jueves, 28 de febrero de 2013

Un duro invierno (V)


Temiendo tener lesiones de las que no era consciente, Drake hizo una mueca, sin intentar moverse. Probando cada una de sus extremidades, se convenció de que no había ningún daño permanente e hizo el esfuerzo de incorporarse.
-¿Drake?
-¡Toob! -jadeó, encogiéndose cuando el sonido de su propia voz explotó dentro de su cráneo.
-¿Quién te enseñó a montar, muchacho?
-Tú -gruñó Drake-. Me compraste un dewback de Tatooine, ¿recuerdas?
El corelliano se rió entre dientes al recordar.
-Bueno, eres todo un espectáculo -ayudó al muchacho a ponerse en pie-. ¿No hay nada roto?
-No. -Drake hizo un mohín y a continuación preguntó, cortante:- ¿Te importaría decirme de qué iba todo esto?
-Tiroteo -resopló Toob, retirando las alforjas del cuerpo del olai.
-¿Un tiroteo? ¿Con las tropas imperiales?
-¡Bueno, yo no lo empecé! -se defendió el contrabandista, sonriendo maliciosamente-. Pero tenía la intención de terminarlo. ¿Qué dem...? ¡Vaya! -De repente, la yegua olai se agitó, dando violentas sacudidas con sus pies. Rotas en la caída, sus patas delanteras se derrumbaron bajo el animal en un extraño ángulo y cayó cuan larga era en el suelo arcilloso. Brotaba sangre de su boca y sus orejas, y una mezcla de fluidos goteaba de su nariz. Resoplando y gruñendo de agonía, trató de incorporarse de nuevo, logrando erguirse sobre sus patas traseras. Desesperada y agotada, se dejó caer al suelo y rugió con tono inseguro. Relinchando lastimosamente, miró a sus jinetes humanos, pidiendo ayuda-. Tranquila, vieja amiga –le susurró Toob suavemente-. ¿Drake?
A través de la oscura maraña de su flequillo castaño, Drake se quedó mirando las sombras más allá de la yegua olai. Vacilante, pulsó el seguro de su bláster y presionó la pistola contra su funda.
-Vamos, Drake, no la dejes sufrir -se oyó la voz suave de Toob contra el viento. Tomando fuerza de la familiar empuñadura, sacó la pistola y disparó, matando instantáneamente a la yegua olai. Estremeciéndose brevemente, sus retorcidas extremidades cesaron en sus luchas... y quedó inmóvil.
Dando la espalda al cadáver, Toob dijo con voz áspera:
-Tal vez quieras llamar a tu compañera wookiee y hacerle saber que estamos llegando.
-No puedo -dijo Drake con voz mansa-. El comunicador está destrozado. ¿Recuerdas que caímos por la montaña?
El destrozado rostro de Toob esbozó una mirada de confusión.
-¿Lo hicimos?
-¿No te acuerdas?
Encogiéndose de hombros para restarle importancia, Toob echó a andar por el sendero.
-Eso no importa ahora. Volvamos a la nave. Creo que a ambos nos vendría bien un buen trago ahora mismo.
Turbado, Drake caminó detrás del contrabandista, siguiendo el sendero iluminado por las estrellas.
-¿Sabes, Toob? -comenzó con cautela-, estando retirado y todo eso, es posible que quieras pensar en bajar un poco el ritmo. Tal vez crearte un grupo de amigos decentes.
Sin volverse a mirarle, Toob gruñó:
-¿Qué? ¿Únicamente porque tengo un solo ojo bueno y unos kilos de más, tengo que dedicarme a la agricultura?
-Bueno, no, pero tienes que admitir que esta pequeña acrobacia en la montaña podría haber sido fatal.
-Estás empezando a hablar como mi hermano: cuidadoso, calculador... aburrido.
-No te haría daño que escuchases algunas de sus lecciones. - Drake titubeó, luego añadió-: Si le hubieras escuchado, nunca habríais ido a ese almacén en Ottega.
Toob se detuvo abruptamente, gruñendo.
-¡Karl fue porque quiso! ¡Nadie le pidió que fuera!
-¿Qué se suponía que debía hacer, Toob? –tanteó Drake-. Él es tu hermano. Alguien tenía que guardarte las espaldas.
-¿Eso es lo que te dijo?
-Eso es lo que pasó, Toob, y todo el mundo lo sabe.
En sombrío silencio, recorrieron los últimos kilómetros descendiendo la accidentada garganta del cañón, siguiendo el trazado del paisaje del Surco del Pliegue, un fenómeno geográfico de grietas y fisuras de múltiples niveles que podían disimular y albergar gran número de cargueros ligeros y pequeñas naves espaciales. Amarrado en una robusta cornisa, a pocos metros del suelo de barro arcilloso, los puntales de apoyo del Inquebrantable mostraban la mancha bermellón de la base del suelo, prueba de su estancia en el sombrío planeta rojo.
Nikaede caminó a grandes zancadas a través de la rampa, con su voz atronadora sonando desde el pasillo interior, reverberando en los cuartos cercanos. Drake sonrió. Era sin lugar a dudas una bienvenida tradicional wookiee. Preparándose, no se resistió y sintió cómo era elevado varios centímetros del suelo en los poderosos brazos de la wookiee. Exhausto, simplemente se relajó en la explosión torrencial de pelaje negro y plateado. Depositando a su capitán de nuevo en el suelo, Nikaede gimió con tristeza, mirando los moretones y rasguños que cubrían su rostro. El olor de la sangre era penetrante y gimoteó pidiendo una explicación.
-Más tarde -susurró Drake, mirando más allá de ella. Sin hacer comentarios, Toob pasó junto a ellos y entró en la nave. Poco después, el corelliano reapareció, echándose una bandolera de paquetes de energía por encima de su hombro-. ¿Toob? -Drake corrió tras él, tomando suavemente al contrabandista de la manga-. ¿Qué estás haciendo?
Toob sacudió el brazo para soltarse.
-Voy a terminar lo que otro empezó. -Reanudó su marcha hacia el sendero de la montaña, gruñendo irritado para sí mismo. Dando golpecitos con el pie contra el suelo de roca, impaciente, se detuvo al borde de la cresta-. ¡Vamos, muchacho! ¡Estoy listo para ir!
-¿Ir? -Drake se quedó sin aliento, temblando.
Ajustando su bláster en su funda, el corelliano gruñó:
-Será igual que aquella vez cuando tu papá y yo nos las vimos con policías del sector en Bnach.
-Toob. -Drake tragó saliva-. Bnach es un planeta prisión imperial. Nadie va allí...
-Bueno, tal vez fue el puerto espacial Manda en un... en una… -Se detuvo, aturdido por los recuerdos confusos-. Qué más da. No importa. No voy a quedarme aquí quieto mientras que hombres buenos como Ziv Banks, Lu Esi y Tenke Hurn son abatidos a sangre fría.
-Toob, esas personas están muertas. Me contabas historias acerca de ellos y lo que finalmente pasó con ellos, ¿recuerdas? Ziv murió en un tiroteo en la Dama Naranja en Nar Shaddaa. Lu estrelló su carguero sobre Vedis IV, huyendo de las autoridades del sector. Y Tenke estaba contigo cuando explotó aquel detonador en Ottega. No sobrevivió.
Toob comenzó a caminar con paso inseguro, obviamente desorientado.
-Algunos de los mejores contrabandistas a este lado de Corellia... ¡quien los necesita! -se quejó-. ¡Podemos ocuparnos nosotros mismos de ese búnker imperial!
-¡Toob! –presionó Drake-. ¡No hay ningún bunker imperial!
-¡Te has vuelto cobarde, Marji! ¡Maldita sea tu suerte! -Toob extrajo el bláster de su funda. Configurado para un disparo letal, apuntaba al pecho de Drake-. ¡Cobarde! Pero siempre has sido así, ¿verdad?
Haciendo un gesto a su primer oficial para que se apartase, Drake declaró:
-Mírame, Toob. No soy Marjan.
El rostro del corelliano se ensombreció cuando una ola de confusión abrumó sus turbados sentidos. Vacilante, bajó el desintegrador.
-¿Kaine? ¡Kaine, hijo mío! ¿Qué estamos esperando? Vamos a acabar con unos cuantos soldados de plástico. ¡Por los viejos tiempos!
Recordando las advertencias del issori, Drake respondió con cautela:
-Toob, por favor. Kaine era mi padre. Ahora está muerto, ¿recuerdas?
Un profundo sentimiento de lástima invadió al joven pirata mientras trataba de hacer que el contrabandista regresase a la realidad actual.
-¿Muerto? -murmuró Toob incoherentemente, luchando con el concepto-. Entonces... entonces, ¿tú quién eres? ¡Algún gamberro! -gritó, levantando de nuevo el bláster a la altura del pecho-. ¡Escuchaste hablar de mí y viniste a ver si el viejo todavía tenía pasta, ¿eh?! Pensaste que podrías ganar un poco de maldito dinero y hacerte un nombre eliminando al viejo Toob Ancher. ¡Bueno, pues no en esta vida, chico!
Esquivando ágilmente el primer disparo, Drake agarró a Toob por el brazo y se agachó debajo de él mientras el segundo disparo se perdía, pasando muy cerca de Nikaede, quien se tiró al suelo para cubrirse. Drake intentó sacudirle el brazo para que soltase el arma; pero perdió el agarre. Antes de que pudiera esquivar al desequilibrio corelliano, sintió cómo la dura culata del bláster le golpeaba cruzándole la barbilla. Tambaleándose, cayó al suelo, y la sangre brotó de la comisura de su boca.
-¡Nikaede! ¡Quieta! -gritó Drake a la wookiee. Poniéndose en pie a trompicones, Drake levantó los brazos en señal de rendición.
-¿Quién eres? -susurró Toob, con su furia abruptamente disminuida-. Límpiate esa sangre de la cara y deja que te vea.
Drake se frotó la sangre de su boca.
-Toob, soy yo -susurró, no pudiendo ocultar el dolor en su voz-. Drake, ¿recuerdas?
-¿Drake? –gimió Toob-. ¿Qué estás haciendo? -Desconcertado, miró el bláster en su mano y la hinchazón en la barbilla de Drake-. ¿Qué... he hecho?
-Nada -le susurró Drake-. No ha pasado nada.
-¿Nada? -jadeó Toob. Dando la espalda al joven socorrano, miró hacia la oscuridad más allá de la cresta. Indignado por la idea de la traición, arrojó el bláster contra las rocas-. Nunca debería haber abandonado Tatooine. Debería haber... debería haberme apuntado a la cabeza con un bláster y... -Exasperado, dijo con voz áspera-: Vete, Drake.
Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo... no el de un extraño. Drake avanzó, recordando el consejo del issori.
-¿Toob? -preguntó con incertidumbre.
-Vete a la cama, muchacho -respondió Toob con reprobación-. Hablaremos de nuevo por la mañana.
En contra de su mejor juicio, Drake se rindió al niño pequeño dentro de él, el niño atemorizado que admiraba y adoraba al impetuoso Corelliano. Desorientado y obediente, se retiró a la nave.
-Vamos, Nik.
Muy agitado, luchó por empujar a la enfurecida wookiee al interior de la nave, tirando de la piel y el pelaje para obligarle a subir por la rampa. Frotándose la cara hinchada con una mano temblorosa, Toob se maldijo a sí mismo. Recordando las palabras de una vieja balada de contrabandistas, cantó suavemente:
-¿Quién teme el aliento amargo del invierno? Un hombre que nunca ha conocido el frío. Dulce dama, no hay nada más frío -hizo una pausa, masajeándose su preocupada frente- que el corazón de un contrabandista que ha envejecido.
Experimentando la sensación de pérdida y desolación del corelliano moribundo, Drake le acompañó, susurrando en silencio el estribillo.
-Cae la noche y estoy lejos de mi hogar. Atrapado entre la cuna y la tumba. Atrapado entre la cuna y la tumba.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Un duro invierno (IV)


