Misión humanitaria
Melissa Scott
-¡Este trabajo es absurdo, y lo sabes!
Hera Syndulla hizo una mueca de fastidio mientras las voces que
procedían de la sala común resonaban por el pasillo central del carguero. Desde
que habían salido de Rishi con el cargamento de extracto de raíz gattis
destinado a los civiles twi’lek de Ryloth, Trae Baratha había estado
protestando por la misión.
-Tu Grupo Karthakk creyó que resultaba bastante sensato aceptar
nuestros créditos. Y si quieres que tu gente reciba el último pago, doctora,
tienes que entregar la medicina. –Goll, un antiguo líder del Movimiento
Libertario de Ryloth, parecía haber llegado al límite de su paciencia.
Por un instante, Hera pensó en retirarse, pero el Eclipse era un carguero pequeño, y había
pocos lugares donde no estuvieras prácticamente encima de cualquier otra
persona.
-Entregaré la medicina si puede hacerse con seguridad –replicó
Baratha-. Sólo entonces.
-Tu gente no quedará contenta si no se les paga –dijo Goll.
Hera escuchó pasos tras ella y vio al artillero nikto del Eclipse, Ul’ligan, descendiendo por el
pasillo. La saludó con una inclinación de su cabeza llena de cuernos, pero
antes de que ella pudiera decir nada, volvió a retumbar la voz de Baratha.
-Les gustará aún menos si nos atrapan y los imperiales se apoderan
del cargamento.
Hera se encogió de hombros y cruzó la escotilla entrando en la
sala común.
-El Grupo Karthakk aceptó realizar el trabajo –dijo Goll,
endureciendo la voz. Estaba sentado en el asiento acolchado que corría a lo
largo del mamparo de proa, enderezando con irritación sus lekku, las pesadas
colas craneales que caían ondulándose sobre sus hombros. Hera esperaba que la
doctora humana no fuera capaz de leer en ello el nivel de fastidio que quedaba
claro para cualquier twi’lek-. Perdiste la votación.
Eso era indiscutible, pero Baratha meneó la mano de todas formas
para restarle importancia. La ingeniera del Eclipse,
una sephi esbelta y de piel color lavanda llamada Eira Tay, estaba sentada
junto a la pequeña mesa, inclinada sobre su plato, tratando de fingir que los
demás no estaban allí. Ul’ligan emitió un sonido de simpatía y le dio unas
palmaditas en el hombro mientras se dirigía al dispensador de caf.
-No sabían a quién habías contratado –exclamó Baratha. Era alta, y
muy delgada, con su cabello canoso cortado muy corto alrededor de su rostro
afilado. Cuando la vio por primera vez, Hera pensó que el cabello parecía las
suaves plumas de un pollito muy joven, pero ahora Baratha le recordaba a un ave
carroñera-. Esta cosa... Sin ánimo de ofender, ingeniera, pero esta nave no va
a aguantar nada que sea más fuerte que un bláster de medio pelo.
Tay agachó sus puntiagudas orejas.
-Principalmente, intentamos que no nos atrapen... ni nos disparen.
-Llevamos mucho
tiempo haciendo esto -dijo Ul’ligan, con voz grave y áspera. Hablaba en tan
contadas ocasiones que Hera aún no tenía claro si estaba enfadado o ése era su
tono de voz natural.
Tay asintió
vigorosamente.
-¡Y mira! Aún
seguimos aquí.
-Son lo mejor que
hay disponible –dijo Goll. Si era consciente de la ambigüedad de su afirmación,
no dio muestras de ello-. Además, tu gente sabía la seriedad de nuestra
situación cuando accedieron a ayudar. El precio por el gattis lo demuestra.
-La fiebre Bybbec
es molesta –dijo Baratha-, pero sólo en muy raras ocasiones resulta letal.
-Es letal para los twi’leks –no pudo evitar decir Hera. La carga
iba destinada a un asentamiento de ancianos twi’leks, que se habían reunido
para preservar su cultura frente a la conquista imperial. Pero cuando Goll le
pidió que se uniera a su misión, le había dicho que mantuviera en secreto el
destino real del extracto. No confiaba lo suficiente en ninguno de los demás-.
Y los síntomas son más graves: fiebre, dolor de huesos, debilidad.
-Cierto –dijo Goll-. Y ese no es el único problema. El Imperio
está racionando el tratamiento; sí, claro, ofrecen el extracto de gattis
gratis, pero para recibirlo tienes que registrarte en la clínica de
distribución. Entonces usan ese registro para rastrear identidades falsas. Aún
peor, están obligando a muchos de los asentamientos de las junglas a mostrarse
ante el Imperio a cambio del tratamiento. Están pidiendo que comunidades
enteras se trasladen a otras ubicaciones, todo ello con la excusa de hacer más
fácil conseguir la medicina.
-Lo que llevamos es sólo un grano de arena en el desierto –dijo
Baratha.
-Ayudará a miles de personas a evitar el control imperial –dijo
Hera.
Baratha la ignoró.
-Vamos –dijo a Goll-, seguro que os dais cuenta de los problemas a
los que os enfrentáis.
-No vamos a enfrentarnos a Destructores Estelares –dijo Goll-. Los
imperiales de Ryloth tienen cazas ala-V, y podemos ocuparnos de eso. Si es que
realmente es necesario.
-Podríamos ocuparnos de eso, pero me gusta creer que nuestro plan
es un poco más inteligente que eso.
Hera se volvió a mirar a la capitana del Eclipse, Krysiant Rheden, de pie en la entrada. Era tal vez unos
pocos años más joven que Baratha, quien le ganaba en altura por una cabeza. De
anchos hombros, no tenía nada especialmente destacable salvo el bláster de su
cadera. Hera se preguntaba si lo llevaba en todos sus trabajos.
-Hera... –Rheden se detuvo, con una mueca, y Baratha alzó las
manos al cielo.
-¡A la porra la seguridad!
Baratha les había instado a usar títulos en lugar de nombres. Hera
pensaba que la idea era estúpida.
-Copiloto –se corrigió Rheden, con airada precisión-. E ingeniera
–dijo, volviéndose hacia Tay-. Estamos a punto de salir del hiperespacio. Os
quiero a ambas en la cabina.
Hera siguió a las otras hacia proa y se sentó
en el asiento del copiloto. En el exterior del parabrisas reforzado, el
hiperespacio brillaba con destellos de color azul eléctrico; entre las
estaciones de los dos pilotos, el ordenador de navegación charlaba consigo
mismo, haciendo parpadear luces para señalar la proximidad de la transición.
Hera se abrochó el cinturón y miró a Rheden con cautela.
-No me importa si me llamas Hera. Confío en
ti.
-Probablemente no deberías. Puede que Baratha
tenga razón –dijo Rheden.
-Sólo que nosotros ya conocemos nuestros
nombres –dijo Tay.
