viernes, 31 de enero de 2014

Caza justa (I)

Caza justa
Daniel Wallace

-Seis metros de músculos, dientes, y veneno.
Tyro Viveca, el krish más rico de la galaxia, levantó su vaso y bebió un largo sorbo de brandy dun.
-Reflejos ultra-rápidos y una vena de maldad tan grande como la Corriente Cron. Diría que se encuentra usted mirando al depredador más eficiente de la historia.
Sonrió maliciosamente a su visitante.
-Mi taxidermista acabó de disecarlo esta mañana.
El invitado del alienígena se adelantó educadamente y se inclinó para examinar el espécimen: un tubo de carne de color gris verdoso, con el repulsivo aspecto de un hipotético cruce entre una serpiente y una anguila, enrollado en una base de madera pulida. Su cabeza, congelada en mitad de un ataque, era una masa de brillantes pinchos blancos.
-Impresionante -dijo el hombre, levantando las cejas con curiosidad mientras se volvía hacia su radiante anfitrión-. ¿Los lamproides florn no son seres racionales?
-Sin lugar a dudas. Aunque carecen de la cultura y el arte que usted y yo damos por sentado, tienen cerebro para resolver rompecabezas diabólicamente complejos. Eso es lo que hace que cazarlos sea tan emocionante.
Viveca se acercó a la mesa lateral y sacó el tapón de cristal de un pesado decantador de cristal tallado.
-¿Más coñac?
El visitante rechazó la invitación con un gesto de la mano y se acomodó en un sillón; el cuero rechinó y los cojines emitieron una especie de suspiro. Sus brillantes ojos escanearon su entorno por enésima vez. La habitación era un octógono cerrado con pilares en las esquinas y paredes oscuras adornadas con oro. Un par de lámparas holográficas proporcionaban una tenue iluminación, pero podía distinguir claramente las cabezas cortadas de un centenar de diversas criaturas, cada una montada en una placa barnizada en la que podía leerse la especies de la desdichada bestia, su peso, su planeta de origen, y la fecha de su muerte. Siete alcobas albergaban depredadores a tamaño real, dispuestos en poses temibles; en la octava se encontraban las armas de fuego más raras de Viveca y su colección de pipas de agua antiguas.
La habitación entera apestaba a tabac y a pieles disecadas.
-Ese es el macho, ¿sabe?
Viveca sostuvo su vaso medio lleno sobre las puntas de sus dedos provistos de escamas, haciendo girar perezosamente el líquido. Su invitado miró inquisitivamente.
-El lamproide -explicó Viveca-. Maté y disequé al macho. Sedé y capturé a su compañera, y la tengo encerrada en mis tierras para cazarla más tarde. Tal vez le apetecería acompañarme.
-Tal vez -respondió el visitante, apoyando sus pies calzados con botas sobre una otomana de lana de bantha-. Pero creo que antes tenemos negocios que atender.
-En efecto -comentó el orondo krish-. Rara vez recibo solicitantes a los que no he invitado, porque la mayoría de los seres se dan cuenta de que mi tiempo es de inmenso valor. Usted afirma tener algo que mostrarme. Será mejor que merezca la pena.
-No se preocupe -aseguró el estafador Cecil Noone, deslizando una caja metálica acanalada desde el costado de su silla y mostrando la sonrisa más encantadora de su arsenal-. No quedará decepcionado.