Drake se despertó de un sueño agitado. El calor que emanaba de la chimenea era sofocante, casi vivo con una esencia tangible. Incapaz de respirar, el socorrano se puso rápidamente sus botas y salió de la cabaña, escapando a las oscuras nieblas nocturnas. Subiendo a la cerca del corral, se quedó mirando la gran boca del Cañón Tyma, hipnotizado por el intrincado laberinto de barrancos semi-subterráneos y pasos de montaña ocultos, destacas por sombras de mármol color marfil y huecos negros abiertos, expuestos bajo la tenue luz de las estrellas.
La quietud de la noche quedó rota por el lejano rugido del motor de un deslizador terrestre, reverberando desde los acantilados y proyectando ecos por toda la montaña. Cuando el vehículo se acercó, Drake saltó de la valla, poniéndose a cubierto detrás del abrevadero. Vio como los faros del deslizador atravesaban la oscuridad, avanzando temblorosas de un lado a otro mientras la nave giraba, casi chocando contra las puertas del asentamiento antes de enderezarse en el camino.
El conductor rodiano chilló cuando una botella de daranu se le resbaló de las manos y se estrelló contra la barra de la dirección. Desesperado por salvar a las últimas gotas, el rodiano frenó bruscamente, casi haciendo que él mismo y sus pasajeros salieran despedidos del vehículo. Junto a él, en los asientos delanteros, un sullustano ululó varias agitadas maldiciones cuando su frente chocó contra el salpicadero dejando una notable abolladura en la guantera.
Desde el asiento trasero, dos hombres humanos aullaban de placer.
-¡No te preocupes, Nio! -gritó uno de ellos en básico-. Toma -lanzó otra botella al eufórico rodiano-, toma otra. ¡Hay muchas más dónde salió esta! -Saylor Marjan se balanceó precariamente antes de sentarse de nuevo en su asiento. Poco después, gritó-: ¡No puedo creer que hayas metido a un niño en este asunto, Toob! ¿En qué estabas pensando?
-Deja que yo me preocupe por el muchacho -respondió una voz ronca-. Cambiaría a cualquiera de vosotros por él, exprime-reactores. -El contrabandista se calló, asaltado por un ataque de tos.
-Mientras pueda volar como escolta en mi Z-95 -se retractó Marjan-, le daré una parte justa.
-Eso es todo lo que pido -jadeó Toob-. Ahora vayamos. De repente, el rodiano aceleró el motor y el deslizador terrestre viró, rozando la pared de la montaña y agitando a sus pasajeros. Marjan juró con vehemencia, golpeando al conductor en la cabeza con un puño carnoso. Refunfuñando obscenidades, arrebató la botella de las manos temblorosas del rodiano y la hizo añicos sobre su cabeza escamosa-. ¡Ahora hazlo bien! -gruñó. Tembloroso, pero constante, el deslizador reanudó su curso, acelerando por la carretera de montaña por los senderos debajo del borde del cañón.
Frenético, Drake atravesó el pequeño recinto, volcando en su carrera un banco de trabajo con piezas de motor abandonadas. Se detuvo deslizándose cuando Fahs surgió de la puerta, y balbuceó:
-¿Lo has...?
-Lo he oído –dijo con brusquedad Fahs, entregando al socorrano su bláster, su camisa y su chaqueta.
-¡¿Cómo ha podido salir de la cama siquiera?! -preguntó Drake mientras se vestía la camisa.
-Es la naturaleza de la enfermedad -respondió Fahs, mirando ansiosamente el sendero-. Arriba, abajo, totalmente impredecible, especialmente en las últimas etapas.
-¿Adónde crees que se dirigen?
-Al Bantha Risueño, probablemente.
Abrochándose el desintegrador alrededor de la cintura, Drake corrió hacia los corrales de los olai.
-Tomaré por el Risco Garish y les adelantaré.
-Las lluvias lo han arrasado -advirtió Fahs, conduciendo uno de los olai detrás de él-. Es un suicidio seguro, incluso en un olai. -Cuando Drake se acomodó en la silla, el ansioso issori susurró-: Ten cuidado.
Drake Dejó asomar una sonrisa tranquilizadora, conjurando los temores del issori y los suyos propios.
-Cuidaré de él. -Activando el foco de luz en el arnés de su montura, silbó para darse ánimos y la espoleó para ponerse en camino, galopando imprudentemente hacia la estrecha boca de los pasajes del cañón más allá del asentamiento.
-Sé que lo harás, muchacho -suspiró Fahs, exhausto. Vio cómo la luz del foco se hacía cada vez más tenue sobre el camino del risco-. Sé que lo harás.
Apenas una hora después de salir al risco, Drake se inclinó sobre el cuello de su montura y golpeó las riendas contra sus hombros sudorosos. Podía ver el Bantha Risueño justo debajo de él y pudo escuchar el característico estallido de disparos bláster provenientes de esa dirección. Tiró de las riendas para dirigir su montura fuera de la pista, hacia las laderas rocosas sobre la taberna. Desconectando el foco que le proporcionaba luz, se abrió camino poco a poco por la peligrosa ladera, examinando desesperadamente las sombras y el arco de fuego láser que surgía desde cada lado del establecimiento.
A la izquierda, pudo distinguir el diseño blanco sobre negro de la armadura de los soldados de asalto imperiales cuando los disparos bláster iluminaban brevemente la zona de detrás de la barra. Frente a ellos, vio los restos humeantes de un rodiano y un sullustano tendidos en el barro. El sullustano todavía estaba vivo, su brazo malherido le colgaba a un lado mientras se arrastraba hacia sus compañeros, que estaban atrapados detrás del deslizador terrestre. Un disparo perdido puso fin a sus luchas.
-¡Esta vez te las tienes que arreglar tú sólo, Marji! -gritó una voz-. ¡No me corresponde solucionar esto!
Reconociendo la dura calidad de la voz de Toob, Drake guió su montura en esa dirección. Desde su posición ventajosa, vio que los soldados de asalto se disponían a cargar contra los contrabandistas superados en número y armamento. Usando el fuego disuasorio en su beneficio, retrasaban el ataque mientras otro destacamento de soldados de asalto se ponía en posición en el flanco exterior.
Drake galopó desde la tierra alta, haciendo un atrevido sprint cruzando la línea de fuego mientras decenas de soldados imperiales apuntaban. Fustigando su montura, esquivó un frenesí de salvas de bláster haciendo que el temperamental olai saltase sobre el deslizador terrestre incapacitado. Tirando ferozmente de las riendas, Drake le hizo dar media vuelta, balanceándose sobre su incómodo cuello mientras el animal se encabritaba.
-¡Vamos, Toob! -gritó, haciendo momentáneamente contacto visual con Marjan.
Pálido de histeria, Marjan gritó:
-¡No puedes abandonarme, Toob!
Agarrándose al estribo, Toob siseó.
-¡Maldice tu suerte, Marji! -Salvajemente, golpeó al contrabandista en la cabeza con su bota, manchando su rostro con barro rojo.
Drake chasqueó la lengua contra los dientes. El olai respondió con fuerza, haciendo una pequeña sacudida antes de salir al galope alejándose de la confusión de gritos y disparos de bláster. Protestando por la carga adicional, la montura se agitó con serias intenciones de tirar a sus jinetes. Haciendo rebotar sus cuartos traseros cada pocos pasos, irritada, la bestia echó hacia delante la cabeza y coceó al aire, tropezando en la arcilla inestable. Drake cogió las riendas y la guió de vuelta al camino. Era una lucha desesperada mientras la montura se defendía, incapaz de compensar el desplazamiento del peso y la huida temeraria por la montaña. Alargando la zancada, obedeció, galopando por la pendiente escarpada del cañón, retorciéndose los tobillos y las rodillas a cada paso.
Drake mantuvo sus talones en el costado de la montura, hostigándola con insistencia. Detrás de ellos, podía cómo se desvanecían los sonidos de la persecución. Cada pocos pasos, el ruido de los soldados de asalto atrapados hasta las rodillas en el barro iba disminuyendo. El socorrano sonrió con sorna, dando gracias por una toda una noche de lluvias torrenciales que habían precipitado y permitido su fuga.
Haciendo un último esfuerzo por resistirse, la yegua olai agitó violentamente la cabeza, golpeando la nariz de Drake con un chasquido de los huesos. El socorrano luchó por mantener la cabeza de la yegua bajo control, consiguiendo mantenerla en pie. Detrás de él, Toob se inclinaba hacia un lado, casi cayéndose del lomo del olai cuando el animal saltó apresuradamente un afloramiento de roca. Chillando de terror, aterrizó en un lodazal de barro húmedo, golpeando desesperadamente con sus patas traseras para escapar de la ciénaga. A pesar de sus esfuerzos, la yegua se tambaleó y cayó de rodillas. Volaron chispas de sus herraduras al golpear las rocas dentadas, que estaban repartidas por todo el camino. Alzándose con una cabriola, tiró a ambos jinetes antes de aterrizar de nuevo contra la endurecida carretera de montaña en un impacto capaz de romper huesos.
Controlando su caída, Drake se dobló sobre sí mismo y rodó. Atrapado por el impulso, siguió cayendo de cabeza, por el puerto de montaña. En la confusión de la náusea y el vértigo, oyó los horribles gritos de la yegua detrás de él, mientras esta se estrellaba por la pendiente escarpada hacia la cuenca del cañón. Acelerando por la pendiente en una enloquecedora maraña de piernas y riendas, el olai rebotó por encima de él, golpeándolo en la cara con uno de sus agitados cascos. En la base de la montaña, se estrelló contra el animal, golpeando su cabeza contra su cuerpo inmóvil. Su última visión fue la del cielo nocturno, violeta, rosa, y luego infinitamente negro.

