miércoles, 16 de abril de 2014

Protector Jedi (6)

6
Agitas tu sable de luz ante la boca de la criatura, pero de algún modo esta siente llegar el ataque. La liana-tentáculo que te sujeta te arroja fuera del alcance en el último segundo. Sigues agitando el sable de luz contra el cuerpo principal de la planta... al menos de ese modo no te comerá de inmediato.
Ves un borrón oscuro en el follaje sobre la criatura. Escuchas el chasquido y el siseo de un sable de luz, y ves cómo una hoja brillante parte en dos el cuerpo principal del monstruo. Mientras las hojas exteriores tiemblan y un moco verduzco emana de sus fauces, los tentáculos quedan inertes, liberando su agarre. Te agarras a uno y lentamente desciendes al suelo del desfiladero.
Cuando llegas al fondo, el Maestro Ortraag te está esperando.
-Parece que me apresuré demasiado al enviarte por tu cuenta –dice, sujetando su sable de luz de nuevo en su cinturón-. Tus habilidades dejan mucho que desear. Aunque hay otros males mayores infestando esta galaxia, aún no estás preparado para enfrentarte a ellos.

Fin.

Protector Jedi (5)

5
Tu primer mandoble da en su objetivo. La hoja del sable de luz parte en dos el cuerpo principal de la criatura. Mientras las hojas exteriores tiemblan y un moco verduzco emana de sus fauces, los tentáculos quedan inertes, liberando su agarre. Te agarras a uno y lentamente desciendes al suelo del desfiladero.
Cuando llegas al fondo, una figura oscura y encapuchada surge de las sombras del cañón.
-Lo has hecho bien, alumno –dice el Maestro Ortraag-. Has demostrado tu pericia con el arma tradicional Jedi, aunque necesitas trabajar tus otras habilidades. Tal vez estés listo para mayores desafíos. Hay otros males infestando esta galaxia. Los colonos pueden resolver sus propias disputas y protegerse a sí mismos. Estás listo para enfrentarte a mayores maldades.

Fin.

Protector Jedi (4)

4
Continúas golpeando a todos los tentáculos llenos de pinchos que se acercan a ti. Cuando partes en dos el último tentáculo, escuchas un grito escalofriante desde lo alto, en la vegetación frondosa. Una gran bola de hojas cae del follaje. Anchas hojas rodean una boca llena de dientes. Varias lianas gruesas crecen alrededor del borde de la boca; has cortado la mayor parte de ellas. Las fauces están cubiertas de pinchos afilados como cuchillas, espinas más grandes, y tentáculos succionadores. La criatura se estremece de dolor. Realizas un último ataque con tu sable de luz, partes en dos al monstruo y silencias sus gritos.
Una figura oscura y encapuchada surge de las sombras del desfiladero.
-Lo has hecho bien, alumno–dice el Maestro Ortraag-. Has demostrado tu pericia con el arma tradicional Jedi. Ahora tal vez estés listo para mayores desafíos. Hay otros males infestando esta galaxia. Los colonos pueden resolver sus propias disputas y protegerse a sí mismos. Estás listo para enfrentarte a mayores maldades.

Fin.

Protector Jedi (3)

3
Mientras permites que la Fuerza fluya a través de ti, incrementando tus sentidos, adviertes que algunas lianas son más gruesas que las demás, más herbáceas. Esas lianas gruesas tienen espinas más largas, y huelen distinto que las demás... más parecido a un animal que a una planta. Te concentras más y escuchas su suave susurro. Se mueven.
Saltas para apartarte de su camino justo cuando una liana se lanza como un látigo y trata de atraparte en sus espinas. Varios tentáculos más salen disparados hacia ti. Tu única esperanza es enfrentarte a las lianas con tu sable de luz.

La habilidad de Shalavaa con esta elegante arma Jedi es 5D+2: Tira cinco dados y añade dos puntos al total.

Protector Jedi (2)

2
Sientes que una gruesa enredadera espinosa se arroja sobre ti y se enrolla dando varias vueltas alrededor de tu cintura. Tira de ti hacia arriba hacia el follaje. Has conseguido sujetar firmemente tu sable de luz, así que no lo has perdido. Fácilmente podrías cortar esta agresiva liana, pero estás más interesado en ver dónde te lleva.
Tras un momento de lento ascenso, ves un gran grupo de anchas hojas que rodean una boca llena de dientes. Varias lianas gruesas –incluyendo la que te ha capturado a ti- crecen alrededor del borde de la boca. Las fauces están cubiertas de pinchos afilados como cuchillas, espinas más grandes, y tentáculos succionadores. ¡Una planta carnívora te ha elegido para que seas su cena!
Tu única esperanza es enfrentarte a esta planta hambrienta con tu sable de luz.

La habilidad de Shalavaa con esta elegante arma Jedi es 5D+2: Tira cinco dados y añade dos puntos al total.

