viernes, 2 de octubre de 2015

Un sedicioso menos

Un sedicioso menos
Kathy Tyers

El rostro de la princesa rebelde flotaba en la memoria de Wilek Nereus, provocándole. Se le había sentado sobre el pecho y le había presionado sus sensibles fosas nasales con las afiladas esposas hasta que comenzaron a manar lágrimas de sus ojos. Cuando sus lentos hombres reaccionaron y finalmente la aturdieron, quería pisotearle esa cabeza llena de gravilla. Pero había aprendido a ser paciente. Ese era el poder definitivo. Podía esperar.
Sin embargo, alguien iba a pagar. Tenía el pecho, el abdomen, la espalda y la nariz doloridos y entumecidos.
Seguido por dos soldados de la armada, caminó con paso firme hacia una celda de detención en el sector de Oficinas Imperiales. El Supervisor Médico Yanglan corrió hacia él.
-¡Deprisa! –exclamó el especialista en interrogatorios, con su poblado bigote-. Sólo aguantará unos pocos minutos.
Nereus caminó ligeramente más rápido. Esta vez habían atrapado a Orn Belden implicado de lleno, sin posibilidad de librarse o evitar su castigo.
Entró en la celda de retención. El corpulento humano yacía esposado en una mesa en el centro. Las líneas rojas y verdes del monitor en una de las paredes no significaban gran cosa para Nereus, peri cuando Yanglan las vio, hizo una mueca.
-Hazlo –ordenó. Su ayudante abrió una válvula instalada en un tubo que terminaba en el bíceps de Orn Belden.
Afróntalo como un hombre, Belden. Nereus se acercó unos pasos. Observó el rostro del anciano. Belden yacía con la boca abierta, jadeando con esfuerzo. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente y sus mejillas rojizas.
Abrió los ojos.
-Hola, Nereus –jadeó-. No tengo nada que decirle. Voy a morir. Ya era hora, supongo.
Nereus miró al médico.
-¿Va a...?
Yanglan echó un vistazo al monitor de la pared.
-Vivirá varios minutos. Tiene más estimulantes que plaquetas en su corriente sanguínea, y el loquasin va de camino a su cerebro. En dos segundos comenzará a hablar. No parará hasta que todo haya acabado.
-¿Estás seguro?
El médico asintió.
-También se le ha administrado una potente dosis de tres estimulantes cardiacos. Lo perderá en el instante en que pase su efecto.
Nereus sonrió.
-Así que ya está muerto. Sólo que aún no lo sabe.
Yanglan retrocedió unos pasos, frunciendo el ceño.
-No hable conmigo. Hable con él.
Nereus se inclinó sobre el sudoroso rostro de Belden. Podría preguntar si había alguna relación entre el “amplificador de voz” de Belden y los recientes fallos de vigilancia. Podría preguntar nombres de otros subversivos. Líderes de células. Registros. Planes. Quería información.
Pero podía obtener información en cualquier parte. En ese momento, lo único que quería era ver a alguien retorcerse de dolor. No podía descargar su ira sobre Leia Organa; y puede que todavía necesitase a Yeorg Captison en la estructura de poder bakurana, si Captison seguía dispuesto a claudicar.
Belden moriría como chivo expiatorio.
-Base de datos –exclamó Nereus al aire-, graba.
-Grabando –respondió una suave voz masculina.
-Habla, Belden –ordenó Nereus-. ¿Quién trabaja contigo en la resistencia?
Para su asombro, Belden comenzó a cantar.
-Siempre puedes distinguir a un tipo del COMPNOR por el modo en que muerde su cuchara...
-Detente –ordenó Nereus. Los segundos iban pasando. Belden aún no sufría.
-Y por el modo en que las plumas nacen de su mandíbula cuando aúlla a la luna...
Nereus se quitó un guante. Golpeó la mejilla de Belden con tanta fuerza que le dolió su propio codo.
Belden enseñó los dientes y se lanzó hacia la mano de Nereus. Falló por escasos centímetros.
Mordedura humana: ¡riesgo de infección! Nereus volvió a ponerse el guante.
-¿Quién trabaja para ti, Belden?
-Oh, les pateamos el trasero en Yavin y los escombros brillaron durante días...
¿Dónde había aprendido esa repugnante cantinela?
-Yanglan –dijo Nereus mirando al otro lado de la mesa-. Bastón aturdidor.
-No creo que deba...
-Hazlo.
El supervisor médico se puso de rodillas y rebuscó debajo de la mesa.
Belden giraba la cabeza de un lado a otro, sonriendo a los muros.
-He esca-apado –cantó-. Bakura irá con los rebeldes. Bakura irá con...
Yanglan se puso en pie, blandiendo una larga vara metálica. Nereus se apoderó de ella. Golpeó la nariz de Belden.
-Deja de cantar –gruñó.
Belden trató de esquivar el bastón.
-Bakura irá con los rebeldes –repitió-. Puedes retrasarlo, pero no puedes impedirlo.
Luego volvió a cantar con rechinante voz de barítono:
-Oh, el gobernador de Salis es un hombre muy trabajado-o-or...
Nereus activó el bastón y golpeó con él el oído de Belden. Belden dejó escapar el aire de su garganta con un estertor. Entonces hizo una mueca, separando por completo los labios de los dientes. Su cuerpo se sacudió en espasmos durante dos segundos... y entonces se relajó. En el monitor de la pared, luces rojas parpadearon salvajemente.
El Supervisor Médico Yanglan y su ayudante se quedaron inmóviles en posición de firmes.
-Resucítalo –ladró Nereus.
-Lo siento, señor –comenzó a decir Yanglan-, pero los estimulantes...
-Cállate.
Nereus apoyó el bastón en el pecho de Belden. Belden no se movió. Nada.
Qué decepción.
Nereus impediría que Bakura fuera con los rebeldes. Lo había impedido en otros mundos, sólo con unos pocos millones de pequeñas criaturas como aliados. Bakura era suya. Necesitaba agarrarla con más fuerza.
-Calculaste mal, Yanglan –gruñó.
Sabiamente, el médico se abstuvo de protestar.
-Sí, señor.
-Pronto tendrás más pacientes. Divide la sala principal. Necesitarás al menos 20 mesas. ¿Cómo estás de suministros?
-Loquasin, bien. Bavo Seis, adecuado.
-¿OV600?
-Sólo unas pocas ampollas.
Nereus se frotó la cara.
-Si te quedas corto, el clásico terror sigue siendo efectivo. ¿La princesa ha recobrado la consciencia?
Yanglan repitió la pregunta por un comunicador. Nereus escuchó la respuesta:
-Aún no, señor.
Nereus estudió el cadáver. Había esperado durante años poder castigar finalmente a Orn Belden. Sólo lamentaba que Belden no hubiera sufrido más.
-¿Debo traer al otro prisionero? –preguntó el teniente naval que vigilaba la puerta-. ¿A Captison?
Nereus estiró los hombros.
-No, hagamos esperar al primer ministro. Diga a los medios que Orn Belden murió de... médico, ¿de qué habría muerto, si tú no lo hubieras matado?
-Hemorragia cerebral, señor.
-Hágalo así, teniente. Estaré en mi oficina.

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