El amor del cobarde
Kathy Tyers
-Mujer, eres una amenaza para la sociedad –dijo Wilek
Nereus.
Orn Belden apretó los puños, sujetos en su regazo
con un par de fríos grilletes. Miró indefenso desde el otro lado del escritorio
de marfil de Wilek Nereus. Eppie estaba sentada bajo un marco compuesto por
colmillos, con la espalda erguida y mirada penetrante.
-Viniendo de usted, gobernador –respondió la
mujer-, eso es todo un cumplido.
Nereus hizo girar su silla.
-Pero el Senado Bakurano sigue necesitando un líder
para la oposición leal. Estoy dispuesto a ser indulgente... contigo, Belden. No
con ella.
Orn se avergonzó por sentirse aliviado.
-Por favor –murmuró-. Deje que Eppie se vaya.
Nereus alzó una ceja.
-¿El valiente líder de la resistencia se debilita?
-Orn, no –exclamó Eppie-. No después de todo lo que
hemos...
Orn meneó la cabeza. No le gustaba la sonrisa que
se extendía desde los ojos hasta la boca de Nereus, levantando sus labios. Esa
curva mostraba más crueldad que buen humor.
-Puedo ejecutar a tu esposa –dijo con calma-, o
bien asegurarme de que ya no me causa más problemas. Has sido todo un problema,
mujer.
Eppie soltó un bufido.
-El Imperio no sabe qué hacer con las mujeres
inteligentes.
-Elige, Belden –ordenó Nereus.
Orn había celebrado 164 cumpleaños, 101 de los cuales
habían sido en compañía de Eppie. Sus sentidos se habían apagado –le habían
realizado siete trasplantes oculares, y su audición estaba mejorada con
amplificadores acústicos ocultos-, pero si Nereus ejecutaba a Eppie, la vida no
incluiría nada del placer que deseaba.
El gobernador había encontrado su punto débil.
-Orn –le reprendió Eppie-. Déjame morir por Bakura.
Así Nereus no podrá controlarte.
-Ah. –Nereus posó las palmas de sus manos sobre el
escritorio-. Pero tú no quieres perderla, ¿verdad?
Orn negó con la cabeza, rápidamente y con fuerza.
-Entonces propongo una operación menor. No afectará
a sus reflejos... ni disminuirá su belleza. –Arrugó los labios y la nariz-.
Pero impedirá que me suponga una amenaza, y yo me mostraré generoso y
magnánimo. ¿Trato hecho?
Eppie abrió los ojos como platos. Orn casi podía
sentir cómo se mordía la lengua.
-¿Qué clase de operación menor? –El miedo secó la
boca de Orn.
-Sin detalles, Belden. Sólo prometo que será más
fácil para ella. Indoloro. O... ¿debo ordenar su ejecución?
Orn trató de tragar saliva. Era demasiado cobarde
para dejar que Nereus matara a Eppie si quedaba alguna oportunidad. Al
contrario que los seguidores del Equilibrio Cósmico, él y Eppie no creían en
ninguna vida eterna. La muerte acababa con todo.
Orn pudo ver en los ojos de Eppie que ella ya había
dicho todo lo que iba a decir. Ella estaba dispuesta a morir, pero no quería
que él sufriera. Orn sintió un nudo en el estómago. Se secó el sudor de la
frente.
Delicadamente, Wilek Nereus se frotó las manos
enfundadas en guantes negros.
-En mis manos, los sediciosos mueren por cuestión
de milímetros.
Orn toquiteó sus grilletes. No debía pensar en el
sufrimiento de Eppie. Debía pensar en Bakura. ¿Qué significaría para el senado su
elección? Si Eppie vivía, Nereus podría amenazarla una y otra vez,
controlándole, influenciando las decisiones en Bakura. La valerosa Eppie estaba
dispuesta a morir. ¿Acaso no debería dejarla marchar?
Pero la amaba. Inclinó la cabeza. No podía mirarla.
Evidentemente, el amor de un cobarde carecía de valor... pero el amor era todo
lo que le quedaba.
-No la ejecute, Nereus.
-¿Es esa tu elección?
-Sí. Pero sea delicado, o juro que le mataré.
-Ah. .Nereus mostró a Eppie una sonrisa como la de
una serpiente saludando a un roedor acorralado-. Tienes razón, Belden. Yo
también querría que mi pareja fuera tratada con delicadeza. Puedes quedarte a
mirar... para asegurarte de que mantengo mi palabra. –Se puso de pie-. Sigamos
esta conversación en la clínica.
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