IV
Tras dos meses estándar, la vigorosa búsqueda
imperial no había encontrado ni el menor rastro de los droides asesinos
desaparecidos, y el supervisor Gurdun no estaba en absoluto complacido.
Cuando su ayudante Minor Relsted entró en su
oficina oscura y cavernosa en las profundidades de un antiguo edificio
gubernamental de la Ciudad Imperial, Gurdun solicitó un informe de progresos.
-Dime cómo está yendo la caza del hombre... eh, del
droide, o lo que sea –dijo-. Quiero mis droides asesinos.
El joven Minor Relsted jugueteó con sus dedos y se
negó a mirar de frente a los ojos que lo observaban expectantes sobre la
monumental nariz de Gurdun.
-¿Quiere que le prepare un informe detallado,
supervisor imperial? –dijo Relsted-. ¿Debo entregarlo por triplicado?
-No –respondió Gurdun-. Sólo dime. Quiero saber.
-Oh –exclamó Minor Relsted-. Hmm, deje que piense
un instante.
-¿No estás al mando de todo esto? –preguntó el
supervisor.
-Sí, claro, por supuesto–respondió Relsted-. Sólo
estoy poniendo en orden mis ideas, buscando las palabras.
Gurdun alzó la mirada al panel luminoso parpadeante
del techo, que le proporcionaba más dolor de cabeza que iluminación. Las
gruesas paredes de la oficina eran del mismo color gris apagado de las naves de
combate; estaban sujetas en su sitio con grandes tornillos de cabeza redonda
del tamaño de su puño. Había esperado que para entonces ya estaría
recuperándose de la cirugía que tanto ansiaba, pero una vez tras otras las
autoridades imperiales se la habían denegado.
-¿Y bien? –dijo Gurdun ante el prolongado silencio,
frotándose su enorme nariz.
-Lamento tener que decir esto, señor –dijo Relsted
con un ligero tartamudeo-, pero los cuatro droides parecen haberse desvanecido.
Un quinto droide, IG-72, ha hecho su aparición aquí y allá, eliminando
objetivos por razones incomprensibles... pero los otros cuatro no han dado
señales de su presencia. Sería más sencillo si asumiéramos que han sido
destruidos... digamos, atrapados en una supernova extraviada, o algo así. No es
de esperar que unos droides asesinos mantengan un perfil bajo y se muevan por
ahí sin ser vistos.
El supervisor imperial Gurdun observó el desorden
de su escritorio, despejó un hueco para sus codos y apoyó la mandíbula sobre
sus manos.
-Ah, pero esas máquinas son diabólicamente inteligentes,
Relsted. Fueron diseñadas según mis especificaciones... y ya sabes lo
implacable que puedo resultar a veces. Yo no los subestimaría.
-Desde luego que no, señor –dijo Relsted-. Tenemos
espías desplegados por todos los rincones... eh, hasta donde alcanzan nuestras
capacidades. Tenemos recursos limitados, ya sabe. Hay una rebelión ahí fuera.
-Oh, me olvidé de la guerra –dijo Gurdun-. Qué
fastidio.
Se toqueteó la enorme nariz, que le bloqueaba la
visión de los documentos sobre su escritorio. Gurdun apartó de un manotazo los
cubos de mensajes apilados, los formularios electrónicos a la espera de ser
cumplimentados, las órdenes de requerimiento, solicitudes de transferencia, y
cartas de condolencia para ser escritas a las familias de aquellos perdidos en desgraciados
accidentes durante el entrenamiento con equipo viejo y defectuoso.
Minor Relsted pasaba nerviosamente su peso de un
pie a otro mientras esperaba junto a la puerta.
-¿Algo más? –preguntó Gurdun con brusquedad.
-Una pregunta, señor. ¿Puedo preguntarle por qué es
tan increíblemente importante encontrar esos cuatro droides? Después de todo,
sólo son máquinas, y la cantidad de recursos que estamos dedicando a esa orden
de “destruir en cuanto sean vistos” parece desproporcionada con respecto a su valor
intrínseco. ¿Por qué esos droides son tan deseables?
Gurdun soltó un bufido y volvió a mirar el panel
luminoso parpadeante.
