jueves, 31 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (IV)


El agua mineral r’alla borboteaba mientras Kels la vertía en el vaso del veubg. Lo llenó demasiado, y el sobrante cayó sobre el mantel blanco, formando una creciente mancha oscura. El veubg pareció no darse cuenta. Kels regresó al círculo de carros, con su pesada jarra de cerámica húmeda por temblorosas gotas de condensación.
Las cosas se habían tranquilizado un poco desde que había comenzado la cena. La mayoría de los invitados estaban colocados alrededor de la pesada mesa de madera, y el sustancioso estofado de mugruebe comenzaba a compensar los efectos de la embriaguez. Ritinki y Vop habían hecho su aparición, desde lados opuestos del patio, inmediatamente después de que el resto se hubo sentado. Ocuparon los tronos vacíos en la cabecera de la mesa, con sus guardaespaldas personales de pie a su lado, y lanzándose mutuamente miradas suspicaces.
Kels abrió la espita y sostuvo la jarra debajo para atrapar el frío torrente del burbujeante licor mineral. El grifo era más lento de lo que le hubiera gustado, y echó una mirada a la mesa. Vop, meneando su hocico verde, estaba hablando fervientemente a su rival, que no mostraba ningún interés. Ritinki aparentaba estar ocupado en cepillarse pelusas sueltas de su corbata amarilla. El bimm era de estatura tan reducida que sus pies colgaban bastante lejos del suelo. Ninguno de los dos había tocado su comida.
También había advertido que no había ni rastro del contable ciborg. El hombre era el agente duplicado de Ritinki, pero de cara a mantener su tapadera, ya debería haber aparecido en el entorno de Vop.
Kels comprobó el nivel del agua en su recipiente –aún no estaba lleno del todo- cuando otro camarero se colocó tras ella. Volvió la cabeza. Era uno de los humanoides de piel dorada con los que se habían topado en la lanzadera: hombros encorvados, ligeramente panzudo, rodillas débiles y ojos abatidos que no se atrevían a mirarla a la cara. Él y su gemelo habían estado realizando obsequiosas y serviles reverencias desde que llegaron los primeros invitados. Su compañero, el bigotudo pequeñajo y egocéntrico con el que se había enfrentado antes, estaba revoloteando de un asiento al siguiente como una descerebrada polilla lunar bailando sobre una vara luminosa. Claramente se encontraba en su elemento.
La fresca y burbujeante agua finalmente llegó al borde. Cerró el grifo con su mano abierta, y se volvió hacia la mesa.
-Todo tuyo, chico dorado.
El alienígena inclinó la cabeza y miró fijamente al suelo.
-‘Chas gracias, ‘chas gracias –susurró en un suspiro contenido. La boja de Kels dibujó una mueca de desdén. Odiaba mezclarse con snobs y sumisos. Cuanto antes terminasen con esa farsa, mejor.
Sobre su cabeza, la cúpula ofrecía una espectacular vista de las constelaciones locales, incontables estrellas orbitadas por mundos cuyos habitantes seguramente lo estaban pasando mejor que ella. Kels se sujetó el cuello, tratando en vano de reprimir un persistente picor causado por el rígido cuello de su uniforme, y continuó llenando los vasos de agua donde lo había dejado. La monotonía le estaba matando. Más valía que sucediera algo pronto.

***

El resplandor actínico de la punta del cortador de fusión brilló con más fuerza cuando el metal comenzó a sobrecalentarse y vaporizarse. Dawson levantó su zarpa izquierda y tocó el costado de su aumentador ocular, oscureciendo simultáneamente ambas lentes e incrementando el aumento en un doscientos por cien.
La herramienta de corte trazó una ardiente línea blanca en el costado del mamparo. Dawson hizo una pausa, y luego continuó la incisión a partir de ahí en un ángulo perpendicular. El sudor brillaba en su nariz negra. Con mano firme, continuó en otros dos giros de noventa grados, apagando el cortador de fusión cuando regresó al punto de partida.
Ya está, pensó. Ha costado más de lo que esperábamos, pero lo hemos logrado. Fijó un asa magnética en el centro del cuadrado, que brillaba con un  color rojo mate conforme el metal cortado se iba enfriando. Justo aquí, pensó mientras posaba su zarpa en el asa y la agarraba con fuerza, justo detrás de este mamparo está la cámara donde guardan la caja fuerte. Con un tirón y un gruñido, el cuadrado de metal se desgajó de la pared. Detrás había más monótona aleación gris; el exterior de la cámara. Dawson rebuscó en el interior de su zurrón.
Miró a su compañera. Sonax estaba inmóvil pegada a un extremo del pasadizo, con los brazos cruzados y el cuerpo doblado en un ángulo tan pronunciado que su cabeza casi tocaba el suelo. Él conocía el estado de trance que significaba que estaba profundamente sumida en un ciber-enlace, buscando cualquier posible alarma silenciosa que pudieran haber activado sin darse cuenta, pero igualmente tuvo que reprimir un escalofrío involuntario. Parecía estar muerta.
La masilla marrón tenía un tacto húmedo y blando en la palma de su mano. Desgajó cuatro pequeños pedazos, los amasó formando bolas, y las presionó sólidamente contra la cámara en las cuatro esquinas marcadas por el agujero cuadrangular. En cada bolita, insertaría una diminuta cantidad de nergon-14.
Y entonces, pensó con placer, veremos de qué está hecha realmente esta cámara.

***

Problemas. Eso es lo que Noone pensaba que significaba la continuada ausencia del contable. Esperaba que el hombre hubiera aparecido como parte del cortejo de Vop, y se excusase al final de la cena para recoger la caja por la que Vop había pagado previamente. Al menos eso era lo que Guttu les había dicho que esperasen. Noone ya tenía que haber aprendido que nada va nunca de acuerdo al plan.
Noone volvió a examinar las caras alienígenas sentadas alrededor de la mesa. Nada. Apretó los dientes. Tal vez Vop había descubierto que su consejero de confianza era ahora un traicionero doble, y había hecho ejecutar al hombre. A Noone no le importaba ni mucho ni poco el destino del contable, pero tal acción significaría que era probable que Vop hubiera hecho otros arreglos para asegurarse su premio. Puede que la caja se hubiera movido a otra cámara, o transferida a un almacén más protegido para recogerla en otra ocasión.
A Guttu no le gustaba el fracaso. Noone se imaginó varios escenarios muy reales en los que era arrastrado a las profundas entrañas de Nar Shaddaa y arrojado a un pozo de vrblthers hambrientos. En todos ellos, su sufrimiento no duraba más de diez segundos... lo que resultaba el único punto positivo que las visiones de su futuro le ofrecían en ese momento.
Se sacudió ese pensamiento de la mente. No tenía sentido ponerse pesimista. Había decenas de razones probables para que el contable no apareciera, y ninguna de ellas tenía nada que ver con un intento de robo frustrado. Sin embargo, estaba comenzando a preocuparse por la seguridad de su equipo.
En teoría, Noone podía contactar con Sonax y Dawson cuando quisiera. Enganchado en el interior de su cuello almidonado, justo detrás de la estilizada doble Esk del logo de Estimables Epicúreos, tenía un comunicador de estilo militar. El artilugio había sido obtenido de una mochila de campo de la Alianza Rebelde que Dawson había conseguido en el mercado negro, y supuestamente podía atravesar cualquier campo de interferencia. Estaba configurado para transmitir directamente a la banda craneal de Sonax, y ella podía responder en la misma frecuencia. Antes de empezar, habían acordado no usarlo salvo que fuera absolutamente necesario; no había forma de saber si la señal sería detectada por los sensores internos de la Canción.
Kels llegó a su lado, sosteniendo en cada mano una decorada bandeja de pechuga de crupa a la parrilla.
-A la izquierda –susurró ella-. Veinte metros.
Él giró la cabeza en la dirección indicada. Allí, saliendo de la protección de la línea de árboles que rodeaba las decorativas terrazas del jardín, estaba el contable.
Era un humano poco llamativo, de mediana edad, de estatura y peso medios. Los extremos plateados de su interfaz cibernética eran claramente visibles a ambos lados de su cabeza calva. Noone lanzó una mirada escrutadora, pero no pudo ver ninguna señal de que la imagen fuese un holo-disfraz proyectado. Eso no significaba nada, por supuesto; sólo los trabajos chapuceros más baratos dejaban una delatora zona borrosa, y obviamente Ritinki tenía créditos a espuertas. Sus instintos le decían que probablemente fuera una carísima alteración quirúrgica. Al no haber conocido nunca al contable original, tenía que suponer que aquello era una copia perfecta.
El hombre avanzó con confianza, deteniéndose junto a la silla de Vop y permaneciendo en posición de firmes, con ambas manos unidas a la espalda. El rodiano giró su hocico para mirar a su empleado con sus ojos bulbosos e inexpresivos. Sus antenas se inclinaron en una suerte de saludo despreocupado, y luego se volvió de nuevo hacia Ritinki y continuó su insulsa conversación. Noone no era un experto en el lenguaje corporal rodiano, pero a menos que Vop fuera un actor excepcionalmente bueno, había sido engañado totalmente por el duplicado.
Algunos de los invitados más glotones se reclinaron en sus asientos, empujando hacia delante platos llenos de montones de huesos de crupa mondos y lirondos. Otros camareros avanzaron para retirarlos. Noone calculaba que el contable se marcharía pronto. Esperaba que Dawson y Sonax estuvieran trabajando rápido.

***

-Tres... dos... uno...
Sonax entrecerró los ojos.
El sonido fue como el de un disparo bláster amortiguado. Hizo menos ruido del que Sonax había esperado, pero había bastante más humo. Dawson se introdujo en la acre neblina y desapareció por la esquina. Sonax comenzó a seguirle.
Las cargas de nergon habían abierto un agujero dentado en el costado de la cámara. Rezaba por que el tynnan no hubiera cometido un doloroso error de cálculo y hubiera destruido también el contenido de la cámara.
Sólo los cuartos traseros de Dawson eran visibles en el pasillo. Había introducido el torso en el hueco ennegrecido y agitaba enloquecidamente los brazos, mientras se inclinaba y se retorcía. Sonax tosió incómoda y esperó.
Después de un largo y angustioso instante, Dawson extrajo lentamente la cabeza. Se hundió en el suelo del pasadizo, parpadeando y mirándola con aire estúpido.
-Está vacía.

