martes, 30 de abril de 2013

Varados

Varados
Chuck Truett

El día se convierte en noche rápidamente en las llanas mesetas de Karra. Pronto la oscuridad sólo se rompe por la hoguera que arde entre las chozas del poblado y vuestra nave mientras tú, el Dr. Nardah y su ayudante os  reunís con los nativos para la comida vespertina.
Educadamente –tal y como ha solicitado el Dr. Nardah-, te obligas a comer las bastas gachas que los lugareños os han preparado, un espeso guiso de tubérculos de desagradable sabor servido en un pulido bol de barro que refresca tus manos a pesar del calor de su contenido.
Mientras comes, observas como Tist, uno de los alienígenas de mayor tamaño, continua fascinado con vuestras armas, manipulando torpemente un rifle bláster con sus manos de largos dedos.
Te horrorizas cuando alza el arma para disparar, sabiendo que, como todas las veces anteriores, fallará el blanco. Tu única esperanza es que nadie salga herido.
Pero no dispara.
En cambio, arroja el rifle al suelo.
-Inútil –te dice-. Derrotaremos a los imperiales con nuestras propias fuerzas.
El Dr. Nardah –que ha desarrollado la capacidad de comer las gachas como si realmente disfrutase de su sabor-, resopla sonoramente por la nariz; un gesto de bienestar que ha adoptado de los nativos.
-Amigo –dice-, no podéis esperar derrotarlos sin nuestra ayuda.
-Pero lo haremos –responde Tist-, como siempre hemos hecho. Siempre hemos conquistado, y siempre lo haremos.
Los demás guerreros karranos agitan sus lenguas y zumban, señalando su acuerdo.
El Dr. Nardah se pone en pie y camina junto a Tist. Son una extraña pareja, el menudo humano de pelo blanco contrasta con el alto alienígena de pelaje negro. El Dr. Nardah da una palmada en el antebrazo del karrano, otro gesto de los nativos, esta vez de compañerismo.
-Somos hermanos, es justo que os ofrezcamos ayuda.
-Pero nosotros os mostraremos, Doctornardah, os mostraremos que tenemos fuerza, y entonces nosotros os ofreceremos ayuda a vosotros –responde de nuevo Tist-. Atacaremos. Destruiremos a los imperiales, como nuestros ancestros destruyeron a todos aquellos que se opusieron a ellos.
Tú ríes, en silencio, para ti mismo. Ojalá fuera tan fácil.

La naturaleza de la compasión

La naturaleza de la compasión
Nicky Rea

Keldon corrió hacia la oficina del comandante. El agobiado médico se detuvo en el exterior de la puerta, preparándose mental y físicamente antes de enfrentarse al anciano. Las noticias eran aciagas, mucho peores de lo que habían pensado al principio. ¿Era posible que todo esto hubiera comenzado hacía tan solo 12 horas? El propio Keldon era el único médico que seguía en condiciones lo bastante buenas para cumplir con su cometido. Los droides médicos habían asumido el cuidado total de los 40 pacientes que llenaban la enfermería. El centenar más o menos de casos menos severos permanecían en sus habitaciones, aparentemente para detener la propagación de la plaga. De las pruebas que acababa de terminar, Keldon sabía que esa estrategia estaba condenada. Al igual que todo el personal de la base a menos que alguien pudiera ir a por la medicina que necesitaban y regresar a tiempo. Podía escuchar la tos agonizante en el interior de la oficina y supo que el comandante también estaba gravemente enfermo. Llamó y entró, y después de reprimir su sorpresa por el aspecto del comandante Astred, le ofreció el informe y su recomendación.
-No podemos mandar a nadie. –Astred se detuvo para toser-. Al ritmo que está progresando esta cosa, en cuestión de horas todo el mundo en la base estará demasiado enfermo para continuar. Tendremos que confiar en que alguna de nuestra nave de suministros regrese pronto. En cualquier caso, no se les puede permitir que aterricen; tendremos que mandarles un mensaje explicando la situación. ¿Queda alguien en comunicaciones? Demonios, entonces tendremos que hacerlo nosotros dos. Vamos, Keldon, tenemos que configurar el sistema droide con la transmisión continua de un mensaje antes de que nosotros también nos derrumbemos. Entonces todo lo que podremos hacer es esperar... y confiar.

Importaciones extrañas y asombrosas de Glah Ubooki

Importaciones extrañas y asombrosas de Glah Ubooki
Shane Hensley

Bienvenido a la tienda, amigo. ¿Tengo algo que pueda interesarle? ¿Una baratija de los escombros de Alderaan? ¿Un guante usado en una ocasión por lord Vader en persona? No, puedo ver que tales antiguallas no interesan a un hombre de mundo como usted. Lo que necesita es ese algo especial que le proporcione una ventaja sobre sus competidores. Algo que haga que su carguero sea más rápido que el mismísimo Halcón Milenario. Bueno, entre entonces, amigo. Tengo justo lo que necesita... un dispositivo obtenido de un viejo desguace imperial. Nada robado, se lo garantizo, pero el que lo encuentra se lo queda, ya sabe.
¿Qué? ¿Que ya me ha visto antes? ¿En Mos Eisley? Realmente lo dudo, no he abandonado Coruscant en años. Debe de estar confundiéndome con otro bimm. Sí, sé que la mayor parte de los bimm llevan ropa de tejidos amarillos en lugar de este atuendo apagado que he elegido, pero no todos podemos ser millonarios, ¿verdad, amigo? Bueno, con respecto a ese artefacto por el que está interesado...

Pasajes (II)


