que ver con espíritus de almas asesinadas.
[¿La habitación está cerrada con llave?]
Las cerdas sabias intercambiaron una mirada. Fue Kufbrug quien habló, con voz profunda, lenta e infinitamente cansada.
[Sí, Niña Extranjera. La habitación está cerrada con llave.]
[Bien], dijo Callista, lenta y cautelosamente, temerosa de pronto de que lo que dijera no se malinterpretase. [Mantenedla cerrada. Que nadie entre. No hasta que yo vuelva. ¿Puedo llevarme esto conmigo?] Sostuvo en alto la nota.
Gundruk y Rog intercambiaron una mirada, extrañados –claramente, también contemplaban a Callista como una prisionera-, pero Kufbrug habló.
[Puedes, si eso va a ayudarte, Niña Extranjera.]
-Creo que lo hará.
Callista se inclinó en un rudo equivalente de la pleitesía gamorreana, aunque Kufbrug había vuelto a acariciar a los morrts, y se guardó el pergamino en el cinturón. Lo más interesante del documento era, por supuesto, el sello, pero lo segundo más importante era la firma de Guth. Por lo que Callista sabía, Guth, como la mayor parte de jabalíes, no sabía escribir.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La ocupación de Rhamalai (y IV)


Nadra suspiró de alivio cuando cruzaron la puerta. Estaban en marcha. Se volvió para sonreír a su madre, pero la sonrisa murió abruptamente.
-¡Denel! –gritó-. ¡Hay soldados de asalto corriendo hacia las puertas!
Justo entonces los dos guardias de la puerta abrieron fuego.
-¡Agachaos! –exclamó Denel mientras los disparos láser rojos pasaban de largo.
Varios disparos golpearon el compartimento del motor de su vehículo, y su velocidad disminuyó abruptamente.
Denel condujo el deslizador tras un grupo de grandes árboles a unos treinta metros de distancia de la puerta.
-Toma. Conduce tú. –Saltó fuera mientras empujaba a Nadra al asiento del conductor.
-¡Pero no sé cómo se hace!
-No discutas. Pisa el acelerador con el pie, controla la dirección con esto. –Le colocó las manos sobre el volante-. Llévate a tu madre y sal de aquí. Os cubriré. –Sacó dos rifles bláster de debajo del asiento del pasajero.
-¿Cómo ha llegado eso...?
-No hay tiempo para explicaciones. –Denel le puso un pequeño cilindro en la mano-. Esto es un comunicador. Llama al Refugiado, os recogerán. –Le mostró cómo encenderlo y la besó con fuerza-. ¡Ahora, vete!
-¡Pero, Denel!
-¡Vete! –gritó por encima del hombro mientras comenzaba a devolver el fuego, manteniendo a los soldados de asalto sin salir de la puerta.
Nadra se volvió, pisó el acelerador, y salió a toda velocidad.

***

-¡Están activando los cañones grandes! ¡No tenemos mucho tiempo! –gritó Artis Moonrunner a su marido desde el atiento del copiloto del Refugiado al escuchar la frecuencia de mando del general Yrros.
-Será mejor que contactes con Denel ahora, antes de que entremos en rango visual. –Lorn estaba concentrado en pilotar el yate modificado. El Refugiado nunca había sido puesto a prueba en batalla, y habían pasado años desde la última vez que él luchó.
Artis cambió de frecuencia.
-¿Denel? Hijo, ¿puedes oírme?

