lunes, 31 de mayo de 2010

O morir en el intento

O morir en el intento
de Sean Williams y Shane Dix

Al parecer, los nativos de Onadax tenían cincuenta palabras distintas para nombrar el polvo. El pequeño mundo estaba cubierto de él, con montones que se formaban en todas las esquinas y que llegaban a la altura de las rodillas, densos sedimentos que averiaban los droides y otras máquinas, gruesas motas que irritaban los ojos. Habría aceptado con agrado un aspirador... o, más bien, un baño.
El polvo perturbaba incluso su concentración. Cuando saltó ayudada por la Fuerza al interior del complejo de seguridad que era el objetivo de su misión, su pie resbaló y golpeó con la punta de un dedo la parte superior del muro del perímetro. El daño era mínimo, pero molesto. Aterrizó con una mueca de dolor, maldiciendo en silencio.
Por suerte, su tropezón pasó inadvertido. Se puso en pie en el borde de una zona llana y bien iluminada que rodeaba los edificios centrales del complejo. OMEEI se tomaba en serio su privacidad; ni siquiera sabía qué significaban las siglas de la compañía. Ocho guardias jenet con aspecto de roedores vigilaban la zona abierta desde cuatro torres de observación, una en cada esquina de los muros del perímetro. Jaina reconoció que eso tenía sentido. A veces, las técnicas de seguridad más sencillas eran las mejores. La tecnología avanzada podría ser capaz de superar cualquier ojo u oído electrónico que escanease el complejo, pero cruzar esa zona abierta sin ser visto por ocho guardias, siempre resultaría difícil. Difícil, claro está, para alguien que no dispusiera de la Fuerza.
Agachándose, Jaina comprobó rápidamente su traje de combate para asegurarse de que todo estaba en su lugar. Luego, permaneciendo agachada, se deslizó fuera de su cobertura para atravesar el complejo.
Un guardia de la torre más cercana la vio inmediatamente. Antes de que su dedo pudiera pulsar el botón para hacer sonar la alarma, Jaina tocó sus pensamientos superficiales y cambió la noción de intruso por una más tranquilizadora tan sólo otro mynock. Onadax tenía una incontrolada población mutante de esa plaga basada en el silicio, heredada de los primeros días del pequeño mundo como aglomeración de asteroides, de modo que no fue difícil imponer ese pensamiento en la mente del jenet.
El guardia retiró su dedo del botón de alarma tan rápidamente como lo había acercado, y se apartó con un bufido. Un segundo guardia, una torre más allá, también advirtió a Jaina; ella ejercitó el mismo truco sobre él. Para cuando alcanzó los edificios interiores, seis de los ocho guardias la habían visto. Pero después de que el guardia inicial hubiera usado su comunicador para quejarse a los demás por la infestación, los guardias restantes ya estaban esperando ver lo que ella quería que vieran, haciéndole más fácil deslizarse delante de ellos.
En el momento en que dejó atrás la extensión abierta, cambió su paso a un paseo más relajado y confiado, permitiendo que el magullado dedo de su pie descansase. Se dirigió al edificio que la Enviudadora le había indicado desde la órbita.
Su misión era sencilla. Estaba cazando droides... o, más exactamente, fabricantes de droides. Tras la traición de Bakura por el infame Primer Ministro Cundertol, ella y sus padres habían emprendido la tarea de encontrar la fuente del androide réplica humana que había hecho posible tal calamidad, mientras buscaban al mismo tiempo al líder de la red ryn que les había ayudado en el pasado. Antes de dejar Bakura, había extraído el nombre de Onadax de la mente de un antiguo asociado del capitán Rufarr, el contrabandista wookiee cuyo cruel destino fue transportar a Cundertol antes y después de su tecnificación, el proceso que colocó su energía vital en una estructura droide. Una pista en el terreno le había dirigido hacia la compañía llamada simplemente “OMEEI”. Ahora se estaba dirigiendo al interior del complejo de OMEEI con la esperanza de reducir la probabilidad de que otros ARH aparecieran en otros lugares.
Jaina se tocó el pecho en el lugar donde el ARH de Cundertol le había golpeado. La herida hacía tiempo que había sanado, pero el recuerdo del golpe aún dolía. Había sido increíblemente poderoso, incluso para una Jedi como ella. Fuera cual fuese su fuente, no podía permitir que esos droides réplica se extendieran en la galaxia sin control.