Protector Jedi (1)


Protector Jedi

Peter Schweighofer



Eres Shalavaa, un Caballero Jedi. No hace mucho tiempo que eres un Jedi; recién acabas de completar tu entrenamiento con el Maestro Ortraag y has comenzado tu primera misión. Durante las últimas semanas has sido el protector Jedi de una colonia periférica de granjeros de judías fenti y pastores de nerfs. Cuando tu mentor te trajo aquí en su antigua nave, te indicó que protegieras el asentamiento y mantuvieras la paz entre los habitantes.

-Tu entrenamiento conmigo ha terminado –dijo-. Ahora comienza tu entrenamiento en la gran galaxia.

Conforme la nave del Maestro Ortraag desaparecía en el cielo, sentiste las primeras punzadas de inseguridad... de estar completamente abandonado a tu suerte.

Las últimas semanas han sido aburridas. Has resuelto unas cuantas disputas menores entre los colonos y has ayudado a recoger un rebaño de nerfs perdido. Te interesa más la emoción y la aventura. Ahora la has encontrado. Uno de los pastores de nerfs desapareció ayer. Sus nerfs fueron encontrados vagando cerca de la entrada de un desfiladero que los colonos creen firmemente que está encantado. Otros pastores y granjeros demasiado curiosos desaparecieron en el pasado cerca del cañón. Te diriges allí inmediatamente para resolver este misterio.

Descubres que el desfiladero está tallado en una elevada meseta cubierta de gruesa vegetación. Dado que las laderas de la meseta son demasiado pronunciadas para escalarlas, encuentras la entrada al desfiladero. Un pequeño arroyo fluye en un hilo de agua por la pendiente rocosa. Frondosas enredaderas con espinas tejen un enmarañado techo sobre tu cabeza, con varias lianas colgando perezosamente por las paredes del desfiladero. No puedes ver mucho más allá en su interior; el follaje superior ahoga la luz del sol. Aquí fuera no ves ninguna señal del pastor de nerfs. Encendiendo tu sable de luz para iluminarte, te adentras con cuidado en el oscuro desfiladero...





1

Continúa por el desfiladero, buscando señales del pastor de nerfs desaparecido. Con una mano, sostienes en alto tu sable de luz, proporcionando la única iluminación aparte de los escasos rayos de luz solar que se filtran por las espesas enredaderas de espino. Usas tu otra mano para mantener el equilibrio mientras trepas por el desfiladero.

Conforme asciendes, se hace más estrecho. Eventualmente, se nivela, y las aguas del arroyo burbujeante se reúnen en varios charcos tranquilos. Agachándote para echar un rápido trago, descubres cerca de ti un pedazo de cuero marrón gastado; has encontrado una de las botas del pastor atrapada en la maleza. No encuentras ningún rastro del colono propiamente dicho. Decides detenerte y buscar más pistas.

Aunque tus sentidos básicos de la vista y del oído revelan poca cosa más, el Maestro Ortraag te enseñó a afinar tus sentidos e incrementar su alcance. Usas el poder Jedi de aumentar los sentidos.



Las estadísticas de personaje de Shalavaa muestran que cada vez que usa un poder de sentido tiene una puntuación de 2D: Para usar el poder de aumentar los sentidos, tira dos dados. Lanza los dos dados y observa lo que obtienes:

lunes, 14 de abril de 2014

La redención del syrox (I)

La redención del syrox

Joe Schreiber


Supongo que hay un recluso como yo en cada prisión de la galaxia; yo soy ese que puede conseguirte lo que quieras. Brillestim, zumo de juri, o tal vez simplemente una hoja de plastifino de los mundos del núcleo, si eso es lo que te apetece. Desde mi llegada aquí he pasado de todo, desde pantuflas de brilloseda hasta alitas de mynock especiadas para un asesino cyblociano del sector meridiano, que quería celebrar su cumpleaños con estilo. Excepto armas y drogas duras, puedo echar mano de prácticamente cualquier clase de contrabando que puedas querer. Así que cuando un nuevo convicto llamado Waleed Nagma se acercó a mí en el comedor y me preguntó si podría conseguirle un bulbo de ajo mocoso anzati, le dije que no habría problemas. Y no los había.

-Eres Zero, ¿verdad?

Levanté la mirada de mi bandeja, tomándome mi tiempo, y le ofrecí una sonrisa tranquila.

-Depende –dije-. ¿Quién lo pregunta?

Examinó por un instante la mano que le tendí antes de tomarla para darle un rápido e intranquilo apretón. Su mano de ocho dedos estaba fría y húmeda. Como la mayor parte de los recién llegados a la Colmena, trataba con todas sus fuerzas de aparentar ser un tipo duro, frío e imponente, y no estaba teniendo éxito. Ya se le podían verse gotas de sudor formándose en el nacimiento del cabello y en el labio superior, y sus ojos parpadeaban muy rápido, mostrando demasiado blanco en los bordes.

-He escuchado que puedes conseguir ciertas cosas –dijo.

-Bueno –le miré y parpadeé, sin dejar de sonreír, la serena imagen de la inocencia-. No estoy seguro de dónde puedes haber escuchado tal rumor. Sólo soy otro feliz habitante de la Colmena.