***

Los cielos de Kabal se abrieron por tercera vez esa mañana. Kels Turkhorn gruñó y resistió el impulso de correr a toda velocidad bajo el toldo de la tienda del comerciante más próximo. Los locales se tomaban con calma los aguaceros repentinos, y Kels no quería que se notara que era una extranjera. Gruesas gotas de lluvia salpicaron en su nariz, aplastaron su cabello de color blanquecino, y resbalaron por su nuca.
El concurrido mercado tenía el olor caliente del sudor y el sabor salado de la brisa costera. Consciente de la cercanía de cuerpos desconocidos, Kels agarró su bolsa de suministros con ambas manos. Incluso a una carterista profesional podían pagarle a veces con su propia moneda.
El empapado bazar era uno de los pocos lugares de interés público en Empalizada, una pequeña comunidad costera en la mayor de las islas ecuatoriales de Kabal. Hacía menos de un año, el planeta había sido disciplinado por un ala de bombarderos TIE imperiales por declarar su neutralidad en la Guerra Civil Galáctica. Pero el daño se había limitado a la ciudad capital de Kabal, a medio hemisferio de distancia. Los residentes de Empalizada continuaron llevando sus vidas tranquilas e industriosas centradas en la pesca y en un modesto comercio turístico.
Una explosiva carcajada burlona llamó la atención de Kels.
Más abajo en el bulevar se encontraba el puesto de otro comerciante, éste con un toldo gris sucio en lugar de las rayas rosas y blancas que cubrían el bazar con incongruente alegría.
Partes de naves, electrodomésticos estropeados, sandalias de plástico, y otros trastos diversos yacían apilados en el expositor principal del puesto. La propietaria, una squib con el pelaje manchado de grasa y una oreja cortada, se inclinaba fuera del puesto y sacudía de forma amenazadora su puño.
-¿Esto cable nuevo, dices? -chilló la squib-. ¡No creo, digo yo! ¡Esto basura!
Arrojó una pequeña bobina de hilo de oro de nuevo a su cliente y se cruzó de brazos con presumida satisfacción.
-¿Tú trueque con eso? ¡Tú loco!
Kels vio el blanco de los abusos de la squib y cerró los ojos con dolor resignado.
-Dawson -murmuró, y se movió rápidamente a través del gentío al rescate de su compatriota.
Dawson apenas medía una cabeza más la diminuta squib. Era un tynnan, y sus ancestros mamíferos acuáticos se hacían evidentes en sus patas palmeadas y su elegante pelaje marrón. Dawson intentó decir algo, pero un nuevo chorro de invectivas le interrumpió.
-¡Eso basura! -chilló la squib-. ¡Tú basura! ¡Tú cara fea! ¡Tus dientes parecen dos grandes placas de cubierta!
Dos alienígenas altos de cabello rojo que estaban parados cerca para observar la conversación estallaron en risas y miraron al tynnan para ver si las burlas desencadenaban alguna reacción.
Kels llegó junto a Dawson y colocó una mano sobre su hombro.
Él miró hacia ella a través de las lentes de su magnificador ocular.
-¡Kels! -gritó en señal de bienvenida-. Sólo estoy realizando una negociación un poco delicada.
-Ya -dijo ella con aire dudoso, mirando la esfera de plástico blanco de veinte centímetros que se mantenía en equilibrio en la palma derecha de Dawson-. ¿Qué clase de equipo es ese?
-¿Has oído hablar de un Quay? -preguntó.
-Es un artículo de regalo. Un “pronosticador preprogramado”. Le haces una pregunta, y te suelta una de entre varias respuestas almacenadas.
Dawson estaba animado, visiblemente emocionado por su descubrimiento.
Gotas de lluvia caían de sus temblorosos bigotes.
-Ya he contado tres.
-¿Es un juguete? -rio Kels, con fastidio-. ¿Estás regateando por esa pequeñez?
-¡Pequeña, sí! -cacareó la squib-. ¡Como tu cerebro!
Los dos alienígenas altos volvieron a reír, sacudiendo sus crines hirsutas y rociando las inmediaciones con el agua de lluvia que salía despedida.
Kels se volvió hacia la Squib, molesta.
-¿Siempre tratas así a tus clientes? -le espetó.
-¿Cliente? ¡Ja! Eso nuevo para mí. Tú no comprando, tú no cliente.
La squib sonrió a sus espectadores, que respondieron con carcajadas apreciativas.
-Déjame ver eso -dijo Kels a Dawson.
Tomó la esfera de las patas del tynnan y la sacudió.
-LOS ESPÍRITUS DICEN QUE SÍ -tronó el Quay.
Kels dio dos pasos hacia atrás como si estuviera asustada, lo que la llevó hasta el extremo de la mesa de exhibición.
-Esto es una estupidez -dijo Kels con petulancia, agarrando el Quay con ambas manos y empujándolo lejos de su cuerpo como si fuera una serpiente venenosa-. No lo quiero.
