miércoles, 28 de diciembre de 2016

La Voz del Imperio

La Voz del Imperio
Mur Lafferty

Ni digas ni una palabra. Con rostro inexpresivo, Mandora Catabe, editora de Noticias de la HoloRed, no lo había dicho en voz alta, pero el mensaje estaba claro. Los ojos de Calliope Drouth pasaron de Mandora, sentada en su escritorio, al hombre de pie tras ella, que sonreía ampliamente con las manos entrelazadas a su espalda. El rostro de Mandora estaba serio, adusto, con los ojos fijos en los de Calliope.
Esa es una sonrisa imperial. Calliope esperaba que le hubieran hecho llamar para que le anunciaran el ascenso que tanto había pedido, pero esa esperanza murió cuando vio el rostro de Mandora.
-Calliope, siéntate –dijo Mandora, indicando la mesa delante de su escritorio-. Éste es Eridan Wesyse. Quería decírtelo a ti la primera: me retiro, con efecto inmediato, y el señor Wesyse será vuestro nuevo editor jefe.
Mandora era pequeña y astuta, recelosa de cualquiera y de todos, mientras que Eridan parecía como si siempre escuchara con simpatía, sonriera amablemente, e informara de lo que encajara con la historia que quisiera contar; Calliope conocía a los de su clase.
Calliope asintió. Ya había visto a Eridan por allí, efectuando relaciones públicas imperiales.
-Encantado de conocerle, señor –dijo-. Le he visto en algunos eventos, ¿no es cierto?
Él asintió, ensanchando su sonrisa.
-Tiene buena vista –dijo-. Mandora dijo que sería mi reportera estrella. Sí, he efectuado algún trabajo para el Imperio, y seguiré haciéndolo como sustituto de Mandora. Ya ve, el Imperio quería tener más... –se detuvo, buscando la palabra adecuada- conexión con NHR. Aunque querremos mantener toda la plantilla leal, así que no debería preocuparse por su empleo.
Calliope no pudo evitar mirar a Mandora.
-No, yo soy la única que se marcha. Ya estaba pensando en retirarme –dijo Mandora, indicando lo contrario con los ojos-. El Imperio simplemente me ha hecho una oferta que no podía rechazar.
-Qué generoso –dijo Calliope, con la boca seca-. ¿Qué planes tiene para NHR, señor Wesyse?
-¡Vamos a comenzar por darle un ascenso! –dijo-. Le ascenderemos a reportera senior y le nombraremos Voz del Imperio. Estamos muy impresionados por su trabajo sobre la amenaza wookiee.
Calliope se quedó helada. Su reportaje sobre la “amenaza” wookiee había sido severamente editado por los censores imperiales, eliminando por completo el punto central de su historia, motivo por el cual Calliope casi presentó su dimisión.
-Basándonos en su destacada historia en NHR –continuó Wesyse-, es obvio que queramos ascenderla. ¡Es un gran honor ser la única persona cuya imagen verán incontables ciudadanos para informarse de las noticias!
-Es un honor, sí –convino Calliope, usando la voz suave que usaba con las fuentes que sabía que le estaban mintiendo-. Gracias por el ascenso. Estoy ansiosa de ver la nueva dirección en la que nos llevará, editor Wesyse.
Quería llevarse aparte a Mandora y preguntarle qué estaba pasando, por qué estaba ocurriendo eso, pero el habitualmente animado rostro de Mandora estaba inmóvil, lo que aterraba a Calliope más que nada.
-De hecho, como nuestra recién nombrada Voz del Imperio, vamos a enviarla a su primera historia –continuó Wesyse-. Cubrirá el Baile Imperial de esta noche. Le hemos conseguido una invitación, lo que no fue tarea fácil. –Hizo una pausa en ese punto, como si le estuviera dando la oportunidad de darle las gracias, pero ella extrajo un pequeño teclado y comenzó a tomar notas, haciéndole un gesto con la cabeza para que continuara-. Irá allí y entrevistará a los dignatarios, informará de cómo vestía la gente, mencionará la calidad de la comida, y todas esas cosas. Su trabajo es mostrar el Imperio de un modo que el público no alcanza a ver. Hacerlo más accesible. Ofreciéndoles una visión del interior, el Imperio se convierte en su Imperio. ¿Entendido?
Antes de que Calliope pudiera protestar diciendo que su área del periodismo preferida era el de investigación, Mandora la pasó algo empujándolo sobre el escritorio.
-Voy a darte a Zox. No lo necesitaré cuando me retire. Ahora es tuyo. –Dio unas palmaditas a un pequeño droide, una vieja unidad X-0X aproximadamente del tamaño de su mano-. Me ha sido muy útil, y sé que te servirá a ti del mismo modo.
El droide tenía forma de cúpula, y su color original probablemente fuera rojo o naranja, pero era difícil de saberlo ya que la pintura se había desgastado con los años. Extendió tres patas de arácnido y se levantó del escritorio, se tambaleó, y cayó de costado. Emitió pitidos quejumbrosos hasta que Mandora lo enderezó.
-Probablemente esté mejor sobre tu hombro, ahora que pienso en ello –dijo, sonriendo afablemente a Zox e ignorando por completo la confusión de Calliope.
-Pero X-0X no transmite, sólo graba –dijo Calliope-. ¿Por qué no me llevo uno de los droides más nuevos?
Wesyse frunció el ceño.
-Por desgracia, el ejército ha requisado todos los droides transmisores que usaban los reporteros. Resulta que había algunos problemas técnicos.
Calliope quería soltar una carcajada, pero su columna vertebral se había quedado helada. ¿Sabía Wesyse lo transparente que estaba siendo? Reprimir a la prensa retirándose su capacidad de transmitir vídeo en directo conduciría la prensa en una dirección que Calliope no quería seguir. Abrió la boca, pero Mandora la interrumpió.
-De todas formas, voy a retirarme y necesita un buen propietario. Sé que cuidarás de él tanto como yo siempre he hecho.
Le dio otro empujoncito, con sus acerados ojos azules fijos en los de Calliope. Quédate el droide.
La mente de Calliope pensaba a toda velocidad mientras colocaba la mano sobre la pequeña cúpula. En ese momento se encontraban haciendo equilibrios sobre un filo muy afilado.
-Gracias, Mandora. Cuidaré de él.
Gran parte de la plantilla de NHR tenía planeado subir a la azotea del edificio de Noticias de la HoloRed para observar desde allí el desfile del Día del Imperio. Miles de oficiales y soldados desfilaban, flanqueados por las máquinas de guerra del Imperio. Les seguían pequeños vehículos que mostraban el nuevo TIE striker imperial, diseñado para vuelo tanto suborbital como atmosférico, construido con los últimos avances tecnológicos en navegación y velocidad.
Calliope estrechó la mano de Mandora, deseando poder hablar con ella y averiguar qué estaba pasando en realidad. Saludó con la mano a sus colegas y se marchó durante el desfile. No iba vestida adecuadamente para un Baile Imperial, ya que se esperaba un día normal de oficina, y tenía que darse prisa para ir a su casa a cambiarse.
Calliope echó un vistazo por encima del hombro mientras los nuevos cazas TIE se mostraban a la multitud. Había esperado hacer un reportaje sobre ellos, pero dudaba que ahora llegara a tener la oportunidad si se dedicaba a realizar frívolas entrevistas a gente famosa.