Rheden asintió con un gruñido, y la voz de
Baratha chasqueó por el intercomunicador.
-Capitana. ¿Tiene planeado poner personal en
las torretas?
Rheden apretó los labios.
-Voy a mantener las armas en espera a menos
que nos veamos en problemas.
-Tomaremos posiciones por si acaso. –Goll
sonaba bastante calmado, pero Hera supuso que su lekku estaba rígido por el
fastidio.
-Como queráis –dijo Rheden-. Ul’ligan, ocupa
el módulo de popa.
-A la orden –respondió Ul’ligan, y Rheden
meneó la cabeza, cubriendo el micrófono del intercomunicador con una mano.
-Esa mujer es un grano en el culo.
Antes de que Hera pudiera decidir cómo
responder, el ordenador de navegación comenzó a pitar con insistencia.
-Preparados, vamos a realizar la transición.
–Rheden miró la pantalla del ordenador de navegación-. Tres, dos, uno... pasa a
subluz, Tay.
El sonido del motor de la nave cambió
sutilmente, el vívido azul de hiperespacio se desvaneció en líneas que de pronto
se volvieron borrosas y se acortaron convirtiéndose en estrellas. Hera sintió
que su lekku se tensaba: Había estado antes en misiones, algunas fáciles, otras
complicadas. Pero parecía como si nunca se llegara a acostumbrar a dar el
primer paso. Se escuchó un sonido electrónico de campanilla, y una serie de
luces azules destelló en la parte superior del tablero de Hera.
-Detecto un pequeño crucero imperial, pero
sólo nos está escaneando.
Tay alzó la mirada con preocupación.
-¿Desde cuándo el Imperio escanea las naves
al acercarse? No es habitual.
-No pasa nada. Siempre que eso sea lo único
que hagan. –Rheden mantuvo una mano en la palanca de control mientras la nave
suministraba datos falsos a los imperiales.
Sonó un aviso del sistema de comunicaciones.
-FT-2991 Tirion,
tiene permiso para entrar al sistema Ryloth. Siga la Baliza Tivik, canal 81,
hasta la órbita planetaria y espere allí nuevas instrucciones.
Rheden pulsó un interruptor.
-Recibido. Baliza Tivik hasta la órbita, y
esperar instrucciones. –Volvió a apagar el interruptor y lanzó a Hera una
sonrisa torcida-. Allá vamos.
El vuelo al sistema Ryloth transcurrió sin
incidencias. Tras la primera hora, Rheden anunció que no era necesario que
siguiera habiendo personal en los cañones. Ul’ligan y Goll regresaron a la sala
común, pero Baratha dijo que ella permanecería en la torreta de estribor.
-Como quieras –dijo Rheden y miró a Hera-.
Descansa un poco, muchacha. Y cuando vuelvas, ¿puedes traernos un poco de caf?
Hera asintió, agradeciendo la oportunidad de
estirar las piernas, y salió de la cabina. Cuando estaba llegando a la sala
común, la compuerta se abrió y reveló a Ul’ligan, que refunfuñaba por encima de
su hombro.
-Realmente no me importa lo que pase mientras
nuestra nave salga intacta.
Hera dio un paso atrás para dejar que él se
marchara, con fuertes pisadas. Luego entró, dejando que la compuerta se cerrara
a su espalda.
-¿Va todo bien?
Goll suspiró.
-Genial. Todo va genial.
A juzgar por su tono, no tenía sentido
insistir en el tema. Hera se sirvió una taza de caf y se sentó frente a él en
la estrecha mesa.
-La capitana Rheden está molesta con Baratha.
-Como todos nosotros. –Goll mostró sus
dientes perfectamente afilados-. Pero el Grupo Karthakk tiene el extracto de
gattis, así que tenemos que aguantarla. Todos seguimos avanzando tan
alegremente como podamos. Aunque tenga ganas de... –Se detuvo, meneando la
cabeza-. Seguimos avanzando. Es lo que hacen los líderes.
Hera terminó su caf y preparó tazas para
Rheden y Tay, esperando que Goll se explicara, pero no lo hizo. Se alegraba de
no estar al mando. No estaba segura de haber podido evitar saltar ante Baratha.
-Se hace extraño regresar a Ryloth, ¿verdad?
-Se hace extraño hacerlo sin tu padre. Cham
habría... –Goll volvió a menear la cabeza, y Hera sabía que no tenía sentido
hacerle preguntas. Ni el mismo Goll podría decirle en qué estaba pensando. Se enfadaría bastante si supiera que dejé
que te presentaras voluntaria para esto, había dicho Goll la última vez que
preguntó. Hera se limitó a asentir con la cabeza y dio media vuelta para
marcharse.
Regresó a la cabina con las tazas de caf y
ocupó su turno en los controles, mientras primero Rheden y luego Tay se tomaban
descansos de sus propios turnos. Para entonces, Ryloth iba asomando cada vez
mayor en las pantallas, y Hera ajustó los sensores para aumentar la imagen.
Hacía tanto tiempo que no había visto Ryloth, que el disco de color marrón
óxido era más bien un símbolo en lugar de un hogar que viviera en su recuerdo.
Suspiró, y la ingeniera se acercó a ella para darle unas palmaditas en el
hombro.
-Debe de ser extraño, ¿eh?
-Más vale que no lo sea –dijo Rheden-. Tiene
que guiarnos en el planeta cuando salgamos de la red de control de tráfico.
Los lekku de Hera temblaron, avergonzados.
-Puedo ocuparme de ello.
Rheden se pasó la mano por el cabello.
-Lo siento.
Para alivio de Hera, el panel de control
reclamó su atención con un pitido.
-Tivik nos hace señales.
Echó mano al sistema de comunicaciones,
mientras Rheden aminoraba la velocidad de la nave. Un instante después, una voz
aburrida sonó por los altavoces.
-Tirion.
Tiene permiso para entrar en la atmósfera. Manténgase a la espera para recibir
su trayectoria de descenso y su frecuencia de control automático.
-A la espera –respondió Hera. El sistema mostró
una rápida serie de números que se pusieron en verde-. Recibido y confirmado.
-Recibido, Tirion. Y una advertencia amistosa. Cualquier desviación del
pasillo de reentrada o del control automático tendrá como resultado la
destrucción de su nave.
-Comprendido, Tivik –dijo Hera-. Comenzando
reentrada. Tirion fuera.
-Una cálida bienvenida –dijo Rheden.
-¿Seguro que tu gente puede cortar el sistema
de control automático? –dijo Tay.
-Ese es el plan –respondió Hera. Recitó el
procedimiento que había memorizado-. Una vez que estemos a la altitud
designada, enganchamos la nave a la red de tráfico. Se supone que debe
llevarnos hasta el puerto de Lessu. Después de que pasemos el Marcador 210,
nuestro contacto cortará la transmisión de la red durante veinticinco segundos.
Descendemos por debajo de la red y procedemos al encuentro.
