El calvario
de Boba Fett
Michael Allen
Horne
Los restos aún emanaban humo acre mientras Dengar
avanzaba lentamente cerca del pozo de Carkoon. Abriéndose camino entre
fragmentos, podía ver lo mal que habían ido las cosas. No la batalla, aunque
había sido bastante feroz; había visto muchas batallas. Era lo que quedó
después lo que le daba escalofríos. Tatooine tenía leyendas acerca de criaturas
nocturnas y lo que hacían a las ocasionales almas perdidas. Nunca volvería a
dudar de ese tipo de relatos. Y tampoco pasaría allí ni un día más de lo
necesario. Si no hubiera estado reponiéndose de un exceso de vino especiado
zeltron, ya hace mucho que se habría marchado.
Sin embargo, el destino actuaba de forma curiosa.
Boba Fett nunca había sido muy dado a beber, y quería un asiento de primera
fila para la ejecución de Solo y Skywalker. Para cuando Dengar se hubo
recuperado, el grupo de la gran ejecución ya había partido hacia el único punto
realmente turístico del sistema. Se rumoreaba que Jabba había salido a horas
intempestivas sólo para apreciar su propia maldad.
Pero las cosas fueron muy mal en ese viaje en
particular. Después de ese último mensaje confuso, cundió el pánico en el
castillo. La mitad de la gente supuso que los tusken tuvieron suerte e iban a
llegar para acabar el trabajo; el resto se tragó esa historia absurda de los
gamorreanos acerca de Vader disfrazado.
Cualquier idea de un equipo de rescate murió cuando
un virus informático temporizado hizo estragos en los ordenadores de las
mazmorras y cientos de los peores cautivos de Jabba escaparon sin control.
Normalmente los matones de Jabba podían ocuparse de eso incluso dormidos, sólo
que en ese momento la mayoría de ellos ya era alimento para los dragones krayt.
Dengar supuso que podría haber ayudado, pero no
iban a pagarle, por lo que no se ofreció a hacerlo. Se ocultó en el pozo vacío
del rancor durante unas pocas horas hasta que los supervivientes escaparon o se
cobraran la débil venganza que aún pudieran. Mientras tanto, Dengar comenzó a
trazar un plan.
Se le ocurrió que un señor del crimen tan poderoso
como Jabba tendría muchas riquezas por ahí. Hmmm...
Para cuando Dengar terminó de registrar el palacio,
supuso que la mayor parte de las riquezas de Jabba estaban ocultas en una
docena de residencias privadas por toda la galaxia. Incluso las cámaras
privadas de Jabba en el palacio eran precisamente eso: privadas. Puertas
selladas magnéticamente en una cámara construida con planchas de casco de
acorazado.
La única forma de entrar era con el chip de
identidad. Por supuesto, Jabba nunca dejaría algo tan valioso fuera de su
vista. Dengar supuso que probablemente lo llevaba consigo cuando le mataron.
Sólo había una forma de averiguarlo.
Al alba, robó un esquife. Desde luego, robarle a un
hutt era mala idea, pero inmediatamente pensó que alguien acababa de hacer algo
considerablemente peor y había escapado. Así que ahí estaba, en el punto menos
placentero del universo...
Dengar comprobó el macrodetector de bestias una vez
más, con la esperanza de que el polvo no lo hubiera arruinado ya todo. Estaba
obteniendo algunas lecturas extrañas, algo a unos cien metros de distancia, y
todo lo que podía ver era arena y cráter. Probablemente un nido de termitas de
roca, o algo.
O algo...
En la distancia estaba la ardiente mole de la
barcaza velera de Jabba. Un reptador de arena jawa ya había llegado rodando
hasta él y los odiosos carroñeros ya estaban arrancando placas del casco y
piezas de maquinaria medio fundida de los restos.
Dengar se rio. ¿Quién habría pensado que Jabba, el
mayor gánster de los Bordes Exteriores, acabaría como un objeto decorativo para
un mercader de droides usador? Dengar aminoró la velocidad de su esquife para
acercarse a la barcaza de vela, preparando su rifle bláster. Era el momento de
mostrar a los jawas quién era el jefe. Entonces vio la llamarada. ¿Quién más
podría ser salvo...?
Revolucionando los motores, se acercó rápidamente y
vio... a Boba Fett.
