lunes, 8 de septiembre de 2014

Jugador a la carrera


Jugador a la carrera
Michael Stern y George Strayton

-Tenemos un problema –dijo Lando, con tanta calma como le permitió su palpitante corazón-. Tenemos un gran problema.
El Halcón estaba persiguiendo un par de interceptores TIE hacia la parte inferior de un inconcebiblemente gigantesco Super Destructor Estelar. Su copiloto, el sullustano Nien Nunb, acababa de eliminar al último de los dos cuando Lando se dio cuenta de que se había metido, junto con todos los demás a bordo del Halcón Milenario, en un aprieto.
En su ansia por perseguir a los dos TIEs en retirada, Lando había llevado el Halcón cerca de la inmensa nave imperial. Demasiado cerca. Los disparos de láser eran ya tan densos que Lando apenas podía distinguir la amplia bahía de hangar del Super Destructor Estelar que se cernía sobre él. Si no hacía algo rápido, iban a hacerles pedazos.
Ya era demasiado tarde para dar la vuelta a la nave y acelerar para salir fuera de peligro –todo lo que conseguiría sería ponerla en la línea de mira de muchas más armas-, les acribillarían antes de recorrer dos kilómetros. Y no podían quedarse mucho más tiempo donde se encontraban; con el tiempo alguien tendría suerte con un cañón láser o con un rayo tractor, y eso sería el fin del Halcón y de su carrera como soldado de la Alianza, entre muchas otras cosas.
No podían quedarse donde estaban, y no podían marcharse. ¿Qué otras opciones les quedaban? Sólo una, en realidad. Actuando con rapidez, antes de tener la ocasión de darse cuenta de lo loco que estaba, Lando tiró de los controles y lanzó el Halcón directamente hacia arriba... hacia la bahía de hangar del Super Destructor Estelar.
No había tiempo para discutir, y Lando ignoró los jadeos de sorpresa y terror de la tripulación de la cabina mientras apuntaba el Halcón hacia el mastodóntico agujero que era la bahía de hangar principal del Destructor Estelar. Un silencio atónito sobrevino cuando Lando, con mano experta, activó a tiempo los impulsores de frenado y detuvo la nave. El Halcón quedó suspendido dentro de la apertura del hangar, con incontables bahías de atraque más pequeñas delante y detrás de él.
Como suponía, la cortina de fuego se detuvo y estaban a salvo de momento, pero, ¿y ahora qué? Pronto la tripulación al mando de la gigantesca nave imperial descubriría lo que había pasado y lanzaría un geiser de cazas TIE para reducir a partículas el carguero atrapado y... no quería pensar en ello.
Sigue moviéndote, pensó Lando. Limítate a seguir moviéndote y ya se te ocurrirá algo.
Mientras el resto de la tripulación de cabina pulsaba interruptores, giraba diales y ajustaba controles para compensar las estrecheces en las que les había metido Lando, él se concentró en su tarea. Aferrado a los mandos, Lando lanzó el Halcón por un estrecho pasillo de acceso que recorría la miríada de bahías de hangar de la nave.
Esto es una locura, pensó. Pero bueno, Han ha metido al Halcón en peores aprietos. ¿Por qué tuve que apostarlo en esa partida de sabacc?
La nave atravesó una apertura entrando en lo que parecía algún tipo de zona de almacenamiento. Lando apenas pudo distinguir las imágenes borrosas de la tripulación de cubierta saltando para buscar cobertura mientas pasaban a toda velocidad sobre ellos. Delante había otra apertura, pero una grúa de reparaciones tapaba parcialmente la entrada. No había apenas tiempo para reaccionar, pero Lando consiguió hacer descender ligeramente al Halcón, evitando la peor parte de la colisión.
Un aturdido Nien Nunb murmuró algo en su peculiar lenguaje mientras el chirriante sonido de la grúa rozando en el casco superior de la nave resonaba por la cabina. Ahí va el arañazo que le prometí a Han que no haría, pensó Lando. Pero el Halcón sólo había resultado dañado superficialmente por el accidente, y eso era más de lo que podía decirse de los pobres técnicos que trabajaban en la grúa.
Esto ha sido realmente divertido, pensó Lando. Ahora, ¿cómo salimos?
Escapar de las baterías del Destructor Estelar después de abandonar el complejo del hangar seguía siendo un problema. Necesitaban algún tipo de cobertura, algún tipo de distracción. Los segundos pasaban, y pronto llegarían los TIEs para convertirles en polvo y humo...
Hmmm. Humo.
Una vez más, en cuando Lando hubo pensado una solución, actuó para llevarla a cabo. Hasta ahora, había evitado usar los blásters en el interior de la gigantesca nave imperial, por miedo a hacer que algo cayera sobre ellos y los aplastara. Pero el único modo que veía para proporcionar al Halcón la suficiente cobertura para escapar de debajo del Destructor Estelar era crear una bola de fuego. Una gran bola de fuego.
-Abrid fuego con todo lo que tengamos –ordenó Lando-. Disparad a cualquier cosa que parezca importante. Y disparad también a cualquier cosa que no lo parezca.
Nien Nunb lanzó una rápida mirada a su compañero. Desde el momento en que entraron en Destructor Estelar, habían pasado por su mente la idea de barrer el hangar con sus blásters, pero él también se había dado cuenta de que era excesivamente arriesgado. ¿Qué pretendía Lando?
El alienígena finalmente decidió que Lando, dándolos ya por muertos, quería marcharse causando el mayor daño posible. Sin mejores ideas propias, y con una silenciosa disculpa a sus ancestros, obedeció.
El alienígena comenzó inmediatamente a barrer el hangar con los cañones delanteros del Halcón, y Lando pudo sentir las reconocibles vibraciones del casco del Halcón que significaban que los dos artilleros de los cañones cuádruples estaban haciendo lo mismo. El espacio a su alrededor se convirtió en un caótico infierno mientras los cañones bláster de la nave desgarraban las desprotegidas entrañas del poderoso Destructor Estelar.
La sonrisa de jugador de Lando no dejó que asomara el pánico que sentía mientras hacía girar el Halcón, de vuelta hacia el pasillo de acceso, saliendo del gigantesco complejo de hangares al espacio, seguido de cerca por la bola de fuego que los cañones de la nave habían creado. Como esperaba, la bola de fuego ocultó al objetivo fugitivo en las miras de los artilleros imperiales durante los cruciales segundos que hicieron falta para sacar al Halcón fuera del alcance.
Esta vez, la apuesta le había salido bien. Pero habría que jugar varias manos más antes de que ese día terminara, y Lando sabía lo caprichosa que era la Dama Fortuna.

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