Así es como lo llamó Jameson en
broma. Ven, será divertido, dijo. Decía que la recompensa de 200 créditos por
cada piel de draagax era más que razonable, y que la noche prometía un verdadero
desafío para un auténtico deportista. Muy bien, llámalo orgullo si quieres,
pero en contra de mi mejor juicio, acabé yendo con él. Tal vez Jameson tuviera
razón. Después de todo, él había vivido allí toda su vida. Si él decía que podíamos
manejar las cosas, él debería saberlo. Y tal vez ese fuera una forma fácil de
conseguir los créditos suficientes para salir del planeta. Muchacho, cómo nos equivocábamos.
No estábamos ni a 500 metros del
rancho de Jameson cuando escuchamos los primeros aullidos agudos de una manada
de drags en plena caza. Ese aullido ululante y lastimero suyo quedará en mi
memoria durante años. Había escuchado que los drags eran rápidos, pero nunca
había considerado cómo de rápido significaba
eso realmente. Apenas se habían apagado los primeros gritos cuando el primer
sonido de patas acolchadas en la hierba seca señaló nuestra primera... y última...
advertencia del ataque. La mayoría aún estábamos quitándonos las mochilas cuando la primera pareja nos
golpeó. Grendles cayó –y con él la magnantorcha- antes de que supiéramos qué
había pasado. Aún lo sigo viendo retorcerse y convulsionarse mientas una cosa
peluda de dos metros de largo comenzó a desgarrarle las entrañas. Levanté mi
bláster pero fui sorprendido por los gritos de agonía de Zonder, a mi espalda.
Me di cuenta de que estábamos rodeados.
Mientras comenzaba a disparar en
la oscuridad en todas direcciones, me
recordé a mí mismo que esos eran animales que cazaban en manada. De algún modo,
esta manada se puso de acuerdo para rodearnos primero antes de acercarse por
todos lados. No puedo decir cuántos eran esa noche, y francamente no quiero
saberlo. Pensándolo en retrospectiva, no puedo decir con seguridad quién actuó
de forma más demente aquella noche; todos esos drags enloquecidos, drogados por
la especia del jugo de las plantas, o los humanos idiotas que permanecían
espalda contra espalda, disparando salvajemente a la oscuridad una y otra vez.
Con las primeras luces, nos
derrumbamos en el suelo, exhaustos. Cuando finalmente pudimos distinguir formas
y tamaños, contamos tres personas de nuestro propio grupo entre los cadáveres
de unos 30 drags. Parecía una forma muy dura de conseguir unos pocos créditos.
Sin embargo, fue suficiente para poder sacarme del planeta, pero yo, por mi
parte, nunca quiero volver a ver un drag durante el resto de mi vida.
-Entrada del diario personal
Comandante Lajar Weqill
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