Espíritu
constante
Jennifer
Heddle
-Realmente debemos marcharnos, Su Alteza.
La música de baile que estaba interpretando la
cautivadoramente atractiva banda de zeltrones de la cantina casi ahogó las
palabras de Gorhan, pero incluso su Leia no hubiera sido capaz de escucharle,
la expresión solemne de su rostro curtido y bronceado habría bastado para
transmitir el mensaje.
La joven senadora Organa volvió a comprobar la
hora, y esa persistente sensación en el estómago empeoró.
-Rafe Ballon es uno de nuestros agentes más
fiables. –Y un amigo de mi padre,
añadió para sí. Tampoco es que eso fuera a conseguirle un tratamiento
especial-. Si no está aquí, debe significar que le ha pasado algo. ¿No podemos
darle unos minutos más?
Gorhan parecía incómodo por la respuesta que debía
dar, pero eso no hizo que estuviera menos resuelto. La determinación con la que
comunicaba a Leia las malas noticias incluso cuando sabía que no le iban a
gustar era una de las razones por las que ella lo mantenía a su lado. Eso, y el
hecho de que prácticamente era del tamaño de un wookiee.
-Me temo que no, Princesa –dijo-. Ya hemos esperado
demasiado tiempo. Si alguien la encontrase aquí...
-Lo sé, lo sé –dijo Leia, meneando la cabeza. Se
suponía que no debía estar en ese sector en absoluto; el plan de vuelo oficial
de su nave sólo reflejaba una visita diplomática a Duro, manteniendo secreta
esta escapada al cercano planeta Quellor. Habían aterrizado ahí con nombres y
un manifiesto de vuelo falsos. Aún era una novata en estas misiones en solitario,
y el plan era permanecer en el planeta el tiempo justo para reunirse con Rafe y
recuperar la información táctica que él tenía para ella. Más tiempo que eso era
peligroso, especialmente para una agente aún inexperta. Gorhan tenía razón.
Pero eso no significaba que tuviera que gustarle.
-Está bien –dijo, tratando de no sonar como una
adolescente malhumorada; aunque realmente lo fuera. Volvió a echarse sobre la
cabeza la capucha sujeta a su túnica azul pálido-. Vamos.
Salieron de la cantina y recorrieron las retorcidas
calles de Ciudad Quellor en dirección al espaciopuerto, con alerta Gorhan
abriendo la marcha, mirando de lado a lado con movimientos pequeños y precisos
que contrastaban con su inmensa corpulencia. Había anochecido unos minutos
atrás, la oscuridad de la noche tan sólo comenzaba a asentarse en las adornadas
torres de los edificios, y el aire templado llevaba el aroma dulzón de las
flores katella que eran famosas en esa región. A pesar de la presencia imperial
que se cernía en el lugar como una niebla opresiva, era un atardecer precioso,
y por un instante Leia deseó poder limitarse a desfrutar de su entorno.
Pero sólo por un instante. No era muy dada a
dejarse llevar por sus deseos.
Sus sentidos se pusieron alerta y se dio la vuelta
justo cuando una mano agarraba su antebrazo. El bláster de Gorhan ya estaba
pegado al rostro del otro hombre cuando ambos se dieron cuenta de que era Rafe,
oculto en el portal de lo que parecía un edificio residencial, con el cuello de
su chaqueta levantado para ocultar sus rasgos lo máximo posible.
Gorhan farfulló una maldición y bajó su arma.
-¡Rafe! –dijo Leia-. ¿Qué...?
-Princesa. –Los ojos grises de Rafe miraron a uno y
otro lado; el hombre bajo y delgado estaba más nervioso de lo que Leia le
hubiera visto nunca-. El Moff Toggan me tiene calado. De algún modo ha
descubierto que soy yo quien ha estado colándose en sus sistemas. –Sostuvo un
cobo de datos en la palma de su mano temblorosa-. Todo lo que he recopilado
hasta la fecha está aquí. Planificación de movimiento de tropas, protocolos de
seguridad, todo lo que necesitan en este sector. Cójalo y váyanse.
-¿Pero qué hay de usted? –protestó Leia-. Si le
atrapan, le matarán.
O algo peor,
pensó, con el estómago revuelto.
-Yo ya estoy muerto. –Rafe dijo esas palabras encogiéndose
de hombros, pero Leia pudo ver que su esfuerzo por parecer despreocupado había
fracasado-. Leia –dijo con más seriedad, y ella tuvo un súbito destello de la
imagen de ese hombre discutiendo de estrategias en el despacho de su padre, con
su expresión cada vez más sombría con cada copa de brandy-. Siempre he sabido
que esta era una posibilidad. Llévese el cubo y no se preocupe por mí.