***

Noone estaba a punto de reunirse con los recogedores de platos cuando vio que la cabeza del contable giraba ligeramente. Noone siguió su mirada: el hombre estaba mirando directamente a Ritinki. El bimm alzó la cabeza, y sus miradas se cruzaron por un instante. El humano hizo una casi imperceptible inclinación de cabeza, y Ritinki respondió con una disimulada oscilación de la suya. La conversación clandestina duró una fracción de segundo.
La sangre de Noone se heló en sus venas. Se enorgullecía de su habilidad de leer gestos sutiles, tics nerviosos y señales ocultas. Era una señal que había demostrado ser de incalculable valor en innumerables partidas de sabacc con grandes apuestas. Y se apostaría el Borgove a que esa pequeña conversación había significado sólo una cosa: Misión Cumplida.
Presionó dos dedos contra el cuello de su uniforme, activando el comunicador oculto.
-Sonax –murmuró a media voz.
Kels vio el movimiento, y se acercó.
-¿Qué estás haciendo? –susurró.
-Hemos llegado demasiado tarde –respondió-. El contable ya no va a abandonar la cena después de todo: ya ha estado allí y ha vuelto. En estos momentos, esa caja fuerte estará almacenada a salvo a bordo de la nave personal de Ritinki. –Frunció el ceño con fuerza-. Se acabó. –Bajando la cabeza, volvió a murmurar al comunicador-. ¿Sonax?
Su respuesta fue un abrupto estallido de crepitante estática. Tras un instante de un murmullo sin sentido, la señal se ajustó a la frecuencia correcta.
-...oon... al hab... ...onax. Adelante.
-Retirada. La caja no está ahí.
-Lo sabemos. Estamos ahora en la cámara.
-Volved al carrito –ordenó-. La caja está ahora fuera de nuestro alcance. Guttu tendrá que aceptar eso.
Hubo una pausa.
-Noone, Dawssson dice que la caja probablemente esssté en la nave del bimm. Sssi esss asssí, yo tengo losss regissstrosss de llegada de la nave rebaño y sssé dónde essstá atracada...
-¡No, maldita sea! No podéis abordarla. No tenemos un plan, y no tenemos tiempo. Volved a...
-Pero Guttu...
-¡Al diablo Guttu! No voy a arriesgaros a vosotros dos en una persecución suicida de una caja. Ahora volved antes de que...
El grito de una respuesta airada le interrumpió. Disgustado, apagó el comunicador.
-¿Crees que se retirarán? –preguntó Kels.
El la miró fijamente.
-Por supuesto que lo harán. Incluso yo pienso que Dawson y Sonax son un poco extraños a veces. Pero ninguno de ellos es estúpido.

miércoles, 30 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (III)


Dawson y Sonax permanecieron completamente inmóviles en la cámara de procesado de residuos mientras el grupo de ithorianos pasaba por el pasillo colindante. Dawson esperó hasta que los sonidos de la burbujeante conversación se hubieran desvanecido, contó cinco latidos más de su corazón, y abrió la puerta empujándola con la palma de su mano. Saliendo de nuevo al pasillo, consultó su tableta de datos por décima vez desde que los dos habían comenzado juntos su incursión.
Sonax se deslizó a su lado.
-¡Dame essso! –solicitó, tratando de agarrar la tableta.
-Ni hablar –replicó el tynnan, sosteniendo el dispositivo fuera del alcance de sus manos-. Harías que nos perdiéramos.
-¡Ya essstamosss perdidosss! –siseó Sonax, mientras avanzaban por el pasillo-. Tenemosss que essstar de vuelta en el carro de comida, con el contenido de la caja fuerte, antesss de que termine la cena. Sssi me lo dasss, puedo dessscargar todo el mapa en mi banda de interfaz.
-¿Y dejarte a ti al mando? Sonax, te ha atrapado alguna singularidad matemática, y... –Dawson se detuvo en seco, pasando la mirada de la tableta de datos a las puertas blindadas que se alzaban ante ellos y de nuevo a la tableta, antes de mirar finalmente a Sonax-. Y ya hemos llegado.
La bodega de carga de la Canción de las Nubes comprendía casi una cuarta parte de la sección de popa, extendiéndose justo debajo del motivador de hipermotor y una cubierta por encima de los conjuntos de motores subluz. De acuerdo con la información de Guttu, la caja fuerte estaba almacenada al otro lado de esas puertas blindadas reforzadas, en una cámara sellada rodeada por un conjunto de alarmas de seguridad y una falange de guardias armados. La aproximación directa jamás funcionaría.
La pareja retrocedió hacia la última esquina que habían girado, para que no les pillasen desprevenidos en caso de que las puertas blindadas se abrieran de repente. Dawson señaló el techo.
-Túneles de acceso, ¿verdad?
Sonax negó meneando la cresta de su cabeza, con la pálida luz reflejándose en su banda de interfaz.
-Ssseguro que losss túnelesss essstán monitorizadosss –dijo-. Puedo anular lasss alarmasss accediendo al ordenador principal de la Canción, pero cualquier ithoriano alerta detectaría losss bloqueosss. Y essstoy sssegura de que habrá alguno.
Dawson parecía preocupado.
-¿Entonces qué...?
-Entoncesss nosss assseguramosss de que no permanezcan alerta. Dame mi caja.
El tynnan rebuscó en su zurrón y extrajo una caja gris rectangular del tamaño aproximado de un vaso de agua. Se la pasó a Sonax.
-Sssúbeme. Rápido.
Con una mueca, Dawson se arrodilló en el suelo mientras Sonax reptaba sobre su espalda y hombros. Con un gemido, se puso en pie, tambaleante. Sonax enrolló fuertemente su cola alrededor del pecho del tynnan para sujetarse.
Sonax abrió el panel del techo y lo apartó de su camino.
-¡Essstate quieto! –susurró hacia abajo, a su apoyo, e introdujo la cabeza en el interior del hueco del techo.
El oscuro pasaje de acceso avanzaba recto unos diez metros, y luego se separaba en tres ramas distintas. Perfecto. Apoyando los codos en el borde para contrarrestar los beodos tambaleos de Dawson, la sinuosa alienígena abrió la tapa de la pequeña caja gris. Un centenar de furiosos myrmins rojos bullían en su interior, chasqueando las pinzas de sus mandíbulas, ansiosos por poder cortar en pedazos algún enemigo. Sonax volcó la caja, enviando a las tinieblas al furioso ejército insectoide. Rápidamente, sacó la cabeza del conducto y volvió a colocar el panel sobre su cabeza.
Dawson suspiró aliviado cuando Sonax bajó de nuevo al suelo deslizándose desde sus hombros.
-Essso activará cualquier alarma que tengan ahí arriba –dijo ella al jadeante tynnan-. Mientrasss tanto, tomaremosss el camino de abajo.
Ya estaba retirando el panel en el suelo de la cubierta.

***

-Loolalekkipaa soookii-pa esoopili? –El khil lanzó una mirada furiosa a Noone, silbando entre sus hullepi y clavando su índice en la bandeja metálica-. Hooodoffi dip-dip?
Noone le devolvió la mirada con aprensión. Podía hablar con fluidez cinco idiomas, y podía salir del paso en una docena más, pero no podía descifrar ni una sola palabra del estridente argot gorjeado por ese alienígena con tentáculos en la cara. Tal vez había perdido práctica. O tal vez el khil estuviera borracho.
Tratando de adivinar las intenciones de su cliente por su entonación y su lenguaje corporal, Noone alzó su bandeja y la giró un cuarto de vuelta.
-Si no le apetece la anguila fleek, señor, también tengo canapés de pez de hielo escalfado, espolvoreados con...
-Goohilli! –El khil dio un puñetazo en la bandeja, enviando al suelo varias gambas de tierra con rebozado de mantequilla. Juntó sus dos manos con garras en un elaborado y probablemente grosero gesto, y se perdió entre la bulliciosa multitud. Noone respiró aliviado mientras se agachaba a recoger los aperitivos caídos.
Hasta ese momento, las cosas parecían marchar bien. Antes de su llegada al invernadero abovedado en el corazón de la nave rebaño, todos los empleados del catering habían sido concienzudamente escaneados en busca de armas o explosivos, y todas las delicias gastronómicas habían sido probadas por un par de catadores de aspecto infeliz. Aparentemente, la fiesta estaba transcurriendo según el horario previsto, y su capataz les ladraba órdenes mientras descubrían los aperitivos, encendían los candiles, removían la sopa, y descorchaban el brandy corelliano. Los ricos aromas se mezclaban con los dulces efluvios de las hojas de vesuvague y las flores donar.
La mesa principal del comedor, una gigantesca plancha de madera con asientos para un centenar, se encontraba directamente bajo el centro de la cúpula transparente. En la cabecera de la mesa había dos sillas talladas, tan grandes que sería más acertado denominarlas tronos. Juntas, aguardaban a los invitados de honor. Ninguno de los asientos era mayor que el otro, ni tenía detalles más intrincados, ni estaba más cerca de la mesa; aparentemente, las apariencias eran clave para esta negociación. A la izquierda de la mesa, se había despejado una gran zona para que los invitados se mezclaran y se relacionaran. En la periferia, justo frente a la línea de árboles cubiertos de musgo y a los serpenteantes caminos del jardín, Noone y el resto habían preparado un semicírculo irregular de carros de catering.
Los invitados habían llegado en masa hacía poco tiempo. Los entornos de Ritinki el bimm y Vop el rodiano incluían cada uno a decenas de subordinados, seguidores y lamebotas, y todos ellos parecieron deleitarse con la bienvenida visión de una barra libre. La atmósfera fue volviéndose cada vez más ruidosa y escandalosa, conforme un mar de tambaleantes seres, bajo los efectos de varios intoxicantes, luchaba por hacerse oír sobre el resto. Por el momento, ninguno de los jefes criminales había hecho su aparición.
Noone captó el destello de una chaqueta de color blanco brillante entre la masa de cuerpos. Abriéndose paso entre dos twi’leks elegantemente vestidos enzarzados en un acalorado debate sobre puntuaciones de bola-choque, Kels se acercó a su lado.
-¿Cómo va la guerra? –le gritó él al oído.
Kels sonrió ligeramente, alzó el puño derecho a la altura de su hombro, y entreabrió los dedos, mostrándole la característica silueta de una nota de crédito certificada de Sif-Uwana. La mano se hundió en su chaqueta y reapareció un instante después, vacía.
-¿Has robado eso? ¿A los twi’leks? –Sin volver la cabeza, echó un vistazo a los dos alienígenas, temiéndose lo peor. Aún seguían intercambiando belicosos insultos, gesticulando salvajemente con sus colas craneales. Y claramente ajenos a su entorno inmediato. La presión de su pecho desapareció, pero fue reemplazada por rabia. Blandió un dedo ante el rostro de la chica, a modo de advertencia-. No vuelvas a hacer eso. O quedas fuera del equipo. –Se inclinó acercándose a ella-. No podemos volver con el carro si nos pegan un tiro a ambos. ¿Entendido?
En ese punto del golpe, todo recaía en Sonax y Dawson. Todo lo que él y Kels podían hacer era interpretar sus papeles asignados durante la cena, limpiar los restos de los platos, recuperar el carro del pudin del nicho lateral donde lo habían dejado, y cargarlo de nuevo en la lanzadera de regreso. Con algo de suerte, sería igual de pesado que cuando lo habían descargado, con el peso de dos polizones y los diez kilogramos adicionales de una caja fuerte metálica. Echó un vistazo a los juerguistas. Con suerte, a ninguno de ellos le apetecería especialmente un plato frío de pudin de gumbah.
Noone echó un vistazo casual a la sala, girando la cabeza, y el pequeño dispositivo le rozó la piel de la nuca. Estaban pasando mucho tiempo hablando juntos.
-Será mejor que nos separemos –dijo-. Sólo recuerda lo que he dicho acerca de los pequeños robos. Ahora somos simples camareros honrados, nada más. –Se obligó a poner una expresión de dureza en su cara-. ¿De cuánto es la nota de crédito, de todas formas?
Kels abrió los ojos de par en par conforme se adentraba en la multitud. Alzó una mano, con los dedos extendidos, como si estuviera saludando a un colega del trabajo. Entonces Noone no pudo evitar que la sonrisa alcanzase su boca y se ensanchase de oreja a oreja. ¡Cinco mil! Enséñale un poco de disciplina, y nos convertirá en los ladrones con más éxito del sector.

