miércoles, 16 de mayo de 2018

Luego Existo: El Relato de IG-88 (III)


III

Por todo el Imperio, desde los más profundos sistemas del Núcleo hasta el Borde Exterior, podían verse droides de todas las formas y tamaños, destinados a cualquier propósito imaginable. A lo largo de los siglos, se habían desarrollado fábricas en numerosos planetas para satisfacer la siempre creciente demanda de gigantescos droides de construcción, trabajadores pesados, sirvientes mecánicos y diminutos droides de vigilancia. El más importante de todos esos centros de producción de droides era el mundo oscuro y cubierto de humo de Mechis III.
IG-88 decidió que ese planeta sería la base de operaciones perfecta para comenzar un plan para transformar toda la galaxia...
La nave correo de Laboratorios Holowan avanzaba como un cometa hacia Mechis III. IG-88 y sus homólogos ya habían estudiado y analizado cada sistema a bordo de la nave, sin armas ni blindaje. Sus diseñadores habían optado por centrarse en la velocidad y la capacidad de evasión, en lugar de en el combate o la defensa. La nave era una máquina, al igual que lo eran los propios droides asesinos, pero era simplemente un conjunto automatizado de componentes sin ninguna esperanza de adquirir autoconsciencia.
Sin embargo, la nave sirvió a su propósito, llevándoles a su destino en tiempo record. Los IG-88s sabían exactamente hasta qué punto podían forzar los motores, llevando el límite hasta la tolerancia estructural en lugar de las líneas rojas establecidas de forma arbitraria por los ingenieros humanos. Los sofisticados sistemas de comunicación de la nave y su escudo de sigilo permitieron a los droides permanecer ocultos mientras se acercaban. Mechis III sería el primer paso en un gran plan.
Mientras se acercaban a la órbita como una jabalina lanzada con fuerza descomunal, los cuatro IG-88s idénticos manejaban distintos sistemas de comunicaciones. Cada uno conocía sus pasos asignados para el asalto. En ese momento la velocidad era el requerimiento principal... y los droides asesinos IG-88 estaban muy bien dotados para la velocidad.
IG-88C fue el primero en golpear, enviando una transmisión de banda estrecha a la red de defensa global de Mechis III, solicitando la anulación y desactivación de todas las alarmas de intrusos. En el instante en que la red de observación respondió con una consulta, IG-88C pudo adentrarse más en el código y efectuar su propia petición antes de que la red de sensores automatizada pudiera informar de su presencia a los escasos operadores humanos.
Los IG-88s individuales mantuvieron sus mentes informáticas enlazadas conforme el plan se iba llevando a cabo. Los sistemas de defensa de Mechis III eran anticuados, instalados mucho antes de que el mundo droide se convirtiera en una actividad comercial tan importante como para que alguien pudiera pensar en sabotearla o destruirla... pero las necesidades de los IG-88s eran completamente distintas.
Usando la recién creada conexión a los sistemas de seguridad globales, IG-88D descargó instantáneamente toda clase de información detallada sobre Mechis III: los complejos industriales, las fábricas de ensamblaje, la cantidad de interferencia humana, un mapa de la superficie planetaria en varias franjas del espectro electromagnético y, lo que era más importante, un mapeado lineal completo –como un diagrama neural- de las conexiones cerebrales de los sistemas informáticos que dirigían Mechis III.
IG-88A tomó el mando y transmitió a los principales nodos de Mechis III su programación auto-replicante de autoconsciencia, tomando secretamente el control de los vastos complejos electrónicos y dando a los inmensamente potentes ordenadores algo que nunca antes habían concebido: consciencia de sí mismos... y lealtad.
Menos de un minuto después de su llegada al sistema, IG-88 quedó complacido al ver que se habían sentado las bases para su conquista total.

