miércoles, 27 de noviembre de 2013

Crédito denegado (III)


-Así que lo que me estás diciendo es que finalmente has perdido el juicio –dijo Nopul mientras pasaban por el amplio arco que salía del distrito comercial de la estación hacia el complejo de la bahía de atraque.
Rendra miró al dresseliano y al nikto para asegurarse de que no habían escuchado el comentario de Nopul. Los dos estaban en medio de alguna acalorada discusión, ajenos a cualquier cosa que pasara a su alrededor. Satisfecha, se volvió hacia su compañero.
-¿Qué se supone que debo hacer? No tenemos tiempo para encontrar a otros, e incluso si lo tuviéramos, ¿cómo sabemos que no serían peores?
Nopul volvió la mirada a los mercenarios y luego miró a Rendra.
-No creo que eso sea posible.
No estaba segura de si Nopul sólo trataba de hacerle pasar un mal rato o estaba realmente preocupado. En cualquier caso, no tenía elección. GalactiNúcleo quería su dinero; no le importaba si tenía problemas con el personal. Decidió cambiar el tema de la conversación.
-¿Pirateaste esos códigos de Naves y Servicios?
SI Nopul había advertido su táctica, no dio muestras de ello.
-¿Dudas de mi capacidad? Bueno, tal vez deba aliarme con alguien que...
-¿Lo hiciste?
-Claro que lo hice. Por las estrellas, qué irritable eres. Sólo trataba de aligerar los ánimos.
Rendra comenzó una réplica, y entonces se dio cuenta de que era ella quien estaba de mal humor. Algunas veces Nopul mostraba más sabiduría de la que ella creía que poseía. Estar constantemente a la que salta no iba a ayudarle a completar su misión, especialmente dada su cantidad actual de problemas. Otro de los axiomas de su padre comenzó a asomar a su mente, pero lo silenció tan pronto como reconoció su fuente. Gracias, papá, pero me ocuparé de esto por mi cuenta.
-Ah –comenzó, tratando de recordar donde se había quedado la conversación-. Entonces, ¿cuál es nuestro estado?
Giraron por un pasillo más estrecho hacia el borde exterior del complejo, el más alejado del resto de la estación. Estar escaso de créditos realmente tenía sus desventajas.
-Bueno, he intercambiado nuestros números de registro de la OdNS con una nave mercante llamada Rodeo. El Zoda todavía tiene el mismo código de transpondedor; sólo he cambiado la información en la base de datos del ordenador de la OdNS para reflejar la nueva información de la nave. Es mucho más difícil detectar un archivo falso que un transpondedor falso.
-Rodeo. Suena apropiado. –Miró a Nopul, y ambos se detuvieron de golpe. Nopul se detuvo un par de pasos por delante, y los alienígenas apenas consiguieron evitar chocar contra ambos.
El nikto murmuró algo tras ella. Rendra había aprendido lo suficiente de su lenguaje para saber que estaba preguntándose qué ocurría. Ella se giró y se llevó un dedo a los labios para hacer que él y el dresseliano se callaran, y luego hizo un gesto a los tres para que estuvieran quietos mientras ella comprobaba las cosas.
A medio camino del pasillo se detuvo ante la escotilla de la bahía 919-A, donde había atracado su nave. Comprobó el panel de acceso en la pared y descubrió que había habido un acceso desde que se había marchado.
Se estaba volviendo para dar instrucciones a Nopul y los alienígenas cuando la puerta de la bahía se abrió hacia arriba de repente, revelando el infame cañón de una carabina bláster apuntándole al pecho.
-Maex. Qué coincidencia. Precisamente te estaba buscando –dijo el nimbanel en su lengua nativa, pero ella entendió cada palabra; había tenido más experiencia con hutts y sus subordinados nimbaneses de lo que le gustaría recordar.
Trató de ocultar el hecho de que se encontraba a punto de hacer señales a alguien fuera de la vista del nimbanel, pero al hacerlo sacrificó su oportunidad de desenfundar rápidamente su bláster.
-Por favor, pasa –dijo el nimbanel con su boca y luego insistió en ello con su arma-. GalactiNúcleo no está muy contenta contigo en este momento, ¿sabes? Parece que te has saltado... –echó un vistazo a la tableta de datos que tenía en la otra mano- tres pagos.
Tan pronto como pasaron al interior, la puerta de la bahía se cerró deslizándose tras ella, bloqueándose con un golpe seco.
-Oh –dijo, recorriendo en su mente cada engaño y mentira que se le ocurriera. Por desgracia, a su mente no llegó a tiempo nada que resultase de utilidad, dejándole con la débil opción de ser honesta-. Mira, no tengo el dinero ahora mismo. Pero acabo de aceptar un trabajo con el que obtendré lo suficiente para saldar todos esos pagos, y dos más.
Un zumbido sordo se escuchó desde algún lugar detrás de la nave, y Rendra miró por encima del hombro del nimbanel para ver un droide espía aparecer flotando ante su vista, con sus escáneres oculares temblando mientras registraban cada centímetro cuadrado de la nave. Con esa tarea completada, se volvió hacia Rendra y su propietario para capturar datos acerca de su transacción verbal. Ella había tenido que usar tales precauciones en varios de sus propios trabajos anteriores, a veces por razones legales, a veces porque su benefactor quería ver cómo su presa se retorcía.
-Oh, sí –dijo el nimbanel, volviendo a recuperar la atención que se había perdido en el droide-. Mis informadores te ubican en Eryso, en el sistema Hedya, hace treinta y dos horas. Veamos, te reuniste con varios seres de una nave llamada Chasa Riv, número de registro de la OdNS 52462474-245. Te marchaste veintitrés minutos estándar después llevando una tableta de datos que no tenías cuando llegaste, y entonces, de acuerdo con cálculos de vector basados en la máxima velocidad de hipermotor de tu nave, saltaste inmediatamente aquí.
Tenía que admitirlo: el nimbanel había sido concienzudo. Pero mientras él malgastaba su tiempo leyendo el registro de sus actividades recientes, un plan comenzó a formarse en su mente. Sólo necesitaba un par de datos más para asegurarse de que al menos tenía una oportunidad de que funcionase.
-Me has estado vigilando –dijo, maniobrando lentamente hacia una conversación-. Me sorprende que no me hayas abordado hace veinte minutos cuando seguridad estaba realizando esa comprobación de antecedentes. –Se esforzó lo más que pudo para ocultar el hecho de que su frase era una completa invención.
Él la miró con una sonrisa forzada.
-Sí, bueno. Eso no parece importar ahora, ¿verdad?
Perfecto, decidió. No debe tener ningún informador aquí en la estación, o habría sabido que le estaba mintiendo... lo que significa que no sabe nada sobre mis recién adquiridos mercenarios.
-Bueno –continuó él mientras se guardaba la tableta de datos en el bolsillo-, me llevaré la documentación y la tarjeta llave de tu nave. Ahora. –Acentuó la petición agitando casi imperceptiblemente su carabina bláster.
La mirada de ella se desvió hacia su propio bláster...
-¿Tengo que tomar las llaves de tu cadáver? Eso no está en mi contrato... aunque en realidad no me supone ningún impedimento, aparte de tener que rellenar esos tediosos informes de seguridad.
-Escucha, eh… -dijo ella, tratando de sonsacarle su nombre. Cuando él no lo ofreció, ella continuó-. Hagamos un trato. Tú y yo. Voy a ganar mucho más de lo que necesito ahora mismo. Lo repartiré contigo si me das tan sólo tres días para...
Vio cómo él pulsaba un interruptor en la carabina –no sabía exactamente para qué servía, pero no podía ser nada bueno- y supo que se había quedado sin tiempo.
Se volvió y saltó hacia los controles de la puerta justo cuando un disparo bláster pasó silbando sobre su cabeza, arrancando de la pared un pedazo de duracemento del tamaño de un puño. Desde su posición tumbada estiró la mano y pulsó el mecanismo de liberación.
Y nada ocurrió.
Otro disparo bláster salió de la carabina, y esta vez golpeó el suelo y roció la espalda de Rendra con una cascada de escombros. Siguió rodando, dando varias vueltas hacia su derecha mientras el nimbanel continuaba disparándole.
Finalmente, se puso en pie y sacó el bláster de su funda. Antes de que él pudiera efectuar otro disparo, ella le había lanzado un par de disparos bláster directos al pecho.
El primero impactó en una barrera invisible que se mostró fugazmente como un patrón de luz estática, como si las moléculas del aire frente a él hubieran estallado momentáneamente en un caótico frenesí y luego hubieran regresado a la normalidad. El segundo disparo corrió la misma suerte, dejando al nimbanel completamente ileso. Rendra siempre había querido su propio escudo personal, pero encontraba que los precios eran desorbitados. Aparentemente, este cazarrecompensas era bueno en su trabajo su podía permitirse semejante dispositivo.
Su mente discurría mientras el nimbanel sonreía y apuntaba de nuevo, moviéndose lentamente como para mostrar su confianza en su éxito inevitable. ¿Por qué Nopul y los otros no habían entrado a la carga en cuanto escucharon el intercambio de disparos bláster? Echó un vistazo a la puerta... y luego al panel de control. Ah, claro, se dio cuenta, está codificado. Veamos qué podemos hacer al respecto...
Alzó su arma para disparar de nuevo, pero en lugar de apuntar a su oponente, ajustó el objetivo al cierre de la puerta al otro lado de la sala.
El nimbanel sonrió ante ese obvio error, y se tomó un momento adicional para apuntarle a Rendra a la cabeza.
Ella disparó, pero el alienígena no prestó atención al disparo mientras la observaba a través del punto de mira. Comenzó a apretar el gatillo...
Y entonces una cortina de fuego bláster atravesó el hangar desde la puerta abierta y le hizo salir despedido por la sala hacia la nave, donde chocó contra el suelo y se quedó inmóvil.
Rendra volvió la mirada a la entrada del hangar mientras Nopul y los mercenarios entraban con las armas aún dispuestas por si hubiera más problemas.
-Bueno –dijo Nopul, con aire inocente-. ¿Necesitas ayuda?
Ella sonrió con desdén.
-Exactamente, ¿cuál era tu plan? ¿Esperar a que se me ocurriera uno a mí y entonces actuar?
-Vaya, si hubiera sabido que te ibas a poner así...
Rendra advirtió que Vakir había avanzado hasta el cadáver del nimbanel y estaba registrando sus pertenencias. Tras recoger algunos objetos pequeños, presionó el cañón de su pistola bláster contra la sien del nimbanel.
-¡Eh! –exclamó Rendra, sorprendiendo a todo el mundo, incluida ella-. ¿Qué estás haciendo? –Llegó rápidamente junto al nikto y apartó su bláster de la cabeza del nimbanel-. Si todavía está vivo, déjalo. Tenía un trabajo que hacer... no me lo tomo personalmente. Además, ya nos habremos ido mucho antes de que despierte.
Vakir bajó la mirada hacia el nimbanel, se encogió de hombros, y se apartó.
Un pensamiento cruzó de pronto la mente de Rendra, y examinó el hangar en busca del droide de espionaje.
-¿Alguien ve un pequeño y molesto droide volando por ahí?
Sus compañeros registraron el hangar, pero no encontraron nada.
-Bueno –dijo, dirigiéndose a la nave-. Supongo que ahora ya no importa demasiado. De acuerdo, todo el mundo, en marcha. Tenemos mucho trabajo que hacer y no demasiado tiempo para hacerlo.

