jueves, 4 de febrero de 2016

Relatos de Goroth, esclavo del Imperio


Relatos de Goroth, esclavo del Imperio
Nigel D. Findley

En las tierras baldías
Deja que te diga, muchacho, que he visto algunos entornos bastante duros. Este lugar, Goroth, es uno de los peores.
Es oscuro, ¿ves? Eso es parte del problema. El sol nunca llega a atravesar las nubes que lo cubren todo. El mediodía es tan sombrío como el crepúsculo de cualquier mundo civilizado. Sin amplificadores ópticos, no puedes ver más allá del alcance de una pedrada. Excepto cuando destellan los relámpagos, claro. Entonces puedes ver más detalles de los que probablemente desearías ver.
¿Por la noche? ¿Tú que piensas, muchacho? Más negro que el interior de una babosa espacial, la mayor parte del tiempo. A veces los relámpagos iluminan todo marcando sus afilados relieves. A veces hay una especie de fuego en la parte inferior de esas nubes. Pero a veces está tan negro que creerías haberte quedado ciego.
Las tierras baldías son lugares terroríficos en los que estar, incluso en el mejor de los momentos. Afloramientos de roca de lava por todas partes. Negra. Áspera. Dentada. Lo bastante afilada para rasgarte el traje ambiental si lo rozas de mala manera. Y hay algo más acerca de esas rocas. Parecen moverse bajo la luz cambiante. Destellos de relámpagos, y ves un afloramiento a una docena de metros de distancia. Un par de segundos después, otro fogonazo... y parece que está a menos de 10 metros de distancia. ¿Y es un brazo eso que se extiende hacia ti?
¿Alguna vez has caminado por un pasillo lleno de estatuas por la noche? ¿Sabes esa sensación de que se mueven cuando les das la espalda? En las tierras baldías es esa misma sensación. Salvo que lo que representan esas estatuas no son seres humanos. Son cosas salidas de tus más oscuras pesadillas.


Mundo atormentado
Las historias nos cuentan que nuestro mundo fue, en otro tiempo, un jardín idílico. El cielo era claro, el agua pura, las brisas suaves. La comida era abundante. La vida era gloriosa. Nuestro mundo nos colmaba de bondades, como una madre cuidando de sus hijos.
¿Dónde están esas bondades ahora?
Oscuro y sombrío, el cielo acecha amenazante sobre nosotros, ocultando el rostro del sol. El agua es nauseabunda; quema los estómagos de nuestros hijos. Los vientos nos desgarran, como las garras de un depredador. Los alimentos que antes comíamos ahora son letales. La vida es una breve prórroga antes de la muerte.
Mira, extranjero. Allí, a lo lejos. ¿Ves la montaña? ¿Ves cómo escupe fuego al cielo? ¿Ves cómo las grandes llamaradas se reflejan en las nubes, volviéndolas del color rojo de tu sangre? ¿Ves esas nubes de ceniza, de humo? Nubes de veneno, extranjero... veneno letal para ti, y no lo es menos para mis hijos. Observa cómo el viento las transporta, como sombras de perdición pasando silenciosamente por la faz de mi mundo.
¿Puedes oler la contaminación del aire, incluso a través de tu máscara respiratoria? Yo puedo. Es un olor fuerte, penetrante, amargo... un olor de muerte, no sólo de los individuos, sino de la especie entera.
Siente las vibraciones a través de tus pies. El mundo tiembla y se estremece, como un b’del acosado por las fiebres. Alguna vez los temblores se convierten en convulsiones. Las montañas caen. Los continentes se mueven. Se abren abismos en la tierra. Nuestros hogares se derrumban, son engullidos.
Ahora son menos habituales los espasmos que hacen que la tierra se hunda. Pero el suelo nunca está quieto, nunca queda satisfecho de los cambios que ha causado. Siempre se agita, recordándonos el pasado que hemos perdido.
¿Puede alguien decirnos qué hicimos para merecer tal castigo?