***

El deslizador terrestre avanzaba con dificultad a media velocidad cuando Nadra entró en la ciudad. Zigzagueó por un laberinto de calles y callejones, tratando de despistar a cualquier perseguidor. Aceleró hacia los límites de la ciudad antes de introducirse en un establo abandonado. Saltó fuera del vehículo y cerró la gran puerta tras ellas.
En ese momento, el pequeño dispositivo en su mano trinó. Nadra hizo girar sus dos mitades hasta que el sonido se detuvo.
-¿Hola? –dijo a uno de sus extremos-. ¿Hola? ¿Alguien puede oírme?
-¡Nadra! ¿Eres tú? ¿Dónde está Denel?
Nadra se sorprendió al escuchar a Artis Moonrunner.
-Denel está atrapado en un grupo de árboles, justo fuera de la puerta de la guarnición –exclamó al pequeño cilindro-. ¡Tenéis que rescatarle!
-¿Pero dónde estás tú, querida? Describe tu ubicación.
La preocupación de Artis la conmovió, pero en ese momento Nadra estaba más preocupada por salvar a Denel.
-Id primero a por Denel. Madre y yo estamos a salvo por ahora. –Apagó el comunicador para evitar más protestas.

***

-¡Nos ha cortado la comunicación! –jadeó Artis, incrédula-. ¡No puedo localizarla sin una señal!
Supongo que tendremos que recoger primero a Denel –respondió Lorn-. ¿Cuánto falta para que los turboláseres de la base estén listos para disparar? –El Refugiado voló a ras de los últimos árboles y se acercó a baja altura a la ciudad. Podía ver disparos bláster volando entre la puerta de la guarnición y un grupo de árboles cercano. Denel debía de seguir con vida.
Artis se presionó el auricular sobre la oreja, escuchando cómo el general Yrros gritaba sus órdenes.
-Otros dos minutos hasta que estén a plena potencia. –Escuchó un poco más-. ¡Nos han visto! ¡Van a lanzar los cazas!
-Espero que Cuatrobé pueda completar su misión –murmuró Lorn-. No aguantaremos mucho contra un escuadrón de cazas TIE.
Lanzó al Refugiado en picado sobre las puertas, haciendo que los soldados de asalto se arrojaran al suelo cuan largos eran.
-Voy a posarnos justo entre Denel y esa puerta –exclamó Lorn-. Prepárate para abrir la escotilla mientras los mantengo ocupados con el cañón láser. –Mientras el Refugiado giraba para aterrizar, Lorn abrió fuego con todo lo que tenía la nave. Ni siquiera trató de apuntar. Mantener en el suelo a esos soldados era todo lo que importaba. Si tan sólo pudiera contener su creciente número...

***

Cuando el general Yrros entró en la cubierta del hangar, advirtió que tres cazas TIE ya estaban siendo elevados a la cubierta de vuelo en la parte superior de la guarnición.
-Que esos ascensores se muevan más rápido –gritó al oficial de cubierta-. ¡Necesitamos esos cazas en el aire ya!
Los tres ascensores desaparecieron en el techo de la cubierta del hangar, donde los cazas se prepararían para el despegue. El general caminó con grandes zancadas al centro de control de vuelo.
-¿Están preparados los rayos tractores para la secuencia de lanzamiento? –gruñó al capitán que estaba allí sentado.
-Sí, señor –respondió el oficial-. Los pilotos están encendiendo las máquinas ahora. Listos para el despegue.
-Lancen cazas. –El general Yrros observó tres puntos aparecer en la pantalla cuando los cazas TIE despegaron. Los ascensores comenzaron a descender para otra carga. Caminó a la entrada de la estación de control-. ¡Dense prisa! –gritó a las tropas que manejaban los pequeños rayos tractores para conducir los cazas por los reíles del techo a los ascensores.
Justo entonces, algo chocó contra su pierna izquierda. Yrros miró hacia abajo.
-¿Qué está haciendo aquí esta unidad R2? –Se volvió a un soldado sentado cerca-. Cabo. Baje este droide a mantenimiento. Obviamente tiene un problema de funcionamiento.
-Sí, señor. –El cabo examinó al droide-. R2-4B, sígueme. –El pequeño droide no respondió. Chocó de nuevo contra el general.
-Tiene un perno de contención. Ve a buscar un controlador –le dijo el general Yrros. Observó cómo tres cazas más eran elevados a la cubierta de vuelo.
El cabo regresó rápidamente con el controlador en la mano. Apuntó con él al perno de restricción del droide y pulsó el interruptor de encendido. Pero, en lugar de desactivar el droide, una pequeña luz indicadora roja en el perno de restricción comenzó a parpadear rápidamente.
-¿Qué es esto? –El general se inclinó para examinarlo más de cerca-. Esto no es un perno de restricción estándar. Es... ¡es un detonador!

