Los mecanismos del poder
Jason Fry
-¡Almirante! ¡Las naves rebeldes están acelerando a velocidad de ataque por
todo el frente!
Al escuchar el informe gritado por el teniente Habbel, los rostros en los
pozos de tripulación del Vigilancia se apartaron de sus estaciones de trabajo y equipos sensores para
alzar la mirada hacia la almirante Rae Sloane, que se encontraba de pie,
observando a través de los ventanales de su Destructor Estelar el caos sobre la
luna boscosa de Endor.
Sloane sabía que
su rostro no demostraba ninguna expresión... del mismo modo que sabía que sus
manos enfundadas en guantes negros estaban inmóviles a su espalda, cerca de la
funda de su pistola cromada, y sus lustrosas botas negras estaban separadas
medio metro.
Años atrás, a
bordo del crucero Desafío, en
numerosas ocasiones el comandante Baylo había levantado la barbilla de Sloane y
le había pegado patadas en los pies para colocarlos en la posición correcta,
ladrando acerca de la postura adecuada de un oficial a bordo de una nave
capital.
Entonces, como
teniente novata convertida en cadete de escuela de vuelo, le divertía la idea
de que tal cosa pudiera importar; ahora, comprendía lo mucho que importaba. El
miedo era contagioso, y se extendía de los rangos más altos a los inferiores.
Una tripulación de puente que viera a su capitán nervioso o intranquilo era más
propensa a cometer errores, y los errores hacían que muriera gente. Baylo le
había enseñado a no moverse apresuradamente ni alzar la voz a menos que fuera
absolutamente necesario. Deja que tu
rango haga el trabajo pesado, le había dicho.
Sloane giró la
cabeza y miró a través del pozo de tripulación a Habbel, que desplazaba
ansiosamente su peso de un pie a otro. ¿Qué habría pensado Baylo de él?
El anciano
comandante llevaba mucho tiempo muerto, un cadáver momificado vagando entre los
sedimentos de residuos eyectados desde la nave en la que había muerto. Había
sido el producto de otra época y de otra guerra. Pero las lecciones que le
había enseñado se aplicaban a esta época y a esta guerra.
Habbel tenía
ojos azul pálido en un rostro rojo pastoso rodeado por cabello gris. Era de la
vieja guardia de la Armada, un oficial que conocía de memoria las regulaciones
y los manuales tácticos pero al que le faltaba tanto el toque con la gente como
el sentido innato de una nave que necesitaba un comandante. Eso era lo más alto
que llegaría a ascender. Sloane se preguntó cuándo él se daría cuenta de ello.
O si ya lo había hecho.
-Ordene al
Líder Zafiro que reposicione nuestros TIEs en un perímetro defensivo –dijo
Sloane a Habbel-. Y envíe soluciones de objetivo a las tripulaciones de
turboláser.
-A la orden,
almirante –dijo el teniente, alejándose. Lo rostros de los hombres y mujeres de
abajo regresaron a sus pantallas. Sloane examinó los pozos de tripulación
buscando señales de intranquilidad o ansiedad. Son vio ninguna; la tripulación
del puente tenía sus órdenes y sus rutinas. Eso era bueno; era la base que les
permitiría enfrentarse a lo inesperado.
Pero a sus
espaldas escuchó nuevas pisadas, el arrogante tamborileo de los talones de unas
pesadas botas. Reprimiendo una mueca de fastidio, Sloane se volvió suavemente,
fijando sus ojos oscuros en Emarr Ottkreg antes de que él pudiera llegar hasta
ella. Además de sus muchos otros defectos, el agente de la Oficina de Seguridad
Imperial tenía un problema con el concepto de espacio personal.
Tras él iba
Nymos Lyle, el oficial ejecutivo de Sloane... y lo más cercano que tenía a un
confidente. Sloane sintió fastidio cuando Ottkreg llegó a bordo del Vigilancia; no sabía si era debido a la
visita del Emperador a la Estrella de la Muerte, o si era algún nuevo espasmo
de paranoia de la OSI. Y, a decir verdad, no le importaba demasiado. Había
ordenado a Lyle que asistiera al oficial de lealtad, confiando que Nymos leyera
entre líneas y comprendiera la orden que le estaba dando realmente: Mantenlo alejado de mí.
Cosa que Lyle
había hecho lo mejor que había podido. Pero esta vez no podía rechazar al
oficial de lealtad.
-¿Qué ocurre,
coronel? –preguntó Sloane, mirando fríamente a Ottkreg.
El agente de
la OSI parecía confuso.
-Estamos bajo
ataque –dijo, dirigiendo la mirada a los destellos de luz en el exterior de los
ventanales detrás de Sloane.
-Es un riesgo
habitual durante las batallas espaciales –dijo Sloane.