Bueno, supuso que era Boba, ya que nunca lo había
visto sin armadura ni ropa. Por su aspecto actual, ése era un hábito que
preferiría mantener.
-Boba, ¿qué ha pasado aquí?
-...no... me... llames... ehhhhhhh...
Ciertamente era Fett, cerca del borde de una
grieta. Tenía un aspecto horrible, lleno de ampollas y cubierto con alguna
clase de material fibroso con nódulos, como el interior de un melón wyyk.
Mientras Dengar avanzaba por el borde, por un instante creyó ver el casco de
Fett desaparecer por un agujero más allá del borde.
Fett seguía agarrando alguna especie de pistola de
bengalas, aunque no era nada que Dengar pudiera reconocer. Allí fuera, al otro
lado del borde, unos cientos de metros más abajo, había un montón de fragmentos
metálicos. Debía ser un vertedero jawa, si es que tal cosa existía. Fett estaba
rodeado de docenas de fragmentos de metal, corroídos, suaves y brillantes.
Subiéndolo a bordo, notó el olor y casi deja a Fett
allí mismo. Esa clase de olor hacía que quisieras volarte la nariz.
Poco después, estaban de vuelta. Le había
administrado a Fett cuatro inyecciones estimulantes, sin efectos visibles salvo
empeorar las convulsiones. Una vez que llegaron al castillo, trató de lavarlo,
pero no funcionó. La materia fibrosa, fuera lo que fuese, era tan correosa que
tuvo que cortarla con una vibrohoja.
Mientras los droides médicos atendían a Boba,
Dengar pudo ver sus heridas con más claridad. Esas no eran heridas de batalla;
eran marcas de succión, como las de los calamares del éter de Gyndine, que
moteaban su cuerpo. De acuerdo con el droide, estaban conectadas con las venas
y arterias de Fett. Se trataba de algún tipo de intercambio sanguíneo. No cabía
duda, Boba había sido engullido por el mismísimo sarlacc.
Extrañamente, los desmayos de Fett no eran debidos
a la insolación o a la sed. Fett estaba aparentemente bien alimentado, dado que
había toda clase de proteínas alimentarias en su sangre. El problema era una
reacción alérgica a grupos sanguíneos extraños en su sistema, combinados con
cantidades industriales de neuro-toxina. Preguntó al droide acerca del intercambio
de sangre.
La única teoría que tenía era que el sarlacc no
podía digerir su propia comida sin ayuda, así que introducía su sangre en sus
víctimas, y la sangre rompía lentamente sus proteínas, antes de volver al
sarlacc. De algún modo, la sangre proporcionaba a las víctimas suficientes
nutrientes para mantenerlos vivos, de modo que el Sarlacc tuviera una fuente
constante de alimento.
Mientras tanto, las pobres victimas iban dando
vueltas y se disolvían lentamente.
Dengar se estremeció mientras el droide seguía
hablando, pensando en las muestras genéticas de la sangre de Boba. Algunas de
ellas coincidían con tipos que Jabba había condenado años atrás. Toda esa
cantinela de “digerido durante mil años en el vientre del sarlacc” era cierta,
y Boba había estado justo allí. Le causaba escalofríos.
Un mes más tarde, Fett salió de su coma. Dengar prefirió
no interrumpirle mientras le escuchaba hablar de planes de fuga con tipos que
llevaban muertos diez años. O que deberían llevar muertos diez años. Cuando
Fett volvió a comer sólido, hablaron.
-Pensé que nadie había salido jamás de esa cosa...
-Todos trataban de salir del modo más obvio. Yo no.
Todos ellos buscaban la salida: yo creé mi
salida.
Dengar había intentado convencer a Boba de no
volver, pero no lo consiguió. Cruzando el Mar de Dunas, se acercaron al claro.
Una forma oxidada estaba medio cubierta por la arena. Flotaron sobre la única
tumba que Jabba tendría jamás. Tres kilotones era excesivo, incluso para los
estándares de Dengar, pero era bueno ver a Fett tan vengativo: demostraba que
estaba volviendo a la normalidad.
Conforme Tatooine desaparecía de los escáneres, el
ordenador de navegación mostró las coordenadas de Nar Shadaa mientras calculaba
el salto al hiperespacio. Dengar vio cómo Fett se relajaba por primera vez en
semanas.
Ahora era el momento de ajustar cuentas.