-Uno de los guardias me habló de ti –dijo Nagma-. Necesito hacer un pedido. –Estaba tan alterado que apenas podía mantenerse en pie, y supuse que a esas alturas debía de haber reconocido las señales de peligro, pero algo acerca de él ya me había intrigado-. Puedo pagar lo que me pidas.

-Tranquilo –dije, indicándole el lugar vacío al otro lado de la mesa-. Primero toma asiento. Si hay algo que tenemos de sobra, es tiempo.

Tras dudar otro instante, Nagma se agachó y dobló su torso desgarbado en el banco frente al mío. Tenía mucho que doblar. Larguirucho y de hombros estrechos, medía casi dos metros de alto, y estaba tan delgado que el uniforme naranja de prisionero le colgaba como la bandera de algún principado derrotado. La pálida cúpula de su alargada cabeza calva estaba surcada por finas venas azules, y cuando se inclinó para susurrarme al oído, pude oler el miedo que emanaba en oleadas de su piel... al menos pensé que era miedo. En aquel momento, no tenía ni idea de lo enfermo que estaba.

-¿Cómo funciona normalmente todo esto? –preguntó, rebuscando en el interior de su uniforme-. ¿Te pago primero, o...?

-Tranquilo, amigo. –Fijé mis ojos en los suyos-. Apenas nos conocemos. Cuéntame tu historia. De dónde eres. Ese tipo de cosas.

Me miró entornando los ojos.

-¿Qué tiene eso que ver con nada?

-Me gusta que me presenten adecuadamente a cualquiera con el que haga negocios –dije-. Así me aseguro de tratar sólo con clientes de la catadura moral más elevada.

-¿La catadura...? –Me miró por un instante, perplejo, y luego dejó escapar una risa nasal. La broma era que todos los convictos presentes en la Sub Colmena Nueve, los quinientos veintidós de nosotros, representábamos la escoria de la galaxia; asesinos, mercenarios y psicópatas de todas las especies y pelajes, desastres genéticos andantes que no dudarían en cortarte el pescuezo por medio crédito, o sin ninguna razón en absoluto. Nuestro único rasgo común era que nadie nos echaría de menos. Motivo por el que nuestra estimada alcaide, Sadiki Blirr, podía dirigir la Colmena tal y como lo hacía, enfrentándonos unos contra otros en combates de gladiadores diarios que ya se habían convertido en una de las operaciones de apuestas más lucrativas de la galaxia.

No ayudaba el hecho de que, a su llegada, a cada recluso se le injertara una carga electrostática microscópica injertada directamente en el corazón. Un pequeño explosivo que podía ser activado por cualquiera de los guardias en cualquier momento, por cualquier razón. Caminar por ahí con una bomba a punto de estallar en el pecho creaba un efecto peculiar en tu perspectiva general... podría decirse que daba a la vida en este lugar cierta cualidad transitoria.

A Nagma no parecía importarle eso en ese momento, y no parecía que tuviera muchas ganas de hablar de trivialidades. Así que renuncié a intentar entablar conversación y suspiré.

-¿Qué estás buscando? –pregunté.

-¿Sabes lo que es el ajo mocoso anzati? –preguntó.

-¿Qué, te refieres al ingrediente de cocina? –Fruncí el ceño-. Creo que lo probé una vez en el puchero de shaak asado. ¿Por qué?

-Necesito un bulbo entero. Tan pronto como sea posible. –Entrelazó los dedos y chasqueó los nudillos, una costumbre nerviosa-. ¿Cuánto tardarás en conseguirlo?

-Si no te importa que lo pregunte –dije-, ¿a qué viene tanta urgencia? ¿Los Reyes de los Huesos planean algún banquete del que no me he enterado?

-Es este lugar –dijo Nagma-. Lo sabes tan bien como yo, Zero. Todo es urgente.

No respondí, pero entendía lo que quería decir. Todos éramos perfectamente conscientes de que el algoritmo de la Colmena podría seleccionarnos a cualquiera de nosotros en cualquier momento. Cuando los muros de la prisión comenzaban a moverse y girar y recolocarse a nuestro alrededor, una celda quedaría emparejada con otra, y sus ocupantes se verían obligados a una lucha en la que sólo podía haber un superviviente. En resumen, nunca sabías cuándo iba a salir tu número.

-¿Para qué lo necesitas? –pregunté.

-Eso es personal –dijo Nagma, pero cuando volvió a levantar la vista y me miró, pude ver que todo su cuerpo estaba temblando y las manchas de sudor ya habían empapado su uniforme, creando dos medias lunas oscuras bajo sus brazos.

Son nervios, pensé.