***

Calliope rebuscó en su armario para encontrar sus escasas prendas de ropa elegantes. Había informado desde la línea del frente en guerras, desde los puentes de naves estelares, desde lo alto de un árbol mientras informaba de un asalto a una planta de fabricación de droides. Había sufrido un brazo roto, varias quemaduras, y un corte en la mejilla, que se negaba a que retiraran quirúrgicamente, ya que era un recordatorio de lo serio que se tomaba su trabajo.
Y ahora tenía que sacar el vestido color marfil que había llevado en la boda de su hermana. Tenía que admitir que era hermoso, sabiamente tejido con hebras de fibra sintética que lanzaba destellos de distintos colores en función del ángulo de incidencia de la luz sobre el vestido. El marfil contrastaba bien con su piel oscura y sus rasgos delicados, aunque complementarlo con un droide oxidado sería todo un desafío.
Una vez vestida, colocó a X-0X sobre su hombro. Él emitió unos pitidos interrogantes. Su pitido era más bien un gorjeo ahogado: este droide llevaba décadas en activo, y su jefa nunca lo había remplazado.
-No tengo ni idea de por qué Mandora insistió en que te llevara conmigo –dijo, y entonces se calló de repente. X-0X zumbó de un modo que sonaba más parecido a los droides más nuevos y refulgentes, y su arañada lente ocular brilló. ¿Había sido modificado?
Un holograma apareció frente a Calliope. Mandora entró caminando en el pequeño círculo del haz de X-0X, mostrando finalmente la energía y ferocidad que Calliope habría esperado.
-Calliope, no tengo mucho tiempo. En este momento, el Imperio se está apoderando de NHR. Yo me voy, pero tú puedes seguir dentro. Te censurarán. Te silenciarán. Te enfurecerán. –Mandora se detuvo y apuntó con el índice a Calliope, remarcando con movimientos del dedo cada una de sus palabras-. Pero necesito que te quedes donde estás.
El holograma caminó de nuevo, unos pocos pasos para permanecer dentro del rango de grabación de X-0X.
-Éste será mi último mensaje para ti. Voy a marcharme de Coruscant. La lucha contra el Imperio es más grande de lo que jamás hubiéramos imaginado, y voy a ayudarles como pueda.
-¿Contra el Imperio? –susurró Calliope. Había encontrado pruebas de resistencia mientras investigaba algunas de sus historias, pero Mandora había detenido todos los intentos de hablar sobre ellas. Decía que aún no tenían suficiente de lo que informar.
-Tienes algunas opciones. Estoy segura de que si haces lo que Eridan Wesyse desea que hagas, serás recompensada. Voz del Imperio. El Imperio aprecia la lealtad. Pero eres mejor que todo eso. Eres más lista que todo eso. Y podrías resultar útil para mis... amigos. La segunda opción que se presenta ante ti es peligrosa y –realizó una pausa y sonrió- subversiva.
Calliope escuchó la segunda opción, con la esperanza y la emoción floreciendo en su interior. Ese era el tipo de reportaje que le gustaba realizar.

***

X-0X se agarraba a su vestido, y a ella ni siquiera le molestaba que le arrugara la tela. El droide le hablaba con pitidos y burbujeos mientras se acercaba al Palacio Imperial.
-Entonces, ¿exactamente qué es lo que te ha modificado? –preguntó ella. El droide permaneció en silencio.
Calliope caminó pasando junto a docenas de guardias imperiales, y luego soldados con casco, que siempre le causaban escalofríos. Mostró sus credenciales de prensa y su invitación al guardia de gesto adusto en lo alto de la escalinata. Él frunció el ceño, mirando recelosamente a X-0X.
-¿Es un droide grabador?
-Sí –dijo, sonriendo-. Es un modelo clásico, principalmente para aparentar. Está aquí con permiso de Eridan Wesyse, editor jefe de NHR.
Al reconocer el nombre, el guardia le hizo un gesto dejándole pasar.
Calliope pensó en la empobrecida gente de los sistemas lejanos y se preguntó quién de ellos querría saber de qué diseñador vestía un diplomático de Alderaan. Pero fue a averiguarlo como una buena profesional.
Curiosamente, Alderaan había enviado un diplomático de bajo rango que parecía muy incómodo con su traje. Se unió a él en el bar.
-Parece que este es su primer Día del Imperio –le dijo con una sonrisa-. Soy Calliope Drouth, de Noticias de la HoloRed.
Sus ojos pálidos escanearon los de ella, y tragó saliva.
-Pol Treader. La reconozco. Y lo que está preguntando realmente es por qué Alderaan envía a alguien tan joven a un día tan importante.
Ella rio.
-Si ha de tener éxito en la diplomacia, va a tener que ser mucho menos directo.
Tomó la bebida que le ofrecía el camarero.
-La diplomacia no es mi trabajo habitual –dijo Pol, alisándose el chaleco-. Estoy aquí como un favor a los Organa. No han podido venir.
Eso era interesante.
-¿Por qué no?
Él se encogió de hombros y le echó una mirada irritada.
-No me dicen esa clase de cosas. Sólo soy un asesor sobre antigüedades.
Comenzó a marcharse.
-¿Quién ha hecho su traje? –preguntó ella mientras ser marchaba, pero él no le escuchó. Dejó de perseguir al Señor Antigüedades cuando alguien nuevo apareció en la sala. Todos los ojos se fijaron en el recién llegado, y algunos jóvenes oficiales imperiales en el bar comenzaron a susurrar en voz baja. Calliope se acercó a ellos.
-No te creo –decía una de ellos al otro. Era alta, de casi dos metros, con la misma piel oscura que Calliope.
Su compañero era más bajo y pálido, con las mejillas sonrosadas por efecto del disfrute del abundante alcohol.
-Vale, no me creas –dijo él-. Pero no por eso va a ser menos cierto.
-¿Estuviste allí, con él? ¿Para el Proyecto Poder Celestial? –preguntó ella.
Él la hizo callar frenéticamente, mirando a un lado y a otro para ver quién podría haberla escuchado. Calliope seguía observando al hombre recién llegado a la sala; alto, pálido, con una larga capa blanca que brillaba a la luz. Todo el mundo parecía fascinado con él, pero él sólo prestó atención a los imperiales de alto rango que bebían de vasos estrechos y alargados en un rincón.
-Sí, estaba con él, y ahora deja de hablar de ello. ¡Si nos escuchan podrían degradarme! –Se señaló la insignia de rango en el pecho-. Y esto es todo lo que tengo.
-Sí, ya me lo has dicho. Como unas cinco veces –dijo su compañera, con voz de aburrimiento.
Calliope miró sus uniformes como si fuera por primera vez, y se aproximó. El oficial pálido parecía preocupado, pero no se movió.
-Calliope Drouth, de Noticias de la HoloRed –dijo-. Todo el mundo está impresionado con ese hombre que acaba de entrar, pero no logro ubicarlo. ¿Quién es?
-Es el comandante Krennic –dijo la mujer alta-. Es el arquitecto detrás de algunos de los mayores proyectos del Emperador.
-Todos ellos confidenciales, supongo –dijo Calliope con una sonrisa.
-Por supuesto –dijo el oficial pálido.
-Me encantaría averiguar más sobre él, oficial...
Alzó las cejas y esperó a que él le dijera su nombre.
-Tifino. Oficial Tifino –dijo él. Señaló a su compañera-. Ella es la oficial Wick.
La oficial Wick inclinó levemente la cabeza, con aire divertido. Calliope decidió que le caía bien.
-Yo invito a la próxima ronda –dijo-. Por cierto, ¿qué pensáis sobre los modelos que se están viendo aquí esta noche?