***

Rendra volvió a la zona recreacional, más o menos circular, del Zoda -ahora el Rodeo-, para encontrarse al nikto, al dresseliano y a Nopul enfrascados en una mano de sabacc de varias rondas, a juzgar por el número de créditos en el bote.
-¿Quién va ganando? –preguntó mientras se dejaba caer en un sofá cercano.
-Oro –dijo Nopul sin apartar la vista de sus cartas-chip-. De momento.
El dresseliano rio: un siseante sonido en staccato que hizo que Rendra se preguntara por un instante si el alienígena realmente estaba teniendo problemas para respirar. Pero cuando Vakir le lanzó una furiosa mirada y Oro se calló de pronto, supo que no tenía que preocuparse.
Observó cómo Vakir sacaba una carta-chip de su mano y luego miraba a sus dos oponentes, buscando aparentemente alguna pista de sus reacciones. Si descubrió algo o no, Rendra no tenía forma de saberlo, pero deslizó la carta de nuevo en su mano, seleccionó otra, y rápidamente dejó su nueva elección en el campo de interferencia ante él.
Por un instante, nadie dijo nada, y Oro y Nopul miraban fijamente a Vakir mientras él observaba su montaña de créditos, golpeando la mesa con sus afiladas uñas.
-¿Apuestas o no? –preguntó Oro.
Vakir levantó lentamente la mirada hacia su compañero alienígena... y entonces lanzó de pronto su brazo sobre la mesa y agarró al dresseliano por la garganta.
-Vale, vale –consiguió balbucear Oro-, tómate todo el tiempo que necesites.
Satisfecho, Vakir soltó su agarre letal. Observó sus créditos mientras murmuraba algo para sí mismo, y entonces aparentemente llegó a una conclusión mientras arrojaba el resto de sus créditos al bote.
-Veinte –dijo, aunque para Rendra la palabra podría haber sido sólo un gruñido.
Los otros dos igualaron la apuesta, y entonces mostraron sus cartas-chip en el campo de interferencia ante ellos.
-Parece que Oro gana de nuevo –dijo Nopul, apartándose de la mesa-. Me retiro.
Mientras Oro acercaba alegremente la pila de créditos hacia él, Vakir se derrumbó en su silla con un definitivo aire alicaído en su semblante. Oro continuó emitiendo diversos sonidos de felicidad hasta que se fijó en el nikto sentado en silencio junto a él.
Oro miró a los créditos, luego a Vakir, y luego de nuevo a los créditos. Con la mano dividió la pila por la mitad y empujó los créditos que cayeron en un lado hacia Vakir, cuyos ojos se iluminaron cuando las ganancias fueron hacia él.
Nopul observaba con confusión absoluta.
-¿Qué galaxias estás haciendo?
Oro le miró como si resultase obvio.
-Vakir no créditos, Oro no juega. No divertido para ninguno.
Nopul meneó la cabeza como si tratara de aclarar su mente ante la extraña lógica, mientras Rendra soltó una risita ante toda la serie de eventos.
-Tengo la impresión de que vosotros dos ya habéis trabajado juntos antes –dijo.
-Muchas veces –dijo Oro mientras guardaba su mitad de los créditos en un compartimento de su cinturón-. Y siempre.
Vakir simplemente asintió mientras recogía el resto del bote y comenzaba  a apilar los créditos en columnas del tamaño de una mano.
-Bien –dijo ella-, porque no podemos permitirnos no confiar unos en otros. Lo que estamos a punto de hacer es peligroso. Si cualquiera de nosotros se resbala, caemos todos.
Se levantó del sofá y avanzó hacia la pared de los compartimentos de almacenamiento.
-Y sólo tenemos una oportunidad para esto. Si fallamos en el primer intento, nos quedamos sin suerte.
-No has mencionado lo que tenemos que hacer –dijo Vakir.
-Sí... lo sé. Bien –comenzó a decir, y luego se aclaró la garganta. Al apoyar la espalda contra el tabique, se arriesgó a lanzar una mirada en dirección a Nopul y vio exactamente lo que estaba esperando: una expresión que le suplicaba que se lo pensase una vez más. Ella respondió con su propia expresión: no tenemos elección. Cuando hubo decidido que había dado a Nopul suficiente tiempo para captar la idea, se volvió hacia los mercenarios-. Vamos a asesinar a Uli Aaregil, el líder de clan de los weequay.
Dejó que la frase colgase en el aire un instante para permitir posibles reacciones, pero Oro y Vakir sólo la miraban con expectación.
-Bien –continuó-, nos faltan unas nueve horas hasta llegar al sistema Sriluur. ¿Por qué vosotros dos no vais a dormir un poco mientras Nopul y yo nos encargamos de algunos de los preparativos finales?
Los dos alienígenas asintieron, se levantaron de la mesa, y se dirigieron al camarote sin decir una sola palabra. Rendra encontró bastante incómodo su silencio.
-Bueno –dijo después de que se hubieron marchado-. Se lo han tomado bastante bien.
-Sí, supongo que sí –dijo Nopul mientras se frotaba los dos mechones de pelo que recorrían su cráneo-. Demasiado bien, diría yo.
-No necesitamos gente que cuestione lo que les pedimos.
Él la miró de forma extraña.
-¿No?
Rendra se encontró meneando la cabeza.
-¿Tenemos que pasar otra vez por esto? Creía que ya lo habíamos aclarado todo.
-Sí, explicaste todo el razonamiento en términos explícitos y extremadamente lógicos.
Él la estaba mirando así de nuevo, de ese modo que le hacía querer saltar sobre él y estrangularle. Sabía que tenía que apartar sus ojos de él para evitar actuar siguiendo su instinto, así que abrió una de las unidades de almacenamiento y sacó una caja llena de dispositivos electrónicos.
-Ni siquiera puedes mirarme a la cara –dijo Nopul-. ¿Eso no te dice nada?
Ella se volvió hacia él sin tiempo siquiera para pensarlo.
-Sí, me dice que debería empezar a buscar un nuevo socio.
-Ah, ya veo, dices que esto es una sociedad. Tenía la impresión de que el voto de los socios tenía igual valor...
-Muy bien, de acuerdo. Esto no es una sociedad... nunca lo fue. Yo soy quien siempre tiene que planear todo, quien tiene que discurrir cómo llegar al siguiente trabajo sin que nos maten, nos quedemos sin créditos, o perdamos la nave.
-Y yo me quedo sentado y no hago nada, simplemente te sigo en esos “trabajos”, como tú los llamas, chupando de ese dinero que tanto te cuesta ganar. Sólo soy otro alienígena inútil, alimentándose al cobijo de la humanidad. –El desdén brillaba en su rostro-. Tal vez deberías echarte un vistazo más de cerca antes de decidir acerca del valor de otra persona.
Ella dejó caer la caja de componentes electrónicos sobre la mesa, esparciendo las cartas-chips por el suelo.
-No necesito que seas mi brújula moral. Tal vez carezca de ética, no lo sé. Pero tú no eres mejor que yo, y esta pose de rectitud tuya me está empezando a poner de los nervios.
-Muy bien, entonces, discúlpame por tratar de evitar que cometas un error que podría perseguirte durante el resto de tu vida. Y tienes razón, no soy mejor que tú. Quieres matar a Aaregil por dinero... apúntame. Tomaré mi parte y comenzaré mi propio negocio legítimo.
La última inflexión de la voz de Nopul casi hizo rabiar por completo a Rendra, pero consiguió controlarse lo suficiente para decir:
-Limítate a hacer que estos inhibidores funcionen.
Dicho eso se dirigió a sus aposentos personales, con las emociones asomando justo bajo la superficie... mucho más a flor de piel de lo que le gustaría.
Uno de los dichos de su padre acerca de esto o aquello comenzó a cobrar forma en su mente, pero lo aplastó antes de que pudiera desarrollarse del todo. Fuera lo que fuese, no iba a hacerle sentir mejor... eso era algo acerca de los dichos de su padre que jamás ponía en duda.
Una vez a solas en sus aposentos con la puerta cerrada, caminó directamente hacia una de las cajas de madera de valla que contenían sus objetos personales, y golpeó con toda la fuerza que pudo. La madera antigua se astilló en el punto de impacto, revelando las ropas antiguas que guardaba dentro. Conforme su mente se llenó de recuerdos activados al ver las viejas ropas, comenzó a sentir algo, como si estuviera siendo...
Un gemido zumbante a su espalda le hizo dar media vuelta, con el bláster extendido hacia el origen del sonido.
Flotando ante ella -y con aspecto completamente inocente- estaba el droide de espionaje del nimbanel, con sus escáneres oculares zumbando mientras grababa.
Rendra enfundó su bláster.
-Vaya, aquí es donde decidiste esconderte –dijo-. Supongo que pensamos parecido.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Crédito denegado (II)