Detrás de
Ottkreg, la comisura de los labios de Lyle se levantó ligeramente. Sloane se
volvió para evitar que su propia expresión la traicionara. No podía provocar al
agente de la OSI, pero era difícil resistirse.
Sloane caminó
hacia proa, con pasos deliberados, sin prisa, y se detuvo a un metro de
distancia de los ventanales del puente. La parte delantera del puente era
territorio reservado para el oficial al mando de una nave, y los oficiales
menores se acercaban allí sólo por invitación o en caso de emergencia. Sabía
que Ottkreg no respetaría esa tradición, pero al menos allí era menos probable
que la tripulación escuchara lo que tuviera que decirle.
Conforme el
sonido de los talones de las botas de Ottkreg sonaba más fuerte, Sloane se fijó
en la situación al otro lado de esos ventanales. Bajo el puente, se extendían
las cubiertas grises de su Destructor Estelar, que terminaban en forma de punta
de daga casi mil seiscientos metros más allá. La esfera a medio terminar de la
Estrella de la Muerte colgaba en la negrura del espacio, con su superláser como
el ojo de algún dios maligno. Y bajo la estación de batalla se encontraba la
luna verde de Endor, una joya encastrada en la negrura.
Sloane podía
ver las puntas de flecha de otros Destructores Estelares a ambos lados, y más
lejos se encontraba la brillante mole del Ejecutor,
el inmenso acorazado que servía como nave insignia de la fuerza de ataque.
Abalanzándose
hacia la línea de naves capitales había un abigarrado conjunto de naves
enemigas. A esa distancia eran apenas más que manchas de luz, pero Sloane podía
identificar a la mayoría de ellas por sus siluetas y el modo en que se movían:
bulbosos cruceros estelares mon calamari, fragatas Nebulon-B con proas
dentadas, incluso voluminosos transportes GR-75 puestos en servicio a duras
penas.
La flota
rebelde parecía una horda de piratas, pero sabía que no debía subestimar a esas
naves ni a sus capitanes; eran luchadores capaces, y habían demostrado que su
fe en su causa era absoluta.
Entre las líneas rivales, chispas danzaban y se retorcían.
Recordaron a Sloane las nubes de escarabajos nocturnos en la campiña de
Ganthal, su planeta natal. Pero eso eran cazas estelares rebeldes e imperiales,
girando en un letal y siempre cambiante ballet.
-Almirante, ¿por qué está asumiendo una postura defensiva?
–preguntó Ottkreg, con las mejillas encendidas-. Nuestros cazas han estado
masticando a los traidores... ahora es el momento de avanzar y destruirlos.
-No, no lo es –dijo Sloane-. No hay necesidad de sacrificar
pilotos imperiales innecesariamente. Deje que los rebeldes se inmolen a sí
mismos en un inútil ataque a nuestra línea... mientras la Estrella de la Muerte
acaba con ellos uno a uno.
Como si eso fuera una señal, un rayo láser verde salió disparado
de la estación de batalla, convirtiendo un crucero alado mon calamari en una
bola de fuego.
-Qué potencia –dijo Ottkreg en un murmullo, y había una terrible
codicia en sus ojos. Luego se volvió hacia Sloane-. Pero seguro que sería mejor
si...
-Mis órdenes vienen del almirante Piett –dijo Sloane, con voz
gélida-. Debemos mantenerlos aquí e impedir que escapen.
Lyle hizo una mueca, examinando la batalla que les rodeaba. Sloane
sabía que él se sentía igual que Ottkreg; ansiaba ver destruidos a los enemigos
del Emperador, y le fastidiaba que les hubieran dicho que se mantuvieran lejos
del fragor del combate.
Sloane tomó nota mentalmente de recordar a Lyle que no dejara que
sus expresiones le traicionaran. Pero al menos el hombre más joven era lo
bastante listo para no cuestionar las órdenes de un superior. Ottkreg, por otro
lado, no formaba parte de la jerarquía naval. Lo que significaba que no tenía
tales escrúpulos.
-Pero por qué Piett haría... –comenzó.
-Él no –dijo Sloane rápidamente, pensando que hacía tiempo que
Piett había hecho las paces con las órdenes irracionales-. Esto es algún plan
del Emperador.
Observó cómo Ottkreg analizaba esas palabras en busca de algún tipo
de deslealtad. Se preguntó si el hombre no encontraba agotadora esa incesante
búsqueda de enemigos. Probablemente no; sin duda los oficiales de lealtad
encontraban la caza embriagadora. Si no fuera así, para empezar no se habrían
convertido en oficiales de lealtad.
-Tenemos nuestras órdenes –dijo Sloane-. Es nuestro trabajo
aceptar que el Emperador tiene visión más amplia, de la cual nosotros no somos
sino una pequeña parte.
