martes, 3 de noviembre de 2015

Misión humanitaria

Misión humanitaria

Melissa Scott


-¡Este trabajo es absurdo, y lo sabes!
Hera Syndulla hizo una mueca de fastidio mientras las voces que procedían de la sala común resonaban por el pasillo central del carguero. Desde que habían salido de Rishi con el cargamento de extracto de raíz gattis destinado a los civiles twi’lek de Ryloth, Trae Baratha había estado protestando por la misión.
-Tu Grupo Karthakk creyó que resultaba bastante sensato aceptar nuestros créditos. Y si quieres que tu gente reciba el último pago, doctora, tienes que entregar la medicina. –Goll, un antiguo líder del Movimiento Libertario de Ryloth, parecía haber llegado al límite de su paciencia.
Por un instante, Hera pensó en retirarse, pero el Eclipse era un carguero pequeño, y había pocos lugares donde no estuvieras prácticamente encima de cualquier otra persona.
-Entregaré la medicina si puede hacerse con seguridad –replicó Baratha-. Sólo entonces.
-Tu gente no quedará contenta si no se les paga –dijo Goll.
Hera escuchó pasos tras ella y vio al artillero nikto del Eclipse, Ul’ligan, descendiendo por el pasillo. La saludó con una inclinación de su cabeza llena de cuernos, pero antes de que ella pudiera decir nada, volvió a retumbar la voz de Baratha.
-Les gustará aún menos si nos atrapan y los imperiales se apoderan del cargamento.
Hera se encogió de hombros y cruzó la escotilla entrando en la sala común.
-El Grupo Karthakk aceptó realizar el trabajo –dijo Goll, endureciendo la voz. Estaba sentado en el asiento acolchado que corría a lo largo del mamparo de proa, enderezando con irritación sus lekku, las pesadas colas craneales que caían ondulándose sobre sus hombros. Hera esperaba que la doctora humana no fuera capaz de leer en ello el nivel de fastidio que quedaba claro para cualquier twi’lek-. Perdiste la votación.
Eso era indiscutible, pero Baratha meneó la mano de todas formas para restarle importancia. La ingeniera del Eclipse, una sephi esbelta y de piel color lavanda llamada Eira Tay, estaba sentada junto a la pequeña mesa, inclinada sobre su plato, tratando de fingir que los demás no estaban allí. Ul’ligan emitió un sonido de simpatía y le dio unas palmaditas en el hombro mientras se dirigía al dispensador de caf.
-No sabían a quién habías contratado –exclamó Baratha. Era alta, y muy delgada, con su cabello canoso cortado muy corto alrededor de su rostro afilado. Cuando la vio por primera vez, Hera pensó que el cabello parecía las suaves plumas de un pollito muy joven, pero ahora Baratha le recordaba a un ave carroñera-. Esta cosa... Sin ánimo de ofender, ingeniera, pero esta nave no va a aguantar nada que sea más fuerte que un bláster de medio pelo.
Tay agachó sus puntiagudas orejas.
-Principalmente, intentamos que no nos atrapen... ni nos disparen.
-Llevamos mucho tiempo haciendo esto -dijo Ul’ligan, con voz grave y áspera. Hablaba en tan contadas ocasiones que Hera aún no tenía claro si estaba enfadado o ése era su tono de voz natural.
Tay asintió vigorosamente.
-¡Y mira! Aún seguimos aquí.
-Son lo mejor que hay disponible –dijo Goll. Si era consciente de la ambigüedad de su afirmación, no dio muestras de ello-. Además, tu gente sabía la seriedad de nuestra situación cuando accedieron a ayudar. El precio por el gattis lo demuestra.
-La fiebre Bybbec es molesta –dijo Baratha-, pero sólo en muy raras ocasiones resulta letal.
-Es letal para los twi’leks –no pudo evitar decir Hera. La carga iba destinada a un asentamiento de ancianos twi’leks, que se habían reunido para preservar su cultura frente a la conquista imperial. Pero cuando Goll le pidió que se uniera a su misión, le había dicho que mantuviera en secreto el destino real del extracto. No confiaba lo suficiente en ninguno de los demás-. Y los síntomas son más graves: fiebre, dolor de huesos, debilidad.
-Cierto –dijo Goll-. Y ese no es el único problema. El Imperio está racionando el tratamiento; sí, claro, ofrecen el extracto de gattis gratis, pero para recibirlo tienes que registrarte en la clínica de distribución. Entonces usan ese registro para rastrear identidades falsas. Aún peor, están obligando a muchos de los asentamientos de las junglas a mostrarse ante el Imperio a cambio del tratamiento. Están pidiendo que comunidades enteras se trasladen a otras ubicaciones, todo ello con la excusa de hacer más fácil conseguir la medicina.
-Lo que llevamos es sólo un grano de arena en el desierto –dijo Baratha.
-Ayudará a miles de personas a evitar el control imperial –dijo Hera.
Baratha la ignoró.
-Vamos –dijo a Goll-, seguro que os dais cuenta de los problemas a los que os enfrentáis.
-No vamos a enfrentarnos a Destructores Estelares –dijo Goll-. Los imperiales de Ryloth tienen cazas ala-V, y podemos ocuparnos de eso. Si es que realmente es necesario.
-Podríamos ocuparnos de eso, pero me gusta creer que nuestro plan es un poco más inteligente que eso.
Hera se volvió a mirar a la capitana del Eclipse, Krysiant Rheden, de pie en la entrada. Era tal vez unos pocos años más joven que Baratha, quien le ganaba en altura por una cabeza. De anchos hombros, no tenía nada especialmente destacable salvo el bláster de su cadera. Hera se preguntaba si lo llevaba en todos sus trabajos.
-Hera... –Rheden se detuvo, con una mueca, y Baratha alzó las manos al cielo.
-¡A la porra la seguridad!
Baratha les había instado a usar títulos en lugar de nombres. Hera pensaba que la idea era estúpida.
-Copiloto –se corrigió Rheden, con airada precisión-. E ingeniera –dijo, volviéndose hacia Tay-. Estamos a punto de salir del hiperespacio. Os quiero a ambas en la cabina.
Hera siguió a las otras hacia proa y se sentó en el asiento del copiloto. En el exterior del parabrisas reforzado, el hiperespacio brillaba con destellos de color azul eléctrico; entre las estaciones de los dos pilotos, el ordenador de navegación charlaba consigo mismo, haciendo parpadear luces para señalar la proximidad de la transición. Hera se abrochó el cinturón y miró a Rheden con cautela.
-No me importa si me llamas Hera. Confío en ti.
-Probablemente no deberías. Puede que Baratha tenga razón –dijo Rheden.
-Sólo que nosotros ya conocemos nuestros nombres –dijo Tay.