-A mí me parece que es mala idea –dijo Nopul Etrefa, con su ronca voz kerestiana acentuando su pronunciación. Los orificios respiratorios ubicados bajo sus ojos se expandieron al soltar aire; lo que en fisiología humana habría sido considerado sin duda un suspiro.
Rendra echó un vistazo a la ecléctica concurrencia de la cantina: una colección de alienígenas de todas partes del sector, y de más allá; algunos oficiales de seguridad fuera de servicio emborrachándose en un reservado un poco más lejos, una intensa partida de dejarik desarrollándose en una esquina. La clientela habitual del bar de una estación espacial en la Periferia.
Finalmente volvió a mirar a Nopul, que la estaba mirando fijamente, aparentemente esperando todavía que respondiera a su comentario.
-Le debemos a GalactiNúcleo más créditos de los que algunos planetas ganan en un año. Y si no les pagamos, nos quedaremos varados... y no quiero volver a pasar por ese trago. No creo que pudiera soportarlo.
Nopul no dijo nada, sólo continuó jugueteando con el holo-medallón que llevaba colgando del cuello con una cadena. Ella no estaba completamente segura de qué estaría pensando, pero sabía que no iba a gustarle.
-¿Qué, crees que yo quiero hacer esto? –dijo-. Creía que me conocías mejor.
Él la miró a los ojos, con expresión acusadora, pero permaneció sin decir nada.
-Oye, si tienes una solución mejor, oigámosla.
Él respiró profundamente y meneó la cabeza.
-No, no. Tu resumen de nuestra situación es acertado, y no tengo ninguna alternativa. Sólo quería asegurarme de que este trabajo te molestaba aunque fuera un poco.
Rendra miró a su compañero por un par de segundos, y luego no pudo menos que sonreír.
-Sabes, eres mejor amigo de lo que me merezco. –Tomó su bebida de la mesa-. Pero que no se te suba a la cabeza –dijo, y luego terminó el resto de su whiskey corelliano de un solo trago.
-Entonces, ¿cuándo se supone que aparecerán esos mercenarios? –preguntó él, examinando al último grupo de recién llegados.
-No estoy segura. Dania dijo que simplemente debíamos...
-¿Qué? ¿Dejaste que Starcrosser acordase este trato?
-Sí. ¿Por qué?
Nopul la miró como si de repente le hubiera crecido un brazo en mitad de la cara.
-¿Gelgelar? ¿Incendio terrible? ¿Pérdida de toda la carga? ¿Algo de esto te resulta familiar?
Rendra sintió que se ponía a la defensiva.
-Eso no fue culpa de Dania...
Él meneó la cabeza, y sus ojos se entrecerraron en ese molesto gesto kerestiano de sorpresa e incredulidad.
-Será mejor que dejes de beber ese whiskey. Está empezando a afectarte la memoria.
-Vale, vale, hemos tenido nuestros problemas con Dania en el pasado, pero ahora mismo no tenemos tiempo para establecer un nuevo contacto en este sector o para viajar hasta el Borde para contactar con Keleni. Si no nos encargamos inmediatamente de este trabajo, nos quedaremos sin suerte y sin créditos. Y luego nos quedaremos sin nave.
La expresión de Nopul cambió lentamente de la incredulidad a la comprensión y luego a una reticente aceptación.
-Bien, argumento captado. Pero sigue sin gustarme; no me gusta nada de esto. –Sus ojos volvieron a examinar el gentío-. No puedo esperar a terminar con esto.
-Ya somos dos –dijo ella mientras hacía una seña a la camarera de la barra para pedir otro whiskey-. Sigue manteniendo un ojo abierto por si ves a alguien con una bufanda, una faja o  alguna cosa roja. Esa es la señal.
-Bueno, hasta ahora no...
El sonido de cristal haciéndose añicos interrumpió su frase, y su atención se dirigió inmediatamente a la mesa de dejarik en la esquina del fondo. Dos alienígenas estaban de pie a ambos lados del tablero de juego, gritándose el uno al otro en lenguajes que parecían no entender mutuamente.
-¿Entiendes algo de eso? –preguntó Rendra.
Nopul siguió escuchando otro instante.
-Aparentemente el de la izquierda, el nikto, pensaba que estaban jugando con la Variante de Bespin, y el de la derecha, el dresseliano, pensaba que jugaban con la Opción del Contrabandista. –Hizo una pausa para escuchar un poco más de la discusión-. Y parece que ambos se toman el juego muy en serio.
Mientras continuaban observando, el nikto sacó de pronto de un compartimento de su cinturón un objeto esférico del tamaño de un puño. Al mismo tiempo, el dresseliano descubría un bláster de mano para apuntar al nikto.
-Genial –dijo Rendra, llenando la palabra con todo el sarcasmo que solía ser capaz-. Esto es exactamente lo que necesitamos.
-Diría que se impone una salida rápida.
Rendra se volvió hacia Nopul.
-Eh, ¿he mencionado que se supone que debemos encontrarnos con los mercenarios aquí; en este bar?
-Sí, pero en cuestión de minutos puede que ya no exista bar en el que encontrarse.
Rendra volvió a mirar al enfrentamiento. El nikto había preparado el temporizador del detonador termal, y el dresseliano aún tenía el bláster apuntando a la frente del nikto.
-Espera aquí –dijo Rendra mientras se levantaba de la mesa.
-Creo que preferiría esperar allí, junto a la puerta, si no te importa.
Rendra se habría reído ante el comentario de Nopul si no estuviera a punto de ponerse en medio de un conflicto entre dos alienígenas con aparentes malas pulgas que sostenían armas letales.
Para cuando llegó a la mesa de dejarik, aún no se le había ocurrido un plan concreto... pero de todas formas eso nunca le había detenido antes.
-¿Qué, algún problema con la comida?
Los dos alienígenas la miraron sin girar sus cabezas.
-Vete –dijo el nikto con su básico torpemente pronunciado.
-Escuchad... amigos... podemos solucionar esto. No hay razón para que hagáis que vosotros y todos los demás salgamos volando hasta el siguiente sistema. ¿Por qué no nos sentamos tranquilamente y hablamos...?
El nikto la miró a la cara y pulsó el temporizador del detonador en posición de “encendido”. Desde su ángulo podía ver la pantalla del contador: menos de treinta segundos y contando.
El dresseliano comenzó a gritarle en un torrente ininterrumpido de sonidos guturales y sibilantes, ninguno de los cuales le sonaba ni remotamente familiar. Aparentemente, una discusión calmada quedaba fuera de la cuestión, dejándole con una única opción.
Antes de que los alienígenas pudieran advertir siquiera sus movimientos, desenfundó su bláster, arrebató de sendos disparos el detonador y el bláster de las manos del nikto y el dresseliano, respectivamente, atrapó el detonador mientras volaba por el aire, y en ese momento ya estaba pulsando el temporizador.
Ambos alienígenas comenzaron a moverse como si fueran a saltar sobre ella, pero los contuvo con un gesto de su bláster.
-Oh, ¿qué pasa? ¿No queréis jugar ahora que habéis perdido vuestros juguetes?
El nikto parecía más avergonzado que furioso, mientras que el dresseliano ignoró por completo el comentario.
-Bueno, supongo que vosotros dos habéis aprendido la lección. Ahora jugad educadamente. No quiero volver a oíros durante el resto de...
Algo atrajo su atención. Pasó la mirada del dresseliano al nikto y luego de vuelta a dresseliano...
Ambos llevaban tiras de tela roja alrededor del cuello. Había estado demasiado preocupada por sus armas para darse cuenta antes.
-¿No seréis Vakir’sa’Jaina y Oro Memis? –preguntó-. Por favor, decid que no lo sois.
Se miraron el uno al otro, y luego a ella, y asintieron.
Rendra agachó la cabeza.
-Muy bien, Dania, esta era tu última oportunidad, y la has fastidiado –murmuró.
Miró a sus mercenarios.
-De acuerdo, vosotros dos. Ya vamos con retraso. En marcha.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Crédito denegado (I)