Trespeó había examinado el tráfico de señales entrantes y salientes del complejo principal y había localizado planos que incluían sus puntos de acceso. La puerta exterior tenía dos metros de grosor y estaba asegurada con bisagras de duracero más gruesas que el brazo de Jaina. No iba a poder superarla ni con tecnología ni con la Fuerza. Pero no pasaba nada. Había estado vigilando el complejo desde su llegada a Onadax y siguió a un guardia de seguridad yarkora cuando hizo el cambio de turno. Un suave empujón mental fue todo lo que hizo falta para forzarle a dejar caer su pase de seguridad para que ella pudiera recogerlo. Al aproximarse a la puerta, lo blandió ante un escáner. Cuando no hubo respuesta inmediata, Jaina se alejó un paso y probó de nuevo. Esta vez, una serie de ruidos pasados sonaron apagados desde el interior del mecanismo de cierre de la puerta. Luego, lentamente, como se mueven los continentes de un planeta, la puerta giró hacia un lado.
Jaina la cruzó con su pulgar cuidadosamente colocado sobre el botón de encendido de su sable de luz, consciente de que a partir de ese momento su misión se volvería considerablemente más peligrosa. Trespeó había obtenido acceso al plano básico del centro de investigación droide, pero eso era todo. No tenía ni idea de cuánta gente trabajaba allí, o cuántos guardias patrullaban por el edificio, o si los pasillos estaban plagados de trampas. Por lo que ella sabía, un escuadrón entero podría estar esperándole a la vuelta de la esquina.
Un rápido examen a través de la Fuerza le aseguró que ese no era el caso. El edificio estaba ocupado, pero no por ningún ejército de ningún tipo. Habría tal vez una docena de personas, humanos y alienígenas, dispersos por el edificio. Se permitió asumir con seguridad que la mayor parte de ellos serían investigadores trabajando... aparte de algún que otro guardia de seguridad.
De las mentes que podía sentir a su alrededor, una sobresalía... una que era sutilmente distinta de las demás. Ya había sentido una mente semejante antes, y volver a sentirla ahora le produjo una mezcla de satisfacción y aprensión.
La gigantesca puerta se cerró tras ella con un resonante ruido metálico. Maldijo en voz baja, ya que era altamente probable que ese ruido llamase la atención sobre su presencia. Pero tras esperar en silencio a que sonase alguna alarma, no sonó ninguna.
Demasiado fácil, pensó, avanzando lentamente en su camino por los pasillos de techo alto inundados por una luz amarillenta y cálida. No podía leer la mente que se encontraba delante de ella, pero cuanto más se acercaba, más le decían su instinto y sus entrañas que esa mente la estaba esperando.
Cuando llegó a la entrada de la sala donde el ser la esperaba, activó el sable de luz. Manteniéndolo alerta ante ella, hizo pasar el pase de seguridad del yarkora por el escáner. La puerta se abrió con suavidad.
—Puedo asegurarte —dijo inmediatamente una voz con fuerte acento corelliano y con aire culto y educado— que tu arma no será necesaria.
Jaina observó como un hombre atractivo, en la treintena, vestido con un sencillo mono negro, aparecía ante su vista. La inmensa sala contenía dos Fabricantes de Droides Autorreguladas de la Corporación Loronar; gigantescas máquinas con forma de losa cuyo único propósito era tomar grandes cantidades de materia prima y convertirlas en droides. Cada unidad tenía forma de ladrillo, solo que mucho, mucho mayor. Extendiéndose en la distancia a ambos lados del hombre, sin partes móviles visibles a través de sus paredes semitransparentes, esos “ladrillos” emitían un profundo zumbido, casi subsónico.
Ella dio un cauteloso paso hacia la sala. No sintió a nadie más allí, aparte de la persona que se encontraba ante ella, pero su aprensión no desapareció.
—Tal vez, pero voy a seguir con ella igualmente.
El hombre comenzó a reír.
—Aquí todos somos personas civilizadas.
—Comprenderás que no me fíe de tu palabra al respecto —dijo Jaina, acercándose un par de pasos más. Mantuvo la mirada fija en él todo el rato. Definitivamente, estaba mintiendo al menos e un punto: Su mente no pertenecía en absoluto a una persona. Ya no, al menos.
