viernes, 29 de enero de 2016

Huida de la Estrella de la Muerte


Huida de la Estrella de la Muerte
Stephen P. Hand

Luke y Leia ya habían comenzado a retroceder por el pasillo cuando una serie de cegadoras explosiones arrasaron el pasillo ante ellos. Varios soldados de asalto perseguidores trataron de cruzar los ascensores, sólo para ser carbonizados, uno tras otro, por los letales disparos bláster de Chewbacca. Olvidándose de los ascensores, los imperiales abrieron un boquete en la pared. La abertura dentada era demasiado grande para que Solo y el wookiee la cubrieran completamente con sus disparos.
-¡Por ahí no se puede salir! –dijo Solo al pequeño grupo de rebeldes atrapados.
-Has echado a perder la única salida –convino airadamente Leia-. Esto es una zona de detención, ¿sabes? No las construyen con múltiples salidas.
-Le ruego perdón –replicó Solo sarcásticamente-, ¿hubiera preferido seguir en su celda, Su Alteza?
-Tiene que haber otra salida –murmuró Luke, extrayendo una pequeña unidad transmisora de su cinturón-. Trespeó, Trespeó, estamos atrapados. ¿Hay otras salidas de la zona de las celdas... cualquier otra salida?

Relatos del Suplemento Técnico de la Estrella de la Muerte


Relatos del Suplemento Técnico de la Estrella de la Muerte
Bill Slavicsek

Han Solo, al timón del Halcón Milenario, cubrió la distancia entre su nave y el caza TIE que huía.
-Le alcanzaré en uno o dos minutos –informó Solo a sus pasajeros.
-Se dirige hacia aquel pequeño satélite –dijo Luke Skywalker.
Al acercarse, en la luna comenzaron a verse cráteres y montañas. Pero había algo extraño en ellos. Los cráteres tenían un trazado demasiado regular, las montañas eran demasiado verticales. Había cañones y valles que parecían imposiblemente rectos. La superficie era demasiado regular para que pudiera atribuírsele una formación natural.
-Eso no es un satélite –dijo Ben Kenobi en un suave susurro-. Es una estación espacial.
-No puede ser una estación espacial –protestó Solo-. Es demasiado grande. No puede ser artificial...
-No me gusta nada lo que está pasando –dijo Luke.

***

Con todos esos TIEs, ¿por qué vencimos en Yavin?

Un joven piloto alzó la mano cuando Wedge Antilles hizo una pausa en su charla sobre las tácticas de los cazas estelares imperiales en la batalla de Yavin.
-Señor –comenzó a decir el joven piloto-, si la Estrella de la Muerte transportaba tantos cazas TIE, ¿cómo es que nuestro bando consiguió ganar la batalla?
Wedge sonrió, pasándose de forma inconsciente la mano por su cabello oscuro.
-Esa es una buena pregunta. Si he de decir la verdad, ganamos porque la Estrella de la Muerte nunca lanzó más de un escuadrón contra nosotros.
Los pilotos que abarrotaban la sala soltaron una exclamación de sorpresa e inmediatamente comenzaron a hablar entre ellos. Wedge les dejó que lo hicieran durante unos minutos, y luego volvió a reclamar orden en la clase.
-Según nuestras investigaciones, parece que el gran moff Tarkin nunca dictó una orden para lanzar sus cazas TIE. Se conformaba con usar las torres turboláser de la estación contra los cazas estelares de la Alianza. Eso nos lleva de vuelta a nuestra conversación anterior acerca del exceso de confianza imperial.
El joven piloto volvió a levantar la mano.
-Si Tarkin no ordenó que los TIEs despegaran, ¿quién lo hizo?
Wedge paseó la mirada nerviosamente por la sala antes de fijarla en el joven piloto.
-El escuadrón que se enfrentó a nosotros aquel día era nada menos que el escuadrón personal de Lord Darth Vader. Se enfrentó con nosotros en la trinchera, siguiendo a nuestras naves principales y tratando de eliminarlas antes de que pudieran disparar al puerto de escape. Puede que aún pudiéramos haber ganado la batalla aunque todos los TIEs hubieran despegado, pero desde luego la superficie de la Estrella de la Muerte habría estado más concurrida.