Rheden asintió con un gruñido, y la voz de Baratha chasqueó por el intercomunicador.
-Capitana. ¿Tiene planeado poner personal en las torretas?
Rheden apretó los labios.
-Voy a mantener las armas en espera a menos que nos veamos en problemas.
-Tomaremos posiciones por si acaso. –Goll sonaba bastante calmado, pero Hera supuso que su lekku estaba rígido por el fastidio.
-Como queráis –dijo Rheden-. Ul’ligan, ocupa el módulo de popa.
-A la orden –respondió Ul’ligan, y Rheden meneó la cabeza, cubriendo el micrófono del intercomunicador con una mano.
-Esa mujer es un grano en el culo.
Antes de que Hera pudiera decidir cómo responder, el ordenador de navegación comenzó a pitar con insistencia.
-Preparados, vamos a realizar la transición. –Rheden miró la pantalla del ordenador de navegación-. Tres, dos, uno... pasa a subluz, Tay.
El sonido del motor de la nave cambió sutilmente, el vívido azul de hiperespacio se desvaneció en líneas que de pronto se volvieron borrosas y se acortaron convirtiéndose en estrellas. Hera sintió que su lekku se tensaba: Había estado antes en misiones, algunas fáciles, otras complicadas. Pero parecía como si nunca se llegara a acostumbrar a dar el primer paso. Se escuchó un sonido electrónico de campanilla, y una serie de luces azules destelló en la parte superior del tablero de Hera.
-Detecto un pequeño crucero imperial, pero sólo nos está escaneando.
Tay alzó la mirada con preocupación.
-¿Desde cuándo el Imperio escanea las naves al acercarse? No es habitual.
-No pasa nada. Siempre que eso sea lo único que hagan. –Rheden mantuvo una mano en la palanca de control mientras la nave suministraba datos falsos a los imperiales.
Sonó un aviso del sistema de comunicaciones.
-FT-2991 Tirion, tiene permiso para entrar al sistema Ryloth. Siga la Baliza Tivik, canal 81, hasta la órbita planetaria y espere allí nuevas instrucciones.
Rheden pulsó un interruptor.
-Recibido. Baliza Tivik hasta la órbita, y esperar instrucciones. –Volvió a apagar el interruptor y lanzó a Hera una sonrisa torcida-. Allá vamos.
El vuelo al sistema Ryloth transcurrió sin incidencias. Tras la primera hora, Rheden anunció que no era necesario que siguiera habiendo personal en los cañones. Ul’ligan y Goll regresaron a la sala común, pero Baratha dijo que ella permanecería en la torreta de estribor.
-Como quieras –dijo Rheden y miró a Hera-. Descansa un poco, muchacha. Y cuando vuelvas, ¿puedes traernos un poco de caf?
Hera asintió, agradeciendo la oportunidad de estirar las piernas, y salió de la cabina. Cuando estaba llegando a la sala común, la compuerta se abrió y reveló a Ul’ligan, que refunfuñaba por encima de su hombro.
-Realmente no me importa lo que pase mientras nuestra nave salga intacta.
Hera dio un paso atrás para dejar que él se marchara, con fuertes pisadas. Luego entró, dejando que la compuerta se cerrara a su espalda.
-¿Va todo bien?
Goll suspiró.
-Genial. Todo va genial.
A juzgar por su tono, no tenía sentido insistir en el tema. Hera se sirvió una taza de caf y se sentó frente a él en la estrecha mesa.
-La capitana Rheden está molesta con Baratha.
-Como todos nosotros. –Goll mostró sus dientes perfectamente afilados-. Pero el Grupo Karthakk tiene el extracto de gattis, así que tenemos que aguantarla. Todos seguimos avanzando tan alegremente como podamos. Aunque tenga ganas de... –Se detuvo, meneando la cabeza-. Seguimos avanzando. Es lo que hacen los líderes.
Hera terminó su caf y preparó tazas para Rheden y Tay, esperando que Goll se explicara, pero no lo hizo. Se alegraba de no estar al mando. No estaba segura de haber podido evitar saltar ante Baratha.
-Se hace extraño regresar a Ryloth, ¿verdad?
-Se hace extraño hacerlo sin tu padre. Cham habría... –Goll volvió a menear la cabeza, y Hera sabía que no tenía sentido hacerle preguntas. Ni el mismo Goll podría decirle en qué estaba pensando. Se enfadaría bastante si supiera que dejé que te presentaras voluntaria para esto, había dicho Goll la última vez que preguntó. Hera se limitó a asentir con la cabeza y dio media vuelta para marcharse.
Regresó a la cabina con las tazas de caf y ocupó su turno en los controles, mientras primero Rheden y luego Tay se tomaban descansos de sus propios turnos. Para entonces, Ryloth iba asomando cada vez mayor en las pantallas, y Hera ajustó los sensores para aumentar la imagen. Hacía tanto tiempo que no había visto Ryloth, que el disco de color marrón óxido era más bien un símbolo en lugar de un hogar que viviera en su recuerdo. Suspiró, y la ingeniera se acercó a ella para darle unas palmaditas en el hombro.
-Debe de ser extraño, ¿eh?
-Más vale que no lo sea –dijo Rheden-. Tiene que guiarnos en el planeta cuando salgamos de la red de control de tráfico.
Los lekku de Hera temblaron, avergonzados.
-Puedo ocuparme de ello.
Rheden se pasó la mano por el cabello.
-Lo siento.
Para alivio de Hera, el panel de control reclamó su atención con un pitido.
-Tivik nos hace señales.
Echó mano al sistema de comunicaciones, mientras Rheden aminoraba la velocidad de la nave. Un instante después, una voz aburrida sonó por los altavoces.
-Tirion. Tiene permiso para entrar en la atmósfera. Manténgase a la espera para recibir su trayectoria de descenso y su frecuencia de control automático.
-A la espera –respondió Hera. El sistema mostró una rápida serie de números que se pusieron en verde-. Recibido y confirmado.
-Recibido, Tirion. Y una advertencia amistosa. Cualquier desviación del pasillo de reentrada o del control automático tendrá como resultado la destrucción de su nave.
-Comprendido, Tivik –dijo Hera-. Comenzando reentrada. Tirion fuera.
-Una cálida bienvenida –dijo Rheden.
-¿Seguro que tu gente puede cortar el sistema de control automático? –dijo Tay.
-Ese es el plan –respondió Hera. Recitó el procedimiento que había memorizado-. Una vez que estemos a la altitud designada, enganchamos la nave a la red de tráfico. Se supone que debe llevarnos hasta el puerto de Lessu. Después de que pasemos el Marcador 210, nuestro contacto cortará la transmisión de la red durante veinticinco segundos. Descendemos por debajo de la red y procedemos al encuentro.
