Entre la
espada y la pared
Martin Wixted
Melnea salió al cálido desierto a la puesta del
primer sol. Conforme caminaba por las colinas que iban sumiéndose en sombras,
esperaba poder ganarse la confianza de las pequeñas criaturas acercándose sola
y desarmada. Coronando una pequeña colina, se detuvo. A pesar de que los soles
se estaban poniendo, el desierto seguía estando demasiado caliente. Pero sabía
que pronto se convertiría en frío penetrante. Comprobó la parka y las
herramientas que guardaba en la mochila, colocó detrás de las orejas su largo
cabello negro, y continuó su camino.
Otra hora de marcha hizo estragos en sus manos y
rodillas arañadas, pero no había ni rastro de los esquivos residentes. Por lo
que sabía, la estarían observando desde los rincones oscuros de los cañones.
Girando una esquina, vio de pronto a un grupo de las pequeñas personas
arrinconadas contra una formación rocosa. Ante ellos estaba lo que parecía ser
un gigantesco reptil. Gemía de dolor, y su inmensa cabeza se movía de un lado a
otro. Melnea vio inmediatamente que la pata delantera del lagarto había quedado
atrapada en una fisura de la roca, y estaba sangrando. También vio que la
bestia tenía perfectamente a su alcance a las criaturas, que sólo podían agruparse
y temblar aterrorizados.
Melnea actuó rápidamente, lanzando una roca tras la
bestia. El lagarto se volvió, hacia la distracción, y ella se acercó. Sacando
una hidropala de su mochila, la introdujo en la grieta e hizo palanca. No hubo
ningún cambio, y la bestia se volvió hacia ella. Esquivó la garra delantera que
el lagarto agitó a ciegas mientras intentaba liberar su otra para.
Melnea extrajo un pitón de su mochila y, usando la
hidropala como martillo, fue tallando los bordes de la fisura. El pelo le cayó
ante la cara. Mientras trabajaba, podía sentir el aire cálido que emanaba de
los orificios nasales de la bestia. Se concentró en seguir tallando la piedra.
Entonces la cabeza del animal bloqueó los últimos
rayos de luz del segundo atardecer cuando sus mandíbulas se lanzaron hacia
ella. Dio un último golpe con la hidropala, la roca se astilló, y el lagarto se
liberó de pronto. Resopló una o dos veces, pero no hizo ademán de atacar. En
cambio, se tumbó y se lamió la herida.
En ese momento, los nativos vestidos de marrón
tomaron un pesado cable y lo lanzaron sobre la cabeza de la bestia. Farfullaron
entre ellos en ese lenguaje que había intrigado durante tanto tiempo a Melnea y
sus amigos, y finalmente le hicieron señales de que les siguiera. Con el
corazón acelerado, caminó tras ellos mientras la dirigían a una zona cercana.
Era un pequeño pueblo oculto entre los acantilados y montañas de la zona.
Habían establecido una especie de corral, en el que otras dos bestias similares
parecían estar buscando humedad, introduciendo el morro profundamente en la
grava del desierto.
Las criaturas introdujeron el lagarto en la empalizada
y desaparecieron en una cueva. Melnea les siguió. Aunque fuera estaba oscuro,
la absoluta oscuridad de la cueva requería algo de ajuste. Se detuvo, tratando
de escuchar. Esas criaturas no eran capaces de ver en la oscuridad, ¿no? De
pronto, un brazo metálico la agarró.
-¡Ama Melnea! –exclamó una voz-. ¡Oh, gracias a los
dioses!
-¿Dospeó? ¿Eres tú?
-¡Gracias a los cielos que ha venido! Esos jawas...
¡esas criaturas! Oh, cielos. ¡Y no se
puede encontrar un baño de aceite por ninguna parte!
Melnea sonrió y se relajó. Ciertamente, era 2PO.
-Dospeó, ¿así se llaman? ¿Jawas?
Casi pudo sentir cómo el droide se incorporaba, en
un gesto destinado a darse tantos aires de superioridad como fuera mecánicamente
posible.
-Sí, ama. He tenido la oportunidad de introducirme
profundamente en su cultura y he logrado descifrar parte de su lenguaje. Y
ellos me... eh... tomaron prestado
principalmente por curiosidad, no por malicia.
Melnea dio un golpecito a 2PO en el brazo. Conocía
al fácilmente excitable droide. Cuando los jawas lo capturaron, probablemente
pensó que estaba a punto de ser devorado o desmontado en busca de piezas.
Melnea se dio cuenta de que eso había sido una tremenda motivación para
aprender el lenguaje, y estuvo muy agradecida por ello. Mientras se sentaba, en
la profundidad de la cueva una estufa cobró vida con un resplandor. Melnea se
apartó el cabello de la cara y vio jawas correteando de aquí para allá, preparando
una comida.
-Cuéntame más, Dospeó.
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