Relatos de droides

Relatos de droides
Drew Campbell y Eric S. Trautmann

La batalla entre naves espaciales se propagó violentamente como si tuviera vida propia. Ambos bandos ya habían perdido muchas naves y tanto los comandantes de la Alianza como los imperiales sabían que los Rebeldes no tenían un suministro inacabable de cazas. Por su parte, el Destructor Estelar Imperial Vehemencia ciertamente parecía tener (como dijo uno de los tripulantes rebeldes) todos los cañones del universo a su servicio.
Un ala-Y solitario renqueaba por la periferia de la batalla; su piloto era un veterano de muchos enfrentamientos similares.
-Líder de vuelo Wilkins, comienzo mi pasada –entonó con calma-. Será mejor que te agarres ahí detrás, colega –dijo, pulsando su comunicador para transmitir un breve mensaje a su astromecánico.
BXET-R2 (o “Box”, como le gustaba llamarle a su dueño) comprobó las correas y enganches que le mantenían en su lugar detrás de la cabina del ala-Y. La unidad R2 emitió un pitido lastimero y Wilkins soltó una risita al leer la traducción en su sistema informático: “Trata de no estrellarte esta vez”.
El ala-Y atravesó velozmente la carnicería mientras Wilkins colocaba cuidadosamente la retícula de puntería de sus lanzamisiles directamente en el Vehemencia. El caza aceleró, cruzando rápidamente los kilómetros que lo separaban del Destructor Estelar, mientras el ordenador de objetivo trataba de centrarse en el puente del Vehemencia.
Justo cuando el ordenador de objetivo señalaba que se había centrado el objetivo, Wilkins pulsó los controles de disparo mientras su artillero trasero abría fuego con los cañones iónicos del ala-Y contra los escudos del Destructor Estelar. Una brillante explosión de luz y fuego iluminó la zona, cegando al piloto.
Demasiado tarde, Box aulló una advertencia al piloto cegado cuando un bombardero TIE –dañado por las explosiones- avanzaba a la deriva en la trayectoria del ala-Y, golpeando sus escudos delanteros y lanzando ambos cazas dando vueltas salvajemente, fuera de control.
Box ejecutó diagnósticos en la nave e informó de que los dos cañones bláster del morro del ala-Y habían sido completamente arrancados. La cabina aún tenía atmósfera respirable, pero el daño estructural en el morro era considerable.
Box se conectó a los sensores internos de la nave y descubrió que el amo Wilkins seguía respirando y que efectivamente tenía pulso. Sin embargo, no contestaba al comunicador. El droide echó un vistazo a la cabina y vio que Wilkins y su artillero iónico estaban derrumbados sobre sus asientos.
Tomando el control de los sistemas impulsores, Box corrigió los salvajes giros del ala-Y, deteniendo suavemente la nave. Comprobando los sensores navegacionales, el droide advirtió que el bombardero TIE también había retomado el control y renqueaba hacia el ala-Y dañado, colocándose para el inevitable disparo letal.
El droide comenzó a modular cuidadosamente la gravedad en la cabina, en un intento de sacudir al piloto para despertarle. Al mismo tiempo, Box conectó uno de sus muchos apéndices al puerto de control auxiliar e hizo que el ala-Y saliera disparada hacia delante y arriba en un arco que les dejó completamente fuera del vector actual del bombardero.
El bombardero –él también gravemente dañado- pasó disparado sin conseguir fijar su disparo y se recolocaba torpemente para otro intento. BXET-R2 se conectó al sistema de control de disparo del ala-Y y armó el lanzatorpedos de protones. Lanzando la nave en un picado lo más pronunciado posible, invirtió la nave y lanzó un disparo a ciegas, lanzando el proyectil blanco azulado hacia el caza imperial.
El piloto imperial trató frenéticamente de evitar el misil, perdiendo una vez más el control de su vehículo dañado. Un instante después, Box activó el hipermotor del ala-Y, y el rechoncho caza saltó al hiperespacio, lejos de la batalla...