Ottkreg asintió, aparentemente satisfecho por esa muestra de
vasallaje. Espirales y remolinos de energía azul danzaban en el espacio ante
ellos, señalando el impacto de los proyectiles y disparos de turboláser
rebeldes contra los escudos del Vigilancia.
Sloane catalogó con mirada casual los puntos de impacto, trazando con su mente
las trayectorias hasta las posiciones rebeldes, calculando alcance y potencia
de fuego efectiva.
-Tres corbetas corellianas –dijo a Habbel-. Aconseje al Líder
Zafiro que prepare un plan de interceptación si mantienen su curso actual. Pero
que aguarde mi orden antes de iniciar el enfrentamiento.
Sabía que Maus Monare –Líder Zafiro- haría una mueca de disgusto
bajo su casco negro cuando recibiera las órdenes. A Maus le gustaba la acción.
-¿Cómo sabe que eso son corbetas? –preguntó Ottkreg, pasando la
mirada de Sloane a los tres distantes puntos de luz.
-Springbuck, activa el holotanque –ordenó Sloane a un controlador.
El aire entre Sloane y Ottkreg tembló al activarse un
holoproyector en la cubierta. Aparecieron dos bolas azules; imágenes del
planeta Endor y su luna. Entonces se mostró una esfera más pequeña, incompleta;
la Estrella de la Muerte. Cobraron vida con un parpadeo varias puntas de
flecha; primero la daga que representaba al Ejecutor,
luego el resto de Destructores Estelares. A continuación aparecieron las naves
rebeldes, y finalmente los acrobáticos cazas estelares; una representación
tridimensional completa del campo de batalla.
Sloane raramente solicitaba la visualización; la etiqueta
“comandante de holotanque” había sido un insulto naval durante generaciones.
Pero si daba a Ottkreg algo a lo que mirar, tal vez ocuparía menos de su tiempo
con molestas preguntas.
-Aquí está el Vigilancia
–dijo Sloane, y entonces barrió con la mano los Destructores Estelares-. Y esta
es nuestra línea defensiva. Aquí arriba están los cruceros interdictores que
bloquean la retirada de los rebeldes. Y aquí están esas corbetas corellianas.
Puede tocar en ellas para ver sus etiquetas de transpondedor, rumbo actual,
velocidad estimada, y todo eso.
Ottkreg miró las naves en miniatura. Lyle se puso junto a Sloane,
mordiéndose el labio inferior mientras observaba las naves rebeldes que se
lanzaban hacia ellos.
-Ningún escudo deflector de la galaxia puede detener un disparo de
esa estación de combate –dijo Lyle-. ¿Por qué los rebeldes no se retiran?
-Porque son fanáticos –dijo Ottkreg con desdén-. Una última
muestra de desafío, ahora que saben que su extinción se acerca.
Sloane ignoró al presuntuoso agente de la OSI.
-¿Eso es lo que usted haría? –preguntó a Lyle-. ¿Retirarse?
-Es el único curso de acción cuerdo –respondió Lyle, acercándose
al holotanque-. Si yo fuera su comandante, me reagruparía y golpearía para
abrirme paso a través de nuestros interdictores, aquí. O me dispersaría; para
dar a nuestros operadores de campos tractores más objetivos de los que pueden
abarcar.
Sloane asintió.
-De acuerdo; eso es lo que cualquier comandante racional haría. De
modo que tenemos que preguntarnos por qué están haciendo otra cosa.
Verlo todo. Ese había sido el lema del conde Denetrius Vidian, el experto en
eficiencia al que había servido brevemente pero en un punto crítico de su
desarrollo como oficial. Sloane le había odiado, pero también había aprendido
de él; su mente había estado incesantemente trabajando, evaluando las
situaciones desde todos los ángulos. ¿Cuántas veces había visto a Vidian
obsesionarse con algún detalle aparentemente menor que había resultado ser el
punto de inflexión sobre el que todo se movía y cambiaba?
-Están tratando de ganar tiempo –dijo Sloane.
-¿Con qué propósito, almirante? –preguntó Lyle-. Han perdido.
-Ellos no parecen pensar lo mismo.
Verlo todo. Encontrar el
punto de inflexión.
-¿Springbuck? ¿Cuál es el estado de ese escuadrón de alas-B de
allí? Localícelos y prepare una valoración de todos los objetivos potenciales
para los cuales el intervalo de confianza exceda el cincuenta por ciento.
-A la orden, almirante.
-Comunicaciones, ¿tenemos confirmación de si Monare tiene una
solución de interceptación para esas corbetas?
-El Grupo Zafiro se está enfrentando a bandidos en el sector ocho
–respondió inmediatamente la oficial de comunicaciones Ives. Sloane advirtió
con satisfacción que no había necesitado mirar su pantalla-. Pero están
monitorizando a las corbetas y están preparados para interceptarlas.