De repente lanzó el Quay al aire, un alto y pronunciado arco. Los ojos de los demás miraron al cielo para seguir su trayectoria. Kels bajó los brazos y cada una de sus manos se cerró alrededor de un acoplamiento de energía, tomándolos de un montón de la mesa. Para cuando el juguete aterrizó en las patas de la squib, los acoplamientos ya estaban ocultos en la faja de la cintura de Kels.
-¡Mira qué has hecho! -gritó la squib, mientras Kels giraba sobre sus talones y se alejaba-. ¡Seguro que roto! ¡Tú torpe! –la squib miró a Dawson, enseñando los dientes amenazadoramente, y luego bajó la mirada al Quay-. ¿Tú roto? -preguntó, agitando el juguete.
-MI RESPUESTA ES NO.
La squib, complacida con su broma, miró a los altos alienígenas, que echaron la cabeza hacia atrás y aullaron como si acabaran de presenciar la cosa más divertida de toda la galaxia. Dawson se excusó y trotó detrás de Kels.
-¡Espera! -gritó, luchando por alcanzarla con sus piernas regordetas. Ella miró hacia atrás y aminoró el paso. Dawson llegó junto a ella, chapoteando en un charco y lanzando un chorro de gotas de barro. Kels apartó la mirada de la costa brumosa hacia una lejana elevación de tierra verde en el interior de la isla.
-Me pregunto si Noone está teniendo suerte.
Recientemente, Noone, Kels, Dawson, y la cyborg sluissi Sonax habían anotado finalmente un tanto en su carrera como ladrones, apoderándose de una pistola de mando hapana de un valor incalculable. En el proceso, habían traicionado a su antiguo empleador hutt, matado a un señor del crimen bimm, y habían añadido sal a la herida robando el yate de lujo privado del difunto bimm. Noone, su líder, había pedido a sus subordinados que tuvieran paciencia. Una vez que la venta de la pistola les proporcionase una fortuna, nunca más tendrían que preocuparse por señores del crimen con vendettas ardientes. Pero semanas más tarde todavía estaban esperando, y la paciencia comenzaba a escasear.
La reunión con la Alianza Rebelde había sido una broma. A pesar de la rumoreada victoria de los rebeldes en un agujero perdido en el Borde Exterior llamado Yavin, los auto-proclamados abanderados de la justicia apenas podían juntar dos monedas. El caradura del agente de la Alianza les había ofrecido menos de una décima parte del precio de venta de Noone.
El Imperio fue aún peor. Sonax despreciaba a los imperiales por su experiencia personal, así que los demás habían tenido que asegurarle que simplemente estaban arreglando una cita con un sindicato del crimen local. Mientras tanto, Noone salió a negociar con el cónsul general imperial de Kothlis. Pero el cónsul general Halsek había intentado su propia traición, y tuvieron que salir a escape del puerto perseguidos por 24 soldados de asalto y una legión de milicia planetaria.
Razón por la cual habían terminado aquí, en Empalizada. La modesta isla estaba dominada por la vasta finca de Tyro Viveca, un descomunal hombre de negocios krish con una legendaria reputación de excentricidades. Más importante aún, sentía pasión por la caza deportiva, y en el pasado había pagado sumas obscenas por armamento raro, antiguo, o de vanguardia. Ahora que habían llegado, Kels se preguntó por qué no habían intentado esta vía antes. Si realmente quieres subir el precio de algo, pensó con una sonrisa cruel, véndelo como una "pieza de colección".
Entraron en la plaza de los peces de sal, con su suelo de piedra resbaladizo por las escamas y las vísceras. Se oía el retumbar del trueno desde el mar. La lluvia aumentó su ritmo de staccato, restallando ruidosamente contra los toldos de las pescaderías. Kels se apartó la lluvia de los ojos con la palma de la mano, pero Dawson parecía estar disfrutando de la ducha.
-Hey, Kels -dijo Dawson-. Por aquí se va a las pistas de aterrizaje. Dijiste que necesitábamos acopladores de energía.
Kels se dio unas palmaditas en la cintura.
-Los tengo. -Como Dawson aún parecía perplejo, se apartó el paño para revelar parcialmente uno de ellos-. Los afané de la tienda de la squib.
La cara de Dawson se iluminó.
-¿Tienes el Quay?
-¿Qué? -Kels frunció el ceño.
-El Quay. ¿Lo tomaste?
-¿Estás loco? Por supuesto que no. Tú estabas allí. Además, ¿por qué habría de hacerlo?
Los hombros de Dawson se desplomaron con tristeza repentina y Kels puso los ojos en blanco. Dawson tenía una tendencia infantil a fijarse en trivialidades, para abandonarlas después sin previo aviso. Volvió a mirar a través de la bruma de la lluvia en dirección al mercado de los comerciantes, con una patética expresión de cachorro perdido en su rostro.
Kels rio y negó con la cabeza.
-Ni se te ocurra pensar en ello.