***

El palpitante zumbido del campo de seguridad era bastante reconocible, ahora que sabían lo que tenían que escuchar. Pero el campo era imperceptible en todas las longitudes de onda visuales, y Dawson, gateando a cuatro patas, había chocado de cabeza en él. Ahora estaba sentado, gruñendo y frotándose el punto donde se le había chamuscado el pelaje.
Sonax acercó más su cabeza, casi tocando la barrera de fuerza pero sin llegar a hacerlo. Golpeó tentativamente contra ella la punta de su luma portátil. Crepitó y chisporroteó con tensa energía. No iban a poder pasar por ahí a la fuerza.
Cerrando ambos ojos y respirando profundamente, Sonax accedió a su banda cibernética. La acción fue automática, casi inconsciente, pero como siempre sintió un bienvenido brote de calidez y placer. Este mundo interior era seguro y confortable, y sus caminos de silicio tan familiares como los abarrotados confines de la Esfera Habitacional D de Sluis Van, donde había vivido de niña con su padre y sus hermanas.
En el ojo de su mente, apareció ante ella una matriz de opciones, con túneles ramificados que se extendían tras ella como brillantes líneas verdes y rojas. Seleccionó el pasadizo número doscientos treinta y dos del decimocuarto nivel. Su consciencia entró disparada en el tubo, siguiéndolo por mareantes caídas y giros hasta su punto final, donde un conjunto de rejillas de finos cuadrados que giraban lentamente en direcciones opuestas bloqueaba cualquier acceso. Sonax empujó la primera rejilla en posición, luego la segunda, luego la tercera. Se deslizó por uno de los miles de pequeños agujeros, surgiendo en un anfiteatro zumbante cuyas líneas se extendían hasta el infinito. Números de paquete y cadenas de código pasaban zumbando como borrones de luz, en un clamoroso y caótico torbellino de sonidos y sensaciones. Había entrado en el ordenador principal de la Canción de las Nubes.
Momentos después de que ella y Dawson hubieran comenzado a reptar por el túnel de mantenimiento inferior, habían llegado a un terminal de datos miniaturizado, tal y como esperaba. Era un dispositivo sencillo, preparado sólo para comprobaciones de diagnóstico, pero tenía un acceso directo al ordenador principal; solamente a un único directorio, con el único objetivo de obtener registros de reparaciones. Usando un cable de enlace, con un extremo conectado al puerto de datos y otro a su banda craneal, Sonax había pirateado el directorio y accedido al disco principal. Desactivó cualquier alarma de intrusión latente en el pasadizo de mantenimiento B43, luego localizó el código de señal remota y lo copió.
El código de señal remota de la Canción permitía que las tabletas de datos y otros equipos portátiles permanecieran enlazados al ordenador principal sin estar físicamente conectados por cables, clavijas o tomas de datos. Esta comodidad era una característica estándar en la mayoría de grandes naves estelares. Después de desenganchar el cable, lo enrolló y se lo devolvió a Dawson. Duplicando la señal, Sonax podía conectarse a los sistemas de la nave en cualquier momento, siempre que permaneciese a bordo. Tal y como estaba haciendo ahora.
La cacofonía del ordenador principal de la Canción habría sobrepasado a una mente puramente orgánica incapaz de percibir su estructura subyacente. Para un ciborg como Sonax, era hermosa, una obra de arte de arquitectura intrincada que dejaba sin aliento. Colocándose tras un palpitante flujo de datos, siguió su estela entre dos filtros antivirus y un bloqueo de contraseña, salió junto a un inmenso baluarte que representaba las Operaciones de Seguridad.
El muro virtual estaba cubierto con las protuberancias rectangulares de los subdirectorios; se dirigió a la ranura en la intersección de la columna Mern-Krill y la fila 3135: Contramedidas de Seguridad. Con un suave empujón por su parte, comenzaron a volar números a velocidad cegadora, pero sabía lo que necesitaba, y lo reconocería cuando lo... ¡ahí! El comando de control para el campo de contención 776, pasadizo B43.
Un débil enlace azul surgió del comando de control, dirigiéndose hacia otro camino de silicio. Si se cortase la potencia, la barrera de energía caería, pero una señal reflejada por ese enlace activaría una señal de alerta en la estación de algún técnico ithoriano. Puede que estuvieran demasiado distraídos con la infestación de myrmins como para darse cuenta, pero más valía prevenir que lamentar.
Sonax empujó ligeramente el delicado enlace, no lo bastante para romperlo (lo que causaría que un amenazante programa de autodiagnóstico apareciera en ese sector), pero suficiente para insertar un parche con un buffer temporal. Volviendo al indefinido borrón negro que representaba el comando del campo de seguridad, colocó los números en una alineación nueva, sin potencia. Cuando el borroso código comenzó a ralentizarse y enfriarse, Sonax comenzó a deshacer sus pasos hacia las estables matrices de su propia red neural.
Abrió los ojos. Dawson todavía estaba frotándose la coronilla. Toda la operación había tardado menos de un segundo de tiempo real.
A su lado, la barrera de energía siseó, chisporroteó con un millar de parpadeantes puntos de luz, dio un alarmantemente brillante destello, y desapareció. Sonax volvió a tantearla con su luma. Esta vez, su brazo pasó sin problemas por la unión y al pasillo más allá.
Dawson asintió con admiración.
-Excelente, Sonax, excelente. Muy buen trabajo.
Sonax ya estaba avanzando, serpenteando hacia delante con su poderosa cola. Encontraba mucho más fácil moverse por el estrecho pasaje que su compañero tynnan de dos patas.
-Rápido –dijo-. No tenemos mucho tiempo.

martes, 29 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (II)