-Entonces supondrán que nos hemos estrellado –dijo Rheden. Se activaron advertencias cuando el Eclipse tocó el borde de la atmósfera, y compensó la posición de la nave para la reentrada-. ¿No vendrá alguien en nuestra búsqueda?
Hera negó con la cabeza.
-Goll dice que los imperiales no se preocuparán por un carguero civil. Se limitarán a informar de ello a lo que quede de la autoridad civil.
-Adorable –murmuró Rheden, y activó el comunicador-. Muy bien, atentos todos, estamos comenzando la reentrada. Preparaos para algunas turbulencias, y os avisaré cuando hayamos aterrizado.
-Capitana. –Era Baratha, por supuesto, y Hera vio cómo la capitana ponía los ojos en blanco-. Deberíamos estar en los cañones.
Goll intervino rápidamente.
-Eso tiene sentido. Estaremos en las torretas, capitana. Danos potencia si y sólo si es necesario.
En el exterior de la cabina, las estrellas estaban desapareciendo. El Eclipse dio una sacudida y se estabilizó, conforme Rheden balanceaba los escudos de la nave contra la atmósfera, reduciendo la velocidad.
-¿Y si tu gente no corta la energía? –preguntó Tay.
Hera miró con recelo por encima del hombro.
-Podemos anular el sistema desde aquí; no estamos bloqueados. Pero eso alertaría a todas las patrullas imperiales de la zona.
-Si tenemos que hacer eso, la misión ha acabado –dijo Rheden. Bajo su control, el Eclipse se estabilizó en el cielo azul, y los espacios abiertos entre las nubes bajo ellos revelaban destellos de yermo terreno naranja.
-Pero... –comenzó a decir Hera, y Rheden meneó la cabeza.
-No está abierto a debate. Mi primera prioridad es proteger la nave.
¿Y qué pasaba con la gente en tierra, la gente que estaba arriesgando sus vidas para ayudar a entregar este cargamento? Hera luchó para encontrar palabras, pero la advertencia de la consola la interrumpió.
-El sistema de control automático quiere tomar los mandos. Nos tienen en la ruta estándar hacia Lessu.
Un nuevo conjunto de luces cobró vida en el centro de los paneles de control. Rheden les echó una mirada furiosa, pero introdujo los códigos para que el piloto automático tuviera acceso a los sistemas de la nave. Una a una, las luces pasaron de naranja a verde, y una voz chirriante y lejana surgió de los altavoces.
-Tirion, se encuentra ahora en piloto remoto. No intente ajustar sus controles. Repito, no intente ajustar sus controles.
-Confirmado. –Rheden se recostó en su asiento, cruzando los brazos en el pecho-. Será mejor que no hagan chocar mi nave contra nada.
Tay pulsó algunos interruptores en un panel sobre su cabeza.
-Por favor, Hera, pon el receptor terciario en 93,39.
Hera hizo lo que se le había dicho. Un altavoz más pequeño crepitó, y se escucharon con claridad unas voces.
-...V-254 vector Alfa 10. Vuelo Delta, regrese a base...
Hera abrió los ojos como platos mientras seguía escuchando.
-Es el canal imperial principal.
Tay se encogió de hombros.
-Parecía buena idea saber qué están haciendo.
Habría sido una idea mejor si la información hubiera sido compartida. Eso era parte del problema, pensó Hera. Cada grupo mantenía sus recursos en secreto ante todos los demás. No había confianza.
Los minutos se convirtieron en horas mientras el Eclipse avanzaba perezosamente hacia la capital, con la cháchara de fondo de las patrullas de alas-V y el constante zumbido de los motores mezclándose en un murmullo soporífico. Hera parpadeó con fuerza, tratando de permanecer despierta, y entonces se incorporó de golpe cuando vio el mapa de posición.
-Capitana. Nos estamos acercando al Marcador 210.
-Ya lo veo –dijo Rheden, y pulsó el interruptor del intercomunicador-. Muy bien, gente, estamos en la zona. Que todo el mundo esté preparado. Hera, ¿tenemos patrullas en las proximidades?
-Sólo una, y se está alejando. –Hera ajustó los sensores-. No hay más tráfico en un radio de mil kilómetros.
Luces rojas destellaron por todas las pantallas, y una voz mecánica anunció:
-¡Control automático desactivado! ¡Control automático desactivado!
Rheden lanzó el Eclipse en un brusco picado. Hera desactivó el piloto automático y silenció todas las transmisiones salientes, con un ojo en el reloj. Por las ventanas de la cabina pasó disparada la primera capa de nubes.
-Veintidós segundos –dijo-. Veinte segundos.
-Motores al máximo –dijo Tay-. Armas activadas.
Rheden no respondió, toda su atención centrada en los controles. Hera podía sentir los temblores de la nave, la tensión y el esfuerzo del casco y los motores. Estaban perdiendo altura, pero no lo bastante rápido.
-Diez segundos.
-Más potencia –dijo Rheden.
-Estamos al máximo –respondió Tay, y Rheden soltó un juramento, con los controles sacudiéndose en sus manos.
-Tres segundos –dijo Hera-. Dos... Uno.
Las luces de la consola del control automático pasaron de rojo a verde, y luego comenzaron a parpadear en amarillo, con una advertencia silenciosa recorriendo la pantalla. Señal presente, control automático desactivado. Reactivar control automático.
Baratha intervino por el comunicador:
-¿Lo hemos logrado?

***

Las luces de la sala de control parpadearon, e inmediatamente comenzaron a aullar las alarmas. La moff Delian Mors, comandante de las Fuerzas Imperiales en Ryloth, se puso en pie y se inclinó sobre la barandilla de la oficina de la entreplanta que le permitía supervisar directamente el centro neurálgico del control imperial. La pantalla visora principal mostraba una sarta de mensajes de error en lugar de los gráficos de tráfico regional, y todas las consolas parecían ser de un rojo brillante. Estaba sonando una docena de alarmas distintas, y del pozo se alzaba el confuso clamor de las voces de los técnicos pidiendo respuestas a gritos. Por lo que podía sacar en claro del patrón de luces, en alguna parte había un problema de energía. Agarró con fuerza la barandilla y se inclinó hacia delante.
-¡Informen! ¡Estaciones, informen!
No hubo respuesta inmediata de los técnicos y supervisores inclinados sobre sus consolas, y aumentó la fuerza de su agarre.
-¡Karris! ¡Informe, ahora mismo!
Esta vez, su voz se abrió paso entre el clamor, y vio cómo el frenético movimiento tomaba un nuevo propósito conforme los supervisores apagaban las alarmas superfluas y los técnicos comenzaban a trabajar juntos.