Estaba equivocado.

viernes, 11 de abril de 2014

Espíritu constante

Espíritu constante
Jennifer Heddle

-Realmente debemos marcharnos, Su Alteza.
La música de baile que estaba interpretando la cautivadoramente atractiva banda de zeltrones de la cantina casi ahogó las palabras de Gorhan, pero incluso su Leia no hubiera sido capaz de escucharle, la expresión solemne de su rostro curtido y bronceado habría bastado para transmitir el mensaje.
La joven senadora Organa volvió a comprobar la hora, y esa persistente sensación en el estómago empeoró.
-Rafe Ballon es uno de nuestros agentes más fiables. –Y un amigo de mi padre, añadió para sí. Tampoco es que eso fuera a conseguirle un tratamiento especial-. Si no está aquí, debe significar que le ha pasado algo. ¿No podemos darle unos minutos más?
Gorhan parecía incómodo por la respuesta que debía dar, pero eso no hizo que estuviera menos resuelto. La determinación con la que comunicaba a Leia las malas noticias incluso cuando sabía que no le iban a gustar era una de las razones por las que ella lo mantenía a su lado. Eso, y el hecho de que prácticamente era del tamaño de un wookiee.
-Me temo que no, Princesa –dijo-. Ya hemos esperado demasiado tiempo. Si alguien la encontrase aquí...
-Lo sé, lo sé –dijo Leia, meneando la cabeza. Se suponía que no debía estar en ese sector en absoluto; el plan de vuelo oficial de su nave sólo reflejaba una visita diplomática a Duro, manteniendo secreta esta escapada al cercano planeta Quellor. Habían aterrizado ahí con nombres y un manifiesto de vuelo falsos. Aún era una novata en estas misiones en solitario, y el plan era permanecer en el planeta el tiempo justo para reunirse con Rafe y recuperar la información táctica que él tenía para ella. Más tiempo que eso era peligroso, especialmente para una agente aún inexperta. Gorhan tenía razón.
Pero eso no significaba que tuviera que gustarle.
-Está bien –dijo, tratando de no sonar como una adolescente malhumorada; aunque realmente lo fuera. Volvió a echarse sobre la cabeza la capucha sujeta a su túnica azul pálido-. Vamos.
Salieron de la cantina y recorrieron las retorcidas calles de Ciudad Quellor en dirección al espaciopuerto, con alerta Gorhan abriendo la marcha, mirando de lado a lado con movimientos pequeños y precisos que contrastaban con su inmensa corpulencia. Había anochecido unos minutos atrás, la oscuridad de la noche tan sólo comenzaba a asentarse en las adornadas torres de los edificios, y el aire templado llevaba el aroma dulzón de las flores katella que eran famosas en esa región. A pesar de la presencia imperial que se cernía en el lugar como una niebla opresiva, era un atardecer precioso, y por un instante Leia deseó poder limitarse a desfrutar de su entorno.
Pero sólo por un instante. No era muy dada a dejarse llevar por sus deseos.
Sus sentidos se pusieron alerta y se dio la vuelta justo cuando una mano agarraba su antebrazo. El bláster de Gorhan ya estaba pegado al rostro del otro hombre cuando ambos se dieron cuenta de que era Rafe, oculto en el portal de lo que parecía un edificio residencial, con el cuello de su chaqueta levantado para ocultar sus rasgos lo máximo posible.
Gorhan farfulló una maldición y bajó su arma.
-¡Rafe! –dijo Leia-. ¿Qué...?
-Princesa. –Los ojos grises de Rafe miraron a uno y otro lado; el hombre bajo y delgado estaba más nervioso de lo que Leia le hubiera visto nunca-. El Moff Toggan me tiene calado. De algún modo ha descubierto que soy yo quien ha estado colándose en sus sistemas. –Sostuvo un cobo de datos en la palma de su mano temblorosa-. Todo lo que he recopilado hasta la fecha está aquí. Planificación de movimiento de tropas, protocolos de seguridad, todo lo que necesitan en este sector. Cójalo y váyanse.
-¿Pero qué hay de usted? –protestó Leia-. Si le atrapan, le matarán.
O algo peor, pensó, con el estómago revuelto.
-Yo ya estoy muerto. –Rafe dijo esas palabras encogiéndose de hombros, pero Leia pudo ver que su esfuerzo por parecer despreocupado había fracasado-. Leia –dijo con más seriedad, y ella tuvo un súbito destello de la imagen de ese hombre discutiendo de estrategias en el despacho de su padre, con su expresión cada vez más sombría con cada copa de brandy-. Siempre he sabido que esta era una posibilidad. Llévese el cubo y no se preocupe por mí.
La mente de Leia daba vueltas, negándose a aceptar lo que le estaba diciendo.
-No sea ridículo. Se viene con nosotros.
-Su Alteza... –comenzaron Rafe y Gorhan a un tiempo. Gorhan miró fijamente al pequeño y delgado Rafe, quien dejó de hablar-. No podemos llevarlo a bordo –continuó Gorhan-. Si saben que está con la Rebelión, y lo relacionan con usted... Es un riesgo demasiado alto.
Leia sabía, al menos en su mente, que su escolta volvía a tener razón. Pero esa vez no se permitió estar de acuerdo con él, mientras Rafe la miraba con muerte en los ojos.
-Lo sé todo sobre los riesgos –dijo, con toda la autoridad de la realeza que pudo convocar en su voz-. Toda mi vida es un riesgo. Y no voy a permitir que muera nadie que no tenga por qué hacerlo. –Miró con gesto tranquilizador al amigo de su padre y repitió-. Se viene con nosotros.
Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Gorhan meneaba la cabeza con reprobación; le ignoró, manteniendo su mirada fija en Rafe.
El espía tragó saliva, y luego suspiró.
-Gracias –susurró-. Pero si hubiera tan sólo un atisbo de que esto va a salir mal...
-¿Qué tal si dejamos de hablar de ello y nos ponemos en marcha? –dijo ella.
Los tres rebeldes comenzaron a andar en dirección al Espíritu Constante, sin que ninguno de ellos advirtiera el aroma de los capullos de katella ni las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo nocturno.