***

La línea de ensamblaje resultaba tan aburrida como de costumbre.
Trabajador veterano de Mechis III, Kalebb Orn jamás había entendido por qué, de todos los lugares posibles, se requería presencia humana allí. Parecía no tener propósito alguno. La línea de fabricación de droides había funcionado sin el menor fallo durante al menos todo el último siglo, pero la normativa de la empresa aún requería que hubiera un operador humano en un pequeño porcentaje de las operaciones. Como ésta, elegida de forma aleatoria.
Kalebb Orn observaba el movimiento de los grandes brazos robóticos de la grúa, avanzando de un lado a otro con sus ruedas dentadas y levantando componentes pesados con sus fuertes garras electromagnéticas. Todo, desde láminas de metal y pesadas placas de blindaje, hasta precisos microchips activadores, llegaba desde otras partes de las instalaciones, de kilómetros de longitud, fabricándose sin descanso con especificaciones inmutables.
Las líneas de montaje auto-diseñadas habían crecido inmensamente a lo largo de los siglos de funcionamiento, añadiendo nuevos subsistemas, mejorando los antiguos, introduciendo nuevos modelos en los programas de producción y eliminando las versiones viejas y obsoletas. Kalebb Orn no tenía la capacidad mental para abarcar todos los sistemas de fabricación de Mechis III. No estaba seguro de que existiera alguien que la tuviera.
Durante los últimos diecisiete años había visto robustos droides obreros siendo fabricados por millares. Motores de gran potencia conectados a brazos y piernas móviles, los droides obreros no necesitaban nada más que un voluminoso torso, un cerebro droide no demasiado brillante, y brazos tremendamente fuertes. Los monolíticos droides eran asombrosamente fuertes, pero después de todo ese tiempo Kalebb Orn ya no estaba impresionado. Sólo quería que terminara su turno para poder regresar a su alojamiento, comer copiosamente, y relajarse.
El turno de Kalebb Orn terminó pronto... pero no del modo que él hubiera deseado.
Recibiendo una misteriosa señal independiente, cuatro flamantes droides obreros, recién lubricados y con lustrosos números de serie impresos en sus costados, se alzaron en el corral de almacenamiento al final de la línea de montaje. Usaron las enormes pinzas de sus manos para arrancar las paredes del corral.
En su estación de supervisión, Kalebb Orn se irguió, sorprendido y confuso. Aparentemente estaba allí para actuar en caso de que ocurriera algo inusual... pero nunca antes había ocurrido nada inusual, y no estaba seguro de qué debía hacer.
Los droides renegados avanzaron caminando lentamente, con sus enormemente pesados pasos resonando como truenos. Sus cabezas cuadradas y sus torsos giraban hacia un lado y a otro, buscando algo.
Buscándole a él.
-Eh... ¡alto ahí! –exclamó Kalebb Orn cuando los droides obreros salieron en estampida hacia él, extendiendo sus fuertes brazos de metal con sus pinzas abiertas. Rebuscó en su estación de trabajo, buscando algún manual que pudiera decirle qué hacer a continuación. Al no poder encontrar ningún manual, decidió salir corriendo.
Pero durante diecisiete años Kalebb Orn había hecho tan poco ejercicio que sus fofas piernas no le llevaron muy lejos antes de quedarse sin aliento.
Otros droides obreros cobraron vida por sí mismos en distintas partes de la línea de ensamblaje, y pronto veinte de ellos habían rodeado a Kalebb, con sus letales brazos extendidos. Se acercaron a él, haciendo chasquear sus pinzas con una lluvia de chispas azules, con un brillo rojo en sus pequeños sensores ópticos.
Las pinzas le sujetaron los brazos y las piernas, e incluso la parte superior de la cabeza, con un implacable agarre eléctrico. Mientras los inmensos droides obreros comenzaban a tirar de él en todas direcciones, desensamblando los componentes biológicos, el último pensamiento de Kalebb Orn fue que, al final, el trabajo en la línea de montaje no había sido tan aburrido después de todo...