-Entonces supondrán que nos hemos estrellado
–dijo Rheden. Se activaron advertencias cuando el Eclipse tocó el borde de la atmósfera, y compensó la posición de la
nave para la reentrada-. ¿No vendrá alguien en nuestra búsqueda?
Hera negó con la cabeza.
-Goll dice que los imperiales no se
preocuparán por un carguero civil. Se limitarán a informar de ello a lo que
quede de la autoridad civil.
-Adorable –murmuró Rheden, y activó el
comunicador-. Muy bien, atentos todos, estamos comenzando la reentrada.
Preparaos para algunas turbulencias, y os avisaré cuando hayamos aterrizado.
-Capitana. –Era Baratha, por supuesto, y Hera
vio cómo la capitana ponía los ojos en blanco-. Deberíamos estar en los cañones.
Goll intervino rápidamente.
-Eso tiene sentido. Estaremos en las
torretas, capitana. Danos potencia si y sólo si es necesario.
En el exterior de la cabina, las estrellas
estaban desapareciendo. El Eclipse
dio una sacudida y se estabilizó, conforme Rheden balanceaba los escudos de la
nave contra la atmósfera, reduciendo la velocidad.
-¿Y si tu gente no corta la energía?
–preguntó Tay.
Hera miró con recelo por encima del hombro.
-Podemos anular el sistema desde aquí; no
estamos bloqueados. Pero eso alertaría a todas las patrullas imperiales de la
zona.
-Si tenemos que hacer eso, la misión ha
acabado –dijo Rheden. Bajo su control, el Eclipse
se estabilizó en el cielo azul, y los espacios abiertos entre las nubes bajo
ellos revelaban destellos de yermo terreno naranja.
-Pero... –comenzó a decir Hera, y Rheden
meneó la cabeza.
-No está abierto a debate. Mi primera
prioridad es proteger la nave.
¿Y qué pasaba con la gente en tierra, la
gente que estaba arriesgando sus vidas para ayudar a entregar este cargamento?
Hera luchó para encontrar palabras, pero la advertencia de la consola la
interrumpió.
-El sistema de control automático quiere
tomar los mandos. Nos tienen en la ruta estándar hacia Lessu.
Un nuevo conjunto de luces cobró vida en el
centro de los paneles de control. Rheden les echó una mirada furiosa, pero
introdujo los códigos para que el piloto automático tuviera acceso a los
sistemas de la nave. Una a una, las luces pasaron de naranja a verde, y una voz
chirriante y lejana surgió de los altavoces.
-Tirion,
se encuentra ahora en piloto remoto. No intente ajustar sus controles. Repito,
no intente ajustar sus controles.
-Confirmado. –Rheden se recostó en su
asiento, cruzando los brazos en el pecho-. Será mejor que no hagan chocar mi
nave contra nada.
Tay pulsó algunos interruptores en un panel
sobre su cabeza.
-Por favor, Hera, pon el receptor terciario
en 93,39.
Hera hizo lo que se le había dicho. Un
altavoz más pequeño crepitó, y se escucharon con claridad unas voces.
-...V-254 vector Alfa 10. Vuelo Delta,
regrese a base...
Hera abrió los ojos como platos mientras
seguía escuchando.
-Es el canal imperial principal.
Tay se encogió de hombros.
-Parecía buena idea saber qué están haciendo.
Habría sido una idea mejor si la información
hubiera sido compartida. Eso era parte del problema, pensó Hera. Cada grupo
mantenía sus recursos en secreto ante todos los demás. No había confianza.
Los minutos se convirtieron en horas mientras
el Eclipse avanzaba perezosamente
hacia la capital, con la cháchara de fondo de las patrullas de alas-V y el
constante zumbido de los motores mezclándose en un murmullo soporífico. Hera
parpadeó con fuerza, tratando de permanecer despierta, y entonces se incorporó
de golpe cuando vio el mapa de posición.
-Capitana. Nos estamos acercando al Marcador
210.
-Ya lo veo –dijo Rheden, y pulsó el
interruptor del intercomunicador-. Muy bien, gente, estamos en la zona. Que
todo el mundo esté preparado. Hera, ¿tenemos patrullas en las proximidades?
-Sólo una, y se está alejando. –Hera ajustó
los sensores-. No hay más tráfico en un radio de mil kilómetros.
Luces rojas destellaron por todas las
pantallas, y una voz mecánica anunció:
-¡Control automático desactivado! ¡Control
automático desactivado!
Rheden lanzó el Eclipse en un brusco picado. Hera desactivó el piloto automático y
silenció todas las transmisiones salientes, con un ojo en el reloj. Por las
ventanas de la cabina pasó disparada la primera capa de nubes.
-Veintidós segundos –dijo-. Veinte segundos.
-Motores al máximo –dijo Tay-. Armas
activadas.
Rheden no respondió, toda su atención
centrada en los controles. Hera podía sentir los temblores de la nave, la
tensión y el esfuerzo del casco y los motores. Estaban perdiendo altura, pero
no lo bastante rápido.
-Diez segundos.
-Más potencia –dijo Rheden.
-Estamos al máximo –respondió Tay, y Rheden
soltó un juramento, con los controles sacudiéndose en sus manos.
-Tres segundos –dijo Hera-. Dos... Uno.
Las luces de la consola del control
automático pasaron de rojo a verde, y luego comenzaron a parpadear en amarillo,
con una advertencia silenciosa recorriendo la pantalla. Señal presente, control automático desactivado. Reactivar control
automático.
Baratha intervino por el comunicador:
-¿Lo hemos logrado?
***
Las luces de la sala de control parpadearon,
e inmediatamente comenzaron a aullar las alarmas. La moff Delian Mors,
comandante de las Fuerzas Imperiales en Ryloth, se puso en pie y se inclinó
sobre la barandilla de la oficina de la entreplanta que le permitía supervisar
directamente el centro neurálgico del control imperial. La pantalla visora
principal mostraba una sarta de mensajes de error en lugar de los gráficos de
tráfico regional, y todas las consolas parecían ser de un rojo brillante.
Estaba sonando una docena de alarmas distintas, y del pozo se alzaba el confuso
clamor de las voces de los técnicos pidiendo respuestas a gritos. Por lo que
podía sacar en claro del patrón de luces, en alguna parte había un problema de
energía. Agarró con fuerza la barandilla y se inclinó hacia delante.
-¡Informen! ¡Estaciones, informen!
No hubo respuesta inmediata de los técnicos y
supervisores inclinados sobre sus consolas, y aumentó la fuerza de su agarre.
-¡Karris! ¡Informe, ahora mismo!
Esta vez, su voz se abrió paso entre el
clamor, y vio cómo el frenético movimiento tomaba un nuevo propósito conforme
los supervisores apagaban las alarmas superfluas y los técnicos comenzaban a
trabajar juntos.