-¡Moff Mors! –Ese era finalmente Karris, abriéndose paso a empujones entre la última fila de técnicos y alzando la vista hacia ella-. Hemos tenido una caída de energía, varios sistemas están apagados...
-¿Qué sistemas? –Mors le lanzó una mirada asesina, mientras el temor le hacía un nudo en el estómago-. Necesito informes precisos, comandante.
-Lo siento, señora. Estamos trabajando en ello.
Se volvió para dar una palmada en el hombro al técnico más cercano, en un ambiguo gesto de ánimo, y Mors volvió a examinar la sala de control. En ambos extremos del arco de consolas, los sistemas estaban volviendo a funcionar. Los identificó como los controles ambientales de la base y la red principal de comunicaciones; un buen comienzo, pero los sistemas de seguimiento seguían apagados, y parecía que la red de sensores sólo se había restablecido parcialmente...
-¡Moff Mors! –Karris se apartó del pozo para alzar la vista hacia ella, sujetándose las manos a la espalda para ocultar su nerviosismo-. Nuestros técnicos han rastreado un fallo en la producción de energía que conducen a un apagón general de cinco segundos. Los sistemas de reserva están activándose. Hemos recuperado las comunicaciones completas, los sensores no informan de ninguna señal de ataque o infiltración, y estoy efectuando un conjunto completo de diagnósticos...
Mors rechazó las palabras con un gesto de la mano.
-¿Qué es lo que no funciona?
Comenzó a bajar las escaleras: esto era algo que necesitaba ver por sí misma, no observar desde la distancia. Había estado a punto de perderlo todo durante la visita del Emperador a Ryloth un año antes; no iba a permitir que nadie pudiera cometer errores bajo su vigilancia.
Karris bajó la mirada.
-La red de control de tráfico ha caído, pero nuestra gente está poniéndola de nuevo en marcha...
-¡Comandante!
Era uno de los técnicos del centro del pozo; control de tráfico, identificó Mors, y el temor apretó con más fuerza en sus entrañas. El Emperador había dejado claro que esa era su última –su única- oportunidad, y enderezó los hombros. No fallaría.
-Comandante, hemos restaurado el sistema de control automático, pero ha desaparecido una nave. Estaba ahí cuando se apagó el sistema, pero ahora... ha desaparecido.
-Muéstramelo –dijo Mors antes de que Karris pudiera responder, y se abrió camino pasando junto a las demás consolas. El hombre encargado de la consola era un extraño para ella, cuando antes se enorgullecía de conocer a todo el mundo bajo su mando-. ¿Cómo te llamas, hijo?
El técnico la miró lleno de nerviosismo.
-Denner, señora.
-Dime lo que ha pasado, Denner.
Denner tomó aliento.
-Cuando se fue la energía, perdimos también la parrilla de control automático, con treinta y ocho naves en los rayos. Estuvimos desconectados menos de veinte segundos, veinticinco en el exterior... Señora, nos falta un carguero, de camino a Lessu por la Ruta Alfa, A2,93. Tirion. Tenemos un último contacto, cayendo como una piedra, y luego cayó por debajo de nuestra red. Parece que el piloto no estaba prestando atención cuando se apagó el rayo.
Mors alzó la mirada a la pantalla principal. Probablemente tuviera razón. El Movimiento Libertario de Ryloth estaba acabado, destruido por el Emperador en persona, y parte de ella estaba tentada a ignorar la nave desaparecida. Sin embargo... Estaba a prueba, el Emperador había dejado eso claro, pero también había dejado claro que podría redimirse. No podía permitirse ignorar nada, sin importar lo trivial que pudiera parecer.
-Tal vez. Y sólo tal vez... Bueno, si se estrellaron, quiero saber dónde y por qué. –Miró la pantalla entornando los ojos, leyendo los símbolos. El Tirion estaba sobre la jungla: Que la suerte ayude a esos pobres diablos si se estrellaron allí, pensó, y miró a Karris-. Comandante, el grupo de vuelo del teniente Niol es el más próximo. Que lo comprueben y me informen.

***

-Creía que no se tomaban en serio los problemas de los civiles –dijo Tay.
-Nunca solían hacerlo –respondió Hera. Pudo ver en su pantalla los alas-V, bajando en un arco que los dejaría justo tras la cola del Eclipse-. ¡Capitana!
-Los veo –respondió Rheden-. Tay, dame toda la potencia que tengamos. ¡Los demás, preparad las armas! Tenemos compañía.
Delante de ellos había un banco de nubes, y por un instante Hera pensó que podrían alcanzar su refugio antes de que los alas-V les encontraran. Pero las naves imperiales eran demasiado rápidas, el grupo de tres naves iba creciendo en su pantalla, y los sensores pitaron con fuerza cuando el líder de vuelo les localizó.
-Interfiere sus transmisiones –dijo Rheden, y Hera obedeció.
-Tirion, reduzca la velocidad y regrese a control automático.
-Ni hablar –dijo Rheden-. Dejad que se acerquen y luego acabad con ellos.
-Preparado –dijo Ul’ligan, y Goll y Baratha repitieron lo mismo como un eco.
Tirion, responda! Responda, o abriremos fuego.
-Hera, ¿les estás interfiriendo? –preguntó Rheden.
-Sí...
Hera se estremeció cuando el primer ala-V efectuó un disparo de advertencia y el destello de fuego esmeralda pasó rozando el parabrisas.
-Responda...
Baratha abrió fuego, seguida un instante después por Ul’ligan y Goll. Hera vio cómo un ala-V se desintegraba de inmediato, pero los otros dos viraron para apartarse, uno de ellos dejando tras de sí un fino rastro de humo. Giró el mando del sistema de interferencias a máxima potencia, y los altavoces se llenaron de estática. El Eclipse efectuó un cerrado giro a la izquierda y se elevó, y el primer ala-V se pasó de largo, extendiendo los alerones para tratar de frenar y girar. Por un instante, sus radiadores verticales presentaron un blanco perfecto, y tanto Goll como Ul’ligan dispararon. El radiador se desintegró en una lluvia de llamas y fragmentos de metal; el ala-V dio un bandazo y se escoró hacia la derecha, y Baratha le disparó de nuevo, haciéndolo estallar en pedazos.
El Eclipse se sacudió violentamente cuando el ala-V restante se ubicó bajo su popa, y Hera escuchó el constante golpeteo de los cañones mientras Ul’ligan primero y luego Baratha le devolvían el fuego, sin resultado. El ala-V pasó de largo, alejándose y ganando altura para tratar de realizar un disparo directo. Rheden realizó un brusco viraje para alejarse, pero la nave volvió a sacudirse cuando los disparos dieron en el blanco. Una advertencia destelló en la consola de Hera –habían recibido un impacto en el sistema primario de comunicaciones- y saltaron chispas de la consola secundaria de Rheden. Maldijo, pulsando los interruptores de apagado, pero el panel principal le estalló en la cara. Soltó un grito y se cayó de la silla del piloto. El Eclipse elevó el morro, y Hera agarró los controles.