Había cazas estelares rebeldes por todas partes; esquivando y
colándose entre las naves de guerra más grandes, persiguiendo TIEs y siendo
perseguidos a su vez por ellos. Estaban atacando las naves de la línea
imperial, pero no la Estrella de la Muerte. La estación de combate aún estaba
segura tras la cobertura del escudo proyectado desde la luna verde de Endor.
-Deflectores del puente al máximo –ordenó Sloane-. Teniente, ¿qué
es lo último que sabemos de la guarnición en la luna boscosa? Esa incursión
rebelde de la que informaron antes... ¿ha sido reprimida?
Habbel parecía sorprendido; como la mayoría de oficiales navales,
consideraba que cualquier cosa que ocurriera en la superficie de un planeta no
era digna de su atención. Ella mantuvo la mirada fija en él mientras él se
apresuraba a buscar un oficial de comunicaciones.
-¡Otra nave rebelde destruida! –cacareó Ottkreg, mirando a la
Estrella de la Muerte-. Esto es más fácil que capturar salta-lagos en mi casa
de Pondakree. Y pensar que esto es sólo una prueba de campo; pronto los mundos
refugio de los rebeldes serán nuestros objetivos. ¿Puede imaginar tener
semejante potencia de fuego bajo su mando, almirante?
Habbel alzó la mirada, con expresión pétrea. Sloane sabía en qué
estaba pensando; estaba molesto por el proyecto Estrella de la Muerte,
considerando que eran billones de créditos que deberían haber sido destinados a
la flota estelar imperial.
El comandante Baylo habría ostentado la misma expresión.
-Un Destructor Estelar Imperial es bastante para mí, coronel
–replicó Sloane, alzando la voz porque sabía que complacería a su tripulación.
Pero, a decir verdad, esa discusión no tenía interés para ella. El poder era lo que importaba; poder que
podía concentrarse donde fuera más necesario. La forma que tomara ese poder era
irrelevante.
Había estado una vez a bordo de la primera Estrella de la Muerte,
invitada por el gran moff Tarkin. El despiadado gran moff la había ayudado a
obtener su primer mando, como capitana interina a las órdenes de Vidian a bordo
del Ultimátum. Había odiado estar en
el interior de la estación de combate porque no podía ver las estrellas; se
había sentido como si estuviera en el interior de una tumba de metal.
Que es lo que la Estrella de la Muerte había resultado ser para
Tarkin. El gran moff había visto la estación de combate como un símbolo. Y dado
que creía que el Imperio era invulnerable, había supuesto que el símbolo del
Imperio era invulnerable también. El
poder definitivo del universo, la había llamado, mientras sus subordinados
asentían orgullosamente.
Se había equivocado al respecto, y eso le había matado.
Baylo, Vidian, y Tarkin. Todos ellos habían forjado a Sloane como
joven oficial, y ella todavía pensaba a menudo en ellos... su propio séquito de
fantasmas, siempre presentes.
-¿Almirante? Los alas-B se están enfrentando con el Devastador –dijo Springbuck-. Si nos
atacan, tenemos soluciones de objetivo preparadas para las tripulaciones de
turboláser y el Grupo Zafiro.
-Contaremos este día a nuestros hijos, almirante –murmuró Ottkreg,
contemplando el holotanque-. El día en que murió la Rebelión.
Sloane asintió con la cabeza a Springbuck, y luego se volvió
expectante hacia Habbel.
-La guarnición de Endor no responde a las llamadas, señora –dijo-.
Pero la última comunicación decía que los insurgentes habían sido capturados.
La luna boscosa. Ese es el punto de
inflexión.
-¿La última comunicación? –preguntó a Habbel-. Siga llamando a esa
guarnición. Canales prioritarios. Quiero una actualización inmediatamente.
***
Las tres corbetas rebeldes sobrevivieron al paso entre las líneas
rebeldes e imperiales, con sus cañones láser disparando continuas andanadas al
mismo punto de los escudos protectores del Vigilancia.
Sloane miró el temblor azul de los escudos sobrecargados. Los artilleros
rebeldes eran buenos; no era nada fácil coordinar el fuego bajo el ataque
constante de los cazas estelares.
Pero esa concentración y disciplina no les había ayudado a
conseguir nada. Los escudos deflectores del Vigilancia
estaban aguantando.
Sloane esperó hasta que las corbetas se comprometieran al ataque,
y entonces dio al Escuadrón Zafiro la orden que sabía que Monare estaba
ansiando escuchar: Enfrentarse a los objetivos y fuego a discreción.
-Indiquen a los equipos de turboláser que cubran el sector siete –dijo,
volviendo la cabeza hacia los pozos de tripulación-. Las naves rebeldes se
alejaran por allí cuando Maus comience a atacarles.