La mente de Leia daba vueltas, negándose a aceptar
lo que le estaba diciendo.
-No sea ridículo. Se viene con nosotros.
-Su Alteza... –comenzaron Rafe y Gorhan a un
tiempo. Gorhan miró fijamente al pequeño y delgado Rafe, quien dejó de hablar-.
No podemos llevarlo a bordo –continuó Gorhan-. Si saben que está con la
Rebelión, y lo relacionan con usted... Es un riesgo demasiado alto.
Leia sabía, al menos en su mente, que su escolta
volvía a tener razón. Pero esa vez no se permitió estar de acuerdo con él,
mientras Rafe la miraba con muerte en los ojos.
-Lo sé todo sobre los riesgos –dijo, con toda la
autoridad de la realeza que pudo convocar en su voz-. Toda mi vida es un riesgo. Y no voy a permitir
que muera nadie que no tenga por qué hacerlo. –Miró con gesto tranquilizador al
amigo de su padre y repitió-. Se viene con nosotros.
Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Gorhan meneaba
la cabeza con reprobación; le ignoró, manteniendo su mirada fija en Rafe.
El espía tragó saliva, y luego suspiró.
-Gracias –susurró-. Pero si hubiera tan sólo un
atisbo de que esto va a salir mal...
-¿Qué tal si dejamos de hablar de ello y nos ponemos
en marcha? –dijo ella.
Los tres rebeldes comenzaron a andar en dirección
al Espíritu Constante, sin que
ninguno de ellos advirtiera el aroma de los capullos de katella ni las
estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo nocturno.
***
A pesar del nerviosismo colectivo de todas las
personas a bordo, el Espíritu Constante
abandonó el espacio aéreo de Quellor sin dificultad. Sentada en la cabina del
carguero ligero compacto con su piloto y su navegante, Leia se permitió tener
un destello de esperanza de que abandonarían el planeta tan discretamente como
habían llegado.
Pero poco después de que dejaran atrás la atmósfera
y pasaran al vacío del espacio, comenzaron a aullar las sirenas de alarma. Tendría que haber sabido que no escaparíamos
tan fácilmente, pensó Leia.
-Se acerca una sola corbeta de Aduanas Imperiales
–informó la piloto, Minna-. Nos están llamando.
Al menos el moff no había tenido tiempo de enviar
más naves tras ellos. Aún.
-Escuchemos lo que tengan que decir –dijo Leia.
Minna asintió, y un instante después una voz
entrecortada de hombre llenó la cabina.
-Atención, Espíritu
Constante, al habla el capitán Task a bordo de la Cancerbero. Están transportando a un espía conocido. Entréguenlo de
inmediato y perdonaremos la vida de su nave.
Sí, claro. Era joven, pero no estúpida.
-Me temo que no sé de qué me está hablando, capitán
–dijo Leia, manteniendo la voz tan neutra como pudo. El corazón le golpeaba en
el pecho-. Somos comerciantes de brilloseda que fuimos a entregar un cargamento
a un cliente leal en la capital.
-Sean quienes sean, están conspirando con la
Rebelión –dijo Task. Leia sintió una oleada de alivio al ver que al menos no
conocía su identidad. Sus seudónimos debían de haber soportado el análisis-.
Entreguen a Rafe Ballon o abriremos fuego contra su nave. Les daré un minuto
para que respondan.
La comunicación terminó.
Rafe apareció en la entrada de la cabina.
-Dejad que me entregue –dijo-. No puede permitir
que se arriesgue la misión por una persona... por no mencionar el peligro en el
que esto la pone a usted.
-Minna, comienza maniobras evasivas –dijo Leia, sin
volver la mirada hacia él-. Youk, ¿cuánto falta hasta que podamos saltar a la
velocidad de la luz?
El navegante mon calamari consultó sus pantallas.
-Seis minutos, Su Alteza.
Eso eran al menos cinco minutos más de lo que le
gustaría.
-¿Gorhan? –dijo por el comunicador.
-En posición, Princesa.
Bien. El Espíritu
Constante sólo tenía un cañón, lo mejor para parecer una pacífica nave
mercante, pero Gorhan lo exprimiría al máximo.
-Fuego a discreción. Y que todo el mundo se sujete
a algo.
-Nunca debí haber subido a bordo –dijo Rafe. Golpeó
el mamparo con la palma de una mano en señal de frustración.