Volvió a apuntar el Eclipse hacia abajo, y el ala-V realizó un giro para perseguirles y hacer otra pasada. Goll disparó, y el ala-V se sacudió, dejando atrás fragmentos en un chorro de chispas y llamas, pero continuó avanzando, disparando de forma continua. El Eclipse volvió a sacudirse, con todas sus luces de advertencia brillando. Hera cortó la energía impulsora, y el ala-V pasó de largo a toda velocidad, dejando una estela de humo tras de sí. Baratha disparó dos veces más, y el caza enemigo se disolvió en llamas. Hera hizo que el Eclipse se inclinara hacia un lado para evitar los escombros, y la cabina se llenó con el sonido de las alarmas. Estabilizó la nave, aunque tenía una alarmante tendencia a escorarse a la izquierda cada vez que realizaba presión en la palanca de mando.
-Informe de estado, Tay.
-Los motores han recibido un impacto directo –respondió Tay. Hera podía escuchar cómo se movía de una estación a otra en la parte trasera de la cabina, pero no se atrevía a apartar la vista de los controles para ver qué estaba haciendo. Por el rabillo del ojo, sólo podía ver a Rheden tendida en el suelo, inmóvil contra el mamparo-. También tengo varios molestos cortocircuitos en el sistema eléctrico. Aún sigo ocupándome de ellos.
Hera pudo ver que habían perdido los sensores de largo alcance y el transmisor principal, pero podía compensarlo. Al menos no había señal de ninguna otra patrulla, pero estarían de camino. El Eclipse volvió a dar bandazos, más violentamente, y se escuchó un fuerte golpe seco cuando Tay o Rheden cayeron pesadamente contra algo.
-Necesito recuperar el sistema gravítico –dijo Hera, y un fino hilo de humo se alzó desde detrás de la pantalla del sistema ambiental-. Tay...
-Estoy en ello –dijo Tay con seriedad.
Algo sonó como un chasquido en el enlace de control, y el Eclipse volvió a levantar el morro, y luego se inclinó hacia la izquierda. Hera agarró los controles, no obtuvo respuesta, y vio como las luces de los interruptores parpadeaban. Pulsó el interruptor una vez, y otra, y otra; las luces se apagaron, y cuando volvió a empujar, la palanca de control se movió, y el Eclipse se estremeció por el esfuerzo. La jungla cada vez estaba más cerca, pero ella se concentró en la presión que los controles hacían en su mano, esperando que los sistemas gravíticos se estabilizaran. Más potencia, y la nave comenzó a girar en espiral: Empujó la palanca a fondo hacia la izquierda. Los árboles llenaban la visión en las ventanas de la cabina, y un enjambre de insectos se dispersó alejándose de ellos conforme el Eclipse caía como una flecha. Y entonces el giro en espiral se ralentizó, se detuvo, y ella volvió a tirar de la palanca. El Eclipse gimió y se alzó, rozando la copa de los árboles del bosque con la torreta de popa.
Se estabilizó a una docena de metros sobre la copa de los árboles, examinando los paneles en busca de más daños. Todo parecía estable en ese momento, y se arriesgó a mirar a la capitana. Rheden parecía sólo semi-consciente, y claramente necesitaba ayuda.
-Tay...
-La capitana necesita ayuda. –Tay se acercó, arrodillándose para abrir otro panel-. Y la nave necesita reparaciones adecuadas. Tenemos que aterrizar.
-Aquí no –dijo Goll desde la escotilla, y Hera se sobresaltó-. La vida de la jungla es más peligrosa que ser perseguido por alas-V. –Se arrodilló junto al cuerpo desplomado de Rheden, con gesto preocupado, y activó el intercomunicador-. Baratha, sube aquí. ¡La capitana está herida!
-Voy ahora mismo –respondió Baratha. El Eclipse volvió a dar sacudidas, y Hera lo contuvo, y luego liberó una mano para extender los sensores secundarios a su alcance máximo. La pantalla estaba vacía hasta ese momento, pero dudaba de que eso durara mucho.
-No puedo arreglar esto si no aterrizamos –dijo Tay-. Sea lo que sea que hay ahí abajo, podéis mantenerlos a distancia.
Goll negó con la cabeza.
-Son lyleks: insectos acorazados, con extremidades afiladas que pueden atravesarte y tentáculos venenosos. Cazan en manadas, y viajan días enteros para obtener comida fresca. Puede que matemos la primera oleada, pero no podremos contenerlos mucho tiempo.
-Qué agradable –dijo Baratha entre dientes. Hera miró con disgusto la quemadura en carne viva que cubría el rostro de Rheden desde la frente hasta el lado izquierdo de su barbilla, pero al menos la capitana parecía estar consciente.
-Tay. –Ul’ligan apareció en la escotilla-. He desplegado los droides de reparaciones, pero no sé cuánto pueden hacer por sí solos.
-Dejémosles trabajar –dijo-. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
Por un instante, Hera deseó haber podido traer consigo a Chopper. Pero Goll había insistido en que no había sitio en la nave para otro droide, especialmente uno con las notables excentricidades de Chopper. Una luz de advertencia parpadeó en el monitor de sensores, y el corazón le dio un vuelco. Otro grupo de alas-V se acercaba rápidamente desde el norte.
-Goll.
-Les veo. ¿Pueden vernos ellos?
-Aún no.
Hera hizo girar el Eclipse hacia el sur e incrementó la potencia, perdiendo altitud de modo que estaban prácticamente rozando la copa de los árboles. Si podía permanecer fuera de rango... sí, ahí estaban las montañas, y desvió su curso hacia el oeste, dirigiéndose a la Cortada Exterior. Si podía atravesarla antes de que los alas-V se encontraran totalmente en rango, las montañas bloquearían sus escáneres.
Tay se lanzó hacia las placas del suelo junto al ordenador de navegación y abrió una compuerta de acceso. Hubo una voluta de humo y pudo olerse a quemado, y roció el compartimento con un extintor.
-Muy bien, hay que redirigir eso. Como mínimo, vamos a aminorar, no puedo seguir dándote plena potencia.
-Tenemos que atravesar las montañas. –Hera miró el mapa que se desplegaba en su pantalla-. Diez minutos.
-¿Las montañas? Tenemos que abortar –dijo Baratha a Goll.
-Eso nos pondría directamente en la trayectoria de los alas-V –respondió Goll.