***

Denel vio cómo el Refugiado barría las puertas con fuego láser. Su escotilla se abrió antes de que la nave aterrizase del todo. Corrió al pie de la rampa y la subió corriendo, dejando atrás los rifles bláster.
En cuestión de segundos estaban en el aire y Denel se dirigió a la cabina.
-Justo a tiempo, papá –dijo, jadeando-. Un par de aeroexploradores estaban saliendo del hangar de vehículos.
-Los he visto –dijo su padre mientras volaban volviendo a la ciudad.
-Tenemos que localizar a Nadra –añadió Denel-. ¿Puedes comunicarte con ella?
-Lo intentaré. –Su madre volvió a ponerse los auriculares de comunicaciones.
En ese momento, tres cazas TIE aparecieron en su camino, sacudiendo la nave de lado a lado.
-¡Escudos arriba! –gritó Lorn-. ¡Denel, ocúpate del cañón láser!
Denel corrió a la torreta artillera trasera. Se ajustó sobre los oídos los auriculares del intercomunicador de la nave, y comenzó a seguir a uno de los cazas con la mira del arma.
-¡Allá va! –gritó. Cegadores disparos láser impactaron de lleno en el caza. La andanada hizo estallar el TIE en pedazos, pero al desvanecerse la explosión aparecieron más cazas.
-¡Tres más, papá! –gritó Denel.
En la cabina, una luz indicadora cobró vida en el panel de control.
-¡Cuatrobé ha sido activado! –gritó Lorn. Inclinó la nave hacia un lado e hizo un viraje cerrado de vuelta a la base-. Esta vez el tiempo va a ser muy justo. -Voló bajo sobre la parte superior de la guarnición, con los cazas TIE siguiéndole muy de cerca a su estela. Los turboláseres de la base estaban siguiendo la trayectoria del Refugiado, pero con los cazas tan cerca no podían arriesgarse a disparar. La nave pasó sobre la base ilesa.
De pronto, un géiser de llamas y humo negro estalló por los aires, desintegrando los niveles superiores de la base de la guarnición. Un caza TIE quedó atrapado en la explosión y desapareció.
Lorn luchó por mantener el control de la nave cuando lo alcanzó la onda de choque.
-¡Cuatrobé lo ha conseguido! –aulló Denel por el intercomunicador.
Lorn trató de quitarse de encima los cazas TIE restantes, pero podían maniobrar más rápido que el Refugiado. Se preguntó cuánto aguantarían las modificaciones de sus escudos.
Artis hacía lo que podía con el enlace de comunicaciones.
-¡Nadra! Adelante, Nadra. ¡Si puedes oírme, por favor, responde!