Cantina de Drayhar. Espaciopuerto de Eponte. Kabaira. Un mes más tarde...
Era como un millar de otras cantinas en un millar de otros mundos. Débilmente iluminada, llena de humo y ruidosa, estaba llena de clientes procedentes de más de dos docenas de sistemas. Algunos estaban sentados encorvados en los reservados de las esquinas realizando transacciones comerciales. Un puñado de amantes de la música estaba sentado cerca del escenario, hipnotizados por la apasionada interpretación de la banda de la conocida Balada del Confín de las Estrellas. La rica y profunda voz de bajo del vocalista se fundía en perfecta armonía con su trío de coristas de Wranag.
Matt se echó recostó en su asiento, tomándose su tiempo para saborear su copa de brandy zadariano y preguntándose cómo había llegado a mezclarse con la capitana Tere Metallo. Apenas le había dejado libre un momento en estas últimas semanas. Siempre ordenándole cosas... arregla esto, haz aquello... le recordaba a un sargento de instrucción que había conocido.
Haciendo una mueca para sus adentros, Matt tomó un largo sorbo de brandy. Algo le hizo mirar hacia la entrada de la cantina. Allí estaba ella, con las manos firmemente plantadas en las caderas, con una mueca que iba de oreja a oreja.
Matt cruzó los brazos sobre el pecho y la miró a los ojos mientras se acercaba a la mesa.
-La carga habrá finalizado en unas dos horas, Matt -dijo.
Él asintió con la cabeza, esperando su comentario sobre el vaso medio vacío en la mesa.
-El ajuste que has realizado en el respaldo de la hipervelocidad muestra unas lecturas del 100 por cien. ¡Has hecho un gran trabajo!
-Ah, gracias -respondió, sorprendido por su cumplido.
-Voy a entrar en una última partida de sabacc antes de irnos. ¿Quieres venir conmigo?
-No. Creo que voy a terminar mi copa y volver directo a la nave.
-Muy bien. Pero, ¿por qué no vienes y conoces a mis amigos? Un par de ellos son comerciantes independientes, como nosotros. Los otros son hombres de negocios de aquí. Y ya que vamos a hacer un montón de negocios en Eponte, se trata de personas que necesitas conocer.
-Claro –dijo-, si así lo crees.
-Lo creo.
Había cuatro seres sentados en la mesa de sabacc en la esquina trasera de la cantina. Uno de ellos, una mujer de mediana edad, estaba vestida con un mono azul de aspecto sedoso. Obviamente uno de los comerciantes independientes, saludó con la cabeza a Metallo y Matt  mientras estos se acercaban. Si la vida en las rutas espaciales la había endurecido, ciertamente no se reflejaba en su rostro de aspecto angelical. Estudió a Matt mientras el twi'lek a su derecha alisaba su ondulante túnica roja. Frunció el ceño, entrecerrando su único ojo sano. Los otros dos hombres estaban vestidos con sobrios trajes grises; los socios de negocios kabairanos de Metallo.
-¡Caballeros! -los saludó Metallo.
-Ya era hora de que aparecieras, Metallo. ¡Estábamos a punto de comenzar sin ti! -dijo el mayor de los kabairanos, pasándose la mano por el cabello moteado de canas.
-¡Hunter, ya sabes que no me iría de Eponte sin darte la oportunidad de recuperar todo lo que perdiste ayer por la noche!
-¿Quién es tu amigo? -preguntó la comerciante independiente.
-Matt Turhaya de Tatooine, te presento  mis amigos: Menise, de Dantooine -dijo señalando hacia la mujer-, Branak, de Ryloth, y dos de los lugareños, Treimar y Hunter.
-¿Turhaya? De Tatooine, ¿eh? -preguntó Menise-. ¿Por casualidad no serás pariente de los Turhayas del taller de deslizadores, no?
Matt suspiró. A años luz de distancia de Tatooine, ya se había corrido la voz de su gran pérdida ante Metallo.
-Es el taller de mi hermano -asintió con la cabeza con tristeza.
Menise rió tan fuerte que saltaron lágrimas de sus ojos.
-Entonces, Matt, ¿la historia que escuché la semana pasada en Mos Eisley es cierta?
-¿De qué estás hablando, Menise? -preguntó Treimar.
Menise se frotó los ojos para secárselos.
-Metallo ganó los servicios de Matt después de que él apostara el negocio de su hermano en una partida de sabacc. No sé, Tere -dijo, examinando a Matt de pies a cabeza-, ¿estás segura de que obtuviste la mejor parte del trato?
Metallo sonrió.
-Estoy segura de ello, amigos míos. Matt es un gran mecánico, y un buen copiloto. Él sabe más sobre naves que todos vosotros juntos.
-Muy bien -dijo Menise-. Debes de haber impresionado a tu jefa, Matt. No pretendía hacerte pasar un mal rato.
-Está bien –respondió él.
Hunter sonrió a Matt.
-Apuesto a que fue la mejor partida que jamás perdiste, hijo.
Matt asintió, mirando a Metallo con el rabillo del ojo.
-Sí, puede que tengas razón.
-Entonces, ¿vas a volver a Tatooine? -preguntó Menise.
-No en este viaje -dijo Matt.
-Bueno, Matt, creo que a estos caballeros -agitó la mano señalando con gracia el resto de la mesa- les gustaría tener la oportunidad de vaciar mis bolsillos.
-Sí -gruñó Branak -. Toma asiento, Metallo.
-¿Y tú, Matt? -preguntó Hunter.
-No, tengo algo de trabajo que hacer en el Búsqueda Estelar.
-Eso puede esperar, Matt -le dijo Metallo.
-No llevo ni un crédito encima -dijo.
-No pasa nada, tengo suficiente para los dos. Puedes devolvérmelo cuando volvamos a la nave.
Matt estudió el rostro de Metallo. No entendía ni una pizca a esa mujer riileb. ¿Qué quiso decir con devolvérselo? ¿Con qué? En sus paradas en los puertos le había dado sólo los créditos suficientes para tomar una copa o dos. Bueno, pensó, ya le debo una fortuna. ¿Qué son unos cuantos créditos más?
Dos horas más tarde, Metallo había recuperado casi todo lo que le había prestado. Enderezándose en su asiento, recorrió la mesa con la mirada.
-Bueno, amigos míos, nuestra nave nos espera. Me temo que voy a tener que tomar vuestros créditos e irme.
-¿Quieres decir que tendremos que esperar hasta tu próximo viaje para la revancha? -preguntó Hunter, sonriendo ampliamente.
-Mi querido y viejo amigo -dijo Metallo-, ¿cuántos años llevamos repitiendo esta escena? ¿Cuándo vas a aprender?
Hunter se echó a reír.
-¡Eh, espera un minuto, Metallo! ¡Creo recordar que fui yo, hace sólo seis meses, quien te desplumó! -Chasqueó los labios, con el sabor de la victoria aún fresco en su mente. Sonriendo significativamente a los demás que estaban sentados alrededor de la mesa, les dijo-: Es por eso que ha tardado tanto tiempo en volver a Kabaira.
La risa llenó el aire, y de repente Hunter palideció hasta un tono más blanco que los lobos de la nieve que vagaban por las laderas de las montañas de su planeta natal. Miraba fijamente hacia la puerta de la cantina. Matt miró brevemente, pero pronto volvió la cabeza, cubriéndose la cara con una mano. Su corazón se aceleró.
Metallo siguió la mirada de Hunter, viendo al teniente de la Armada Imperial y a los dos soldados de asalto que lo acompañaban.
-¿Qué crees que están buscando? -dijo con calma, recostándose en su asiento y descubriendo para su sorpresa que Hunter había desaparecido-. Qué extraño. -Frunció el ceño, examinando la habitación, pero sin ver señales de su viejo amigo.
-Malditos imperiales -dijo Treimar suavemente, tratando discretamente de mirar por encima del hombro de Metallo-. Nunca traman nada bueno.
Branak soltó una maldición, mostrando su acuerdo.
-Tranquilos -murmuró Menise.
-Sí -convino Metallo, recogiendo sus créditos de la mesa-. Vamos, Matt. Creo que nos iremos ya.
Caminando detrás de Metallo, Matt se dio cuenta de que el zumbido de las conversaciones de la cantina había llegado a un punto muerto. Todas las miradas estaban centradas en los visitantes imperiales. El escrutinio no parecía perturbarles ni una pizca, el teniente al mando caminaba con confianza de mesa en mesa examinando los rostros. Pasando junto a Metallo, la miró con más curiosidad que sospecha, ajeno al resto del mundo durante varios segundos... hasta que chocó con Matt.
-Lo siento -murmuró Matt.
El joven teniente miró a Matt, luego frunció el ceño, con una expresión muy peculiar en su rostro.
-¿Nos hemos visto antes? -preguntó.
-No, no lo creo -dijo Matt, sin molestarse en parar.
El teniente agarró el brazo de Matt.
-No, me resultas familiar. ¿Cómo te llamas?
Mirando más allá del oficial, Matt vio que Metallo se había detenido en seco, con sus antenas oscilando notablemente. La banda había dejado de tocar, y la habitación estaba inmóvil, a excepción de los dos soldados de asalto que parecían moverse a cámara lenta hacia el teniente. Su corazón latía con fuerza en sus oídos.
-Mi nombre es Jamie Estrellabrillante -dijo, preguntándose si alguien más podría oír el ligero temblor de su voz-. Debe de estar confundiéndome con otra persona.
El oficial ladeó la cabeza hacia un lado, entrecerrando los ojos mientras estudiaba a Matt bajo la escasa luz de la cantina. Elevando una ceja, finalmente negó con la cabeza y soltó a Matt de su agarre. Sin mirar atrás, Matt pasó junto a Metallo por la puerta para salir al aire fresco de primera hora de la noche.
La niebla cubría la ciudad, una niebla tan espesa como las sombras que acechaban a Matt. Caminando hacia la bahía donde estaba atracada la nave, no se atrevió a mirar a Metallo, y fijó su mirada en las antiguas calles revestidas de ladrillo de Eponte. Cerró el puño, dándose mentalmente puñetazos a sí mismo.
Metallo rompió finalmente el silencio.
-¿Sabes?- dijo ella-, si ese funcionario sabe algo de corelliano antiguo, acabará recordándolo...
-¿Eh? -preguntó Matt.
-El nombre que has usado... Estrellabrillante.
-Oh, sí -dijo, arrastrando sus botas sobre el pavimento-. Yo... no pude pensar lo suficientemente rápido.