Tay abrió otro panel y comenzó a desplazar cables. Hera escuchó un fuerte chasquido, y la nave volvió a dar una sacudida, pero se estabilizó.
-La capitana no puede pilotar –dijo Baratha.
-Yo... –Rheden jadeó con dolor-. Puedo ocuparme.
-No puedes ver nada con ese ojo –dijo Baratha-. Y estás conmocionada.
-He estudiado el aterrizaje –dijo Hera-. Puedo sacarnos de esta.
Baratha negó con la cabeza.
-Mira, estoy segura de que crees que eres una buena piloto...
-Ella puede hacerlo –dijo Rheden-. Sin embargo, la nave...
Su voz volvió a quebrarse mientras Baratha le envolvía el rostro con una venda, con manos más amables que sus palabras.
-No lo sé. –Tay tenía las manos ocupadas en el interior de otra consola-. Si no podemos aterrizar... podríamos perder la nave. Tal vez Baratha tenga razón.
-¿Y qué hay de los alas-V? –preguntó Goll.
Hera examinó los escáneres.
-Acaban de entrar en rango, pero aún no nos han localizado. –Ya no estaban lejos de las montañas, sus erosionadas pendientes se alzaban como dientes sobre la jungla. Podía ver el hueco entre el Monte Foreth y el Monte Maali que les ocultaría de sus perseguidores. O al menos de esos perseguidores; habría otras patrullas por ahí buscándoles. Hizo girar el Eclipse para colocarse a la sombra del Foreth-. Despejado.
-Los droides no están haciendo demasiados progresos –dijo Ul’ligan a Tay, quien meneó la cabeza.
-O aterrizamos, o nos vamos de aquí.
-¿Podemos saltar al hiperespacio? –preguntó Ul’ligan.
Tay se encogió de hombros, con las orejas gachas.
-Si lo hacemos ahora, si no hay más daños...
-Tenemos que llegar a Lessu –dijo Hera. Goll negó con la cabeza a modo de advertencia, pero ella le ignoró. Si no confiaban al resto del equipo el auténtico propósito de la misión, ¿cómo podía esperar que le confiaran a ella sus vidas?-. Esta medicina está destinada para un asentamiento de nuestros ancianos. Son la base de nuestra cultura. Si ellos mueren, nosotros morimos.
Nadie dijo nada, y Goll se volvió al comunicador.
-Voy a contactar con el punto de encuentro. –Ajustó el transmisor secundario, y una luz parpadeó en verde-. Dianthy, aquí Goll.
-¡Goll! –La conexión estaba llena de estática, pero las palabras se oían claramente-. Goll, todos los puntos de encuentro están siendo vigilados...
-Calma. –Goll extendió las manos en el aire como si Dianthy pudiera verle-. ¿Todos los puntos alternativos también?
-Todo lo cercano a Lessu.
-Mantente a la espera.
Goll cortó el canal, frunciendo el ceño.
-Se acabó –dijo Baratha-. Lo siento por vuestros ancianos, pero no podemos arriesgarnos a perder el extracto de gattis. Abortemos y volvamos a intentarlo.
-No tenemos tiempo –dijo Hera-. ¿Hay algún otro lugar donde podamos aterrizar?
-¿No estabas escuchando? –dijo Baratha, fulminándola con la mirada-. Todos vuestros puntos alternativos están siendo vigilados.
-Había otro. –Rheden trató de incorporarse con dificultad, apoyada en Baratha-. ¿Al oeste?
El Eclipse avanzaba lo bastante estable como para que Hera se arriesgara a manipular sus mapas, y entonces vio que Goll había puesto en pantalla un archivo distinto.
-Si te refieres a Rhovari, está demasiado lejos. Será demasiado difícil distribuir la medicina desde allí.
-Eso es mejor que no tenerla en absoluto –dijo Rheden. Se tambaleó y cayó sentada en las planchas del suelo.
-Es demasiado arriesgado –dijo Baratha.
Hera trató de apartar las voces de su cabeza. Goll tenía razón, tenían que continuar, pero Baratha también la tenía, por mucho que odiara admitirlo. Y Rhovari realmente estaba demasiado al oeste... Volvió a mirar la pantalla del mapa, cómo los símbolos iban apareciendo conforme el sistema trazaba una ruta a Lessu, marcando con diamantes azules los posibles puntos de aterrizaje. No había ninguno entre las montañas y el borde de la jungla, y el siguiente estaba demasiado cerca de los observadores imperiales; los puntos de encuentro y las ubicaciones alternativas formaban una tosca media luna en las tierras baldías al oeste de la ciudad, pero si los imperiales los tenían bajo vigilancia, no había muchas probabilidades de poder escapar con el Eclipse aunque Tay pudiera terminar las reparaciones. Una nueva señal llamó su atención en la pendiente sur del cono que contenía la ciudad, y rápidamente hizo una consulta al sistema. Era una zona de aterrizaje comercial, destinada originalmente para dar servicio a una fábrica local, pero ahora en desuso; era pequeña, y la pista de aproximación original había sido estrechada con la construcción de dos torres nuevas, pero había justo el espacio suficiente para que el Eclipse pudiera aterrizar.
-Goll. ¿Qué te parece eso?
Goll miró por encima de su hombro.
-Demasiado pequeño.
-Hay cerca de diez metros de espacio a cada lado –respondió Hera-. Puedo hacerlo.
-¿Diez metros? –Baratha se puso en pie-. ¿Estás loca?
-Es un poco justo –dijo Hera-, pero podemos descender directamente en el campo. El Eclipse puede hacerlo.
Goll meneó la cabeza.
-Está cerca del territorio de Dianthy, pero...
-No puede hacerse –dijo Baratha.
Tay se incorporó poniéndose en pie.
-Cabríamos, pero no estamos en condiciones de intentarlo. Tenemos que abandonar.
Ul’ligan inclinó la cabeza a un lado, y Rheden extendió una mano para agarrar la manga de Tay.
-¿Podemos saltar al hiperespacio?
Tay dudó.
-Sí. Creo que sí.
-No –dijo Goll-. Vamos a entregar la medicina. Para eso os pago, a todos vosotros.
-No voy a perder mi nave por esto –dijo Rheden.
-Y yo no voy a dejar que esta medicina caiga en manos imperiales –exclamó Baratha-. Y es mi última palabra.
Hera pasó la mirada de uno a otro. Nunca habían sido nada parecido a un equipo, pero ahora todo se estaba desmoronando. Respiró profundamente, recordando lo que había dicho Goll antes: El trabajo de un líder era hacer que todo siguiera avanzando, del modo que fuera.
-Hagamos lo que hagamos, necesitamos completar las reparaciones. Si alguien dirige a los droides, la tarea irá mucho más rápido.