***

Desde la puerta del establo, Nadra apuntó el deslizador terrestre en dirección a la base imperial.
-Aparta, madre. Voy a dejarlo marchar. –Configuró los controles en lo que esperaba que fuera el piloto automático, pulsó el arranque y saltó. Las dos observaron cómo volaba en línea recta por varios segundos y luego chocaba contra un almacén abandonado, explotando en una gran bola de fuego-. Espero que eso convenza a los imperiales para no buscarnos –murmuró Nadra.
Al volver a encender el comunicador, Nadra escuchó los sonidos de una batalla por el pequeño altavoz. De pronto, una gran explosión sacudió el viejo establo de lado a lado, arrojando polvo sobre sus cabezas.
-¡Oh, no! –gimió Nadra.
La voz desesperada de Artis se escuchó cuando se apagaron los ecos de la explosión.
-Nadra, ¿puedes oírme?
La esperanza corrió por las venas de Nadra.
-Os oímos, Refugiado. De momento estamos a salvo.
De pronto, la voz de Denel irrumpió.
-Nadra, danos vuestra ubicación. ¡Trataremos de recogeros!
-Denel, tienes que olvidarte de nosotras –dijo ella con firmeza-. Es a ti y a tu familia a quien quiere el Imperio. –Los ojos de Nadra se llenaron de lágrimas-. Sólo vete. ¡Marchaos de aquí!
No hubo respuesta por unos segundos, pero Nadra pudo escuchar los cañones de la nave disparando a los cazas imperiales. El establo tembló y se sacudió cuando el Refugiado pasó volando justo por encima, con los cazas TIE pisándole los talones.
-Nadra, no voy a abandonaros. Danos un minuto para localizar tu señal. –Podía oír la desesperación en la voz de Denel.
-Estaremos bien. Sé de un lugar para escondernos –respondió ella-. Dejadnos y marchaos a un lugar seguro.
-¡Nadra, por favor!
-No discutas conmigo, Denel –insistió ella, apretando con fuerza el comunicador-. No hay tiempo. No voy a decirte dónde estamos. ¡Simplemente marchaos!
-Nadra. –La voz de Denel tembló de emoción-. Quédate con Cazador y cualquier otra cosa que necesites. Es todo tuyo.
-Cuida de ti y de tu familia. –Nadra se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas.
-Volveré, Nadra. Volveré cuando pueda...
Nadra apagó el comunicador y lo arrojó al sucio suelo. Con un rápido pisotón, lo aplastó con el talón.
Las dos mujeres se quedaron mirándose mutuamente unos instantes.
-Vamos, madre.

***

Denel se recostó contra el asiento del artillero en la torreta trasera. Todas sus frustraciones salieron hirviendo a la superficie. Soltó un feroz grito de batalla al atrapar otro caza TIE en su visor y dispararle. Consiguió arrancarle su panel solar de babor, haciendo que saliera girando sin control.
El Refugiado recibió un impacto directo.
-¡No podemos saltar a la velocidad luz a tiempo! –gritó Artis-. ¡Nos habrán derribado los escudos antes de que podamos marcharnos!
-Tengo un truco más en la manga –respondió a voces Lorn-. Toma el control de la nave. Necesito el sistema de comunicaciones para esto. –Artis tomó los controles mientras Lorn pulsaba interruptores frenéticamente-. Si tan sólo pudiera...
Otro impacto sacudió la nave.
-¡Los escudos están cayendo! –aulló Artis.
Lorn consiguió emitir otra señal. De pronto el sonido de los llameantes cañones láser cesó. Sólo podía escucharse el aullido de los motores.
-¡Papá! ¡Los cañones no disparan! –gritó Denel por el intercomunicador.
-No pasa nada, hijo –respondió Lorn-. Ellos tampoco pueden dispararnos a nosotros. –Volvió a tomar el control de la nave-. El ordenador de navegación tiene las coordenadas. Salgamos de aquí. ¿Listos para el hiperespacio? –Lorn empujó las palancas del hipermotor, y el Refugiado desapareció en un destello de luz.

***

Mientras se alejaban lentamente de Argona, Nadra vio cuatro oscuras manchas alzándose rápidamente en el cielo. Cuando eran casi demasiado pequeñas para poder verse, la mancha que iba en cabeza brilló y desapareció. Los cazas TIE derrotados regresaron hacia la base.
-Han escapado, madre –dijo con respiración agitada-. Puedo sentirlo. Han escapado.