-Bueno, con suerte nos habremos ido mucho antes de que lo descubra -dijo.
Matt asintió con la cabeza, temblando cuando una ligera brisa sopló desde las montañas del sur.
-¿Vas a decirme de dónde te conoce?
Matt la miró, con un nudo formándose en el fondo de su garganta. Todos los viejos recuerdos de Anii y Alex -sombras del ayer- se agitaron profundamente dentro de él.
-Sí, supongo que deberías saberlo –comenzó-. Yo estuve en la armada...
-¿Y te fuiste, digamos, en circunstancias que la armada podría encontrar inapropiadas?
-Deserté.
Metallo asintió.
-Va a ser imposible evitar al Imperio en algunos de los puertos en los que aterrizamos, Matt. Supongo que vas tendrás que permanecer fuera de la vista en esas ocasiones.
Matt la miró con los ojos muy abiertos.
-¿Quieres decir que me dejas que siga contigo?
-Bueno, por supuesto.
-¿Sin hacer preguntas?
-Sin preguntas...
De repente, disparos de bláster resonaron por las calles. Una explosión sacudió un edificio a dos manzanas al oeste.
-¡Vamos -gritó Metallo-, lleguemos a la nave y salgamos de aquí!
-¡Te sigo, jefa!
Recorriendo la última manzana que les separaba del hangar 10, se apresuraron a ponerse a salvo cuando otra explosión iluminó el horizonte de Eponte.
Metallo activó la apertura de la escotilla del Búsqueda Estelar.
-Esperemos que no hayan cerrado el espacio aéreo -dijo, aminorando la marcha para agacharse de modo que su cabeza no golpease la entrada mientras subía por la rampa hacia el carguero.
-Tal vez sólo sea un problema local -agregó Matt, respirando con dificultad.
-Una explosión tremendamente grande para tratarse de problemas locales -respondió ella, deslizando una mano por el panel para cerrar la escotilla detrás de ellos-. Anoche te perdiste los comentarios de Treimar sobre la actividad rebelde aquí. Han estado volviéndose más audaces en la ciudad. Puede que estén preparando algo.
-¿La Alianza Rebelde? -preguntó Matt, dos pasos por delante de ella, mientras se dirigía a la cabina.
Metallo asintió.
-Sí -dijo ella, que venía detrás de él, prácticamente saltando en el asiento del piloto-. Han estado robando suministros médicos de la Corporación Delgas, aquí en Eponte.
-¿Están locos? -exclamó Matt, mientras tecleaba la llamada al control del espaciopuerto-. ¡Todo el Imperio tiene que hacer es enviar un Destructor Estelar y arrasarlos a todos!
-Suena como si hubieras visto suceder eso antes.
-Sí -dijo, con voz llena de dolor-. He visto demasiado.- Se preguntó si alguna vez sería capaz de contar a Metallo toda la verdad sobre su pasado. Frustrado, golpeó el panel de comunicaciones-. El espaciopuerto nos está denegando la autorización, jefe.
-No es una gran sorpresa -respondió Metallo-. Supongo que estamos atrapados...
Un fuerte estruendo resonó por toda la nave.
-¡¿Qué krazsch es eso?! -gritó Metallo, saltando de su asiento hacia la escotilla de la nave. Sacando su bláster, pulsó la apertura de la escotilla y descendió con cautela por la rampa.
El fuego de bláster sonó mucho más cerca. Un transporte armado pasó disparado más allá de la bahía de atraque, deteniéndose con un chirrido a menos de una manzana de distancia. Examinando rápidamente el hangar, Metallo vio la figura tumbada debajo de su nave.
-Tere, por favor...
-¿Hunter? Santo cielo, hombre, ¿qué ha pasado?
-¡Ayúdame! –suplicó-. Por favor...
-Vamos, Hunt, deja que te meta en la nave.
-No, no... en tu nave no -dijo con voz entrecortada.
Matt se acercó por detrás de ellos, reconociendo al viejo amigo de Metallo.
-¿Qué dem...?
-Matt –exclamó Metallo-, échame una mano.
-De acuerdo, jefa.
Juntos ayudaron a Hunter a subir por la rampa al Búsqueda Estelar.
-Matt, yo lo sujeto -dijo Metallo, llevando a Hunter hacia la bodega de popa-. Trae el botiquín.
-Tere, no deberías estar haciendo esto...
Hunter hizo una mueca cuando el dolor le atravesó el hombro.
-Tranquilo, viejo amigo. Sólo dime, ¿qué está pasando?
-Los imperiales descubrieron que estaba trabajando para la Alianza -le dijo mientras Matt se apresuró a regresar con el equipo médico.
-¿Tú? ¿Un espía rebelde? -preguntó, más sorprendida que alterada por su anuncio.
Hunter asintió débilmente.
Matt miró ansiosamente hacia Metallo. ¿Cómo podía estar tan tranquila? Toda su carrera como comerciante independiente podría estar en juego. Matt odiaba al Imperio, y sabía que a Metallo los imperiales tampoco le caían muy bien. Pero verse implicado con los rebeldes no era algo que le hubiera pasado por la cabeza. Por supuesto, los últimos años había estado demasiado borracho para pensar siquiera en ello. Pero, ¿qué haría ella?
Cerca de la escotilla de carga, Metallo tecleó una secuencia especial de números en el panel de acceso. Una de las placas de la cubierta se abrió, revelando una cámara de almacenamiento oculta.
-Matt, trátale la herida -dijo mientras bajaban suavemente a Hunter a la pequeña habitación.
Matt apartó la ropa quemada de la carne. Hunter casi se desmayó por el dolor.
-Está en mal estado, jefa -dijo Matt, aplicando ungüento a la quemadura de bláster en el hombro de Hunter-. Un tanque de bacta no le vendría mal.
-No, estaré bien. -Hunter hizo una mueca-. Los otros...
-¿Qué otros?
-Tengo que ayudar a... –tosió- mis amigos...
-No vas a ir a ninguna parte, Hunt -le dijo Metallo-. Ahora sólo túmbate aquí y descansa.
Un golpeteo metálico sonó en el casco de la nave.
-¡Ahí arriba, abran! -gritó una voz autoritaria.
-Más compañía -dijo con desdén Metallo, poniendo los ojos en blanco.
-Lo siento, Tere -dijo Hunter-. No fue mi intención... causarte problemas.
Ella se encogió de hombros.
-Hey, ¿para qué están los amigos? -Sonriendo, le apuntó con un dedo-. Quédate quieto hasta que yo vuelva. Vamos, Matt.
Hunter tomó la mano de Metallo, apretando con fuerza.
-Gracias.
Sellando la placa de la cubierta para cerrar la cámara de almacenamiento oculta, Metallo lanzó una mirada de soslayo a Matt.
-Nunca imaginaste que este viaje sería tan emocionante, ¿verdad? ¿Sabes, Matt? No quiero arrastrarte a esto -dijo, girándose para abrir la marcha por el pasillo-. Pero Hunter y sus amigos podrían necesitar nuestra ayuda. Nos convertiría en fugitivos...
Matt tomó aire profundamente, y lo soltó.
-Está bien, jefa. Te dije que estuve en la armada. Vi cosas que hizo el Imperio... cosas que nunca podría aprobar. -Se detuvo junto a la puerta, cerrando los ojos un instante para dejar fuera los viejos dolores-. Supongo que pensé que no había ninguna manera de luchar contra algo tan grande -dijo en voz baja-. Tal vez estaba equivocado.
Metallo puso su mano sobre el hombro de Matt.
-¿Vamos a ver quién está llamando a nuestra puerta? -preguntó ella.
En cuanto abrió la escotilla, Metallo vislumbró una armadura blanca.
-Soldados de asalto -dijo en voz baja.
Sin pensarlo, Matt la siguió por la rampa de la nave.
-¿Hay algún problema? -preguntó Metallo, acercándose a un soldado, y fijándose en un segundo colocado cerca de la escotilla de carga de popa del Búsqueda Estelar.
-Tenemos orden de registrar todas las naves de la zona -le dijo el soldado de asalto.
-¿Qué está pasando? Llevo carga legítima para un general imperial en Ord Traga -le dijo.
-Se ha visto a espías rebeldes dirigiéndose en esta dirección -dijo otra voz familiar, saliendo de detrás del soldado de asalto-. Así que no le importará mostrarnos su manifiesto y sus órdenes de suministro.
Metallo ocultó su ceño fruncido, reconociendo al teniente Imperial de la cantina.
-No, por supuesto que no, teniente -dijo ella.
-Sí –continuó él, avanzando con confianza hasta quedar frente a Metallo-, el Imperio no ve con ligereza la traición.
-¿Traición? -preguntó ella-. ¿De qué está hablando?
Apartando a Metallo a un lado, el teniente se acercó a Matt. Alargó la mano, levantando la barbilla gacha de Matt. Asintió con la cabeza, seguro de sí mismo.
-Ciertamente, Matt -dijo, sacudiendo la cabeza-, casi me convences de que no eras mi antiguo compañero de clase de la Academia.
Matt miró hacia Metallo.
-Sí, siempre me había preguntado qué pasó con el número uno de nuestra promoción -continuó el teniente. Su voz apestaba a sarcasmo-. Cuando me enteré de que habías desertado, quedé bastante sorprendido. Después de todo, siempre esperábamos que algún día fueses capitán de tu propia nave.
El rostro de Matt enrojeció. Cerró el puño y lanzó un golpe al oficial. No vio la culata del rifle bláster del soldado de asalto descendiendo sobre su cabeza.
-Registren esta nave -ordenó el teniente a sus subordinados.
-Sí, señor.
-Luego lleven al desertor al centro de detención en el cuartel imperial -ordenó. Se volvió y se enfrentó a Metallo-. No tiene ningún problema con eso, supongo -dijo con aire de suficiencia.
-No -contestó ella, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para ayudar a Matt... al menos por el momento.
-Preséntese en el cuartel del sector por la mañana, capitana -dijo el teniente-. Puede que sea capaz de convencerles de que no tenía conocimiento del crimen de su tripulante. Tal vez entonces se le permita abandonar Kabaira.
Metallo asintió mientras los dos soldados de asalto salían de la nave.
-No hay nadie más a bordo, teniente -informó uno de los soldados de asalto.
-Que pase una buena noche, capitana -dijo el teniente-. En marcha, soldados.
Metallo frunció los labios y vio cómo se llevaban a rastras el cuerpo inconsciente de Matt. Fuera del hangar, no había movimiento de transportes, ni fuego de bláster. Las calles de Eponte habían quedado mortalmente silenciosas.

