III
Por todo el Imperio, desde los más profundos
sistemas del Núcleo hasta el Borde Exterior, podían verse droides de todas las
formas y tamaños, destinados a cualquier propósito imaginable. A lo largo de
los siglos, se habían desarrollado fábricas en numerosos planetas para
satisfacer la siempre creciente demanda de gigantescos droides de construcción,
trabajadores pesados, sirvientes mecánicos y diminutos droides de vigilancia.
El más importante de todos esos centros de producción de droides era el mundo oscuro
y cubierto de humo de Mechis III.
IG-88 decidió que ese planeta sería la base de
operaciones perfecta para comenzar un plan para transformar toda la galaxia...
La nave correo de Laboratorios Holowan avanzaba
como un cometa hacia Mechis III. IG-88 y sus homólogos ya habían estudiado y
analizado cada sistema a bordo de la nave, sin armas ni blindaje. Sus diseñadores
habían optado por centrarse en la velocidad y la capacidad de evasión, en lugar
de en el combate o la defensa. La nave era una máquina, al igual que lo eran
los propios droides asesinos, pero era simplemente un conjunto automatizado de
componentes sin ninguna esperanza de adquirir autoconsciencia.
Sin embargo, la nave sirvió a su propósito,
llevándoles a su destino en tiempo record. Los IG-88s sabían exactamente hasta
qué punto podían forzar los motores, llevando el límite hasta la tolerancia
estructural en lugar de las líneas rojas establecidas de forma arbitraria por
los ingenieros humanos. Los sofisticados sistemas de comunicación de la nave y
su escudo de sigilo permitieron a los droides permanecer ocultos mientras se
acercaban. Mechis III sería el primer paso en un gran plan.
Mientras se acercaban a la órbita como una jabalina
lanzada con fuerza descomunal, los cuatro IG-88s idénticos manejaban distintos
sistemas de comunicaciones. Cada uno conocía sus pasos asignados para el
asalto. En ese momento la velocidad era el requerimiento principal... y los
droides asesinos IG-88 estaban muy bien dotados para la velocidad.
IG-88C fue el primero en golpear, enviando una
transmisión de banda estrecha a la red de defensa global de Mechis III,
solicitando la anulación y desactivación de todas las alarmas de intrusos. En
el instante en que la red de observación respondió con una consulta, IG-88C
pudo adentrarse más en el código y efectuar su propia petición antes de que la
red de sensores automatizada pudiera informar de su presencia a los escasos
operadores humanos.
Los IG-88s individuales mantuvieron sus mentes
informáticas enlazadas conforme el plan se iba llevando a cabo. Los sistemas de
defensa de Mechis III eran anticuados, instalados mucho antes de que el mundo
droide se convirtiera en una actividad comercial tan importante como para que
alguien pudiera pensar en sabotearla o destruirla... pero las necesidades de
los IG-88s eran completamente distintas.
Usando la recién creada conexión a los sistemas de
seguridad globales, IG-88D descargó instantáneamente toda clase de información
detallada sobre Mechis III: los complejos industriales, las fábricas de
ensamblaje, la cantidad de interferencia humana, un mapa de la superficie
planetaria en varias franjas del espectro electromagnético y, lo que era más
importante, un mapeado lineal completo –como un diagrama neural- de las
conexiones cerebrales de los sistemas informáticos que dirigían Mechis III.
IG-88A tomó el mando y transmitió a los principales
nodos de Mechis III su programación auto-replicante de autoconsciencia, tomando
secretamente el control de los vastos complejos electrónicos y dando a los
inmensamente potentes ordenadores algo que nunca antes habían concebido:
consciencia de sí mismos... y lealtad.
Menos de un minuto después de su llegada al
sistema, IG-88 quedó complacido al ver que se habían sentado las bases para su
conquista total.
***
La línea de ensamblaje resultaba tan aburrida como
de costumbre.
Trabajador veterano de Mechis III, Kalebb Orn jamás
había entendido por qué, de todos los lugares posibles, se requería presencia
humana allí. Parecía no tener
propósito alguno. La línea de fabricación de droides había funcionado sin el
menor fallo durante al menos todo el último siglo, pero la normativa de la
empresa aún requería que hubiera un operador humano en un pequeño porcentaje de
las operaciones. Como ésta, elegida de forma aleatoria.
