El oficio de contrabandista
Morrie Mullins
La cantina es una de las docenas
de establecimientos anónimos de Tolea Biqua, cuya parte delantera es una
fachada prefabricada poco llamativa pero inmediatamente reconocible, con el
mismo diseño de cualquier otro antro de los que Riboga estableció para dirigir
anónimamente lo que quisiera dirigir. Está llena de una neblina purpúrea que
flota cerca del suelo, alzándose casi hasta tu línea de visión cuando es
agitada por pies presurosos. Apenas se mueve en absoluto con el lento arrastre
de los pies beodos mucho más habituales esta noche. La música resuena de fondo,
una grabación de una banda bith cuyo estudio privado a las afueras de Coruscant
se quemó el año pasado en un “extraño accidente”. Las autoridades podrían
investigarlo, si no hubiera una molesta guerra distrayendo su atención. La
música, como la neblina, es extraña –amortiguada-, como si estuviera ocurriendo
algo más importante y tus sentidos hubieran sido cegados para todo excepto ese
único evento más importante.
Examinando la cantina, tus ojos
ignoran a los individuos aislados sentados a las mesas o inclinados contra la
barra en una achispada demostración de inercia. Con el tiempo, una fuerza
externa actuará sobre ellos, y se moverán. Pero no hasta entonces.
Pasan unos instantes mientras te
adaptas al ambiente. Justo sobre el palpitante lamento de la música, comienzas
a escuchar un murmullo. Comienzan a llegarte voces, ocultas en la niebla que se
arrastra y se arremolina por el suelo, procedentes de una mesa en la oscura
esquina trasera de la cantina. Ese es el motivo de que la música se oiga tan
bajo, la niebla sea tan densa y de olor penetrante, y los parroquianos tan
inactivos. Esto es el Algo Más Importante, y lo más natural parece ser acercarse
para echar un vistazo. Cuando lo haces, un trandoshano –su rostro rojo
brillante por el alcohol y sus ojos muy abiertos como los de un niño- se vuelve
y se aleja tambaleándose de su mesa. Deja un hueco justo lo bastante amplio
para que puedas pasar antes de que la pequeña multitud agrupada alrededor de la
mesa vuelva a cerrarse.
Allí, al otro lado de la mesa,
se sienta un humano de mediana edad. Lleva el pelo blanco cortado muy corto, y
le crece una pálida pelusa que podría ser el comienzo de una barba. Incluso con
la débil luz de la cantina, puedes ver sus ojos con perfecta claridad. Enormes
pupilas te miran fijamente desde el centro de unos iris de un azul tan pálido
que casi parece blanco. Inclina la cabeza, casi en tu dirección, casi aparentando
darse cuenta de tu presencia, y luego toma un sorbo de su cerveza y parece
continuar donde se había quedado.
-Nar Shaddaa. Como decía, no se
parece a ningún otro lugar que hayáis visto...
Nar Shaddaa. Como decía, no se
parece a ningún otro lugar que hayáis visto. No me entendáis mal. Los he visto
más grandes y los he visto peores, pero es el espacio hutt en el estado más
auténtico que puedas encontrar. Ahí, justo sobre Nal Hutta, enganchada en su
órbita, con torres y plataformas por todas partes. He pasado allí más tiempo
del que me habría gustado, eso seguro. Pero cada minuto que vives allí es un
minuto en el que no mueres allí, y eso tiene su dificultad.
No me entendáis mal. No voy a
estar aquí sentado soplándoos arena por la nariz y diciéndoos que es especia.
Yo no trabajo así. Quiero decir que soy Kodo Arr, el mejor contrabandista de la
galaxia, y había momentos en los que pensaba: “Kodo, no hay forma de que
escapes de este montón de rocas. Vas a morir aquí como cualquier otro cerebro
de bantha que pensaba que podía venir aquí, engañar a los hutts, y salir
airoso.”
Esta vez –no os miento- estaba
haciendo un viaje por la cara de la luna. Así es como lo llamamos cuando sólo
estamos moviendo mercancía de una parte de Nar Shaddaa a otra, y dejadme que os
diga que incluso eso no es moco de dug. Hay patrullas por todas partes. Mirad,
habéis escuchado todas esas historias de que Nar Shaddaa es un lugar sin ley y
peligroso, y eso es porque es así. No hay una “ley” como la que os oigo que
tenéis en Cularin. Tenéis vuestros tipos de paz y seguridad, y vuestros tipos
de la milicia. ¿Sabéis qué tienen los hutts? Cazarrecompensas. Cazarrecompensas
y matones. Y si creéis que los hutts no patrullan lo que es suyo, le habéis
dado demasiado al jarro. No consigues poder en esta galaxia sin estar dispuesto
a marcar ciertas normas. Supongo que podéis llamarlas “leyes”, si queréis, pero
nadie escribe las leyes de los hutts. O las sabes y las sigues, o no lo haces y
acabas muerto. A menos que seas como yo. Porque se supone que no debe haber
viajes por la cara de la luna no autorizados, pero ahí estaba yo, realizando
uno, moviendo un cargamento de objetos frágiles y delicados de un vendedor a
otro.