***

-¿Te sientes mejor? -preguntó Metallo cuando Hunter se despertó.
Gimiendo, trató de sonreír.
-Si estuviera muerto no podría sentirme mucho peor -dijo, haciendo girar su hombro para aliviar la tensión que se le había creado-. ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
-Dos horas. He sabido que media docena de tus amigos han sido asesinados. Otros dos están en el centro de detención -le dijo.
Hunter apartó la mirada, enterrando su rostro en las manos.
-Seis muertos -repitió en voz baja-. Alguien avisó a los imperiales. Sabían exactamente donde se reunía mi gente.
-¿Por eso saliste apresuradamente de la cantina?
Él asintió con la cabeza.
-Pero lo que no sabían era que yo iba a llegar tarde.
-Debido a que estabas jugando al sabacc conmigo.
-Sí –dijo-. Si hubiera llegado a tiempo, no creo que estuviera aquí ahora.
-Ha pasado mucho tiempo desde que las cosas pintaban tan mal. -Metallo hizo una mueca-. Tengo un espía rebelde herido escondido debajo de las planchas de la cubierta de mi nave. Y mi copiloto ha sido arrestado.
Una mirada de asombro frunció la frente de Hunter.
-¿Han arrestado a Matt?
-¿Puedes creerlo? Entre millones de planetas con tropas imperiales, terminamos en un puerto donde un oficial lo ha reconocido.
-¿Por qué lo buscaban?
-Es un desertor -dijo.
-¿Desde cuándo te asocias con delincuentes buscados, Tere?
-No sabía que Matt había estado en la armada hasta hace un par de horas. Hablando de criminales... ¿desde cuándo te asocias con la Alianza Rebelde?
Él sonrió.
-Hace ya casi tres años. Hemos estado haciendo pequeñas cosas aquí en Kabaira. Ya escuchaste a Treimar.
-No es uno de los vuestros, espero...
-No, no. Habla demasiado. -Hunter se echó a reír, haciendo una mueca cuando otra punzada de dolor recorrió su brazo.
-De modo que robando suministros médicos...
-Y armas -añadió Hunter-. Los productos médicos han sido enviados a la flota rebelde fuera del planeta. Ellos necesitan desesperadamente nuestra ayuda.
-¿Y las armas?
-Las estamos almacenando aquí para utilizarlas contra el Imperio.
-¿Crees que alguien de vuestra organización es un traidor?
-Ciertamente parece que es así -asintió con la cabeza.
Cuidadosamente, Metallo pasó el dedo por la cicatriz de su mejilla.
-¿Alguna idea?
Hunter alzó las cejas con aire inquisitivo.
-¿Una fuga de la cárcel? ¿No tienes ya suficientes problemas? -le preguntó.
-No voy a dejar que Matt se pudra en una celda imperial. Tú también tienes amigos encerrados -le dijo Metallo-. Tal vez podamos hacer que tu informante se descubra en el proceso.
Hunter la miró.
-Sabía que había una razón por la que vine a ti en busca de ayuda.
-Mira –insistió, yo sólo estoy haciendo esto para conseguir que Matt...
-Claro -asintió él con la cabeza-. ¡Y un ojo de rancor! -Poniéndose serio, dijo-: Sabes que es posible que no salga bien...
-Lo sé, lo sé –dijo-. Venga, vamos. Vamos a necesitar más ayuda para esta operación. Y apuesto a que tu gente conoce ese edificio del cuartel general mejor que la palma de sus manos.
-Sí –confirmó Hunter, levantando su brazo para que Metallo pudiera ayudarle a subir.
Sonriendo, ella agitó la cabeza.
-Esto es realmente hermoso, Hunter. Menuda pareja formamos... Una mujer de Riileb bastante llamativa, acarreando a un hombre con una herida de bláster. ¿Crees que alguien se fijará?
-Esto ha sido idea tuya, ¿recuerdas?
-Correcto -asintió con la cabeza, ayudándolo a ponerse de pie-. Vamos.