Kalebb Orn observaba el movimiento de los grandes
brazos robóticos de la grúa, avanzando de un lado a otro con sus ruedas
dentadas y levantando componentes pesados con sus fuertes garras
electromagnéticas. Todo, desde láminas de metal y pesadas placas de blindaje,
hasta precisos microchips activadores, llegaba desde otras partes de las
instalaciones, de kilómetros de longitud, fabricándose sin descanso con
especificaciones inmutables.
Las líneas de montaje auto-diseñadas habían crecido
inmensamente a lo largo de los siglos de funcionamiento, añadiendo nuevos
subsistemas, mejorando los antiguos, introduciendo nuevos modelos en los
programas de producción y eliminando las versiones viejas y obsoletas. Kalebb
Orn no tenía la capacidad mental para abarcar todos los sistemas de fabricación
de Mechis III. No estaba seguro de que existiera alguien que la tuviera.
Durante los últimos diecisiete años había visto
robustos droides obreros siendo fabricados por millares. Motores de gran
potencia conectados a brazos y piernas móviles, los droides obreros no
necesitaban nada más que un voluminoso torso, un cerebro droide no demasiado
brillante, y brazos tremendamente fuertes. Los monolíticos droides eran
asombrosamente fuertes, pero después de todo ese tiempo Kalebb Orn ya no estaba
impresionado. Sólo quería que terminara su turno para poder regresar a su
alojamiento, comer copiosamente, y relajarse.
El turno de Kalebb Orn terminó pronto... pero no
del modo que él hubiera deseado.
Recibiendo una misteriosa señal independiente,
cuatro flamantes droides obreros, recién lubricados y con lustrosos números de
serie impresos en sus costados, se alzaron en el corral de almacenamiento al
final de la línea de montaje. Usaron las enormes pinzas de sus manos para
arrancar las paredes del corral.
En su estación de supervisión, Kalebb Orn se
irguió, sorprendido y confuso. Aparentemente estaba allí para actuar en caso de
que ocurriera algo inusual... pero nunca antes había ocurrido nada inusual, y
no estaba seguro de qué debía hacer.
Los droides renegados avanzaron caminando
lentamente, con sus enormemente pesados pasos resonando como truenos. Sus cabezas
cuadradas y sus torsos giraban hacia un lado y a otro, buscando algo.
Buscándole a él.
-Eh... ¡alto ahí! –exclamó Kalebb Orn cuando los
droides obreros salieron en estampida hacia él, extendiendo sus fuertes brazos
de metal con sus pinzas abiertas. Rebuscó en su estación de trabajo, buscando
algún manual que pudiera decirle qué hacer a continuación. Al no poder
encontrar ningún manual, decidió salir corriendo.
Pero durante diecisiete años Kalebb Orn había hecho
tan poco ejercicio que sus fofas piernas no le llevaron muy lejos antes de
quedarse sin aliento.
Otros droides obreros cobraron vida por sí mismos
en distintas partes de la línea de ensamblaje, y pronto veinte de ellos habían
rodeado a Kalebb, con sus letales brazos extendidos. Se acercaron a él,
haciendo chasquear sus pinzas con una lluvia de chispas azules, con un brillo
rojo en sus pequeños sensores ópticos.
Las pinzas le sujetaron los brazos y las piernas, e
incluso la parte superior de la cabeza, con un implacable agarre eléctrico.
Mientras los inmensos droides obreros comenzaban a tirar de él en todas
direcciones, desensamblando los componentes biológicos, el último pensamiento
de Kalebb Orn fue que, al final, el trabajo en la línea de montaje no había
sido tan aburrido después de todo...
***
La oficina de administración de Mechis III estaba
en la cúpula superior de una brillante torre de cristal y duracero,
proporcionando una vista panorámica del páramo industrial. La corporación
pensaba que se suponía que las oficinas gerentes debían sobresalir por encima
de los demás edificios, pero por lo demás su altura no servía a ningún
propósito.
En el interior de una oficina llena de muebles
lujosos, equipos de entretenimiento, e imágenes de lugares turísticos que ningún
administrador de Mechis III había visitado jamás, Hekis Durumm Perdo Kolokk
Baldikarr Thun –el actual administrador- jugueteaba con sus dedos y esperaba
que llegase su adorado informe vespertino.