***

Una vez que entabló conversación con los oficiales, Calliope logró dirigir la misma hacia los diversos dignatarios que se pavoneaban en el salón de baile.
-Mira, esa es la embajadora Oaan de la tercera luna de Jaatovi –dijo Wick. La embajadora era alta y delgada con largo cabello negro que caía sobre su espalda, y se movía con gracia entre la multitud. Se acercó al comandante Krennic y comenzó a hablar con él.
-Es tan sutil que podría atravesar una tormenta de rayos y salir intacta –dijo Wick-. Yo tendría cuidado con ella.
-O la entrevistaría –dijo Calliope, guiñando un ojo. A modo de tentativa, dio un paso alejándose de sus nuevos amigos, y comenzaron a protestar.
-¡No puedes marcharte, acabas de llegar! –dijo Tifino-. ¡Puedes hablar con ella más tarde!
Todo el mundo quiere a la mujer que invita a las bebidas, le había dicho siempre Mandora, y volvió junto a ellos y pagó otra ronda. Si podía hacer que esos oficiales sintieran que le debían algo, tanto mejor.
Calliope señaló el distintivo de rango de Tifino.
-Parece que le has causado buena impresión al comandante Krennic –dijo, tendiendo al camarero unos créditos por las bebidas-. Suena como si estuviera haciendo cosas de alto secreto. Podríais ser héroes y pocos lo sabrían siquiera. ¿Cómo se siente uno en esa situación?
Tifino se terminó la bebida de un trago y enfocó la mirada en Calliope, parpadeando un par de veces. Sus ojos se posaron en el silencioso droide que llevaba al hombro.
-Él ya es un héroe de guerra –confesó-. Yo... no puedo decir por qué.
-Claro que no –dijo Calliope, asintiendo-. Esa no es forma de actuar para un oficial que ha captado la atención del comandante. Y hablando de él, ¿dónde ha conseguido esa fabulosa capa?
Había supuesto correctamente; a ninguno de los oficiales le apeteció seguir la conversación hacia el tema de la moda. Wick comenzó a hablar sobre cómo podía ser transferida a la nave de Tifino.
-Necesitamos sobre todo exploradores –dijo-. ¿Qué tal se te da rastrear?
Wick hizo una mueca.
-Soy piloto. No he pasado tiempo en otro terreno que no sea una ciudad desde que era una niña.
-¿Para qué necesitáis exploradores? –preguntó Calliope-. ¡Apuesto a que el Emperador está buscando un lugar para pasar sus vacaciones! –Dio un golpecito a X-0X y frunció el ceño al ver que no hacía nada. Entonces extrajo del bolso su pequeño teclado y comenzó a teclear-. ¿Dónde tiene planeado ir de vacaciones?
Tifino frunció el ceño.
-No, no es nada de eso. Vaya, ¿quién querría pasar tiempo en Jedha por diversión?
-¿Y quién querría explorar allí? –dijo Calliope. Pidió otra ronda de bebidas. Tifino se excusó para visitar los servicios.
-Ese tío. Un inútil durante toda la Academia. Le llevaba a remolque, ¿sabe? Y entonces la suerte le llega a él y pasa de largo junto a mí, y él está bajo el mando de Krennic y yo, bueno...
Bajó la mirada a su vaso vacío y Calliope lo retiró amablemente, colocando en su lugar uno lleno.
-Yo hago vuelos de lanzadera –dijo ella finalmente.
-Los pilotos de lanzadera pueden explorar –dijo Calliope-. Tienen una visión más amplia del terreno. Necesita aferrarse a la oportunidad, decirles por qué la necesitan. Tiene mano firme al timón, ¿no? –Wick asintió, con el entendimiento asomando en su rostro-. Tiene vista aguda, ¿verdad? ¿Más aguda que la de Tifino?
-Mucho más aguda –se burló Wick.
-Entonces diga a sus superiores que los pilotos de lanzadera pueden ser tan buenos exploradores como las tropas de tierra. Mejores. Pueden ver luces, humo, movimientos de grupos. El Imperio la necesita para buscar enemigos ocultos.
Wick había estado asintiendo fervientemente, y entonces frunció el ceño y dejó de asentir.
-No, no están buscando enemigos. Están buscando alguna clase de cristales. ¿Cómo se llamaban? ¿Cyder? ¿Kyber? ¿Hyper? Algo así. En todo caso, el equipo de Tifino acaba de encontrar un inmenso yacimiento de ellos. Por eso ha conseguido su nuevo rango.
-¡Y tú le llevaste a remolque! –dijo Calliope, con ojos llenos de indignación.
-Y yo le llevé a remolque –dijo Wick firmemente, asintiendo. Chocaron sus vasos y bebieron.
Tifino regresó con una sonrisa aturdida.
-Esperad, yo también quiero. ¿Por qué brindamos?
-Por el futuro de Wick –dijo Calliope, alzando su vaso de nuevo.
-Que te llevó a remolque durante la Academia –le recordó Wick-. ¡Que podría ser el siguiente oficial afortunado que le encuentre al comandante algunos de esos curiosos cristales!
Tifino miró significativamente a Calliope, quien estaba inclinada sobre la pared y trasteaba con X-0X, que seguía sin responder. Wick agitó la mano, restándole importancia.
-Está tan borracha como nosotros. Además, su droide grabador murió hace un buen rato. –bebió un trago y se sentó un poco más erguida, mirando a Calliope-. No vas a mencionar esto, ¿verdad?
-Depende –dice-. ¿Vais a decirme quién ha hecho la capa del comandante, o no? Porque esa es la historia que estoy siguiendo.
Rieron, y Calliope fingió fruncir el ceño.
-No, en serio. Si no informo de eso, voy a meterme en un buen lío con mi nuevo editor. ¡Todo el mundo en Coruscant va a querer una!
Los oficiales rieron, y Wick se lanzó a contar un chiste muy divertido sobre camareros en planetas con alto contenido en agua de mar. De pronto, X-0X emitió un gorjeo sofocado y cayó del hombro de Calliope. Aterrizó con fuerza sobre su cúpula y rebotó a un metro de distancia. Calliope fue a recuperarlo y, mientras trataba de alcanzarlo, una bota negra se posó suavemente sobre el cuerpo rodante del droide y lo detuvo. Calliope se irguió y se encontró mirando el rostro del comandante Krennic.
-¿Es suyo? –preguntó él, recogiendo ágilmente el droide silencioso. Calliope reprimió un gemido para sí misma.
-Sí, no es demasiado fiable –dijo Calliope, mirando fijamente el pequeño droide. Alzó la mirada y encontró los ojos de Krennic, azules y escrutadores. Tendió la mano enfundada en un guante y él la miró por un instante, antes de estrecharla en lugar de devolverle a X-0X. Así que ella optó por presentarse-. Comandante Krennic, es un honor. Soy Calliope...
Él examinó el droide.
-Drouth, sí, de Noticias de la HoloRed –dijo-. Tenía la impresión de que suministrábamos mejor equipo a nuestros reporteros.
-De hecho, acabamos de saber que el ejército ha requisado nuestros droides más modernos. Todo sea por servir a la causa del Emperador, pero nos deja con, bueno... –dijo, señalando el lamentable estado de X-0X.
-¿Qué antigüedad tiene este droide? –preguntó él.
-No lo sé –dijo ella-. Fue un regalo de mi antigua editora. Lo guardo sobre todo por nostalgia. Y para grabar, cuando funciona.
-Nostalgia y conexión con los seres queridos –murmuró él-. Algunos considerarían eso una debilidad.
-Mientras que otros lo considerarían un consuelo –dijo ella.
Él sonrió ligeramente.
-Desde luego, yo consideraría que la incapacidad de grabar cosas es una debilidad para una reportera. Podría perderse algo que diera un empujón a su carrera. O podría ser lo bastante afortunada de perderse algo que pudiera destruir su carrera.
Calliope pensó en los datos que Mandora le había enviado. Aún no los había borrado del droide; y ahora estaba en manos de Krennic.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Trato de no depender demasiado de él.
-¿Entonces cómo reunirá sus datos para informar sobre el Baile Imperial? –preguntó él-. Sin duda, se está perdiendo todos los cotilleos jugueteando con un droide roto.
-Estoy consiguiendo cotilleos en el bar, señor –dijo ella-. Acabo de averiguar el nombre de su sastre. ¿Sabe usted que está creando tendencia en moda?
Krennic centró su atención en los oficiales tras ella, que estaban congelados en posición de firmes.
-Tifino –dijo-. ¿Está usted aprovechando su día libre?
Tifino asintió, incapaz de hablar.
-Bien. –Bajó la mirada hacia X-0X, sosteniéndolo en sus largos dedos enguantados-. Si me permite que tome prestado este droide, señorita Drouth –dijo-, conozco algunos mecánicos que pueden arreglarlo.
Calliope sabía que si protestaba demasiado, levantaría sospechas. Volvió la mirada a Wick y entonces miró significativamente a Krennic. Vamos, vocalizó sin emitir sonido. Ahora es tu oportunidad.
Wick tragó saliva y entonces se lanzó hacia delante, tambaleándose ligeramente.
-Comandante –tartamudeó, posando la mano sobre el abrigo blanco de Krennic y luego retirándola como si acabara de recordar quién era-. Oficial Ianna Wick, señor, y quiero presentar mis servicios para unirme a su próxima misión.
Krennic la miró frunciendo el ceño, y abrió la boca, pero Wick siguió adelante.
-Soy piloto de lanzadera, la mejor de mi clase en la Academia, y Tifino dijo que usted necesitaba exploradores...
Calliope no sentía simpatía por el Imperio, pero Wick había llegado a caerle bien. Rogó por que la imperial no lo estropeara hablando demasiado delante de Calliope. Por suerte para todos los implicados, X-0X eligió ese momento para volver a funcionar; su sensor se iluminó de nuevo y comenzó a pitar de un modo confuso. Zumbó, vibrando en la mano de Krennic.
-¡Mira por donde! –dijo Calliope, interrumpiendo a Wick. Lanzó la mano y arrebató el droide del distraído Krennic, que la miró frunciendo el ceño-. Ya funciona, señor. Gracias por su oferta, pero tiene cosas más importantes que hacer en este baile. Como escuchar a esta joven discutir su carrera con usted. –Lanzó una ostentosa mirada por la sala a su alrededor y se centró en el miserable don nadie de Alderaan-. Veo un embajador con el que debo hablar, espero que ambos pasen una velada agradable.
Les saludó a ambos con la cabeza, pasó detrás de Krennic, y luego hizo un gesto a Wick levantando los pulgares. La mujer le sonrió antes de seguir presentando su caso al adusto comandante.
-Después de todo, ella llevó a Tifino a remolque –murmuró Calliope para sí misma. Se puso a X-0X en el hombro, donde se agarró a ella tan fuerte como antes-. Demos una o dos vueltas a la sala y luego te llevaré a casa para darte un buen baño de aceite que te limpiará todo.