-¡Moff Mors! –Ese era finalmente Karris,
abriéndose paso a empujones entre la última fila de técnicos y alzando la vista
hacia ella-. Hemos tenido una caída de energía, varios sistemas están
apagados...
-¿Qué sistemas? –Mors le lanzó una mirada
asesina, mientras el temor le hacía un nudo en el estómago-. Necesito informes
precisos, comandante.
-Lo siento, señora. Estamos trabajando en
ello.
Se volvió para dar una palmada en el hombro
al técnico más cercano, en un ambiguo gesto de ánimo, y Mors volvió a examinar
la sala de control. En ambos extremos del arco de consolas, los sistemas
estaban volviendo a funcionar. Los identificó como los controles ambientales de
la base y la red principal de comunicaciones; un buen comienzo, pero los
sistemas de seguimiento seguían apagados, y parecía que la red de sensores sólo
se había restablecido parcialmente...
-¡Moff Mors! –Karris se apartó del pozo para
alzar la vista hacia ella, sujetándose las manos a la espalda para ocultar su
nerviosismo-. Nuestros técnicos han rastreado un fallo en la producción de
energía que conducen a un apagón general de cinco segundos. Los sistemas de
reserva están activándose. Hemos recuperado las comunicaciones completas, los
sensores no informan de ninguna señal de ataque o infiltración, y estoy
efectuando un conjunto completo de diagnósticos...
Mors rechazó las palabras con un gesto de la
mano.
-¿Qué es lo que no funciona?
Comenzó a bajar las escaleras: esto era algo
que necesitaba ver por sí misma, no observar desde la distancia. Había estado a
punto de perderlo todo durante la visita del Emperador a Ryloth un año antes;
no iba a permitir que nadie pudiera cometer errores bajo su vigilancia.
Karris bajó la mirada.
-La red de control de tráfico ha caído, pero
nuestra gente está poniéndola de nuevo en marcha...
-¡Comandante!
Era uno de los técnicos del centro del pozo;
control de tráfico, identificó Mors, y el temor apretó con más fuerza en sus
entrañas. El Emperador había dejado claro que esa era su última –su única-
oportunidad, y enderezó los hombros. No fallaría.
-Comandante, hemos restaurado el sistema de
control automático, pero ha desaparecido una nave. Estaba ahí cuando se apagó
el sistema, pero ahora... ha desaparecido.
-Muéstramelo –dijo Mors antes de que Karris
pudiera responder, y se abrió camino pasando junto a las demás consolas. El
hombre encargado de la consola era un extraño para ella, cuando antes se
enorgullecía de conocer a todo el mundo bajo su mando-. ¿Cómo te llamas, hijo?
El técnico la miró lleno de nerviosismo.
-Denner, señora.
-Dime lo que ha pasado, Denner.
Denner tomó aliento.
-Cuando se fue la energía, perdimos también
la parrilla de control automático, con treinta y ocho naves en los rayos.
Estuvimos desconectados menos de veinte segundos, veinticinco en el exterior...
Señora, nos falta un carguero, de camino a Lessu por la Ruta Alfa, A2,93. Tirion. Tenemos un último contacto,
cayendo como una piedra, y luego cayó por debajo de nuestra red. Parece que el
piloto no estaba prestando atención cuando se apagó el rayo.
Mors alzó la mirada a la pantalla principal.
Probablemente tuviera razón. El Movimiento Libertario de Ryloth estaba acabado,
destruido por el Emperador en persona, y parte de ella estaba tentada a ignorar
la nave desaparecida. Sin embargo... Estaba a prueba, el Emperador había dejado
eso claro, pero también había dejado claro que podría redimirse. No podía permitirse
ignorar nada, sin importar lo trivial que pudiera parecer.
-Tal vez. Y sólo tal vez... Bueno, si se
estrellaron, quiero saber dónde y por qué. –Miró la pantalla entornando los
ojos, leyendo los símbolos. El Tirion
estaba sobre la jungla: Que la suerte ayude a esos pobres diablos si se
estrellaron allí, pensó, y miró a Karris-. Comandante, el grupo de vuelo del
teniente Niol es el más próximo. Que lo comprueben y me informen.
***
-Creía que no se tomaban en serio los
problemas de los civiles –dijo Tay.
-Nunca solían hacerlo –respondió Hera. Pudo
ver en su pantalla los alas-V, bajando en un arco que los dejaría justo tras la
cola del Eclipse-. ¡Capitana!
-Los veo –respondió Rheden-. Tay, dame toda
la potencia que tengamos. ¡Los demás, preparad las armas! Tenemos compañía.
Delante de ellos había un banco de nubes, y
por un instante Hera pensó que podrían alcanzar su refugio antes de que los
alas-V les encontraran. Pero las naves imperiales eran demasiado rápidas, el
grupo de tres naves iba creciendo en su pantalla, y los sensores pitaron con
fuerza cuando el líder de vuelo les localizó.
-Interfiere sus transmisiones –dijo Rheden, y
Hera obedeció.
-Tirion,
reduzca la velocidad y regrese a control automático.
-Ni hablar –dijo Rheden-. Dejad que se
acerquen y luego acabad con ellos.
-Preparado –dijo Ul’ligan, y Goll y Baratha
repitieron lo mismo como un eco.
-¡Tirion,
responda! Responda, o abriremos fuego.
-Hera, ¿les estás interfiriendo? –preguntó
Rheden.
-Sí...
Hera se estremeció cuando el primer ala-V
efectuó un disparo de advertencia y el destello de fuego esmeralda pasó rozando
el parabrisas.
-Responda...
Baratha abrió fuego, seguida un instante
después por Ul’ligan y Goll. Hera vio cómo un ala-V se desintegraba de
inmediato, pero los otros dos viraron para apartarse, uno de ellos dejando tras
de sí un fino rastro de humo. Giró el mando del sistema de interferencias a
máxima potencia, y los altavoces se llenaron de estática. El Eclipse efectuó un cerrado giro a la
izquierda y se elevó, y el primer ala-V se pasó de largo, extendiendo los
alerones para tratar de frenar y girar. Por un instante, sus radiadores
verticales presentaron un blanco perfecto, y tanto Goll como Ul’ligan
dispararon. El radiador se desintegró en una lluvia de llamas y fragmentos de
metal; el ala-V dio un bandazo y se escoró hacia la derecha, y Baratha le
disparó de nuevo, haciéndolo estallar en pedazos.
El Eclipse
se sacudió violentamente cuando el ala-V restante se ubicó bajo su popa, y Hera
escuchó el constante golpeteo de los cañones mientras Ul’ligan primero y luego
Baratha le devolvían el fuego, sin resultado. El ala-V pasó de largo,
alejándose y ganando altura para tratar de realizar un disparo directo. Rheden
realizó un brusco viraje para alejarse, pero la nave volvió a sacudirse cuando
los disparos dieron en el blanco. Una advertencia destelló en la consola de
Hera –habían recibido un impacto en el sistema primario de comunicaciones- y
saltaron chispas de la consola secundaria de Rheden. Maldijo, pulsando los
interruptores de apagado, pero el panel principal le estalló en la cara. Soltó
un grito y se cayó de la silla del piloto. El Eclipse elevó el morro, y Hera agarró los controles.