***

-¿Cómo has hecho eso? –preguntó Denel al entrar en la cabina.
Su padre rió y se dio golpecitos en la frente.
-Un pequeño programa que estaba desarrollando hace unos años, usando señales de comunicaciones como sistema de guía remoto para cazas TIE.
Lorn hizo girar los hombros y se estiró para liberar la tensión.
-Me llevé el programa conmigo cuando abandoné el Imperio. Alguien fue lo bastante listo para borrar la subrutina de reconocimiento del núcleo de memoria a los controles de los cazas, pero nadie sabía que había programado una secuencia para desactivar los sistemas de armas. Bastante efectivo. –Lorn miró sonriendo a su familia.
-Lástima que no podamos usarlo de nuevo –dijo Denel-. No tardarán nada en descubrir lo que ha pasado.
-Cierto –convino Lorn-. Me sorprende que aún sigan usando los mismos códigos de control de disparo.
-Y como las armas del Refugiado son de estándares imperiales, también se desactivaron.
-Correcto otra vez, hijo. –Quedaron unos instantes en silencio.
-¿Papá?
-Sí, Denel.
-Volveremos, cuando podamos. ¿Verdad?
Lorn se volvió para mirarle.
-Haremos todo lo que podamos, hijo. Te lo prometo.

***

Charis Enasteri miró al exterior por la ventana de la cabaña, al cercado más allá del patio. Sonrió al ver a Nadra alimentando al gorset negro con puñados de hierba fresca. Tras su breve experiencia con los imperiales, Nadra había mostrado signos de fortaleza y sabiduría. Va a ser igual que su padre, después de todo, pensó Charis.
Pensó en ese hecho mientras observaba a su hija. De algún modo, Nadra sabía que esta cabaña abandonada, a sólo dos días de camino desde Argona, era un lugar en el que los imperiales nunca las buscarían.
Las últimas semanas habían sido muy tranquilas. Charis sentía que finalmente podía relajarse. Sus terroríficos sueños se habían detenido. Su salud había mejorado, aunque sabía que sólo era algo temporal. Eran felices allí y Charis sintió que regresaba la esperanza. Tal vez Nadra encontraría a su padre algún día.
-Neth –susurró al aire-, tu hija te necesita.

martes, 24 de septiembre de 2013

La ocupación de Rhamalai (III)