lunes, 25 de febrero de 2013

Un duro invierno (III)


A doce kilómetros de distancia, por debajo de la estrecha quebrada montañosa, la boca ensanchada del Cañón Tyma comenzaba a desaparecer debajo de una manta errante de nubes rosa lavanda, un peculiar fenómeno exclusivo de los grises y sombríos cielos de Redcap. El abismo infame se bifurcaba y giraba extendiéndose varios cientos de kilómetros, cruzando el rostro estéril y enrojecido de la superficie del planeta, formando las únicas repisas de aterrizaje posibles dentro de un rango de 20 kilómetros de distancia de los asentamientos al borde de la montaña.
Dejando el Inquebrantable seguro y oculto en la región de la cuenca, Drake cedió una botella de raava socorrano y unas pocas células de energía a modo de trueque, a cambio de un par de olai. Abandonadas tras la disminución de los recursos minerales y el cierre de las minas, las criaturas eran lejanas descendientes de las que habían trabajado en las minas. Agresivos pero persistentes, los animales habían pasado casi una década evolucionando dentro del ambiente hostil de Redcap, multiplicándose y diseminándose a través de la superficie del planeta.
Drake miró la cabeza pesada del olai, moviéndose de izquierda a derecha con cada zancada. Los bulbosos cuernos huecos, que crecían y se enroscaban alrededor de la cabeza y el cuello de la criatura, le daban la impresión de que el animal se esforzaba por llevar su propia masa. Exhausta y de mal humor, la montura cabeceó en señal de protesta, rociando su pecho y sus patas con espuma. Sus dientes rasparon ruidosamente sobre la broca de metal, apretó y tiró de las riendas, lanzándose a sí misma y a su jinete sobre las piedras del suelo.
Aflojado en una caída anterior, más abajo en la montaña, un taco roto resonaba ruidosamente chocando contra el resto de la herradura de la bestia. Drake escuchó el tintineo, reviviendo la casi letal caída. Movió receloso la cabeza, deseando no haber aceptado nunca el impetuoso desafío de Toob de echar una carrera para subir la montaña. Castigándose a sí mismo, Drake se dio cuenta de que en la mente de Toob, él era todavía un niño y el contrabandista lo había utilizado en su beneficio.
Todavía sacudido por la choque, Drake presionó firmemente los talones contra el costado de su montura y la instó a galopar hacia el estrecho barranco. Desplomado sobre la silla, el rostro febril de Toob brillaba por el sudor y el contrabandista gruñó algo ininteligible. Drake suavemente quitó las riendas de las manos flojas del corelliano y sujetó una cuerda de guía a la brida del olai.
Molesto por la fuerza seductora que el anciano ejercía sobre él, Drake dio un fuerte taconazo al costado del olai, ignorando una mancha de arcilla roja que cruzaba sus gafas de vuelo. Sus ojos seguían un camino errante de vagos recuerdos de la infancia... recuerdos oscuros que le saludaban con una promesa de ayuda y de seguridad en la buena voluntad de un viejo amigo. Si sus instintos eran correctos, encontraría refugio en el pequeño pabellón de caza, que se encontraba a pocos metros del camino principal, ubicado al cobijo de las puertas del asentamiento Juteau.
Más allá del rústico tejado y el modesto corral, Drake podía ver la silueta velada de las casas, refugios y tiendas. A lo largo de la carretera principal, se habían activado varias lámparas de incandescencia, espantando a todas las sombras salvo a las más persistentes. Desde los oscuros cielos nocturnos, caía una ligera llovizna, dificultando los pasos al andar. El clic de las garras metálicas de los olai resonaba con estrépito contra el camino lleno de baches, mientras entraba en los patios delanteros. Y a pesar de los increíblemente afilados tacos de sus herraduras, los animales tropezaban con frecuencia.
Drake guió a su montura hasta la cerca del corral y se detuvo. Rígido y con el trasero dolorido por la cabalgada, liberó los pies de los estribos y desmontó. Con deliberada lentitud, pasó suavemente sus manos sobre la ancha espalda del olai, contemplando la magnitud del daño sobre su piel negra. Severamente golpeada por la caída, la criatura se estremeció bajo su toque, lanzando una vacilante mirada de crítica a su jinete. Vívidamente consciente de sus propias llagas, emocionales y físicas, Drake sonrió y le rascó el liso hocico aterciopelado.
-Vaya, pero si es el mismísimo Príncipe de Socorro en persona -susurró una sombra tenue-. Y uno de los monarcas caídos de Corellia.
Drake resopló, reconociendo el acento familiar de otro héroe de la infancia.
-Ol'val, Fahs -saludó, aceptando el firme apretón de manos del issori.
Lejos de su mundo acuático, Issor, la clarísima melena rubia de Fahs se había vuelto de un gris lúgubre por el tiempo y la mala salud. La llevaba con orgullo en un moño ceremonial, ocultando la mancha pálida de la calva en la coronilla de su cabeza. El coste de la vanidad hacía aparecer el liso y redondeado contorno de su rostro, donde la evolución había hecho desaparecer las orejas primordiales. Vestido con unos desteñidos pantalones de pirata color beige, su piel y el cabello mostraban el calvario de una vida pasada en la superficie de arcilla bermellón de Redcap. Profundamente curtidas y con músculos prominentes, las largas y delgadas extremidades del Issori, acentuaban su figura alargada, dando una fuerza visible a la aparentemente frágil altura. En las sombras, Drake observó un ligero temblor en los finos dedos palmeados, prueba de haber pasado demasiado tiempo en la cantina local, más que en actividades útiles.
Fahs sonrió generosamente; una calidez genuina se extendió por todo su rostro arrugado pero encantador.
-Aún no eres un hombre, pero vives la vida de un hombre. Te ves bien para ser un pícaro común, Drake Paulsen.
-Eso es porque no soy tan común -bromeó el socorrano. Inclinando la cabeza hacia Toob, susurró-: ¿Tienes sitio para nosotros?
-Siempre. –Acercándose al costado del olai, el issori apoyó suavemente a Toob contra él y deslizó al contrabandista inconsciente desde la silla a su hombro-. Tranquilo, viejo, tranquilo -susurró en respuesta al murmullo incoherente del corelliano.
Drake lo siguió hasta la puerta de la cabaña, vacilando en el estrecho marco. Acostumbrándose a la oscuridad, examinó el familiar interior, donde había pasado numerosos veranos en compañía de los amigos de más confianza de su padre. Reacio a ir más lejos, se retiró a las sombras del exterior, junto a los olai, que necesitaban un poco de atención.
Pasó casi una hora antes de que Fahs resurgiera del refugio.
-¿Hace cuánto tiempo que está así?
-Desde que salimos de Tatooine, y antes de eso no estoy seguro. -Drake se apoyó en el poste de la cerca, descansando su frente contra la madera llena de nudos-."Jabba ordenó a Tait que lo arrojasen en algún lugar del desierto. Algo sobre mala suerte si Toob moría en el palacio.
Fahs se rió.
-Jabba es según Jabba actúa; y nunca nadie lo acusó de ser compasivo.