-¡Noone! ¡Inepto e inútil saco de gusanos de grava! –La voz de Guttu resonó en los estrechos confines de su cámara de audiencias.
Gracias a los Hados, está de buen humor, pensó Noone. Abrió los brazos en un exuberante gesto y se acercó al hutt recostado.
-¡Excelentísimo Guttu! –respondió en huttés-. Benefactor benevolente y patriarca pater...
-No te acerques más. –Guttu le detuvo con un gesto ondulante de su hinchada mano. Grande incluso para ser un hutt, cada año que pasaba Guttu parecía menos una criatura racional y más un pegote pastoso de masa sin cocer. A menudo alardeaba de no haberse movido por sí mismo en 150 años.
En ese momento, el hutt estaba chupando el muslo asado de algún desafortunado animal de rebaño. La pieza de un metro de largo brillaba húmeda bajo la tenue iluminación al asomar de su boca cavernosa. Noone echó un vistazo a su alrededor en la cámara de audiencias. El olor rancio seguía siendo el mismo, al igual que los ostentosos tapices y las alfombras apiladas absurdamente. El ave zancuda moteada, que agitaba sus alas y cubría las alfombras con plumas raídas, era un extraño añadido. Inclinando su pequeña cabeza, la criatura examinaba el suelo en busca de migajas o bichos.
Guttu se inclinó hacia delante, mirando intensamente a la inesperada acompañante de Noone.
-¿Quién es tu sombra? –retumbó. Su aero-silla gimió mientras sus repulsores compensaban el cambio en la distribución del peso.
Noone asintió.
-Mis disculpas. Kels, el Gran Guttu. Kels es la última adición a nuestra alegre tropa. Ahora mismo no es más que una aprendiz, pero creo que estaréis de acuerdo en que sus talentos nos hacen más formidables que nunca. Es la mente maestra que urdió el robo de cristales de facetas de fuego en Druckenwell, echó el guante a las cuatro coronas de...
-Os estaréis preguntando por qué os he convocado. –Guttu claramente no estaba interesado en el historial de Kels, que Noone suponía que era ficticio en su mayoría. El ladrón mostró su cara más atenta.
-Hace dos días un humano fue asesinado. Era el contable de un prestamista rodiano llamado Vop el Usurero... un empleado menor de un criminal inferior. No me importa nada ninguno de ellos. –Guttu se aclaró la garganta, con un gorgoteo grave y húmedo-. Pero el crimen fue orquestado por mi repelente rival, Ritinki el bimm.
-¿El bimm? –dijo Kels con incredulidad, aparentemente ajena al apremiante gesto de cállate de Noone-. ¿Estáis diciendo que uno de esos pequeños pacifistas es un jefe criminal?
El estallido de risa de Guttu sonó como un trueno.
-¡Ah, humanos! –rugió-. Tan pestilentemente comunes, y tan culturalmente ignorantes. Hay excepciones para cada regla, querida. Fíjate en mí, por ejemplo –continuó, pronunciando cuidadosamente cada palabra como si estuviera hablando con un niño rebelde-. Los hutts tienen una injusta reputación de hedonistas crueles y egoístas, y glotones inmoderados. Y sin embargo, sólo necesitas echarme un vistazo para darte cuenta de que eso no es cierto. –A continuación, como si lo tuviera escrito en un guion, soltó un sísmico eructo.
-Eh... sí, claro –dijo Kels con vacilación.
Guttu le sonrió radiantemente, y luego volvió su mirada de nuevo hacia Noone.
-Ritinki y Vop planean realizar un amistoso “encuentro de mentes” a bordo de la nave rebaño ithoriana Canción de las Nubes pasado mañana por la noche. He descubierto que Vop planea usar la reunión como oportunidad para obtener en secreto una caja fuerte sellada de los ithorianos. El dinero ya ha cambiado de manos. El contable iba a escabullirse después de la cena y recoger la mercancía.
-Pero ahora está muerto –comentó Noone.
-Precisamente. Ritinki también tuvo noticias del plan. Liquidó solapadamente y de forma abyecta al contable de Vop, e introdujo a su propio duplicado en su lugar. ¡Y Vop, ese estúpido de mirada perdida, no tiene ni idea! –La fofa masa de Guttu se sacudió en una carcajada.
-De modo que el duplicado de Ritinki recoge la caja y se la entrega a su maestro, no a Vop –especuló Noone-. ¿Qué es, un clon?
-Bah. Ni siquiera Jabba podría crear un clon. Lo más probable es que se trate de una alteración quirúrgica, pero Ritinki podría haber optado por un holo-disfraz. No importa, porque no va a funcionar. –Los ojos de Guttu se estrecharon hasta convertirse en ranuras doradas-. Vais a robar la caja antes de que él llegue allí.
Noone tragó saliva. Estaba temiendo que por ahí fueran los tiros.
-No me defraudes, Cecil Noone.  Los vrblthers están hambrientos en esta época, y conozco una banda de ladrones que sería un exquisito menú de cuatro platos.
-Vaya... –murmuró Noone, sintiendo como si se hubiera hundido varios centímetros en la alfombra.
Guttu introdujo el pedazo de carne aceitosa en su inmensa boca, y luego lo volvió a sacar.
-Perdonadme. He olvidado las obligaciones de un anfitrión. Por favor, tomad un poco de roba. –Con sus gruesos dedos, desgajó un pedazo de grasa blanca como la leche y lo sostuvo, como su estuviera ofreciendo a su nashtah de mascota una golosina especial. Noone avanzó unos pasos y aceptó el tembloroso pedazo.
Guttu arrancó otra tira del muslo y la lanzó con aire ausente a la esquina opuesta, donde rodó bajo un tapiz de mal gusto que representaba la Tercera Batalla de Vontor. El ave moteada graznó hambrienta. En un torbellino de plumas, se abalanzó sobre el pedazo.
Noone apretó tentativamente el pedazo de roba con la punta de los dedos. Estaba húmedo y brillaba por la grasa y la saliva del hutt.
-Entonces –dijo-, ¿cuáles son los detalles del encuentro? ¿Y el tiempo de llegada de la nave rebaño? También... –Se cayó al levantar la vista. Guttu le estaba fulminando con la mirada de forma severa. Respirando profundamente, Noone se llevó a la boca el amargo pedazo de cartílago y sonrió con los dientes apretados. Guttu le devolvió la sonrisa.
-Quammo os dará una tableta de datos a la salida. Ahora, si me excusáis, debo comenzar mi almuerzo vespertino. Volveréis dentro de dos días con la caja fuerte.
Noone se volvió para marcharse, pero Kels tenía una pregunta más.
-La caja... ¿qué hay dentro?
-Querida –dijo Guttu con una risotada-, no tengo ni idea. Pero si hace que dos de mis competidores se apuñalen por la espalda de esta manera, lo quiero.

***

Kels apoyó una mano contra la pared para mantener el equilibrio cuando la sobrecargada lanzadera se alzó temblorosa de la plataforma de aterrizaje. Los platos se entrechocaron, y una de los carritos de catering que le llegaban a la altura de la cintura chocó dolorosamente contra sus rodillas. Se alisó su limpio uniforme blanco y lanzó una mirada al otro lado de la cabina de pasajeros a Noone, que estaba sentado en su asiento acolchado con los arneses firmemente abrochados y vestía un impecable uniforme de lino similar al suyo. Él le sonrió tratando de tranquilizarla.
Ella pasó la mirada a la ventana junto a la cabeza de Noone y observó las parpadeantes torres de Nar Shaddaa pasar disparadas ante ella cuando el piloto de la lanzadera comenzó un lento giro ascendente. La lívida superficie de Nal Hutta, el hinchado planeta del que Nar Shaddaa era luna, estaba comenzando a asomar sobre el dentado horizonte de ferrocemento.
Había pasado día y medio desde su encuentro con Guttu. Cuando Kels y Noone habían regresado al Borgove, tanto Dawson como Sonax habían aullado indignados ante la enormidad de la tarea y el poco tiempo que tenían para prepararla.
-¡Dos días! –había dicho furioso Dawson, con sus ojos brillantes examinando las lecturas que iban apareciendo en la tableta de datos de Guttu-. ¿Dos días para subir a bordo de esto –dijo, mostrándoles la tableta, donde podía verse el esquema de una colosal nave rebaño ithoriana con forma de platillo- y robar su preciosa caja? ¿Era consciente esa babosa enfermiza de que van a sellar todo el tráfico aéreo para mantener la reunión en privado? Hasta después de la reunión, no se permitirá atracar en la nave rebaño a ningún comerciante, agente de compras, o botánico. A nadie.
-Tanto Vop como Ritinki saben que sus rivales tratarán de eliminarles durante el encuentro –había comentado Noone-. Probablemente tampoco confíen el uno en el otro, lo que significa que cada uno de ellos va a llevar su propio ejército personal de matones de seguridad. Añade a esto el hecho de que cada uno de ellos planea salir de la nave con esa misteriosa caja fuerte, y podemos esperar que la nave rebaño realmente esté tan firmemente sellada como la cáscara de un huevo. No nos estamos enfrentando a ningunos estúpidos.
Sonax había oscilado a un lado y a otro, uno de sus tics característicos que indicaba nerviosismo o frustración contenida.
-¿Entoncesss cómo entramosss?
Después de seis horas de sugerencias que conducían a callejones sin salida, y que variaban desde lo convencional (hacerse pasar por un equipo de mantenimiento) a lo ridículo (envolverse en redes de camuflaje y esperar que los ithorianos los subieran a bordo como nuevas y extrañas formas de vida para el zoo de la nave rebaño), fue la cena lo que finalmente inspiró un plan viable.
Sonax había captado una llamada subespacial que la Canción de las Nubes había enrutado por el satélite 355-D del sistema de comunicaciones. La comida de la fiesta iba a encargarse a una empresa externa.
No resultaba extraño que no hubiera mucha demanda para empresas de catering en Nar Shaddaa. La mayor parte de los habitantes de la luna eran vagabundos indigentes, contrabandistas incultos, o decadentes señores hutt como Guttu. Estimables Epicúreos estaba a punto de cerrar sus puertas para siempre cuando la transmisión de la Canción de las Nubes llegó por el comunicador. La petición hizo que cundiera el pánico en la empresa de dos meses de antigüedad.
Estimables Epicúreos tenía una plantilla de doce personas; previamente eran dieciocho, pero un hutt que sufrió una indigestión lanzó a seis de sus chefs a una nebulosa cercana. Este trabajo devolvería a la moribunda empresa al bienvenido camino de la solvencia, pero para poder encargarse de un evento tan grande, habían necesitado doblar su plantilla en veinticuatro horas.
Se habían realizado llamadas frenéticas a las cocinas privadas de los más antiguos clanes hutt, disculpándose por la brevedad de los plazos pero solicitando poder contratar a cualquiera con experiencia culinaria para un trabajo temporal. Tres docenas de seres expresaron su interés; sólo siete llegaron a aparecer en Estimables Epicúreos a la mañana siguiente. Se hizo una comprobación rutinaria a los historiales de los recién llegados, se les proporcionó uniformes blancos limpios y se les puso a trabajar preparando los entrantes para la cena de la noche y cargándolos en tres lanzaderas alquiladas. Gracias a un sencillo apaño informático por parte de Sonax, dos de las caras nuevas pertenecían a Noone y Kels.
Los motores de la lanzadera gimieron enfermizamente cuando la torpe nave superaba la atmósfera y se deslizaba bajo la mole, quemada y a la deriva, de una corbeta clase Merodeador. Kels sabía que el espacio alrededor de Nar Shaddaa estaba cubierto de restos gastados como ese. Esperaba que el piloto hubiera tenido el sentido común de desviar algo de energía adicional a los escudos de partículas.
Con un estremecimiento y un sonido quejumbroso de los compensadores de aceleración, la lanzadera se inclinó bruscamente para evitar un emplazamiento turboláser abandonado con forma de rosquilla que giraba lentamente. A través del sucio parabrisas visible justo después del respaldo de la silla del piloto, su destino apareció a la vista.
La Canción de las Nubes era una visión impresionante; un titánico disco de bronce de casi un kilómetro de diámetro. Su borde estaba punteado de bahías de atraque y esclusas, mientras que su núcleo albergaba una elevada cúpula de transpariacero que cubría arboretos y cuidados jardines de agua. Como la mayor parte de las naves rebaño, la Canción viajaba por las rutas hiperespaciales de la galaxia vendiendo mercancía rara e inusual a todo el que quisiera acercarse. Por norma, los ithorianos de cuello de cuchara fomentaban la interacción con otras especies. Que una nave rebaño fuera alquilada para que tuviera lugar una conferencia privada y exclusiva era un hecho sin precedentes.
Su nave se colocó en situación detrás de las otras dos lanzaderas del catering y siguió sus estelas hasta el hangar más cercano. El palpitante rectángulo azul que indicaba el campo de contención atmosférica crecía de tamaño. Conforme el piloto hacía preparativos para el aterrizaje, una voz aguda habló a la altura del codo de Kels.
-¿Y cuánto lleváis trabajando en la cocina de Tagta? –La voz era irritantemente aguda, con un acento de remilgada educación-. Este negocio nuestro es un pañuelo, y no recuerdo haber visto vuestras caras antes.
Kels bajó la mirada hacia quien había hablado, un humano gordito y retaco con un bigote absurdamente puntiagudo. Él y sus dos compañeros, dos humanoides desgarbados y con piel dorada de una especie que Kels no había visto nunca antes, habían llegado esa mañana con la ayuda temporal. No estaba claro si sospechaba algo, o simplemente estaba siendo amistoso. Rápidamente, recordó su tapadera.
-Dudo que nos hayáis visto. Nos trasladaron al Palacio de Invierno de Tagta hace dos semanas. Nuestro año se encuentra actualmente su residencia permanente en Nar Hekka, así que decidimos obtener unos créditos extra.
La lanzadera se posó en el hangar un una sacudida y un golpe seco. Las puertas de carga traseras se abrieron con un siseo.
-Ah. Bueno, más os vale que nunca lo averigüe –dijo el hombrecito con un bufido-. Tengo entendido que Tagta puede ser bastante inflexible.
-Podemos cuidar de nosotros mismos, ¿sabes? –exclamó Kels, desabrochándose los arneses del hombro. No tenía ganas de charlar con un cocinero demasiado curioso.
El hombre soltó aire súbitamente, con ruido, como si le hubieran dado un puñetazo en su amplia panza.
-¡Bueno! –Sus dos compañeros ya estaban empujando carros por la rampa de popa. Se dio la vuelta para seguirles-. Mantente fuera de mi camino, amateur –exclamó con arrogancia por encima del hombro-. Aprendí con el mismísimo gran chef Porcellus.
-Prima donna –murmuró Kels para sí misma, meneando la cabeza con desdén.
Noone le echó una mirada expectante y colocó ambas manos contra un carro de metal etiquetado como RAÍZ CHARBOTA EN PUDIN DE GUMBAH.
-Comienza el espectáculo.
Empujaron el carrito por la bahía de hangar despejada hacia los serpenteantes pasillos que conducían al patio principal. Noone aminoró gradualmente el paso hasta que el grupo que les precedía desapareció en una esquina, y entonces giraron abruptamente a un pasillo lateral y de allí a un nicho de mantenimiento. Kels soltó los cierres de la esquina del carro, abriendo de par en par el panel lateral. En lugar de pudin de gumbah, el carrito contenía un plato mucho menos apetitoso. Un tynnan y una sluissi, horriblemente apretados.
Kels se arrodilló y se inclinó hacia ellos.
-¿Pasando un buen rato? –susurró con una sonrisa.
Dawson gruñó. El hombro de Sonax presionaba su oreja, y su codo se le clavaba en un ojo. El, por su parte, tenía los dos pies encajados en la parte más fina de la cola de ella. Agarraba el saco de detonadores protectoramente contra su pecho.
-Oh, sí –gruñó-. Ayúdanos a salir de aquí, graciosilla.

