martes, 2 de septiembre de 2014

En las trincheras


En las trincheras
Pablo Hidalgo

Extraído del diario de datos de Voren Na’al.

Anteriormente a Hoth, mi experiencia de combate había sido extremadamente limitada. Desde luego, había habido algunos momentos tensos e incluso uno o dos tiroteos en el pasado. De hecho, ese tipo de situaciones son casi imposibles de evitar cuando viajas con la Alianza Rebelde. Pero para mí, y ya puestos, para casi nadie del resto del personal de la Base Eco, nada se acercaba a lo que experimentamos bajo el bloqueo de la flota imperial. Nada silenciará jamás el eco de los atronadores pasos de esos mastodónticos caminantes imperiales. Hay noches en las que me despierto con sudores fríos, con esos golpes de pesadilla resonando todavía en mi mente.
La primera vez que escuché el sonido lejano de esos monstruosos pies mecánicos golpeando la superficie nevada de Hoth, pensé que tal vez sería mi imaginación. Ninguno de los soldados a mi alrededor sabía mucho acerca de los caminantes; habíamos oído hablar de ellos, pero nunca habíamos visto uno de cerca, ni éramos capaces de imaginar lo aterradoras que podían ser esas horribles máquinas.
El sonido se fue haciendo cada vez más fuerte. Hubo una inquietante llamada de comunicador por parte de nuestros exploradores en el Risco Norte, y terminó con una frase cortada abruptamente por la mitad y el fantasmal chasquido de un canal cerrado a la fuerza. Caminantes imperiales. La idea de enfrentarse a esas bestias sin una buena cobertura ni formidables vehículos de combate bloqueaba nuestras mentes.
La única cosa que impidió que el miedo campara a sus anchas en las filas fue la formación cerrada de deslizadores de nieve del Grupo Pícaro rugiendo sobre nuestras cabezas en ese mismo instante. Provocó vítores espontáneos de los soldados nerviosos agazapados a mi alrededor. Todos habíamos visto a nuestros pilotos de deslizadores de nieve realizando a diario maniobras en los simuladores, antes de que los deslizadores hubieran sido adaptados al frío. Pero nunca antes habíamos visto al escuadrón completo en vuelo, y era una visión alentadora. No estoy seguro, pero creo recordar haber visto cómo el deslizador en cabeza agitaba apenas imperceptiblemente las alas al pasar, como si fuera un gesto de confianza que nos dijera “poneos cómodos; nosotros nos ocuparemos de esto”.
Pero pese a toda la confianza y heroicidades de la galaxia, nada podría haber detenido al Imperio ese día. Los caminantes eran simplemente demasiado poderosos. Todo lo que pudimos hacer fue realizar una retirada con éxito. El plan nunca había sido rechazar las tropas imperiales, ni siquiera aguantar su empuje. Pero hubo momentos en los inicios de la batalla en los que todos nos sentimos como si tuviéramos alguna oportunidad. Yo estaba allí, en esa trinchera, sólo como observador. Llegué con un holograbador en una mano y una tableta de datos en la otra. Pero pasó poco tiempo antes de que, sin pizca de arrepentimiento, me encontrase abandonando esas herramientas aparentemente inútiles y las cambiara por el frío consuelo de un rifle bláster. Al final, como mis compañeros, me encontré en una carrera desesperada en busca de la seguridad de los transportes cuando los soldados imperiales entraron como un enjambre en la Base Eco mientras estaba siendo evacuada.

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