lunes, 20 de junio de 2016

Manifiesto de Expansión de Reidi Artom

Manifiesto de Expansión de Reidi Artom
Morrie Mullins

El rostro de Reidi Artom es conocido para cualquier ciudadano de Cularin; la enorme estatua en su honor que se yergue en el centro de Gadrin dificulta que haya alguien que no pueda visualizar sus rasgos. Pero al margen de sus muy publicitados paseos por la galaxia y su inclinación por bautizar sistemas con su nombre (al menos tres sistemas estelares distintos tuvieron que ser renombrados después de que Reidi los “descubriera” y los registrara con variaciones de su propio nombre, en lugar de usar el estándar galáctico de basar el nombre en la estrella o planeta central), se sabe relativamente poco acerca de esta industriosa mujer.
Recientemente, los tarasin del irstat Vriisan se han presentado con un juego de coordenadas que afirman haberse pasado de generación en generación. Aunque ahora no es el momento de exploraciones frívolas en las selvas de Cularin (y dichas coordenadas apuntaban a las profundidades de las selvas), finalmente se reunió un equipo. Lo que encontraron fue extraordinario.
Cuando abandonó Cularin, Reidi Artom dejó con el irstat Vriisan con un registro de lo que había hecho aquí, y por qué. La Madre de los Vriisan, Kasslan, habló al equipo acerca de lo que sabía.
-Una Madre anterior a Niroida, la Madre cuyo lugar he intentado llenar estos últimos treinta años, contaba historias de la Artom. No eran historias que ella contara, así como no son historias que cuento yo. Una Madre cuyo nombre se ha perdido las contó primero. La Artom contó a nuestro pueblo que donde quiera que fuera, dejaba registros... pero los dejaba en manos de aquellos que ya estaban presentes. Dijo varias cosas, y cada Madre de nuestro linaje recibió el encargo de recordar con precisión algunas de esas palabras. Estas serán las que compartiré ahora con vosotros.
”Es justo que la vida deba expandirse para llenar los espacios disponibles para completarse, y así encuentre una forma adecuada de equilibrio. Recordad siempre esto: Que toda la vida es sagrada, que todo esfuerzo merece recompensa, y que siempre que llegues a un lugar que es nuevo para ti, habrá habido alguien que estuvo allí antes. Respeta a aquellos que llegaron antes. Confíales tu vida y tus esperanzas, porque al aceptar tu llegada ellos están confiando en ti las suyas.
La Madre de los Vriisan condujo entonces a los exploradores hasta una cueva, custodiada por los Vriisan desde que Reidi Artom abandonó Cularin hace doscientos años. De esa cueva, surgieron los siguientes escritos –en extraños pergaminos-, ofreciéndonos los verdaderos pensamientos de Reidi Artom sobre la expansión en la galaxia.