—Qué hostilidad —dijo él, adentrándose distraídamente en la sala, dándole la espalda a Jaina tanto en invitación a que le siguiera como en gesto de confianza—. Deja que trate de adivinar por qué estás aquí. No recuerdo haber hecho negocios contigo, de modo que no puedes ser una clienta descontenta. Tu intranquilidad sugiere que tampoco eres una futura cliente. ¿Eres una competidora? ¿Una espía comercial? Los Caballeros Jedi no suelen involucrarse en asuntos comerciales, están por encima de tales cosas, según he oído. —Volvió a mirarla, tendiéndole las manos de forma suplicante, con un exagerado gesto de extrañeza en el rostro—. Me temo que vas a tener que ayudarme. Me estoy quedando sin ideas.
—Mi nombre es Jaina Solo —comenzó.
¿Solo? —La expresión en el rostro del hombre pasó a ser de curiosidad—. ¿Alguna relación con Han Solo?
—Es mi padre.
—¡Ah! Mi hermano estuvo en la Academia Imperial con él. Un curso por delante, si recuerdo bien. —El hombre meneó pronunciadamente la cabeza—. Qué pequeña es la galaxia.
—Acabo de llegar de Bakura —dijo ella, sin permitir que la conversación tomara otros derroteros.
—¿Y cómo están nuestros amigos, los ssi-ruuk?
—Creo que el Imperio está actualmente bajo fuego pesado de los yuuzhan vong. No sabemos si sobrevivirá. Si cae, será un crimen más que recaerá a sobre tu espalda.
Los ojos del hombre se estrecharon.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Estoy aquí por tus ARHs. ¿Te das cuenta de que has puesto en peligro la población de todo un planeta?
—Imposible. Los Androides Réplica Humana están diseñados para salvar vidas, no para acabar con ellas.
—Si eso es verdad, ¿entonces por qué te ocultas aquí, en el Cúmulo de Minos? Esa no es la acción de alguien que esté orgulloso de sus logros.
—Tal vez tema que la Alianza Galáctica reclame esta tecnología para sí. —Su sonrisa regresó—. No, la razón por la que estamos aquí es para evitar enfrentarnos a gente como tú... aquellos dispuestos a juzgarnos sin escuchar nuestra versión de la historia. Y también para proteger la identidad y las reputaciones de nuestros clientes... como nuestro amigo de Bakura.
—¿Entonces admites que el Primer Ministro Cundertol vino a vosotros?
—Sólo admito que tuvimos un cliente de Bakura. No sé su nombre. Pagó la tarifa y proporcionamos el servicio. Luego se fue. Lo que pasó después no es de mi incumbencia.
—Lo que pasó después fue que Cundertol mató a toda la tripulación de la nave que le trajo aquí para proteger su secreto. Traicionó a su mundo a cambio de un vano intento de conseguir la inmortalidad.
—No hay nada de vano en ello, te lo aseguro.
—Yo diría que es cuestión de opiniones.
—Y yo diría en respuesta que la galaxia puede tolerar muchas diferencias de opinión. —Antes de que Jaina pudiera responder, el hombre ante ella extendió las manos, como si apelase a su sentido común—. Aquí sólo regentamos un negocio. No podemos rendir cuentas de lo que nuestros clientes hacen con sus vidas después del procedimiento que les ofrecemos, no más de lo que podemos rendir cuentas de sus acciones anteriores al mismo. Mi responsabilidad para con ese Cundertol terminó el día que abandonó nuestros laboratorios.
—De modo que todo se reduce a los créditos, ¿no? Mientras paguen, no os importa lo más mínimo quiénes sean. No te preocupa haber tomado criminales viejos y enfermos y haberlos soltado en la galaxia para que continúen con sus actividades criminales indefinidamente.
—Haces que parezca que eso es lo único que hacemos.
—¿Y qué más hacéis? ¿Infiltrar espías en redes de seguridad? ¿Proporcionar a los psicópatas miembros robóticos para que jueguen con ellos?