***

-Una pistola de mando –susurró con asombro Tyro Viveca-. Una auténtica revuelve-cerebros hapana en funcionamiento.
-Veo que es usted un hombre que conoce sus armas -comentó Noone-. Pero en la mayoría de relatos de testigos oculares, las pistolas de mando son pistolas de mano. Esto, como se puede ver, es un rifle de tamaño completo.
 Síii... -dijo Viveca, levantando el arma de fuego y mirando por el visor del arma a lo largo del cañón. Giró el torso, apuntó a la cabeza disecada de un krak'jya bothano, y tensó el dedo índice, sin llegar a presionar el disparador completamente-. Boom -susurró, y se rio. Abruptamente, levantó la cabeza y recuperó la compostura profesional-. ¿A qué se debe eso?
Noone quedó sorprendido por la extraña muestra de comportamiento del krish, pero no lo demostró.
-Mis colegas han determinado que el rifle es un prototipo único en su especie del Gremio de Armamento Charubah, y que posee el doble de la potencia persuasiva de su producto original. -Eso era sólo un poco menos que una mentira total. Lo del prototipo había sido la mejor conjetura por parte de Kels, y sin una pistola hapana con la que comparar el rifle, la afirmación de la doble potencia era una estafa descarada-. Por supuesto, puede probarla sobre el terreno si lo desea.
-Gracias. Lo haré. ¡Rutt!
En respuesta al bramido de su amo, el criado houk de Viveca apareció servilmente por la puerta. Se quedó expectante en la pared del fondo, con sus ojos porcinos abatidos y sus fornidas manos cruzadas sobre el estómago. Viveca soltó un bufido divertido por su nariz plana.
-Quédate quieto, Rutt. Esto no te dolerá nada.
La sala estalló en un infierno de chisporroteantes relámpagos azules. Zarcillos de electricidad se arrastraron por el cuerpo del houk y se disiparon en ondas pulsantes desde sus manos y pies. Rutt se convulsionó una, dos veces, y luego asumió una posición ausente, con los ojos inexpresivos y las extremidades colgando sin fuerzas a los costados. Si no se hubiera mantenido en posición vertical, Noone habría jurado que estaba muerto. Los ojos de Viveca se estrecharon de placer.
-Rutt... ¡arrodíllate!
El houk cayó de rodillas con un rotundo golpe seco.
-Rutt... ¡túmbate!
El houk cayó hacia delante y golpeó el suelo de madera con su rostro. Noone hizo una mueca.
-Rutt... ¡aúlla!
El houk colocó ambos brazos bajo de cuerpo, echó la cabeza hacia atrás y aulló más fuerte que una jauría de canoides corellianos. Noone arrugó la nariz con desagrado y se tragó un buen trago de brandy dun.
Viveca se rio a carcajadas y bajó la pistola de mando.
-¡Espléndido! ¿Cuánto tiempo dura el trance?
Noone tuvo problemas para hacerse oír por encima de los estrangulados aullidos del sirviente.
-¿En él? No más de cuarenta minutos. Un ser humano se mantendría sometido al menos durante una hora, un ugnaught durante dos o tres.
Eso, al menos, era totalmente cierto. Durante la primera semana que poseyeron el rifle, lo habían probado en una amplia variedad de objetivos incautos con resultados impresionantes.
Viveca gruñó con satisfacción.
-Rutt... ¡detente!
El houk se detuvo a mitad de un grito, aunque el eco siguió reverberando a lo largo de las paredes de color vino.
-Vamos a ir al grano, tú y yo ¿Cuánto pides?
Noone miró al krish a los ojos.
-Millón y medio -respondió con frialdad-. Pero en honor a su excepcional reputación aceptaré un coma tres en créditos contantes y sonantes.
Para sorpresa de Noone, Viveca ni siquiera parpadeó. En cambio, sus ojos se endurecieron y su voz adquirió una consistencia de duracero templado.
-Ahora permítame que le haga una oferta -dijo entre dientes con un susurro amenazante-. Me voy a quedar con su pistola. Le daré cero créditos, contantes, sonantes, o de cualquier otro tipo. Y si me siento caritativo puede que incluso le dé una oportunidad de salvar su insignificante pellejo.
El aguardiente se fue por el conducto equivocado. Noone tosió violentamente y se golpeó el pecho con el puño.
-¿Perdón? –dijo entre toses.
-Y usted aceptará mi oferta porque es Cecil Noone, líder de una banda aficionada de ladrones de poca monta que robaron este artículo a un señor del crimen con muchos contactos. Aceptará porque tanto Guttu el hutt como los herederos de Ritinki han puesto precio a su cabeza. Aceptará porque no tiene otra opción.
La sangre pareció abandonar el cuerpo de Noone y acumularse en las plantas de sus pies. Su boca se esforzó para generar una réplica y fracasó.
-¿De verdad pensaba -continuó Viveca- que podía aparece en mi sala de audiencias bajo un nombre falso y tratar de venderme el único prototipo conocido de la variante del rifle de los hapanos? O bien subestima enormemente su propia notoriedad, o cree que tengo el cerebro de un gusano de grava. Es usted muy famoso, Sr. Noone, al menos entre aquellos que mantienen un ojo en los actores secundarios de la delincuencia organizada. Y la fama tiene su precio.
Noone había recuperado su ingenio.
-Tiene razón, Viveca –confesó-, me tiene calado. La pistola, es toda suya. Pero usted sabe que le soy de más utilidad vivo, de más maneras que las que podría contar. No pierde nada por...
-Mi oferta -le interrumpió el krish-, mi única oferta, es esta. Voy a dejar que salga de mi mansión con sus ropas encima y sus chismes en sus bolsillos. Si consigue llegar al límite de mis cotos de caza, es libre de ir a su nave y dejar Kabal para siempre. Pero soy un rastreador experimentado y un excelente tirador. Rara vez fallo mi objetivo... ciertamente no con uno tan tonto e ingenuo como usted.
¡Ingenuo! Pensó Noone. Él sí que sabe cómo meterse bajo mi piel.
-Esto no es serio -dijo en voz alta, alzando la voz con ira real-. Está proponiendo cazarme como un quivry de doce puntos por pura diversión.
-Oh, pero sí que hablo en serio, Sr. Noone. -Viveca parecía encantado-. Mortalmente en serio. Pronto lo descubrirá...
-No, Viveca, ha entendido lo que quería decir. He dicho que esto no es serio. ¿Cree que esto es una idea novedosa? Un chiflado excesivamente adinerado prepara un asesinato y lo llama deporte. Lo he visto hacer un centenar de veces en holo-thrillers cutres.
Los labios del krish se entreabrieron en una mueca de enojado desprecio, revelando filas entrelazadas de dagas nacaradas.
-Espero que estuviera tomando notas –escupió-. ¡Rutt!
El houk se agitó desde su posición boca abajo en el suelo y se colocó de pie junto a su amo. Viveca señaló a Noone con la cabeza.
-Agárralo por el cuello.
Avanzando como un zombi hacia la posición de Noone, el alto alienígena agarró el cuello de la camisa de Noone con una de sus gigantescas pinzas de carne. La tela se estiró, la costura se rasgó, y el comunicador de emergencia oculto quedó aplastado hecho polvo.
-No podrá llamar a nadie. Está totalmente solo. Por lo menos intente resultar una caza entretenida.
Viveca se echó hacia atrás y observó cuidadosamente el rostro de Noone.
-Para confirmar su muerte, Guttu querrá su cabeza. Los herederos de Ritinki se conformarán con los brazos para las huellas dactilares y patrones de los poros. Esas piernas servirán de alimento a mi nashtah. Su torso... bueno, eso probablemente quedará vaporizado con el primer disparo de mi Kell Mark II. Lo siento muchísimo, Sr. Noone, pero solo los mejores ejemplares se mantienen intactos para mi sala de trofeos.
El tiempo se acaba, pensó Noone. Si voy a hacer algún movimiento, tiene que ser ahora.
-¡Rutt! -gritó Noone, señalando con el dedo a Viveca-. ¡Mátalo!
Todavía bajo la influencia de la pistola de mando, el criado houk se abalanzó sobre su amo con un rugido salvaje; al mismo tiempo, Noone saltó sobre un diván y se precipitó hacia el expositor de pared de las armas de época. Con una flexible agilidad que desmentía su corpulencia, Viveca dio un paso apartándose del camino de Rutt, permitiendo que el ligero movimiento añadiera impulso al giro repentino de la parte superior de su cuerpo y a la fuerza de sus largos brazos al golpear. Con un gruñido, golpeó con la culata del rifle hapano justo en el nodo nervioso en la base del cráneo de Rutt. El enorme houk se desplomó como un húmedo saco de forraje de bantha.
Noone llegó al expositor, se apoderó de algo parecido a una ballesta, y se volvió para apuntar a Viveca. Entonces se dio cuenta de dos cosas: El krish ya lo tenía cubierto, y la ballesta no estaba cargada.
-Tal vez esto sea agradable después de todo -dijo Viveca con una sonrisa-. Le sugiero que empiece a correr.