lunes, 28 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (I)

El gran asalto a la nave rebaño
Daniel Wallace

Quince segundos. Ese era todo el tiempo que le quedaba a Lyle Lippstroot en su desastrosa vida.
Se había despertado hacía veintiún minutos en su apartamento alquilado, se había desperezado echándose un poco de agua tibia por el rostro, y se había envuelto en una holgada bata froffli. Vop, ese repulsivo tirano rodiano, había transmitido una nueva serie de cifras durante la noche. En sus quince años como contable de Vop, Lippstroot había cubierto las huellas del prestamista, enterrando innumerables tratos ilegales, y consiguiendo que los suspicaces investigadores imperiales se esforzaran en vano persiguiendo sombras. En ese tiempo, había llegado a detestar el modo en el que Vop el Usurero apestaba constantemente a raava barato. Y el depravado cabezapincho nunca, ni una sola vez, le había dado las gracias.
Lippstroot había tomado la tableta de datos que le esperaba, examinó los nuevos números, y estableció un enlace neural en cuestión de segundos. Su ciberinterfaz SoroSuub 221, que rodeaba la parte trasera de su cráneo como si fuera media corona, seguía siendo formidable, incluso tras dos décadas de uso continuo. Un snivviano sin dientes le había dicho una vez a Lippstroot que los implantes cibernéticos a largo plazo convertían a sus portadores en autómatas carentes de sentimientos, pero él se reía amargamente de eso. La banda SoroSuub no había apagado el dolor de un amor perdido, ni enterrado la vergüenza de su vil y mezquina carrera, ni roto su adicción al lesai. La pieza de dos kilogramos que llevaba en la cabeza le permitía mantener un enlace directo con el ordenador principal de Vop y procesar cifras a velocidad cegadora, y, en ese momento, le estaba diciendo que estaba en problemas.
SU banda contenía ahora un programa trampa bartokk. Alguien había pirateado la matriz de transacciones original e insertado un nuevo fragmento de código. Cuando Lippstroot se enlazó con la tableta de datos, el virus se descargó a su banda craneal y se ejecutó.
En cuestión de un milisegundo, identificó la malignidad. En dos, se dio cuenta de que había poca esperanza. El programa trampa bartokk había sido usado por última vez en un par de asesinatos en Turkana, y, como siempre, había resultado ser fatal. El virus crearía una espiral de sobrecarga en su banda de interfaz y borraría por completo sus rutas neurales en quince segundos. La única solución posible era arrancar el sistema de su cráneo, a mano.
Catorce segundos.
Levantó las manos y alcanzó los cierres externos. Su dedo índice izquierdo soltó la pestaña de duracero, mostrando un pequeño cuadro con dieciséis puntos en relieve.
Once segundos.
Tecleó un simple código de cuatro dígitos en los puntos y fue respondido por un zumbido grave y gutural. ¡Maldita sea! ¡¿Cómo he podido equivocarme en esa secuencia?!
Nueve segundos.
Volvió a introducir el código, escuchó un bienvenido tono agudo, y esperó hasta que los tres ligeros chasquidos indicaron la liberación dermal.
Cinco segundos.
Pulsó el control de retirada, escuchando un sonido húmedo cuando las más profundas de las conexiones neurales se retiraban de su cerebelo y se recogían en su bastidor metálico.
Un segundo.
Con un siseo de presión al igualarse, deslizó la SoroSuub 221 ligeramente hacia delante, preparándose para levantar el dispositivo de su cabeza y arrojarlo a la sucia alfombra...
Lyle Lippstroot cayó hacia delante, chocando contra la mesita baja y enviando tres discos sellados de lesai volando por el fétido aire. Lanzó un breve grito, y quedó en silencio.
Muerto.

***

-¡A cubierto! ¡A cubierto-a cubierto-a cubierto!
Kels retiró los macrobinoculares de su rostro cubierto de sudor y entrecerró los ojos para mirar a través de la desierta zona árida al achaparrado experto en explosivos tynnan. Acababa de levantarse de la mina que estaba colocando y corría a su posición tan rápido como sus breves patas le permitían. Tenía una mirada de desesperación, con los ojos muy abiertos en su rostro con grandes incisivos.
-¡A cubierto!
La chica humana retrocedió corriendo los cuatro pasos que la separaban de la trinchera que acababan de excavar y se lanzó de cabeza. Un instante después, el tynnan saltó a su lado, aplastándole con la rodilla los dedos de la mano expuesta, y tapándose los oídos con sus dos garras palmeadas.
Una explosión ensordecedora sacudió el desierto. Una ardiente onda de choque pasó sobre sus cabezas, seguida de una furiosa lluvia de polvo y arena ennegrecida por el fuego. El tynnan dejó escapar un lento y casi inaudible silbido entre sus prominentes incisivos, sacudiéndose el polvo de su brillante pelaje marrón.
-Ha estado cerca, ¿verdad? –dijo guiñando un ojo a Kels.
Kels le fulminó con la mirada.
-Dawson, por lo que más quieras, creía que eras un experto. ¿Por qué ha estallado antes de tiempo?
El tynnan ignoró el insulto y se ajustó el aumentador ocular que ayudaba a compensar la escasa visión inherente a su especie.
-Vayamos a echar un vistazo, ¿quieres? –Saltó sobre la pared de la trinchera y comenzó a avanzar hacia el cráter recién creado por la explosión.
Kels suspiró. Hacía tres meses que había aceptado convertirse en aprendiz de esta variopinta banda de ladrones: un humano, una sluissi, y este atolondrado tynnan. Era de lejos la más joven del grupo, pero cada vez estaba más segura de que esos autoproclamados “ladrones maestros” estaban aprendiendo más de ella que ella de ellos. Su último intento de hurto mayor había acabado en un peliagudo tiroteo con una patrullera de los Rangers del Sector, dejándolos varados en las tierras yermas de Kamar hasta que pudieron hacer reparaciones en su nave, un viajo carguero pesado que parecía un bantha preñado. Para aprovechar el tiempo en tierra, Dawson había insistido en conducirla al lecho de un lago seco para probar un ecléctico muestrario de explosivos de seguridad.
En el bolsillo del pecho de su mono, su comunicador vibró. Lo tomó, se lo llevó brevemente al oído, y luego gritó a través de la arena a su peludo compañero.
-¡Mueve esa cola, Dawson! Noone quiere que volvamos a la nave.