***

Calliope miró a la cámara, sonriendo con experimentada facilidad mientras concluía la transmisión a incontables planetas. Comprobó diestramente el monitor para asegurarse de que sus manos seguían siendo visibles en el mensaje.
-Desde NHR deseamos que hayan disfrutado del Día del Imperio. La pasada noche, se me permitió ver desde dentro la elegancia y el refinamiento del baile en el Palacio Imperial. –Los monitores mostraron el metraje que X-0X había captado antes de fallar, realizando una panorámica de la sala y centrándose en los dignatarios elegantemente vestidos-. ¡Puedo asegurar que la moda de Coruscant va a tomar ejemplo de los asistentes! Desde el cuidadosamente vestido dignatario de Alderaan a los elegantes uniformes de gala del escalafón superior de las Fuerzas Imperiales, estos asistentes no sólo mostraron su poderío diplomático y militar, sino también su sentido de la moda. Nuestras Fuerzas Imperiales son, bueno, una fuerza que hay que tener en cuenta, ¡tanto en el campo de batalla como en el salón de baile! Pueden leer en pantalla los nombres de algunos de los estelares sastres que vistieron a nuestros dignatarios. ¡Será mejor que contacten con ellos rápidamente! Le ha hablado Calliope Drouth, su voz del Imperio.
La luz sobre la cámara se apagó, y Calliope se recostó en el respaldo y suspiró, forzando a sus hombros para que se relajaran. Eridan Wesyse corrió hacia ella, radiante.
-¡Incluso mejor que tu guión, qué natural! –dijo en tono cantarín-. ¡Voy a ponerte en todas las crónicas de sociedad! –Frunció el ceño-. Aunque me habrían gustado más entrevistas con lo más granado del Imperio.
-Mi droide estuvo fallando durante toda la noche –dijo Calliope sin faltar a la verdad-. Hice lo que pude.
Él le dio una palmadita en la espalda y fue apresuradamente a conversar con otro reportero. Ella finalmente separó sus manos. Lo he logrado.
Ahora, la pregunta era si alguien había escuchado su auténtico informe. El mensaje de Mandora había incluido un archivo sobre frases en código y claves, que Calliope había usado para seleccionar cuidadosamente las palabras en su transmisión. La posición de sus manos durante la transmisión daría a los subversivos la clave de qué algoritmo utilizar con un informe tan aparentemente banal. Con algo de suerte, estarían de camino a Jedha en cuestión de una hora. Calliope no sabía qué eran los cristales kyber, pero si eran lo bastante importante como para que Krennic fuera tras ellos, debían ser lo bastante importante como para informar de ello.
Si lo que Mandora dijo era verdad, Calliope era uno de muchos espías, recopilando información contra el Imperio.
Pensó en los oficiales Wick y Tifino: posiblemente “héroes” invisibles ante los ojos del Imperio. Ahora conocía esa sensación.
Nadie conocería nunca su obra, no si hacía bien su trabajo. Nadie salvo X-0X, que descansaba sobre su escritorio en su oficina, pitando suavemente para sí mismo.
Ese pequeño incordio estaba comenzando a caerle bien.