Crédito denegado
George R. Strayton

Rendra entró por el gigantesco arco donde en otro tiempo unas igualmente gigantescas puertas habían mantenido fuera a los visitantes no deseados. El interior del templo estaba cubierto por una neblinosa oscuridad, y tuvo que detenerse un instante para permitir que tanto sus ojos como sus pulmones se ajustasen a su nuevo entorno.
Las formas lentamente se solidificaron en el negro vacío ante ella: escaleras que conducían hacia abajo... filas de asientos alineados en círculos concéntricos alrededor de la cámara... un techo abovedado de baldosas de plastiacero opaco cerniéndose sobre su cabeza. Y justo en el centro de todo, en el nivel más bajo del templo, un estrado triangular cubierto por los decadentes restos de un antiguamente majestuoso altar.
Una fría ráfaga de viento removió el polvo a sus pies, y se abrochó mejor su chaqueta de vuelo para protegerse del frío.
-No podíamos reunirnos en una agradable y cálida estación espacial, no –dijo, y sus palabras resonaron por la cámara como llevadas por un torbellino.
Descendió por las gastadas escaleras hacia el estrado, examinando los asientos en busca de cualquier señal de su contacto. Parecía que llegaba tarde... en su opinión, no era precisamente una buena forma de comenzar una relación de negocios. Se rio para sí misma al darse cuenta de que la sabiduría de su padre aún acechaba en su mente sin importar lo mucho que tratase de librarse de ella. No tenía la menor intención de terminar como él, y si él había vivido su vida según los mismos principios que le había enseñado, no quería formar parte de ellos.
Pero, pese a todo, aparecer tarde podía costarte un trato; realmente no podía refutar la lógica de ese axioma. Así que aparentemente estaba siguiendo ese dicho, al menos hasta que pudiera descubrir algún modo de desacreditarlo. De momento, sin embargo, tenía que dejar que siguiera siendo válido.
Al alcanzar la parte inferior de las escaleras, miró hacia arriba y a su alrededor. Permanecer en el terreno más bajo le ponía un poco nerviosa, pero las arcadas que conducían al exterior seguían despejadas, y hasta ahora no había visto ninguna señal de problemas.
Extrajo el bláster de la pistolera de su cadera tan rápidamente y con tal ferocidad que casi arrancó las correas que sujetaban la pistolera contra su pierna. Dejó que sus ojos recorrieran la fila superior de asientos, y luego volvió a dejar la pistola en su lugar de descanso.
Sí, sigues siendo la más rápida de la galaxia desenfundando, pensó mientras devolvía su atención al estrado. Tres escaleras ascendían desde cada lado de la plataforma triangular, pero estaban cubiertas con tantos escombros que en ese momento parecían impracticables. Todo lo que quedaba del altar era una masa astillada de madera medio podrida; incluso con la luz de la luna derramándose desde un hueco justo sobre su cabeza, no pudo distinguir ninguno de los símbolos que recorrían la superficie de sus lados. Fuera cual fuese el dios al que se veneraba antiguamente en este templo, había sido olvidado o su gente conquistada hacía mucho tiempo, y ese pensamiento le dio escalofríos a Rendra, como si estuviera de pie en mitad de una antigua cripta repleta de almas furiosas buscando a algún mortal al que culpar de cualquier mal que hubiera recaído sobre ellas.
¿Por qué me hago esto? Se preguntó mientras retrocedía del estrado. La primera fila de asientos detuvo su progreso, y dio un rápido giro sobre sí misma, por si acaso alguien o algo la estuviera acechando desde atrás.
Pero sólo encontró tela y madera en proceso de descomposición; no podía decir que fuera una gran amenaza.
-Maex –llamó una voz. Su nombre flotó en espiral por la cámara como si poseyera vida propia.
Tomó el bláster de su funda y lo apuntó en varias direcciones mientras buscaba al propietario de la voz.
-No es necesario hacer eso –dijo la voz. Esta vez fue capaz de ubicar su punto de origen: un grupo de tres, tal vez cuatro, figuras que se movían en la misma arcada por la que había entrado ella pocos instantes antes.
-Tenéis un gusto interesante para elegir puntos de encuentro –dijo, bajando su bláster-. Si no os conociera bien, sugeriría que os hicierais un test psicológico.
-Estoy seguro de que podrías hacer algo de eso tú misma –dijo secamente el ser, sin pizca de diversión en su voz. Llegó al final de las escaleras y se detuvo a unos cinco metros de distancia de ella. Bajo la mínima luz de la luna que se filtraba en el templo pudo ver que él y sus acompañantes eran definitivamente humanoides... pero por los pocos detalles que podía distinguir, podrían ser humanos, bith, nikto, duro, o de cualquiera de un centenar de otras especies humanoides.
Fuera lo que fuera, él la estaba mirando, aparentemente esperando algo. Ella se encogió de hombros para indicar su confusión, y él le respondió con un gesto señalando su bláster.
Ella pudo ver que los compañeros del ser que había hablado tenían rifles o carabinas bláster colgando de los hombros, pero en ese momento parecían estar bastante tranquilos. Le pareció que no pasaría nada si enfundaba su propia arma por el momento; además, podía desenfundar sin problemas más rápido que un arma de largo alcance.
-Sugiero que vayamos directamente al asunto que nos ocupa –dijo finalmente el líder mientras deslizaba una mano a un bolsillo interior de su abrigo y sacaba una tableta de datos. Con un gesto de muñeca, la mandó girando por el aire hacia Rendra.
El sonido de la palma de su mano contra el plastiacero resonó por todo el templo, difuminándose hasta convertirse en nada mientras leía el texto. Lentamente, un reverente silencio cubrió la cámara como si los espíritus que quedasen allí hubieran sido despertados y estuvieran ahora observando y esperando ansiosamente.
Rendra se encontró leyendo el documento una y otra vez. Las palabras simplemente parecían carecer de sentido en su mente. Pero pronto se dio cuenta de que expresaban de forma exacta y precisa la intención de su autor.
Alzó la mirada.
-¿Esto va en serio?
-Bastante –dijo él sin ninguna inflexión en particular-. Y por esa cantidad de dinero, yo pensaba que no te tomarías el asunto tan a la ligera.
Ella volvió a mirar la tableta de datos, y asintió.
-Sí, son muchos créditos... pero no sé...
-Ya es demasiado tarde para cambiar de idea, mi querida mercenaria. Llevarás a cabo las tareas descritas ahí, o si no... Digamos simplemente que tu vida se volverá aún menos placentera.
Ella se pasó la tableta de datos a la mano izquierda, dejando la derecha libre para tomar su bláster llegado el momento.
-No recuerdo haber convenido nada de esto.
-Vamos, Rendra. Ambos sabemos que necesitas desesperadamente esos créditos. No finjas que esa cantidad no te ahorraría años de penurias. Se te requiere que completes una tarea relativamente sencilla y clara. Mis fuentes dicen que puedes ocuparte de esto mientras duermes.
-No es cuestión de lo que puedo o no puedo hacer... es cuestión de si quiero hacerlo.
El ser se rio.
-Admiro tus... escrúpulos. Pero hablas como si tuvieras elección, y no la tienes.
Como una exhalación, ella sacó su bláster y lo apuntó a un punto donde creía que se encontraba el centro de la frente del hombre antes de que los ecos de su última frase se hubieran apagado.
-Esto me proporciona una elección.
-En primer lugar, no me importa lo buena que creas ser con esa cosa, pero no puedes matarnos a los tres antes de morir. Y en segundo lugar, desconoces un hecho: Ya he alertado a GalactiNúcleo de tu presencia aquí. Si no puedes pagarles, embargarán tu nave y te quedarás completamente sin recursos.
Ella mantuvo su posición mientras consideraba sus palabras. Tenía razón: sin su nave, no tendría con qué ganarse el sustento, dejándola en una situación mucho pero de la que estaba ahora. Miró la cantidad que aparecía en la tableta de datos. El precio era más que justo, y el trato era sólo por esa vez...
-De acuerdo –dijo ella rápidamente, antes de que cambiase de idea. Al mismo tiempo bajó su bláster-. ¿Cuándo obtengo mi dinero?
Él volvió a meter la mano en su abrigo y le lanzó una ficha de crédito.
-Eso es la mitad. Obtendrás el resto cuando completes la misión.
-Esto no es suficiente para pagar lo que debo a GalactiNúcleo.
-Lo sé.
Pedazo de tramposo...
Dio varios pasos largos hacia él antes de que sus acompañantes alzaran sus rifles bláster, deteniéndola. No escuchaba nada, pero podía ver que él había comenzado a reír por los destellos de la luz de la luna sobre un amuleto en forma de media luna que colgaba de su cuello.
Antes de dejar que su frustración se apoderase de ella, volvió a meter su bláster en su funda y ascendió rápidamente las escaleras, saliendo al fresco aire nocturno. Mientras sacaba su comunicador del cinturón, miró al cielo estrellado.
-Muy bien, Nopul –dijo por el comunicador-. Salgamos de aquí.
Guardó el comunicador y observó cómo un pequeño punto de luz descendía del cielo.

martes, 19 de noviembre de 2013

Servidor del Imperio (y III)


