II
Preparándose para el aterrizaje en los Laboratorios
Holowan, los cohetes repulsoelevadores de la lanzadera gimieron como un gestor
de proyecto enfrentándose a un recorte presupuestario.
El supervisor imperial Gurdun se alisó el pecho de
su uniforme y se frotó su enorme nariz. No podía evitar sentir una expectación
nerviosa, y rio entre dientes para sí mismo, con deleite. De acuerdo con el
calendario, el largo y tedioso proyecto ya debería estar completo, y pronto
podría ascender puestos en el Imperio. Gurdun estaba esperando ansiosamente ese
momento.
Hizo una lista mental de todas las importantes
personalidades a las que les mostraría sus flamantes droides asesinos.
La respiración de Gurdun consistía en cortos jadeos
ahogados, pero eso era principalmente debido al cinto fuertemente ceñido a su
cintura, que usaba para contener su prominente barriga. Las hombreras
acolchadas de su uniforme de supervisor se extendían más allá de su complexión
real, haciendo que la figura de Gurdun resultara imponente... o eso esperaba.
Tenía los ojos muy abiertos, y parpadeaba a menudo.
Con su gran nariz, y su pequeña y casi inexistente barbilla, el rostro de
Gurdun tenía una notable similitud con una nave de guerra, especialmente de
perfil. Usaba aceites perfumados para moldear su cabello negro dándole una
forma de casco perfectamente esculpida que evitaba que a nadie se le ocurriera
siquiera pensar en desordenarle el
pelo.
-Llegando a los Laboratorios Holowan, supervisor
Gurdun –dijo el piloto por el intercomunicador de la cabina.
Los soldados de asalto que conformaban su escolta
estaban sentados con aire rígido y parecían nerviosamente dubitativos, incluso
con sus cascos blancos puestos. No eran los soldados de asalto veteranos y
curtidos en batalla que Gurdun había solicitado; en lugar de eso, le habían
asignado reclutas inexpertos cuyas capacidades y aptitudes habían obtenido
mejor puntuación para trabajos administrativos que para combate cuerpo a
cuerpo. Pero Gurdun no tenía gran
necesidad de una escolta militar... especialmente una vez que tuviera en su
poder los nuevos y relucientes droides asesinos IG. No podía imaginarse un
equipo de acompañantes más poderoso.
Los droides eran un encargo especial y habían sido
financiados con dinero que Gurdun había desviado de manera experta de los
presupuestos de otros programas militares... un proceso que se había vuelto
cada vez más difícil conforme el Imperio se enfrascaba en debacles inmensamente
costosas. Pero Gurdun recientemente había logrado liberar algunas pequeñas
migajas, lo suficiente para financiar a Laboratorios Holowan para producir una
fuerza de ataque mucho más pequeña, pero más precisa, más letal. Los droides
asesinos IG avanzarían y aniquilarían sus objetivos, cualquier objetivo que
Gurdun eligiera.
Cerrando los ojos, visualizó uno de los droides
asesinos IG, un único hombre mecánico, atravesando con facilidad las defensas
que rodeaban una base rebelde fortificada, abriéndose camino con sus blásters a
través de las puertas blindadas, y masacrando él sólo a todos los traidores al
Imperio.
¡Oh, sería grandioso! Mantenía la esperanza de que
la técnico jefe Loruss hubiera logrado incorporar al diseño una holocámara de
grabación de misiones para que Gurdun pudiera observar toda la devastadora
batalla desde la comodidad de su propia oficina.
Los droides asesinos pasarían una alta factura a
los rebeldes, y Gurdun se aseguraría de llevar la deliciosa cuenta, informando
a los gerifaltes imperiales, tal vez al propio Lord Vader. Si los droides
asesinos cumplían según lo esperado –y Gurdun no tenía motivos para suponer lo contrario-
incluso Vader tendría que darse por enterado. Entonces Gurdun obtendría sin
duda el ascenso que tanto se merecía... lo que a su vez le permitiría
finalmente acceder a la delicada operación quirúrgica que necesitaba tan
desesperadamente.
-Disculpe, supervisor Gurdun –dijo el piloto,
interrumpiendo sus ensoñaciones.
-¿Qué ocurre?
-Parece haber algún problema, señor. Nos
aproximamos para el aterrizaje, pero la red de recepción de los Laboratorios
Holowan no responde. Parece que hay daños en el complejo –El piloto hizo una
ligera pausa-. Eh... parece que hay daños significativos,
señor.