***

Shac Rybetiano

Ramsey Lanclo murmuraba para sí, una interminable retahíla de exóticas maldiciones Soccoranas y exclamaciones de pánico. Lanclo operaba con cautela los controles de su carguero, conectando cuidadosamente la esclusa del Artimaña al tubo de embarque que había extendido una cercana fragata aduanera imperial. Durante más de seis meses estándar, Ramsey no había transportado contrabando, pero se estaba quedando sin dinero, y actualmente su bahía de carga albergaba suficiente brillestim para convertirlo en un hombre increíblemente rico... o verle sentenciado a Kessel para los próximos 1.000 años estándar.
-Sabía que debería haberme limitado a prefabricados y generadores de energía –exclamó, amenazando con el puño a la nave imperial que llenaba la vista de su parabrisas-. ¿Cómo vamos a salir de esta?
-¿Cuál es el problema?
El droide de Ramsey, XDL-67, entró en la cabina. XDL apenas parecía el droide cocinero que había sido antaño. Su brazo mezclador había sido remplazado por una mano funcional, y su programación había sido mejorada para incluir mantenimiento general y reparación de naves estelares.
-El problema –explicó Ramsey, mirando con furia al droide-, es que en menos de tres minutos esta nave estará repleta de imperiales. Y no hay forma de que podamos impedir que encuentren nuestra carga “especial”.
Se apoyó en el mamparo y trató de parecer despreocupado. XDL echó un vistazo al monitor que mostraba los datos de la holocámara externa.
-Capitán, ¿no es esa la fragata de la agente Hewet?
XDL señaló la insignia y las marcas que ahora eran claramente visibles en el casco de la nave de aduanas.
-Eso creo. ¿Y qué?
En lugar de responder, XDL se volvió y miró a popa, emitiendo un gemido de barítono por su rejilla vocodificadora. Ramsey hizo una mueca al escuchar el ruido, sabedor de lo que significaba. El sonido de arañazos sobre las placas de cubierta de acero respondió la llamada de XDL. En cuestión de segundos, la mascota del capitán –un curioso marsupial llamado “keon”- entró trotando en la sala. La diminuta criatura rodeó la pierna de Ramsey y trepó por su cuerpo, encaramándose finalmente en el hombro del capitán del carguero.
-¿Eh, qué tiene de brillante la idea de traer al roedor? –preguntó Ramsey, mirando a su colega mecánico con el ceño fruncido. Antes de que pudiera responder, el droide quedó silenciado por el distintivo siseo del ciclo de admisión de la esclusa.
Dos soldados de asalto –barriendo la sala con sus rifles bláster con amenazadora precisión- entraron al unísono, tomando posiciones de vigilancia a ambos lados de la esclusa. Un instante después, les siguió una humana con el uniforme de agente de aduanas imperial. Ramsey trató de no hacer una mueca ante la sonrisa cáustica de la mujer; por su amarga experiencia, Lanclo sabía que la sonrisa de Hewet significaba problemas. Con la primera señal de los recién llegados, el keon se ocultó tras la cabeza de Ramsey. Los soldados de asalto tomaron posiciones a ambos lados de la esclusa mientras ella avanzaba. Ramsey sonrió a la agente y comenzó a hablar.