Los cazas TIE cruzaron el espacio en tríos cuando los Zafiros
salieron de sus posiciones de patrulla. Sloane contó una escuadrilla, luego
otra, luego una tercera, y luego había demasiadas como para seguirles la pista;
los Zafiros eran un enjambre que disparaba fuego láser por sus cañones. Un escudo
destelló en la corbeta en cabeza, un último espasmo de energía defensiva antes
de sobrecargarse por completo y apagarse. Junto a Sloane, Lyle murmuró algo,
apretando los puños.
Sloane permanecía inmóvil, segura de que Monare también había
visto caer el escudo. Dos escuadrillas de Zafiros viraron bruscamente a
estribor, dando la vuelta para apuntar al agujero en las defensas de la
corbeta. La nave vulnerable aminoró para que la corbeta a babor pudiera llegar
en su ayuda, pero era demasiado tarde: Los precisos láseres de los TIEs
horadaron el casco, lanzando lenguas de fuego al espacio. La proa de la corbeta
se hundió y entonces se desvaneció en una nube de fuego y gas.
Habbel estaba de pie a unos metros de distancia, esperando
expectante. Sloane le miró. ¿Acaso pensaba que un almirante no podía manejar
dos cosas a la vez?
-¿Algo que informar, teniente?
-Los controladores a bordo de la Estrella de la Muerte informan de
un nuevo estallido de lucha en la luna boscosa, liderado por indígenas. Se ha
perdido el contacto con varias unidades de tropas de asalto. Pero un informe de
la guarnición de Endor indica que el ataque rebelde ha fracasado, y que están
huyendo a los bosques.
Sloane frunció el ceño. Incluso las operaciones de combate que
seguían el manual al pie de la letra estaban plagadas de informes
contradictorios y datos de inteligencia incorrectos; particularmente durante la
lucha en la superficie. Pero algo sonaba mal en lo que Habbel le estaba
diciendo.
-¿Qué informe es el más reciente?
-El de la guarnición, almirante.
La corbeta de estribor rompió la formación, tratando de huir de
los TIEs. Sloane asintió mientras los turboláseres del Vigilancia abrían fuego, cosiendo el espacio con fuego carmesí. La
corbeta se estremeció, con el costado destrozado, y se partió por la mitad
mientras el fuego consumía los fragmentos. La tercera corbeta estaba tratando
de virar a babor, pero Sloane inmediatamente pudo ver que la nave rebelde
estaba condenada.
-Contacte personalmente con la guarnición de Endor, teniente –dijo
Sloane, apartando la mirada de los TIEs que perseguían a la última corbeta-.
Quiero un informe de situación completo tan rápido como pueda.
Habbel la miró fijamente, incrédulo. Ottkreg habían dejado de
contemplar el holotanque para mirarle también a ella. La expresión de Lyle era
de confusión; la de Ottkreg de desdén.
-¿Señora? –preguntó Habbel.
Sloane apuntó con su índice a la Estrella de la Muerte.
-Nuestro único propósito es proteger esa estación de combate... y
al hombre en su salón del trono –dijo-. Ahora, tráigame ese informe de
situación, teniente.
En los años venideros, la mente de Sloane regresaría a ese
momento, debatiéndose entre la rabia y la desesperación. La fuerza de ataque
rebelde había quedado atrapada entre una flota imperial a la que no podían
superar en potencia de fuego y una estación de combate que era invulnerable a
los ataques; un instrumento de la indomable voluntad del Emperador y su sed de
venganza.
Con el tiempo descubriría que ese momento fue el apogeo del poder
imperial.
***
Sloane permaneció en silencio mientras recibía el informe de
daños. Tres generadores deflectores de proa y una unidad dorsal se habían
quemado bajo el asalto rebelde, pero las unidades auxiliares se habían
activado, y los escudos habían aguantado. Los Zafiros, mientras tanto, habían
perdido seis pilotos.
El daño a los generadores deflectores carecía de importancia. La
pérdida de pilotos no, y sintió una rabia ardiente por sus muertes. La apartó
de su mente, molesta consigo misma. Ese era el precio de la guerra.
Otros Destructores Estelares de la línea imperial habían sufrido
daños mucho peores: el Vehemente y el
Heraldo, de clase Tector, habían sido destruidos, mientras
que el crucero de batalla Orgullo de
Tarlandia y el Devastador estaban
gravemente dañados y no respondían a las llamadas. Y el asalto rebelde aún no
había dado señales de agotarse; los cruceros
Mon Cal y las fragatas Nebulon-B aún seguían luchando decididamente contra los
Destructores Estelares... intercambiando en algunos casos andanadas de una banda
a otra, casi a bocajarro, como armadas marítimas en algún conflicto de la
historia antigua.