Los soldados de asalto sentados junto a él en el
compartimento de pasajeros se agitaron nerviosamente.
Gurdun suspiró.
-¿Es que no puede salir todo bien por una vez? ¿Por qué siempre tengo que lidiar con estos
problemas?
Pero cuando la lanzadera aterrizó en medio de los
escombros de los ultra-seguros Laboratorios Holowan –la Gente de la Tecnología
Amistosa- ni siquiera Gurdun estaba preparado para la devastación. Su pensamiento
inicial era que los rebeldes habían atacado. Un incendio se había extendido por
los edificios. Las naves estaban destrozadas en la parrilla de aterrizaje.
Algunas habían explotado, otras habían sido acribilladas con precisos disparos
de bláster.
Al
desembarcar de la lanzadera, Gurdun avanzó lentamente, mirando a ambos lados.
Quedó consternado al ver que sus soldados de asalto se parapetaban tras él.
Miraban a su alrededor, aparentemente preparados para salir huyendo en cuanto
oyeran un ruido fuerte.
De pronto, dos guardias de seguridad pálidos y
mugrientos asomaron desde sus escondites entre los escombros. Llevaban rifles
bláster, pero sus expresiones estaban paralizadas por la conmoción.
-¡Ayúdennos! –gimieron los guardias de seguridad,
saliendo disparados hacia la lanzadera imperial-. ¡Sáquennos de aquí antes de
que vuelvan!
-¿Quiénes? –preguntó Gurdun. Agarró a uno de los
demacrados guardias de seguridad del cuello de su uniforme, y el hombre dejó
caer su arma. El rifle bláster repiqueteó en la superficie de permacemento
agujereado.
El patético guardia alzó las manos en señal de
rendición.
-No me haga daño. Todos los demás están muertos.
¡No nos mate, por favor!
-¡Te mataré si no me dices qué ha pasado aquí!
–bramó Gurdun.
-Droides asesinos –dijo el guardia entre
tartamudeos, y luego señaló la carcasa quemada del complejo de laboratorios-.
¡Perdieron el control! Se soltaron. Todos están muertos... científicos,
técnicos, guardias... salvo nosotros dos. Estábamos examinando el perímetro, y
escuchamos la lucha. Volvimos corriendo, pero para cuando llegamos aquí la
batalla había terminado. Los droides habían escapado, y todos los demás habían
sido asesinados.
-Eso es
lo que hacen los droides asesinos, ¿sabes? –dijo Gurdun, soltando el cuello del
guardia de seguridad.
El hombre se tambaleó, y luego cayó de rodillas.
-¡Sáquenos de aquí, por favor! Podrían regresar.
En lugar de ayudarle, Gurdun hizo una señal a su
escolta de soldados de asalto, que le siguieron reluctantes al destrozado
interior del complejo. La inmensa puerta de duracero había sido completamente
arrancada de su marco y arrojada al otro lado de la habitación llena de
ordenadores. Nada parecía funcionar. Había cadáveres por doquier, yaciendo
sobre oscuros charcos de sangre medio seca.
-Escapado –dijo Gurdun apretando los dientes.
Encontró lo que quedaba del cuerpo de la técnico jefe Loruss, y dirigió su
furia contra el cadáver-. ¡Con lo caros que son! Teníamos un contrato. Teníais
que entregarme a mí esos droides, no dejar que escaparan.
Se puso a caminar en círculos, gruñendo, buscando
otro modo de liberar su frustración.
De pronto, la realidad de lo que había ocurrido
atravesó su denso muro de fantasías y preocupación por sí mismo.
-¡Oh, no... están libres! –dijo con un jadeo.
Los soldados de asalto lo miraron con sus
inexpresivas lentes oculares negras como si de repente Gurdun se hubiera vuelto
estúpido.
-¡Digo que están libres! –exclamó-. ¿Os dais cuenta de lo que son capaces esos
droides asesinos? ¡No tienen restricciones de programación, y corren fuera de
control por el Imperio!
Se dio una palmada en la frente, gruñendo.
-Que alguien me encuentre un sistema de
comunicaciones que funcione. Necesito mandar una alerta a todas las tropas
imperiales. Los droides asesinos IG deben ser destruidos en cuanto sean vistos.
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