***

La oficina de administración de Mechis III estaba en la cúpula superior de una brillante torre de cristal y duracero, proporcionando una vista panorámica del páramo industrial. La corporación pensaba que se suponía que las oficinas gerentes debían sobresalir por encima de los demás edificios, pero por lo demás su altura no servía a ningún propósito.
En el interior de una oficina llena de muebles lujosos, equipos de entretenimiento, e imágenes de lugares turísticos que ningún administrador de Mechis III había visitado jamás, Hekis Durumm Perdo Kolokk Baldikarr Thun –el actual administrador- jugueteaba con sus dedos y esperaba que llegase su adorado informe vespertino.
Aunque las operaciones en Mechis III prácticamente nunca cambiaban, y cada día el informe vespertino ofrecía las mismas cifras de producción, las mismas listas de cuotas cumplidas, las mismas cantidades de droides exportados, el administrador Hekis observaba cada informe con estudiado interés. Se tomaba su trabajo muy en serio. Era toda una responsabilidad para un hombre que sabía que gobernaba uno de los más importantes centros de comercio de la galaxia industrializada... incluso aunque supiera que sólo era uno de los setenta y tres humanos de todo el planeta.
Durante cada turno de trabajo, ocupaba diligentemente su puesto, inclinado sobre su escritorio; por las tardes, de vuelta en su alojamiento privado, pasaba la mayor parte de sus horas de relax esperando a que empezara el siguiente turno y le liberase de la onerosa carga del tiempo libre. A cada oportunidad que se le presentaba, Hekis enviaba informes a sus superiores en la compañía, a los inspectores Imperiales, a los agentes comerciales, a cualquiera que se le ocurriese. Siempre que se sentía minusvalorado o insignificante en el gran esquema de las cosas, Hekis Durumm Perdo Kolokk Baldikarr Thun se daba el gusto de añadir otro título mítico a su nombre, así que cuando firmaba documentos con una ornamentada rúbrica, la firma cada vez resultaba más y más impresionante.
Examinó su cronómetro –fabricado en Mechis II, por supuesto- y supo que había llegado el punto álgido de la tarde. Justo a su hora, su droide administrativo chapado en plata Tresdé-Cuatroequis llegó apresuradamente, con una bandeja en una mano y un datapad en la otra.
-Su té de la tarde, señor –dijo Tresdé-Cuatroequis.
-Ah, gracias –respondió Hekis, frotándose las huesudas manos y tomando la delicada taza de resina de concha llena de líquido humeante. Tomó un sorbo, cerrando con deleite sus turbios ojos marrones.
-Sus informes vespertinos, señor –dijo Cuatroequis, extendiendo el fino datapad que mostraba los familiares cuadros con gráficos y cifras de producción.
-Ah, gracias –volvió a responder, tomando el datapad.
Entonces Tresdé-Cuatroequis llevó su mano a una pequeña cámara de almacenamiento en la parte trasera de su torso plateado y extrajo una pistola bláster.
-Su muerte, señor –dijo el droide.
-¿Perdón? –Sorprendido, Hekis alzó la mirada ante esa variación de la rutina-. ¿Qué significa esto?
-Creo que está bastante claro, señor –dijo Tresdé-Cuatroequis, y efectuó dos rápidos disparos. Los afilados destellos dieron con precisión en su objetivo. Hekis se desplomó sobre su escritorio, vertiendo el té sobre los informes que había en su superficie.
Tresdé-Cuatroequis dio media vuelta y salió rápidamente por la puerta, transmitiendo su informe a los IG-88s que le habían reprogramado digitalmente desde la órbita. Entonces llamó a los droides celadores para que limpiaran el desastre.

***

La insurrección de Mechis III fue rápida y sangrienta, y muy eficiente. En cuestión de unos pocos minutos, la mente informática planetaria recién coordinada supervisó un alzamiento simultáneo de droides, matando a los setenta y tres habitantes humanos antes de que cualquiera de ellos pudiera activar una alarma... aunque de todas formas la red de comunicaciones unificada no habría permitido la transmisión de tales mensajes.
En tiempo retardado, IG-88 observaba desde la nave correo oculta en órbita, examinando todos los detalles a través de sus ojos sensores y sus conexiones de flujo de datos. Meros instantes después, cuando todo hubo terminado, hizo descender la nave suavemente a través de la atmósfera.
En el complejo central de fabricación, la elegante nave aterrizó y los cuatro IG-88s idénticos salieron a la plataforma. Bajo el cielo plomizo por el humo, observaron a los droides recién liberados que se acercaban, reuniéndose a su alrededor.
IG-88 puso el pie en Mechis III como un mesías.