De modo que estoy de camino en
mi T-16... podéis reíros, pero tomad uno de esos bichos y dedicadle un millar
largo de créditos, y puede hacer cosas asombrosas mientras sigue pareciendo un
pedazo de chatarra. No me entendáis mal. Los que aún seguís arrastrándoos con
la versión de fábrica lo estáis haciendo bien por vuestra cuenta, pero a veces
un hombre necesita un poco más.
Tengo los objetos delicados y
frágiles en el contenedor que llevo arrastrando. Porque, como todos sabemos, no
pones los objetos delicados y frágiles dentro de tu nave. Eso causa toda clase
de problemas, crea líos, llena de peste todo el sitio... ya sabéis cómo va.
Además, cuando estás llevando una carga no autorizada, necesitas saber que
puedes librarte de ella si quieres y dejar que caiga a tierra por sí misma. Hay
cosas peores que perder un cargamento, y la mayoría de ellas implican dejarte
atrapar por los hutts transportando productos sin licencia.
En cualquier caso, estoy
pilotando, tratando de evitar descender demasiado entre edificios. Lo que nadie
te cuenta de Nar Shaddaa –y recordad lo que os digo, porque no tengo motivos
para mentiros- es que una vez que bajas más o menos a medio kilómetro por debajo
de la punta de los rascacielos, nadie sabe conducir. Ni siquiera es por
incompetencia, no me lo parece, porque para ser incompetente tienes que tener
cierta idea de lo que estás tratando de hacer, y la mayoría de la gente que vuela
sobre Nar Shaddaa no tiene ni la menor idea de lo que está haciendo. Les
observas tratando de pilotar, y están ahí sentados con una mano en el control y
otra en su comunicador, de cháchara, sin prestar ni una pizca de atención a
nada de lo que les rodea. Y entonces se estampan contra algún otro, y ambos
deslizadores se desploman desde el cielo, dos grandes bolas de fuego que se
llevan por delante a otros tres o cuatro deslizadores en su caída.
Pero el viaje que estoy haciendo
es fácil. Llevo los objetos delicados y frágiles al almacén correcto y validan
mi tableta de datos, pienso. Me pagan, todo el mundo contento, y de momento las
cosas están yendo a pedir de boca.
Mirad, esa es la clase de
pensamiento que nunca deberíais tener. Porque nunca va todo a pedir de boca.
Apenas he terminado de decir eso, escucho algo que comienza a chirriar en la
parte trasera de mi deslizador. Y además no es un chirrido familiar. Es un
chirrido desagradable, como si algo estuviera a punto de desprenderse. Conecto
a R5 en los controles y le digo: “No dejes que mi deslizador golpee nada que no
deba golpear.” R5 me contesta con un pitido –porque es un droide, ¿sabes?, y no
puede hablar- y comienza a pilotar mientras yo me dirijo a la parte de atrás a
ver qué está pasando.
Si alguna vez habéis estado en
un t-16 sabéis que no son lo más robusto en lo que puedas volar. Incluso con
todas mis modificaciones especiales, aún tiene debilidades, y una de las
mayores es la superestructura de popa. Aparentemente –y, si queréis mi opinión,
esto es algo que necesitan poner en el manual de usuario- si sujetas a la parte
posterior del deslizador una gran caja metálica que es más grande que el propio
deslizador, y luego la arrastras por una atmósfera sucia y asquerosa, ofrece
una resistencia aerodinámica considerable. Y si ofrece suficiente resistencia,
puede que comience a arrancar la parte trasera de tu nave. Lo que viene a
definirse como “nada bueno”.
Llego ahí atrás, veo el metal
doblándose, los remaches saltando, y le grito a R5. Grito: “¡Apaga los motores
y activa los escudos de popa!” Pensar que realmente iba en una nave que tenía
escudos de popa casi consigue matarme, también. Mirad, el deslizador tiene
frenos, pero la gran caja metálica que flota detrás del deslizador no.
No me importa deciros que eso me
puso nervioso por un par de segundos, cuando me di cuenta de que no teníamos
escudos y teníamos unas cuantas toneladas de metal lleno de objetos frágiles y
delicados viniendo hacia nosotros. Luego recordé que una de las cosas que
transportaba eran algunas piezas de repuesto de droideka, y que estaban abajo,
en mi bodega. Así que salté ahí abajo, saqué rápidamente esa caja, conecté los
generadores de escudo de esos grandes droides a la pared trasera de mi nave,
los conecté a la parrilla de energía principal, los potencié con unos cuantos
ajustes rápidos, y los encendí... justo dos segundos antes de escuchar un golpe
seco al otro lado de la pared.
Oh, ¿no me creéis? No me
importa.
¿Moraleja? Supongo que no hay
ninguna moraleja. Es sólo uno de los trucos que aprendí en Nar Shaddaa. Y tengo
billones de ellos. Cada día es algo nuevo, y siempre hay contrabandistas de los
que aprender. Lo malo es que nadie va a aprender del mejor en los próximos días.
Porque está aquí mismo.
Bueno, ¿quién va a invitarme a
la próxima ronda?
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