Los soldados de asalto sacaron a Panatic de la oficina.
-¡Soltadme! ¡Os ordeno que me soltéis! Quil es sólo un civil; no tiene autoridad. ¡Soy un oficial de la Armada Imperial! ¡Lo que estáis haciendo es un delito merecedor de consejo de guerra! ¿Me estáis oyendo? ¡Consejo de guerra!
Los soldados siguieron avanzando en silencio.
El centro de operaciones de Yab ocupaba lo que había sido construido como un hotel de lujo. Su oficina estaba en la parte superior, y las habitaciones se usaban para alojar a los matones y gorilas del esclavista. Los niveles inferiores eran cocinas, cámaras frigoríficas y zonas de servicio. Para la eliminación de basuras, el hotel había sido equipado con un gran horno de plasma. Los soldados de asalto empujaron a Panatic al horno y cerraron con un golpe la pesada puerta.
El horno era un refulgente cilindro de acero, débilmente iluminado por el brillo de las luces de seguridad detrás de un grueso cristal. La compuerta de carga estaba en un extremo, y el otro extremo eran las fauces abiertas del quemador de fusión. El interior estaba lleno de pedazos de chatarra, montones de desechos de comida y trastos varios que carecían de valor para guardarlos. Todo ello, Panatic incluido, quedaría reducido a una nube de plasma ionizado cuando el quemador de fusión se encendiera.
Panatic no malgastó tiempo gritando o golpeando la puerta. Tenía escasos segundos mientras los soldados desbloqueaban los controles y comenzaban el ciclo de calentamiento. ¿Qué hacer? El horno era demasiado sólido para escapar, y no había nada que pudiera protegerle del calor del quemador de fusión.
Pero la chatarra metálica y la basura no contraatacaban. Agarró una barra de metal torcida y avanzó sobre los desperdicios hacia la boca del quemador. En su interior podía escuchar el gemido de las bombas de combustible y el zumbido de las bobinas de contención activándose. Panatic clavó profundamente su herramienta improvisada en el calentador, y fue recompensado con una potente sacudida que le lanzó contra un montón de chatarra y le dejó los dedos insensibles. La barra de metal brillaba con luz azul al cortocircuitar las bobinas de contención. El sonido de las bombas se desvaneció cuando el quemador de fusión se apagó.
Entorpecido por su brazo inutilizado, Panatic trepó sobre la basura hacia la puerta, y agarró lo más pesado que pudo encontrar; un gran pedazo de tubería gruesa. No era gran cosa como arma, pero tendría que bastar.
La puerta se abrió, y la tenue luz del exterior le cegó. Panatic blandió torpemente su tubería ante sus atacantes, dándole a uno un fuerte golpe en un lado de la cabeza. Pero el segundo se echó a un lado para esquivarlo y agarró a Panatic por los brazos.
-¡Señor! ¡Somos nosotros! –Era el sargento Ivlik. El que había recibido el golpe era Mace.
-Auh. ¡Recuérdeme que nunca me enfrente a ningún imperial armado con chatarra metálica! ¿Está usted bien, capitán?
-Sí. Sólo un poco dolorido. ¿Dónde están los soldados de asalto?
-Aturdidos, por el momento –dijo Ivlik.
-Bien. Podemos meterlos en este horno; estarán seguros dentro. ¿Cómo me encontraron?
-Me hice amiguito de uno de los secuaces de Yab y le preguntó dónde pone el jefe a la gente que no le gusta. Para ser honestos, temíamos no encontrar otra cosa que un grasiento montón de cenizas.
-He tenido suerte.
-Bueno, esperemos que su suerte dure lo suficiente para poder sacarnos de esta miserable roca antes de que se den cuenta de que no le han asado.
-¿Marcharnos? No vamos a ir a ninguna parte. ¿Qué hora es? ¿Ha comenzado la subasta?
Mace miró su crono.
-Empezó hace cosa de media hora. No lo estará diciendo en serio, ¿verdad? Este lugar es un hervidero de gentuza armada, matones, esclavistas y piratas.
Panatic terminó de alisarse el uniforme, flexionó los dedos de su mano derecha y se ajustó la gorra.
-En la flota tenemos un dicho, Mace: “La derrota no existe en el manual”. Worruga Yab cree que puede desafiar a la Armada Imperial. Voy a darle una lección.
-Ahora entiendo por qué la Academia me rechazó. No estaba lo bastante loco.
-Se olvida de su amiga Nadria. Probablemente esta sea la última oportunidad de rescatarla.
Mace se puso súbitamente serio.
-De acuerdo, cuente conmigo. Sigo pensando que esto es una locura, pero cuente conmigo.
-Bien. Ahora, dado que el enemigo nos supera actualmente en número, debemos apoyarnos en la estrategia y en hacer el mejor uso posible de los recursos que tengamos.

***

Los esclavos estaban encerrados en seis amplias cámaras de almacenamiento talladas en la roca virgen de Zahir. Para permitir a los compradores inspeccionar la mercancía, había pasarelas alzadas a cuatro metros sobre el suelo, desde las cuales guardias y clientes podían mirar a los indefensos cautivos de debajo. Uno de los matones de Yab patrullaba en cada cámara, armado con un bláster y un electrolátigo.
Mace avanzaba por la pasarela, tratando de aparentar ser un posible comprador. Los esclavos alzaban la vista para mirarle con ojos tristes a su paso. Pudo reconocer una docena de especies, y había otra docena más que jamás había visto.
En la quinta cámara vio un rostro familiar. Nadria estaba de pie junto a un grupo de shkali, mirando furiosa al guardia. Parecía sucia y cansada, pero ilesa. Él tosió. Ella alzó la vista hacia él, comenzó a sonreír, y luego controló su reacción. Mace se arriesgó a guiñarle un ojo.
Manteniendo una expresión neutral, se acercó tranquilamente al guardia, un tipo alto y corpulento con una impresionante colección de cicatrices. Mace esperó hasta que no hubo más clientes en la cámara, y entonces habló.
-¿Están sanos esos esclavos?
-Sip. El jefe no se queda con los enfermos.
-Sensata precaución. La razón por la que lo pregunto es que uno de esos no parece tener demasiado buen aspecto.
-¿Cuál? –El guardia desenrolló su electrolátigo.
-El de la túnica verde, allí.
-¿Túnica verde?
-Allí al fondo, ¿ves? Como agachado junto al muro –dijo Mace señalando un punto al azar-. Justo al lado del mon calamari.
-No veo ninguna túnica... –Mace agarró al guardia por la parte trasera de los pantalones y le empujó por encima de la barandilla al pozo de esclavos bajo ellos.
En cuestión de segundos Nadria y algunos de los demás apagaron los gritos del guardia y tomaron sus armas.
-¡Mace! –exclamó con alegría-. ¡Sabía que vendrías por mí! ¿Conseguiste ayuda de la Alianza?
-No exactamente. Luego te lo explico. Vamos a sacarte a ti y a esta gente de este pozo. No hay mucho tiempo.

***

La subasta estaba teniendo lugar bajo la cúpula principal. Una multitud de tal vez un centenar de compradores se encontraba alrededor de una plataforma, donde Yab en persona subastaba a los esclavos.
Una mujer twi’lek estaba de pie en el estrado, con la mirada gacha, mientras Yab daba su discurso a los compradores.
-Chica hermosa. Joven y saludable. Perfecta como sirvienta de servicio doméstico. Muy dócil. –Soltó una sonora risa, secundado por algunos de la multitud-. ¿He escuchado quinientos? Sí. ¿Quinientos cincuenta? ¿Seiscientos? ¿Seiscientos cincuenta? ¿No? ¿Seiscientos veinticinco? Ja. ¿Seiscientos treinta? ¿He oído seiscientos treinta? ¿Seiscientos treinta y cinco? El caballero ofrece seiscientos treinta y cinco. ¿Seiscientos cuarenta? ¿Alguien ofrece seiscientos cuarenta?
De pronto, un disparo bláster explotó sobre su cabeza. La gente quedó en silencio mientras Panatic avanzaba, acompañado por Ivlik vestido en armadura de soldado de asalto.
-Soy el comandante Ulan Panatic de la Armada Imperial. ¡Todos los presentes quedan arrestados!
Esa era la señal para que Mace apareciera corriendo por una de las entradas laterales, gritando salvajemente.
-¡Imperiales! ¡Soldados imperiales por todas partes! ¡Sálvese quien pueda!
La mayor parte de la gente en la sala eran criminales de uno u otro tipo. Reaccionaron instintivamente huyendo. En un momento la subasta se disolvió en una pelea salvaje de compradores luchando por escapar.
-¡Tú! –gritó Yab a Panatic-. ¿Por qué no estás muerto?
-Queda arrestado, Worruga Yab. ¡Ríndase o dispararemos!
La respuesta de Yab fue sacar su propio bláster y abrir fuego. Panatic efectuó un disparo, luego se echó al suelo y rodó para evitar los disparos de Yab. Ivlik esquivaba torpemente con su armadura, lanzando ráfagas con su rifle.
-No os quedéis ahí sin más... ¡tras él! –gritó Yab a sus guardias. Cuatro de ellos avanzaron hacia el escondite de Panatic, desplegándose para rodearle. Los otros dos trataron de inmovilizar a Ivlik con una cortina de fuego bláster.
-¡Esta es su última oportunidad, Yab!
-¡Matadle! Quiero su cabeza en... ¡Aaaah! –gritó cuando un electrolátigo le golpeó en la espalda. Nadria le dio un nuevo latigazo en el brazo, y apartó lejos de él de una patada el bláster que había caído al suelo.
Los esclavos liberados estaban entrando en la sala desde las entradas, convergiendo sobre Yab con miradas asesinas. Los matones se volvieron y comenzaron a disparar sobre el gentío.
-¡Ríndanse y no saldrán heridos! –les gritó Panatic. Como para apoyar sus palabras, el Centinela pasó a toda velocidad sobre la cúpula, disparando a las naves que rodeaban Zahir. Había naves huyendo en todas direcciones.
Los guardias, aturdidos, alzaron las manos.