lunes, 29 de abril de 2013

Pasajes (I)

Pasajes
Charlene Newcomb

Voces distantes asomaron los bordes de su subconsciente; voces monótonas que hablaban suavemente en un lenguaje que había oído antes, pero que nunca se había molestado en aprender. Esforzándose para levantar la cabeza de la mesa, Matt Turhaya se frotó los ojos vidriosos por haber bebido una o varias cervezas de más. Le dolía la cabeza.
Flotaba música a través de la sala, los golpes rítmicos de las notas graves de un TecladoBase acentuando voces que crecían en intensidad a medida que Matt regresaba de su estado semi-consciente. Centrándose en su entorno, finalmente recordó dónde estaba. La cantina.
A mitad de camino a través del recinto del bar, estaba en marcha una fuerte discusión. Matt reconoció al wookiee. Pero nunca antes había visto en la cantina al adversario del enorme alienígena. Pensándolo mejor, no recordaba haber visto nunca a nadie como ella. Su cabeza estaba completamente calva a excepción de una larga trenza plateada de que le colgaba hasta muy por debajo de su cintura. Ella había entrelazado en su interior un lazo negro y sedoso, lo que añadía un aire de elegancia a su apariencia, una apariencia que tal vez sólo los machos de su especie podrían encontrar atractiva.
Hablando en la lengua materna del wook, lo miró fijamente con unos ojos que se cruzaron con los de él; sólo medía aproximadamente un centímetro menos que él. Con dedos largos y delgados, golpeaba rápidamente en pecho peludo del wookiee como una andanada de fuego de artillería. O era estúpida, o muy valiente, decidió Matt mientras se pasaba una mano por su rostro desaliñado.
Matt se dio cuenta de que los demás clientes de la cantina habían dejado un amplio espacio a su alrededor. Ella posó suavemente su mano en el DL-44 enfundado en su cintura. Giró la cabeza ligeramente hacia el camarero. La luz iluminó su piel de color gris pastoso y, por primera vez, Matt pudo ver la cicatriz dentada que cruzaba su cara justo debajo de su ojo derecho.
El wookiee ladró a la hembra. Ella gruñó una respuesta airada, luego miró a su alrededor en la habitación. Sus ojos rosados se cruzaron con los de Matt. Ella dejó de fruncir el ceño y las dos antenas con forma de estambre encima de su cabeza temblaron. Matt le sostuvo la mirada. Todo en la habitación parecía haberse detenido, congelado en el tiempo y el espacio. Ella tenía los ojos llenos de dolor –su mismo dolor-, no la mirada de lástima o repugnancia que había recibido de otros seres cientos de veces. Algo parecía unirlos, como si fueran una sola mente. Y de alguna manera, a pesar de que ni siquiera se conocían entre sí, sabía que ella lo entendía mejor de lo que nadie lo haría jamás.
Ella se giró para enfrentarse al wookiee, ladrando otra réplica. Los ojos azules del wookiee se abrieron como platos, y luego rió a carcajadas. Ella sonrió, dándole palmadas en la espalda. Todo el mundo que estaba atento a la situación se relajó visiblemente.
Matt la miró durante unos segundos más, incapaz de apartar sus ojos de ella. Temblando, respiró hondo y tomó el vaso que estaba sobre la mesa. Vacío. Lo observó, haciendo girar el recipiente en su mano y mirando cómo la luz se reflejaba en un prisma de colores, preguntándose si alguna vez podría volver a maravillarse de esos pequeños milagros. Preguntándose si alguna vez podría volver a preocuparse por nada o por nadie. Durante un instante o dos, quedó perdido en otro tiempo, en otro lugar, cuando de repente una voz familiar resonó en toda la habitación. Colocando el vaso sobre la mesa, Matt se sujetó la cabeza entre las manos.
-Muy bien. ¿Dónde está? -Incluso con la banda tocando de fondo, la melódica voz de barítono de Jamie Turhaya sobresalía por encima del zumbido constante de las conversaciones en la cantina-. ¿Dónde está mi hermano? -preguntó.
El hombre de cabello rubio y piel bronceada resultaba una figura hermosa en comparación con la mayoría de los clientes habituales de la cantina. La fuerte línea de la mandíbula y los pómulos altos hacían destacar su rostro. Era más alto que su hermano menor, su cuerpo más musculoso. Jamie vio a Matt, y luego se abrió camino a través de media docena de mesas.
-Vamos, Mattie –dijo-. Es hora de volver a casa. Mañana va a ser un largo día en el taller. Necesitas una buena noche de descanso para ser capaz de ayudar.
Gruñendo, Matt pasó el brazo por los hombros de Jamie y voluntariamente dejó que su hermano mayor le arrastra a casa. Trató de no escuchar las palabras que ya había oído antes.
-Sabes, Matt, has estado aquí durante seis meses. No puedes seguir haciéndote esto -dijo Jamie, con un tono que no pretendía ser condescendiente.
Matt sabía que Jamie le quería mucho. Había lidiado con la embriaguez de Matt, lo había cuidado en su melancolía, y se había negado a darlo por imposible sin importar lo que dijeran los demás.
-Sé que has pasado por muchas cosas -continuó Jamie-, al perder a Anii y a Alex con un año de diferencia... es una carga terrible. Pero, Matt, tienes que seguir adelante con tu vida...