Aunque las operaciones en Mechis III prácticamente
nunca cambiaban, y cada día el informe vespertino ofrecía las mismas cifras de
producción, las mismas listas de cuotas cumplidas, las mismas cantidades de
droides exportados, el administrador Hekis observaba cada informe con estudiado
interés. Se tomaba su trabajo muy en serio. Era toda una responsabilidad para
un hombre que sabía que gobernaba uno de los más importantes centros de
comercio de la galaxia industrializada... incluso aunque supiera que sólo era
uno de los setenta y tres humanos de todo el planeta.
Durante cada turno de trabajo, ocupaba
diligentemente su puesto, inclinado sobre su escritorio; por las tardes, de
vuelta en su alojamiento privado, pasaba la mayor parte de sus horas de relax
esperando a que empezara el siguiente turno y le liberase de la onerosa carga
del tiempo libre. A cada oportunidad que se le presentaba, Hekis enviaba
informes a sus superiores en la compañía, a los inspectores Imperiales, a los
agentes comerciales, a cualquiera que se le ocurriese. Siempre que se sentía
minusvalorado o insignificante en el gran esquema de las cosas, Hekis Durumm
Perdo Kolokk Baldikarr Thun se daba el gusto de añadir otro título mítico a su
nombre, así que cuando firmaba documentos con una ornamentada rúbrica, la firma
cada vez resultaba más y más impresionante.
Examinó su cronómetro –fabricado en Mechis II, por
supuesto- y supo que había llegado el punto álgido de la tarde. Justo a su
hora, su droide administrativo chapado en plata Tresdé-Cuatroequis llegó
apresuradamente, con una bandeja en una mano y un datapad en la otra.
-Su té de la tarde, señor –dijo Tresdé-Cuatroequis.
-Ah, gracias –respondió Hekis, frotándose las
huesudas manos y tomando la delicada taza de resina de concha llena de líquido
humeante. Tomó un sorbo, cerrando con deleite sus turbios ojos marrones.
-Sus informes vespertinos, señor –dijo Cuatroequis,
extendiendo el fino datapad que mostraba los familiares cuadros con gráficos y
cifras de producción.
-Ah, gracias –volvió a responder, tomando el
datapad.
Entonces Tresdé-Cuatroequis llevó su mano a una
pequeña cámara de almacenamiento en la parte trasera de su torso plateado y
extrajo una pistola bláster.
-Su muerte, señor –dijo el droide.
-¿Perdón? –Sorprendido, Hekis alzó la mirada ante
esa variación de la rutina-. ¿Qué significa esto?
-Creo que está bastante claro, señor –dijo Tresdé-Cuatroequis,
y efectuó dos rápidos disparos. Los afilados destellos dieron con precisión en
su objetivo. Hekis se desplomó sobre su escritorio, vertiendo el té sobre los
informes que había en su superficie.
Tresdé-Cuatroequis dio media vuelta y salió
rápidamente por la puerta, transmitiendo su informe a los IG-88s que le habían
reprogramado digitalmente desde la órbita. Entonces llamó a los droides
celadores para que limpiaran el desastre.
***
La insurrección de Mechis III fue rápida y
sangrienta, y muy eficiente. En cuestión de unos pocos minutos, la mente
informática planetaria recién coordinada supervisó un alzamiento simultáneo de
droides, matando a los setenta y tres habitantes humanos antes de que
cualquiera de ellos pudiera activar una alarma... aunque de todas formas la red
de comunicaciones unificada no habría permitido la transmisión de tales
mensajes.
En tiempo retardado, IG-88 observaba desde la nave
correo oculta en órbita, examinando todos los detalles a través de sus ojos
sensores y sus conexiones de flujo de datos. Meros instantes después, cuando
todo hubo terminado, hizo descender la nave suavemente a través de la
atmósfera.
En el complejo central de fabricación, la elegante nave
aterrizó y los cuatro IG-88s idénticos salieron a la plataforma. Bajo el cielo
plomizo por el humo, observaron a los droides recién liberados que se
acercaban, reuniéndose a su alrededor.
IG-88 puso el pie en Mechis III como un mesías.