***

-¿Ha terminado ya de procesar a los prisioneros, alférez Av? –preguntó Panatic, entrando en el puente del Centinela. Cuatro horas de sueño y una comida caliente le habían recuperado por completo, y se había puesto un uniforme limpio y recién planchado.
-Sí, señor. Los cabecillas ya están a bordo, encerrados en el calabozo. Encontramos a Worruga Yab... muerto. Aparentemente, un grupo de esclavos quería venganza.
-Lástima que no sea sometido a juicio.
-Sí, señor. Eso aún deja dos problemas. Primero, ¿qué vamos a hacer con todos estos esclavos? Debe de haber un centenar de ellos. No podemos albergar a todos a bordo del Centinela.
-¿Cuántas naves capturamos en la redada?
-Ocho. Tres de ellas aún pueden volar.
-Muy bien, entonces. Usted, Monidda y Sukal usarán esas naves para transportar a los esclavos de vuelta al lugar donde fueron capturados. Y contacte con el capitán Innis del Protector, a ver si puede echarnos una mano.
-Sí, señor. El segundo asunto es el prisionero Varden Quil. Sigue solicitando verle.
Panatic suspiró.
-Supongo que no puedo posponer esto por más tiempo. Que el sargento Ivlik le traiga aquí.
Pocos minutos después, el sargento Ivlik y el soldado Lanzer llegaron al puente, flanqueando a un furioso Varden Quil.
-¡Capitán, esto es un ultraje! ¡Exijo que me liberen de inmediato!
-No hasta que sea juzgado. Tengo una larga lista de cargos contra usted, Quil: conspiración, asalto a oficial imperial, resistencia al arresto, intento de asesinato, tráfico ilegal de esclavos, y estoy seguro de que una investigación descubrirá más. Terminará pudriéndose en Kessel, o algo peor.
-¿Puedo recordarle que soy el ayudante personal del moff Tricus Phenge? Tiene amigos poderosos. Si ofende al moff, puede olvidarse de su carrera en la Armada.
-Parece que nos encontramos en un callejón sin salida. Si presento cargos, el moff destruirá mi carrera. Pero si le dejo marchar, usted es bastante capaz de crearme problemas por su cuenta.
Quil sonrió con desdén.
-Si se disculpa, puede que le perdone, capitán.
Panatic le devolvió la sonrisa.
-Como oficial imperial, tengo la opción de presentar cargos contra usted en una corte imperial, o entregarle a las autoridades planetarias. He decidido elegir la segunda opción.
-¿Autoridades planetarias? ¿Qué autoridades planetarias?
-Voy a entregarle al Consejo Tribal de Shkali para que le juzguen. Allí tienen severas penas contra la captura de esclavos. Buena suerte.
-¡Espere! ¡Seguro que podemos llegar a un acuerdo! ¡Tengo amigos!
-Lleve al prisionero de vuelta al calabozo, sargento.
Mientras Ivlik y Lanzer se llevaban a Quil, sus gritos se hicieron más fuertes y más frenéticos.
-¡Tengo dinero! ¡Cincuenta mil créditos! ¡Cien mil! ¡En metálico!
Panatic no se permitió sonreír. Se volvió al alférez Av.
-¿Algo más que deba atender?
-Está el asunto del prisionero Rav Mace. Aún está desaparecido.
El rostro de Panatic permaneció neutro, e hizo una ligera pausa antes de responder.
-No se molesten en buscarle. Trató de escapar y tuve que dispararle. Alguien ha debido de robar su nave en la confusión. Los detalles estarán en mi informe.
Av miró con curiosidad a su oficial al mando por un instante, y luego asintió.
-Así todo queda en orden, señor.
-Bien. Puede comenzar a transportar a los esclavos cuando esté listo, alférez. Tengo que mandar algunos mensajes.

***

Tres meses después, Mace y Nadria estaban cargando el Comerciante Ordinario en Moldar cuando un explorador ithoriano dejó un chip con un mensaje dirigido a él.
Cuando lo puso en el lector, el rostro de Panatic apareció en la pantalla.
-No tuve la oportunidad de agradecérselo adecuadamente, Mace. Me salvó la vida al menos una vez y estoy agradecido. Pero ahora las cuentas están saldadas. Será mejor que no vuelva a atraparle en  mi sector.
Mace sonrió y meneó la cabeza.
-Que la Fuerza le acompañe, capitán.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Servidor del Imperio (II)


El comandante Panatic lideró en persona el grupo de abordaje. El sargento Ivlik y el soldado Kamlok mantuvieron al prisionero encañonado mientras el alférez Av y los otros dos soldados registraban la nave. Panatic se sentó en el asiento del piloto, haciendo preguntas.
-¿Nombre? ¿Ocupación?
-Me llamo Rav Mace. Soy un comerciante autónomo registrado en Dovull. –Eso era cierto. Por supuesto, también tenía documentos de registro para media docena de sistemas más.
-Entonces se encuentra muy lejos de casa. ¿Cargamento y destino?
-Transporto suministros médicos para el sistema Moldar.
-Su sistema está programado para el sistema Shkali.
Mace trató de mantener un gesto neutro en el rostro.
-Debo de haberme equivocado al programarlo. Me estaban disparando.
-Sí. ¿Por qué trató de escapar, por cierto?
-Pensé que eran piratas. Mi sistema de comunicaciones ha estado haciendo cosas raras, como ya les dije. –Mace miró con nerviosismo a los dos soldados vestidos de negro que le flanqueaban.
Panatic hizo girar su asiento hacia el panel de comunicaciones, y pulsó un interruptor.
-Al habla Panatic. ¿Me reciben, Centinela?
-Aquí el Centinela. Alto y claro, señor –dijo la voz del teniente Sukal por el altavoz.
Panatic alzó una ceja. Mace no dijo nada.
-Su nave tiene unos motores bastante buenos para una simple nave comercial.
-Me gusta hacerle mejoras. Además, la velocidad es dinero.
El alférez Av regresó.
-He comprobado la bodega de carga. Cuatro cajas de suministros médicos; nada de contrabando.
Mace mostró una amplia sonrisa.
-¿Ve? Se lo dije. Todo esto es un terrible malentendido. Ahora, si me deja seguir mi camino...
Panatic se puso en pie.
-Tráiganlo.
Empujado por el bláster del sargento Ivlik, Mace siguió al capitán a popa, hacia la sección de carga. Panatic miró impasible a las cajas.
-¡Alférez! ¿Ha mirado en el interior de las cajas?
-Sí, señor. Hasta el fondo.
-Mmm. –Panatic se giró y miró fijamente a Mace-. Mmm –repitió.
Lentamente, como un sabueso siguiendo un rastro, volvió de nuevo hacia proa, deteniéndose a mirar en cada compartimento. Alojamientos de tripulación, comedor, sala de estar de pasajeros...
-¿Sus cápsulas salvavidas están en orden?
-¡Desde luego! Tengo las últimas inspecciones archivadas en el ordenador. Las buscaré para usted y luego...
-Compruebe las cápsulas salvavidas –ordenó Panatic al sargento Ivlik.
El Comerciante Ordinario tenía dos cápsulas salvavidas. Ivlik abrió la escotilla de la cápsula de estribor y miró en el interior.
-Todo parece estar en orden, señor.
-¿Lo ve? Todo está perfectamente en orden. Estoy seguro de que tienen una agenda muy apretada, así que no tiene sentido que malgasten más tiempo aquí. –Mace quedó en silencio cuando Ivlik abrió la segunda cápsula.
-¡Capitán! Aquí debe de haber escondidos un centenar de blásters. –Ivlik miró con más detalle los números de serie de los embalajes-. Parecen suministros del Ejército Imperial.
-Oigan, no tengo ni idea... –comenzó a decir Mace, pero Panatic le hizo callar.
-Enciérrenlo en el calabozo. –Mientras Ivlik y Kamlok se llevaban a Mace, Panatic tomó su comunicador y llamó al puente-. Teniente Sukal, le dejo al mando de la nave del prisionero. Diga a Monidda que establezca un curso al sistema Shkali. Vamos a averiguar lo que planeaba este contrabandista.