-Agente Hewet –dijo Lanclo, mostrando su sonrisa más encantadora-. Qué agradable volver a verla. ¿Qué tal le ha ido?
-Ahórrate la cortina de humo, piloto. –Se quitó los guantes y puso los brazos en jarras-. Mis fuentes me dicen que has estado viendo al rybet
Ramsey sabía que se refería a Moruth Doole, un individuo bastante desagradable que gobernaba el mundo de contrabando de Kessel con puño de hierro.
-¿Quién, yo? –Ramsey lanzó una carcajada forzada-. Vamos. Sabe que hace mucho tiempo que me volví legal.
De alguna parte de la sala, una débil y aguda vocecilla graznó, repitiendo como un eco la frase del contrabandista:
-¡Vamos-Sabe-tiempo-legal!
La agente Hewet echó un vistazo por la sala.
-¿Qué ha sido eso, Lanclo?
A modo de respuesta, el keon asomó su cabeza de detrás de Ramsey e imitó a la imperial.
-¿Qué-Lanclo?
Ella levantó la mirada, sorprendida. Una mueca maligna cruzó su rostro.
-Capitán –dijo, con una sonrisa de depredador asomando en sus labios-. ¿Tienes permiso para esa… criatura?
Ramsey inclinó la cabeza.
-Me temo que no –respondió. XDL dio un pequeño paso adelante. Ramsey se estremeció, súbitamente sorprendido, ya que había olvidado que el droide estaba allí. Oh, esta vez me las vas a pagar por esto, droide, pensó para sí mismo. Esta vez voy a desmontarte y construir un compactador de basura con tu carcasa.
-Señora –dijo el droide, arrastrando las palabras e inclinando la cabeza en una buena imitación del servilismo humano-. Si recuerdo correctamente, ¿no tiene usted una hija en Yityl?
La agente Hewet miró al droide, sorprendida por que un ser mecánico se dirigiera a ella. Los soldados de asalto levantaron sus blásters a una posición más cómoda. Una posición que apuntaba en la dirección general de XDL.
-Sí –dijo ella, con voz tan gélida como hielo de Hoth-. Tengo una hija. ¿Y a ti qué te importa?
(“Hija-importa”, repitió el keon.)
-Bueno, señora agente –continuó él-, nos costará algún tiempo llegar a un puerto imperial para adquirir un permiso y una licencia para este amiguito. –Ramsey alzó lentamente la cabeza, dándose cuenta de a dónde pretendía llegar el droide-. Tal vez quisiera quitárnoslo de las manos.
Hewet cruzó los brazos.
-¿Y por qué podría querer hacer eso, droide?
-Con el debido respeto, agente Hewet, podría llevar una adorable mascota a su hija, y nos ahorraría la molestia de tener que ir a puerto únicamente para adquirir un permiso.
XDL se agachó ligeramente, lo que quería decir que había terminado de hablar, mientras la agente Hewet estudiaba el keon. Meneaba la cola de un lado a otro, mirando con sus enormes ojos a la agente de aduanas. Ella suspiró y le sonrió, y él levantó las orejas en respuesta. La agente se acercó a Ramsey.
-Capitán –dijo-. ¿Qué le parece? A mi pequeña Kora podría gustarle una nueva mascota...
Ramsey no podía creer lo que oía.
-Bueno, desde luego, agente Hewet –se escuchó decir-. Sólo hace un par de semanas que la tengo. Ni siquiera había pensado aún que nombre ponerle. Estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de acuerdo...

