Jugador a la
carrera
Michael Stern
y George Strayton
-Tenemos un problema –dijo Lando, con tanta calma como le permitió su
palpitante corazón-. Tenemos un gran problema.
El Halcón estaba
persiguiendo un par de interceptores TIE hacia la parte inferior de un
inconcebiblemente gigantesco Super
Destructor Estelar. Su copiloto, el sullustano Nien Nunb, acababa de eliminar
al último de los dos cuando Lando se dio cuenta de que se había metido, junto
con todos los demás a bordo del Halcón Milenario, en un aprieto.
En su ansia por perseguir a los
dos TIEs en retirada, Lando había llevado el Halcón cerca de la inmensa nave imperial. Demasiado cerca.
Los disparos de láser eran ya tan densos que Lando apenas podía distinguir la
amplia bahía de hangar del Super
Destructor Estelar que se cernía sobre él. Si no hacía algo rápido, iban a hacerles
pedazos.
Ya era demasiado tarde para dar la vuelta a la nave y acelerar para
salir fuera de peligro –todo lo que conseguiría sería ponerla en la línea de
mira de muchas más armas-, les acribillarían antes de recorrer dos kilómetros.
Y no podían quedarse mucho más tiempo donde se encontraban; con el tiempo
alguien tendría suerte con un cañón láser o con un rayo tractor, y eso sería el
fin del Halcón y de su carrera como
soldado de la Alianza, entre muchas otras cosas.
No podían quedarse donde estaban, y no podían marcharse. ¿Qué otras
opciones les quedaban? Sólo una, en realidad. Actuando con rapidez, antes de
tener la ocasión de darse cuenta de lo loco que estaba, Lando tiró de los
controles y lanzó el Halcón
directamente hacia arriba... hacia la bahía de hangar del Super Destructor Estelar.
No había tiempo para discutir, y Lando ignoró los jadeos de sorpresa y
terror de la tripulación de la cabina mientras apuntaba el Halcón hacia el mastodóntico agujero que era la bahía de hangar principal
del Destructor Estelar. Un silencio atónito sobrevino cuando Lando, con mano experta, activó a tiempo los impulsores de frenado y detuvo la nave. El Halcón quedó suspendido dentro de la apertura del hangar, con incontables bahías de atraque más pequeñas delante y detrás de él.
Como suponía, la cortina de fuego se detuvo y estaban a salvo de momento, pero, ¿y ahora qué? Pronto la tripulación al mando de la gigantesca nave imperial descubriría lo que había pasado y lanzaría un geiser de cazas TIE para reducir a partículas el carguero atrapado y... no quería pensar en ello.
Como suponía, la cortina de fuego se detuvo y estaban a salvo de momento, pero, ¿y ahora qué? Pronto la tripulación al mando de la gigantesca nave imperial descubriría lo que había pasado y lanzaría un geiser de cazas TIE para reducir a partículas el carguero atrapado y... no quería pensar en ello.
Sigue moviéndote, pensó
Lando. Limítate a seguir moviéndote y ya
se te ocurrirá algo.
Mientras el resto de la tripulación de cabina pulsaba interruptores,
giraba diales y ajustaba controles para compensar las estrecheces en las que
les había metido Lando, él se concentró en su tarea. Aferrado a los mandos,
Lando lanzó el Halcón por un estrecho
pasillo de acceso que recorría la miríada de bahías de hangar de la nave.
Esto es una locura, pensó. Pero bueno, Han ha metido al Halcón en peores aprietos. ¿Por qué tuve que
apostarlo en esa partida de sabacc?
La nave atravesó una apertura entrando en lo que parecía algún tipo de
zona de almacenamiento. Lando apenas pudo distinguir las imágenes borrosas de
la tripulación de cubierta saltando para buscar cobertura mientas pasaban a
toda velocidad sobre ellos. Delante había otra apertura, pero una grúa de
reparaciones tapaba parcialmente la entrada. No había apenas tiempo para
reaccionar, pero Lando consiguió hacer descender ligeramente al Halcón, evitando la peor parte de la
colisión.
Un aturdido Nien Nunb murmuró algo en su peculiar lenguaje mientras el
chirriante sonido de la grúa rozando en el casco superior de la nave resonaba
por la cabina. Ahí va el arañazo que le
prometí a Han que no haría, pensó Lando. Pero el Halcón sólo había resultado dañado superficialmente por el
accidente, y eso era más de lo que podía decirse de los pobres técnicos que
trabajaban en la grúa.
Esto ha sido realmente divertido,
pensó Lando. Ahora, ¿cómo salimos?
Escapar de las baterías del Destructor Estelar después de abandonar el
complejo del hangar seguía siendo un problema. Necesitaban algún tipo de
cobertura, algún tipo de distracción. Los segundos pasaban, y pronto llegarían
los TIEs para convertirles en polvo y humo...
Hmmm. Humo.
Una vez más, en cuando Lando hubo pensado una solución, actuó para
llevarla a cabo. Hasta ahora, había evitado usar los blásters en el interior de
la gigantesca nave imperial, por miedo a hacer que algo cayera sobre ellos y
los aplastara. Pero el único modo que veía para proporcionar al Halcón la suficiente cobertura para
escapar de debajo del Destructor Estelar era crear una bola de fuego. Una gran bola de fuego.
-Abrid fuego con todo lo que tengamos –ordenó Lando-. Disparad a
cualquier cosa que parezca importante. Y disparad también a cualquier cosa que
no lo parezca.
Nien Nunb lanzó una rápida mirada a su compañero. Desde el momento en
que entraron en Destructor Estelar, habían pasado por su mente la idea de
barrer el hangar con sus blásters, pero él también se había dado cuenta de que
era excesivamente arriesgado. ¿Qué pretendía Lando?
El alienígena finalmente decidió que Lando, dándolos ya por muertos,
quería marcharse causando el mayor daño posible. Sin mejores ideas propias, y
con una silenciosa disculpa a sus ancestros, obedeció.
El alienígena comenzó inmediatamente a barrer el hangar con los
cañones delanteros del Halcón, y
Lando pudo sentir las reconocibles vibraciones del casco del Halcón que significaban que los dos
artilleros de los cañones cuádruples estaban haciendo lo mismo. El espacio a su
alrededor se convirtió en un caótico infierno mientras los cañones bláster de
la nave desgarraban las desprotegidas entrañas del poderoso Destructor Estelar.
La sonrisa de jugador de Lando no dejó que asomara el pánico que
sentía mientras hacía girar el Halcón,
de vuelta hacia el pasillo de acceso, saliendo del gigantesco complejo de
hangares al espacio, seguido de cerca por la bola de fuego que los cañones de
la nave habían creado. Como esperaba, la bola de fuego ocultó al objetivo
fugitivo en las miras de los artilleros imperiales durante los cruciales
segundos que hicieron falta para sacar al Halcón
fuera del alcance.
Esta vez, la apuesta le había salido bien. Pero habría que jugar
varias manos más antes de que ese día terminara, y Lando sabía lo caprichosa
que era la Dama Fortuna.
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