***

A pesar del nerviosismo colectivo de todas las personas a bordo, el Espíritu Constante abandonó el espacio aéreo de Quellor sin dificultad. Sentada en la cabina del carguero ligero compacto con su piloto y su navegante, Leia se permitió tener un destello de esperanza de que abandonarían el planeta tan discretamente como habían llegado.
Pero poco después de que dejaran atrás la atmósfera y pasaran al vacío del espacio, comenzaron a aullar las sirenas de alarma. Tendría que haber sabido que no escaparíamos tan fácilmente, pensó Leia.
-Se acerca una sola corbeta de Aduanas Imperiales –informó la piloto, Minna-. Nos están llamando.
Al menos el moff no había tenido tiempo de enviar más naves tras ellos. Aún.
-Escuchemos lo que tengan que decir –dijo Leia.
Minna asintió, y un instante después una voz entrecortada de hombre llenó la cabina.
-Atención, Espíritu Constante, al habla el capitán Task a bordo de la Cancerbero. Están transportando a un espía conocido. Entréguenlo de inmediato y perdonaremos la vida de su nave.
Sí, claro. Era joven, pero no estúpida.
-Me temo que no sé de qué me está hablando, capitán –dijo Leia, manteniendo la voz tan neutra como pudo. El corazón le golpeaba en el pecho-. Somos comerciantes de brilloseda que fuimos a entregar un cargamento a un cliente leal en la capital.
-Sean quienes sean, están conspirando con la Rebelión –dijo Task. Leia sintió una oleada de alivio al ver que al menos no conocía su identidad. Sus seudónimos debían de haber soportado el análisis-. Entreguen a Rafe Ballon o abriremos fuego contra su nave. Les daré un minuto para que respondan.
La comunicación terminó.
Rafe apareció en la entrada de la cabina.
-Dejad que me entregue –dijo-. No puede permitir que se arriesgue la misión por una persona... por no mencionar el peligro en el que esto la pone a usted.
-Minna, comienza maniobras evasivas –dijo Leia, sin volver la mirada hacia él-. Youk, ¿cuánto falta hasta que podamos saltar a la velocidad de la luz?
El navegante mon calamari consultó sus pantallas.
-Seis minutos, Su Alteza.
Eso eran al menos cinco minutos más de lo que le gustaría.
-¿Gorhan? –dijo por el comunicador.
-En posición, Princesa.
Bien. El Espíritu Constante sólo tenía un cañón, lo mejor para parecer una pacífica nave mercante, pero Gorhan lo exprimiría al máximo.
-Fuego a discreción. Y que todo el mundo se sujete a algo.
-Nunca debí haber subido a bordo –dijo Rafe. Golpeó el mamparo con la palma de una mano en señal de frustración.
-Tal vez prefiera sentarse –le dijo Leia. Apenas habían salido esas palabras de su boca, su estómago dio un vuelco cuando la nave se lanzó en un pronunciado ascenso. Rafe se tambaleó y extendió las manos para evitar golpearse de cabeza con el mamparo opuesto de la cabina.
-Como iba diciendo... –murmuró Leia. La cabeza se le fue hacia atrás cuando la nave volvió a sacudirse, esta vez por un impacto de láser.
Rafe se lanzó al asiento detrás de ella y se abrochó los arneses.
-¿Qué tal vamos? –preguntó Leia a Minna.
-De momento aguantamos, pero no sé cuánto tiempo resistirán bajo su ataque nuestros escudos deflectores. –Como si esas palabras fueran una señal, la nave tembló, presagiando nada bueno. Minna sopló para apartarse un rizo de cabello negro de la cara mientras comprobaba la consola-. Justo lo que me temía: los escudos se agotan rápidamente –dijo con expresión adusta-. Ya están a menos del cincuenta por ciento.
-¿Gorhan? –preguntó Leia.
-Hago lo que puedo –respondió-. Sus escudos parecen estar aguantando mejor de lo esperado.
-Por supuesto –dijo Leia con un hilo de voz-. Youk, ¿cómo van esos cálculos?
-Aún tardarán unos minutos más, Su Alte... –Terminó la frase con un grito cuando otro impacto sacudió la nave-. Mis disculpas.
-No pasa nada, Youk –dijo Leia, tratando de aparentar calma-. Sé que está haciendo lo que puede.
A pesar del tono de su voz, su mente estaba en ebullición. Si esta misión fracasaba, dañaría profundamente no sólo su imagen, sino la de su padre. Estaba decidida a no dejar que eso ocurriera.
Pero después de todo, eso tampoco tendría demasiada importancia si acababa muerta.