Volvió a apuntar el Eclipse hacia abajo, y el ala-V realizó un giro para perseguirles y
hacer otra pasada. Goll disparó, y el ala-V se sacudió, dejando atrás
fragmentos en un chorro de chispas y llamas, pero continuó avanzando,
disparando de forma continua. El Eclipse volvió
a sacudirse, con todas sus luces de advertencia brillando. Hera cortó la
energía impulsora, y el ala-V pasó de largo a toda velocidad, dejando una
estela de humo tras de sí. Baratha disparó dos veces más, y el caza enemigo se
disolvió en llamas. Hera hizo que el Eclipse
se inclinara hacia un lado para evitar los escombros, y la cabina se llenó con
el sonido de las alarmas. Estabilizó la nave, aunque tenía una alarmante
tendencia a escorarse a la izquierda cada vez que realizaba presión en la
palanca de mando.
-Informe de estado, Tay.
-Los motores han recibido un impacto directo
–respondió Tay. Hera podía escuchar cómo se movía de una estación a otra en la
parte trasera de la cabina, pero no se atrevía a apartar la vista de los
controles para ver qué estaba haciendo. Por el rabillo del ojo, sólo podía ver
a Rheden tendida en el suelo, inmóvil contra el mamparo-. También tengo varios
molestos cortocircuitos en el sistema eléctrico. Aún sigo ocupándome de ellos.
Hera pudo ver que habían perdido los sensores
de largo alcance y el transmisor principal, pero podía compensarlo. Al menos no
había señal de ninguna otra patrulla, pero estarían de camino. El Eclipse volvió a dar bandazos, más
violentamente, y se escuchó un fuerte golpe seco cuando Tay o Rheden cayeron
pesadamente contra algo.
-Necesito recuperar el sistema gravítico
–dijo Hera, y un fino hilo de humo se alzó desde detrás de la pantalla del
sistema ambiental-. Tay...
-Estoy en ello –dijo Tay con seriedad.
Algo sonó como un chasquido en el enlace de
control, y el Eclipse volvió a
levantar el morro, y luego se inclinó hacia la izquierda. Hera agarró los
controles, no obtuvo respuesta, y vio como las luces de los interruptores
parpadeaban. Pulsó el interruptor una vez, y otra, y otra; las luces se
apagaron, y cuando volvió a empujar, la palanca de control se movió, y el Eclipse se estremeció por el esfuerzo.
La jungla cada vez estaba más cerca, pero ella se concentró en la presión que
los controles hacían en su mano, esperando que los sistemas gravíticos se
estabilizaran. Más potencia, y la nave comenzó a girar en espiral: Empujó la
palanca a fondo hacia la izquierda. Los árboles llenaban la visión en las
ventanas de la cabina, y un enjambre de insectos se dispersó alejándose de
ellos conforme el Eclipse caía como
una flecha. Y entonces el giro en espiral se ralentizó, se detuvo, y ella
volvió a tirar de la palanca. El Eclipse
gimió y se alzó, rozando la copa de los árboles del bosque con la torreta de
popa.
Se estabilizó a una docena de metros sobre la
copa de los árboles, examinando los paneles en busca de más daños. Todo parecía
estable en ese momento, y se arriesgó a mirar a la capitana. Rheden parecía
sólo semi-consciente, y claramente necesitaba ayuda.
-Tay...
-La capitana necesita ayuda. –Tay se acercó,
arrodillándose para abrir otro panel-. Y la nave necesita reparaciones
adecuadas. Tenemos que aterrizar.
-Aquí no –dijo Goll desde la escotilla, y
Hera se sobresaltó-. La vida de la jungla es más peligrosa que ser perseguido
por alas-V. –Se arrodilló junto al cuerpo desplomado de Rheden, con gesto
preocupado, y activó el intercomunicador-. Baratha, sube aquí. ¡La capitana
está herida!
-Voy ahora mismo –respondió Baratha. El Eclipse volvió a dar sacudidas, y Hera
lo contuvo, y luego liberó una mano para extender los sensores secundarios a su
alcance máximo. La pantalla estaba vacía hasta ese momento, pero dudaba de que
eso durara mucho.
-No puedo arreglar esto si no aterrizamos
–dijo Tay-. Sea lo que sea que hay ahí abajo, podéis mantenerlos a distancia.
Goll negó con la cabeza.
-Son lyleks: insectos acorazados, con
extremidades afiladas que pueden atravesarte y tentáculos venenosos. Cazan en
manadas, y viajan días enteros para obtener comida fresca. Puede que matemos la
primera oleada, pero no podremos contenerlos mucho tiempo.
-Qué agradable –dijo Baratha entre dientes.
Hera miró con disgusto la quemadura en carne viva que cubría el rostro de
Rheden desde la frente hasta el lado izquierdo de su barbilla, pero al menos la
capitana parecía estar consciente.
-Tay. –Ul’ligan apareció en la escotilla-. He
desplegado los droides de reparaciones, pero no sé cuánto pueden hacer por sí
solos.
-Dejémosles trabajar –dijo-. Tengo cosas más
importantes de las que preocuparme.
Por un instante, Hera deseó haber podido
traer consigo a Chopper. Pero Goll había insistido en que no había sitio en la
nave para otro droide, especialmente uno con las notables excentricidades de
Chopper. Una luz de advertencia parpadeó en el monitor de sensores, y el
corazón le dio un vuelco. Otro grupo de alas-V se acercaba rápidamente desde el
norte.
-Goll.
-Les veo. ¿Pueden vernos ellos?
-Aún no.
Hera hizo girar el Eclipse hacia el sur e incrementó la potencia, perdiendo altitud de
modo que estaban prácticamente rozando la copa de los árboles. Si podía permanecer
fuera de rango... sí, ahí estaban las montañas, y desvió su curso hacia el
oeste, dirigiéndose a la Cortada Exterior. Si podía atravesarla antes de que
los alas-V se encontraran totalmente en rango, las montañas bloquearían sus
escáneres.
Tay se lanzó hacia las placas del suelo junto
al ordenador de navegación y abrió una compuerta de acceso. Hubo una voluta de
humo y pudo olerse a quemado, y roció el compartimento con un extintor.
-Muy bien, hay que redirigir eso. Como
mínimo, vamos a aminorar, no puedo seguir dándote plena potencia.
-Tenemos que atravesar las montañas. –Hera
miró el mapa que se desplegaba en su pantalla-. Diez minutos.
-¿Las montañas? Tenemos que abortar –dijo
Baratha a Goll.
-Eso nos pondría directamente en la
trayectoria de los alas-V –respondió Goll.