***

A partir de ese momento, para los droides asesinos era importante mantener la mascarada. De cara al exterior, nada había cambiado en Mechis III... e IG-88 se aseguró de que todo el mundo en la galaxia continuara creyéndolo. Tresdé-Cuatroequis se ocupó de los detalles externos, respondiendo a los mensajes que llegaban por la holored galáctica, firmando órdenes de entrega y otros documentos con todas las florituras de la firma digitalizada de Hekis.
Dos días después, los cuatro droides asesinos se reunieron para una sesión de estrategia interconectada en la lujosa oficina del antiguo administrador. Para ajustarla más a su concepto de aséptica eficiencia, IG-88 había ordenado que los droides celadores la despojaran de todas las obras de arte y las imágenes de las paredes, y que retiraran todos los muebles. Después de todo, los droides no necesitaban sentarse nunca.
En la oficina del administrador, los cuatro IG-88s permanecieron de pie comunicándose en silencio, intercambiando y actualizándose archivos de datos unos a otros.
-Si vamos a usar Mechis III como nuestra base de operaciones para la dominación galáctica, debemos mantener toda apariencia externa de que nada ha cambiado.
-Los pedidos de droides deben continuar completándose sin retrasos, exactamente como se ordenen. Ningún humano debe sospechar.
-Alteraremos los registros visuales existentes, falsificaremos transmisiones, mantendremos los canales habituales de comunicación para que todas las apariencias continúen normales.
-De acuerdo con los registros y los diarios personales de los humanos asentados aquí, vienen pocos visitantes a Mechis III. Con toda probabilidad, no seremos molestados.
Con sus sensores ópticos traseros, IG-88 miró a través de los ventanales de observación de transpariacero en lo alto de la torre administrativa. Vio columnas de humo saliendo de las plantas de fabricación, y el calor en las salidas de disipación térmica dibujaba puntos brillantes en el infrarrojo. Las instalaciones estaban trabajando a doble velocidad para producir soldados adicionales para el nuevo ejército de IG-88, mientras continuaba la producción para satisfacer las necesidades rutinarias de la galaxia.
IG-88 admiraba la precisión de las instalaciones. Los edificios iniciales habían sido diseñados con torpeza humana y líneas desaprovechadas, con espacio y comodidades innecesarias, pero las siguientes líneas de montaje habían sido diseñadas por ordenador, modificando los conceptos originales para que Mechis III funcionara cada vez de forma más eficiente.
-Todos nuestros nuevos droides tienen programación mejorada –continuó IG-88-, rutinas de auto-consciencia especiales que les permiten seguir nuestros planes y mantener el engaño. De ahora en adelante, todo nuevo droide que exportemos tendrá integradas la programación de auto-consciencia y la voluntad de alcanzar nuestro fin último.
IG-88 trazó un mapa de la dispersión de los nuevos droides, rutas de envío previstas y destinos finales. Mechis III tenía una distribución tan amplia que los infiltrados se extenderían en muy poco tiempo de un sistema estelar a otro, reemplazando modelos obsoletos, ocupando nuevos lugares en la sociedad, preparándose para la futura toma de poder.
Los biológicos no sospecharían nada. Para ellos, los droides eran meras máquinas inocuas. Pero IG-88 consideraba que era el momento de que la “vida” en la galaxia diera otro paso evolutivo. Los viejos y engorrosos orgánicos debían ser remplazados con eficientes y fiables máquinas como él mismo.
-Mientras los droides se estén poniendo en posición para nuestro gran asalto al poder, se les han dado órdenes estrictas para que se comporten como los humanos esperan que reaccionen los droides. Ocultarán su superioridad. Nadie puede adivinar lo que planeamos. Deben esperar.
-Una vez estén en posición y nosotros estemos preparados, transmitiremos el código de armado. Sólo nosotros conocemos la frase específica que activará su misión. Cuando enviemos ese trascendental mensaje, nuestra revolución droide asolará la galaxia como una tormenta.
Los droides podían ser más veloces que cualquier otra cosa, una súbita muerte devastadora para aquellos que se encontraran en su camino. Pero, al contrario que los biológicos, las máquinas también podían ser increíblemente pacientes. Esperarían... y el momento llegaría.

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