-¡Acabo de darles un buen golpe! –exclamó Gorhan-. ¡Aún terminaremos haciéndoles huir!
Leia hizo una mueca. Realmente debían estar en problemas si Gorhan estaba tratando de parecer optimista.
Con el siguiente impacto contra el casco, Minna escupió una maldición.
-Nos hemos quedado sin escudos –ladró-. Estoy haciendo lo que puedo, pero si no pasa pronto algo bueno...
La nave volvió a virar bruscamente mientras la piloto se esforzaba al máximo para seguir esquivando a la nave mayor.
Leia volvió la mirada hacia Rafe pidiendo su consejo, pero el hombre respiraba fuerte y rápido, casi como si estuviera sufriendo un ataque de pánico. Él le devolvió la mirada, y sus ojos grises revelaban su agonía.
-No puedo seguir con esto –dijo. Se soltó los arneses de seguridad y salió corriendo de la cabina.
-¿Adónde va? ¡Rafe! –Leia pensó en ir tras él, pero la nave se sacudió de nuevo y se quedó donde estaba. Tendría que ocuparse de él más tarde.
Otro impacto, y las alarmas comenzaron a aullar.
-Ese impacto se ha llevado el hipermotor –dijo Youk, consternado-. Y ha inhabilitado los compensadores aluviales.
Leia sintió un vacío en el estómago.
-Creo que estamos en problemas. –Se mordió el labio, pensando qué haría su padre en esa situación. Cualquier cosa menos ponerse a sí mismo por delante de lo demás, lo más probable-. Por ahora siga tratando de hacer todo lo que pueda para escapar de ellos, Minna. Y Gorhan, siga acosándoles a disparos.
Y yo trataré de que se me ocurra algo brillante.
-Supongo que ahora veremos si todo lo que pueda hacer es suficiente o no –dijo Minna. Agarraba los mandos con tanta fuerza que la piel marrón de sus nudillos se estaba volviendo blanca. Leia se inclinó para apretar el hombro de la otra mujer.
-Senadora, algo está pasando... Hemos perdido nuestra cápsula de escape –dijo Minna, presa de la confusión-. Se acaba de lanzar por sí misma. Youk, comprueba si es un fallo de funcionamiento.
El mon calamari pulsó unas cuantas teclas.
-No, no parece serlo.
-Rafe –dijo Leia con un jadeo-. Tiene que ser él. ¿Pero qué está haciendo? ¿Entregarse?
Un instante después, la cápsula apareció ante su vista, dirigiéndose directamente hacia la nave imperial –más concretamente, hacia el puente de la Cancerbero-, y mientras esperaban, la cápsula no dio señales de pretender cambiar de curso.
-No puedo creerlo. Va a embestirles –dijo Minna sin aliento.
-¿Puede abrir un canal de comunicaciones con la cápsula? –preguntó Leia.
-Lo intento, pero no responde –le informó Youk.
Leia gimió. ¿Cómo podría explicar eso a su padre?
-Es el plan más descabellado que he visto nunca, pero si funciona, puede que nos salve el pellejo –escuchó decir a Gorhan.
Todo el mundo en la cabina parecía mantener el aliento mientras observaban a la cápsula dirigirse hacia la nave de mayor tamaño. La Cancerbero, probablemente tratando de acabar con su presa más importante, no tomó acciones contra la cápsula hasta que fue demasiado tarde. La nave comenzó a girar y disparó su cañón principal, pero ambos esfuerzos de última hora fracasaron. La cápsula de Rafe dio de lleno en su objetivo, embistiendo el puente en una explosión espectacular.
Un ataúd fúnebre, pensó Leia.
Completamente inhabilitada, la Cancerbero se escoró hacia un lado, con aspecto casi lastimoso mientras flotaba en el espacio como una nave fantasma. Pero sólo había un alma por la que Leia sintiera pesar.
Gorhan apareció en la apertura de la cabina, bloqueando con su mole toda la luz que había tras él.
-Quien quiera que quede a bordo, ahora mismo tendrá que ocuparse con problemas más graves que nosotros. Estamos en deuda con Rafe.
-Sí -dijo Leia con voz ronca. Cerró los ojos, obligándose a no llorar. No podía dejar que su tripulación la viera de ese modo, como una niña pequeña perdida.
Tras un largo instante, Minna se aclaró la garganta.
-¿Cuáles son sus órdenes, senadora?
-Llévenos al planeta no ocupado más cercano –dijo Leia con desgana-. Trataremos de reparar la nave o conseguir otro transporte.
-Sí, Su Alteza.
La tripulación del Espíritu Constante permaneció en silencio durante el resto del viaje.