Temporada de tormentas
Esos cráneos vacíos de la Armada creen que son unos ases con sus cazas TIE. Ahí fuera, en el espacio, puedes ser tan torpe como quieras porque no hay nada contra lo que chocar. Si quieres probar a pilotar de verdad, toma los mandos de un aerodeslizador y llévalo a dar una vuelta por las montañas. Durante la temporada de tormentas. De noche. Verás cómo las caras de esos cráneos vacíos se vuelven tan blancas como los cascos de un soldado de asalto.
Dependes de los instrumentos la mayor parte del tiempo, incluso de día. La visibilidad es baja, particularmente si el viento procede de los volcanes o géiseres. Hay tanta basura en el aire que puedes escuchar como golpea contra el fuselaje. La percepción de la profundidad es pésima; conozco a un par de buenos pilotos que ardieron en llamas cuando levantaron la mirada de sus instrumentos y calcularon mal la altitud.
Los vientos son fuertes, racheados e impredecibles. Un instante tienes un viento de frente de 50 klicks, al siguiente es un viento de cola de 75 klicks, y al siguiente es una ráfaga descendente que quiere hacer un mate contigo, como en un partido de balón-nega.
Y luego está la inestabilidad de los elevadores de repulsión. Incluso con todas las modificaciones de nuestros pájaros, es difícil. La elevación puede fluctuar un 10 por ciento sin ningún tipo de advertencia previa. Los impulsores también, pero eso no es tan crítico a menos que estés en formación cerrada. Cuando se pone realmente divertido es cuando tienes inestabilidad asimétrica. Si eres un milisegundo lento al reaccionar, empiezas a caer como un sacacorchos, la tierra se acerca rápidamente, y puede que no tengas tiempo siquiera de eyectar.
No puedes dejar prestar atención ni por un instante, particularmente en las montañas. Nuestras órdenes son mantener una buena y considerable altura... ¿pero qué piloto que merezca ese nombre no va a darse un paseo por los cañones cuando nadie le mira?
¡Eso es lo que yo llamo pilotar!


El mercado negro
¿El mercado negro? No existe tal cosa en Goroth, amigo mío. Créeme. ¿Por qué engañaría a un extranjero como tú?
El P’Dar’Ken y sus consejeros, los miembros del Gobierno Colonial, han declarado que el mercado negro es ilegal. Para los b’del que obedecemos la ley, como yo mismo, eso es una razón suficiente para no involucrarnos. Y, ya que todos los b’dellyi obedecemos la ley, no puede existir ningún mercado negro. ¿Comprendes?
Bueno, si insistes, tal vez podamos hablar hipotéticamente. Si hubiera un mercado negro, tendría que realizar grandes esfuerzos para no ser descubierto por el Gobierno Colonial y los “gops”. ¿No estás familiarizado con el término? Eres nuevo en nuestro hogar. Hablo de la Policía Planetaria de Goroth; nos protegen de nosotros mismos, ¿no lo sabías?
Y luego están los informantes. Se dice que se podría sobornar a algunos b’dellyi para actuar como informantes. Contra su propia gente, ¿te lo puedes imaginar? Por supuesto, es una suerte que no puedan encontrar nada de lo que informar. Pero me estoy desviando del tema.
¿No sería mucho más fácil que los gops encuentren presuntos informantes entre los extranjeros, eh? Demasiados extranjeros parecen ver a los b’dellyi como “lagartos primitivos”... si he escuchado correctamente el término. Tengo entendido que, en algunos casos, tal término podría considerarse un insulto.
El control de divisas es muy estricto para los b’dellyi. El Gobierno Colonial –por petición de nuestro propio P’Dar’Ken, por supuesto- monitoriza los ingresos y gastos de cada b’del individual. Si los gastos de un individuo superasen sus ingresos registrados –cosa que nunca ocurre-, entonces ese individuo tendría que estar implicado en el inexistente mercado negro. ¿Comprendes?
Por tanto, casi todas las transacciones –si es que alguna tuviera lugar- tendrían que basarse en valor por valor. Trueques.
Piensa en el problema que me planteas. Hipotéticamente hablando, las pistolas de rayos supuestamente podrían estar disponibles en varias fuentes. No es que conozca ninguna de esas fuentes.
Pero, si conociera donde podrían encontrarse esos objetos... ¿qué servicio podrías proporcionarme a cambio por los bienes que deseas? Piensa en eso, extranjero, y entonces, tal vez, puede que alguien que yo no conozca pueda ayudarte.


