lunes, 23 de noviembre de 2015

Del diario de Jio Gihal, xenobiólogo en Misnor


Chiilak
Del diario de Jio Gihal, xenobiólogo en Misnor
Bill Smith

Después de semanas de búsqueda de chiilaks, hoy mi paciencia fue recompensada... con creces. Mi misión de investigar la migración y hábitos de vida de los chiilak hasta ahora había sido infructuosa. La zona estaba repleta de esquifes de caza, todos ellos en busca de los pocos chiilaks que quedan en el Mar Berr del Norte. Yo me había dirigido a una pequeña bahía con la esperanza de que algunos chiilaks se hubieran ocultado allí, pero mi equipo subsónico no había detectado rastro de ellos bajo la superficie.
Después de tres horas de observación sin resultados, decidí comer algo y moverme a otra zona. Comenzaba a soplar viento desde el océano, y estaba claro que se avecinaba una fuerte tormenta para cuando cayera la noche. Tendría que regresar al poblado de los cazadores.
Apenas acababa de abrir mis paquetes de comida cuando el sistema de detección registró tres objetivos moviéndose a unos 50 metros por debajo del agua. Seguí el avance de los objetivos, y vi que estaban saliendo a la superficie a no más de 300 o 400 metros de mi esquife de investigación.
Sacando mis macrobinoculares, me centré en ellos: tres chiilaks jóvenes. Sólo medían un metro de largo, más o menos, aún no habían llegado ni a la mitad de su crecimiento, y estaban jugueteando en el agua. Unos minutos después, nadaron a tierra y se dirigieron a unos pequeños arbustos de bayas telo a unos 10 metros tierra adentro. Se alimentaron lentamente, tomándose también tiempo para descansar de lo que debía haber sido un esfuerzo agotador al nadar. Mientras observaba, detecté otro objetivo en el escáner subsónico... ¡Este era mucho mayor y se dirigía directamente hacia mi esquife repulsor!
Agarré mi aturdidor, aunque sabía que probablemente no serviría de mucho contra un chiilak totalmente desarrollado. Contuve la respiración mientras esperaba a que emergiera. El agua me salpicó cuando el adulto asomó la cabeza por encima del agua: ¡el adulto estaba sólo a dos metros del esquife! Me observaba detenidamente, como con cautela, pero sin temor.
Me pregunté qué iba a pasar. Había escuchado historias de ataque de los chiilaks sobre seres solitarios, o incluso contra naves de caza. No sabía qué hacer, así que hice lo obvio: permanecí inmóvil.
Me miró fijamente durante varios largos minutos con esos ojos dorados que nunca parpadean. De pronto, algo atrajo su atención un instante y se volvió y ladró a los tres cachorros de la playa... ¡El ruido era ensordecedor! Emitió un agudo silbido y ladró de nuevo, golpeando la superficie del agua con sus patas delanteras. Entonces, tan rápidamente como había llegado, el adulto se zambulló de nuevo, mientras los tres cachorros corrían hacia el agua torpemente. Justo cuando se desvanecieron las ondulaciones de sus zambullidas, escuché el familiar zumbido de un motor repulsoelevador: un esquife de caza.
Di media vuelta a mi esquife y salí a toda velocidad al encuentro de la otra embarcación. El capitán, un hombre joven de unos veintipocos años, me preguntó si había visto algún chiilak, indicando que había una recompensa de 100 créditos si le ayudaba a cazar alguno.
Traté educadamente de hacer que se marchara, diciéndole que no había visto ninguno y que sólo estaba observando parte de la vida salvaje para una oficina de turismo local. Pareció aceptar a pies juntillas mi respuesta, y ordenó a sus dos tripulantes que condujeran el esquife de vuelta a mar abierto.
En cuanto volví a encontrarme solo, vi que las nubes comenzaban a agruparse en el cielo. Era demasiado simbólico para mi gusto: la calma antes de la tormenta, la calma antes de que la gente de aquí cazara chiilaks hasta su extinción. Vi una ondulación en el agua justo a mi izquierda. La cabeza del adulto emergió en la superficie, y una vez más esos cautivadores ojos dorados me miraron fijamente. Con un resoplido, la criatura volvió a hundirse bajo el agua.

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