-Alguien debería enseñar a esa babosa...
-Alguien debería dejarlo tranquilo -le regañó Fahs suavemente-. Tienes mucho potencial, Drake. Consigue unos pocos años luz más a tus espaldas y, con el tiempo, puede que tengas la oportunidad de darle al viejo gusano lo que se merece.
-Me importa un bledo Jabba. Ahora mismo, Toob es mi mayor problema. ¿Qué está pasando, Fahs? ¿Qué le pasa? -Exasperado, Drake lanzó una piedra sobre los corrales de los olai, a las zarzas en el lado opuesto-. Es como se estuviera volviendo loco poco a poco.
-Podría decirse así -respondió Fahs, poniendo en orden sus pensamientos-. En mi mundo, los poetas lo llaman melanncho, una tristeza tan grande que hace que los hombres se vuelvan locos. Nuestra especie prima, los odenji, quedó casi destruida por ella algunos siglos atrás. -El issori pasó el peso de una pierna a otra, mirando el cielo nocturno-. Cuando comencé a trabajar en Corellia, los mineros -resopló con orgullo-, que no sabían nada de artes, lo llamaban por otro nombre... brekken vinthern.
-Un roto... ¿un duro invierno? –tradujo Drake.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus días. De ahí es de donde viene el dicho. Lo llaman así porque pocos llegan a sobrevivir. -Cruzando sus brazos sobre su pecho, Fahs bostezó-. En ese entonces, era común en mineros que trabajaban en las operaciones de los núcleos radiados o en contrabandistas que pasaban demasiado tiempo trabajando con piezas de motor contaminados.
-Entonces, ¿qué va a pasarle?
-Bueno, Drake -comenzó Fahs, pensativo-, los hombres que sufren esta enfermedad no suelen morir mientras duermen. Una vez vi a un pirata que la tenía recibir más de 40 puñaladas antes de salir de la pelea.
-¿Contra quién peleaba?
-Contra él mismo. Pensaba que el Imperio le había impregnado con miles de pequeñas balizas transpondedoras. Así que empezó a arrancárselas.
Drake tragó saliva con esfuerzo, luchando por comprender.
-¿No hay nada... cualquier cosa que podamos hacer?
-Hay una cosa. -Fahs frunció sus delgados labios y se quedó mirando la espesa arcilla bajo sus pies. Una expresión severa y distante envolvió su rostro, que ya no era hermoso, sino más bien siniestro en las sombras-. Se encuentra en las etapas finales de la enfermedad. En las últimas horas, puede que ni siquiera te conozca. Puede volverse contra ti de mala manera. Revivirá el pasado, confundiéndolo con el presente, y puede que incluso te tome por un viejo enemigo.
-Y cuando eso suceda -preguntó Drake-, ¿qué debo hacer?
El issori no dudó. Inclinándose hacia el rostro de Drake, respondió:
-Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo, y no el de un extraño. -Fahs se alejó, refugiándose en las sombras-. Sólo hay dos clases de sacrificios en esta vida: los que se ofrecen un buen grado y aquellos que deben sufrirse. A veces, es difícil saber la diferencia.
-¿Cómo puede saberse?
-Cuidamos de nosotros mismos, Drake. Cuando llegue el momento, lo sabrás.
Aturdido, Drake tembló, evitando la mirada constante del Issori. Mirando más allá de la oscuridad de los corrales de los olai, vio una sombra moviéndose a lo largo del perímetro del corral. La figura se detuvo, observándolos durante un largo rato antes de saludar con la mano.
-¿Quién es ese?
-El teniente Noble Calder -susurró Fahs-. Pilota naves de escolta para el Aremin. Están registrando la zona en busca de contrabandistas. –Guiñando un ojo en tono de broma, añadió con un bufido-: ¿Crees que ha encontrado alguno? -El issori atrajo a Drake hacia sí, masajeando los tensos hombros del muchacho-. Calder es un hombre bueno para ser Imperial, Drake. No lo juzgues por lo que ves.
-Buenas noches, Fahs -saludó una voz suave-. ¿Cómo va la noche?
-Va bien -contestó Fahs, aceptando la mano del Imperial y dándole un firme apretón-. Teniente Calder, este es un buen amigo mío. Drake.
-Drake –le saludó Calder, ofreciendo su mano en sincera señal de amistad.
Drake esperaba que su sentido de contrabandista entrase en erupción con sospechas y alarmas. Cuando sus ojos se fijaron el traje de vuelo negro, una inesperada ola de calma re recorrió, pacificando su corazón que latía con fuerza.
-Realmente no soy tan mal tipo -escuchó reír al imperial-. Todo está en el uniforme.
Drake se echó a reír, estrechando la mano del oficial.
Extrañamente tranquilo, sonrió ante el hermoso rostro y la mata de pelo blanco que lo coronaba. Sus profundos ojos azules profundamente estaban separados por una nariz inusualmente angulosa, compensando la severidad de un rostro aristocrático.
Apretando suavemente el hombro de Drake, Calder bromeó.
-¿Qué estás haciendo con este viejo bribón? No eres más que un niño.
-Tiene 17 años -dijo secamente el Issori-. Ya es un hombre en nuestro mundo.
Irguiéndose, Calder suspiró.
-¿Los contrabandistas no creen en la infancia, Fahs?
La respuesta fue inesperadamente cortante.
-Uno tiende a crecer rápidamente a este lado del Imperio.
-Todo depende de las decisiones que tomes. –Guiñando un ojo, le dio a Drake unas palmaditas en la cabeza-. Buenas noches.
Continuó su camino por la carretera de montaña, retirándose a través de las puertas del asentamiento hacia las tierras comunes.
Cautelosamente, Drake susurró:
-Hablando de contrabandistas. ¿Conoces a un tal Marjan Saylor?
-Conozco ese nombre -respondió Fahs-. No he visto a esa persona durante una década o más. Lo conocí en Arapia cuando Toob y yo fuimos a cobrar una deuda para un señor del crimen llamado Saadoon-Kauldi.
-Saadoon-Kauldi -rió Drake con escepticismo.
-Te sorprendería saber para quién llegamos a trabajar en aquel entonces, mi joven amigo. En cualquier caso, resulta que era Marjan quien debía el dinero. Como era amigo suyo, Toob se dejó engañar ese tonto y le convenció para transportar una carga de especia a través del sector Elrood, lo que ayudaría a pagar la deuda y tal vez les proporcionase un beneficio. -Frunciendo los labios, Fahs sonrió con el recuerdo-. Lo logramos. Conseguimos el dinero para Saadoon. Pero lo que obtuvimos como beneficio no resultó suficiente para arreglar una, ni mucho menos las cinco brechas en el casco que sufrimos. -El issori sacudió la cabeza con cansancio-. Marjan estaba loco. Pero, ¿quién estaba más loco, Toob o él? Honestamente no sabría decirlo.
-Toob le mencionó a él y algo acerca de un cargamento de especia de gran tamaño. Por eso insistió en venir a Redcap.
-Es la enfermedad. No te preocupes, Drake. Saylor y Toob eran amigos, hace mucho tiempo. Tuvieron una discusión hace casi 20 años y no se han hablado el uno al otro desde entonces. –Tomando a Drake por los hombros, Fahs condujo al agotado socorrano hacia la puerta de la choza-. Creo que te vendría bien un trago de mi sopa, receta de mi vieja madre –dijo riendo entre dientes-. Lo mejor para un día frío y húmedo.
-Suena bien -contestó Drake, adormilado. En silencio, entraron en la cabaña y cerraron la puerta, echando el cerrojo tras ellos.

jueves, 21 de febrero de 2013

Un duro invierno (II)