***

Cecil Noone salió deslizándose en su trineo repulsor de debajo de su nave cuando Kels y Dawson se acercaron a ella. La oscura piel de su rostro estaba manchada de sudor y grasa de motor. Alzó su mano derecha cubierta de grasa y el soldador láser que sostenía en ella, en un saludo casual.
-¿Cómo va el Borgove, jefe? –preguntó Dawson, mirando los componentes de hipermotor dispersos en el suelo del desierto alrededor del carguero sucio de carbonita.
-No tan mal como aparenta. Una vez le vuelva a poner las tripas, estaremos listos para salir de este horno. –Noone se limpió la frente chorreante con el dorso de su manga, la única parte que no estaba pringosa de lubricante-. Y a tiempo, además. Subid a bordo. Sonax os informará.
Kels entró la primera, subiendo por la rampa extendida a la bienvenida sombra de la tripa del Borgove. Deslizó la bolsa de detonadores de su hombro y la dejó caer sobre su catre con un repiqueteo, haciendo que el sluissi inclinado sobre la terminal de datos principal soltase un siseo de fastidio.
-¡Cuidado! –exclamó la delgada alienígena, posándose sobre su gruesa cola musculosa. Los sluissi tenían dos brazos, pero sus cuerpos terminaban en un único y estrecho apéndice con forma de cola de serpiente-. ¡Esssasss cosssasss ssson explosssivasss!
-No, sin espoletas no –replicó Kels-. ¿Verdad, Dawson?
El tynnan arrugó los bigotes de su hocico.
-Tiene razón, Sonax. Pero da igual, Kels, no los tires así. Son piezas de ingeniería sensibles, y si las agitas demasiado pueden fallar o no estallar en absoluto. –Se aclaró la garganta-. Como has podido ver hace sólo treinta minutos.
Kels puso los ojos en blanco.
-Lo que tú digas. Bueno, Sonax, ¿qué pasa?
La reptil gris se deslizó hacia delante y se irguió en una posición sentada. La mayoría de los sluissi que Kels había encontrado en su vida eran metódicos y tranquilos, pero Sonax era distante, susceptible y fácilmente irritable. Kels tenía dificultades para llevarse bien con ella.
-Guttu el hutt –explicó Sonax en su sibilante básico-. Ha transssmitido con nuessstra clave privada esssta mañana. Dice tener un trabajo para nosssotrosss.
La boca de Kels dibujo una fina sonrisa. Una de las cosas que había aprendido entre esos ladrones, aparte de que no eran ni de lejos tan competentes como pretendían ser, era que estaban terriblemente endeudados con Guttu. Aunque el hutt sólo era un jefe criminal de nivel medio en Nar Shaddaa, cuando él silbaba una melodía, este grupo bailaba al son.
-El contable de un pressstamisssta ha sssido asssesssinado –continuó Sonax-. Losss asssesssinosss colocaron un programa trampa en sssu interfaz craneal. –Inconscientemente, alzó una mano para tocar la banda de metal que corría bajo su cresta sagital. La BioTech AJ^6 le permitía trabajar como la experta en ordenadores y pirata informática del grupo, pero Kels sospechó que las noticias del asesinato le habían golpeado demasiado cerca.
-El golpe... ¿lo hizo Guttu? –preguntó Kels.
-Lo dudo. No esss sssu essstilo.
-¿Y qué tiene que ver con nosotros? ¿Cuál es este trabajo?
-No lo sssé. Guttu dijo que nosss dará losss detallesss cuando lleguemosss a Nar Shaddaa.
-¿Y entonces cuándo partimos? –intervino Dawson.
-Ahora misssmo.

***

Noone permanecía de pie en la entrada de lijoso ático privado de Guttu el hutt, tirándose del dobladillo de una chaqueta que le quedaba pequeña. Los pináculos de permacemento más elevados de la ciudad vertical de Nar Shaddaa se alzaban en el rarificado aire de la atmósfera superior. Noone soltó el aliento en una nube de helado vaho.
El Borgove había llegado al sistema una hora antes, justo a tiempo para llegar a la cita de Guttu. Como líder de su pequeña liga de ladrones, era su deber informar a su empleador hutt y aceptar cualquier misión que la babosa hubiera pergeñado para ellos aquella vez. Con suerte, pagaría lo suficiente para dejar de estar en números rojos con Guttu y obtener un pequeño extra para preocupaciones cotidianas como comida o combustible. Siendo realistas, sabía que tendrían suerte si los cuatro escapaban al arresto y engañaban a la muerte una vez más. Algún día, posiblemente bastante pronto, la Dama del Destino les repartiría la carta de la Muerte. Y, con su reciente racha de suerte, probablemente la sacaría del fondo de la baraja.
Volvió a tocar el timbre de la entrada y se echó la capa de brilloseda negra sobre los hombros. A su lado, Kels sorbió ligeramente por la nariz. Noone la miró y alzó desafiante una ceja.
-¿Siempre te pones tus mejores galas cuando vas a visitar a un hutt? –La ligera mueca se había convertido en una amplia sonrisa.
-Guttu prácticamente nos posee –respondió Noone-. Algún día te contaré toda la historia, pero digamos simplemente que una buena impresión no vendrá mal.
La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de diversión indiferente.
-Tal vez. Pero ese estilo pasó de moda hace diez años, cuando yo era una niña. Incluso en el Borde Exterior.
Noone reprimió un gruñido de fastidio. La chica era buena, muy buena. Era una excelente carterista, una brillante timadora, se defendía bien en una pelea, y tenía el potencial para ser una jugadora de cartas mejor que él. Ciertamente necesitaban sus habilidades. Pero no era una buena jugadora de equipo. Aún no.
Con un pesado gruñido, la doble puerta con filigranas doradas se abrieron lentamente hacia dentro. Al otro lado, casi tapando el tenuemente iluminado pasillo con su mole, un sludir de seis patas pisó con fuerza con su pata trasera derecha e hizo un gesto con una zumbante pica de fuerza.
-Mi amo os recibirá ahora.

Granujas

Granujas


Me llamo Kels Turkhorn, y soy una ladrona profesional. Tengo entendido que estabas buscando alguien con quien asociarte.
Eh, no me avergüenzo de lo que hago para ganarme la vida. Al menos reconozco honestamente que soy una ladrona, no como esos impes que disfrazan sus robos y extorsiones bajo el nombre de tarifas y tasas. Oh, y luego están esos rebeldes que roban de todo, desde créditos hasta naves, en nombre de la libertad. Y ninguno de los dos bandos se preocupa de su sus objetivos pueden permitirse reemplazar lo que les están robando. Por principio, yo sólo robo a aquellos tipos que tienen demasiados créditos.
Hace unos meses, conocí a un ladrón llamado Cavv. Me resumió muy bien nuestra profesión: “Kels, si le robas el hombre a una chica, te sacará los ojos con las uñas. Si le birlas el monedero a un hombre, acabarás en el bloque de detención local. Sin embargo, si robas algo realmente grande, serás un héroe popular y te pondrán una medalla. Es una extraña línea de trabajo, la nuestra.”
Todos los profesionales buscamos ese “gran golpe”. No somos deshonestos, vagos y estúpidos como muchos te habrán hecho creer... al menos no aquellos de entre nosotros que somos buenos ladrones.
La banda con la que estoy actualmente está planeando su primer gran golpe. ¿Tal vez quieras unirte a nosotros? Mira, vayamos allá, y te presentaré al jefe. ¿Has oído hablar de Tasariq? ¿No? Bien, pues allí puede hacerse una fortuna. Tenemos un plan a prueba de fallos. Todo lo que necesitamos es un pequeño capital para empezar...

***

¡Bueno, creo que lo mejor será que nos separemos ahora! Los impes se han quedado con mi cara, y sería más un estorbo que una ayuda para ti. Supongo que no debería haber insistido en arreglarle el rostro a ese teniente tan bocazas.
Estoy segura de que la oferta sigue en pie. Noone es un buen tipo, y es el ladrón más digno de confianza que puedas encontrar. Nunca dejaría a un socio en la estacada.
Si llegas a Tasariq, búscanos en algún lugar cerca de la Plaza Paraíso. Si llegas allí antes que nosotros, puedes comenzar la vigilancia de Velerinden. O tal vez puedas hacer fortuna extrayendo cristales tasar. ¡Ja!
Ups. Ahí vienen los soldados de asalto. Subiré al tejado y me aseguraré de que vuelvan a verme. Eso debería atraer su atención y alejarlos de ti. Y no te preocupes. En otras ocasiones he esquivado a los polis del Sector Corporativo en sus propias pocilgas, así que las tropas de asalto apenas son un desafío para mí.
¡Buena suerte! ¡Y espero verte en Tasariq!

viernes, 25 de octubre de 2013

Risas al caer la noche (y IV)

Mirando la acumulación de polvo y piel muerta bajo sus uñas, Ross usó el borde de su cuchillo para limpiarse la suciedad. Se recostó contra el respaldo acolchado de la silla de control, soplando los fragmentos de suciedad conforme iban saliendo. Plegando de nuevo la navaja, la guardó en su bolsillo y suspiró, frotándose la frente para liberar la tensión. Sobre él, en algún lugar en el perímetro de la base rebelde oculta, sonó una explosión. Una sombra apareció en la puerta, y el contrabandista se incorporó en su asiento, mirando en esa dirección.

-¿Qué te ha hecho tardar tanto?

-Tuve que esquivar a los centinelas. –El rostro de Trep estaba ensombrecido por la decepción-. Todo lo que tenían era este t’ssolok. –Extrajo la botella tallada de su abrigo, agitando en su interior el viscoso líquido azul hasta que tiñó todas las paredes de cristal del recipiente-. El cocinero dice que lo bueno está bajo llave en los aposentos de los oficiales. ¿Te esperabas eso? –Se sentó a horcajadas en otra silla de control, frente a Ross-. Uno no puede conseguir un buen trago hoy en día. No importa en qué ejército sea. –Olisqueó con desdén el fuerte aroma del t’ssolok-. ¿Realmente vas a beber esto?

Ross le arrebató la botella.

-¿Tienes algo mejor que hacer?

-Sí, pero está al menos a 50 años luz de este sitio. –Una explosión distante envió una onda de choque por la desierta sala de la estación-. Y es mucho más silencioso. –Observó cómo Ross tomaba un trago de la botella, y luego se atrevió valientemente a tomar otro él mismo-. Eh, no está mal. –De pronto comenzaron a formarse lágrimas en sus ojos e hizo una mueca en respuesta al cáustico sabor que le quemaba los labios y la lengua. Trep jadeó cuando el licor inflamó su garganta, lanzando vapores especiados por sus fosas nasales.