***

Empapada en sudor, Kels desapareció en la sombra del yate de lujo formidablemente armado atracado en la Plataforma de Atraque P13. Cuando robaron la nave a un gánster, se la conocía como el Viento Asaari. En el mes que había transcurrido desde entonces, había pasado rápidamente por los nombres de Jeroglífico, Cazacolas y Sueño de Voona II. Actualmente el transpondedor lo identificaba como el yate de recreo Forma Espiral.
Kels subió a toda prisa por la rampa de entrada y dejó caer una mochila de su hombro. Una mirada a las nubes hinchadas le aseguró que otra ducha era inminente, y pulsó rápidamente el código clave del día en el control de la cerradura de la compuerta de acceso. La cerradura se quedó pensando un momento, aceptó los nuevos números, y abrió el portal con un gemido hidráulico.
Una ola de aire frío y seco bañó su rostro al entrar, pero hizo una mueca ante un olor tenaz que recordaba a queso de cabra medio podrido. A pesar de varios días de reciclaje de oxígeno, habían sido incapaces de eliminar los últimos restos de la peculiar atmósfera de Kothlis del suministro de aire de la cabina principal. Kels se acercó a la pared del fondo y activó a plena potencia los ventiladores.
Sonax levantó la vista de su lugar en la estación técnica.
-¿Por qué hasss tardado tanto? -dijo entre dientes por encima del rugido de los ventiladores. Era una sluissi y poseía una sinuosa cola serpentina en lugar de piernas. Su diadema cyborg BioTech AY6 también la convertía en una pirata informática competente-. ¿Y dónde essstá Dawssson?
-Yo también me alegro de verte, solete -bromeó Kels, dejándose caer en un asiento de aceleración-. Oye, ¿tienes algún otro estado, además de “irritada y molesta”?
-Mira quién habla -murmuró Sonax mientras se deslizaba hacia la pared y volvía a poner la velocidad de los ventiladores en su configuración original-. Tenemosss un problema.
La escotilla zumbó al abrirse una vez más y Dawson caminó hacia la cabina, jadeando.
-¡Aj! -exclamó mientras olfateaba el aire con su nariz negra y húmeda-. ¿Aún no nos hemos deshecho de eso?
-¿Por qué te has retrasado? -preguntó Kels-. Creía que estabas justo detrás de mí.
Dawson hizo una pausa.
-Cogí una bolsa de pajitas maraffa. -Buscó a tientas a través de una bolsa de lona y sacó un montón de palitos envasados en una bolsa de papel manchada de aceite-. ¿Ves? -declaró, sosteniendo el paquete blanco para que lo inspeccionase. Soltó una de las finas pajitas mientras cruzaba la habitación y subía los ventiladores al máximo. Sonax levantó ambas manos con irritación.
-Essscuchad, losss dosss –anunció-. Noone debía haber contactado hace treinta minutosss. Sssegún mi receptor, sssu comunicador no sssólo essstá inactivo; ha sssido dessstruido.
-¿Destruido? -repitió Kels, alarmada.
-Asssí esss. Aunque no creo que esssté muerto. Estoy monitorizando las emisssionesss electromagnéticasss de la finca. Viveca ha activado sssusss cotosss de caza y ha colocado lasss defensssasss perimetralesss en modo de essspera. Sssossspecho que el trato sssalió mal y Noone tomó la pobre decisssión de essscapar a pie. Sssi sssigue vivo, no ssserá por mucho tiempo.
Kels maldijo.
-Qué estúpido. Andando por el bosque con un famoso cazador tratando de derribarle. Será mejor que Noone aún tenga la pistola, o no valdrá la pena intentar un rescate.
Dawson, apoyado contra el mamparo, parecía estar sumido en sus pensamientos.
-Esto es lo que debemos hacer -sugirió, mordiendo la punta de la pajita maraffa con sus largos incisivos y succionando una porción de la pegajosa savia naranja-. Activar las armas y colocar la nave en altura, estacionando justo sobre la mansión...
-Negativo -interrumpió Sonax-. Viveca esss un paranoico. Lasss “defensssasss perimetralesss” que he mencionado ssse componen de dosss turbolasssersss automatizadosss y un essscudo de energía miniaturizado. Sssi hacemosss algo, tiene que ssser sssigilossso.
Kels cerró los ojos y suspiró con los dientes apretados.
-Bueno, eso es lo que mejor sabemos hacer los ladrones.

***

Noone atravesó una maraña de zarzas, con las ramas húmedas golpeándole la cara. Una empinada cuesta se alzaba entre los helechos; juzgó mal el equilibrio y se deslizó hasta la mitad de la orilla fangosa antes de frenar su caída contra el grueso tronco de un árbol arboray. Sacudido, descansó por un momento, respirando agitadamente, con la cabeza entre las rodillas.
La propiedad de Viveca estaba dividida en zonas de terreno diferenciadas. Al salir de la finca Noone había atravesado un tramo interminable de pastizales antes de alcanzar la relativa cobertura de este bosque caducifolio. Su camino hasta ahora era aproximadamente una línea recta desde la mansión hasta el borde más cercano de los cotos de caza, una longitud que había estudiado en un mapa público la noche anterior y estimaba en quince kilómetros.
Estaba garantizado que la distancia más corta sería la distancia más peligrosa, y sin duda sería el primer lugar donde Viveca iría a buscarlo. Pero Noone sabía cuándo estaba jugando con cartas marcadas. No iba a jugar al escondite en el propio terreno del enemigo, y además, si el krish estaba de camino...
Tal vez podría barajar sus propias cartas.
Noone no había mentido antes en la sala de juego; había visto esta situación antes, en innumerables variaciones desde holofilmes baratos hasta dramas rodianos bellamente operísticos. Y en todas las versiones, se tranquilizó, el perseguido conseguía volver las tornas contra su perseguidor.
Bueno, recordó Noone tragando saliva, en las obras rodianas no...
Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Puede que Viveca poseyera los mejores y más grandes blasters que el dinero podía comprar, pero Noone apostaba a que esas tonterías de "avezado rastreador" habían sido mitad farol y mitad bravuconería. De hecho, pensó riéndose entre dientes, cuando las cartas estuvieran mal dadas, el Krish probablemente tendría las habilidades de supervivencia de un excursionista adolescente. Con renovada confianza, Noone sacó su multiherramienta -el único elemento útil que le quedaba - y dobló la firme rama verde de un árbol, probando su elasticidad y tensión.
Nunca he hecho esto antes, pero no puede ser tan difícil, ¿verdad? Buscó entre la maleza aplastada alguna rama caída y desenterró un sólido nudo de madera dura, muerto pero no podrido. Pulsando el interruptor que activaba el vibro-borde en la hoja principal de la multiherramienta, dividió el nudo en seis pedazos de aproximadamente el mismo tamaño. Tomando el primer segmento, le talló una punta afilada.
La multiherramienta hizo brevemente la tarea en cuestión, y Noone comenzó a atar cada pincho al extremo de la rama con fibrosos tallos de hierba cordel. ¡Ingenuo, me dijo! Voy a meterle seis trozos de ingenuidad afilada en su gordo gaznate.
La pendiente embarrada sería perfecta; Viveca estaría mirando sus pies y no se daría cuenta de la trampa hasta que fuera demasiado tarde. Noone aseguró el último pincho con un doble nudo. Inspeccionando la zona con un suspiro de satisfacción, enrolló un trozo de hierba cordel alrededor de su brazo derecho, agarró la rama de un árbol tachonada de pinchos, y la dobló apartándola de la colina en un ángulo de casi noventa grados. Sujetando la temblorosa rama con la mano izquierda, trató de hacer que la hierba cordel cayera de su bíceps y fracasó. Cambiando de táctica, agarró la corteza áspera con su mano derecha, cogió la cuerda con la izquierda... y fue derribado de espaldas cuando la rama pegó un latigazo hacia adelante, rebotó sobre su hombro, y desapareció detrás de él con un grito de aire desgarrado.
Tendido en el terraplén, Noone parpadeó mirando estúpidamente el cielo gris moteado. Esto no es bueno. Luchando por sentarse, miró atrás para descubrir que la rama estaba rota, colgando lánguidamente de unas pocas fibras retorcidas. Tres de los seis pinchos habían desaparecido. ¡Maldita sea! ¡No tengo tiempo para hacer otra!
Entonces notó la sangre.
Los tres pinchos que faltaban no habían ido muy lejos en absoluto; estaban firmemente clavados en su hombro izquierdo. Esto, pensó Noone, apretando los dientes, esto es mucho peor. Con un grito de agonía audible a través de sus labios cerrados, se arrancó las púas y se puso en pie tambaleándose débilmente. Muy bien, leñador principante, acabas de desperdiciar tu única oportunidad. Apretando su mano derecha sobre la herida para detener el oscuro flujo, Noone corrió hacia los árboles cada vez más frondosos.