martes, 25 de octubre de 2016

Un momento crucial

Un momento crucial
Jason M. Hough

Los soldados de asalto imperiales pueden tener muchas habilidades, pero la sutileza no es una de ellas.
Esa mañana me levanté temprano, preocupado, aunque no sabría decir por qué. Aún tenía que romper el alba. Dejé a Chloa y a los niños sumidos en sus sueños e hice lo único que sabía que tranquilizaría mi mente: limpié mi equipo.
Por eso estaba en mi taller bajo la casa, esforzándome en despojar de óxido las bisagras de una trampa, cuando los escuché.
Pude seguir su avance únicamente por el sonido, disfrutando con el ejercicio mental, aunque no era especialmente difícil. Avanzaban con paso rápido, con sus botas resonando contra los gastados adoquines. Cuatro sonaban idénticos y podrían haber pasado por una patrulla estándar por las serpenteantes calles de Tavuu. Sólo que había otros tres pares de botas más. Los pasos de dos de ellos sonaban más pesados. Era algo más que una patrulla normal, entonces, porque estaban cargando con algo. ¿Armas mayores? Eso me causó un nudo en la garganta. Raramente se necesitaban armas de cualquier tipo en este tranquilo distrito de la ciudad sobre la jungla. Tavuu era un lugar grande, la capital de Radhii. Había bastante crimen y agitación en los más oscuros rincones del lado oriental para mantener ocupada a la guarnición. Sin embargo, aquí arriba, en los extremos occidentales donde la ciudad terminaba abruptamente al borde de un monstruoso acantilado, las cosas eran pacíficas.
Era como si se hubiera llegado hace tiempo a un acuerdo tácito entre los que vivíamos en esta parte de la ciudad. Estamos arrinconados aquí; no tenemos dónde ir salvo saltar por el borde, así que vamos a seguir la corriente. Mantendremos la cabeza gacha.
Era el último par de pisadas en el que me estaba concentrando ahora. Pasos más ligeros, arrastrando ligeramente los pies. Tal vez no muy sutil, pero el concepto tampoco me resultaba enteramente desconocido.
Estaban más allá del callejón, en el mercado.
Dejé la trampa, a medio limpiar, y puse el trapo grasiento junto a ella. Mi excesivamente entusiasta droide ASP emitió un pequeño glomp -¿debo llevarme eso?- pero le hice callar, con los oídos bien atentos. Pisadas en el callejón lleno de charcos. Cuando sus pasos comenzaron a sonar más fuerte, empecé a ponerme nervioso. ¿Cuál de mis vecinos había atraído la atención de los imperiales? Debería prestar más atención a nuestros vecinos. Lo único que compartíamos era esta hilera de viejas casas apelotonadas al borde del acantilado. Más allá del muro a mi espalda había una escarpada pared de roca que bajaba hasta el bosque.
El bosque. Zoess, su nombre antiguo, que literalmente significaba impenetrable. Mi segundo hogar.
La voz de Chloa, a mi espalda.
-¿Gorlan, querido?
-Creía que estabas dormida.
Ella conocía el arte de la sutileza. Después de todos estos años aún podía deslizarse detrás de mí -¡de mí!- y plantarme un beso en la nuca, y el primer indicio de su presencia sería la estática justo antes de que sus labios me tocaran.
-¿Vienen a por nosotros?
Pasos en las escaleras de madera del exterior, respondiendo su pregunta. Me di la vuelta, miré a mi mujer a los ojos, y me encogí de hombros.
-Vayamos a ver.
Llamaron con fuerza suficiente para sacudir la pesada puerta. Esperé unos cuantos segundos, tratando de presentar un aspecto cansado. Les gustaba despertarte. Sacarte de la cama.
Chloa permaneció a mi lado, con la barbilla alta, mientras entreabría la puerta unos pocos centímetros.
-¿Sí? –dije, con un toque de carraspeo matutino.
-¿Gorlan Seba?
-¿Sí?
-¿Podemos entrar?
Este no llevaba casco. Pelo oscuro, rasgos afilados, ojos penetrantes. Yo sabía poco acerca de los rangos imperiales, pero el hecho de que él estaba al mando era inconfundible.
-¿Hemos hecho algo malo?
El rostro del hombre se tensó, aunque muy ligeramente, y supe con claridad de día la respuesta a mi pregunta. Lo que había hecho mal era no decir sí a su petición.
-Al contrario –dijo él-. Estamos aquí para contratarle. Necesitamos un guía.
No dije nada. No podía pensar en nada que decir.
-Necesitamos –continuó- visitar el Zoess.
Me quedé mirándole fijamente, desconcertado. Chloa recobró la compostura antes de que yo pudiera hacerlo.
-¿Cuándo? –preguntó ella.
-Ahora mismo. Esta misma mañana.
-Imposible –dije automáticamente-. Una expedición adecuada tarda semanas en prepararse.
-No tenemos semanas –dijo el líder apretando los dientes. Luego echó un vistazo a su alrededor, estudiando detenidamente las ventanas y balcones con cortinas que nos rodeaban. Finalmente alzó las manos, mostrándome las palmas-. Déjenos entrar, y se lo explicaré.
Me senté junto a Chloa, con los brazos cruzados sobre el estómago, y escuché.
-Ha habido una fuga –dijo el líder. Se presentó como el teniente Vrake y soltó una retahíla de números y categorías que sin duda impresionarían a alguien a quien le importasen tales cosas. Sólo importaba el subtexto. Era quien tenía la autoridad aquí-. Ayer –añadió, arqueando una ceja.
Me di cuenta de que estaba esperando a que yo hablara.
-¿Oh? –dije, y sentí que Chloa me propinaba un ligero codazo. No causes problemas.
-¿Algún visitante la pasada noche?
-No.
-Nada... fuera de lo habitual, entonces.
Mi boca se abrió con voluntad propia para decir que no, pero la memoria me retuvo. Tragué saliva.
-Bueno –dije, y sentí que Chloa se ponía tensa. Yo continué-. No le di mucha importancia en su momento. Cosas de niños, pensé. Ruidos de carreras justo después de la última campanada. Corrían por el callejón y...
Vrake se inclinó sobre mí.
-¿Habló con ellos? ¿Les ayudó?
Un toque de acusación. Negué con la cabeza.
-Sólo les escuché. Tengo bastante buen oído.
-¿Y? –preguntó Vrake.
-Y nada. Ellos, quienesquiera que fuesen, ya se habían ido para cuando quise siquiera incorporarme.
Era la verdad.
Vrake pensó sobre ello. Luego se explicó.
Cuatro soldados de la rebelión, prisioneros, habían logrado escapar de un transporte de camino a la prisión de Segenka, en el extremo más oriental de Tavuu, cerca de la base imperial. Unos testigos habían visto a los rebeldes descender por el acantilado hacía ocho horas, a medio kilómetro al norte de aquí, usando una de las antiguas escaleras de piedra talladas en la propia roca. El camino temerario. Un acto de desesperación.
Permanecí ahí sentado, mirando al hombre que se encontraba frente a mí y a los dos soldados de armadura blanca tras él, que sostenían sus aras apuntando al suelo. Perfectamente podría haber habido frente a mí cuatro forajidos, buscando un guía, si la noche anterior hubieran sabido dónde detenerse en lugar de pasar corriendo. Me pregunté qué habría hecho en ese caso. La rebelión me importaba tanto como el gobierno imperial. Es decir, no demasiado. No era de mi incumbencia. Tenía a Chloa y a los niños, y tenía el Zoess. Eso era suficiente para mí.