***

Escombros. Hasta donde le alcanzaba la vista. Ni una sola casa se alzaba en lo que antes habían sido las ondulantes colinas verdes de Janara III. Una neblina marrón cubría las ruinas. El humo se elevaba hacia el cielo oscuro.
Matt cayó de rodillas entre las ruinas de la casa de su familia. Repasó los pedazos rotos de su vida... plastiacero de la mesa, un trozo de cerámica de un precioso florero, platos rotos. Su emoción creció cuando descubrió parte de un holomarco de mármol que su esposa había regalado a sus padres. Con las dos manos, excavó en el polvo y encontró -quemado, medio destrozado, con los bordes curvados- un holo de Anii con Alex. Era el único pedazo de su esposa y su hija pequeña que le quedaba.
Temblando, miró hacia arriba, manteniendo el holo cerca del pecho. Una figura lejana en el horizonte llamó su atención... una sombra fantasmal que vigilaba la tierra... la armadura blanca de un soldado de asalto imperial. El Imperio al que una vez sirvió había sido el responsable de esta destrucción.
Las lágrimas corrían por su rostro.
-¡No! -gritó. Un viento frío e implacable gimió, llevando su voz a través del paisaje lleno de cicatrices.
Acurrucándose en el suelo en posición fetal, Matt agarró con fuerza el holo mientras el sol se despedía de la ciudad de Sreina...
Asomando su ardiente cabeza naranja en el horizonte, uno de los soles gemelos anunció otro día cálido y seco en Tatooine. La luz del sol se filtraba por una grieta en las cortinas parcialmente cerradas. A medida que el sol se alzaba más en el cielo, un torrente de luz cayó en el sofá, sobre la cara de Matt. Despertando de repente, sorprendido por el resplandor en sus ojos, se sentó abruptamente mientras la pesadilla huía de sus sentidos.
Jamie roncaba ruidosamente en la parte trasera de la casa. Matt volvió a derrumbarse en el sofá donde había dormido la mona de la mayor parte de los efectos de su visita a la cantina. La cabeza ya no le dolía, pero se sentía aturdido, emocionalmente agotado. Durante un largo rato, simplemente se quedó allí escuchando el monótono zumbido del generador del climatizador. Finalmente se levantó, se vistió en silencio, y luego se deslizó a las calles de Mos Eisley.
Atajando por un callejón oscuro al otro lado de la calle de la tienda de su hermano, Matt pasó por la tienda de recuerdos de Heff, aún oscura. Para ser una ciudad que rara vez dormía, Mos Eisley parecía inusualmente tranquila esa mañana. Incluso el predicador de la esquina de la calle aún no había tomado posesión de su puesto.
Dentro de la entrada de la cantina, Matt dejó que sus ojos recorrieran lentamente la habitación.
-¿Tan pronto de vuelta, Matt? -le saludó desde la barra Jaresh, uno de los habituales.
Matt saludó con la cabeza al hombre viejo y malhumorado y bajó lentamente las escaleras para reunirse con él y tomar una copa. Pero algo en el otro extremo de la habitación le llamó la atención. La hembra humanoide estaba allí, inmersa en un juego de sabacc, golpeando suavemente con los dedos sobre la mesa.
Su mirada recorría la mesa de sabacc, con sus antenas temblando casi imperceptiblemente. El twi’lek Cha'ba, un "hombre de negocios", como se refería a sí mismo, jugueteaba con sus créditos. Pira Bland, un camello de especia chandrilano, levantó su jarra y tomó un trago de cerveza. Y el contrabandista corelliano a la derecha de la mujer se recostaba casualmente en su silla, agarrándose las manos detrás de la cabeza. Cuando Matt se acercó, le saludó con una inclinación de cabeza.
-Apuestas –dijo el crupier.
-Voy con 20 -dijo la mujer alienígena, lanzando sus créditos al bote.
-Veinte. Y 20 más -respondió Bland.
Cha'ba negó con la cabeza.
-Do chonda -dijo, poniendo sus cartas boca abajo sobre la mesa.
El corelliano se enderezó en su asiento, recogiendo las cartas de la mesa para estudiarlas. Pasó la mirada de Bland a la mujer humanoide. Mostrándole una sonrisa, le dijo:
-Muy bien, Metallo, quiero ver lo que tienes. Ahí van mis créditos.
Los valores de las cartas se materializaron cuando el crupier activó el aleatorizador. Bland puso los ojos en blanco. El corelliano sacudió la cabeza cuando Metallo puso boca arriba su mano ganadora y cogió el bote de sabacc.
-No sé cómo lo haces, Metallo -murmuró, lanzando sus cartas sobre la mesa-. ¿Todos los riilebs tenéis este talento natural para los juegos de azar?
Ella mostró una sonrisa socarrona.
-No tenemos juegos como este en Riileb –respondió-. Mi antiguo maestro me enseñó a jugar.
-¿Es así como conseguiste la cicatriz en la cara? -bromeó.
Matt vio la breve ola de dolor que atravesó el rostro de Metallo. El corelliano también la vio, y su sonrisa desapareció.
Metallo recorrió lentamente con su dedo la cicatriz de tres centímetros de largo. En voz baja, casi en un susurro, habló mientras miraba los rostros sentados frente a ella en la mesa.
-Esto lo hizo el Imperio -dijo. Había un dejo de amargura en su voz. Sus ojos se posaron en Matt y por un breve momento pareció atravesarlo con la mirada-. Sé que no soy la única que ha sentido su ira.
Todas las cabezas asintieron lentamente al unísono. Sólo el sonido de unos pies arrastrándose a través del viejo suelo de la cantina interrumpió sus pensamientos. Un wookiee se acercó a la mesa y le gruñó al corelliano.
-¿La nave ya está cargada? -preguntó.
El wookiee gritó una respuesta alterada.
-Muy bien, de acuerdo, estaré allí en un minuto. -El corelliano se levantó lentamente, mostrando a Metallo una sonrisa fanfarrona-. Bueno, Metallo, ¿qué puedo decir? ¡Este juego es demasiado para mí!
-¡Qué bien que te vayas ahora, viejo pirata! -se echó a reír ella de buena gana-. ¡Antes de que me quede con todos tus créditos!
-Sí, claro -dijo, dando la vuelta para irse.
-Cielos despejados, amigo mío –le dijo Metallo. Sus ojos rosas volvieron hacia el resto de jugadores-. Bueno, ¿qué tal otra ronda?
Matt se aclaró la garganta.
-¿Hay lugar para uno más? -preguntó.
Bland se rió entre dientes, señalando a Matt el asiento que acababa de dejar vacante el corelliano.
-Metallo acepta los créditos de cualquiera... ¡incluso los tuyos, Turhaya!
Metallo miró a Matt de nuevo.
-¿Otro corelliano? -preguntó ella.
Matt se sorprendió.
-¿Cómo lo sabes?
-Tu nombre... Turhaya... Es corelliano antiguo. Si no recuerdo mal, se traduce como "estrella brillante", ¿no es así?
Matt sonrió.
-Mi padre solía decir que significaba que la familia Turhaya estaba destinada a eclipsar a todas las demás. -Su rostro se agrió de repente. Su vida en estos últimos tres años había sido de todo menos brillante. Una prometedora carrera en la Armada Imperial había sido destrozada por la muerte de su esposa. Luego, menos de un año después, su hija había muerto durante una redada contra presuntos rebeldes en Janara III. Matt se pasó la mano por la frente-. ¿Puedo tomar un trago? –preguntó hacia el bar.
-Sí –exclamó Metallo-, tráenos un poco de té.
Matt frunció el ceño.
Metallo le miró frunciendo el ceño a su vez, con sus ojos fijos de nuevo en los de él.
-No aceptaré créditos de nadie que esté jugando borracho, Sr. Turhaya.
Una sonrisa asomó en la comisura de los labios de Matt.
-De acuerdo -dijo, mientras una amplia sonrisa se dibujaba en la cara de Metallo.