***

El Centinela se posó en el centro de la zona quemada justo después del amanecer. Panatic y los soldados de la nave se desplegaron en búsqueda del origen de la señal.
El fuego había calcinado una sección de bosque de medio kilómetro de diámetro. La maleza baja aún mostraba rescoldos en algunas zonas, y el aire estaba turbio por el humo y las cenizas. Hollín y barro gris cegaban un pequeño arroyo. Pronto, las habitualmente inmaculadas botas de Panatic estuvieron completamente sucias.
A un centenar de metros de la nave encontraron los restos chamuscados de una docena de toscas chozas. Las paredes y techos de madera habían ardido por completo, pero los cimientos de piedra y algunas vasijas de barro habían sobrevivido a las llamas. Un par de cadáveres shkali yacían boca abajo en las cenizas.
-¡Capitán! ¡He encontrado algo! –exclamó el sargento Ivlik.
Panatic llegó corriendo al límite de la zona quemada, donde Ivlik estaba arrodillado junto a una formación rocosa.
-Aquí abajo.
En un hueco formado por dos grandes pedruscos estaba acurrucado un niño shkali, mirando a los dos humanos con ojos aterrorizados. Sujetaba un comunicador con ambas manos.
-Sal de ahí, pequeño. El fuego ya se ha apagado. Todo está bien. Vamos. ¿Ves? Yo te ayudo. ¿Qué es eso que tienes en la mano? ¿Puedo verlo? –Ivlik era un hombre familiar, y no tuvo ningún problema para animar al pequeño alienígena asustado a salir de la grieta. Suavemente le quitó de las manos el comunicador y se lo entregó a Panatic. El capitán lo examinó mientras el sargento estaba de pie a su lado, acunando despreocupadamente al niño shkali y haciéndole carantoñas.
La unidad era un caro modelo comercial, con un grabador incorporado. Panatic pulsó el botón de reproducción.
La voz de una mujer, tensa y sin aliento, casi era ahogada por el sonido de los gritos y los disparos bláster que se oían de fondo.
-Mace, espero que encuentres esto pronto. Los esclavistas han vuelto; dos naves esta vez. Están usando motos deslizadoras y redes. Advierte al resto de pueblos. –Hubo una pausa, luego algunos ruidos murmullos, luego el grito de un hombre, y finalmente un susurro-: ¡Huye!
Después el mensaje se cortó.
El pequeño shkali sollozó.
-Esclavistas.
-Hoy en día se ve mucho, capitán. Incluso es legal en algunos lugares.
-Eso no hace que sea correcto.
-¿Qué hay de este pequeño tunante? –El niño shkali temblaba en los brazos de Ivlik.
Panatic suspiró.
-Parece que hay otro pueblo a un par de kilómetros al norte de aquí. Dejen allí al niño. Llévese a Kamlok y Lancer con usted. Probablemente ahora los nativos se pongan nerviosos por la presencia de extranjeros. Pongan sus blásters en aturdir; no queremos un incidente.

***

El calabozo del Centinela no estaba diseñado para ser alegre. Los muros y el suelo eran de metal gris, y un par de cámaras observaban desde las esquinas. Mace estaba tumbado en uno de los duros catres y miraba el parpadeante panel de luz del techo. Estaba contando los parpadeos. Cuando se abrió la puerta llevaba más de ocho mil.
El capitán imperial entró al interior, seguido de un guardia. Tomó un comunicador de su cinturón y pulsó un botón.
-Mace, espero que encuentres esto pronto...
La sorpresa de Mace se convirtió en horror conforme el mensaje fue reproduciéndose.
-¿La han encontrado? -preguntó, conociendo de antemano la respuesta.
-Creo que es mejor que me lo cuente todo –dijo Panatic.
-No creo que eso haga que las cosas empeoren. Ese es el comunicador de Nadria; es mi socia comercial. Sabe mucho de culturas primitivas, arte, cosas así. Hemos comerciado bastante con los shkali en el pasado, pero en nuestra última visita estaban todos asustados. Tardamos bastante en conseguir toda la historia. Parece que hace un mes aparecieron unos extraños con una nave. Apresaron a punta de bláster a un par de docenas de shkali y se los llevaron.
-¿Por qué no lo comunicaron a las autoridades?
Mace soltó una risa de desdén.
-Como si eso fuera a servir de algo. La mitad de los esclavistas de este sector están en la nómina de algún moff.
-Ha escuchado demasiada propaganda Rebelde.
Mace miró fijamente al capitán por un instante.
-Qué bromistas son ustedes los imperiales; por un segundo creí que estaba hablando en serio. En cualquier caso, decidimos hacer algo al respecto. Nadria se quedó allí para tratar de organizar a las tribus, para que pudieran ayudarse entre sí ante futuros ataques. Yo partí a conseguir algunos blásters para que los shkali fueran capaces de responder a los ataques.
-¿Obtuvo los blásters de la Alianza Rebelde?
-Yo... sí. En cualquier caso, los estaba trayendo aquí cuando me detuvieron.
-¿Sabe algo acerca de esos esclavistas? ¿Dónde podrían tener su base?
Mace pareció estar genuinamente sorprendido por un instante.
-¿Quiere decir que de verdad van a perseguirles?
-Han quebrantado la ley. Lo he comprobado; los shkali aún no han sido declarados como especie esclavizable.
-Que me aspen. ¡Claro que sé dónde encontrarles! El jefe es Worruga Yab, un rodiano. Opera desde un lugar llamado Zahir. ¿Saben dónde está?
-Demasiado bien. –Panatic se volvió para marcharse, y luego se detuvo-. Gracias, Mace. Me aseguraré de mencionar en mi informe lo colaborador que se ha mostrado. Puede que le ayude a reducir su condena.
La puerta blindada se abrió con un silbido y el oficial imperial salió con paso firme.
Mace siguió contando.

***

El camarote de Panatic era tan austero y ordenado como su uniforme. El único toque personal era un holo del acorazado que su abuelo había capitaneado en las Guerras Clon. Todo lo demás era estrictamente material de la armada.
Se sentó en su escritorio y solicitó el archivo de Zahir. Sabía de memoria la mayoría de la información, pero recordar los hechos no iba a hacerle daño. El lugar era lo que quedaba de un proyecto de desarrollo fallido. Un pequeño asteroide que orbitaba un planeta exterior había sido cubierto por cúpulas y rodeado por un anillo de atraque, para servir como nodo comercial para un nuevo sector. Pero los sistemas cercanos resultaron ser carentes de valor, los colonos y mineros nunca aparecieron, y eventualmente los promotores cayeron en la bancarrota.
Años después, el contrabandista Worruga Yab había comprado Zahir y lo convirtió en un puerto libre y abierto, un refugio para contrabandistas, piratas, y toda clase de personajes indeseables. Panatic y otros capitanes de patrullas habían rogado al Mando del Sector que les enviase un Destructor Estelar o dos para cerrar Zahir para siempre, pero por algún motivo sus peticiones jamás fueron escuchadas.
Panatic se encontró deseando que el Centinela fuera más que una simple nave aduanera. Haría falta al menos un crucero de ataque para capturar el lugar en una lucha justa.
O... Sus ojos se iluminaron cuando se le ocurrió la idea. Tal vez sí tuviera la nave adecuada para la tarea.

***

-¿Está usted seguro de que es una buena idea, señor? Va a correr un terrible riesgo.
Panatic miró fijamente a Sukal.
-Tomo nota de su opinión, teniente. Estará usted al mando mientras yo esté fuera. Avance en silencio hasta que reciba mi señal. Entonces quiero que llegue rápidamente y ataque el lugar con todo lo que tenga. Apunte a las naves atracadas en el anillo, y al sistema de comunicaciones. No se enfrente a ninguna otra nave en el espacio; hay demasiadas, y fácilmente podrían acorralar al Centinela y destruirlo.
Se volvió para mirar a sus compañeros de viaje. El sargento Ivlik parecía considerablemente incómodo en un traje civil barato. Mace llevaba las mismas ropas de aspecto desaliñado con las que había sido capturado. Panatic tuvo que cubrirse con un gran poncho de minero para ocultar su uniforme. Vestidos así, los tres subieron a bordeo del Comerciante Ordinario y se separaron del Centinela en la tenue luz de los límites del sistema.
Panatic se sentó en el asiento del copiloto y permaneció sentado mirando las estrellas un instante antes de hablar.
-Quiero hacer un trato con usted, Mace.
-Eso es música para mis oídos, capitán.
-En Zahir estaremos en su elemento, no en el mío. Conoce a los contrabandistas y mineros que hacen negocios allí. Estoy seguro de que será tentador para usted revelar mi identidad y escapar.
-Mentiría si dijera que eso no me había pasado por la cabeza.
-Pero yo puedo liberar a esos esclavos. Usted no. Y supongo que querrá recuperar a su socia. De modo que esta es mi oferta: si usted coopera conmigo, me aseguraré de que ella queda libre. Su arresto ya está notificado, así que a usted no puedo dejarle marchar, pero no presentaré cargos contra ella.
-Tremendamente generoso por su parte.
-Debería añadir que no he contactado con el Mando del Sistema para ver si se busca a alguno de ustedes por actividades sediciosas. Por lo que a mí concierne, usted es un contrabandista ordinario. Ahora, ¿me dará su palabra de que va a ayudarme?
Mace miró en silencio a Panatic por un instante.
-Trato hecho.
-Bien. Sargento, creo que ya puede apartar su arma.