Dentro de las madrigueras
Del diario personal del Tte. Yrul Tash, del Ejército Imperial
“Las madrigueras”. Así es como las llamamos, mis compañeros de escuadra y yo. No sirve ni para empezar a describir el aspecto de lo de aquí abajo.
Sé lo que hay en mi historial personal. Mi último oficial jefe me dejó echar un vistazo. Es una hoja de servicio limpia, sin deméritos, ni menciones negativas, ni reprimendas. Pero me transfirieron aquí igualmente. ¿Es eso justo? Nací en Jalarren; un mundo grande, con mucho espacio. Sales a los desiertos de sal, y eres la cosa más alta entre tú y el horizonte. ¡Espacio abierto!
Para alguien con mi historial, descender a las madrigueras es como una tortura; un castigo cruel e inusual. No hay espacio para moverte, no hay espacio para respirar. Y mires donde mires, estás rodeado por esos lagartos que te miran con sus repulsivos ojos. Susurrando cosas sobre ti a tu espalda, en ese desagradable idioma suyo. Probablemente planeando cómo separarte del resto de tu escuadra y matarte.
Déjame que te cuente cómo es. Los túneles son bajos... lo que es extraño, si lo piensas. Los lagartos son más grandes que nosotros, incluso cuando llevamos todo el equipo. Pero por alguna razón, no les importa tener que agacharse casi a la mitad de su altura para pasar por algunos de los pasillos. Es casi como si fueran tan primitivos que no les importara volver a caminar a cuatro patas de vez en cuando, ¿sabes?
En las madrigueras todo está oscuro. Hay lámparas en las paredes de los pasillos, pero son lámparas de lagarto: tenues y demasiado rojas. Todo parece estar empapado en sangre. Los pasillos son estrechos, retorcidos y llenos de revueltas, lo que unido a la oscuridad limita la visibilidad a unos pocos metros. Eso es probablemente lo que más miedo da. No hay líneas de disparo: si hubiera que luchar, docenas de esos lagartos, cientos de ellos, podrían estar ocultos tras una esquina a cinco metros de distancia, e incluso si supieras que estaban allí, no podrías dispararles.
Hace calor, también. Calor y humedad. Y el aire huele. Bueno, imagino que debe oler; siempre que bajamos allí respiramos aire de nuestro traje.
Y hay lagartos por todas partes. Por todas partes. Tratan de apartarse de tu camino cuando pasas a su lado –la mayoría de ellos finge tenernos miedo-, pero los pasillos son tan estrechos que tienes que pasar apretándote contra ellos. Sientes sus manos frotando tu armadura, buscando un punto débil donde poder clavar un cuchillo.
La gente del gobierno dice que están pacificados. Dicen que las madrigueras son seguras. Yo les digo que bajen conmigo de patrulla un día y lo vean por sí mismos. Seguro que cambian de opinión.


Bajo presión
D’Trel B’Krel D’Naz habla a su j’ber sobre los complejos presurizados...
Hace frío en los complejos presurizados. El aire es fino, y el equipo de procesado elimina del aire el aroma de los demás b’dellyi. Es un lugar solitario, extraño, al que ir.
Los humanos... sienten tal entusiasmo por el espacio: techos altos, pasillos anchos. Qué pérdida de precioso espacio. También les gustan sus metales. Muros, techos, suelos... todos de metal, en muchos sitios. Las luces –demasiado brillantes- destellan y deslumbran en ese metal pulido. Duele a los ojos. Y los ecos: cada sonido parece reverberar en las superficies de metal, sin quedar nunca totalmente en silencio.
Uno puede reconocer rápidamente a los distintos humanos. Los guardias de seguridad –siempre están ahí, siempre vigilando- montan guardia y caminan como si siempre estuvieran preparados para matar.
Los funcionarios del gobierno se mueven con orgullo y arrogancia, como miembros de un j’ber con mucho estatus.
La gente de sus “compañías” siempre está mirando a su alrededor, como si estuvieran esperando una emboscada... no de los b’dellyi, sino de miembros de otras mega corporaciones. Uno casi puede oler su miedo.
Y luego están los otros extranjeros; los jugadores y los comerciantes. Hay pocos, pero parecen llenar el espacio con su charla y sus risas. Tal vez sea por ellos que los techos son tan altos y los pasillos tan anchos; parecen decididos a ocupar tanto espacio personal como sea posible.
Como más me siento en casa es en los mercados. Los b’dellyi tratan de construir pasillos bajos y estrechos con sus puestos y carritos. Cuando camino por los mercados, siento b’dellyi cerca de mí, a mi alrededor. Puedo oler la piel de mi gente.

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