***

Queriendo darle las noticias en persona, Leia se lo contó a su padre en cuanto regresó a Alderaan. Se sentó en su amplio y cómodo despacho, en el que había pasado tantas horas mientras crecía, y con voz entrecortada le explicó lo ocurrido. Esperaba que Bail Organa se enfadara, o mostrase frustración, pero en lugar de ello sólo pareció triste.
-Lo lamento tanto –dijo Leia, y no era la primera vez que lo decía desde que se había sentado-. No puedo evitar sentir que ha sido culpa mía.
-Rafe conocía los riesgos de su misión –dijo su padre. Estaba de pie frente a la ventana panorámica, dándole la espalda y mirando las onduladas colinas verdes y el brillante lago azul que centelleaban bajo la luz del sol-. Estaba preparado para morir por la Alianza, y lo hizo. Como un héroe. Hay formas peores de morir.
-Pero no tenía por qué hacerlo –dijo Leia, testaruda, haciendo una mueca al advertir lo joven que sonaba incluso a sus propios oídos.
-¿No? –Él se volvió para mirarla-. ¿Qué podría haber ido de otro modo? –preguntó, más suavemente de lo que ella esperaba-. ¿Qué podría haber salvado tanto a los datos que necesitábamos como al resto de tu tripulación?
-No lo sé –dijo ella, inclinando la cabeza-. Pero seguro que habría algo. No pensé lo bastante rápido...
-No puedes salvar a todo el mundo, Leia –dijo Bail. Se sentó junto a ella en el sofá y le tomó la mano entre las suyas-. Tus sentimientos te honran, pero la guerra requiere sacrificio. Un sacrificio que todos debemos estar dispuestos a hacer. –Le apretó la mano-. No puedes salvar a todo el mundo –repitió.
Ella le devolvió el apretón, feliz de que él estuviera ahí, confortándose con la familiar tibieza de su piel. Pero sus palabras le incomodaban.
-Puede que no siempre pueda salvar a todo el mundo –concedió-. Pero eso no significa que no deba intentarlo.
Alzó la barbilla con aire desafiante.
Los ojos oscuros de Bail mostraban sus dudas, pero de todos modos sonrió a su hija.
-No serías tú misma si no lo hicieras –dijo.
Permanecieron sentados juntos hasta que un criado les llamó a cenar, anunciando el final de otro día. Siempre había un mañana.

miércoles, 9 de abril de 2014

El (no tan) gran golpe de Hondo Ohnaka (y IV)


-¿Ha escuchado eso? –preguntó Tarfait-. Hemos salido del hiperespacio.
-Estoy seguro de que es pura rutina –dijo Hondo con un bostezo.
Casi lamentaba que su tiempo con sus compañeros de mesa estuviera a punto de terminar. Había pasado el tercer día sin preocuparse por los tenedores, sin permitir que las rabietas de Pelf alterasen sus nervios, sin diseccionar cada pregunta de Monchan en busca de insultos ocultos. En lugar de eso, había paseado por el Paseo Vista, había echado siestas, había contado historias de Porla el hutt, había cenado y había pedido muchas veces que le rellenaran la copa con brandy vasariano, el cual había resultado ser bastante de su agrado.
Y ahora todo estaba terminando, pensó, comprobando su cronómetro.
Hmm. De hecho, ya debía de haber comenzado a terminar.
Hondo se disculpó y se escabulló a la unidad sanitaria, donde un asistente con la librea del Marinero y aspecto sombrío estaba en su puesto junto al lavabo.
-¿Es que ya no existe el concepto de privacidad? –preguntó Hondo-. ¡Fuera!
-Es mi trabajo –protestó el asistente.
-¡Observa el milagro de los pulgares oponibles! ¡Eso significa que soy capaz de lavar mis propias manos y tomar yo mismo un mentolado cardelliano de la cestita!
Un chip de crédito voló por el aire y apresuró la partida del asistente, y Hondo sacó su comunicador... que aún conservaba un desagradable olorcillo a estómago de perro de pantano.
-¿Goru? ¿Por qué estáis tardando tanto?
-Las minas se han activado según lo planeado, jefe –dijo Goru-. Pero el capitán no nos deja subir a bordo. Creo que no nos cree.
-Si hay algo que no me gusta, es un escéptico. ¿Has seguido el guión?
-Bueno... se perdieron algunas páginas, así que Gwarm y yo improvisamos.
-¿Qué os he dicho acerca de improvisar?
Goru parecía alarmado.
-¡Jefe! ¡Se acercan las fuerzas del sector!
Hondo suspiró.
-Me llevaré a los prisioneros en una cápsula de escape.
-Pero la distracción...
-Oh, vuela un agujero en la nave.