***

-¡¿Qué has hecho qué?! -gritó Jamie Turhaya, apartando la visera protectora de su cara.
Matt se encogió. Se alegró de que el chasis de un XP-38 mantuviera a Jamie a más de un brazo de distancia. Nunca había visto tanta ira en el rostro de su hermano.
-Aposté el taller de deslizadores en un juego de sabacc -repitió en voz baja.
-¡Matt, no tenías derecho! ¡Es mi taller! ¡No posees ni un crédito de él! -Jamie sacudió la cabeza con disgusto-. Santo cielo, Mattie, ¿en qué estabas pensando? Pensé que si te daba un trabajo... Oh, no importa. ¡Sólo vete de aquí!
-Lo siento, Jamie -dijo Matt.
-Que lo sientas no me devolverá el taller, Matt...
Metallo, demasiado curiosa para esperar en la bien cuidada oficina del taller, se situó en la entrada del garaje de Taller de Reparaciones de Deslizadores de Turhaya.
-Disculpen -interrumpió.
-Capitana Metallo -dijo Matt, volviéndose hacia ella. Era obvio por su expresión que había oído la mayor parte de la conversación-. Le estaba explicando...
Metallo levantó la mano para silenciar a Matt
-¿Usted es el hermano de Matt? -le preguntó a un asombrado Jamie.
-Sí –respondió-. Soy el dueño de este taller.
-Eso he oído, señor Turhaya.
Metallo miró a Matt.
-Escuche, capitana...
-¿Y Matt no es su socio en este negocio?
-Así es, capitana -dijo Jamie-. Matt trabaja para mí, eso es todo.
-Por lo tanto, Matt -Metallo frunció el ceño-, todavía me debes 150.000 créditos.
-¡150.000! -gritó Jamie-. Matt, ¿estás loco? ¿Estabas tan borracho...?
-Sr. Turhaya, por favor -dijo con calma Metallo-. Matt no estaba borracho. Está bastante sobrio, como se puede ver. Ahora, dígame, ¿su hermano es un buen mecánico?
Jamie asintió.
-Cuando se concentra en ello, es el mejor.
Metallo estudió a Matt.
-¿Sabes algo de naves espaciales, Matt?
-Es bueno con las naves -intervino Jamie antes de que Matt pudiera responder.
-Mi carguero necesita algunas reparaciones, aunque no por valor de 150.000 créditos... y llevo un tiempo buscando un co-piloto.
-¿Co-piloto? -preguntó Matt con cautela.
-Puede trabajar para pagar lo que le debe -añadió Jamie.
Metallo pasó la mirada de Matt a Jamie, y luego de nuevo a Matt.
-El Búsqueda Estelar está en la bahía de atraque 87. Nos vemos allí en dos horas -le dijo mientras se giraba para irse.
-Allí estará, capitana –le dijo Jamie.
Matt puso mala cara, mirando ceñudo a Jamie.
-Tal vez esto sea algo bueno, Mattie -le dijo Jamie a su hermano menor.
-No lo sé, Jamie.
-Tengo un presentimiento sobre ella. Me gusta. -Jamie sonrió, luego se puso serio-. ¿Sabes? Esto podría ser un nuevo comienzo para ti, Matt. Trabajar en las rutas espaciales... siempre te han gustado ese tipo de cosas. Sólo trata de permanecer sobrio...
-Sin lecciones, por favor –dijo Matt haciendo una mueca.
-Matt, lo siento mucho. -Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas, mientras posaba una mano sobre el hombro de su hermano-. No he sabido ayudarte a superar tu pasado.
Una niebla nubló los ojos de Matt. Dándose la vuelta, apartó con la mano las lágrimas que amenazaban con empañar su visión.
-No es tu culpa, Jamie. Es algo con lo que tendré que vivir siempre.
-Recordarlas es una cosa, Matt, pero puedes aferrarte a ellas para siempre -dijo Jamie, tragándose el nudo en su garganta-. Tienes que aprender a dejarlas ir.
-Es muy duro -dijo Matt, mirando hacia atrás en dirección a su hermano, sin avergonzarse ya de que Jamie viera las lágrimas que corrían por sus mejillas-. Nunca has estado enamorado, ¿verdad, Jamie?
-No, no lo he estado, Matt –admitió-. Pero sé lo que Anii significaba para ti...
-¿De verdad? –El rostro de Matt estaba atormentado por el dolor, sus ojos ardían con una pasión, una rabia que se había vuelto demasiado familiar para Jamie.
-Tal vez no, Matt. Pero, ¿no lo ves? Te están dando otra oportunidad -dijo Jamie, con sus propios ojos también llenos de lágrimas-. Todo lo que estoy diciendo es que no dejes que las sombras de ayer nublen tus mañanas.
Matt asintió, aunque en realidad no creía que tuviera la fuerza -o el valor- de dejar ir esos viejos recuerdos.
-Eres un buen hombre, Matt Turhaya -Jamie lo abrazó con fuerza-. Puedes hacer que esto funcione -agregó en voz baja-. Sé que puedes hacerlo.

Corelliano antiguo

Corelliano antiguo
Patricia A. Jackson

El lenguaje es un organismo. La entidad del lenguaje nace, germina, muta y sufre mestizaje y, debido a las formalidades de fuerzas sociales y políticas, los lenguajes pueden incluso morir.
-Arner Figgis, Lingüista Jefe
Universidad de Be’nal, Issor