—Vendemos vida, Jaina Solo, no muerte —replicó el hombre a la defensiva—. Tal vez si puedo explicar quién soy y cómo llegó a mí esta operación, eso resulte de ayuda. Mi nombre es Stanton, y si no fuera por este procedimiento, yo no estaría aquí ahora. Aunque la experimentación de la República con los ARH se detuvo cuando su Proyecto Señuelo falló, la investigación no se detuvo allí. Un hombre llamado Simonelle continuó allí donde Señuelo se había detenido, y tuvo cierto éxito. Uno de sus investigadores, Massad Thrumble, consiguió efectivamente tener éxito en la creación de un ARH completamente operacional, que fue, por desgracia, empleado como asesino.
—No me estás contando nada nuevo —dijo Jaina—. Simonelle está muerto, al igual que Thrumble. Ya los hemos investigado. Y la asesina de la que hablas se llamaba Guri. Ella trabajaba para el príncipe Xizor en la organización Sol Negro.
Stanton asintió, como si estuviera complacido con la exposición de los hechos que Jaina presentaba.
—Pero vosotros creéis que fue destruida después de haber hecho borrar sus recuerdos.
—¿Me estás diciendo que no fue así?
—Tu tío creía que merecía la oportunidad de una vida decente. Su actitud fue, en nuestra opinión, completamente correcta. Ella tenía todo el derecho a vivir, como cualquier otra especie consciente. El hecho de que hubiera sido construida en lugar de engendrada no debería suponer ninguna diferencia.
Jaina avanzó unos pasos en la sala, con el sable aún en posición de alerta. Sabía lo rápido que podían moverse los ARH.
—No estoy diciendo que no esté de acuerdo con él. Yo habría aplicado los mismos principios sobre ella... o sobre ti... como lo haría ante cualquier humano o alienígena. Pero si está trabajando como asesina, o involucrada en cualquier tipo de actividad criminal, entonces mi deber es abatirla.
—Puedo asegurarte que ese no es el caso —dijo él, y continuó suavemente—, de modo que tu ruda justicia no será necesaria. Guri ya no tiene nada que ver con nuestra línea de negocios. Todo lo que hizo fue permitir que la usásemos como plantilla para modelar nuestros ARH subsiguientes. Hay partes basadas en ella dentro de mí, al igual que en nuestros clientes. Ella es nuestra madre, si lo prefieres, y la tenemos en alta estima.
—¿Lo hizo voluntariamente?
—Por supuesto. Para entonces ya le habían borrado su programación de asesina. Cuando mi hermano la conoció y descubrió quién era, inmediatamente se imaginó este negocio. Fueron socios durante la etapa de I+D. Luego, siguieron caminos separados.
Jaina advirtió la nueva referencia a un hermano. Si este hermano era la mente maestra detrás de la operación, entonces era a él a quien andaba buscando.
—¿Este es el mismo hermano con el que mi padre fue a la Academia?
—Puede que hayas oído hablar de él. Su nombre es Dash Rendar.
Parpadeó, sorprendida.
—Pero Dash Rendar está muerto.
—Al contrario.
—¿Entonces dónde está?
La sonrisa de Stanton se ensanchó.
—Sinceramente, no esperarás que te lo diga, ¿verdad?
—Si insistes en que no estáis haciendo nada malo, ¿entonces por qué no hablaría tu hermano con nosotros? ¿O con mi tío, al menos?
—¿Y encontrarse delante de la punta de un sable de luz? —Negó con la cabeza—. No lo creo.
Hizo ademán de dirigirse a la puerta, y ella se puso limpiamente en su camino.
—Tienes buenas reacciones —reconoció él, alzando inocentemente las manos—. Lo apruebo. ¿Cuántos años te costó dominar el sable de luz? ¿Sintonizarte con la Fuerza?
—Eso no es asunto tuyo.
—Ah, pero es que precisamente sí lo es. La gente debe obtener el máximo de lo que tiene... o de lo que puede tener. Tú, como Jedi, seguramente debes estar de acuerdo con eso. ¿No puedes ver la oportunidad que se alza aquí ante ti?
La sonrisa de Stanton seguía en su lugar, pero sus ojos eran duros. Los reflejos de su sable en ellos parecían flotar como pequeños relámpagos congelados.
—Si estás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo...
