A la mañana siguiente, con su camarote dando
vueltas, Hondo se dirigió tambaleándose a la bañera de la unidad sanitaria,
donde tras un breve debate decidió no ahogarse. Se vistió con su jubón de
terciopelo verde, buscó sin mucho entusiasmo su monóculo desaparecido, y avanzó
vacilante al Paseo Vista del Marinero,
encogiéndose de dolor con cada saludo de los diversos sirvientes, dolorosamente
ensordecedores para su gusto.
Al otro lado de los ventanales, el brillo del
hiperespacio era mareante. Se aseguró de que estaba solo y extrajo su
combinación de comunicador y localizador. El dispositivo era tecnología punta,
diseñado para enviar una señal encriptada a Goru y a las naves que les seguían.
Goru respondió de inmediato, y a un volumen
deplorable.
-Más alto... puede que en Coruscant no te hayan
escuchado –dijo Hondo-. Detendremos la nave mañana por la noche... después de
cenar, por supuesto. ¿Están las minas de masa listas para el despliegue?
-Sí, jefe –dijo Goru, con voz más baja esta vez-.
Sacarán la nave fuera del hiperespacio. Pero estamos teniendo problemas para
encontrar uniformes médicos adecuados.
Hondo suspiró.
-¿Uniformes? ¿Para qué necesitáis uniformes? ¡Una
vez que estéis dentro de la nave podréis comportaros como piratas! Pinta una de
las lanzaderas de ataque con los colores de una nave de respuesta a emergencias
y memoriza el guión que te di. Ya sabes, el que hablaba de la cuarentena en
Phindar. ¿Goru? ¿Me estás escuchando?
-Podríamos limitarnos a abrir un agujero en la nave
–dijo Goru con aire lastimero.
Hondo suspiró y se apoyó contra el ventanal,
pensando en descansar la vista un momento. Entonces algo le golpeó en el pecho,
haciendo que se tambalease hacia atrás cruzándose en el camino de una matrona
ruebeqni de carnes exuberantes, que graznó asustada.
-¡HIGGSIE!
¡HIGGSIE MALO!
-¡Por el azadón de Am-Shak! ¿Qué demonios es esto?
–exclamó Hondo, mientras el perro de pantano kobariano volvía a saltar sobre
él, con la correa colgando inútil tras él. El comunicador de Hondo salió
despedido de su mano y Higgs lo atrapó en el aire mientras Hondo caía sobre su
espalda.
-¡Higgsie! ¡Siéntate ahora mismo! –ordenó Pelf.
Higgs ladró y se sentó obedientemente sobre sus
patas traseras, mientras Twiggs comenzaba a dar grandes lametones al rostro de
Hondo.
-¡Twiggie! ¡Siéntate! –dijo Pelf-. ¡Los pequeños se
alegran de verle, señor Rosada! ¡Y yo también! ¡Estuvo tan divertido anoche!
¡Todo el rato pellizcándome las mejillas y diciendo que estaba preciosa!
Hondo se levantó agitado, ofreciendo una mirada
asesina a Higgs, el devorador de comunicadores.
-Bueno, es que lo es usted, mi pequeño bollito
azul.
Pelf soltó una risita nerviosa y recriminó a Hondo
meneando el dedo índice.
-¡Dijo que quería secuestrarme y mantenerme cautiva
para pedir un rescate! ¡No creo que a mi prometido le gustara mucho eso, señor
Rosada!
-Ah –dijo Hondo-. Je. No debería hacer caso a las
conversaciones de sobremesa; se le pueden subir a su preciosa cabeza cerúlea.
-¡En los postres anunció que adoraba a toda la mesa
y que planeaba secuestrarnos a todos! -dijo Pelf-. Eso fue antes de que
decidiera que era hora de hablar con la banda.
-¿Hablar con la banda? –preguntó Hondo.
-¡Oh, sí! Proclamó que si tenía que soportar otro
aburrido minueto, se apoderaría del timón y nos llevaría directamente al sol
más cercano. Luego lanzó una pila de chips de crédito a la banda y les ordenó
que no tocasen otra cosa que scrack y smazzo. ¡Nunca dijo que supiera bailar,
señor Rosada!
-Solían decirme que no era nada malo meneando el
esqueleto –dijo Hondo, acercándose con aire casual a Higgs para darle un
tentativo golpe en las costillas.
-¡Ya le digo! Fue todo un espectáculo... bueno, al
menos hasta que catapultó a la Dama Malitikis contra el carrito del postre.
Pero el cirujano dice que su hombro quedará como nuevo.
Higgs, cansado de recibir golpes de Hondo, gruñó.
-Tranquilo, Señor Rosada... ¡Higgsie no es un
tambor! –dijo Pelf-. Bueno, tengo que elegir los aperitivos de la fiesta. ¡Le
veo en la comida!
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