Hay una parte de mí que espera que mis palabras nunca sean leídas. Cualquiera de aquellos a los que he encargado su custodia sabe muy bien que no las he creado para ser leídas salvo en la más dura de las situaciones. (No me gusta el sonido de mi propia voz, y a menudo mis palabras se quedan cortas para lo que quiero decir. Siento la necesidad de explicar las cosas con excesivo detalle, y tras sólo un breve tiempo se vuelve cada vez más cansino.)
Hay una versión corta y otra larga de este mensaje. Os daré a conocer la larga antes de ofreceros la corta. Tal vez escucharlo de dos formas (asumo que leeréis ambas) ayude a que cale el mensaje.
En la galaxia, hay vida más allá de lo que podemos imaginar. He viajado de un extremo a otro, caminado por planetas donde el solo nunca se pone, y he permanecido en órbita para observar cómo huracanes de hielo asolaban montañas. He visto estrellas binarias. He visto sistemas de formación tan reciente que los vapores que rodeaban las estrellas aún tenían que condensarse en los cuerpos que con el tiempo podrían llegar a convertirse en planetas. He visto sistemas donde todo lo que quedaba era un cuerpo del tamaño de una luna con la densidad de una estrella y sus planetas juntos, donde la energía que irradiaba el cuerpo amenazaba con saturar mis sensores. Pero lo que más he visto ha sido vida, en un millar de millares de formas. Con dos patas, o cuatro, u ocho, o cien, voladora o terrestre, que trina, que habla, que gruñe o aúlla... He visto vida. Parte de ella me asusta. Toda ella es hermosa.
Mucha de la vida que he visto permanece relativamente intacta, sin tocar por el resto de la galaxia. Ha desarrollado su propio camino, en su propio tiempo. Me mira con ojos temerosos. Yo llego del cielo. Algunas de las civilizaciones que he encontrado nunca han descubierto los secretos del vuelo, y mucho menos el hiperespacio. He sido tratada como un ser digno de adoración, y se me ha dado caza de forma salvaje. En todo momento, he tratado de comprender (lo mejor que una mente limitada como la mía puede hacerlo) y de comunicarme. Después de todo, era mi responsabilidad. Si yo podía encontrarles, otros también podrían. Si yo les encontré, otros lo harán.
Vi, cuando era joven, que la galaxia no pararía de expandirse. Mientras haya espacio por rellenar, las especies que pueden viajar por las estrellas intentarán llenarlo. Mientras haya espacio que pueda ser reclamado, las especies sin escrúpulos tratarán de apoderarse de él.
Lo que deber recordarse, siempre, es que no puede justificarse ninguna reclamación de expansión territorial mientras las especies indígenas no reconozcan los derechos de otros a expandirse en su territorio. Al menos las criaturas racionales deberían ser advertidas de que sus vidas pueden ser alteradas, de que las cosas pueden cambiar de modos que no pueden predecir ni comprender (y si se hicieran las cosas a mi manera, pediríamos permiso antes de hacer tal cosa; es bastante obvio que las cosas no se hacen a mi manera). Puede que no haya modo de advertir a las especies no racionales, pero al menos debería estudiarse el probable impacto de la colonización en las especies que no pueden hablar por sí mismas.
Lo que me lleva al motivo de este documento, al que podéis considerar como mi manifiesto de expansión. (Admito que mi arrogancia me hace pensar que el trabajo que he hecho explorando la galaxia y expandiendo lo que se conoce de ella puede llegar algún día a ser de importancia para alguien; si me equivoco, es un delirio al que me aferraré mientras pueda como un gundark a un nerf recién cazado.) Espero que quienquiera que lea este documento tenga al menos cierto aprecio por lo que se ha hecho. Si estás leyendo esto, un sistema al que he advertido de los peligros de la colonización puede estar en peligro de ser asolado por la despreocupada y derrochadora apropiación indebida de recursos o por una lucha para controlar el sistema entre grupos que ni siquiera proceden de él. Si alguna (o ambas) de estas cosas es cierta, te pido que pienses en lo siguiente, y que lo pienses bien.
No hay causas ni efectos salvo los que nosotros creamos. Mediante acción o mediante inacción, moldeamos nuestras propias experiencias así como las de los demás con los que interactuamos. Por tanto, nos incumbe a nosotros reflexionar sinceramente en las consecuencias probables de nuestras acciones, y permanecer abiertos a la posibilidad de que, por muy buenas intenciones que podamos tener, es muy posible que estemos equivocados. Ninguno de nosotros ha trascendido a un estatus de infalibilidad. También es posible –y con frecuencia probable- que cometamos errores.
He mencionado dos posibilidades que pueden haber desencadenado la entrega de este material a tus manos. (Si, en realidad, eres un xenoarqueólogo en un futuro lejano que simplemente se ha topado con esta información, espero que la encuentres de utilidad. No eres ahora, ni lo has sido nunca, la audiencia que busco. Dicho eso, espero que del estudio de estos documentos deduzcas que, en los tiempos en los que yo viví, al menos algunos de nosotros pensábamos en alguna existencia más allá del breve periodo de años que ocuparíamos, y poseíamos la consciencia de algo más allá de nosotros mismos... si se me permite la arrogancia de creer que pienso más allá de mí misma, y luego vanagloriarme de esa misma habilidad.) La primera posibilidad es la apropiación indebida, descuidada o derrochadora, de recursos.