Pero la línea imperial estaba aguantando.
Sólo quedaba el inquietante asunto de la incursión en la luna
boscosa. Habbel había descendido al pozo de tripulación y estaba de pie detrás
de Ives, irradiando impaciencia mientras la oficial de comunicaciones hablaba
por sus auriculares. Sloane apartó la mirada. Estaban siguiendo sus órdenes; ella
no podía hacer otra cosa que esperar.
-El asalto rebelde estaba condenado desde el principio –dijo Ottkreg,
exultante. Estaba de pie en el holotanque, girando la cabeza a izquierda y
derecha para estudiar la representación holográfica de la batalla que le
rodeaba-. Un último e insignificante coletazo de su movimiento terrorista.
Será mejor que se aparte
antes de que esa escuadrilla de alas-A le vuele la nariz, pensó Sloane.
Sloane consideró decirle a Ottkreg que aún no había terminado; no
hasta que supieran que la amenaza al generador de escudo de la Estrella de la
Muerte había sido contenida. Decidió no hacerlo. Lo más probable era que la
confusión acerca de lo que estaba pasando en la luna boscosa fuera la habitual
niebla de la guerra. Después de la batalla, el oficial de lealtad haría sus
informes, y no sería bueno para Sloane que la etiquetaran como demasiado cauta
o insegura de las capacidades imperiales.
La política es una lente
borrosa que entorpece la visión.
¿Fue Vidian quien dijo eso, hace tiempo? Tal vez fuera una
conclusión de la propia Sloane, y simplemente sonaba como uno de los aforismos
del difunto conde.
Tal vez sea así, conde,
pero sigo teniendo que lidiar con ella, pensó.
-Preparen soluciones navegacionales y de objetivos para dos
escenarios distintos –dijo Sloane a su tripulación-. Primero, una operación de
barrido para incapacitar o destruir las naves rebeldes restantes. Segundo,
persecución de la concentración más cercana de naves enemigas en caso de que
cesen en su ataque y traten de huir.
-A la orden, almirante –dijo Habbel.
No sabía qué orden daría Piett, pero ambas eran probables. De ese
modo, el Vigilancia tendría terreno
ganado para obedecer a cualquiera de ellas.
-Almirante, ha pasado algo.
La voz provino del pozo de tripulación de estribor, y no fueron
las palabras lo que llamó la atención de Sloane, sino el tono. El controlador –se
llamaba Feldstrom, recordó- sonaba como si no estuviera seguro de si debía
haber hablado o no.
Esta vez Sloane se movió con presteza, con el sonido de los
tacones de sus botas resonando con fuerza en la cubierta.
-He perdido mi lectura del escudo de la Estrella de la Muerte –dijo
Feldstrom-. Puede ser un fallo, pero...
-Enfoquen los visores orbitales en el emplazamiento del generador
de escudo –dijo Sloane, recorriendo con la mirada los pozos de tripulación en
busca del tripulante encargado de la imagen.
La controladora Heurys asintió, y luego alzó la cabeza, atónita.
-No tengo lecturas del emplazamiento –dijo-. La visual es
anómala...
-Muéstrelo en el tanque.
La representación de la batalla desapareció, reemplazada por una
vista ampliada de los visores del Vigilancia.
Ottkreg dio un paso atrás, tratando de centrarse en lo que estaba viendo, pero
Sloane captó su importancia inmediatamente. Una inmensa columna de humo se
alzaba sobre el bosque donde había estado el generador de escudo.
-Vuelva a la vista principal del tanque, Heurys –dijo Sloane-.
Destaque todos los cazas estelares y naves de ataque del enemigo.
Los cazas estelares rebeldes se estaban abalanzando sobre la
Estrella de la Muerte. Ottkreg balbuceó indignado mientras se desvanecían en la
superestructura de la estación de combate, perseguidos por grupos de TIEs.
Ottkreg estaba gritando algo. Lyle parecía aturdido por la
conmoción. Sloane les ignoró, pasando la mirada del holotanque a los
ventanales.
Manos a la espalda, pies
separados. El poder definitivo del universo. Verlo todo.
-¿Almirante? –exclamó Ives-. Líder Zafiro solicita permiso para
perseguir a los cazas rebeldes por la superestructura.
Desde luego que eso es lo
que Maus quiere hacer.
-No –dijo-. Están demasiado lejos para servir de ninguna ayuda.
Ives transmitió la orden, y luego volvió a alzar la cabeza.
-Almirante, el líder de vuelo Monare pregunta...
-Tiene sus órdenes. Hay más cazas rebeldes ahí fuera.
-Almirante, debemos... –comenzó a decir Ottkreg.
-Silencio en cubierta –exclamó Sloane, con la mirada fija al otro
lado de los ventanales, donde la Estrella de la Muerte colgaba sobre la
frondosa luna verde.