—¿Por qué no? Después de todo, no hay efectos secundarios negativos. Podemos hacerte más fuerte, más bella, más alta... lo que quieras. Usando la técnica de tecnificación ssi-ruuk, te permitimos mantener una completa conexión con la Fuerza. ¡Tú, Jaina Solo, puedes ser la vanguardia de un valiente nuevo régimen!
Jaina apretó la empuñadura del sable de luz.
—No lo creo, Stanton.
—No rechaces mi oferta tan a la ligera. Piensa en la guerra contra los yuuzhan vong... una guerra que parecéis estar perdiendo. ¿Cuánto duraría su armamento biológico contra un ejército de soldados ARH? Piensa en toda la gente que ha muerto o ha sido herida desde que comenzó la guerra. ¿No hay nadie a quien salvarías si pudieras dar marcha atrás en el tiempo y darle un cuerpo indestructible? Piensa en ti misma. Me he percatado de que cojeas ligeramente de una pierna. ¿Estás herida? Si aceptases mi oferta, ese tipo de cosas nunca volverían a pasar. Piensa en ello.
Stanton se acercó un paso, y esta vez ella no le detuvo.
—Piensa en ello, Jaina, antes de volver a decir que no tan rápidamente.
Jaina pensó en ello. Una imagen de Tahiri cruzó por su mente: Tahiri en coma, enfrentada en una extraña batalla psíquica con la mente alienígena que trataba de apoderarse de ella. Y Anakin, su hermano, muerto antes de tiempo por una herida infligida por los yuuzhan vong.
Imagínate la libertad que alcanzarás cuando te hayas despojado de las cadenas de la carne y el hueso, la había tentado Cundertol cuando el Keeramak, el líder de los ssi-ruuk, la había amenazado con la tecnificación. ¡Podrás vivir para siempre!
¿Realmente sería tan malo?
—Puedo asegurarte —continuó Stanton— que nuestros métodos han avanzado considerablemente desde los primeros días. No hay dolor ni incomodidad en absoluto. Sólo un despertar a una nueva existencia superior. También estamos trabajando en ARMs, Androides Réplica Multiespecie, de modo que pronto no serán sólo los humanos los que se beneficien de esta tecnología. Crearemos nuevas clases de cuerpos que nunca hayan existido antes en la naturaleza. ¡No hay límites a lo que seremos capaces de conseguir!
—Las implicaciones sociales...
—Son enormes —le cortó con entusiasmo—. Lo sé. Por un lado, la galaxia no está preparada para los ARH. Pero piénsalo: Podemos dar a la gente la inmortalidad, resistencia y fuerza física aumentada, y libertad sobre todas las pequeñas molestias que hacen que vivir en carne sea una condena... ¡incluyendo la muerte! ¿Quién no querría hacer negocios con nosotros? Que este servicio actualmente sólo esté disponible para los ricos... o, como en tu caso, para los muy merecedores... no es nuestra culpa, porque el proceso es extremadamente caro. Pero eso no impedirá que billones de personas lo soliciten. Nadie quiere morir, no si puede evitarlo. Deja que corra la voz de que hay una alternativa a la muerte, y las revueltas subsiguientes harán que la invasión yuuzhan vong parezca una nadería en comparación.
”Pero por otra parte —continuó—, ¿acaso no es hora de que alguien se enfrente al mayor enemigo de la vida? ¿A la propia muerte? ¿Y quién mejor para hacerlo que los Jedi?
La mirada de Jaina vagó lejos de Stanton al pensar en una galaxia libre del hambre, la enfermedad y la mortalidad. Ese era realmente el objetivo del movimiento Jedi, ¿no es cierto? Y si eso significaba un posible final a la guerra, ¿no justificaba eso su implicación total?
Pero después, cuando la guerra se hubiera ganado... ¿entonces qué, cuando los ejércitos que desbaratasen los locos planes de Shimrra regresasen victoriosos? ¿Quién mantendría bajo control a los ARH, impidiendo que se rebelasen contra quienes los habían liberado de la tiranía de la carne? ¿Quién impediría que cayeran en el lado oscuro y destruyeran todo por lo que una vez habían luchado?
Pensó en un Emperador invencible, en un Darth Vader inmortal, y se estremeció.
—No —dijo—. Y esta vez lo he pensado. Los Jedi han visto demasiado a menudo lo que pasa cuando la gente no tiene nada para mantenerlos bajo control. Que estés entregando esta tecnología a criminales me da aún menos seguridad de que tus motivos sean puros.