***

¡BRZZZZZT! Kels golpeó su comunicador contra el marco de metal duro de la tableta de datos con igual cantidad de frustración y desesperación.
-Inténtalo de nuevo, Sonax.
A través del silbido y el chisporroteo de su sistema de captación de audio estropeado llegó una débil voz lejana:
-Sssí, ahora misssmo...
Kels frunció los labios.
-Ahora sería un buen momento para evitar las palabras sibilantes. Casi no puedo distinguir tus palabras de la estática. ¡Dawson! -llamó por encima del hombro-. Ponlo en marcha, ¿quieres?
El tynnan trotó para unirse a ella, con dos abultados bolsos de lona colgados al cuello y un bláster de bolsillo atado a su pierna. Kels había insistido en que llevara un arma para su incursión en el terreno de Viveca, a pesar de que la maestría de Dawson con artefactos mortíferos se limitaba a explosivos que contuvieran compuestos químicos impronunciables.
La bota de Kels se hundió en un charco de barro poco profundo y tiró para liberarla con un gorgoteo de succión húmeda. Habían elegido el tramo más corto del terreno -quince klicks desde el borde hasta la mansión- pero la zona exterior era un terreno empapado, salobre, de pantanos apestosos y pútridos. Su mano abrió un camino a través de una barricada de telaraña tendida entre dos árboles raquíticos y una oscura sombra se escurrió fuera de la vista. Las aguas estancadas estaban infestadas de arañas peludas y grises del tamaño de su mano. Esperaba que no fueran venenosas.
Kels echó un vistazo a la pantalla de su cuaderno de datos; aún estaba en blanco.
-Sonax -gritó por el comunicador-, ¿cuándo tendremos ubicación?
-Essstoy trabajando en ello -fue la distante respuesta-. Viveca posssee un sssistema de entrenamiento HT rodiano; tiene ssseisss dronesss repulsssoresss controladosss independientemente que ssse utilizan como objetivosss en ejerciciosss de ssseguimiento. Lesss ha ordenado dar caza a Noone y asssegurarssse de que permanece en el terreno de juego.
-¿Alguna buena noticia?
-Creo que puedo piratear el canal de datosss de losss dronesss. Cuando sssepan dónde essstá Noone, yo sssabré dónde essstá, lo que sssignifica que vosssotrosss sssabréisss dónde essstá.
-Estupendo -comentó Kels-. Avísanos cuando saques algo en claro. –Apagó el comunicador-. Dawson, ¿crees que podrías...?
-LOS AUGURIOS SON VAGOS, PREGUNTA DE NUEVO MÁS TARDE.
En cuestión de un segundo, Kels había desenfundado su arma y se había agachado en posición de lucha, sosteniendo el arma firmemente hacia el origen de la voz desconocida. Un instante después bajó el brazo, se puso de pie, y explotó.
-¿Qué galaxias crees que estás haciendo? ¡Podía haber abierto un cráter llameante en esa minúscula mota de polvo que tienes por cerebro!
Dawson asomó la cabeza desde detrás del Quay, que había colocado delante de él a modo de ineficaz escudo.
-Hey, ten cuidado con ese gatillo fácil -gritó él con ira nacida del miedo-. ¡Sólo estaba jugando con esto!
Kels enfundó su bláster con un gruñido.
-Ahora ya sabes por qué tiré esa cosa en el mercado. No me digas que has comprado otro.
Dawson negó con la cabeza.
-Es el mismo Quay –dijo con un bufido, acariciándose el pelaje erizado-. Se lo cambié a la squib por tres detonadores y un huso de cobre.
-Y podrías haberlo robado a cambio de nada -replicó ella-. Tienes que aprender el valor de los créditos si quieres prosperar en este negocio.
El comunicador zumbó.
-Esa es Sonax. Aparta esa cosa de mi vista si no quieres tener que pescarla en el pantano.
Encendió el altavoz y atrapó a Sonax en mitad de una frase.
-...entrado en losss datosss visssualesss de un dron. Esss sssólo un enlace passsivo. No puedo influir en la trayectoria de vuelo del dron. En essspera.
Kels silbó con sorpresa.
-No está mal. Mantengamos esta posición. Parece que puede que tengamos suerte y nos ahorremos una caminata inútil.
El burbujeo intermitente del lodo empapado pareció hacerse más fuerte en el repentino silencio. Algunas de las arañas de agua más grandes se acercaron más, con las anchas almohadillas de sus patas apoyando su peso sobre la sucia capa superficial del pantano. Kels dio una patada para salpicarles y se dispersaron en las enredadas sombras bajo las oscuras raíces de los árboles. Dawson golpeó rítmicamente sus cortas uñas contra el corchete del metal de la correa de su mochila y se quedó mirando con aire ausente la niebla vaporosa. Después de varios minutos que pasaron sin incidentes, el crujido brusco del comunicador al activarse les hizo sobresaltarse a ambos.
-Kelsss...
-Estoy aquí. ¿Qué tienes?
-El dron ha captado dosss objetivosss, un humano y un alienígena, y ssse essstá dirigiendo a sssu encuentro.
-Un humano y un alienígena -repitió Kels, mirando esperanzada a Dawson-. Deben de ser Noone y el krish. ¿Dónde están?
-No pueden essstar muy lejosss de vuessstra posssición actual. El dron essstá acelerando y activando su blassster. Actualmente ssse encuentra a menosss de tressscientosss metrosss al nordessste.
-¿Trescientos? -dijo Dawson, sorprendido-. Vaya, eso es prácticamente nada. Podemos estar allí en un instante.
-Essspera... ssson dossscientosss. -Kels y Dawson se miraron, desconcertados-. O menosss de dossscientosss -continuó Sonax-. Másss bien ciento cincuenta. No, essspera. Mejor ciento veinte. Noventa. Sssessenta. Treinta. Oh, maldita sssea...
El dron HT con forma de bala apareció en el claro en medio de una lluvia de hojas sueltas, disparando locamente mientras realizaba su pasada inicial. Kels se lanzó instintivamente de cabeza al barro, desenfundó el desintegrador mientras caía y logró realizar algunos disparos en dirección al asesino plateado, todos los cuales fallaron por mucho. La furiosa lluvia de energía escarlata del dron se concentró en Dawson. Varios disparos impactaron en una de las bolsas que colgaban sobre su pecho, quemando tres agujeros oscuros en la tela y haciendo que el tynnan saliera deslizándose por el agua y chocara contra un tronco podrido del pantano con un húmedo crujido. El dron continuó su vuelo por el claro, desapareciendo por la niebla en el extremo opuesto.
