Se acabó la libertad
Pablo Hidalgo
La tenue iluminación de la sala de mando de la fragata proyecta largas
sombras en el ya preocupado rostro del general Rieekan.
-¿Aún no hay noticias? –dice, después de un largo silencio.
-Nada, señor –responde el comandante Derlin, mirando fijamente un
brillante mapa táctico. En él, girando lentamente como un acuario imposible, se
ven los brillantes trazos verdes de la representación holográfica de la flota
rebelde congregada-. El Cueva del Tesoro
ya lleva 36 hora estándar de retraso y no ha llegado a su punto de encuentro.
Rieekan camina alrededor de la consola, con pasos lentos.
-¿Y el estado de nuestros suministros?
-Apenas tenemos suficiente gas bláster para abastecer a las naves
presentes –dice Derlin-, y eso sin contar siquiera a las que aún tienen que
presentarse.
-Muy bien –dice Rieekan, mirando a Derlin directamente a los ojos-.
Será mejor que enviemos al Corredor
Externo.
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