Stanton Rendar suspiró.
—Veo que harán falta más que palabras para convencerte.
Ella se puso en tensión, alzando su sable.
—Tal vez no esté dispuesta a dejarme convencer.
El rió.
—¡Jaina, nunca te procesaríamos contra tu voluntad! Simplemente quiero decir que hará falta tiempo para convencerte, más que palabras. Y créeme cuando te digo que tengo todo el tiempo de la galaxia. Hablaré contigo en otra ocasión, cuando seas anciana y frágil y tus padres hayan desaparecido; cuando tus hijos sean mayores de lo que tú eres ahora, y la muerte te aceche de cerca... y yo tendré exactamente el mismo aspecto que tengo hoy. Tal vez entonces estés más receptiva ante lo que tengo que ofrecerte.
—No contaría con ello, Stanton —dijo ella, avanzando otro paso—. Y además, pretendo hablar contigo mucho antes que eso. Será un día en un futuro no tan lejano cuando estés encerrado, incapaz de hacer daño a nadie. O tal vez desmontado como piezas de repuesto.
Stanton se calmó.
—La vida es todo lo que tenemos, niña. ¿Crees que voy a dejar que me la arrebates? Tengo planeado vivir eternamente o...
—O morir en el intento —terminó Jaina por él—. Sí, muy divertido. Mi problema contigo no es tu vida o como la mantienes, sino lo que haces con ella. Más concretamente, cómo usan tus clientes la segunda oportunidad que les das. Si no logras ser capaz de ver que tienes la responsabilidad de asegurar que nadie peligroso pone sus manos en esta tecnología, entonces...
—Ahórrame la retórica —la interrumpió Stanton. Miró al cronómetro instalado en la pared a su derecha—. No tengo más interés en ella que el que tengo en esta conversación. De modo que, si no te importa, creo que me gustaría que te fueras ahora.
—No tengo la menor intención de irme de aquí sin ti, Stanton.
—¿En serio? —Con una palmada, dos líneas de relucientes droides de combate salieron de detrás de las dos máquinas Fabricantes de Droides Loronar—. Las palabras vuelan cuando la gente pregunta por OMEEI. Sabía que los Jedi me buscaban, de modo que naturalmente me preparé para lo peor.
Jaina sonrió con naturalidad al observar los droides. Adoptó una postura defensiva, preparándose para el ataque.
—Tendrás que hacer algo mejor que esto —dijo.
—Por supuesto. Ningún droide puede esperar ser rival para todo un Jedi, a menos que sea un Jedi dentro de un droide. —Una sonrisa destelló en su rostro y luego desapareció—. Pero tu muerte nunca fue mi intención, Jaina Solo. Mientras estábamos hablando, mi lanzadera ha estado precalentándose y mi plantilla ha escapado a ella. Escaparemos ahora, mientras tú luchas contra estos para abrirte paso.
—Tu lanzadera nunca escapará de la órbita.
—Una amenaza lamentable, en el mejor de los casos —dijo, sonriendo ampliamente—. Sospecho que estarás un poquito demasiado ocupada como para dar la voz de alarma. Ya ves, no sólo tendrás que ocuparte de estos primitivos amigos, sino que tendrás que hacerlo lo más rápido posible. En unos cinco minutos, todos este complejo estallará en una bola de fuego lo bastante caliente como para incinerar cualquier simple carne en su interior.
Apretó los dientes, preguntándose si sería un farol.
—¿Destruirías todas tus instalaciones sólo para cubrir tu rastro?
—Siempre podemos construir otras. Eso es, en parte, por lo que nuestras tarifas son tan altas. —Stanton efectuó una pequeña reverencia burlona—. Me despido de ti, Jaina Solo. Esperaba por un instante que entrases en razón. Serías perfecta para nuestra causa: ¡tanto potencial, tanta vitalidad! Pero supongo que esta vez no será así. Sin embargo, te aseguro que si volvemos a encontrarnos, nuestra conversación terminará de un modo muy distinto.