Su cronómetro de fabricación imperial mostraba las 7:45 cuando Nadra se aproximó a la puerta principal con Cuatrobé tras ella.
-Eh, tú –le gritó uno de los dos guardias-. ¿Qué estás haciendo con ese droide?
Unas gotas de sudor se formaron en su frente.
-Deben de estar atrasados en su calendario de mantenimiento de droides –dijo con confianza forzada-. Obviamente este ha desarrollado un fallo en su programación. Lo encontré vagando por la ciudad cuando venía hacia aquí. ¿Quiere que lo lleve a mantenimiento?
Nadra contuvo el aliento mientras el guardia examinaba el droide. Esperó que las marcas imperiales fueran auténticas.
-Hmm. Tiene un perno de contención estándar. No tengo ningún informe de un droide perdido, pero desde luego es uno de los nuestros. –Sonrió a Nadra-. A menos que hayas estado escondiendo aquí durante años un droide imperial –dijo riéndose. Escaneó perezosamente a Nadra con un detector de armas portátil.
Nadra sonrió con seriedad.
-Sólo indíquenme cómo llegar a mantenimiento –dijo cuando el guardia le indicó que cruzara la puerta.
-Pasillo A, nivel tres. –La despidió con un gesto de la mano. Conforme avanzaba, Nadra pudo escuchar cómo se quejaba a su compañero-. Si los sensores de seguridad estuvieran activados, no perderíamos droides descarriados de esta manera.
Conforme Nadra entraba en la base indico a Cuatrobé que la siguiera a su lado. Examinó el pasillo. Hasta ahora, todo despejado.
-Muy bien, hagámoslo –susurró. Desde la parte superior de la cabeza en forma de cúpula del droide surgió una pequeña tarjeta de datos. Nadra la ocultó en su manga-. Dame cinco minutos y luego ven a mi estación de trabajo. ¿Recuerdas las coordenadas?
El silbido de respuesta de Cuatrobé sonó molesto.
-De acuerdo, lo siento –se disculpó Nadra-. No estoy acostumbrada a trabajar con droides. Simplemente aparenta estar ocupado, no tardaré mucho. –Lo dejó en el pasillo.
Su supervisora estaba ocupada con otra aprendiz cuando llegó. Asegurándose de que nadie la estaba mirando, Nadra deslizó la tarjeta de datos en un puerto de su terminal. Tecleó un comando, luego retiró la tarjeta y volvió a ocultarla.
De pronto su pantalla mostró únicamente un galimatías sin sentido. El terminal pitaba y graznaba cada vez que pulsaba una tecla.
-¿Tienes un problema? –dijo la supervisora de cabello gris y rostro severo mientras se acercaba.
-Eh, sí, señora –respondió rápidamente Nadra-. Acabo de empezar. ¿Debo llamar a un droide de reparaciones?
La mujer pulsó unas cuantas teclas sin resultado.
-Sí. Y hazlo rápido. Tenemos muchos datos que procesar. El general Yrros quiere tener hoy en el sistema el último de estos registros del censo.
Nadra fingió llamar a mantenimiento, y luego se sentó a esperar. Dos minutos después, apareció Cuatrobé. Rodó hasta su terminal y extendió su acoplamiento de enlace al conector de la interfaz. Mientras Cuatrobé emitía chasquidos y zumbidos, Nadra se inclinó sobre la pantalla, ocultándola de la vista. Vio aparecer la ficha personal de Denel. En un parpadeo, Denel se convirtió en un técnico médico asignado a la enfermería.
Nadra volvió a introducir la tarjeta de datos en Cuatrobé mientras trabajaba. Echó un vistazo a su cronómetro.
-Es hora de que visite a mi madre –recordó a la supervisora.
-No tardes toda la mañana. Se te espera de vuelta a las 8:30. No se te ha dado ese cronómetro que llevas en la muñeca sólo para lucirlo, ¿sabes?
-Sí, señora.
-Lo juro, entrenaros a los rhamalianos para seguir un horario es imposible... –Su voz estridente se amortiguaba conforme se iba alejando.
Cuatrobé continuó trabajando. Nadra le dio una rápida palmadita al pasar.

