Chiilak |
Del diario de
Jio Gihal, xenobiólogo en Misnor
Bill Smith
Bill Smith
Después de
semanas de búsqueda de chiilaks, hoy mi paciencia fue recompensada... con
creces. Mi misión de investigar la migración y hábitos de vida de los chiilak
hasta ahora había sido infructuosa. La zona estaba repleta de esquifes de caza,
todos ellos en busca de los pocos chiilaks que quedan en el Mar Berr del Norte.
Yo me había dirigido a una pequeña bahía con la esperanza de que algunos
chiilaks se hubieran ocultado allí, pero mi equipo subsónico no había detectado
rastro de ellos bajo la superficie.
Después de tres
horas de observación sin resultados, decidí comer algo y moverme a otra zona.
Comenzaba a soplar viento desde el océano, y estaba claro que se avecinaba una
fuerte tormenta para cuando cayera la noche. Tendría que regresar al poblado de
los cazadores.
Apenas acababa
de abrir mis paquetes de comida cuando el sistema de detección registró tres
objetivos moviéndose a unos 50 metros por debajo del agua. Seguí el avance de
los objetivos, y vi que estaban saliendo a la superficie a no más de 300 o 400
metros de mi esquife de investigación.
Sacando mis
macrobinoculares, me centré en ellos: tres chiilaks jóvenes. Sólo medían un
metro de largo, más o menos, aún no habían llegado ni a la mitad de su
crecimiento, y estaban jugueteando en el agua. Unos minutos después, nadaron a
tierra y se dirigieron a unos pequeños arbustos de bayas telo a unos 10 metros
tierra adentro. Se alimentaron lentamente, tomándose también tiempo para
descansar de lo que debía haber sido un esfuerzo agotador al nadar. Mientras observaba,
detecté otro objetivo en el escáner subsónico... ¡Este era mucho mayor y se
dirigía directamente hacia mi esquife repulsor!
Agarré mi
aturdidor, aunque sabía que probablemente no serviría de mucho contra un
chiilak totalmente desarrollado. Contuve la respiración mientras esperaba a que
emergiera. El agua me salpicó cuando el adulto asomó la cabeza por encima del
agua: ¡el adulto estaba sólo a dos metros del esquife! Me observaba
detenidamente, como con cautela, pero sin temor.
Me pregunté qué
iba a pasar. Había escuchado historias de ataque de los chiilaks sobre seres
solitarios, o incluso contra naves de caza. No sabía qué hacer, así que hice lo
obvio: permanecí inmóvil.
Me miró
fijamente durante varios largos minutos con esos ojos dorados que nunca
parpadean. De pronto, algo atrajo su atención un instante y se volvió y ladró a
los tres cachorros de la playa... ¡El ruido era ensordecedor! Emitió un agudo
silbido y ladró de nuevo, golpeando la superficie del agua con sus patas
delanteras. Entonces, tan rápidamente como había llegado, el adulto se zambulló
de nuevo, mientras los tres cachorros corrían hacia el agua torpemente. Justo
cuando se desvanecieron las ondulaciones de sus zambullidas, escuché el
familiar zumbido de un motor repulsoelevador: un esquife de caza.
Di media vuelta
a mi esquife y salí a toda velocidad al encuentro de la otra embarcación. El
capitán, un hombre joven de unos veintipocos años, me preguntó si había visto
algún chiilak, indicando que había una recompensa de 100 créditos si le ayudaba
a cazar alguno.
Traté educadamente
de hacer que se marchara, diciéndole que no había visto ninguno y que sólo
estaba observando parte de la vida salvaje para una oficina de turismo local.
Pareció aceptar a pies juntillas mi respuesta, y ordenó a sus dos tripulantes
que condujeran el esquife de vuelta a mar abierto.
En cuanto volví
a encontrarme solo, vi que las nubes comenzaban a agruparse en el cielo. Era
demasiado simbólico para mi gusto: la calma antes de la tormenta, la calma
antes de que la gente de aquí cazara chiilaks hasta su extinción. Vi una
ondulación en el agua justo a mi izquierda. La cabeza del adulto emergió en la
superficie, y una vez más esos cautivadores ojos dorados me miraron fijamente.
Con un resoplido, la criatura volvió a hundirse bajo el agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario