La historia de Dodonna
Grant Boucher
El siguiente texto es un
extracto (usado con permiso) de las memorias personales del general Dodonna.
Probablemente el lector quedará asombrado por golpe de pura buena suerte que
parece haber conducido al plan de la destrucción de la Estrella de la Muerte,
pero Luke Skywalker protestaría diciendo que la Fuerza guio los sueños de
Dodonna tal y como dice que guio su propio disparo de uno entre mil millones.
El autor permanece objetivo. Que el lector tome su propia decisión.
Aguardábamos
la recuperación de los planos con algo más que un ligero nerviosismo. Como
antiguo oficial de la Armada Imperial, ya sabía que había hombres mucho más
astutos que yo a cargo de las defensas de la gran estación de combate. Tal vez
estaba pecando de modesto... o eso me gustaría creer. Después de todo, ahora la
mayor parte de los oficiales de la Antigua República estaban ya muertos o con
la Alianza. La Armada Imperial era dirigida ahora por oficiales jóvenes, tal vez
con exceso de confianza y ambición, y deseaba con todo mi ser que en su apresuramiento por
diseñar, construir y desplegar su “poder definitivo del universo” hubieran
cometido un error en alguna parte... en cualquier parte.
Me
equivocaba. Las lecturas de R2-D2 eran funestas en extremo. La estación tenía armas
y artilleros en un número mayor que nuestros cazas, haciendo que, para empezar,
las probabilidades fueran terribles, casi en un factor de quinientos contra uno. También había esperado encontrar un
impresionante conjunto de escudos, similar a las parrillas de defensa
planetaria empleadas en la mayoría de bases imperiales, pero esta estación era
mucho más que eso, sobepasaba mis mayores temores. Cada pulgada de la fortaleza estaba fuertemente blindada,
con escudos impenetrables, y esos escudos estaban todos conectados a un ordenador
y podían subirse y bajarse de forma independiente unos de otros. Sabía de primera
mano que los rayos tractores eran lo bastante fuertes como para detener un
Destructor Estelar, por no hablar del Halcón
Milenario o de algo tan pequeño como un ala-X. La estación era, a todos los
efectos y propósitos, invulnerable.
Me
fui a dormir esa noche sabiendo que la única forma en la que podíamos esperar
penetrar la armadura de la estación del tamaño de una luna era lanzar oleada
tras oleada de nuestras naves más pesadas para que chocasen contra la Estrella
de la Muerte, con la minúscula posibilidad de que en algún lugar causáramos el
daño suficiente para dejar la estación impotente. Por supuesto, esto habría
supuesto esencialmente el fin de la Alianza tal y como la conocíamos, pero si
teníamos éxito en dañar o destruir la estación, podríamos ganar el tiempo
suficiente para permitir que una nueva fuerza de rebeldes se alzara en nuestro
lugar. Y esta vez sin la sombra de una Estrella de la Muerte acechando sobre
sus cabezas. Un plan suicida es el más arriesgado de todos, pero, si íbamos a
morir de todos modos, estaba determinado a que los imperiales cayeran con
nosotros.
Preparé
mis notas para las reuniones del día siguiente y me dirigí a la cama. Sin
embargo, y de forma extraña, ya que la decisión estaba tomada, continué
pensando en ello conforme el sueño me reclamaba. Salí de mi cuarto y vagabundeé
por los pasillos, con la esperanza de que un poco de aire fresco y de ejercicio
me relajara, como siempre lo había hecho en los viejos tiempos antes de una
gran batalla.
Conforme
ponía en orden mis pensamientos y sentía que las piernas me fallaban, escuché
llorar a una niña en uno de los pasillos de los refugiados. Fui a calmar las
lágrimas de la niña, pero había algo extraño en ese momento, una presencia por
así decirlo, que me llamaba. La niña gimoteaba por una pesadilla; algo acerca de un dragón y cómo
iba a venir a convertir su pueblo en cenizas. Supuse que la niña era de
Tatooine, donde los dragones krayt vagan libres por el desierto, pero la
pequeña decía que el pueblo estaba junto a un lago, y yo sabía que Tatooine no
tiene tales extensiones de agua en ninguna parte de su desolada superficie.
Entonces
recordé un cuento, uno antiguo que se había transmitido con el tiempo. Un
cuento de hadas acerca de un dragón y el valiente Caballero Jedi que lo mató
para salvar su pueblo.
-No
tienes nada que temer –dije a la niña-, porque había un hueco en la armadura de
escamas del dragón, y el sable de luz del Caballero era certero y atravesó el
mismísimo corazón de la bestia, matándola al instante. El pueblo quedó a salvo
y todos vivieron felices para siempre.
La
niña quedó confortada y se volvió a dormir. Sentí como si volviera a ser joven.
Regresé a mis aposentos y me dejé caer en la silla. Encendiendo una
brillolámpara, mis músculos y huesos doloridos me recordaron mi edad y mis ojos
miraron con esfuerzo la holopantalla. Tomé mis gafas y comencé la dolorosa
búsqueda de un hueco en la armadura del dragón. Quería algo que nadie pensara
en tener que proteger, ya que tal vez creyeran que nadie en su sano juicio lo
atacaría.