***

Denel llegó a la unidad médica sólo minutos antes de las 8:00. La técnico médico de guardia estaba completando sus entradas de registro en la consola central antes del cambio de turno. Alzó la vista, con un gesto adusto en su rostro redondo, cuando Denel se acercó. Denel esperó que estuviera llevando correctamente el uniforme robado.
-Ah, técnico FR-231. Llegas con unos minutos de adelanto. La puntualidad ayuda a avanzar.
-Sí, señora –respondió Denel.
Tecleó para obtener la hoja de asignaciones en la pantalla.
-Tu primera tarea es llevar a la paciente 89B11 a la sala de terminación. ¿Sabes dónde es?
-Sí, señora. Paciente 89B11 a la sala de terminación. ¿La sala está preparada para su uso? –Denel esperó sonar convincente.
-Todo está listo. La paciente ha sido sedada. ¿Sabes el procedimiento?
-Sí, señora. Ya lo he hecho antes. –El corazón de Denel latía con fuerza. Si le hacía alguna pregunta más detallada...
-Muy bien –respondió-. Se le va a permitir a la hija de la paciente hacer una breve visita antes de la terminación. No le dejes prolongar la despedida. Eso sólo será más doloroso para ambas. –Volvió a sus entradas de registro mientras Denel respiró aliviado.
Al entrar en la habitación de Charis, vio que Nadra ya estaba allí. Hablaba en voz baja a su madre, explicándole lo que estaban a punto de hacer.
-¿Creéis que funcionará? –preguntó preocupada Charis-. No veo cómo podemos salir de aquí. Hay demasiados soldados de asalto.
-No podemos vencerles luchando, pero podemos ser más listos que ellos –respondió Denel-. Los imperiales no nos consideran una amenaza. Ahora mismo la seguridad está muy relajada. Limitémonos a seguir el plan y todo irá bien.
Miró a Nadra.
-Es la hora. Vamos. –Levantó a Charis y la colocó en una camilla repulsoelevadora-. Vamos, Nadra. Tú de un lado y yo del otro. –Sacaron lentamente la camilla por la puerta y la guiaron por el pasillo hasta el mostrador de guardia.
Cuando doblaron la esquina, Denel tragó saliva nerviosamente.
-Oh, no –susurró-. La técnica de guardia del turno de noche aún está ahí. Está informando al técnico del relevo. Espero que aún no haya mencionado la terminación de Charis. –Aminoraron la marcha al acercarse.
La técnico del turno de noche se fijó en ellos.
-Ah, sí –comenzó a decirle al joven del turno de día-. Esta es la paciente 89B11. Está programada su...
Un zumbido intermitente la interrumpió cuando una luz indicadora comenzó a parpadear en la consola de estado de la estación.
-Emergencia médica en la bahía de hangar cuatro –explicó la técnico del turno de noche-. Simplemente lee en los registros el resto del informe –dijo mientras se alejaba a toda prisa.
Nadra y Denel se miraron entre sí.
-¿Cuatrobé? –preguntó Nadra, vocalizando la palabra sin emitir sonidos. Denel se encogió de hombros.
El técnico del turno de día examinó cuidadosamente al pequeño grupo.
-¿Dónde os lleváis a esta mujer? –preguntó.
-Está programado que la paciente 89B11 reciba el alta hoy –respondió Denel con cautela-. Mis órdenes son llevar a estas dos personas al hangar de vehículos de superficie y escoltarlas a su casa en un deslizador terrestre.
El joven miró el rostro de Charis.
-No parece estar muy sana para irse a casa. Deja que lo confirme. –Pulsó unas cuantas teclas mientras Denel aguantaba el aliento-. Su ficha no aparece –murmuró, intentando otra vez el procedimiento.
-Vamos, Cuatrobé –susurró Nadra.
El técnico del mostrador gruñó.
-Ah, aquí está. –Examinó rápidamente la ficha de Charis-. Tiene permiso para recibir el alta, señora. Espero que se recupere rápidamente en su casa.
-Gracias –respondió Charis mientras Denel y Nadra comenzaron a avanzar por el pasillo de nuevo.
Cuando llegaron al hangar de vehículos, Denel se detuvo justo en la entrada.
-Casi perdemos la partida ahí atrás. Tenemos que convencerles de que estás casi bien. ¿Puedes levantarte y andar? –preguntó.
-Creo que sí –respondió Charis.
-Trata de parecer más fuerte –instó Denel-. ¿Puedes cruzar el hangar hasta los deslizadores?
-Está muy débil, Denel... –dijo Nadra.
-No, está bien, Nadra –respondió Charis-. Puedo hacerlo. Agárrame del brazo. –Nadra ayudó a su madre a ponerse en pie, mientras Denel guardaba la camilla en un armario de suministros.
Habían cruzado la mitad del amplio hangar de vehículos cuando los detuvieron.
-¿Dónde vais? –gruñó el sargento al mando al acercarse a ellos.
-Tengo órdenes para llevar a estas dos mujeres a su casa en un deslizador terrestre, señor –respondió Denel.
-Confirmado –dijo el hombre, tecleando la información en su tableta de datos-. El deslizador A23 está disponible. –El sargento señaló el extremo más lejano del hangar.
-Ah, pensé que podíamos tomar ese mismo –dijo Denel, señalando con la cabeza un deslizador a no más de cuatro metros delante de ellos-. Está mucho más cerca.
-Pueden usar el A23 –insistió el hombre.
-Pero este está disponible y está más cerca. –Denel comenzó a sentir pánico. Si sus planes cuidadosamente pensados fallaban ahora...
El supervisor se irguió sobre Denel.
-He dicho...
-Ohhh –gimió Charis al desmayarse en el suelo.
-¡Madre! ¡Madre! –Nadra se arrodilló junto a ella.
-¿Qué le pasa? –El sargento se alejó de Charis.
-¡Nada! –exclamó Denel-. Apenas acaba de recuperarse de una enfermedad y necesita ir a su casa a descansar. –Miró fijamente al hombre.
-De acuerdo. Tomad el deslizador más cercano –concedió el hombre, lanzándole a Denel una tarjeta llave-. Pero iros cuanto antes de mi zona. –Miró a Charis, apartándose de nuevo con una mueca.
Denel se dobló sobre Charis. Para su sorpresa, abrió los ojos y susurró alegremente:
-¿Qué tal mi actuación?
Todo lo que Denel pudo hacer fue contener una risa.
-Venga, vamos. –Cargó con Charis el resto del camino al deslizador terrestre y la colocó con cuidado en el asiento trasero. Se sentó en los controles con Nadra a su lado.