-Tenemos entendido que tiene un ascensor –dijo Vrake-. Y conocemos su reputación como rastreador. Nadie conoce el bosque tan bien como usted. De modo que le estoy pidiendo, Gorlan, que nos ayude a volver a atrapar a esos criminales.
Pidiendo. Desde luego. Es muy fácil pedir algo cuando puedes limitarte a ordenarlo si la respuesta es no. De hecho, en todas esas circunstancias el único motivo para molestarte siquiera en pedir algo a alguien es para dar a esa persona la oportunidad de demostrar su lealtad. Me froté la barbilla, fingiendo considerar la supuesta petición. Chloa me puso la mano sobre el hombro y me dio un par de palmaditas. Termina con esto, decía su gesto.
Finalmente, asentí al teniente.
-Tendrán que dejar atrás esos blásters. Y los comunicadores. No funcionarán allí abajo.
-Están especialmente reforzados. Con el blindaje adicional...
Mi paciente sonrisa le detuvo.
-Un error común que ha causado más accidentes de los que me molestado en contar. Confíe en mí, no funcionarán.
-Hmm. –Vrake frunció el ceño-. Bueno, usted es el experto.
-Querrá tener un buen cuchillo. Tal vez una lanza. Tengo algunos de sobra. Pueden disponer de ellos.
Uno de sus hombres se inclinó hacia él y le susurró algo.
-Ah, bien –le dijo Vrake. Se volvió hacia mí-. Parece que puede que tengamos una alternativa.
A veinte metros de la base del acantilado, mi ascensor se detuvo silenciosamente. Antes de descender de él, me llevé un dedo a los labios, y Vrake confirmó haber entendido el gesto. Él y su escuadra permanecían completamente parados, esperando. Todos habían dejado atrás sus cascos. Ninguno de los añadidos que ofrecían funcionaría una vez descendiéramos bajo el dosel del bosque, lo que los hacía peor que inútiles: estorbarían la visión y la audición, dos cosas mucho más importantes que la armadura una vez dentro del Zoess. Sin embargo, pensé que habrían pensado alguna forma de quedarse con ellos. Quitarles toda la electrónica, por ejemplo. Algo, aunque sólo fuera para conservar el temible aspecto que sus uniformes sin rostro les proporcionaban.
Todos observamos la vasta y bulbosa alfombra de follaje, viva con tonos verdes, púrpuras y amarillos.
El bosque zumbaba.
Un sonido grave y ululante, casi como un latido. Poco más que un ruido de fondo para los de la ciudad de arriba, pero ahí abajo el zumbido era algo físico. Podías sentir su peso. Una presión, forjada por la acumulación electrostática en los árboles-rayo que poblaban el bosque. Di a la escuadra un momento para que se acostumbraran, mientras yo escuchaba atentamente por sí se oían otras cosas. Ghoma y otras bestias, más extrañas. Por el momento, todo tranquilo.
-A partir de ahora hagan exactamente lo que yo diga –les dije. Los soldados miraron a Vrake, quien me miró y asintió con un único y brusco movimiento de cabeza.
Abandonamos la plataforma por una serie de escalones de madera que descendían hasta el borde de un pequeño claro, lejos de las basuras y los escombros que habían sido arrojados por el borde del acantilado antes de que la ley imperial prohibiera esa práctica.
Caminamos hacia el norte, hacia la base de la escalera de piedra, una serie de peldaños tallados en la cara del acantilado hace eones, algunos tan desgastados que apenas eran visibles. Mostré señales de que alguien había descendido recientemente por allí, tal y como habían dicho los testigos de Vrake. Hojas pisoteadas, guijarros recién expuestos. Los que habían descendido por esa escalera habían ido directos al corazón del Zoess. Yo había pensado –deseado, incluso- que tal vez simplemente habrían seguido el acantilado hacia el norte, hasta el final. Pero obviamente eso sólo habría servido para que les capturaran, y claramente los riesgos del bosque eran preferibles a aquello.
-¿Qué delito cometieron exactamente esos prisioneros? –pregunté.
-Se rebelaron –dijo Vrake, dando por zanjado el tema con su tono de voz.
Por mí bien. Prediqué con el ejemplo, al no decir nada. Con esta compañía, sólo podía avanzar a la mitad de mi ritmo habitual. Me agaché bajo unas pesadas frondas azules, que goteaban con un jarabe gelatinoso que arrastraba consigo sus semillas. Aparté espinosas enredaderas cavenna que colgaban en retorcidos bucles ante nuestros rostros, sondeando, saboreando el aire. Bastante inofensivas si no dejabas que las pequeñas puntas semejantes a lenguas llegaran a probar tu piel.
Cuanto más nos alejábamos de la sombra del acantilado, más altos se volvían los árboles. Sus bases eran más gruesas, y las cúpulas que formaban sus pesadas ramas superiores dejaron a mis seguidores sin habla al mirar atónitos el verde y fantasmal techo, como el de una catedral, de Zoess. Los insectos pasaban como flechas a nuestro alrededor, dejando pequeños rastros de bioluminiscencia azul. Los pájaros cantaban en la distancia, la mayoría al oeste, donde la luz del sol había comenzado a asomar sobre la ciudad y alcanzaba el bosque. A mediodía haría un calor sofocante.
Y por debajo de todo ello, el zumbido de los árboles-rayo.
Y también había algo más.
Me agaché sobre una rodilla y levanté una mano. Los soldados de asalto imitaron mi posición, con las armas preparadas. Algunos sostenían garrotes, uno un largo cuchillo de cazador. El resto portaba las “alternativas” que Vrake había mencionado: ballestas modificadas. Armas wookiee, sin duda confiscadas y luego modificadas para únicamente disparar, por medios mecánicos, proyectiles sin carga. Me pregunté de dónde las habría sacado la guarnición. ¿Alguna vez habían sido disparadas? No es problema mío, traté de decirme a mí mismo.
El sonido que se acercaba a nosotros, ese era mi problema.
Habíamos estado siguiendo un sendero de caza, el mismo que habían usado los rebeldes. Hice un gesto a mis acompañantes para que se apartaran a un lado del camino. Algunos de ellos se movieron realmente rápido.
Delante de nosotros, al otro lado de la estrecha franja de embarrado suelo del bosque, un helecho estalló en un rocío verde y azul. Sólo vi dientes y garras y el borrón de movimiento antes de rodar hacia un lado y sacar mi cuchillo de su funda. La bestia, un deschene –uno joven, de hecho- pasó galopando a mi lado y chocó contra uno de los dos soldados de asalto que aún no se habían puesto a cubierto. Los dos –hombre y animal- se adentraron rodando en la maleza.