-No es el sabor de lo que tienes que preocuparte –dijo Ross con una sonrisa, tomando la botella de las temblorosas manos de Trep-. Es el regusto el que pega.

Otra explosión sacudió la sala de control, haciendo oscilas las vigas del techo. Las luces parpadearon.

-Guau –dijo Trep con voz ronca, masajeándose la garganta-. Esa ha estado cerca.

-No parece les esté yendo demasiado bien a los amigos rebeldes de Saahir. –Ross echó la cabeza hacia atrás para tomar otro trago, cerrando los ojos cuando el intenso sabor asaltó sus sentidos.

-Así es. –Saahir estaba de pie en la puerta, las gráciles curvas de su esbelto cuerpo eran una oscura silueta contra las brillantes luces del pasillo.

-Tal vez necesiten un poco de apoyo moral –dijo Ross-. ¿Por qué les tarareas unos cuantos compases patrióticos por el comunicador? Eso les calentará el ánimo. –Soltó una suave risa y miró a Trep para que le acompañara e su frío sentido del humor, pero el contrabandista no quiso tener nada que ver con ello.

-¿Qué hay de nuestro pequeño cargamento de municiones? –preguntó Trep con seriedad-. Sin duda igualó un poco las tornas.

-¿De qué sirven 500 rifles si sólo hay 100 hombres para utilizarlos?

-Ya se ha hecho otras veces. ¿Dónde está Marbra?

-Ahí fuera. Con sus hombres –susurró ella, con lágrimas en la voz-. Ahora voy a unirme a él. Me he detenido con la esperanza de que vinierais conmigo.

-No cuentes conmigo –dijo Ross con desdén-. No voy a ninguna parte por nadie. –Puso las piernas sobre la consola, apoyando la nuca en sus manos-. Ya he hecho más de lo que me correspondía.

-Eso es lo que me imaginé que dirías. –Saahir entró más en la sala, cruzando las manos a la espalda mientras se colocaba junto a Ross, bajando la vista para mirarle-. Hay un viejo dicho twi’lek: Es más fácil perdonar a un enemigo que perdonar a un amigo que te traiciona. Te he hecho daño, Ross. Lo sé, y creo que lo lamentaré por el resto de mi vida. –Se volvió, alejándose de él, con un brillo de lágrimas en las mejillas. En la puerta, la twi’lek se detuvo, volviendo la mirada hacia él-. Sólo espero que un día, recuerdes todas las cosas buenas que ocurrieron entre nosotros y encuentres la fuerza en tu corazón para perdonarme.

Trep tomó aire profundamente, mirándola mientras permanecía quieta en la puerta.

-¿Ross?

-Cállate, Winterrs. No voy a picar. –Ross tomó otro trago del t’ssolok, furioso por la debilidad que Saahir siempre conseguía hacer salir a flote. Sintió el afilado aguijón del licor barriendo todo los remordimientos que pudiera tener por rechazarla.

-Cielos despejados, Ross –dijo Saahir en voz baja, y se alejó por el pasillo.

Trep observó cómo la Twi’lek iba desapareciendo de su vista.

-¿Ross?

-¡He dicho que te calles, Trep!

Una violenta explosión y sacudidas secundarias golpearon de pronto con suficiente fuerza para arrojar a ambos hombres fuera de sus asientos. Rodando bajo la consola, observaron horrorizados cómo los refuerzos del techo se doblaban bajo la explosión, permitiendo que los muros interiores se agrietaran y cayeran por las sacudidas. Partículas de polvo y escombros evaporados por el calor de la explosión atravesaron la puerta y entraron en la sala de control. Al contrario que las explosiones anteriores, esta iba acompañada por fuego bláster que resonaba en el pasillo.

Ese familiar y asfixiante nudo regresó a la garganta de Ross.

-¡Saahir! –gritó.

Quitándose los escombros de encima, avanzó tropezando sobre las ruinas de la sala, mientras escuchaba a Trep caminando tras él. En la puerta, las voces creaban un somero pozo de ecos e interferencias, entremezcladas con la estática de las órdenes gritadas por los comunicadores. Un trio de soldados rebeldes cruzó corriendo la puerta, disparando al azar hacia el pasillo oscuro, donde se estaban formando crecientes nubes de polvo blanco. Uno de ellos recibió el impacto de los disparos que surgieron como respuesta, y se derrumbó en el suelo de la guarnición en ruinas. Las inconfundibles siluetas de los soldados de asalto comenzaron a hacerse visibles en la niebla.

Ross extrajo su bláster y saltó al pasillo, disparando aleatoriamente a los soldados de asalto que se acercaban a su posición.

-¡Saahir! –gritó, de pie junto a su cuerpo retorcido-. ¡Trep!

-¡Estoy contigo, socio! –Enrollándose la correa del rifle bláster imperial en el antebrazo, Trep disparó a la hilera de soldados de asalto. Sus primeros disparos causaron una impresión permanente en el equipo de avance de los soldados imperiales. Al ver a Saahir en el suelo junto a Ross, hizo un gesto a los cansados luchadores por la libertad, que se habían detenido para reagruparse tras ellos-. Sácala de aquí, Ross. ¡Te cubrimos las espaldas!

Tomando el ligero peso de Saahir en sus brazos, Ross se quedó espantado ante la gravedad de las heridas causadas por la metralla de la explosión. La acunó contra su pecho y corrió por el pasillo más allá de la sala de control, escuchando cómo Trep gritaba órdenes a los dos rebeldes supervivientes.

-Tú y tú, ¿queréis vivir? ¡Venid conmigo y haced exactamente lo mismo que yo!

Mientras el sonido de los disparos bláster estallaba tras él, salpicado por salvajes exabruptos de su socio, Ross continuó su desesperada huida al final del pasillo. La explosión había arrancado las puertas presurizadas del canal interior, dejando un portal oscuro al frío aire nocturno. Mientras se abría paso entre las puertas de metal retorcido, escuchó el chasquido de blásters apuntando a su espalda y se dio la vuelta, cegado por una batería de luces brillantes.

-¡No disparéis! ¡Es Lady Saahir y su amigo contrabandista!

Protegiéndose los ojos del resplandor, Ross obedeció al tirón que sintió en la manga cuando un líder de escuadrón de cabello canoso le condujo apresuradamente lejos de la puerta.

-Mi socio está de camino con dos de vuestros hombres –dijo Ross.

Los dos rebeldes aparecieron en la puerta, deslizándose a través de las ruinas. Uno de ellos se tumbó sobre su estómago, disparando fuego de cobertura por el pasillo mientras Trep les seguía de cerca.

-Eso es, muchachos. De izquierda a derecha, y luego cambiad el patrón. ¡No sabrán lo que les ha golpeado!

El sargento activó una tenue fuente de luz dentro del refugio médico abandonado y rápidamente despejó una mesa para que Ross pudiera colocar cómodamente a la twi’lek herida.

-Nuestros refuerzos se están retirando, hijo. No tenemos mucho tiempo. Puedes quedarte aquí con ella; pero necesitaremos todas las manos que podamos encontrar para retenerlos hasta que lleguen los equipos de evacuación.

-¡Si no me quedo, ella morirá! –gritó Ross. Mirando el rostro ensangrentado de Saahir, le agarró las manos con más fuerza, como si sujetara su frágil vida entre sus dedos-. ¿Dónde está el médico?

-Muerto.

-¿Muerto? ¿No hay nadie...?

-La única opción de ayuda médica murió con él. –Los rasgos del sargento se suavizaron-. No puedo prometerte nada, hijo. Pero puede que haya una fragata médica en órbita al otro lado del planeta. –Señaló los cielos nocturnos sobre su cabeza. Un escuadrón de alas-X pasó disparado, disparando sobre objetivos al otro lado de la destrozada base-. Estos cazas acaban de llegar desde allí. Los imperiales nos tienen dominados y estamos evacuando toda la base, pero los refuerzos no llegarán a nosotros hasta dentro de una hora, tal vez dos. Si tienes una nave...

-¡Trep! –bramó Ross.

-¡Estoy en ello! –Desapareció en la oscuridad del exterior del refugio.

-¿A dónde...?

-Ha ido a por mi nave –dijo Ross-. Está oculta en una cueva no lejos de aquí.

El sargento asintió, indicando a los soldados que salieran de la tienda.

-Los retendremos tanto tiempo como podamos, hijo. Quédate ahora con ella. Veré si alguno de mis hombres puede localizar esa fragata. –El rebelde se marchó, dejándole en la oscuridad a solas con Saahir.

-¿Ross?

Apenas era un suspiro, pero lo escuchó. Sosteniendo con fuerza los temblorosos dedos de la twi’lek, Ross se inclinó sobre ella.

-Estoy aquí. Estoy aquí –fue todo lo que fue capaz de decir.

-Hace mucho frío.

Ross se quitó la chaqueta y rápidamente la cubrió con ella. Registró el refugio en busca de una manta, y tomó una de una mesa cercana. La tela ensangrentada se agitó en el aire, y el rígido cadáver del comandante Marbra quedó al descubierto. Horrorizado, el contrabandista volvió a arrojar la manta sobre el cuerpo, ocultándolo de la vista de Saahir, y luego volvió rápidamente a su lado.

-¿Mejor? –preguntó, subiéndole el cuello de la chaqueta hasta debajo de la barbilla. Usó un paño húmedo para limpiarle los restos y la piel quemada de alrededor de los ojos.

-No puedo ver nada.

-Quemaduras por destello, eso es todo. Estarás bien en uno o dos días. –Se mordió los labios para reprimir la ráfaga de emoción.

-Tengo miedo. –Se estremeció de pronto cuando el fuego bláster más allá de ellos se intensificó, puntuado por los gritos moribundos de alguien atrapado en el tiroteo-. Está tan oscuro.

-No pasa nada –susurró Ross-. Sigo aquí. –La abrazó suavemente, manteniendo su cara cerca de ella para que ella pudiera sentirle.

-Ross, ¿cómo lo haces?

Ross frunció el ceño, confundido por su pregunta.

-¿Hacer qué?