-Tal vez prefiera sentarse –le dijo Leia. Apenas
habían salido esas palabras de su boca, su estómago dio un vuelco cuando la
nave se lanzó en un pronunciado ascenso. Rafe se tambaleó y extendió las manos
para evitar golpearse de cabeza con el mamparo opuesto de la cabina.
-Como iba diciendo... –murmuró Leia. La cabeza se
le fue hacia atrás cuando la nave volvió a sacudirse, esta vez por un impacto
de láser.
Rafe se lanzó al asiento detrás de ella y se
abrochó los arneses.
-¿Qué tal vamos? –preguntó Leia a Minna.
-De momento aguantamos, pero no sé cuánto tiempo
resistirán bajo su ataque nuestros escudos deflectores. –Como si esas palabras
fueran una señal, la nave tembló, presagiando nada bueno. Minna sopló para
apartarse un rizo de cabello negro de la cara mientras comprobaba la consola-.
Justo lo que me temía: los escudos se agotan rápidamente –dijo con expresión
adusta-. Ya están a menos del cincuenta por ciento.
-¿Gorhan? –preguntó Leia.
-Hago lo que puedo –respondió-. Sus escudos parecen estar aguantando
mejor de lo esperado.
-Por supuesto –dijo Leia con un hilo de voz-. Youk,
¿cómo van esos cálculos?
-Aún tardarán unos minutos más, Su Alte... –Terminó
la frase con un grito cuando otro impacto sacudió la nave-. Mis disculpas.
-No pasa nada, Youk –dijo Leia, tratando de
aparentar calma-. Sé que está haciendo lo que puede.
A pesar del tono de su voz, su mente estaba en
ebullición. Si esta misión fracasaba, dañaría profundamente no sólo su imagen,
sino la de su padre. Estaba decidida a no dejar que eso ocurriera.
Pero después de todo, eso tampoco tendría demasiada
importancia si acababa muerta.
-¡Acabo de darles un buen golpe! –exclamó Gorhan-.
¡Aún terminaremos haciéndoles huir!
Leia hizo una mueca. Realmente debían estar en problemas si Gorhan estaba tratando de
parecer optimista.
Con el siguiente impacto contra el casco, Minna
escupió una maldición.
-Nos hemos quedado sin escudos –ladró-. Estoy
haciendo lo que puedo, pero si no pasa pronto algo bueno...
La nave volvió a virar bruscamente mientras la
piloto se esforzaba al máximo para seguir esquivando a la nave mayor.
Leia volvió la mirada hacia Rafe pidiendo su
consejo, pero el hombre respiraba fuerte y rápido, casi como si estuviera
sufriendo un ataque de pánico. Él le devolvió la mirada, y sus ojos grises
revelaban su agonía.
-No puedo seguir con esto –dijo. Se soltó los
arneses de seguridad y salió corriendo de la cabina.
-¿Adónde va? ¡Rafe! –Leia pensó en ir tras él, pero
la nave se sacudió de nuevo y se quedó donde estaba. Tendría que ocuparse de él
más tarde.
Otro impacto, y las alarmas comenzaron a aullar.
-Ese impacto se ha llevado el hipermotor –dijo
Youk, consternado-. Y ha inhabilitado los compensadores aluviales.
Leia sintió un vacío en el estómago.
-Creo que estamos en problemas. –Se mordió el
labio, pensando qué haría su padre en esa situación. Cualquier cosa menos
ponerse a sí mismo por delante de lo demás, lo más probable-. Por ahora siga
tratando de hacer todo lo que pueda para escapar de ellos, Minna. Y Gorhan,
siga acosándoles a disparos.
Y yo trataré
de que se me ocurra algo brillante.
-Supongo que ahora veremos si todo lo que pueda
hacer es suficiente o no –dijo Minna. Agarraba los mandos con tanta fuerza que
la piel marrón de sus nudillos se estaba volviendo blanca. Leia se inclinó para
apretar el hombro de la otra mujer.
-Senadora, algo está pasando... Hemos perdido
nuestra cápsula de escape –dijo Minna, presa de la confusión-. Se acaba de
lanzar por sí misma. Youk, comprueba si es un fallo de funcionamiento.
El mon calamari pulsó unas cuantas teclas.
-No, no parece serlo.
-Rafe –dijo Leia con un jadeo-. Tiene que ser él.
¿Pero qué está haciendo? ¿Entregarse?
Un instante después, la cápsula apareció ante su
vista, dirigiéndose directamente hacia la nave imperial –más concretamente,
hacia el puente de la Cancerbero-, y
mientras esperaban, la cápsula no dio señales de pretender cambiar de curso.