Arner Figgis daba vueltas por la desigual ladera de la duna, murmurando airadamente para sí mismo. Tropezando en una cresta de polvo y arena endurecidos, explotó:
-¡Otra vez! ¡Dilo otra vez, pero más despacio!
Trep Winterrs se mordió el labio mientras reprimía una cáustica respuesta a la abrupta muestra de temperamento del viejo issori. Cruzando los brazos sobre el pecho, el nervioso contrabandista apretó con firmeza los labios para hiper-exagerar las sílabas necesarias.
-Doaba ol’val tru1, olys guerlle.
Soltó una leve risita, a su pesar, al escuchar los inquietos balbuceos de su peculiar compañero, un auténtico erudito universitario, que le había contratado en Mos Eisley.
Figgis se enderezó, alisando una arruga en la fina tela de la túnica y la capa que le llegaban hasta el tobillo.
-Hay que dar una buena imagen –susurró con aire ausente, lamiéndose el dedo índice y luego pasando la punta húmeda sobre su frente arrugada-. Doaba ol’val tru, olys guerlle. ¡Eso es! –dijo con entusiasmo, dando a Trep un golpecito en el hombro-. ¡Creo que ya lo tengo!
Enderezando uno de sus largos rizos negros, Trep agitó la cabeza.
-Sigo pensando que es una mala idea, profesor. No puede entrar ahí sin más... no usted solo.
-Te pago para que pilotes y me aconsejes acerca de anticuados coloquialismos idiosincrásicos, no para que me hagas de carabina.
-¡De acuerdo! –Trep levantó las manos-. Se trata de su cuello. Recuérdelo. –Comenzó a descender las crestas de las dunas, deslizándose por la suave ladera de arena negra-. No diga que no se lo advertí.
-Muy bien. –Teniendo cuidado de seguir las huellas del contrabandista, Figgis descendió con dificultad la pronunciada ladera, usando una mano para levantarse la túnica, mientras se apoyaba con la otra en el hombro de Trep. Jadeando para recuperar el aliento, consiguió decir-: Bueno, háblame otra vez acerca de ese camarero.
-Se llama Karl Ancher. Normalmente está detrás de la barra, así que no debería tener problemas para encontrarle.
-Sí, sí, claro. Es el mismo que mencionaste en Mos Eisley.
Como si lamentase su decisión de aceptar el trabajo, Trep dijo:
-Mire, háganos un favor a ambos, Figgis. No se acerque sin más a él y comience a hablarle de sus credenciales académicas. Ancher tiene mucha experiencia a sus espaldas; muéstrele un poco de respeto.
-Por supuesto. Este olys guerlle... ¿es un título?
-Literalmente, significa vieja guardia. Es un título de respeto, que significa que reconoce los logros de Ancher como hombre de negocios hecho a sí mismo –gruñó Trep con aire irritado, exasperado por las implicaciones del trabajo del erudito-. ¿Por qué no puedo acompañarle?
Figgis puso una cara extraña.
-¿Y hacer qué? ¿Entorpecer la metodología de la ciencia lingüística? ¡No seas absurdo!
-¿Por qué no podemos esperar hasta la mañana, cuando no esté tan abarrotado? Hay al menos 150 personas ahí dentro.
-¡Porque los descubrimientos no aguardan a nadie! Los cálculos precisos de una investigación son el deleite del hombre despierto, no están destinados al perezoso que se duerme en los laureles. –Observando con detenimiento el paso de una caravana de nómadas ibhaan, añadió-: Si malgastase un solo precioso minuto, algún joven recién salido de la universidad podría usurpar mis logros.
-Si hace algún movimiento en falso ahí dentro –dijo Trep señalando la taberna Polvo Negro-, no tendrá que preocuparse de esas jóvenes promesas. –Hizo una pausa dramática-. ¡Estará muerto!
-No hagas promesas que no puedas cumplir –gruñó Figgis, mirando fijamente al prepotente contrabandista. Arreglándose la túnica, avanzó por las calles desiertas hasta una entrada lateral al bar.
Arrojado a un escandaloso mundo de ruido inusualmente tumultuoso y voces bulliciosas, Figgis se permitió dejarse llevar por la impetuosa marea de rostros y cuerpos que se movía hacia la barra. Con tantos estímulos, al erudito le resultaba difícil concentrarse, conforme frases sueltas en corelliano antiguo y auténtico socorrano iban llegando hasta sus oídos. Vacilante por la sobrecarga sensorial, Figgis se apoyó sobre la barra.
-¿Qué puedo hacer por usted? –preguntó el camarero. A pesar de la buena disposición inherente en su voz, era obvio, incluso para Figgis, que el corelliano sospechaba que algo no encajaba.
Karl Ancher era un hombre de constitución robusta, ancho de hombros y de pecho, pero con una saludable delgadez en su parte media; exactamente como Trep lo había descrito. Toda una vida de intemperie y cicatrices habían envejecido su hermoso rostro, dejando sólo el brillo de sus ojos como muestra de la plenitud de esos largos y enriquecedores años. Figgis se inclinó sobre el mostrador con aire confidencial y declaró:
-Doava ol’val tru, olys guerfel.
Golpeando la superficie del mostrador con sus carnosos puños, el rostro de Ancher enrojeció con varias tonalidades de furioso carmesí. Desconcertados por el súbito estallido, los parroquianos en todos los rincones del bar se volvieron para ver la conmoción mientras el contrabandista gritaba:
-¿Qué? –Apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula crujió audiblemente-. ¿Qué me has llamado?
Confuso por primera vez en sus 56 años como académico, Figgis no supo qué hacer, mirando embobado al airado extraño. Tras él, pudo escuchar el sutil chasquido de correas de bláster soltándose, mientras manos ansiosas sobre las armas aguardaban la recompensa por el pellejo del ignorante recién llegado.
-Doaba-tru2, Ancher –susurró Trep Winterrs desde la entrada lateral del bar. En el silencio, su voz pareció resonar en las esquinas más alejadas de la taberna-. Yke feln noh petchuk3. –Cuando la tensión de la sala no disminuyó, ni siquiera ligeramente, Trep se volvió a los parroquianos del bar, mostrando su mejor sonrisa. Señalando a Figgis con el pulgar por encima de su hombro, bromeó-: Min chumani... sahsahlah...4
Toda la sala estalló en risotadas descontroladas y groseras. Devolviendo los blásters a sus fundas, los espectadores regresaron a sus bebidas y sus conversaciones, ignorando al viejo asustado que se encontraba solo junto a la barra. Figgis se corrió junto a Trep, usando al contrabandista como escudo entre él y la multitud.
-¿Qué he dicho?
Sin romper esa pulida sonrisa, Trep saludó con la cabeza a algunos rostros familiares.
-Llamó viejo loco a Ancher –respondió entre sus dientes apretados. El contrabandista rió suavemente, inclinando educadamente la cabeza ante Ancher para agradecer al corelliano su comprensión y paciencia con el excéntrico extranjero.
Moviendo sólo sus salvajes ojos marrones, Figgis permaneció inmóvil, temeroso de flexionar siquiera el más pequeño músculo.
-¿Qué debería hacer?
-Lo único que puede hacer. –Tomando al lingüista por los hombros, lo condujo de vuelta a la barra-. Invítele a un trago. Después de todo, es su bar. Él apreciará el significado del gesto.
-¿Y luego?
-Luego le deja tranquilo. Ya ha tentado demasiado a la suerte.
-Pero, ¿y mi investigación?
Apoyándose sobre el mostrador, Trep examinó las numerosas formas sombrías moviéndose de un lado a otro en la penumbra.
-Tendrá que improvisar, profesor. Si quiere aprender corelliano antiguo, tendrá que estudiar a la gente que hay tras el lenguaje.
En una mesa cercana, un sullustano, un rodiano, un humano y una mujer estaban enzarzados en una acalorada discusión sobre una carta de sabacc mal repartida. Mientras el sullustano y la mujer se lanzaban virulentas amenazas y acusaciones el uno a la otra, el rodiano hizo un gesto a su socio y sacaron juntos sus blásters. A pesar de su artería, la mujer fue más rápida y contestó al insulto con fuego de bláster. Cada uno de los desventurados acusados cayó desplomado al suelo, con sus pechos humeando profusamente por los disparos a quemarropa.
Trep sonrió picaronamente, acercándose con cautela a la mujer. Sacando una silla de debajo del cadáver del rodiano, empujó a Figgis sobre el asiento y arrojó con gesto deliberado unos cuantos créditos sobre la mesa.
-Aliha sel valle volgoth?5 –preguntó ella, con una sonrisa sugerente.
Mientras ella centraba el cañón de su bláster pesado en mitad de su pecho, Trep alzó las manos en señal de rendición. Sonriendo para tranquilizar a su ansioso compañero, tomó la carta de sabacc más cercana, el Idiota, y se la mostró a la mujer.
-¿Te importa si echamos una partida?

1 Doava ol'val tru: "Paz y esperanza", un saludo o despedida (especialmente en funerales) (N. del T.)
2 Doava-tru: Aproximadamente, "La paz contigo". Doava es la palabra en corelliano antiguo para "paz". (N. del T.)
3 Yke feln noh petchuk: Aproximadamente, "Él no pretendía ofender". Yke es el pronombre "Él", noh indica negación, y petchuk significa "animosidad" o "mala sangre". (N. del. T.)
4 Min chumani, shasahlah: Aproximadamente, "Mi amigo es un pobre loco que no sabe lo que dice". Min es el pronombre posesivo. Chumani significa "amigo", pero referido a un extranjero es despectivo, viniendo a significar "debilucho, enclenque". Sahsahlah es una expresión en corelliano antiguo que significa "la tierra prometida" o "el lugar de los sabios locos"; se usa en conversaciones cuando hay diferencia de opiniones y una parte quiere indicar que la otra no va a salirse con la suya. (N. del T.)
5 Aliha sel valle volgoth?: "¿Qué es lo que quieres?" (N. del T.)