-¡He hecho la carrera de Kessel y he sobrevivido al espectáculo! He aparecido en los tablones de anuncios de Mos Eisley; pero soy ningún héroe, sólo un pícaro solitario. Dulce dama, ¿tienes algo especial para mí?
Sorprendido por el coro jactancioso, Drake se despertó. Desorientado, se cayó de la cama, envuelto en las mantas. Al levantar la cabeza hacia las sombras que se desvanecían, se golpeó con fuerza la frente contra el armazón de la cama. Invocando varias maldiciones socorranas, se masajeó la contusión y se sentó en un revoltijo de mantas y almohadas. Recordando mentalmente sus pasos, recordó el mensaje desesperado que le había llevado al lejano mundo de Tatooine y su enloquecido intento de romper las reglas del hiperespacio para llegar a las coordenadas prescritas en el tiempo señalado.
Habían pasado varias horas, de acuerdo con su indicador, y el confuso socorrano no recordaba haber dado la orden de partir. De repente, su mente evocó las imágenes inquietantes del rostro gris e hinchado de Toob y la voz confusa de Tait Ransom y la tormenta de arena que se acercaba. Cruzando la puerta a trompicones, corrió por el pasillo mientras el coro estridente resonaba en la sección de popa de la nave.
-¡No desapareceré en ningún censo Imperial! ¡No, no trabajaré en las minas del Emperador! ¡No tengo miedo a dar el Salto Final yo solo, mientras pueda desear cielos despejados a todos mis compañeros! -Un verso melódico de wookiee sonó a mitad del estribillo-. ¡Buena chica, Nikaede! Ahora voy a buscar a Drake -gruñó Toob-. Tú ve a la cabina y pon rumbo a Redcap.
-¿Redcap? –dijo Drake para sí mismo, escuchando el silbido de las placas de la cubierta deslizándose en su posición. Asomándose al pasillo de acceso, vio cómo Nikaede desactivaba el último de los escudos de las bobinas del impulsor. Toob estaba cerca, mirándola-. ¿Por qué Redcap?
-¡Drake! –exclamó Toob con sincero afecto. Su rostro aún estaba enrojecido por la fiebre, su voz áspera e inflamada por la infección-. ¿Qué te pasa, muchacho? Parece que hubieras visto un fantasma.
Cruzando sus brazos sobre el pecho, Drake se apoyó contra el mamparo.
-No estoy tan seguro de no haberlo hecho.
Sonriendo alegremente, Toob se acercó cojeando hasta él, golpeando la frente del joven socorrano con la palma de su mano.
-¿Puede un fantasma hacer esto? -bromeó. Se volvió hacia la wookiee-. Establece un rumbo a Redcap. ¡A toda potencia!
Nikaede vaciló. A pesar de que el viejo le caía bien y se había acostumbrado a confiar en él, incluso en ausencia de su capitán, era reacia a traspasar los límites de la lealtad.
Drake sonrió, con su fe en la amistad renovada.
-Adelante, Nik. Redcap.
-Tienes aquí un buen primer oficial, Drake. La mejor mecánica que he visto a este lado del Borde Exterior.
Antes de que se le olvidase su pregunta, Drake susurró:
-¿Qué hay en Redcap, Toob? Y no empieces a echar balones fuera para evitar contestarme. Esta es mi nave -afirmó son seriedad-. Si estás hasta el cuello de estiércol de bantha, quiero saber cómo y por qué.
-Me parece justo -reconoció Toob. Por un momento, Drake pudo ver a través de las gruesas cicatrices y la piel escamosa al antiguo Toob, de ojos marrones, sonrojado, y siempre sonriendo con picardía-. Es el cargamento más grande de especia que tú o cualquier otro contrabandista hayáis visto jamás. ¡Especia suficiente para convertirme en rey! Vaya, con mi parte, podría comprar esta bola de polvo y convertirla en una casa de retiro. Y te diré algo Drake; voy a asegurarme de que Marji te dé una tajada del negocio.
-¿Marji?
-Saylor Marjan, un amigo mío de los viejos tiempos. -De pronto su rostro se ensombreció, mostrando las señas de la enfermedad y la preocupación-. Hablando de esos días, tengo algo para ti. -Extrayendo la cadena y las chapas metálicas del bolsillo de su chaleco, Toob entregó las identificaciones militares a Drake-. Eran de tu papá -susurró el corelliano-. Escuché que hizo su fortuna hace unos años y pensé que querrías tenerlas.
Drake tomó la cadena, contemplando en silencio los grabados metálicos del nombre de su padre, su rango y su unidad.
-¿Un coronel? –preguntó extrañado-. ¿Fue uno de los Bha'lir Negros? ¿Esto es real?
-¿Te parece real, muchacho? –le regañó Toob. Había brusquedad en su voz-. Tu papá podía superar a un caza TIE con una mano en el acelerador y la otra en una botella de whisky corelliano. Le llamaban la Plaga Socorrana...
El ojo del contrabandista se apagó sin previo aviso. Cayó de rodillas, apoyándose pesadamente contra la pared del pasillo.
-Te tengo -exclamó Drake, sujetando la forma desplomada contra su cuerpo.
-¿Qué ha pasado? –murmuró Toob.
-Creo que será mejor que te acuestes hasta que lleguemos a Redcap. -Ayudar a Toob a volver a su habitación, se defendió de la protesta que estaba a punto de pronunciar el contrabandista, añadiendo-: Podrás contarme todo sobre los Bha'lir Negros y cómo mi padre terminó siendo coronel.
-Bueno, lo que vas a escuchar es auténtico -insistió Toob-. Por mis bandas de sangre, es una historia verdadera.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Un duro invierno (I)