Hubo un instante de silencio, Tay agitó las orejas, pero fue Ul’ligan el primero en hablar.
-Tiene razón.
Hera se apresuró a continuar antes de que nadie pudiera protestar.
-Una vez que hayamos terminado las reparaciones, hacemos un intento de entregar nuestro cargamento, y si eso no funciona, nos retiramos. Pero tenemos que intentarlo al menos una vez.
Goll asintió lentamente.
-Si Dianthy puede llevar allí a su gente...
Rheden se inclinó sobre la pantalla del mapa, parpadeando con fuerza para tratar de enfocar la mirada. Hera podía oler el bacta de los vendajes y vio cómo hacía una mueca al comprender lo que mostraba la pantalla.
-¿Estás seguro?
-Sí –asintió Hera.
-Yo no –dijo Tay, y Ul’ligan le puso la mano en el hombro.
-Un intento. La nave lo aguantará.
-Y aunque no aguante, de todas formas tenemos problemas mayores –dijo Rheden-. Yo me apunto.
Tay suspiró.
-De acuerdo.
-Un intento –dijo Baratha-. Nada más. Y sólo si completan las reparaciones a tiempo.
-Lo haremos –dijo Tay. Miró a Goll-. Necesitaré tu ayuda en el exterior del casco. Necesitamos a Ul’ligan en los cañones.
-Deja que informe a Dianthy –dijo Goll-, y soy todo tuyo.
Hera hizo virar el Eclipse hacia su nuevo destino, observando cómo la jungla bajo ellos iba desapareciendo conforme la nave se acercaba más a la ciudad. Tras ella, Baratha estaba misericordiosamente callada, atendiendo a Rheden competentemente y en silencio; los monitores mostraban que Goll y Tay estaban ocupados en el lado de estribor del casco, mientras que los droides trabajaban en la zona de la cola, parcheando cables y conductos. Aún podía sentir los daños –respuesta torpe de las superficies de control, un claro retardo cuando pedía más potencia-, pero había volado en peores condiciones. De fondo, podía escuchar la cháchara de los ala-V en el circuito imperial: Hasta ese momento, es estaban concentrando en el punto donde la patrulla había detectado al Eclipse, pero antes o después iban a volver a empezar a buscar en dirección a la capital. Los sensores de corto alcance mostraban un par de grupos al borde del alcance, pero ninguno los había localizado aún.
-Hera –se escuchó con un chasquido la voz de Tay por el intercomunicador-. Los sistemas gravíticos están reparados. Ya podemos... oh, maldita sea.
-¿Qué? –Hera examinó sus controles, pero no parecía haber cambiado nada.
-Tenemos una ruptura en el conducto secundario de energía de este lado, dijo Tay-. Ahora no es un problema, pero necesitamos arreglarlo antes de saltar al hiperespacio.
-¿Cuánto tardará?
-Veinte minutos.
Hera comprobó sus lecturas. Eso era justo el tiempo suficiente para terminar antes de que tuviera que comenzar el aterrizaje.
-Muy bien. Vamos a entrar.
-¡Pero aún están ahí fuera! –exclamó Baratha, y por el rabillo del ojo Hera pudo ver cómo Rheden agarraba el brazo de la médico.
-Estamos comprometidos. Siéntate y cállate.
Sorprendentemente, Baratha obedeció. Hera hizo virar el Eclipse, lanzando la nave hacia el sur y el oeste a través del terreno quebrado. Aún estaban a salvo por debajo de la red de sensores imperial, pero eran perfectamente visibles desde la superficie. Los imperiales seguían buscando, y no tardarían mucho en llamar su atención... y si lo hacían, Goll y Tay aún estaban en el casco, completamente expuestos. Eligió un vector que les mantenía lejos de cualquier estación de seguimiento imperial e hizo descender aún más al Eclipse mientras lo mantenía estable.
El cono de la ciudad de Lessu asomaba en el horizonte, y el ordenador de navegación sonó, ofreciendo un nuevo destino. Les llevaría alrededor del antiguo distrito industrial, despejando el laberinto de chimeneas y torres que rompían la escarpada superficie, pero cualquiera que observara desde la torre principal de control de tráfico lo tendría difícil para no ver un carguero estelar. Hera pulsó el intercomunicador.
-Goll, ¿cómo van las reparaciones?
-Casi hemos terminado –respondió Goll, denotando tensión en su voz.
En la pantalla, Hera pudo ver a Tay tendida cuan larga era sobre el casco, manipulando un compartimento abierto, y el arnés que la sujetaba a la nave completamente tenso. Goll estaba agazapado a su lado, con un kit de herramientas abierto junto a sus tobillos.
-Estamos llegando a Lessu.
-Cinco minutos más –dijo Tay.
-Para entonces estaremos aterrizando –dijo Hera. Pero tenían que reparar ese conducto si pretendían escapar-. Ul’ligan, llama a los droides de reparaciones y guárdalos.
-De acuerdo. –El gruñido del nikto mostraba un extraño tono de seguridad.
El pitido del ordenador de navegación sonaba cada vez más fuerte, pero Hera lo ignoró, dirigiéndose hacia el corazón del distrito industrial.
-Agarraos.
El Eclipse sobrevoló a toda velocidad el terreno baldío –por suerte, no había nadie a la vista- y ganó altura cuando cruzaron la zanja y el muro al otro lado. Hera rodeó una torre inclinada, con luces parpadeando en sus costados, e inmediatamente hizo virar el Eclipse a la derecha para evitar una chimenea menos elevada. En las pantallas, podía ver cómo Goll se sujetaba, presionando a Tay contra el casco con una mano, mientras con la otra se agarraba a un puntal expuesto. Ante ellos se cernían un par de torres, alzándose desde la misma base y conectadas en la parte superior por una pasarela oxidada. Pasar por encima los pondría al alcance de los sensores imperiales, y a ambos lados tenían una maraña de chimeneas y torretas, pero el espacio entre medio era imposiblemente estrecho. Inclinó el Eclipse hacia un lado, sin atreverse a hacerlo más de veinte grados por miedo a perder a Goll y Tay, y mantuvo la nave así mientras pasaba por el hueco como si enhebrara una aguja.
-Conducto arreglado –exclamó Tay.
-Confirmado –respondió Hera. Frente a ellos, vio el destello de una luz de aterrizaje: la gente de Dianthy. Activó los frenos aéreos, equilibrando el Eclipse contra la gravedad de Ryloth, y quedó flotando sobre el espacio abierto. Comprobando las pantallas, pudo ver cómo Goll ayudaba a Tay a ponerse en pie y luego ambos se dirigían a la escotilla más cercana. Hera activó las cámaras de aterrizaje e hizo una mueca. Diez metros de espacio no parecían ni de lejos tanto como había esperado. Hizo descender la gran nave, levantando polvo rojo de los edificios. Los muros se alzaron a su alrededor, tan cerca que sentía como si pudiera tocar con la mano cualquiera de ellos. Y entonces, por fin, el tren de aterrizaje tocó tierra, y hubo un destello de luz cuando Ul’ligan y Goll abrieron la escotilla.