Se alejó apresuradamente cuando los droides de combate se movieron para atacar a Jaina. Lo último que ella pudo ver de él fue su espalda desapareciendo al girar la esquina de una de las Fabricantes de Droides... y entonces se encontró bloqueando furiosamente, enviando proyectiles de energía y partes corporales de droides volando en todas direcciones. La Fuerza fluía por ella como un fuego vigorizador, respondiendo a cada petición que ella le hacía; aumentando sus sentidos, acelerando sus reflejos, permitiéndole anticipar los movimientos de sus oponentes una fracción de segundo antes de ellos los comenzasen. Los droides de combate parecían moverse a cámara lenta, agitando en vano sus extremidades ante ella, prácticamente rogando que los cortasen en pedazos.
El último cayó en una ducha de chispas, lanzando un disparo final que le falló por más de un metro. Rebotó en la distancia, estrellándose inofensivamente contra el muro lejano. Jaina se enderezó y observó la carnicería de metal muerto que se esparcía por el suelo, soltando chispas y zumbidos.
Usó la Fuerza para buscar a Stanton, pero no había rastro de él en ninguna parte del complejo. Su lanzadera había despegado; ya estaba lejos.
Jaina maldijo. Cinco minutos, había dicho. Ya habían pasado más de tres. Poniendo toda la carne en el asador, dio un salto mortal ayudado por la Fuerza para alejarse del anillo de pedazos de droides y se abalanzó hacia la puerta. La salida del complejo estaba cerrada. Abrirla con su pase de seguridad tardó casi cinco segundos, cada uno de ellos una agonizante eternidad. Cuando la gigantesca puerta se hizo a un lado y ella la cruzó, un proyectil de energía pasó rozando sobre su hombro, disparado por uno de los guardias jenet del perímetro. Ella corrió en zigzag por la zona abierta, rechazando cualquier cosa que se acercase demasiado a su sable.
En el muro del perímetro, puso toda su concentración al saltar por encima. Disparos láser silbaron a su espalda cuando alcanzó el punto superior de su salto y comenzó a caer. Rodó para absorber el impacto y estaba de pie corriendo antes de que los guardias jenet pudieran efectuar otro disparo. Bajo la cobertura de la noche, y con cantidad de callejones oscuros para ocultarse, estaba segura de que nadie podría atraparla...
El complejo explotó tras ella con un sonido tan fuerte que la dejó momentáneamente sorda. Una brillante luz amarilla destelló a su espalda, y la onda de choque hizo que sus pies dejasen de tocar el suelo. Salió volando un metro o más por el aire, y se dobló sobre sí misma formando una especie de bola para, al volver a caer al suelo, poder rodar y volver a ponerse en pie, sin dejar de correr. Pocos metros más allá, cuando estuvo claro que lo peor ya había pasado, Jaina se detuvo y volvió la mirada al edificio ardiendo.
Nada había sobrevivido. El complejo era una ruina ardiente. Cualquier evidencia de las Fabricantes de Droides había desaparecido, junto con la empresa que había operado en Onadax.
Pensar que Stanton había escapado la puso furiosa. El recuerdo de su sonrisa torcida la asqueó cuando se dio la vuelta para dirigirse hacia el Halcón Milenario. Pero no podía permitirse retrasarse demasiado. Y, se recordó, su misión no había sido un fracaso total. La búsqueda no había llegado a un punto muerto. Ahora tenía un nombre. Al menos, eso era algo sobre lo que trabajar.
Espero que tengas razón, Stanton, pensó, saboreando los latidos del dedo gordo de su pie, que le recordaban que aún seguía viva, que seguía siendo ella. Espero que volvamos a encontrarnos algún día. ¡Porque cuando lo hagamos, voy a hacerte pagar por todo lo que pasó en Bakura! O yo misma moriré en el intento...
Sonrió ante ese pensamiento. Le proporcionaba una sombría especie de tranquilidad pensar que aún no había acabado todo. Colocándose el sable de luz de nuevo en el cinturón, se abrió paso a través de los polvorientos y poco recomendables callejones de Onadax, de vuelta al lugar donde sus padres la esperaban en el Halcón.

1 comentario:

  1. Ya he comentado antes en otro lado de tu blog pero no sale mi mensaje... podrías darme otra dirección de correo que la que sale en el blog.. es que no puedo acceder a ella y quiero hablar unos asuntos contigo ( no te asustes jaja es sobre star wars :)

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