Los
jugadores de holoajedrez divorano
Simon Smith y
Eric Trautmann
Ah, sí, Hart Daele. Sí, recuerdo a Daele muy bien.
Un hombre encantador. Aburrido, desde luego. Ya sabes cómo pueden llegar a ser
los teóricos matemáticos; imagina un Jedi
teórico matemático. Aburrido no es la palabra.
En esa época yo vivía en Damualer Triac con mi
segunda esposa, Hannah, y él estaba en la provincia de Samarine, a unos siete
kilopársecs de distancia. Nos habíamos enfrascado en una competición de
holoajedrez divorano. Conoces el juego, ¿verdad? Cada jugador controla quince
ejércitos holográficos en un tablero de juego multinivel, y el objetivo es
capturar las quince piezas de Emperador del oponente. Hacia el final, el
pequeño ábaco andante me iba ganando por dos partidas de ventaja.
En cualquier caso, nos costó un poco llegar a
conocer el estilo de juego de cada uno, unos cinco años o así, pero después de
eso, siempre que él pensaba que yo no me estaba concentrando, usaba un
ordenador para hacer sus movimientos. Yo siempre podía darme cuenta; la calidad
del juego descendía considerablemente. De eso se trataba, claro; un suave
empujón para hacer que yo jugase mejor.
Oh, vaya. No había mucha gente que pudiera rivalizar con Daele en el ajedrez
divorano... Ciertamente, me hizo trabajar bastante duro.
¿Por dónde iba? Ah. En esa época allí solía haber
un precioso bosque a unos dos kilómetros al sur de mi casa, y solía ir paseando
hasta allí con regularidad. Y siempre, justo cuando pasaba junto a ese Roble
Milenario deformado por las tormentas, solía escuchar su vos etérea, procedente
de ninguna parte, diciendo “Lancero a Segundo Plano de Reina 4” –solía utilizar
la antigua notación de ajedrez,
¿sabes?- y yo siempre solía quedarme quieto, alzar un dedo, y decir “Debería
anotar eso” antes de continuar mi marcha. Seguimos con esa rutina durante casi
cuarenta años...
No, nunca ha sido cierto que los Jedi sólo tengamos
visiones a través de las distancias estelares. Daele y yo jugamos treinta
partidas de ajedrez como esa, y eso requiere telepatía proyectiva... Todos
nuestros límites vienen de nosotros mismos. Ahorra una fortuna en facturas de
comunicaciones...
Yo solía enviarle mi respuesta justo antes de que
se fuera a sentar a cenar. Él tenía el tablero de ajedrez en sus aposentos privados
–un bonito conjunto de cristal, el suyo- y eso significaba que podía hacer el
movimiento en su tablero tan pronto como yo se lo decía.
¿La pintura? Oh, sólo es mi pequeño hobby. Siempre
me ha gustado el ajedrez, y disfruto de la pintura holográfica... He realizado
varios tableros en distintos estilos, con diferentes fondos. Ese fue complicado
porque las piezas son muy reflectantes y tienen esas formas extrañas y retorcidas,
lo que significa que los reflejos del planeta que hay tras ellas aparecen en
algunos lugares extraños. Oh, no, es demasiado frío para la sala de estar, pero
aquí queda bastante bien. Mi mujer dice que no le gusta porque se queda
mirándolo fijamente durante horas sin poder encontrarle ningún sentido. Tiende
a hacer que la gente se sienta... incómoda. Oh, bueno. En realidad es una
posición de jaque, pero la ilusión hace que sea difícil de interpretar. Algún
día lo regalaré a alguien, cuando encuentre a alguien que lo merezca.
Creo que ya basta de holoajedrez divorano por
ahora. Toma algo más de licor de especia, y te hablaré acerca del resto del
clan...
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Fragmento de “Una entrevista con Haaran Balmor,
Maestro Jedi”, del libro de Madelein Aurin Héroes
de la República, Prensa Estelar Sarlain, 96.72 (Prohibido ahora en todos
sus formatos)