Un duro invierno
Patricia A. Jackson

En el fulgor implacable de los soles gemelos de Tatooine, el Mar de las Dunas parecía estar en llamas. Monótonas formaciones de arcilla endurecida y una gran extensión de dunas desérticas creaban un infinito dosel de aire recalentado. Un ligero viento a baja altitud soplaba sobre las crestas de las dunas, empujando constantemente arena y polvo contra los pies de aterrizaje del Inquebrantable.
A la llegada de la noche, la temperatura presionaba las escalas indicadoras más allá del máximo, ahogando a un ansioso Drake Paulsen mientras caminaba a la sombra de su carguero ligero Ghtroc, el Inquebrantable. Agitado, se agarró las mangas de su chaqueta de vuelo y la arrojó por la rampa hacia el corredor. Era poco alivio contra los vientos calientes. El joven socorrano se pasó las manos por su desordenada melena marrón de rizos sueltos, y luego jugueteó con los dedos en el pendiente dorado de su lóbulo izquierdo.
Soplando desde el desierto profundo, la dirección del viento cambió bruscamente. Como la mayoría de Tatooine, este lugar en particular no tenía nombre, ni méritos, sólo un conjunto de coordenadas que le había llegado de boca de compañeros traficantes de confianza. Ve a Tatooine; un amigo de tu padre está en problemas. Después habían llegado coordenadas precisas y planos vectoriales. Transmitiendo una urgencia que iba más allá de su críptico significado, la información había llegado en socorrano, meticulosamente ensayado por aquellos que ignoraban el lenguaje. En respuesta a ese llamamiento, Drake había recorrido media galaxia, llegando sólo momentos antes de la hora establecida.
Un gemido lastimero resonó suavemente desde el pasillo interior del Inquebrantable. Con las manos en las caderas, Drake se volvió hacia el contorno sombreado de su socio, la wookiee Nikaede. Traduciendo mentalmente palabras y frases, se encogió de hombros pensativo, observando el contorno curvo de la ballesta que ella sostenía en sus manos.
-Nunca tendrías un blanco claro con esa tormenta que se avecina -gruñó él, con un tono involuntariamente brusco en su voz.
Más allá del horizonte que comenzaba a oscurecerse, un muro de arena y polvo había creado una enorme nube opaca que se movía en su dirección. En su interior, Drake podía oír el viento, un rumor lejano que reverberaba contra la ladera de la pequeña cordillera.
-Sólo mantén tus ojos abiertos -gruñó y continuó dando vueltas con nerviosismo.
Al cabo de una hora, el frente de la tormenta había llegado, haciendo volar la arena y el polvo punzante. Preparado para hacer frente a lo peor de la tormenta, Drake se puso sus gafas de vuelo.
-¡Nikaede! -gritó desde la rampa-. ¡Sella los impulsores! Esto podría ponerse feo.
Recordando las tormentas de ceniza que plagaban su mundo natal, Drake se quedó mirando la tormenta, recortando Tatooine y sustituyendo cada imagen con una visión de su mundo natal, Socorro. Estos pensamientos bruscos del hogar le tocaron la fibra sensible, revolviendo una terrible sensación de extravío y vacío en su interior. Distraído, el joven pirata no se dio cuenta de la proximidad del peligro hasta que el sonido de pasos resonó por encima del viento. Sobresaltado, Drake se dio la vuelta, sacando su pistola en un movimiento fluido.
-¡No te acerques más! -gruñó en básico, reconociendo las ropas hechas jirones y el filtro de aire de un incursor tusken. Envuelto en la violencia del viento, el carroñero del desierto se detuvo brevemente, observando al pirata con fría arrogancia antes de reanudar su amenazador avance.
-¡Vete! -ladró Drake, mientras el intruso se acercaba un paso, obligándolo a retroceder otro paso más-. Te lo advierto -dijo entre dientes. Su espalda se encontró con una brusca resistencia, el cuerpo de un segundo incursor tusken-. ¡Nikaede! -chilló, cuando otras sombras comenzaron a moverse a lo largo del perímetro de la nave. Apartando de un codazo al carroñero del desierto, salió disparado hacia la rampa.
El asaltante se tambaleó hacia atrás, doblado, arrancándose trapos y pedazos de tela de su cabeza.
-Drake –exclamó con voz apagada-. ¡Soy yo! ¡Tait Ransom!
A pesar de la furiosa nube de polvo que les rodeaba, Drake reconoció la inconfundible melena salvaje de pelo negro que emergió del disfraz, y el rostro moreno que ésta enmarcaba.
-¡Eres tú!
Rugiendo con vehemencia, Nikaede corrió a través de la rampa de bajada, sosteniendo su arco de energía modificado. Gruñó ferozmente, acercándose protectoramente a su capitán, que estaba rodeado de extraños.
-Tranquila, Nik -dijo Drake riendo entre dientes-. Mira quién es.
-Veo que aún mantienes la misma compañía -rezongó el contrabandista, masajeándose una costilla magullada-. Mira, Drake -dijo secamente-, no hay mucho tiempo. Me alegra ver que recibiste mi mensaje.
-¿Tú enviaste esa llamada de socorro?
-No es para mí -dijo Tait. Frunciendo los gruesos labios, silbó fuertemente, una nota vacilante que trascendía el viento. En respuesta, varias figuras se deslizaron por la arena, a través de la oscuridad y hacia la nave. Mientras se acercaban, llevaban con ellos un cuerpo inerte, inmóvil. Luchando débilmente, la cara del hombre estaba hinchada y enrojecida por la fiebre, con gran cantidad de cicatrices y heridas.
-¡Toob! -gritó Drake con horror. Reconoció las horribles cicatrices, sabiendo que tenían casi dos años más de antigüedad de lo que parecían. Uno de sus ojos había desaparecido, y la cuenca había sido cubierta con un descolorido parche de piel escamosa. El otro ojo no era humano, sino un implante cibernético que brillaba intermitentemente, como si funcionase mal.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus días -susurró con tristeza Tait. Se apartó a un lado de la rampa, indicando a sus hombres que subieran al carguero.
-¿Qué pasó? -La wookiee gruñó amenazadoramente; Drake la hizo callar con una mirada severa-. ¡Acompáñales a mi camarote!
Cuando el socorrano se volvió hacia él en busca de respuestas, Ransom agitó la mano delante de su rostro, restando importancia.
-Olvida los detalles, Drake, yo realmente no los conozco. No sé qué le pasa o cómo llegó a este estado.
Inclinándose en la cintura, sacudió la arena de su filtro de aire, golpeándolo ligeramente contra su talón. En un extraño dialecto, indicó a su gente que se apartasen del Inquebrantable.
-Bueno, ¿entonces qué sabes? –rezongó Drake.
-Se está muriendo -susurró Tait con arrogancia-. Y ya estaría muerto si no le hubiera seguido de cerca. -Observó al socorrano cuidadosamente para ver su reacción-. Jabba tiene una peculiaridad acerca de las personas que mueren en su palacio. Una muerte inútil es una muerte sin sentido. Si no es divertido, o al menos rentable, entonces trae mala suerte. Y Jabba odia la mala suerte. -Encogiéndose de hombros, Tait comenzó a caminar de vuelta hacia la tormenta-. Nos ordenó que le arrojásemos en el desierto. Afortunadamente, yo tenía un cargamento de especias que entregar y eso me dio el tiempo suficiente para hacer correr la voz.
-¿Pero por qué? -preguntó Drake-. ¡Toob nunca le ha fallado a Jabba!
-Esto no tiene nada que ver con fallarle a nadie, Drake. -Reconociendo el carácter del socorrano, Tait siseó-: ¡No te hagas grandes ilusiones, chico! Esto no es Socorro y no estamos hablando de Abdi-Badawzi. -Cogió a Drake por el cuello, complacido por el temeroso brillo que nublaba los ojos del muchacho-. Aquí estamos en la primera división. Tu papá no está aquí para recoger los pedazos si te equivocas. -Al soltar al socorrano, susurró-: Es mejor que te vayas al otro lado de la galaxia. -Ransom se puso su máscara y su filtro respirador-. Espera a que pase la tormenta antes de abandonar el planeta.
Tan silenciosamente como había llegado, desapareció en la tormenta de arena.
Subiendo la rampa a la carrera, Drake inició la secuencia de cierre. Una repentina ráfaga de viento sacudió el Inquebrantable, golpeando a través de los conductos de ventilación y los cilindros abiertos.
-¡Nikaede, fija los soportes de aterrizaje y bloquea todos los conductos de ventilación! -Su voz resonó por el pasillo, ahogada por el aullido del vendaval de afuera-. ¡Asegúrate de que los escudos de las bobinas del impulsor estén activos!
Saliendo del camarote del capitán, la wookiee rugió indicando que había entendido las órdenes, deteniéndose brevemente para mirar a su compañero y luego a la cabina. Un gemido lastimero escapó de su boca con grandes dientes.
-No te preocupes -le susurró Drake-. Me ocuparé de él yo mismo. Sólo cierra esos respiraderos y asegúrate de que el hiperimpulsor funciona. Puede que necesitemos usarlo a toda prisa. –Cuando la wookiee se retiró, el socorrano vaciló en la puerta de su camarote personal. De mala gana, entró, forzando una larga y temblorosa respiración en sus pulmones. Arrodillándose junto a la litera integrada en el mamparo, se quedó mirando a la figura marchita que había bajo las mantas y vio cómo el anciano se estremecía y gemía en su delirio. Tomando el botiquín y una toalla antiséptica de su interior, suavemente limpió la frente febril de Toob, frunciendo el ceño conforme la suciedad y el polvo se pegaban a la tela y dejaban al descubierto la carne mutilada y quemada por el sol de la cara del corelliano-. ¿Toob? -susurró.
Con un parpadeo, el ojo se abrió, con sus bordes hinchados y rojos por la fiebre. Asentada en la cuenca de carne suelta, la unidad cibernética zumbó ruidosamente, enfocando al joven pirata. Brevemente, una leve sonrisa se formó en los labios llenos de ampollas de Toob.
-Drake -murmuró con voz ronca-. ¿Realmente eres tú, muchacho?
-¿Quién si no? -susurró Drake. Tal como había hecho tantas veces cuando era niño, tomó la mano del contrabandista y presionó la palma contra su frente. Luchando contra las lágrimas, recordó la fuerza de esa mano tan sólo 10 años atrás y cómo había sido capaz de acunarlo y protegerlo. Drake miró, impávido, el arruinado rostro del corelliano, recordando cómo un encuentro traumático con un detonador termal casero había dejado siete hombres muertos y dos supervivientes, uno que perdió una pierna, y el otro los ojos. Todo como resultado del intento fallido de un cazador de recompensas por conseguir la fama. Un parche suave y amarillento de piel callosa cubría lo que debería haber sido el ojo izquierdo y su cuenca. Poco después de perder el ojo derecho debido a la radiación, fue sustituido por la óptica cibernética.
Bañado en sudor frío, Toob balbuceó:
-Yo... sabía que ese granuja... Tait Ransom... te encontraría -dijo con voz ronca. Presa de un violento espasmo de dolor, el corelliano se encogió, tosiendo. Gimiendo miserablemente, se relajó sobre las almohadas, temporalmente atrapado entre la inconsciencia y la vigilia.
-Tranquilo -susurró Drake-. Ahora estás a salvo. Guarda tus fuerzas. -Sus palabras cayeron en oídos sordos mientras arropaba al anciano subiendo las mantas hasta su cuello-. ¡Nik! -exclamó por el comunicador interno-. Eleva 10 grados la temperatura de mi camarote.
Agotado y desmoralizado por la caída de un héroe de su infancia, Drake se aferró a la mano de Toob, posando la carne fría y firme contra su frente, como si anclase al corelliano en el mundo material. Inundado por un torrente de imágenes de la infancia, sonrió, recordando las palabras subidas de tono de una canción bar de contrabandistas, una que Toob había utilizado a menudo como si fuera una nana. Al recordar la calidez y la energía del abrazo del hombre y el coro ronco de las palabras, comenzó a cantar.
-He estado a ambos lados de un bláster. Se me conoce por quiénes son mis enemigos. Estoy preparado para saltar al desastre. Dulce dama -bostezó con fuerza-, dulce dama, bésame, bésame por favor. –Medio dormido, siguió murmurando-. He hecho... la carrera de Kessel... y he sobrevivido...
Conforme el sopor del agotamiento se apoderaba de él, se quedó plácidamente dormido.

martes, 19 de febrero de 2013

Único en su especie (y III)