Tay abrió otro panel y comenzó a desplazar
cables. Hera escuchó un fuerte chasquido, y la nave volvió a dar una sacudida,
pero se estabilizó.
-La capitana no puede pilotar –dijo Baratha.
-Yo... –Rheden jadeó con dolor-. Puedo
ocuparme.
-No puedes ver nada con ese ojo –dijo
Baratha-. Y estás conmocionada.
-He estudiado el aterrizaje –dijo Hera-.
Puedo sacarnos de esta.
Baratha negó con la cabeza.
-Mira, estoy segura de que crees que eres una
buena piloto...
-Ella puede hacerlo –dijo Rheden-. Sin
embargo, la nave...
Su voz volvió a quebrarse mientras Baratha le
envolvía el rostro con una venda, con manos más amables que sus palabras.
-No lo sé. –Tay tenía las manos ocupadas en
el interior de otra consola-. Si no podemos aterrizar... podríamos perder la
nave. Tal vez Baratha tenga razón.
-¿Y qué hay de los alas-V? –preguntó Goll.
Hera examinó los escáneres.
-Acaban de entrar en rango, pero aún no nos
han localizado. –Ya no estaban lejos de las montañas, sus erosionadas
pendientes se alzaban como dientes sobre la jungla. Podía ver el hueco entre el
Monte Foreth y el Monte Maali que les ocultaría de sus perseguidores. O al
menos de esos perseguidores; habría otras patrullas por ahí buscándoles. Hizo
girar el Eclipse para colocarse a la
sombra del Foreth-. Despejado.
-Los droides no están haciendo demasiados
progresos –dijo Ul’ligan a Tay, quien meneó la cabeza.
-O aterrizamos, o nos vamos de aquí.
-¿Podemos saltar al hiperespacio? –preguntó
Ul’ligan.
Tay se encogió de hombros, con las orejas gachas.
-Si lo hacemos ahora, si no hay más daños...
-Tenemos que llegar a Lessu –dijo Hera. Goll
negó con la cabeza a modo de advertencia, pero ella le ignoró. Si no confiaban
al resto del equipo el auténtico propósito de la misión, ¿cómo podía esperar
que le confiaran a ella sus vidas?-. Esta medicina está destinada para un
asentamiento de nuestros ancianos. Son la base de nuestra cultura. Si ellos
mueren, nosotros morimos.
Nadie dijo nada, y Goll se volvió al
comunicador.
-Voy a contactar con el punto de encuentro.
–Ajustó el transmisor secundario, y una luz parpadeó en verde-. Dianthy, aquí
Goll.
-¡Goll! –La conexión estaba llena de
estática, pero las palabras se oían claramente-. Goll, todos los puntos de
encuentro están siendo vigilados...
-Calma. –Goll extendió las manos en el aire
como si Dianthy pudiera verle-. ¿Todos los puntos alternativos también?
-Todo lo cercano a Lessu.
-Mantente a la espera.
Goll cortó el canal, frunciendo el ceño.
-Se acabó –dijo Baratha-. Lo siento por
vuestros ancianos, pero no podemos arriesgarnos a perder el extracto de gattis.
Abortemos y volvamos a intentarlo.
-No tenemos tiempo –dijo Hera-. ¿Hay algún
otro lugar donde podamos aterrizar?
-¿No estabas escuchando? –dijo Baratha, fulminándola
con la mirada-. Todos vuestros puntos alternativos están siendo vigilados.
-Había otro. –Rheden trató de incorporarse
con dificultad, apoyada en Baratha-. ¿Al oeste?
El Eclipse avanzaba
lo bastante estable como para que Hera se arriesgara a manipular sus mapas, y
entonces vio que Goll había puesto en pantalla un archivo distinto.
-Si te refieres a Rhovari, está demasiado
lejos. Será demasiado difícil distribuir la medicina desde allí.
-Eso es mejor que no tenerla en absoluto
–dijo Rheden. Se tambaleó y cayó sentada en las planchas del suelo.
-Es demasiado arriesgado –dijo Baratha.
Hera trató de apartar las voces de su cabeza.
Goll tenía razón, tenían que continuar, pero Baratha también la tenía, por
mucho que odiara admitirlo. Y Rhovari realmente estaba demasiado al oeste...
Volvió a mirar la pantalla del mapa, cómo los símbolos iban apareciendo
conforme el sistema trazaba una ruta a Lessu, marcando con diamantes azules los
posibles puntos de aterrizaje. No había ninguno entre las montañas y el borde
de la jungla, y el siguiente estaba demasiado cerca de los observadores
imperiales; los puntos de encuentro y las ubicaciones alternativas formaban una
tosca media luna en las tierras baldías al oeste de la ciudad, pero si los
imperiales los tenían bajo vigilancia, no había muchas probabilidades de poder
escapar con el Eclipse aunque Tay
pudiera terminar las reparaciones. Una nueva señal llamó su atención en la
pendiente sur del cono que contenía la ciudad, y rápidamente hizo una consulta
al sistema. Era una zona de aterrizaje comercial, destinada originalmente para
dar servicio a una fábrica local, pero ahora en desuso; era pequeña, y la pista
de aproximación original había sido estrechada con la construcción de dos
torres nuevas, pero había justo el espacio suficiente para que el Eclipse pudiera aterrizar.
-Goll. ¿Qué te parece eso?
Goll miró por encima de su hombro.
-Demasiado pequeño.
-Hay cerca de diez metros de espacio a cada
lado –respondió Hera-. Puedo hacerlo.
-¿Diez metros? –Baratha se puso en pie-.
¿Estás loca?
-Es un poco justo –dijo Hera-, pero podemos
descender directamente en el campo. El Eclipse
puede hacerlo.
Goll meneó la cabeza.
-Está cerca del territorio de Dianthy,
pero...
-No puede hacerse –dijo Baratha.
Tay se incorporó poniéndose en pie.
-Cabríamos, pero no estamos en condiciones de
intentarlo. Tenemos que abandonar.
Ul’ligan inclinó la cabeza a un lado, y
Rheden extendió una mano para agarrar la manga de Tay.
-¿Podemos saltar al hiperespacio?
Tay dudó.
-Sí. Creo que sí.
-No –dijo Goll-. Vamos a entregar la
medicina. Para eso os pago, a todos vosotros.
-No voy a perder mi nave por esto –dijo
Rheden.
-Y yo no voy a dejar que esta medicina caiga
en manos imperiales –exclamó Baratha-. Y es mi última palabra.
Hera pasó la mirada de uno a otro. Nunca
habían sido nada parecido a un equipo, pero ahora todo se estaba desmoronando.
Respiró profundamente, recordando lo que había dicho Goll antes: El trabajo de
un líder era hacer que todo siguiera avanzando, del modo que fuera.
-Hagamos lo que hagamos, necesitamos
completar las reparaciones. Si alguien dirige a los droides, la tarea irá mucho
más rápido.
