Fiscal del Equilibrio
Kathy Tyers
Dol Captison observaba con tristeza cómo su hija
menor Ylanda volvía con paso cansado a la mesa del comedor, con los hombros
abatidos por la derrota. Se desplomó en su asiento y miró fijamente su postre,
que había comenzado a derretirse.
-¿Te has calmado? –preguntó con voz suave Marga, la
esposa de Dol-. ¿Llamaste a alguno de los zanazi?
Los ojos verdes de Marga estaban enmarcados en
arrugas de preocupación; una sensación de tristeza inundaba lentamente su
rostro.
Ylanda apartó un mechón de cabello rubio de sus
ojos, pero no contestó. A sus 14 años, era más alta y pesada que Marga o su
hermana mayor Gaeriel. Dol suponía que probablemente la había mimado demasiado
durante años, creyendo que este día llegaría demasiado pronto... para todos.
Así había sido. Junto al vaso de Ylanda, se
encontraba un pequeño cuenco dorado vacío. Dol y Marga habían elegido.
-Lo siento, Landy –dijo Gaeriel, sentada en la mesa
frente a Ylanda. Bajo la mesa, sostenía una pequeña pluma blanca. La acarició
con un dedo-. No pretendía...
-Presumir –completó Ylanda.
Gaeri se ruborizó, claramente avergonzada. Tenía 16
años, a punto de graduarse en la Escuela Preparatoria de Gesco. La semana pasada,
se habían realizado las largamente aguardadas pruebas de aptitud. Como Dol y
Marga esperaban, la puntuación de Gaeri fue considerablemente elevada. Esa
noche, habían dado a sus hijas el Cuenco y la Pluma que simbolizaban los
caminos que debían seguir para el resto de su vida. Gaeriel recibiría la educación
ofrecida en la Academia Senatorial de Bakur en Salis D’aar, e Ylanda...
Dol sintió un nudo en el estómago. Tanto él como
Marga habían crecido con la Pluma. En la Vida Futura (si existía realmente),
renunciarían a las ventajas que habían disfrutado en vida. El Equilibrio había
decretado que Yeorg, el hermano de Dol, llevaría el Cuenco en su generación,
pero había abandonado la Fe.
Tal vez Ylanda también lo hiciera. Esa noche, Dol
comprendió cómo habrían sufrido sus propios padres al darle a Yeorg un pequeño
cuenco dorado como única herencia. Un cuenco como el de Landy proporcionaba a
su dueño un lugar en un Hogar Sencillo, donde él –o ella- pasaría el resto de
su vida. Dol había quedado conmocionado al recibir la pluma. Pensaba que Yeorg
obtendría mayor puntuación en las pruebas. Obviamente, Yeorg también lo pensaba.
Abandonó su hogar y nunca miró atrás.
-Este es el camino de la vida, niñas. –Marga apartó
su plato-. La oferta es generosa. Todos los gastos de Gaeri serán cubiertos.
Podrá quedarse con el tío Yeorg.
Tocó la rolliza mano de Ylanda.
-La tuya es una llamada más delicada, Landy.
El cabello rubio le había caído sobre los ojos.
-Dentro de mil años, lo tendré todo. Y ella no
tendrá nada.
-Nada no, querida –dijo Marga, alzando una fina
ceja-. No quedará despojada de todo, como si fuera...
-¿Cómo si fuera un Jedi? –interrumpió animadamente
Gaeri. El día anterior, en el Hogar Sencillo, un zanaz había predicado acerca
de los extremos: los Jedi tomaban tanto en esta vida, que el Equilibrio
decretaba que no tendrían nada en la Vida Futura.
Dol asintió, y luego miró fijamente a Gaeriel para
asegurarse de que entendía lo que significaba el sacrificio de Ylanda. Eran una
familia, un todo, un Equilibrio.
-Este es el camino de la vida... aceptar lo que se
nos ofrece. El Equilibrio debe preservarse en todas las cosas.
Gaeri sonrió.
-Padre, tú diste mucho de ti mismo. Yo haré lo
mismo. Lo prometo.
Ylanda hizo una mueca.
-No puedes pagar de antemano la siguiente Vida. Yo
sí puedo. Los zanazi dicen...
-Landy –dijo Dol con firmeza-, ya basta de hablar
del tema. Termínate la comida.
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