Sconn levantó la vista del terminal de navegación.
-Ya casi estamos allí. Y los otros dos deslizadores de asalto están muy por detrás de nosotros.
Shandria echó a reír, una risa de sorpresa.
-¡Creo que realmente vamos a lograrlo!
Un rugido sordo llenó la cabina cuando algo pasó por encima. Sconn y Shandria intercambiaron una mirada. El techo se sacudió cuando algo aterrizó sobre él.
-¿Qué fue eso? -dijo Sconn mientras miraba hacia arriba.
Shandria miró hacia arriba, alarmada.
-Alguien está en el techo.
-Dame tu bláster de mano. Voy a echar un vistazo.
Shandria le entregó el pequeño bláster.
-Ten cuidado.
-Siempre tengo cuidado -dijo Sconn mientras abría la escotilla superior. Al abrirla, el fuerte viento agitó el pelo de Sconn contra su rostro, cegándolo. Se apartó el flequillo de la cara y, blandiendo el bláster ante él, salió al exterior.
No había nada en la parte posterior del deslizador, salvo el bláster pesado de repetición integrado en el vehículo, que colgaba inútilmente de su soporte y esperaba ser disparado. Encogiéndose de hombros, el ladrón se volvió a comprobar la parte delantera del vehículo.
Unas fuertes manos se cerraron alrededor del brazo de Sconn que sostenía el bláster, así como alrededor de su cuello, apretando fuerte, y levantándolo con fuerza inhumana.

***

Shandria se llenó de inquietud cuando Sconn fue levantado en vilo y lanzado fuera del deslizador de asalto. Vio sus piernas pateando por un instante, y luego ya no estaba. Con los ojos como platos, se volvió para mirar a la carretera. Su voz salió como un susurro.
-Oh, no...

***

Pentix Graphyt era enorme. Un hombre, si eso es lo que realmente era, grande como una montaña. Sconn no podría decirlo exactamente, ya que la cara del gigante estaba cubierta por un casco que parecía un espejo. Toda lo que el ladrón veía era el reflejo de sí mismo siendo estrangulado hasta la muerte.
Una de las grandes manos enguantadas del cazarrecompensas le estaba aplastando la garganta, mientras que la otra estaba ocupada haciéndole polvo los huesos de la muñeca derecha. Sconn rugió de dolor mientras trataba de apuntar a su captor con el bláster.
Graphyt simplemente apretó más fuerte. El dolor era demasiado, y Sconn soltó el arma. Cayó al techo, luego rebotó, deslizándose fuera de su alcance. El arma finalmente cayó al camino y se rompió en mil pedazos.
El ladrón pensó que la considerable masa del cazarrecompensas, junto con la pesada armadura negra y quitinosa que llevaba, lo mantenía en pie incluso frente a los fuertes vientos. Sconn también se dio cuenta de que si el gigante le soltaba, sufriría el mismo destino que el bláster de mano de Shandria.
Sconn apenas podía respirar. Tenía que pensar en algo rápido. Graphyt sostenía su brazo derecho, pero el láser adosado a su muñeca seguía apuntando en la dirección necesaria. Si pudiera estirar el brazo...
Sconn gritó de dolor, pero se las arregló para girar su muñeca lo suficiente y disparó el láser. Golpeó al cazador de recompensas en la pieza del hombro derecho de su armadura, pero para sorpresa y horror de Sconn, ni siquiera dejó un rasguño en la brillante superficie.
Por debajo de la máscara de espejo, un vozarrón profundo echó a reír.
Sconn se enfureció. Echó atrás su brazo izquierdo, tanteando bajo su capa casi en el aire y envolvió con sus dedos el familiar mango de metal grueso de su vara aturdidora.
Sin embargo, el cazador de recompensas estaba un paso por delante de él, y golpeó a Sconn en la parte baja de su espalda, haciendo girar dolorosamente el brazo izquierdo del ladrón, casi dislocándolo, y sujetándolo detrás de él. Sconn estaba en agonía mientras Graphyt clavaba la articulación de la rodilla de su armadura justo en su vientre. En todo momento, el gigante mantenía su agarre sobre el cuello y la muñeca de Sconn.
El ladrón comenzaba a tener problemas para ver. Todo estaba oscuro y no podía respirar. Sconn comenzó a darse cuenta de que definitivamente se había quedado sin trucos. Esto es todo, pensó con enojo. Este era el fin. Vencido por algún idiota blindado que se dejó caer de la nada...
Sconn ojos se abrieron como platos cuando vio la mochila cohete en la espalda del gran cazador de recompensas. Eso explicaba el ruido que habían oído. ¡Así es como el cazador llegó a bordo! El ladrón vio que las rejillas de ventilación lanzaban pequeños hilillos de humo y un plan comenzó a formarse rápidamente en la cabeza de Sconn.
El ladrón casi se desmayó durante un segundo, pero luchó contra la oscuridad con fuerza de voluntad. Se centró en la unidad de enfriamiento del cohete, clavando sus ojos en ella. Al mismo tiempo, torció su muñeca y apuntó con el láser. Olas de inconsciencia comenzaron a fluir a través de él, una marea de oscuridad tiraba de él hacia abajo. Sus ojos temblaban salvajemente. Ahora o nunca, pensó Sconn... y entonces disparó el rayo.
Su puntería fue buena. El láser perforó la unidad de refrigeración, y una ráfaga de llamas se mezcló con el vapor que escapaba. Graphyt volvió la cabeza para mirar cuando un pitido de aviso comenzó a sonar, seguido de una metálica voz computarizada.
-¡Peligro! Brecha en el núcleo de refrigeración. Un minuto para autodestrucción. Por favor, aléjese.
Los indicadores parpadeaban con luces rojas. La mochila estaba a punto de explotar. Gruñendo, el cazador soltó a Sconn y retrocedió, tratando desesperadamente de arrancarse las correas de la espalda y los hombros.
Sconn gruñó y rodó sobre sí mismo, agarrándose a la escotilla abierta para sujetarse mientras el viento trataba de llevarse su ligero cuerpo. Inclinó la cabeza hacia abajo y vio a Shandria mirándolo. Su cara pasó de la sorpresa al alivio.
-Gracias a los dioses... -Se sonrojó un poco ante la emoción que la había inundado con su última frase y, a continuación, su rostro volvió a ser todo seriedad-. ¡Han sellado la entrada al puerto estelar! ¡Y los otros dos deslizadores de asalto están justo detrás de nosotros!
Sconn alzó la mirada contra el viento, y vio que era cierto. Una gran formación de soldados de asalto imperiales, personal de seguridad del puerto estelar y deslizadores de combate bloqueaban la entrada. No había vuelta de hoja. Estaban atrapados.
Mientras consideraba sus opciones, el sonido de un gruñido detrás de él atrajo la atención del ladrón. Sconn se dio la vuelta y vio que el cazador de recompensas aún estaba peleando para soltarse la mochila. Las correas estaban atrapadas en los segmentos articulados de la armadura, lo que dificultaba aún más los movimientos del gigante.
-Treinta segundos para autodestrucción -entonó la computadora, y Sconn sonrió. Se inclinó para gritarle a Shandria.
-¡Acelera!
-¿Qué?
-¡Hazlo!
-Estás loco, ¿lo sabías?
-Es mi mejor cualidad.
-¿Cuál es la peor? ¡No importa, no quiero saberlo!
Riendo, Sconn metió la mano en su bolsa y sacó dos semiesferas de plata. Saltó sobre la espalda del cazador de recompensas que se debatía y las adhirió al cuerpo cilíndrico de la mochila. Graphyt se dio la vuelta y trató de golpearle, pero el ladrón se agachó bajo el brazo y se levantó justo frente al cazarrecompensas, usando su gran cuerpo como escudo contra el viento.
-Quince segundos para autodestrucción -anunció la voz.
Sconn alcanzó la unidad de control de la mochila cohete sujeta a la placa pectoral derecha de Graphyt y presionó el botón de encendido. El ladrón se echó rápidamente al techo del vehículo y rodó hacia delante. El movimiento de Sconn condujo su cuerpo enroscado directamente a las piernas del cazarrecompensas, derribando a Graphyt hacia adelante justo cuando la mochila se activaba violentamente, emitiendo una ráfaga de energía increíble.
Gritando, Graphyt y su jet pack fugitivo salieron disparados hacia adelante al doble de la velocidad del deslizador.
Desde la cabina, Shandria vio con asombro como el gigante pasaba volando por encima, agitándose, y dirigiéndose a toda velocidad directamente hacia el bloqueo imperial.
Sonriendo, Sconn bajó de nuevo a la cabina de un salto y sacó la unidad de control plateada. Cuando el cazador de recompensas chocó contra la parte frontal del bloqueo, Sconn pulsó el interruptor de control.
La explosión que siguió sacudió toda la zona, lanzando dos de los deslizadores de combate por los aires como si fueran juguetes. Una lengua de llamas rugió desde el centro de la explosión.
Sconn señaló salvajemente al hueco.
-¡Ahí está nuestro hueco! ¡Atraviésalo!
Shandria aceleró al límite el deslizador de asalto y el vehículo rugió en respuesta, atravesando el agujero en llamas a toda velocidad. Sconn envolvió a Shandria con sus brazos y ambos se agacharon cuando el parabrisas explotó por la expansión térmica.
El deslizador de asalto embistió dos aerodeslizadores más, soportando daños menores por las colisiones y las llamas. Finalmente salió rugiendo al otro lado del bloqueo a toda velocidad, dejando un rastro de fuego y restos detrás de él.
Sconn y Shandria levantaron la vista, sorprendidos de seguir aún con vida, y se dirigieron directamente hacia las bahías de atraque. Sconn dejó escapar un grito emocionado y Shandria no podía contener su sonrisa.
Su celebración fue interrumpida, sin embargo, cuando el deslizador de asalto comenzó a temblar y gemir.
-Esto no va a llegar mucho más lejos -dijo Sconn.
-Afortunadamente no tenemos que ir lejos. Mi bahía de atraque está justo ahí delante.
-Será mejor que nos demos prisa -advirtió Sconn mientras revisaba los equipos-. ¡No parece que esos imperiales estén dispuestos a renunciar todavía!

