jueves, 11 de septiembre de 2014

Primeras impresiones

Primeras impresiones
Martin Wixted

El deslizador se abría camino lentamente por las calles abarrotadas. Docenas de seres de aspecto poco respetable deambulaban por el laberinto, ajenos al brillante deslizador con el emblema imperial. El lugar era cálido, los edificios no eran de mucha altura y se pegaban al suelo. De vez en cuando un estrecho callejón ofrecía sombras en toda su longitud, pero los soles gemelos se aseguraban de que las sombras no proporcionaran alivio para el calor. O el olor.
-No es gran cosa para la vista, ¿verdad? –suspiró el prefecto Eugene Talmont, abriéndose el cuello del uniforme.
El teniente Harburik alzó la mirada del panel de instrumentos.
-No, señor.
El soldado gesticuló rápidamente para apartar a un grupo de jawas. Las criaturas de túnicas marrones avanzaron junto al deslizador durante unos metros, golpeando el capó y farfullando entre ellos. El prefecto advirtió algunas moscas zumbando entre las capuchas de las criaturas enanas e instintivamente hizo una mueca de asco. Cuando el deslizador finalmente los dejó atrás, se volvió para mirar como los pequeños seres se alejaban en la distancia.
-Mmff. Si este es el asentamiento más importante del planeta, diría que destinarme aquí será un desperdicio de mi considerable talento. Uno creería que el viejo moff Julstan podría encontrar algún lugar más digno de mis talentos como negociador y de mi exquisita educación.
-Sí, señor. Es cierto que aquí no ocurre gran cosa.
Sólo hacía cinco minutos que Harburik le conocía, y ya lo odiaba. Decidió dejar que el prefecto descubriera por sí mismo la cantidad de actividad que bullía bajo la superficie de esa ciudad de aspecto apacible. Tal vez eso le haría perder algo de su arrogancia.
-Por cierto, ¿qué sabe acerca del motivo por el que el antiguo prefecto fe retirado de su puesto? He escuchado hablar de su incompetencia general y de sus peculiaridades, como malgastar fondos imperiales en producir miles de mapas locales para repartirlos gratuitamente a los visitantes; pero, en un planeta perdido como este, ese tipo de incompetencia general parece bastante inocuo.
-El prefecto Depp murió en la línea de acción, señor.
-¿En este planeta? –El prefecto Talmont se revolvió incómodo en su asiento-. Supongo que no fue alguna revuelta local.
-El informe fue un poco impreciso, señor –dijo Harburik, con su voz más cansina y molesta, disfrutando de la incomodidad del prefecto-. Algo sobre un droide asesino, según recuerdo.
-Oh. Oh… cielos. –Talmont palideció y se encogió en su asiento-. ¿Podemos poner el techo de la cabina? Sí, la cabina, eso es. Revisaremos mejor el despliegue policial actual una vez que lleguemos a mi oficina. Oh, cielos.
El teniente sonrió mientras dirigía el deslizador hacia la nueva oficina del prefecto.

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