Kels, boca abajo en el lodo, todavía podía oír el zumbido de su elevador de repulsión compacto mientras se ponía en cuclillas. El sonido se desvaneció, pero chilló de pronto cuando el motor de gran potencia se activó de nuevo para la segunda pasada. Kels echó un rápido vistazo a Dawson -no se movía- y alzó su bláster para apuntar cuando la máquina apareció de nuevo a la vista. El dron escupió dardos rojos hacia su posición y ella apretó el gatillo. Su arma jadeó y escupió una masa de arcilla pastosa.
Gritando de frustración, Kels se impulsó con ambos pies con fuerza frenética, lanzándose hacia atrás cuando una andanada de disparos crepitaba en la oscuridad acuosa donde había estado agazapada un momento antes. Preparó su brazo para lanzar su bláster inútil al cazador que se aproximaba, sabiendo que con eso apenas conseguiría poco más de un segundo adicional.
Un disparo inesperado estalló desde un lado, pasando ardiente más allá de su oreja. Dawson estaba de pie vacilante sobre ambos pies, agarrando su pistola bláster con ambas patas y descargando una lluvia descuidada de disparos que no estaban ni siquiera cerca de su objetivo. El dron hizo algunas sencillas piruetas en su vuelo, girando en un apretado barril y evitó fácilmente la torpe amenaza. Una vez más, su rumbo lo llevó al borde del claro y desapareció detrás de la cortina gris.
Dawson parpadeó frenéticamente en un vano intento de despejar la cabeza. El pecho le ardía con dolor punzante al tratar de respirar entrecortadamente. Inclinando sus oídos -porque su traicionera visión parecía estar ofreciéndole una imagen doble de todo- Dawson sostuvo temblorosamente el bláster apuntando al punto aproximado donde calculaba que reaparecería el dron HT. El arma era mucho más pesada de lo que recordaba, y además parecía ofrecer más retroceso. Desplegó su gruesa cola detrás de él para tener más apoyo.
Una vez más el dron atravesó la línea de árboles, en un ángulo más alto esta vez, no en absoluto donde Dawson estaba apuntando. Sin embargo, el disparo que efectuó presa del pánico salió tan terriblemente desviado que casi golpeó la carcasa duracero del droide por pura suerte perversa. La unidad rastreadora descendió en picado para evadir el disparo, lanzando sus propios disparos mientras Dawson seguía haciendo fuego torpemente en dirección al destructor. Si hubiera estado equipado con un vocalizador, el dron habría emitido un bufido de desprecio mientras se lanzaba en un ágil zigzag y se alineaba para realizar un disparo que agujerearía la cuenca del ojo izquierdo del tynnan. Su impulsor de maniobra de estribor siseó cuando el droide se inclinó para asestar el golpe fatal.
Con un grito inarticulado, Kels blandió su bastón improvisado como si fuera un mazo de smashball. La nariz tachonada de sensores del droide impactó contra la superficie más plana de la rama nudosa con una fuerza de 20 kilogramos por centímetro cuadrado. Con un grito de agonía electrónica audible incluso por encima del resonante CLANG de metal destrozado, el dron HT salió despedido por donde había llegado en un grácil arco de diez metros. La débil salpicadura pareció bastante vulgar en comparación.
Jadeando, Kels se acercó a Dawson, tomó el bláster de entre sus dedos sin que él protestase, y se acercó al lugar donde el droide plateado yacía retorciéndose en el cieno. Sus servos gemían mientras agitaba como un loco sus extremidades, en un intento de enderezarse. Kels ajustó la potencia del bláster, apuntó con seguridad a su objetivo, y disparó a quemarropa al dron convirtiéndolo en metralla.
Se volvió para mirar a su compañero.
-De nada, por cierto –consiguió decir, jadeando-. ¿Has sufrido algún daño?
Dawson asomó la cabeza dentro de su mochila recién perforada y dejó escapar un grito de horror.
-¡Oh, Parcas! ¡Esto es horrible!
-No me refería a la bolsa, me refería a ti. Creía que el dron te había abatido sin remedio. -Se acercó a Dawson y metió la mano detrás de la destrozada bolsa que le colgaba al cuello, recorriendo cuidadosamente el pelaje de su pecho con los dedos. El tynnan trinó de dolor y sacó la cara de la bolsa.
-¡Con cuidado!
Kels asintió.
-Costillas magulladas. Supongo que estas dos inferiores están rotas. Tienes quemaduras en el pelaje aquí, aquí, y aquí. Si no fuera por esa bolsa, estarías respirando por agujeros en la caja torácica.
-¡Pero mira! -se lamentó Dawson, sosteniendo el saco-. ¡Un rayo ha fundido el temporizador computerizado, y otro ha destrozado el ionizador! ¡Eran todos mis disparadores y detonadores, y ahora tienen los circuitos fritos!
-¿Esos son todos tus detonadores? ¿Qué hay en la otra bolsa?
-Masilla, gel de termita, detonita moldeada, baradio crudo, unos viales de nergón, todos los explosivos. ¡Pero no puedo hacerlos estallar sin un disparador electrónico!
Kels resopló mientras ella abría un botiquín de campo y retiraba el papel protector de una tira de sintocarne.
-Entonces ya no sirves de mucho, ¿verdad? Quizás si aparece otro dron HT puedas meterlo en ese saco, atar el extremo, y traerlo de vuelta a la nave como mascota.
Le entregó la sintocarne a Dawson, quien la tomó de mala gana. Ambos ladrones se dirigieron de nuevo a las profundidades de la ciénaga para continuar su misión de búsqueda y rescate.
-Dawson... Por casualidad, ¿esos disparos de láser han roto el Grande y Poderoso Quay?
-Nop. Está en la otra bolsa.
-Maldición.