Hubo un instante de silencio, Tay agitó las
orejas, pero fue Ul’ligan el primero en hablar.
-Tiene razón.
Hera se apresuró a continuar antes de que
nadie pudiera protestar.
-Una vez que hayamos terminado las
reparaciones, hacemos un intento de entregar nuestro cargamento, y si eso no
funciona, nos retiramos. Pero tenemos que intentarlo al menos una vez.
Goll asintió lentamente.
-Si Dianthy puede llevar allí a su gente...
Rheden se inclinó sobre la pantalla del mapa,
parpadeando con fuerza para tratar de enfocar la mirada. Hera podía oler el
bacta de los vendajes y vio cómo hacía una mueca al comprender lo que mostraba
la pantalla.
-¿Estás seguro?
-Sí –asintió Hera.
-Yo no –dijo Tay, y Ul’ligan le puso la mano
en el hombro.
-Un intento. La nave lo aguantará.
-Y aunque no aguante, de todas formas tenemos
problemas mayores –dijo Rheden-. Yo me apunto.
Tay suspiró.
-De acuerdo.
-Un intento –dijo Baratha-. Nada más. Y sólo
si completan las reparaciones a tiempo.
-Lo haremos –dijo Tay. Miró a Goll-.
Necesitaré tu ayuda en el exterior del casco. Necesitamos a Ul’ligan en los
cañones.
-Deja que informe a Dianthy –dijo Goll-, y
soy todo tuyo.
Hera hizo virar el Eclipse hacia su nuevo destino, observando cómo la jungla bajo
ellos iba desapareciendo conforme la nave se acercaba más a la ciudad. Tras
ella, Baratha estaba misericordiosamente callada, atendiendo a Rheden
competentemente y en silencio; los monitores mostraban que Goll y Tay estaban
ocupados en el lado de estribor del casco, mientras que los droides trabajaban
en la zona de la cola, parcheando cables y conductos. Aún podía sentir los
daños –respuesta torpe de las superficies de control, un claro retardo cuando
pedía más potencia-, pero había volado en peores condiciones. De fondo, podía
escuchar la cháchara de los ala-V en el circuito imperial: Hasta ese momento,
es estaban concentrando en el punto donde la patrulla había detectado al Eclipse, pero antes o después iban a
volver a empezar a buscar en dirección a la capital. Los sensores de corto
alcance mostraban un par de grupos al borde del alcance, pero ninguno los había
localizado aún.
-Hera –se escuchó con un chasquido la voz de
Tay por el intercomunicador-. Los sistemas gravíticos están reparados. Ya
podemos... oh, maldita sea.
-¿Qué? –Hera examinó sus controles, pero no
parecía haber cambiado nada.
-Tenemos una ruptura en el conducto
secundario de energía de este lado, dijo Tay-. Ahora no es un problema, pero
necesitamos arreglarlo antes de saltar al hiperespacio.
-¿Cuánto tardará?
-Veinte minutos.
Hera comprobó sus lecturas. Eso era justo el
tiempo suficiente para terminar antes de que tuviera que comenzar el
aterrizaje.
-Muy bien. Vamos a entrar.
-¡Pero aún están ahí fuera! –exclamó Baratha,
y por el rabillo del ojo Hera pudo ver cómo Rheden agarraba el brazo de la
médico.
-Estamos comprometidos. Siéntate y cállate.
Sorprendentemente, Baratha obedeció. Hera
hizo virar el Eclipse, lanzando la
nave hacia el sur y el oeste a través del terreno quebrado. Aún estaban a salvo
por debajo de la red de sensores imperial, pero eran perfectamente visibles
desde la superficie. Los imperiales seguían buscando, y no tardarían mucho en
llamar su atención... y si lo hacían, Goll y Tay aún estaban en el casco,
completamente expuestos. Eligió un vector que les mantenía lejos de cualquier
estación de seguimiento imperial e hizo descender aún más al Eclipse mientras lo mantenía estable.
El cono de la ciudad de Lessu asomaba en el
horizonte, y el ordenador de navegación sonó, ofreciendo un nuevo destino. Les
llevaría alrededor del antiguo distrito industrial, despejando el laberinto de
chimeneas y torres que rompían la escarpada superficie, pero cualquiera que
observara desde la torre principal de control de tráfico lo tendría difícil
para no ver un carguero estelar. Hera pulsó el intercomunicador.
-Goll, ¿cómo van las reparaciones?
-Casi hemos terminado –respondió Goll,
denotando tensión en su voz.
En la pantalla, Hera pudo ver a Tay tendida
cuan larga era sobre el casco, manipulando un compartimento abierto, y el arnés
que la sujetaba a la nave completamente tenso. Goll estaba agazapado a su lado,
con un kit de herramientas abierto junto a sus tobillos.
-Estamos llegando a Lessu.
-Cinco minutos más –dijo Tay.
-Para entonces estaremos aterrizando –dijo
Hera. Pero tenían que reparar ese conducto si pretendían escapar-. Ul’ligan,
llama a los droides de reparaciones y guárdalos.
-De acuerdo. –El gruñido del nikto mostraba
un extraño tono de seguridad.
El pitido del ordenador de navegación sonaba
cada vez más fuerte, pero Hera lo ignoró, dirigiéndose hacia el corazón del
distrito industrial.
-Agarraos.
El Eclipse
sobrevoló a toda velocidad el terreno baldío –por suerte, no había nadie a la
vista- y ganó altura cuando cruzaron la zanja y el muro al otro lado. Hera
rodeó una torre inclinada, con luces parpadeando en sus costados, e
inmediatamente hizo virar el Eclipse
a la derecha para evitar una chimenea menos elevada. En las pantallas, podía
ver cómo Goll se sujetaba, presionando a Tay contra el casco con una mano,
mientras con la otra se agarraba a un puntal expuesto. Ante ellos se cernían un
par de torres, alzándose desde la misma base y conectadas en la parte superior
por una pasarela oxidada. Pasar por encima los pondría al alcance de los
sensores imperiales, y a ambos lados tenían una maraña de chimeneas y torretas,
pero el espacio entre medio era imposiblemente estrecho. Inclinó el Eclipse hacia un lado, sin atreverse a
hacerlo más de veinte grados por miedo a perder a Goll y Tay, y mantuvo la nave
así mientras pasaba por el hueco como si enhebrara una aguja.
-Conducto arreglado –exclamó Tay.
-Confirmado –respondió Hera. Frente a ellos,
vio el destello de una luz de aterrizaje: la gente de Dianthy. Activó los
frenos aéreos, equilibrando el Eclipse
contra la gravedad de Ryloth, y quedó flotando sobre el espacio abierto.