Soltó un suspiro de alivio, pero dejó la energía activada, reconfigurando los controles para el despegue. Un carguero en las inmediaciones de la ciudad no pasaría demasiado tiempo inadvertido para los imperiales...
-¡Vamos! –exclamó Ul’ligan, y los indicadores de la escotilla destellaron en verde. Hera tomó aliento y dejó que el Eclipse se alzara.

***

-¡Moff Mors! El carguero no identificado ha aterrizado en la superficie exterior de la capital.
Mors miró fijamente la pantalla, deseando poder hacer que las patrullas de ala-V excedieran su velocidad máxima. Se había equivocado en su suposición; no se le había ocurrido que el carguero desaparecido continuara hacia su destino declarado, y había malgastado tiempo y hombres buscando señales en vectores que se alejaban de Lessu.
-Que salgan las tropas de tierra. Obviamente están realizando algún tipo de contrabando. Encontradles y detenedles. ¡Ya!
-Sí, señora.
El oficial de comunicaciones más cercano habló por su micrófono, y un instante después vio cómo se encendían luces en las pantallas secundarias conforme los hombres del coronel Piik salían de sus barracones de la capital.
-Bloqueen la ciudad. Quiero todas las salidas selladas. –Eso era todo lo que podía hacer respecto a Lessu por el momento, y devolvió su atención a la pantalla principal. El carguero seguía en tierra, y se volvió a Karris-. Avise al Déspota. Dígales que estén atentos a un despegue no autorizado desde Lessu, un carguero YT-209. Que lo capturen si es posible, pero que lo destruyan si no se detiene.
-Sí, señora –dijo Karris, y se volvió a sus propios controles-. El Déspota da acuse de recibo. Están dando media vuelta.
Por un instante, creyó que los alas-V podrían tener una oportunidad, cruzando como flechas las tierras baldías a máxima velocidad, pero el carguero comenzó a alzarse, surgiendo de entre los edificios. Tan pronto como despejó los tejados, salió disparado hacia arriba, mostrando un sorprendente cambio de velocidad, y se dirigió al espacio abierto. La pantalla principal cambió a una vista orbital, y Mors soltó un juramento cuando vio los ángulos. El Déspota seguía dando media vuelta: Les habían pillado a contrapié. El capitán disparó de todas formas, pero los disparos se quedaron cortos y no alcanzaron su objetivo. El carguero pareció girar ligeramente, y luego desapareció.
-Han saltado al hiperespacio, señora –dijo alguien, y Mors reprimió una respuesta airada. Por supuesto que habían saltado; el Déspota no había conseguido darle a nada. Con un esfuerzo, reprimió su rabia, sabedora de que lo que realmente sentía era miedo. Una oportunidad.
-Quiero que se registre la ciudad...
Se detuvo bruscamente, reconociendo la locura que era eso. No tenían el personal para realizar una correcta investigación puerta a puerta; lo mejor que podía conseguir era una un barrido general y esperar que se descubriera algo interesante.
-Sí, señora –dijo Karris de nuevo-. Señora, no ha habido ningún signo de resistencia organizada en la capital. ¿Es posible que sólo se trate de contrabandistas?
Era posible, desde luego. El Borde Exterior producía contrabandistas que mostraban tanta dedicación y determinación para ganarse el jornal como cualquier oficial imperial. Pero era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
-No me importa quiénes sean. Quiero que se encuentre ese cargamento. En primer lugar, registren la ciudad, y luego informen a todos nuestros agentes que pagaré una generosa recompensa por cualquier información sobre el carguero, su carga, y/o sus eventuales receptores. Mantenga la ciudad sellada hasta que yo diga lo contrario.
Sería duro para los lugareños, pero no podía permitirse que eso le importara. No volvería a fracasar.

***

Hera activó el piloto automático y se recostó en su asiento, mirando el resplandor azul del hiperespacio.
-Curso fijado a Manda, capitana.
-Bien –dijo Rheden. Había conseguido volver a ocupar el asiento del capitán, pero claramente no estaba en condiciones de pilotar-. El resto de vosotros desembarcará allí. Hay muchos transportes en Manda.
¿Y quién te llevará a donde quiera que quieras ir tú? Hera se tragó las palabras, consciente de que no tenía sentido pronunciarlas.
-Al menos lo logramos –dijo Tay, levantándose de su propia silla-. Vamos, Krys, deja que eche otro vistazo a esa quemadura.
Rheden aceptó la mano que le tendía, y las dos salieron lentamente de la cabina. Baratha también se levantó, con una mueca, y miró a Goll con gesto adusto.
-Espero recibir nuestro último pago antes de que aterricemos.
-Lo tendrás –dijo con cansancio Goll-. Pero no ahora mismo.
Baratha soltó un bufido y salió agachándose por la compuerta. Goll se acomodó en la silla del capitán, meneando la cabeza. Hera echó un vistazo por encima de su hombro para ver a Ul’ligan, que estaba sentado en el trasportín tras la estación de ingeniería.
-Gracias por apoyarme.
El nikto se encogió de hombros.
-Tanto los twi’leks como nosotros somos pueblos oprimidos. Sé lo que es perder una cultura. Merecía la pena intentarlo.
Y eso, pensó Hera, era lo más frustrante de la misión. Sí, lo habían logrado, habían entregado el extracto de raíz gattis y habían escapado, pero eso era todo lo que habían hecho. E incluso cuando alguien reconocía que podía hacerse una causa común, eso en realidad no cambiaba nada.
-Voy a comer –dijo Ul’ligan, marchándose-, y luego a dormir. Te dejaré comida.
-Gracias –dijo Hera, y dejó escapar un suspiro cuando la compuerta se cerró tras él.
-Lo has hecho bien –dijo Goll después de un instante-. El extracto de gattis marcará la diferencia.
-Sí.
-Aún más que tu pilotaje. Siempre supe que eras una buena piloto. Era un buen plan. –Goll hizo una pausa, con rostro serio-. Tienes lo necesario para ser un buen líder. Como tu padre.
¿Líder de qué?, pensó Hera. Pero tal vez pudiera reunir su propio grupo, encontrar algún modo de levantarse contra el Imperio.
-Me gustaría –dijo, y quedó levemente sorprendida por su propio deseo-. Espero que pueda ser verdad.

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