Salí disparado hacia la maraña de arbustos y raíces hasta que encontré a la pareja, sacudiéndose. El soldado estaba de espaldas, con las manos sobre la cabeza y los brazos juntos cubriéndose la cara, mientras el deschene clavaba sus garras en su armadura blanca. Ya había logrado atravesar el material, y comenzaba a manar sangre del hombre que tenía debajo. Unas pocas sacudidas más y acabaría con él. Metí la mano a un bolsillo y extraje un dispositivo de mi propia invención. Un pequeño disco negro, con su superficie exterior salpicada con pequeñas púas.
-¡Al suelo! –grité, y arrojé el dispositivo tan fuerte como pude. Entonces me arrojé al suelo y me tapé los oídos, esperando que me hubieran escuchado.
Con los brazos rodeándome la cabeza, sólo podía ver entre mis codos. El lanzamiento había sido correcto. Golpeó al animal de seis patas en mitad del costado. Las púas atravesaron la piel y se enredaron con el fino pelaje. El impacto causó que se quebrara la segunda característica de mi dispositivo, una esfera en el interior de la esfera. Los productos químicos del interior se mezclaron, creando una potente corriente eléctrica.
Hubo una detonación, que pudo sentirse más que escucharse, y un brillante destello blanco. Relámpagos eléctricos saltaron desde el dosel del bosque y golpearon el pequeño dispositivo y la bestia en la que estaba enganchado. Otra detonación, esta vez repugnante y húmeda, tuvo como resultado una ducha de carne y duro pellejo humeante. Oculté el rostro para no verlo. Amaba a los animales que vagaban por el Zoess, incluso a los depredadores.
Me puse de rodillas, y luego me levanté. El soldado de asalto en el suelo yacía inmóvil. Vrake pasó atropelladamente junto a mí y se arrodilló junto a su soldado.
-¿Vivo? –pregunté.
La respuesta llegó unos segundos más tarde.
-Se pondrá bien. ¡Traedme un medipac!
Esta última orden la gritó por encima del hombro. Uno de los otros soldados se había recuperado y obedeció.
Vrake me miró.
-¿Qué era esa cosa que ha lanzado?
Me encogí de hombros.
-Un invento mío. Las descargas de los árboles son atraídas por los dispositivos con energía, de modo que me pregunté: ¿Por qué no aprovecharlas?
-Muy inteligente –dijo, examinando la repentinamente patética ballesta que sostenía en sus manos.
-Tal vez, pero nada sutil. Si sus rebeldes están aquí fuera, saben que venimos.
Él resopló con desdén.
-Se están enfrentando al Imperio. Sabían que iríamos tras ellos desde el momento que eligieron el bando equivocado.
Yo no dije nada, un hecho del que él pareció darse cuenta. Pero Vrake ignoró mi desaire y ayudó a su agitado soldado a ponerse en pie. Pronto estuvimos de nuevo en movimiento.
Pasaron las horas. Los sonidos del bosque se estremecían ocasionalmente con el hueco gruñido de cazas TIE lejanos, que patrullaban los límites del bosque manteniéndose a una distancia prudencial de los árboles-rayo. Me detuve cuando los escuchamos por primera vez, y miré a Vrake.
-No pensaría que íbamos a arriesgarnos a dejar que los prisioneros se escabulleran por el extremo opuesto del bosque, ¿verdad?
Medio kilómetro después, conforme declinaba el día, llegamos a un antiguo tronco de árbol petrificado en el centro de un pequeño claro. El rastro de los rebeldes era obvio, la tierra pisoteada.
-Descansaron aquí –dije.
-¿Cuándo? –preguntó Vrake.
-Hace tres horas. Tal vez cuatro.
Dejó escapar un suspiro de frustración.
-Necesitamos avanzar más rápido, Gorlan.
-¿Por qué? –pregunté-. Sus patrullas...
-Necesitamos atraparles antes de que lo haga este bosque.
-Entonces encontrarán sus restos, ¿y qué? El bosque hará el trabajo por ustedes.
-No, no lo hará –dijo apretando los dientes, en los límites de su paciencia.
-No lo entien...
-Aún no les hemos interrogado –dijo, pronunciando cada sílaba seca y cortante como un cuchillo.
Le mantuve un instante la mirada y luego tuve que apartarla, hacia el antiguo árbol muerto. Interrogar. ¿En qué me he metido?, pensé. Nunca debería haber abierto la puerta esa mañana. No debería haberme involucrado.
Estudié los rastros alrededor del tronco del árbol. Había una zona hueca en la base.
-Si no le importa –dijo Vrake, señalando con una mano en la dirección en la que los rebeldes habían estado avanzando-, ¿podemos continuar?
-No tiene que preocuparse por eso –dije.
-¿Y eso qué significa?
Me acerqué al nudoso tronco petrificado y me agaché.
-Hicieron algo más que detenerse aquí a descansar. Tenían suministros escondidos aquí. –Señalé unas depresiones en el barro dentro del tronco hueco-. Tres, tal vez cuatro mochilas, supongo. Pesadas.
Vrake parpadeó.
-¿Qué?
-Y otra cosa. Mire las pisadas. Hay más desde aquí, dirigiéndose al oeste. Ahora son ocho, creo. Se reunieron con otros.
-¿Está diciéndome que planearon esto?
Ante eso, sólo puede encogerme de hombros.
-Dudo que fuera un encuentro casual.
-No se pase de listo –dijo con voz ronca.
-Al menos están cargando con equipo –propuso uno de los soldados-. Puede que los ralentice.
El teniente reunió a sus hombres.
-Que todo el mundo permanezca alerta. Nuestros fugitivos probablemente estén armados. Al menos podemos conformarnos con saber que no nos dispararán con blásters. –Echó una mirada a la bolsa de mi cinturón-. ¿Cuántos más de esos pequeños inventos suyos le quedan?
-Dos –dije, lamentando haber permitido que vieran siquiera uno de ellos.
Sostuvo en alto la palma de su mano. Dudé, sólo un instante, y luego deposité en ella los discos.
-Bien- dijo-. En marcha.
Avanzamos hasta el atardecer. El bosque se volvió más frío y silencioso, y no tuvimos más encuentros con la fauna salvaje local. Por suerte, los rebeldes habían tomado un camino que conducía a uno de los escasos grandes claros del bosque, uno que yo usaba frecuentemente cuando mis viajes requerían más de un día de camino.
-Acamparemos aquí –dije.
-Continuamos –replicó Vrake.
-No, no lo haremos –dije-. Confíe en mí. No podemos atravesar el bosque en la oscuridad, y mucho menos seguir un rastro.
-Nos sacarán toda una noche de camino de ventaja.
-Créame –dije-, ellos también tendrán que detenerse. El Zoess es intransitable después del ocaso. Cualquier luz activaría los árboles, y una llama atraería la ira del ghoma salvaje. No ha visto la rabia hasta que no ha visto uno de ellos enfurecido por la visión del fuego. Además, este claro ofrece algunas pequeñas comodidades.
Fui al mismo centro y dejé mi equipo en el suelo junto a un elevado poste de madera que sobresalía de la tierra. En una docena de lugares a lo largo de su longitud asomaban unos ganchos. Extraje de mi mochila una linterna eléctrica, la colgué de uno de los ganchos, y busqué el interruptor de encendido.
-¡¿Qué está haciendo?! –bramó Vrake. Él y sus hombres retrocedieron de un salto.
Encendí la linterna. Una débil luz roja bañó el centro del claro.