Comprobando las pantallas, pudo ver cómo Goll ayudaba a Tay a ponerse en pie y
luego ambos se dirigían a la escotilla más cercana. Hera activó las cámaras de
aterrizaje e hizo una mueca. Diez metros de espacio no parecían ni de lejos
tanto como había esperado. Hizo descender la gran nave, levantando polvo rojo
de los edificios. Los muros se alzaron a su alrededor, tan cerca que sentía
como si pudiera tocar con la mano cualquiera de ellos. Y entonces, por fin, el
tren de aterrizaje tocó tierra, y hubo un destello de luz cuando Ul’ligan y
Goll abrieron la escotilla.
Soltó un suspiro de alivio, pero dejó la
energía activada, reconfigurando los controles para el despegue. Un carguero en
las inmediaciones de la ciudad no pasaría demasiado tiempo inadvertido para los
imperiales...
-¡Vamos! –exclamó Ul’ligan, y los indicadores
de la escotilla destellaron en verde. Hera tomó aliento y dejó que el Eclipse se alzara.
***
-¡Moff Mors! El carguero no identificado ha
aterrizado en la superficie exterior de la capital.
Mors miró fijamente la pantalla, deseando
poder hacer que las patrullas de ala-V excedieran su velocidad máxima. Se había
equivocado en su suposición; no se le había ocurrido que el carguero
desaparecido continuara hacia su destino declarado, y había malgastado tiempo y
hombres buscando señales en vectores que se alejaban de Lessu.
-Que salgan las tropas de tierra. Obviamente
están realizando algún tipo de contrabando. Encontradles y detenedles. ¡Ya!
-Sí, señora.
El oficial de comunicaciones más cercano
habló por su micrófono, y un instante después vio cómo se encendían luces en
las pantallas secundarias conforme los hombres del coronel Piik salían de sus
barracones de la capital.
-Bloqueen la ciudad. Quiero todas las salidas
selladas. –Eso era todo lo que podía hacer respecto a Lessu por el momento, y
devolvió su atención a la pantalla principal. El carguero seguía en tierra, y
se volvió a Karris-. Avise al Déspota.
Dígales que estén atentos a un despegue no autorizado desde Lessu, un carguero
YT-209. Que lo capturen si es posible, pero que lo destruyan si no se detiene.
-Sí, señora –dijo Karris, y se volvió a sus
propios controles-. El Déspota da
acuse de recibo. Están dando media vuelta.
Por un instante, creyó que los alas-V podrían
tener una oportunidad, cruzando como flechas las tierras baldías a máxima
velocidad, pero el carguero comenzó a alzarse, surgiendo de entre los
edificios. Tan pronto como despejó los tejados, salió disparado hacia arriba,
mostrando un sorprendente cambio de velocidad, y se dirigió al espacio abierto.
La pantalla principal cambió a una vista orbital, y Mors soltó un juramento
cuando vio los ángulos. El Déspota
seguía dando media vuelta: Les habían pillado a contrapié. El capitán disparó
de todas formas, pero los disparos se quedaron cortos y no alcanzaron su
objetivo. El carguero pareció girar ligeramente, y luego desapareció.
-Han saltado al hiperespacio, señora –dijo alguien,
y Mors reprimió una respuesta airada. Por supuesto que habían saltado; el Déspota no había conseguido darle a
nada. Con un esfuerzo, reprimió su rabia, sabedora de que lo que realmente
sentía era miedo. Una oportunidad.
-Quiero que se registre la ciudad...
Se detuvo bruscamente, reconociendo la locura
que era eso. No tenían el personal para realizar una correcta investigación
puerta a puerta; lo mejor que podía conseguir era una un barrido general y
esperar que se descubriera algo interesante.
-Sí, señora –dijo Karris de nuevo-. Señora,
no ha habido ningún signo de resistencia organizada en la capital. ¿Es posible
que sólo se trate de contrabandistas?
Era posible, desde luego. El Borde Exterior
producía contrabandistas que mostraban tanta dedicación y determinación para
ganarse el jornal como cualquier oficial imperial. Pero era un riesgo que no
estaba dispuesta a correr.
-No me importa quiénes sean. Quiero que se
encuentre ese cargamento. En primer lugar, registren la ciudad, y luego
informen a todos nuestros agentes que pagaré una generosa recompensa por
cualquier información sobre el carguero, su carga, y/o sus eventuales
receptores. Mantenga la ciudad sellada hasta que yo diga lo contrario.
Sería duro para los lugareños, pero no podía
permitirse que eso le importara. No volvería a fracasar.
***
Hera activó el piloto automático y se recostó
en su asiento, mirando el resplandor azul del hiperespacio.
-Curso fijado a Manda, capitana.
-Bien –dijo Rheden. Había conseguido volver a
ocupar el asiento del capitán, pero claramente no estaba en condiciones de
pilotar-. El resto de vosotros desembarcará allí. Hay muchos transportes en
Manda.
¿Y quién te llevará a donde quiera que
quieras ir tú? Hera se tragó las palabras, consciente de que no tenía sentido
pronunciarlas.
-Al menos lo logramos –dijo Tay, levantándose
de su propia silla-. Vamos, Krys, deja que eche otro vistazo a esa quemadura.
Rheden aceptó la mano que le tendía, y las
dos salieron lentamente de la cabina. Baratha también se levantó, con una
mueca, y miró a Goll con gesto adusto.
-Espero recibir nuestro último pago antes de
que aterricemos.
-Lo tendrás –dijo con cansancio Goll-. Pero
no ahora mismo.
Baratha soltó un bufido y salió agachándose
por la compuerta. Goll se acomodó en la silla del capitán, meneando la cabeza.
Hera echó un vistazo por encima de su hombro para ver a Ul’ligan, que estaba
sentado en el trasportín tras la estación de ingeniería.
-Gracias por apoyarme.
El nikto se encogió de hombros.
-Tanto los twi’leks como nosotros somos
pueblos oprimidos. Sé lo que es perder una cultura. Merecía la pena intentarlo.
Y eso, pensó Hera, era lo más frustrante de
la misión. Sí, lo habían logrado, habían entregado el extracto de raíz gattis y
habían escapado, pero eso era todo lo que habían hecho. E incluso cuando
alguien reconocía que podía hacerse una causa común, eso en realidad no
cambiaba nada.
-Voy a comer –dijo Ul’ligan, marchándose-, y
luego a dormir. Te dejaré comida.
-Gracias –dijo Hera, y dejó escapar un
suspiro cuando la compuerta se cerró tras él.
-Lo has hecho bien –dijo Goll después de un
instante-. El extracto de gattis marcará la diferencia.
-Sí.
-Aún más que tu pilotaje. Siempre supe que
eras una buena piloto. Era un buen plan. –Goll hizo una pausa, con rostro
serio-. Tienes lo necesario para ser un buen líder. Como tu padre.
¿Líder de qué?, pensó Hera. Pero tal vez
pudiera reunir su propio grupo, encontrar algún modo de levantarse contra el
Imperio.
-Me gustaría –dijo, y quedó levemente
sorprendida por su propio deseo-. Espero que pueda ser verdad.
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