-Nunca tienes miedo, nunca te asustas. –Saahir tembló de repente, tendiéndole las manos-. ¿Cómo lo haces?

Exasperado por no tener una respuesta, le sonrió, acariciándole las mejillas y la frente.

-Simplemente no pienso en ello. Que es exactamente lo que deberías estar haciendo tú. No pensar. Trep estará aquí en cualquier momento, y te llevaremos a esa fragata médica.

Saahir le apretó las manos con más fuerza, sintiendo su calor deslizándose por la punta de sus dedos.

-Tengo tanto miedo, tanto miedo... –Tragó saliva convulsivamente-. Me lo merezco. Después de todo lo que te he hecho, me lo merezco.

-No, nadie merece...

-Pero te hice daño –sollozó, tomando la mano de Ross y llevándosela a su mejilla-. Te hice daño; y esa es la última cosa que quisiera haber hecho, Ross. Tienes que creerme.

-Te creo. –Le apretó ambas manos, sintiendo que la twi’lek ansiaba notar su tacto.

-Siempre te he amado, Ross. Siempre. No eras como ninguno de los demás. Realmente te he amado; pero nunca pude llegar a creer que tú pudieras amarme del mismo modo... hasta que vi cómo te hice daño al presentar a Juri como mi prometido. –Con labios temblorosos, Saahir inclinó la cabeza hacia él, con lágrimas cayendo por los costados de su rostro magullado-. Lo siento, lo siento mucho. –Sus ojos quedaron súbitamente vacíos, inmóviles, desprovistos de expresión. Una inquietante quietud se asentó en su cuerpo.

-¡Saahir! –gritó Ross con pánico creciente-. ¡Saahir, por favor!

La twi’lek jadeó de pronto, suavemente, con su pecho ascendiendo y descendiendo con ritmo lento.

-¿Recuerdas Isamu, esa pequeña luna del sistema Birjis? –Su voz era apenas audible-. No me creíste cuando te dije que allí los árboles hacían el amor cada noche. Pero entonces lo viste por ti mismo, ¿verdad? Lo viste.

Ross inclinó la cabeza, apoyándola junto al cuello de Saahir, luchando contra las lágrimas que aguijoneaban sus ojos. Asintiendo lentamente con la cabeza pegada a ella, susurró:

-Lo vi.

-No te dije que era simplemente un truco de sombras. En Isamu, los árboles crecen en parejas y, por la noche, parecen amantes besándose bajo la luz de la luna. –Moviéndose con la lenta y elegante gracia que le caracterizaba, Saahir apartó su mano de la de Ross y se quitó el anillo de su dedo. Deslizó la fría sortija en el dedo meñique de Ross y sonrió.

-¿Qué estás...? –Ross ignoró el cálido torrente de lágrimas que manaba de sus ojos-. Saahir, no.

-Quiero que vuelvas allá, Ross, que vuelvas a Isamu a esa arboleda que descubrimos. Quiero que vuelvas allá, y quiero que me perdones por todas las cosas dolorosas que te he hecho. –Sus ojos eran joyas vítreas en la penumbra, y a cada momento que pasaba, su brillo se iba apagando.

-¡Pero ya te he perdonado!

-Quiero que vayas allí con alguien que sea especial para ti.

-No hay nadie más, Saahir. ¡Nadie!

Saahir comenzó a sufrir convulsiones en un ataque de terrible dolor. Comenzó a cantar.

-Antes la oscuridad solía asustarme tanto... antes solía pasarme la vida persiguiendo al sol. Conozco demasiado bien los miedos de la noche. Contigo, sólo había risas, risas al caer la noche. –Soltó una suave risa.

Ross sonrió, pensando que estaba luchando contra sus heridas.

-¿De qué te ríes?

-No hay nada de verdad en esa canción, Ross. No hay risas al caer la noche... sólo silencio.


***


En la atmósfera rancia y estancada del Malecón de Reuther, Ross se recostó contra el inclinado respaldo de su silla, ocultando sus emociones en la comodidad de las sombras. Apartando la botella de t’ssolok vacía, miró fijamente el peculiar cristal, sintiéndose tan hueco y transparente como el vidrio tallado. Para tranquilizar el temblor de sus labios y su barbilla, el contrabandista se limpió nerviosamente las comisuras de la boca, suspirando cuando la realidad de siete torturados años se hundía profundamente en su intranquilo espíritu.

-Murió –dijo con voz rota-. Justo en mis brazos. Y no hubo nada que pudiera hacer.

Reuther apuró su último sorbo de t’ssolok, deseando que el fuerte regusto del licor fermentado pudiera desatar el nudo que crecía en el fondo de su garganta.

-Ese es un vector muy difícil de calcular, Ross. Nunca me imaginé que llevaras contigo ese tipo de carga. Un peso semejante mataría a un hombre normal. –Meneó la cabeza un instante, tragando saliva ante su propio dolor-. Sé cómo te sientes. Cuando el Imperio comenzó a colonizar este sector, mi gente tomó para sí la responsabilidad de enfrentarse a ellos. De mostrar a esos igaluus invasores que no éramos una raza con la que se pudiera jugar. –Frunció los labios con gesto pensativo, cruzando las piernas bajo la mesa-. Perdí mi mujer, mis tres hijas, y mi ánimo por el castigo que siguió a nuestra insolencia. –Reuther miró fijamente a los ojos del corelliano, tamborileando ligeramente en la mesa con los dedos-. Necesitas volver a esa luna, Ross.

Ross se encogió ligeramente.

-¿Cómo sabes que no he estado ya allí?

-Porque aún no la has perdonado. O a ti mismo. Si lo hubieras hecho, no estarías aquí. Estarías ahí arriba bajo la luz de la luna. Hasta que no vayas, no podrás recuperarte por completo.

Mirándose las manos, Ross tomó aire profundamente.

-¿Alguna vez te recuperaste? –preguntó, pensando en la familia de Reuther.

-¿Por qué crees que tengo un bar? Mientras tenga clientes –dijo, señalando con la cabeza a un trío de rodianos que entraba por las puertas-, no tengo que preocuparme por mis problemas. –El najib saludó marcialmente al contrabandista antes de excusarse y alejarse de la mesa.

Ross se frotó pensativo la barba que comenzaba a crecer en su barbilla, escuchando el áspero sonido mientras le raspaba la punta de los dedos. Se puso en pie, dejó unos cuantos créditos sobre la mesa, y comenzó a caminar hacia la puerta. En la entrada, se detuvo brevemente para mirar a Reuther, sonriendo a su pesar cuando el camarero le guiñó un ojo desde donde estaba. Ajustándose el cuello de su camisa, salió a las calles desiertas y se llevó el comunicador a la mejilla.

-194.

-Te recibo, Ross. ¿Qué pasa?

-Establece un curso al sistema Birjis. A Isamu. –Avanzó por el espaciopuerto hasta el patio exterior tras el hangar principal, caminando con suave fluidez inducida por el efecto del t’ssolok.

-¿Qué haremos cuando lleguemos allí? –preguntó Kierra.

Ross se detuvo para mirar al cielo por encima de su hombro. Las lluvias habían parado, dejando un suave brillo fresco y limpio sobre los terrenos y los edificios del espaciopuerto. Más allá del denso manto de las nubes de tormenta, pudo ver romper el alba, abriéndose camino por los niveles superiores de oscuridad para alejar las sombras de la noche.

-Ross –gimoteó Kierra-, ¿qué vamos a hacer en Isamu?

Ross subió la rampa, pulsando el teclado para cerrar la escotilla.

-Vamos a dar descanso a unas cuantas almas.


***


Un gélido viento otoñal sopló desde las tierras altas, empujando una fina capa de niebla en la superficie del lago de la montaña. Ross sintió los suaves dedos de la brisa moviéndose entre sus mechones rubios y sonrió cuando su cuerpo se estremeció bajo el abrazo del frío. Después de siete años hibernando para evitar vivir, vivir de verdad, era confortante experimentar de nuevo las sensaciones del mundo.

Rodeado por las sombras entrelazadas de los árboles mu, sonrió cuando las sombras a su alrededor mezcladas con la luz azul que emitía la estrella primaria de Isamu se asemejaron a una docena o más de amantes, que se hubieran reunido con él a la orilla del lago para celebrar la más preciada de todas las emociones. Doblando el brazo debajo de la cabeza, Ross miró la negra extensión de la atmósfera, dándose el capricho de ponerse a contar todas las estrellas de un sector del cielo nocturno.

-Ross, ¿por qué no me has hablado nunca de este sitio?

Sintiendo un punto de molestia en la voz de la inteligencia droide, Ross se incorporó a regañadientes sobre sus codos.

-No te preocupes, Kierra, no vamos a quedarnos mucho tiempo.

-Oh, no, no, no. No me importa. Es bastante romántico. Me entran ganas de, de...

Ross miró por encima de su hombro hacia donde el YT-1300 estaba posado sobre una extensa formación rocosa.

-¿De qué, Kierra?

-De... –Una risita avergonzada sonó por el comunicador-... de cantar.

Ross sonrió, hundiéndose de nuevo en la hierba.

-Nada te impide hacerlo, querida.

Tras unos instantes, pudo escucharse un suave tarareo. Reconoció los primeros compases de la canción de Saahir, “Risas al caer la noche”. Se tomó el cordón de cuero que llevaba al cuello y soltó el nudo mientras sostenía el anillo metálico que colgaba en un extremo. Estaba caliente por tenerlo tan cerca de la piel.

Sujetando la sortija en el hueco de su mano, volvió a cruzar los brazos bajo su cabeza y suspiró cuando una tranquila paz le invadió. Cerca, la luz reflejada por el planeta que asomaba en el horizonte recortó la silueta de un árbol mu solitario. La enfermedad o el desastre natural habían marchitado a su gemelo, y se alzaba solitario al borde de la orilla del lago, rodeado por parejas reunidas. Sin lamentar su pérdida, el árbol era el único de la zona inmediata que mostraba varias ramas llenas de brotes de otoño tardío.

Ross cerró los ojos, escuchando la melodía de la voz de Kierra, y la del viento. Visualizó detrás de sus párpados al árbol mu, que continuaba creciendo, sin un compañero, que continuaba sobreviviendo, y cayó profundamente en un placentero y muy merecido sueño.