Las
bahías de aterrizaje estaban protegidas, al igual que los vertederos de
desperdicios. Las torres de comunicaciones tenían escudos dobles e incluso
generadores de respaldo y dispositivos de protección contra sobrecargas para
impedir que cayera todo el sistema. Entonces seguí esa idea a través del
suministro de energía de toda la estación, desde los generadores hasta los
puertos de ventilación... ¡y ahí estaba! Los puertos de ventilación están
hechos para expulsar flujo de partículas y deshechos de los generadores, pero
están diseñados para funcionar sólo en un sentido... hacia fuera.
-¿Qué
ocurriría si se enviara energía hacia abajo por ese camino? –me pregunté a mí
mismo. Consulté al ordenador y todas las respuestas condujeron a nada, a más
sistemas de respaldo, o a que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera
lograrse un daño significativo.
Entonces
me aparté de la imagen y me froté los ojos. Ya iba acercándose la primera hora
de la mañana, y según todos los informes la Estrella de la Muerte no estaba muy
lejos. Eché una última mirada de reojo a los mapas y me incliné aún más hacia
atrás cuando mi silla cedió. Cayendo al suelo, evité por poco romperme el
cuello, y decidí que cuatro horas de sueño eran mejor que ninguna en absoluto.
Dije al holoproyector que se apagara y la imagen comenzó a desvanecerse. Me resigné
a que, si iba a morir ese día, al menos lo haría sin los ojos inyectados en
sangre por falta de sueño.
Y
entonces lo vi. Una larga y estrecha línea que iba desde el puerto de
ventilación justo hasta el núcleo del reactor. Ya había visto eso antes, pero
no desde lejos. La línea era perfectamente recta, como un punto de mira, o como
la hoja de un sable de luz dirigiéndose al corazón de la estación, el núcleo
del reactor. Me di cuenta de que si algo atravesaba ese tubo y golpeaba el
sensible e inestable núcleo del reactor, la estación entera estallaría.
Con
esperanzas momentáneamente renovadas, pregunté al ordenador qué tamaño tenía el
tubo.
-Dos
metros de diámetro –fue la respuesta.
Eso frustró en un instante mis esperanzas. Dos
metros era demasiado poco para que entrase un ala-X, y ninguna persona ni
droide que tuviéramos podría sobrevivir al flujo constante de materia
ultracaliente y energía que los puertos de ventilación estaban diseñados para
sacar al frío y oscuro vacío del espacio. Para el caso, lo mismo daría que fueran dos milímetros. Hasta los ordenadores de objetivos lo tendrían complicado para lograr un impacto en el puerto de ventilación.
-Cualquier
cosa serviría –murmuré para mí mismo-. Tan sólo un disparo...
Sonreí.
Un disparo directo, de los de uno entre mil millones de un piloto habilidoso, viajaría
limpiamente hasta las tripas del reactor. Después de todo, la superficie del
puerto de ventilación tenía que estar blindada contra rayos, para evitar que
los deshechos volvieran a entrar en la nave. La ironía era exquisita; si el
disparo daba en el blanco, sus propias protecciones garantizarían su
destrucción.
El
subidón de adrenalina me mantuvo despierto durante el resto de la noche
mientras cambiaba los planes de “suicidio y plegaria” a “señuelo y plegaria”.
Muchos hombres tendrían que morir para que uno de ellos tuviera éxito. Una persona
sólo mide dos metros de alto, y conseguir un impacto directo en alguien
mientras se sobrevolaba a velocidades subluz era algo casi inaudito.
Ciertamente, una ráfaga de disparos incrementaría las probabilidades de un
impacto, bien directamente o por el calor o la metralla que saliera despedida,
pero el puerto de ventilación tenía escudos por todos lados y disparar ráfagas
sólo causaría confusión e impediría una visión clara del objetivo. El atacante
debía ser capaz de ver si su disparo había dado o no en el objetivo. Debíamos
saberlo de inmediato para poder retirar de la zona las pocas fuerzas restantes
que nos quedaran, antes de la explosión subsiguiente.
Entonces me di cuenta de lo importante que era la esperanza. Aquel Caballero Jedi sólo pudo matar al dragón porque lo intentó. La Alianza sólo podría derrotar a la Estrella de la Muerte si lo intentaba. La Alianza tenía una oportunidad.
Entonces me di cuenta de lo importante que era la esperanza. Aquel Caballero Jedi sólo pudo matar al dragón porque lo intentó. La Alianza sólo podría derrotar a la Estrella de la Muerte si lo intentaba. La Alianza tenía una oportunidad.
Como
he dicho antes, el disparo fue de los de uno entre mil millones, y sólo hubo
una persona que resultó adecuada para ser la cabeza de lanza del ataque. Luke
Skywalker. Después de todo, ¿quién se parece más a un caballero de otros tiempos
que el aspirante a Jedi con un sable de luz? ¿Y quién mejor para matar a un
dragón invulnerable que un caballero de otros tiempos?
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