Se dio cuenta de que eran las naves imperiales las que estaban
clavadas en su sitio. El corazón de la Estrella de la Muerte –del propio
Imperio- estaba siendo atacado. Y ninguno de ellos podía afectar al resultado
de esa batalla.
Sloane sintió que su corazón aceleraba sus latidos, pero sabía que
su expresión no había cambiado. Y no dejaría que lo hiciera. El miedo era
contagioso, después de todo.
Su cerebro ya estaba pensando por adelantado, clasificando
inconscientemente eventualidades y probabilidades. Dejó que hiciera su trabajo,
desconectándose de las airadas objeciones de Ottkreg y de la cháchara de los
pozos de tripulación.
Pero la conclusión que alcanzó la sorprendió incluso a ella.
Sloane giró sobre sus talones, con las manos aún a la espalda, y
observó a su tripulación.
-Hagan volver a los TIEs –dijo.
***
Sloane escuchó cómo su propia voz se alzaba cuando tuvo que
repetir sus instrucciones. Eso no habría complacido al comandante Baylo.
-¡Esa orden queda revocada! –dijo Ottkreg con un grito
estridente-. Envíen todos los TIE...
-No olvide de quién es el puente en el que se encuentra, coronel –dijo
Sloane, con voz regular pero venenosa-. Puede decir a la OSI lo que quiera
acerca de mis acciones, pero no tiene autoridad para hacer más que eso.
-El Grupo Zafiro está regresando al hangar –dijo Ives, rompiendo
el silencio, y Sloane asintió.
Ottkreg se apartó furioso de Sloane. Lyle se deslizó a su lado,
con la cara pálida.
-No pretendo cuestionar su orden, almirante –dijo en voz baja-.
Pero...
-Parece como si estuviera haciendo precisamente eso, Nymos –dijo Sloane-.
Hay una posibilidad de que podamos perder esta batalla. Una posibilidad muy
real, de hecho.
Lyle parecía estar espantado.
-Pero está poniendo su carrera en peligro –dijo.
-¿Mi carrera? –replicó Sloane, y su voz sonó nuevamente más alto
de lo que hubiera pretendido-. El Imperio
está en peligro.
Sabía sin necesidad de mirar que los rostros de su tripulación
estaban fijos en ella.
Posiciónate siempre del
lado de lo que vaya a pasar de todas formas. Ese
había sido otro de los dichos de Vidian. El experto en eficiencia lo decía en
serio, cínicamente, pero Sloane no pensaba en ello de ese modo. Era acerca de
la importancia de la anticipación y de aprovechar la máxima ventaja estando por
delante de los acontecimientos. De ese modo podías guiarlos en lugar de
permanecer indefenso mientras ellos te guiaban a ti.
-Pongan la nave en posición de flanqueo junto al Ejecutor –ordenó, mirando a través de
los ventanales a la gigantesca nave insignia-. Abran un canal a su puente y
pásenlo a mi comunicador. Equipos de turboláser, protejan nuestro flanco de
babor. Y quiero todos los sensores monitorizando la estación de combate;
comunicaciones, niveles de energía, todo.
Si se equivocaba, el informe de Ottkreg se aseguraría de que se
pasara las tres décadas siguientes comandando una gabarra de combustible en
algún rincón apestoso de un sector agrícola. Pero si tenía razón, el Ejecutor estaba a punto de convertirse
en el punto de inflexión, no sólo de la batalla, sino del equilibrio de poder
en todo el Borde Exterior. Eso significaba que la nave insignia debía ser
defendida con todos los recursos imperiales disponibles.
Sloane no quería tener razón. Pero sabía que la tenía.
El débil zumbido de la cubierta bajo los pies de Sloane cambió de
frecuencia y el Vigilancia viró a
estribor, disparando sus turboláseres a los cazas rebeldes más cercanos. El Ejecutor crecía cada vez más en los
ventanales hasta que fue una brillante cuña... una cuña rodeada por destellos
de fuego.
Sloane volvió la mirada de los ventanales al holotanque. Todos los
cruceros rebeldes estaban acercándose al Ejecutor,
golpeándole con fuego desde todas las direcciones.
-Timonel, aceleración máxima –ordenó-. ¿Dónde está ese canal con
el almirante Piett?
Un instante después, Sloane supo que nunca recibiría una
respuesta. La proa del inmenso Súper Destructor Estelar descendió y comenzó a
ganar velocidad, apuntando como una lanza a la superficie de la Estrella de la
Muerte.
-Ha perdido el timón –dijo Lyle, llevándose una mano a la boca.