Ramsey se sentó en la silla de capitán del Artimaña mientras la fragata de aduanas se marchaba.
-¿Quería verme, señor? –dijo XDL, entrando en la cabina.
-Sí –gruñó Lanclo-. Acabas de costarme 1.500 créditos con esa maniobra. Ese keon no era barato, ¿sabes?
-Cierto, amo Lanclo –dijo el droide mientras avanzaba hacia los contenedores de carga en la parte frontal de la nave-. Pero considere la alternativa: usted podría estar extrayendo eso en las minas mientras yo preparo shac rybetiano para Moruth Doole. Me parece que el precio que pagó por el keon es un trato justo para evitar una cadena perpetua en Kessel.
Ramsey se recostó en su asiento y reflexionó un instante.
-Muy bien, tienes razón –dijo entre risas-. La próxima vez que amenace con borrarte la memoria, recuérdame las exquisiteces rybetianas y los placeres de la minería de especia.
XDL se volvió para salir de la cabina y regresar a sus tareas, y por un brevísimo instante, Lanclo estuvo convencido de que el droide realmente había logrado parecer insufriblemente auto-complacido antes de desaparecer en las entrañas del Artimaña.

jueves, 28 de enero de 2016

La caída de un Jedi

La caída de un Jedi
Jim Bambra

Halagad Ventor nació en Alderaan y, de niño, entre sus amigos se encontraba el futuro virrey Bail Organa. Ventor aspiraba a ser un sabio, y pasaba muchas horas leyendo atentamente libros antiguos. Fue durante ese tiempo que descubrió por primera vez las leyendas de los Caballeros Jedi, defensores de la República, y en su pecho nació la esperanza de que algún día él pudiera contarse entre sus filas.
Halagad continuó con sus estudios en los años siguientes, así como también entrenó su cuerpo buscando la perfección física. Pero aunque llegó a ser versado en muchos campos, no dominaba completamente ninguno, porque no tenía la paciencia para dedicarse totalmente a un área de estudio.
-Necesitaré saber muchas cosas para ser un Jedi, y no puedo limitarme a una única disciplina –decía. Con el tiempo, esa actitud sería la clave de su perdición.
Cuando llegó a la madurez, Ventor se marchó para buscar un Maestro Jedi que le enseñara sus artes. Pero incluso en los días de la República, los maestros eran esquivos y difíciles de encontrar... y los pocos que Ventor encontró no estaban dispuestos a entrenarle.
-Tu mente es como los vientos de Tatooine, soplando en todas las direcciones a la vez –le decían-. La esencia del arte Jedi es el control: control del cuerpo, control de la mente, control de la ira, el miedo y la codicia. Debes aprender a refrenar todas las pasiones, incluso la pasión por el conocimiento, o te destruirás.
Pero Ventor no se desanimó. Persistió en sus esfuerzos por encontrar un mentor, y finalmente lo consiguió. No se conoce quién entrenó a Ventor en las disciplinas Jedi, pero los defectos de carácter del estudiante continuaron acosándolo incluso mientras lograba el deseo de su corazón. Buscando aprenderlo todo, aprendió poco. Como guerrero, podía usar la Fuerza para su ventaja, pero seguía ignorando en gran medida los usos más sutiles de ese gran poder.
Ventor llegó a servir con distinción en las Guerras Clon, bajo el liderazgo del general Obi-Wan Kenobi, mereciendo la Medalla al Honor de la República. Cuando el Senador Palpatine asumió el título de Emperador, Ventor se unió a los Jedi que se opusieron a su gobierno dictatorial.
Palpatine no era ningún tonto, y se dio cuenta de la amenaza que suponían los Jedi. Con la ayuda del corrupto Darth Vader, Palpatine se dedicó a destruir sistemáticamente a los protectores de la Antigua República. Muchos de los Caballeros fueron a ocultarse en otros mundos, y sólo otros miembros de su hermandad conocían su ubicación.
Ventor estaba preparándose para partir a los Territorios del Borde Exterior cuando fue aprehendido por tropas de asalto imperiales. Llevado a la nave insignia de Vader, Ventor fue brutalmente interrogado por oficiales de inteligencia, pero no dijo nada. Entonces el Señor Oscuro de los Sith en persona entró en la cámara.
-Halagad, viejo amigo –comenzó a decir Vader-. Es un placer volver a verte. Mis hombres dicen que hoy has estado inusualmente silencioso; muy distinto del fanfarrón presuntuoso que ansiaba medallas y reconocimientos. Eres un hombre escandaloso, Ventor, blandiendo la Fuerza como una porra. La Fuerza debe ser usada como una vibrohoja. Un tajo aquí, otro allá, y extraeré de tu mente la información que quiero. Por supuesto, cuando termine, puede que ya no tengas mente. Una lástima.
Halagad trató desesperadamente de resistirse a las sondas de Vader, pero no pudo invocar los escudos mentales que le habrían protegido. Su desesperación daba paso al miedo, su miedo al pánico, y el lado oscuro le reclamó mientras Vader obtenía la crucial información.
Sólo dos maestros Jedi escaparon de la matanza que siguió. Obi-Wan Kenobi, consciente de la debilidad de espíritu de Ventor, no le confió sus planes de refugiarse en Tatooine, ni el paradero de Yoda. Con su alma asolada por la culpa y su mente virtualmente rota, Ventor robó una nave imperial y huyó al espacio. Vader le dejó marchar, plenamente consciente de que la muerte o el lado oscuro le reclamarían pronto.
La nave de Ventor aterrizó en el mundo pantanoso de Trinta. Aunque sus poderes de la Fuerza le permitían sentir la presencia de una concentración de energía del lado oscuro, Ventor no tuvo la fortaleza para dar media vuelta. Acampó en una cueva, pero con el tiempo fue atraído al nexo y sucumbió a la Oscuridad. Ha vivido en ese lugar infernal desde entonces, acosado por los rostros de aquellos cuyas muertes recaen sobre sus hombros.