jueves, 11 de septiembre de 2014

Entre la espada y la pared

Entre la espada y la pared
Martin Wixted

Melnea salió al cálido desierto a la puesta del primer sol. Conforme caminaba por las colinas que iban sumiéndose en sombras, esperaba poder ganarse la confianza de las pequeñas criaturas acercándose sola y desarmada. Coronando una pequeña colina, se detuvo. A pesar de que los soles se estaban poniendo, el desierto seguía estando demasiado caliente. Pero sabía que pronto se convertiría en frío penetrante. Comprobó la parka y las herramientas que guardaba en la mochila, colocó detrás de las orejas su largo cabello negro, y continuó su camino.
Otra hora de marcha hizo estragos en sus manos y rodillas arañadas, pero no había ni rastro de los esquivos residentes. Por lo que sabía, la estarían observando desde los rincones oscuros de los cañones. Girando una esquina, vio de pronto a un grupo de las pequeñas personas arrinconadas contra una formación rocosa. Ante ellos estaba lo que parecía ser un gigantesco reptil. Gemía de dolor, y su inmensa cabeza se movía de un lado a otro. Melnea vio inmediatamente que la pata delantera del lagarto había quedado atrapada en una fisura de la roca, y estaba sangrando. También vio que la bestia tenía perfectamente a su alcance a las criaturas, que sólo podían agruparse y temblar aterrorizados.
Melnea actuó rápidamente, lanzando una roca tras la bestia. El lagarto se volvió, hacia la distracción, y ella se acercó. Sacando una hidropala de su mochila, la introdujo en la grieta e hizo palanca. No hubo ningún cambio, y la bestia se volvió hacia ella. Esquivó la garra delantera que el lagarto agitó a ciegas mientras intentaba liberar su otra para.
Melnea extrajo un pitón de su mochila y, usando la hidropala como martillo, fue tallando los bordes de la fisura. El pelo le cayó ante la cara. Mientras trabajaba, podía sentir el aire cálido que emanaba de los orificios nasales de la bestia. Se concentró en seguir tallando la piedra.
Entonces la cabeza del animal bloqueó los últimos rayos de luz del segundo atardecer cuando sus mandíbulas se lanzaron hacia ella. Dio un último golpe con la hidropala, la roca se astilló, y el lagarto se liberó de pronto. Resopló una o dos veces, pero no hizo ademán de atacar. En cambio, se tumbó y se lamió la herida.
En ese momento, los nativos vestidos de marrón tomaron un pesado cable y lo lanzaron sobre la cabeza de la bestia. Farfullaron entre ellos en ese lenguaje que había intrigado durante tanto tiempo a Melnea y sus amigos, y finalmente le hicieron señales de que les siguiera. Con el corazón acelerado, caminó tras ellos mientras la dirigían a una zona cercana. Era un pequeño pueblo oculto entre los acantilados y montañas de la zona. Habían establecido una especie de corral, en el que otras dos bestias similares parecían estar buscando humedad, introduciendo el morro profundamente en la grava del desierto.
Las criaturas introdujeron el lagarto en la empalizada y desaparecieron en una cueva. Melnea les siguió. Aunque fuera estaba oscuro, la absoluta oscuridad de la cueva requería algo de ajuste. Se detuvo, tratando de escuchar. Esas criaturas no eran capaces de ver en la oscuridad, ¿no? De pronto, un brazo metálico la agarró.
-¡Ama Melnea! –exclamó una voz-. ¡Oh, gracias a los dioses!
-¿Dospeó? ¿Eres tú?
-¡Gracias a los cielos que ha venido! Esos jawas... ¡esas criaturas! Oh, cielos. ¡Y no se puede encontrar un baño de aceite por ninguna parte!
Melnea sonrió y se relajó. Ciertamente, era 2PO.
-Dospeó, ¿así se llaman? ¿Jawas?
Casi pudo sentir cómo el droide se incorporaba, en un gesto destinado a darse tantos aires de superioridad como fuera mecánicamente posible.
-Sí, ama. He tenido la oportunidad de introducirme profundamente en su cultura y he logrado descifrar parte de su lenguaje. Y ellos me... eh... tomaron prestado principalmente por curiosidad, no por malicia.
Melnea dio un golpecito a 2PO en el brazo. Conocía al fácilmente excitable droide. Cuando los jawas lo capturaron, probablemente pensó que estaba a punto de ser devorado o desmontado en busca de piezas. Melnea se dio cuenta de que eso había sido una tremenda motivación para aprender el lenguaje, y estuvo muy agradecida por ello. Mientras se sentaba, en la profundidad de la cueva una estufa cobró vida con un resplandor. Melnea se apartó el cabello de la cara y vio jawas correteando de aquí para allá, preparando una comida.
-Cuéntame más, Dospeó.

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