Esto puede ocurrir de varias formas, por supuesto. No debería ser necesario decir que una de las razones por las que muchos sistemas permanecieron esperando a que yo los “descubriera”, después de tantas generaciones de exploración espacial, era una falta de recursos que interesaran al resto de la galaxia. Nuestras especies (hablo en el amplio sentido de las especies viajeras del espacio) son generalmente criaturas de hábitos pasajeros. Quiero decir que sabemos lo que nos gusta, y vamos buscando lo que nos gusta, pero también tendemos a caer ante cualquier fenómeno novedoso que se nos presenta como “el próximo gran éxito”.
Los hábitos favorecen la colonización. Habitualmente viajamos entre estrellas. Así, cualquier sistema recientemente colonizado que ofrece recursos relevantes para viajar entre las estrellas será colonizado y sus bienes naturales serán adueñados lo más rápidamente posible. Habitualmente guerreamos unos con otros. Por tanto, cualquier sistema que proporcione los suministros que necesitamos para guerrear más eficientemente se convierte en objetivo de saqueo. Podría enumerar docenas de hábitos que tenemos, desde los dolorosos (guerra) hasta los mundanos (algunas especies prefieren comidas dulces). No lo haré, permitiéndote que pienses por ti mismo en tales hábitos.
Las modas pasajeras tienen una vida más breve. Descubrimos algo que es interesante o placentero, y nos dedicamos a ello, con cierta intensidad, durante un periodo de tiempo relativamente corto. Cuando se desvanece el entusiasmo, abandonamos nuevamente esa moda. Poco ha cambiado en nuestras vidas.
Una moda no favorece la colonización. Las modas que requieren colonización no se convierten en modas, porque requieren demasiado trabajo. Las modas funcionan mejor cuando se basan en cosas en las que, habitualmente, ya tenemos acceso, pero que en realidad nunca se habían contemplado de un modo determinado. El sistema en el que nos encontramos, por ejemplo, ofrece hermosas maderas.
¿Quién usa maderas? Ahora mismo, nadie. Hace unas décadas, las maderas de varios territorios del Borde Exterior se volvieron muy populares entre la intelectualidad de Coruscant para su uso en muebles. Fue una moda decorativa que duró cinco años, más o menos. Luego desapareció. Pero los lugares de los que procedían los materiales –varios territorios- ya habían sido colonizados antes, y permanecieron colonizados después de que se pasara la moda. Allí existían otros recursos.
Cuando esa moda comenzó, nadie se apresuró a venir a este sistema. No compensaba el tiempo o los créditos necesarios para hacerlo. La moda no soportaría la existencia continuada aquí, y hasta que se encuentre algo que mantenga asentados a los individuos, la población se centrará principalmente en las escasas pequeñas tribus que salpican las junglas del planeta principal.
No es improbable, en cualquier sistema, que en sus primeros años algunos de sus recursos sean brutalmente agotados. Debemos recordar que el sistema no está ahí para nuestro beneficio, del mismo modo que nosotros no estamos ahí para el suyo. No debemos pensar en términos de “¿Qué podemos obtener de aquí?”, sino “¿Cómo podemos vivir aquí?” Todas las cosas están interconectadas. Si agotamos el lugar donde vivimos, aunque eso sólo ocurra durante un breve periodo de tiempo, también nos agotamos a nosotros mismos. Que estemos separados del espacio que habitamos –que podamos actuar sobre él sin sentir las consecuencias- es una falacia egocéntrica. No sólo somos nosotros mismos. También somos, en parte, todas las cosas que nos rodean.
La segunda posibilidad (nótese que éstas no son mutuamente excluyentes) es que el sistema se encuentre en peligro porque múltiples grupos han llegado aquí y ahora compitan por controlar algo a lo que ninguno (¿nadie?) de ellos tiene derecho intrínsecamente. Es algo curioso: Los seres racionales tomamos un sector del espacio que no “pertenece” a nadie (o, si está cerca de pertenecer a alguien, se trata de alguien que estaba aquí desde hace eones, antes de que pensáramos siquiera en venir aquí) y discutimos ruidosamente acerca de quién lo controla.
A menudo llamamos a esto “guerra”.
Supongo que no necesito hacer proselitismo de las maldades de la guerra. La gente muere, los supervivientes viven con rabia y odio y una docena de otras emociones dañinas y, si la galaxia cambia, lo hace a peor. Nadie gana.
Lo que necesita recordarse es que el derecho a “reclamar” un lugar determinado no va en función del poderío militar. Si tal derecho existe (y yo no sé si existe), entonces seguramente tiene poco que ver con quién tiene más armas, y mucho más que ver con quien ama al propio lugar. Siempre existen aquellos que quieren un determinado lugar, que creen que deberían controlarlo. Pero también existen, en muchos casos, aquellos que están conectados al lugar. Son parte de él. Ya no pueden abandonar el lugar, así como tú o yo no podemos seguir funcionando si nos quitan nuestro cerebro. La especie y el lugar son inseparables. Esas especies, muy a menudo, se convierten en espectadores de las guerras.
Salvo que no hay espectadores en las guerras. Sólo hay combatientes y víctimas.
Piensa con cuidado tu camino. No afirmo ser la más sabia de las personas, pero he visto muchas cosas. Belleza y lamentos, alegría y dolor. La expansión es buena, y debería continuarse. Pero no debería hacerse a expensas de lo que ha venido antes.
Te dejo con la versión corta de este compendio bastante extendido de sabiduría popular. Es justo que la vida deba expandirse para llenar los espacios disponibles para completarse, y así encuentre una forma adecuada de equilibrio. Recuerda siempre que toda la vida es sagrada, que todo esfuerzo merece recompensa, y que siempre que llegues a un lugar que es nuevo para ti, habrá habido alguien que estuvo allí antes. Respeta a aquellos que llegaron antes. Confíales tu vida y tus esperanzas, porque al aceptar tu llegada ellos están confiando en ti las suyas.

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