-Porque, Minor Relsted, yo sé de lo que son capaces.
***
En Mechis III, el droide administrativo
Tresdé-Cuatroequis caminaba apresurado, buscando al primero de los IG-88
idénticos que pudiera encontrar. Necesitaba transmitir sus inquietantes
noticias. Encontró a IG-88C en una de las zonas de envío, supervisando la carga
de un millar de droides de transporte con programación modificada que debían
ser enviados a Coruscant.
-IG-88 –dijo Cuatroequis, obteniendo la atención
del droide asesino. En una rápida ráfaga binaria, envió un archivo resumen al
núcleo informático del IG-88.
A través de sus propios canales de inteligencia,
los IG-88s eran bien conscientes de los torpes espías imperiales que los
buscaban por todos los rincones de la galaxia. Hasta ese momento, los espías no
habían hallado ni una pista, pero esa misma mañana se había dirigido hacia
Mechis III una investigación oculta.
La nave sonda era un conglomerado apenas funcional
de partes obsoletas y motores reaprovechados. Debido a las limitaciones de
presupuesto, a menudo los espías imperiales eran los más baratos, como esa
ranat... no precisamente la más inteligente de las criaturas. Conforme se
acercaba a Mechis III en su nave renqueante, la ranat transmitió un conjunto
grabado de preguntas para el último supervisor conocido del planeta, Hekis
Durumm Perdo Kolokk Baldikarr Thun.
Tresdé-Cuatroequis, con la previsión superior que
le otorgaba su nueva programación de auto-consciencia, reprodujo fragmentos
apropiados de imágenes de video manipuladas que mostraban al administrador
Hekis respondiendo bruscamente a todas las preguntas. No, no habían visto
ningún droide asesino. No, no tenían conocimiento de ninguna serie de máquinas
IG-88. No, no habían escuchado nada acerca de renegados violentos en esa parte
del sistema... y, por cierto, en Mechis III estaban demasiado ocupados como
para seguir respondiendo preguntas estúpidas. Sin sospechar nada, la ranat
continuó su camino al siguiente sistema, donde sin duda reproduciría el mismo
conjunto de preguntas pregrabadas.
IG-88C asimiló ese informe y felicitó a
Tresdé-Cuatroequis por su ingenio ante la situación inesperada, pero el
encuentro planteaba serias preguntas. El rastro había llevado accidentalmente
hasta allí a un investigador imperial. ¿Qué pasaría si el siguiente fuera un
operativo de inteligencia más suspicaz o más tenaz?
IG-88C inició un enlace de datos espontáneo con sus
tres homólogos, y se enfrascaron en una conferencia interconectada a la
velocidad de la luz.
-No podemos permitirnos ser detectados. Ahora mismo
nuestros planes están en un momento demasiado crucial.
-Tal vez esto sólo haya sido una casualidad. Tal
vez no necesitemos preocuparnos. Los imperiales escucharán el informe de la
espía y no investigarán más.
-Al contrario, una vez que han comenzado a meter
las narices en este sector, puede que estrechen su escrutinio.
-¿Cómo podemos enfrentarnos a esta situación?
-Tal vez sea necesaria una táctica de distracción.
-¿Cómo podemos llevar a cabo esa táctica de
distracción?
-Nos haremos visibles. Uno de nosotros saldrá y
dejará huellas visibles, lejos de Mechis III. Les daremos un rastro distinto
que seguir. Nunca volverán aquí de nuevo.
-¿Y la naturaleza de esa táctica de distracción? –preguntó
uno de ellos, pero todos los IG-88s comenzaron a tener la misma idea a la vez.
-Tendremos que seguir nuestra verdadera
programación.
-Somos droides asesinos.
-Buscaremos trabajo como cazadores de recompensas.
Eso es para lo que fuimos creados... y además puede impulsar nuestros propósitos
superiores.
-Si elegimos seguir esa línea de trabajo, lo
encontraremos de lo más placentero, y sin duda nuestros empleadores estarán
inmensamente complacidos con nuestro servicio y nos recomendarán
fervorosamente.
Los cuatro IG-88s sopesaron ese cambio de planes y
estuvieron de acuerdo.
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