-No puedo creerlo. Va a embestirles –dijo Minna sin
aliento.
-¿Puede abrir un canal de comunicaciones con la
cápsula? –preguntó Leia.
-Lo intento, pero no responde –le informó Youk.
Leia gimió. ¿Cómo podría explicar eso a su padre?
-Es el plan más descabellado que he visto nunca,
pero si funciona, puede que nos salve el pellejo –escuchó decir a Gorhan.
Todo el mundo en la cabina parecía mantener el
aliento mientras observaban a la cápsula dirigirse hacia la nave de mayor
tamaño. La Cancerbero, probablemente
tratando de acabar con su presa más importante, no tomó acciones contra la
cápsula hasta que fue demasiado tarde. La nave comenzó a girar y disparó su
cañón principal, pero ambos esfuerzos de última hora fracasaron. La cápsula de
Rafe dio de lleno en su objetivo, embistiendo el puente en una explosión
espectacular.
Un ataúd
fúnebre, pensó Leia.
Completamente inhabilitada, la Cancerbero se escoró hacia un lado, con aspecto casi lastimoso
mientras flotaba en el espacio como una nave fantasma. Pero sólo había un alma
por la que Leia sintiera pesar.
Gorhan apareció en la apertura de la cabina,
bloqueando con su mole toda la luz que había tras él.
-Quien quiera que quede a bordo, ahora mismo tendrá
que ocuparse con problemas más graves que nosotros. Estamos en deuda con Rafe.
-Sí -dijo Leia con voz ronca. Cerró los ojos,
obligándose a no llorar. No podía dejar que su tripulación la viera de ese
modo, como una niña pequeña perdida.
Tras un largo instante, Minna se aclaró la
garganta.
-¿Cuáles son sus órdenes, senadora?
-Llévenos al planeta no ocupado más cercano –dijo
Leia con desgana-. Trataremos de reparar la nave o conseguir otro transporte.
-Sí, Su Alteza.
La tripulación del Espíritu Constante permaneció en silencio durante el resto del
viaje.
***
Queriendo darle las noticias en persona, Leia se lo
contó a su padre en cuanto regresó a Alderaan. Se sentó en su amplio y cómodo
despacho, en el que había pasado tantas horas mientras crecía, y con voz
entrecortada le explicó lo ocurrido. Esperaba que Bail Organa se enfadara, o
mostrase frustración, pero en lugar de ello sólo pareció triste.
-Lo lamento tanto –dijo Leia, y no era la primera
vez que lo decía desde que se había sentado-. No puedo evitar sentir que ha
sido culpa mía.
-Rafe conocía los riesgos de su misión –dijo su
padre. Estaba de pie frente a la ventana panorámica, dándole la espalda y
mirando las onduladas colinas verdes y el brillante lago azul que centelleaban bajo
la luz del sol-. Estaba preparado para morir por la Alianza, y lo hizo. Como un
héroe. Hay formas peores de morir.
-Pero no tenía
por qué hacerlo –dijo Leia, testaruda, haciendo una mueca al advertir lo joven
que sonaba incluso a sus propios oídos.
-¿No? –Él se volvió para mirarla-. ¿Qué podría
haber ido de otro modo? –preguntó, más suavemente de lo que ella esperaba-. ¿Qué
podría haber salvado tanto a los datos que necesitábamos como al resto de tu
tripulación?
-No lo sé –dijo ella, inclinando la cabeza-. Pero
seguro que habría algo. No pensé lo bastante rápido...
-No puedes salvar a todo el mundo, Leia –dijo Bail.
Se sentó junto a ella en el sofá y le tomó la mano entre las suyas-. Tus
sentimientos te honran, pero la guerra requiere sacrificio. Un sacrificio que
todos debemos estar dispuestos a hacer. –Le apretó la mano-. No puedes salvar a
todo el mundo –repitió.
Ella le devolvió el apretón, feliz de que él
estuviera ahí, confortándose con la familiar tibieza de su piel. Pero sus
palabras le incomodaban.
-Puede que no siempre pueda salvar a todo el mundo –concedió-.
Pero eso no significa que no deba intentarlo.
Alzó la barbilla con aire desafiante.
Los ojos oscuros de Bail mostraban sus dudas, pero
de todos modos sonrió a su hija.
-No serías tú misma si no lo hicieras –dijo.
Permanecieron sentados juntos hasta que un criado
les llamó a cenar, anunciando el final de otro día. Siempre había un mañana.
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