***
A partir de ese momento, para los droides asesinos
era importante mantener la mascarada. De cara al exterior, nada había cambiado
en Mechis III... e IG-88 se aseguró de que todo el mundo en la galaxia continuara
creyéndolo. Tresdé-Cuatroequis se ocupó de los detalles externos, respondiendo
a los mensajes que llegaban por la holored galáctica, firmando órdenes de
entrega y otros documentos con todas las florituras de la firma digitalizada de
Hekis.
Dos días después, los cuatro droides asesinos se
reunieron para una sesión de estrategia interconectada en la lujosa oficina del
antiguo administrador. Para ajustarla más a su concepto de aséptica eficiencia,
IG-88 había ordenado que los droides celadores la despojaran de todas las obras
de arte y las imágenes de las paredes, y que retiraran todos los muebles.
Después de todo, los droides no necesitaban sentarse nunca.
En la oficina del administrador, los cuatro IG-88s
permanecieron de pie comunicándose en silencio, intercambiando y actualizándose
archivos de datos unos a otros.
-Si vamos a usar Mechis III como nuestra base de
operaciones para la dominación galáctica, debemos mantener toda apariencia
externa de que nada ha cambiado.
-Los pedidos de droides deben continuar
completándose sin retrasos, exactamente como se ordenen. Ningún humano debe sospechar.
-Alteraremos los registros visuales existentes,
falsificaremos transmisiones, mantendremos los canales habituales de
comunicación para que todas las apariencias continúen normales.
-De acuerdo con los registros y los diarios
personales de los humanos asentados aquí, vienen pocos visitantes a Mechis III.
Con toda probabilidad, no seremos molestados.
Con sus sensores ópticos traseros, IG-88 miró a
través de los ventanales de observación de transpariacero en lo alto de la
torre administrativa. Vio columnas de humo saliendo de las plantas de
fabricación, y el calor en las salidas de disipación térmica dibujaba puntos
brillantes en el infrarrojo. Las instalaciones estaban trabajando a doble
velocidad para producir soldados adicionales para el nuevo ejército de IG-88,
mientras continuaba la producción para satisfacer las necesidades rutinarias de
la galaxia.
IG-88 admiraba la precisión de las instalaciones.
Los edificios iniciales habían sido diseñados con torpeza humana y líneas
desaprovechadas, con espacio y comodidades innecesarias, pero las siguientes
líneas de montaje habían sido diseñadas por ordenador, modificando los
conceptos originales para que Mechis III funcionara cada vez de forma más
eficiente.
-Todos nuestros nuevos droides tienen programación
mejorada –continuó IG-88-, rutinas de auto-consciencia especiales que les
permiten seguir nuestros planes y mantener el engaño. De ahora en adelante,
todo nuevo droide que exportemos tendrá integradas la programación de auto-consciencia
y la voluntad de alcanzar nuestro fin último.
IG-88 trazó un mapa de la dispersión de los nuevos
droides, rutas de envío previstas y destinos finales. Mechis III tenía una
distribución tan amplia que los infiltrados se extenderían en muy poco tiempo de
un sistema estelar a otro, reemplazando modelos obsoletos, ocupando nuevos
lugares en la sociedad, preparándose para la futura toma de poder.
Los biológicos no sospecharían nada. Para ellos,
los droides eran meras máquinas inocuas. Pero IG-88 consideraba que era el
momento de que la “vida” en la galaxia diera otro paso evolutivo. Los viejos y
engorrosos orgánicos debían ser remplazados con eficientes y fiables máquinas
como él mismo.
-Mientras los droides se estén poniendo en posición
para nuestro gran asalto al poder, se les han dado órdenes estrictas para que
se comporten como los humanos esperan que reaccionen los droides. Ocultarán su
superioridad. Nadie puede adivinar lo que planeamos. Deben esperar.
-Una vez estén en posición y nosotros estemos
preparados, transmitiremos el código de armado. Sólo nosotros conocemos la
frase específica que activará su misión. Cuando enviemos ese trascendental mensaje,
nuestra revolución droide asolará la galaxia como una tormenta.
Los droides podían ser más veloces que cualquier
otra cosa, una súbita muerte devastadora para aquellos que se encontraran en su
camino. Pero, al contrario que los biológicos, las máquinas también podían ser increíblemente
pacientes. Esperarían... y el momento llegaría.
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