La distancia entre la proa del Ejecutor
y la superficie de la estación de combate se redujo a nada. Desde el espacio, inicialmente
la colisión pareció engañosamente suave; una intersección de geometrías que se
cruzaban. Sloane sabía que la realidad no era así en absoluto: cubiertas de
acero rasgándose y retorciéndose, hombres y mujeres consumidos por el fuego o
lanzados a su muerte en el vacío del espacio. Los motores del Ejecutor lo clavaron más profundamente
en el costado de la Estrella de la Muerte, hasta que se detuvo y pareció
estremecerse. Y entonces desapareció en un manantial de llamas.
Sloane contempló la muerte de la más poderosa nave de guerra de la
flota imperial, con las manos a la espalda. Lyle tenía ambas manos en el
alfeizar del ventanal principal, con la cabeza baja. Ottkreg se limitó a mirar
fijamente al lugar donde había estado el Ejecutor.
Sloane se apartó de ese vacío. El
pasado es a un tiempo omnipresente e irrecuperable. ¿Vidian, o Tarkin? No
lo recordaba.
-¿Hay alguna comunicación desde la Estrella de la Muerte? –preguntó
con calma.
-La cadena de mando parece estar fragmentada –dijo Ives con
calma-. Todas las órdenes estaban procediendo del propio Emperador, pero el
sobrepuente dice que no hay respuesta del salón del trono.
-Eso no es posible –dijo Ottkreg-. Debe de haber algún error.
-No lo hay –dijo Sloane-. Ives, ordene a los capitanes
supervivientes que hagan regresar sus TIEs y formen alrededor del Vigilancia. Si alguien cuestiona la
orden, recuérdeles que ahora soy el almirante de más rango.
Lyle se apartó del ventanal, con los ojos como platos.
-Esto es una locura –dijo Ottkreg. Sloane no pudo sino estar de
acuerdo.
-Almirante –dijo Feldstrom-. Estoy recibiendo fluctuaciones de
energía de la estación de combate.
-Mire –dijo Lyle,
señalando con el índice al holotanque.
Sloane miró. Las naves rebeldes habían cesado en su asalto a la
línea imperial y aceleraban para alejarse de la Estrella de la Muerte.
-Los cobardes están huyendo –dijo Ottkreg.
Sloane desenfundó su pistola y mató de un disparo al oficial de
lealtad. Cayó a través del holotanque y chocó contra la cubierta, rodando sobre
sí mismo hasta que sus ojos sin vida quedaron mirando fijamente la batalla.
Sloane enfundó su pistola.
-¿Se ha programado mi segundo escenario? –preguntó-. ¿En el que
perseguimos a las naves rebeldes?
-Sí, almirante –dijo Habbel con voz temblorosa-. El resultado más
probable es una retirada rebelde al sistema Annaj. Hemos preparado datos
navegacionales para saltar allí.
-Bien –dijo Sloane-. Envíe las coordenadas a todas las naves
imperiales. Dígales que salten de inmediato.
Aturdido, Lyle bajó la mirada hacia el cadáver del oficial de
lealtad. Sloane le ignoró. Ya habría tiempo más tarde para explicar cómo un
hombre tan desconectado de la realidad habría reaccionado a su orden de
retirarse. El escenario que había previsto aún se mantenía... sólo que los
roles jugados por los imperiales y los rebeldes habían cambiado. Cada segundo
que pudiera adelantarse a las acciones de los enemigos del Imperio era ahora
crítico, y Ottkreg habría obstaculizado su capacidad de hacer lo que debía
hacerse.
Cuando la Estrella de la Muerte estalló, Sloane apenas reaccionó.
Ya no importaba. El zumbido bajo sus pies volvió a alzarse y, un instante después,
las estrellas se alargaron formando rayos y quedaron sustituidas por el caótico
remolino del hiperespacio.
-Hemos perdido –dijo Lyle, en el estupefacto silencio del puente.
Sloane le miró. Había estado repasando en su cabeza listas de
flotas y astilleros, recopilando listados de almirantes, moffs, y consejeros.
-¿La batalla, o la guerra? –preguntó.
-La batalla –dijo Lyle, y luego sacudió la cabeza-. Y la guerra. Sin la Estrella de la
Muerte, sin el Emperador...
Sloane asintió.
-Hemos perdido la batalla –dijo-. En cuanto a la guerra, la
perderemos también si lo que queda del Imperio lucha como si nada de esto
hubiera ocurrido. Si imaginamos que el Emperador puede simplemente remplazarse,
o que únicamente la amenaza de una acción de la flota puede hacer rendirse a
los planetas rebeldes. De modo que nuestra responsabilidad es evitar que eso
ocurra.
-¿Y cómo vamos a hacer eso? –preguntó Lyle.
Sloane apartó la mirada del caos del hiperespacio y miró el
cadáver de Ottkreg.
-Para empezar, admitiendo que la siguiente batalla acaba de
comenzar.
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