***

Cuando el Marinero se estremeció, Hondo estaba preparado.
-Si eso no es un misil de impacto, yo soy un cachorro de bantha –dijo, terminando su brandy-. Síganme todos. Rápido y en silencio; no queremos que cunda el pánico.
Tarfait se puso en pie. Pelf jadeó y se llevó una mano a la boca. Monchan y Haffa intercambiaron una mirada de preocupación.
-No hay nada que temer, señores; que todo el mundo mantenga la calma mientras investigo –dijo al resto de pasajeros de primera clase, y luego bajó la voz-. Diríjanse a las cápsulas de escape de la escalera de estribor.
Para fastidio de Hondo, Pelf se agarró a su brazo, con los ojos abiertos de terror. Sintiendo su angustia, Higgs y Twiggs comenzaron a aullar.
Hondo pulsó el botón de apertura de la escotilla de la cápsula de escape. En la distancia, escuchó gritos y ruido de pasos.
-¡Señor Tarfait, sígame a la libertad! –dijo, agarrando al estupefacto gotal y lanzándolo al interior de la cápsula-. ¡Monchan! ¡Haffa! ¡Apresúrense!
-¿Eyectarnos en una zona de combate? –preguntó Monchan-. ¿Está usted loco? Yo voy a la sala segura de la Intersección Besh.
-Y yo –dijo Haffa.
-¡No hay tiempo para discutir! –dijo Hondo.
-Estoy de acuerdo –dijo Monchan-. Hasta la vista, Rosada.
-Tiene usted razón; llévese a la señorita Pachoola con usted –dijo Hondo.
-¿Esa lunática chillona? –dijo Monchan por encima de su hombro-. Es problema suyo.
-¡Quiero salir de esta nave! –gemía Pelf-. ¡Las mujeres y los niños primero!
-Pelf, mi tesoro de zafiro... –comenzó a decir Hondo, pero Pelf ya se había lanzado al interior de la cápsula.
Higgs y Twiggs comenzaron a ladrar. Dándose la vuelta, Hondo vio a Turk y Piit haciendo avanzar a empujones a los pasajeros, con las pistolas alzadas. Antes de que Hondo pudiera avisarles, esquivaron a Monchan y Haffa.
-¡No! ¡Detened a esos dos! –exclamó Hondo.
-¡No hay tiempo, jefe! –respondió Turk-. ¡El capitán ha repartido armas! Y la Patrulla del Sector acaba de salir del hiperespacio. ¡Corramos!
Turk y Piit pasaron junto a él y entraron en la ahora abarrotada cápsula de escape. Ceñudo, Hondo les siguió. Fume, con ojos salvajes, permaneció en el pasillo con Higgs y Twiggs.
-¡Pelf! –exclamó Hondo-. ¡Quédate con tu padre!
-¡NO! ¡PAPI! ¡NO ME DEJES!
-¡Dejadme salir! –se quejó Tarfait.
-¡Turk! –gritó Hondo-. ¡Pulsa el botón de eyección!
Un Fume frenético se abrió paso al interior de la cápsula. Hondo trató de empujarlo de nuevo al pasillo, sólo para conseguir que Higgs y Twiggs le tiraran al suelo y le impidieran levantarse, comenzando a lamerle la cara.
-Turk, pulsa el botón de eyección –dijo Hondo con un suspiro, activando su comunicador.
La cápsula salió despedida del Marinero de Salin, y luego comenzó a dar tumbos.
-¡Lo hemos conseguido! –exclamó Pelf con un chirrido estridente-. ¡Espero que Higgsie y Twiggsie no se mareen!
-Oh, no –dijo Hondo.

***

Hondo y Turk observaban cómo el carguero desaparecía en el cielo sobre Florrum. El capitán que había entregado el brandy vasariano había protestado poderosamente cuando se le ordenó que se llevase a Fume, Pelf y dos perros de pantano además de Tarfait, pero una impresionante cantidad de armas apuntando en su dirección habían detenido sus quejas.
-¿Cuántos créditos hemos pagado y cuánto tiempo hemos perdido a cambio de ocho cajas de grog? -preguntó Turk con disgusto.
-Bath... las matemáticas son para escolares y contables, no para aguerridos piratas como nosotros –dijo Hondo.
-El novio de la chica dijo que podíamos quedárnosla. El viejo dijo que preferiría morir antes que pagarnos. Los perros de pantano comían diez kilos de comida al día. Y el gotal mintió acerca de que tenía dinero.
-Eh, era bastante rico como para conseguirnos ocho cajas de grog –dijo Hondo-. Y además pudimos conseguir al señor Pachoola de que nos dejase este excelente abrigo.
-Me olvidaba de tus lujosas ropas –bufó Turk-. Supongo que entonces es un triunfo, después de todo.
-La diferencia entre tú y yo, Turk, es que yo soy un incansable optimista –dijo Hondo-. Hoy, Florrum... y este abrigo, y este grog. Mañana, ¡las estrellas!
-Eres un optimista porque no has tenido que trabajar en el servicio de limpieza. Ni limpiar vómito de perro de pantano.
-Trata de no vivir en el pasado, Turk –dijo Hondo-. No es bueno para el ánimo.