-Tranquilos –dije, satisfecho por sus expresiones, debo admitir. Indiqué un círculo de piedras alrededor del poste, de apenas un metro de diámetro-. El único lugar del Zoess fuera del alcance de los árboles-rayo.
Tardaron un instante en recobrar su compostura.
-Debería habérnoslo dicho –dijo Vrake-. Podríamos haber colocado aquí una torreta. O un conjunto de sensores.
-No sabía que su camino nos conduciría aquí –expliqué-. Y esa clase de equipo nos habría ralentizado.
-¿La luz no alertará a nuestra presa, o a esos ghoma, de nuestra presencia?
-Este color tranquiliza a los animales. No sé por qué. Y sólo la tendremos encendida mientras establecemos el campamento, ¿de acuerdo?
Me ocupé preparando el saco de dormir. Vrake y sus hombres se reunieron a unos metros de distancia y hablaron entre ellos. Cuando terminaron, un par de los soldados de asalto se alejaron un poco y comenzaron a patrullar el borde del claro.
Comimos bajo el cielo nocturno. Los soldados que no estaban patrullando hablaban en susurros. Charlas de soldados, viejas como el propio tiempo. Me senté solo, sopesando los acontecimientos. Mi mente bullía, como habría dicho Chloa.
Algo no estaba bien. Sólo que no podía distinguir el qué.
-No se preocupe –me dijo de repente Vrake.
Salí bruscamente de mi ensimismamiento.
-¿Hmm?
-Conozco esa mirada pensativa. Mañana los habremos atrapado, y podrá volver con su familia. El Imperio recordará la ayuda que nos está prestando, me aseguraré de ello.
Asentí.
-¿Tiene usted hijos?
-Ajá. Lejos de aquí –dijo-. Ahora, descanse. Hemos organizado guardias.
Sin embargo, no estaba cansado. Mi cuerpo lo estaba, claro, pero mi mente aún daba vueltas a los eventos del día. Saqué varios objetos de mi mochila y los ensamblé, con cuidado de conectar la batería especial en último lugar. Pronto tuve montado el holoproyector. Me tumbé junto a él, sobre mi saco de dormir, en la noche agradablemente templada. Con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, contemplé grabaciones de mis hijos jugando. Chloa, sonriendo tímidamente.
Había aprendido, durante todos los años ahí fuera. La luz suave parecía apaciguar al bosque. El Zoess siempre me había dejado tranquilo, como si hubiéramos alcanzado un acuerdo. Me pregunté si hoy había roto ese acuerdo.
Tal vez sí, porque me desperté algún tiempo después con sonidos de violencia.
Furiosos gruñidos de esfuerzo. Un grito de triunfo, o tal vez de rabia.
Una figura ante mí. Cereana, con un mono de prisionera. Su rostro fantasmal, iluminado por las parpadeantes imágenes del holoproyector. Rodé en el suelo cuando su lanza descendió. Golpeó la tierra donde había estado mi cabeza. Ella maldijo.
Sus compañeros estaban formando un tosco círculo alrededor del poste de madera, cada uno de pie sobre un saco de dormir, apuñalando con lanzas, una y otra vez.
-¡Algo va mal! –gritó uno de ellos.
-No están aquí –dijo otro.
Una bota me golpeó en las costillas, lanzándome de nuevo al suelo. Rodé sobre mí mismo y alcé las manos.
-Sólo soy un guía –dije.
-Cállate –dijo ella siseando entre dientes.
-Sí –exclamó una voz. Vrake-. Cállate.
Los soldados de asalto surgieron de sus escondites alrededor del perímetro del claro, formando un círculo alrededor de los rebeldes, que pasaban el peso de un pie al otro, apuntando con sus lanzas de un objetivo al siguiente.
Sacudí la cabeza. Las costillas me palpitaban dolorosamente. Gritos similares de “¡mantened la posición!” y “¡no os mováis!” se entremezclaron en la confusión del campamento, conforme los soldados de asalto se acercaban.
-No nos rendiremos –dijo la mujer a mi lado.
Vrake comenzó a avanzar.
-Interesante lugar, este bosque. Nos coloca en igualdad de condiciones. Nuestras ballestas –dijo, y señaló con la cabeza al rebelde más cercano- y vuestras... ¿qué es lo que tenéis? ¿Lanzas? Encantadoramente primitivo...
La mujer junto a mí apretó el arma entre sus manos. Se escuchó un chasquido apagado, y entonces la punta de la lanza se abrió. Un arpón. Debería haberlo adivinado antes, por el cable enrollado en el antebrazo de cada rebelde.
La punta del arma salió disparada a una velocidad asombrosa, errando por poco el golpe al rostro de Vrake, antes de volver como un látigo y recolocarse por sí misma en el barril de la “lanza”.
Los hombres de Vrake alzaron sus ballestas. Todo el mundo se tensó.
Mis ojos estaban fijos en las manos de Vrake. Sujetaba con ellas algo a su espalda, pero al girarse para esquivar el ataque pude ver fugazmente lo que sostenía. Las dos pequeñas esferas que yo le había dado. Retrocedí de espaldas hacia el centro del claro, junto al poste marcador y mi equipo.
Todos ellos –tanto rebeldes como soldados de asalto- cambiaban su peso de un pie a otro, ajustando su objetivo de un blanco a otro. Tomándose la medida entre ellos. Decidiendo a quién disparar primero o hacia qué lado lanzarse.
El aire se hizo más denso e inmóvil. El bosque cobró un silencio sepulcral. Ese extraño instante de calma que siempre se manifestaba antes de la violencia.
Mi mano golpeó algo. Me giré, vi mi holoproyector, que aún parpadeaba, y mi mente se llenó de pesar y remordimiento. La idea de que tal vez no volvería a ver más a Chloa y a los niños.
Una última mirada, al menos. Enfoqué la imagen.
Y vi a una extraña. No a mis hijos, ni a Chloa, sino a una mujer de cabello oscuro. Mi mente necesitó unos segundos para comprender quién era. No era una extraña en absoluto. Ni mucho menos.
La Princesa Leia Organa estaba allí, holográficamente. La interrupción de mi propia grabación significaba que eso era una transmisión de emergencia. Estaba hablando. Tomé el dispositivo, con cuidado de mantenerlo dentro del círculo de piedras para que el bosque no nos aniquilase a todos.
-Tiene un arma –ladró uno de los rebeldes, no muy seguro. No se me ocurrió hasta más tarde que se estaba refiriendo a mí.
-El rastreador lucha con nosotros –dijo Vrake-. O más le vale, si quiere volver a ver a su familia.
Activé el sonido. Ya no les escuchaba a ellos, sino a ella. A la Princesa Leia Organa.
-Todos vosotros, deteneos. ¡Escuchad! –grité. Fue una especie de graznido, en realidad-. Dejad de luchar. Algo ha pasado.
Amplié la imagen hasta que Leia pareció estar de pie, a tamaño real, sobre la palma de mi mano.
Estaba diciendo: “La Estrella de la Muerte en la órbita de la luna boscosa de Endor ya no existe, y con ella se ha ido el liderazgo imperial. El tirano Palpatine ha muerto...”
Permanecí ahí, sin escuchar el resto de sus palabras. Palpatine estaba muerto. El liderazgo imperial, desaparecido. Miré a Vrake, que se encontraba inmóvil, atrapado entre la incredulidad y la rabia. Yo no sabía qué hacer, qué decir. De algún modo, las únicas palabras que venían a la mente eran las que acababa de pronunciar.
Dejad de luchar.