***

El general Yrros examinó su pantalla de datos en profundidad. Esperaba que comprobar los antecedentes de los ciudadanos rhamalianos revelaría algunos criminales buscados por el Imperio. Hasta ahora, su corazonada no había tenido éxito. Decidió intentar con la siguiente persona de la lista antes de rendirse. Pulsó unas cuantas teclas.
En su pantalla apareció un retrato de Lorn Moonrunner. Yrros leyó la historia del hombre. Nada fuera de lo ordinario. Pero algo le llamó la atención. El nombre le resultaba familiar. Ah, sí, eso. Ese nuevo recluta que había usado como ejemplo el otro día. Se apellidaba Moonrunner. Leyó la pantalla de nuevo. Sí, Denel Moonrunner es el hijo.
Yrros tecleó para obtener la ficha del recluta. La imagen de Denel apareció junto a la de su padre. Una vez más, el general fue golpeado por una sensación de familiaridad al mirar el rostro de Denel. Qué extraño, el hijo no se parece en nada al padre, pero se parece a alguien que he visto antes.
De pronto lo supo. Tecleó otro comando. El retrato de Denel desapareció y el de Lorn se amplió. Yrros pulsó algunas teclas más. En la pantalla, la barba de Lorn Moonrunner desapareció, su cabello se volvió varios tonos más oscuro y su rostro se estrechó considerablemente. Apareció un mensaje en la parte inferior de la pantalla.
-Coincidencia de identidad confirmada –leyó Yrros en voz alta-. Comandante Corvus Langlier –dijo con una risita de desdén-, te he estado buscando durante mucho tiempo.
Se quedó pensando un instante, y luego pulsó un interruptor de su intercomunicador.
-Comandante Vedder.
-Sí, señor –dijo la voz por el altavoz.
-Localice al recluta FR-231. Quiero que lo traigan a mi oficina de inmediato.
-Sí, señor –fue la respuesta-. Estoy obteniendo la ubicación ahora mismo, señor. –El comandante quedó en silencio por un instante-. Eh... ¿General Yrros?
-¿Algún problema, comandante?
-El recluta FR-231 está en su puesto asignado, señor.
-¿En su puesto asignado? –preguntó Yrros-. Comandante, a los nuevos reclutas no se les asignan puestos de servicio.
-Sí, señor, pero el listado muestra que está de servicio como técnico médico. Transportando a una paciente recién dada de alta...
-¡Qué! –El general se puso en pie de un salto, haciendo que su silla cayera al suelo tras él-. ¡Comandante, localice a ese hombre inmediatamente! No le deje salir de la base. ¡Repito, no le deje escapar!