***

La roca anillada de Zahir creció en la ventana de la cabina mientras Mace se acercaba con la nave. Había una docena de naves atracadas en el anillo o flotando cerca. La mayoría eran naves exploradoras o pequeños cargueros como el Comerciante Ordinario, pero había unas cuantas que destacaban. Panatic miró nervioso a una voluminosa corbeta corelliana. En una lucha uno contra uno, la nave mayor golpearía al Centinela hasta hacerlo añicos.
Un lujoso yate con chapado en aleación dorada estaba asegurado en el anillo de atraque. Le resultaba familiar, pero Panatic no lograba ubicarlo, y el ordenador de Mace no era de ayuda en absoluto. Probablemente robado, decidió.
La voz del controlador de tráfico sonaba como si hiciera tiempo que necesitase una limpieza de pulmones.
-Bienvenidos a Zahir, encrucijada del sector. Todas las tarifas de atraque deben pagarse por anticipado. Pueden atracar en el muelle 23.
Al otro lado de la esclusa, Zahir era un lugar sucio. El ancho pasillo del anillo de atraque estaba lleno de polvo y basura, y la mitad de los paneles luminosos no funcionaban. Las paredes mostraban marcas de grafitis y quemaduras de bláster. Dos veces tuvieron que caminar esquivando gente tendida por el suelo, sin saber bien si estaban borrachos o muertos.
A la entrada de uno de los tres tubos que unían el anillo de atraque al asteroide central, se encontraron con lo que pasaba por ser las aduanas de Zahir. Un twi’lek viejo y arrugado al que le faltaba un tentáculo los detuvo en la puerta mientras un par de matones gamorreanos permanecían a un lado con blásters.
-Tarifa de atraque. Veinte créditos.
Mace le pagó. Panatic trató de parecer aburrido y duro bajo la mirada de los gamorreanos. Uno de ellos soltó un bufido y apartó la mirada.
Descendieron en el pasillo rodante que bajaba por uno de los tubos que unía el anillo de atraque al cuerpo principal de Zahir. El centro del complejo era un gigantesco jardín cubierto por una cúpula transparente, al que el tiempo y el abandono habían convertido en una enmarañada jungla. Una zona abierta albergaba un bazar al aire libre, donde vendedores en una docena de toscos puestos vendían de todo, desde brillovino hasta droides de protocolo.
-Espere aquí y trate de pasar desapercibido –dijo Mace-. Veo una cara familiar.
Pasó unos minutos hablando con un sullustano pequeño y gordo que vendía bombonas de gas tibanna. Panatic e Ivlik permanecieron tensos en medio del gentío, mirándolos con aspecto suspicaz. Mace se despidió con la mano de su amigo sullustano y se abrió camino entre la multitud hacia ellos.
-Yab está aquí, en efecto. Tiene todo un cargamento de nuevos esclavos abajo, en las mazmorras. Va a haber una subasta esta tarde.
-Perfecto. Podremos descubrir quiénes son sus clientes.
-Hasta entonces, será mejor que no llamemos la atención. Ustedes dos destacan como un par de rancors en una fiesta de jardín. Hay un bar aquí cerca con una banda bastante buena.
Panatic dejó a Mace que condujera a los tres a la cantina. Era un poco más basta que los clubes de oficiales que frecuentaba normalmente. Pero la música era buena, y el sargento Ivlik era lo bastante grande para que el resto de parroquianos les dejase espacio a su alrededor. Los tres se sentaron en un reservado en una esquina desde el que se veía la puerta, y esperaron.
-Y he reemplazado la bobina de flujo del hipermotor con un par de unidades B-105 sincronizadas, lo que mejora el tiempo de respuesta al salto en... –explicaba Mace acerca de su nave, y Panatic solo prestaba atención a medias. De pronto, Mace se detuvo, mirando fijamente la puerta. Panatic siguió su mirada.
Un hombre pequeño y delgado con el atuendo de un administrador imperial acababa de entrar al bar, seguido por un par de soldados de asalto.
-Oh, oh –susurró Mace-. Tal vez no nos vean si nos escabullimos uno a uno.
-No se preocupe, Mace –dijo Panatic, sonriendo-. Ya se encuentra en manos del Imperio, ¿recuerda?
En su interior, Panatic no estaba tan seguir de sí mismo. La presencia de un oficial imperial allí en Zahir era un misterio. ¿Cómo había llegado allí? ¿Y por qué? ¿Y por qué a nadie parecía importarle? Para ser un puñado de ladrones y contrabandistas, los ciudadanos de Zahir parecían considerablemente tranquilos ante la presencia de dos soldados de asalto imperiales entre ellos.
-Esto sigue sin gustarme, capitán –siseó Mace-. Nos está mirando.
-Cálmese. Es sólo su imaginación.
El oficial imperial llamó al camarero a su mesa y pidió en silencio su consumición. Sus dos guardias permanecieron de pie a ambos lados de él, examinando el bar en busca de posibles problemas.
-Estaré en la unidad sanitaria –dijo Mace, poniéndose en pie.
-Vaya con él –ordenó Panatic a Ivlik. El sargento se apresuró a seguir a Mace.
Panatic suspiró con fastidio. No era momento para que Mace comenzase a ponerse nervioso. ¿Pero qué podía esperar uno de un criminal? Dio un sorbo a su bebida y volvió a mirar su crono. Aún faltaba una hora para la subasta.
Un pesado dedo le dio unos golpecitos en el hombro. Panatic se volvió para ver a tres gamorreanos de pie ante él, blásters en mano. Antes de poder moverse, le dispararon.

***

Se despertó con una agonía de alfileres y agujas clavándose conforme se pasaba el efecto del disparo aturdidor de los blásters. Una bota en las costillas le ayudó a recuperar la consciencia. Panatic se encontró tumbado en el suelo de una oficina; un despejado techo en forma de cúpula le daba un una espléndida vista del cielo estrellado.
Dos hombres estaban de pie junto a él. Uno era el oficial imperial que había visto en la cantina. El otro era un rodiano vestido con un traje de colores brillantes que echaba hacia atrás una bota cromada para dar otra patada.
-Eso no será necesario, Yab –dijo el oficial-. Creo que ya se está despertando. –Sonrió a Panatic desde arriba-. Me disculpo por mi colega aquí presente. Es bastante poco sutil. Mi nombre es Varden Quil. Y usted, según creo, es el comandante Ulan Panatic de la Armada Imperial.
Panatic se puso trabajosamente en pie y se alisó el uniforme. El apestoso poncho había desaparecido, así como su bláster y su comunicador.
-Correcto. Este hombre es un esclavista y un asesino, y estoy aquí para arrestarle.
El oficial suspiró.
-Oh, cielos. Evidentemente, usted no ha sido informado... Yab es un amigo del moff Tricus Phenge.
-¿El gobernador del sector Deratus?
-El mismo. Mi jefe, de hecho. El moff y Yab, aquí presente, tienen un acuerdo. A cambio de protección ante gente molesta como usted, Yab proporciona mano de obra para trabajar en los campos de bayas doradas de las fincas del moff, y algún objeto especial de vez en cuando. Una asociación perfecta.
-Asaltar asentamientos nativos en busca de esclavos es ilegal.
Quil se rio.
-Oh, cielos. En serio, comandante, usted debería estar en un museo en alguna parte. Estoy seguro de que la Armada Imperial tiene cosas mejores que hacer que preocuparse por el bienestar de unos pocos primitivos. Además, un oficial inteligente como usted debería saber que los deseos de un moff son más importantes que seguir la ley al pie de la letra.
-Demasiada cháchara –siseó Yab-. ¿Qué vamos a hacer con él?
-Buena pregunta. Comandante, me gustaría su opinión al respecto. ¿Deberíamos matarle o dejarle marchar?
-¿Qué?
-Usted puede causar a mi jefe gran cantidad de problemas si insiste en arrestar a Yab. No podemos permitirlo. Así que a menos que usted acceda a olvidar todo este asunto y volver a perseguir rebeldes, me temo que vamos a tener que matarle. ¿Qué ha de ser, comandante?
Panatic tragó saliva, y luego se obligó a sonreír.
-Estoy dispuesto a olvidar todo este asunto si ustedes también lo están.
Quil le miró fijamente por un instante y luego estalló en una carcajada.
-Cielo santo, comandante. ¡Creo que nunca he visto una actuación peor! Me alegro de que su muerte no arrebate un gran talento a la galaxia.
Panatic saltó hacia delante para forcejear con Yab, tratando de apoderarse del bláster del rodiano. Tenía la ventaja de la sorpresa, pero el esclavista era un luchador experimentado. Los dos hombres impactaron contra el escritorio, rebotaron, y chocaron contra un sintetizador de bebidas. Quil salió disparado hacia la puerta.
Panatic tomó un taburete y lo estrelló sobre la cabeza de Yab. El rodiano se tambaleó por un instante, lo bastante para que Panatic pudiera agarrarle el bláster.
-¡Muy bien, manos arriba, los dos! –dijo, apartándose de Quil y Yab para cubrirlos a ambos con el bláster. Los dos alzaron las manos lentamente.
-No haga nada precipitado, comandante –dijo Quil-. Aún podemos solucionar esta situación. Obviamente usted es un tipo ambicioso... estoy seguro de que puedo arreglar un ascenso para usted. ¿Tal vez un Destructor Estelar en lugar de un crucero de patrulla?
-Cállese. –Panatic se acercó al escritorio-. ¿Dónde está mi comunicador?
-En el cajón –dijo Yab-. El de arriba.
Cuando Panatic bajó la mirada para abrir el cajón, Quil salió disparado hacia la puerta. Se abrió con un silbido, revelando a los dos soldados de asalto que montaban guardia en el exterior.
-¡Atrapadle! –gritó el pequeño oficial.
Panatic efectuó un disparo suelto, que rozó la armadura de uno de los soldados. Entonces ellos llegaron hasta él, usando las culatas de sus rifles para someterle a base de golpes.
-¿Qué haremos con él ahora? –dijo Quil pensativamente.
-Ahora morirá –dijo Yab, dando a Panatic otra patada en las costillas-. Arrojadle al horno.
-Qué pulcro –dijo Quil con gesto aprobador.