***

-¡No giréis, idiotas! ¡Seguid su camino!
El grito de Daraada resonó a través del deslizador de asalto mientras se lanzaba hacia los controles. El instinto del piloto había sido tratar de evitar los restos en llamas, pero había sido un error táctico, como Daraada había advertido. A la velocidad a la que iban, podría ser además un error mortal.
El otro deslizador de asalto perseguidor ya había tratado de desviarse, pero la maniobra resultó en que el vehículo se estrelló contra lo que quedaba del bloqueo y explotó.
La rapidez mental y de acción de Daraada salvó su vehículo y su vida. El deslizador rugió a través del agujero tan fácilmente como lo había hecho el robado. Los pilotos intercambiaron miradas de alivio, pero no duraron mucho cuando Daraada comenzó a ladrar órdenes en sus caras.
-¡Ahora seguid tras ellos! ¡No deben escapar! -Daraada se recostó en su silla y añadió en un susurro amenazante-: Pero si lo hacen, las salas de interrogatorio estarán ocupadas igualmente.

***

-Ahí está -exclamó Shandria-. ¡Ahí está mi nave!
El deslizador robado paró en seco a la entrada de la bahía de atraque 18, y Shandria casi saltó por la puerta. Sconn la siguió, echando un vistazo al interior del caza ala-Y.
-Hay espacio para dos, ¿sabes? -agregó Shandria suavemente.
El ladrón sonrió, y luego miró por encima del hombro al oír al otro deslizador de asalto que se aproximaba. Muy pronto estaría sobre ellos.
-Será mejor que te vayas -dijo en voz baja-. Los retendré todo el tiempo que pueda.
-¿Por qué no vienes conmigo? Nos vendría bien alguien con tu... talento.
-¿Yo? ¿Unirme a la Nueva República? -Sconn rió-. No lo creo.
Shandria miró al vehículo que se acercaba con una mirada de preocupación.
-No puedo dejarte aquí sin más. Te matarán.
-Si me atrapan, tal vez. No es tu problema. Tienes un trabajo que terminar. Ese es tu problema. Ahora, ve... sigue adelante.
-Nunca olvidaré esto. -Shandria lo abrazó con fuerza y le susurró al oído-. Nunca te olvidaré.
Antes de que Sconn pudiera decir nada, ella le dio un beso en los labios. Con suavidad y ternura.
-Eres realmente único en tu especie, Sienn Sconn.
Dicho eso, se dio la vuelta y corrió hacia su nave, pero Sconn estaba demasiado ocupado dejando que su perfumado suavemente aroma le envolviera para darse cuenta.
La inminente llegada del deslizador de asalto perseguidor le sacó de su ensimismamiento. Sconn se volvió y saltó de nuevo sobre el deslizador robado. Rápidamente cruzó el techo y saltó al nicho del artillero. El ladrón agarró el cañón bláster pesado montado y apuntó la gran arma hacia el otro deslizador de asalto. Abrió fuego, barriendo al vehículo que se aproximaba con disparos... y disminuyendo considerablemente su velocidad.
El rugido de potentes motores atrajo la atención de Sconn hacia arriba y observó cómo la nave de Shandria despegaba de su bahía de atraque. Vio su rostro por un instante y sonrió, guiñándole un ojo.
Dentro del Ala-Y, Shandria se limpió rápidamente una lágrima de la mejilla.
-Que la Fuerza te acompañe -susurró, y dio potencia a los motores.
El Ala-Y salió rugiendo hacia la atmósfera, y pronto no fue nada más que un conjunto de pequeñas luces titilantes.
Sconn sonrió y saludó marcialmente a la nave que desaparecía.
Fuego de bláster golpeó su deslizador, agitándolo. Justo cuando Sconn salía del asiento del artillero, el cañón bláster recibió un impacto. La pesada arma explotó, y la fuerza de la explosión lo derribó en la cabina del vehículo.
Gruñendo de dolor por su aterrizaje forzoso, Sconn se puso en pie y comprobó los controles del deslizador. No iba a ir a ninguna parte en ese momento. El ladrón miró por la ventana lateral.
El último deslizador de asalto se acercaba, seguido de una gran fuerza que parecía fluir desde todos los rincones del puerto espacial.
Sconn frunció el ceño, salió rápidamente del deslizador inútil y comprobó la bahía de aterrizaje. Estaba definitivamente atrapado.
-Hmmm. Más vale pecar de precavido que dejar que te entierren -dijo al ladrón en voz baja-. Pero, ¿cómo precaverse ante esto?
Sconn comenzó a retroceder rápidamente, hacia la bahía de atraque, lejos de los vehículos que se aproximaban.
-Piensa, piensa. Vamos, Sconn...
La parte posterior del pie derecho del ladrón golpeó una tubería de combustible de gran tamaño y cayó hacia atrás, aterrizando sobre su trasero.
-Genial. No sólo voy a morir, sino que voy a morir sin un ápice de dignidad.
Cuando Sconn se puso en pie, vio sobre qué había aterrizado. Era un panel de acceso metálico, cerrado, que decía: "Cuidado: conducto de mantenimiento de energía y combustible – sólo para uso del personal del puerto estelar." Una sonrisa se extendió rápidamente a través de la cara del ladrón mientras activaba su láser de muñeca.
-Por otra parte, tal vez estar bajo tierra no sea tan malo después de todo...

***

Los soldados de asalto se acercaron a Daraada, que observaba con el ceño arrugado como sus hombres desguazaban literalmente el deslizador robado.
-No hay rastro de nadie, señor -informó el primer soldado.
Daraada frunció el ceño, pareciendo como si estuviera a punto de estallar de cólera ciega. Asintiendo con la cabeza, hizo un gesto con la mano a los soldados para que se marchasen. Habían logrado escapar... al menos la mujer lo había hecho, con la tarjeta de datos robada. Y no podía encontrarse a su cómplice en ninguna parte. El comandante dejó caer sus hombros. Ese no era su día...
Poco a poco, sin embargo, una sonrisa se deslizó por su rostro mientras contemplaba al equipo de mando del deslizador. Su sala de interrogatorios no tendría rebeldes, pero estaría ocupada, no obstante. Sonriendo maliciosamente ante la idea de presos pidiendo que les perdonara sus miserables vidas, Daraada se dirigió hacia el grupo. El comandante pasó justo junto al panel de acceso de mantenimiento, pero estaba tan concentrado en sus futuras presas, que ni siquiera lo vio.

***

Sconn dejó de arrastrarse por un momento al oír la pesada pisada en el panel de acceso resonando por el túnel de mantenimiento. Respiró hondo y esperó.
Ningún otro sonido la siguió. Exhalando de alivio, el ladrón continuó reptando hacia adelante en el estrecho y escasamente iluminado conducto, dando gracias cada pocos metros de no haber heredado los hábitos alimenticios de su tío.
Sucio y un poco desaliñado por su paseo por el túnel de mantenimiento, Sconn se movió rápidamente a través del puerto estelar lleno de gente, sin mirar atrás. Por primera vez en su vida, el ladrón único en su especie se alegró de tener un rostro que no se destacaba en la multitud.
Sconn vio un espejo y sonrió a su imagen, alisándose la capa al pasar. Sus dedos golpearon algo duro en un costado. El ladrón se registró el bolsillo con curiosidad. Dentro había una ficha de crédito. Sorprendido, Sconn examinó rápidamente la lectura de la pantalla. Veinticinco mil créditos, y un mensaje. Lo reprodujo y leyó:

Trata de no robar a nadie por un tiempo, ¿de acuerdo?
-Shandria

Sconn estuvo riéndose todo el camino a su apartamento, llegando cuando cayó la noche... justo a tiempo para pagar a su casero.
Después de que el devaroniano tomara sus créditos y se fuera, subió al tejado y se sentó bajo el manto de la noche. Conforme la brisa fresca se apoderaba de él, Sienn Sconn miró hacia las titilantes estrellas, preguntándose a cuál se dirigía Shandria. Y una cálida sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.
Había sido un día realmente bueno...