miércoles, 29 de enero de 2014

Prioridad: X

Prioridad: X
George R. Strayton

Apenas llevaba unos minutos fuera del hiperespacio, cuando el indicador de entrada de mensajes zumbó. Tomó una bocanada de aire -su cuerpo todavía se estaba recuperando de su escape por los pelos de Ulicia sólo media hora antes- y después activó la pantalla del comunicador:

MENSAJE PARA: Hart-y-Parn Gorra-Fiolla de Lorrd
SECCION: Oficina del Auditor General
DE: Akeeli Somerce, Primer Asistente del Prex
SECCION: Oficina del Prex, Chils Meplin
CON RESPECTO A: Nueva asignación
PRIORIDAD: X / Infracción de Clase A

En un primer momento, el uso de su nombre completo la enfureció, pero la fuente y la prioridad del mensaje habían atrapado su atención, relegando ese fastidio a la parte posterior de su mente.
-¿Prioridad X? -se encontró diciendo en voz alta. ¿De la Oficina del Prex? Algo en el propio encabezado le ponía nerviosa; le causaba pura y simple ansiedad, de hecho.
Se adentró en el cuerpo del mensaje. Tardó unos instantes en leerlo hasta el final, momento en el que no pudo hacer nada más que mirar a la pantalla, con la esperanza de que estuviera sufriendo alucinaciones. Según los informantes del Prex, los rebeldes acababan de destruir la estación de batalla Estrella de la Muerte del Imperio cerca del sistema estelar de Yavin. Y debido a que la Autoridad del Sector Corporativo tenía negocios con el Imperio, cualquier cosa que afectase al Imperio afectaba también a la ASC.
El mensaje indicaba que los rumores ubicaban a la banda de insurgentes fugitivos en el sistema de Abo Dreth, que estaba dentro de las fronteras del Sector Corporativo. El Prex quería que se verificase esa información... de inmediato.
Normalmente, no necesitaba mucho tiempo para prepararse para una misión. Pero en este caso andaba escasa de combustible, casi sin células de energía para su bláster, y todavía en posesión del prisionero que acababa de "liberar" de la sede de Commex. Ahora no podía dar la vuelta sin más y lanzarse a otro caso...
Salvo por el hecho de que la asignación procedía de la Oficina del Prex y estaba clasificada con Prioridad X, lo que esencialmente no le dejaba elección.
Sin más debate, pulsó las coordenadas designadas para Abo Dreth en el ordenador de navegación y luego dejó que el software de astrogación calculase los vectores precisos mientras se dirigía a popa para ocuparse de su prisionero, que en ese momento se encontraba atado a uno de los mamparos de la nave.
Naven Crel levantó la vista cuando Fiolla entró en la zona de pasajeros.
-Prioridad X, ¿eh? Suena importante.
-Dame un respiro, Crel. Ni siquiera sabes qué significa.
-Tal vez. O tal vez no.
-¿No tienes otras cosas de qué preocuparte? El sabotaje industrial es una infracción de Clase B, ¿sabes? Si el Prex no me hubiera ordenado sacarte de allí, Commex habría acabado con tu vida sin pensárselo dos veces. En pocos días serás juzgado ante todo el consejo Direx; tal vez deberías comenzar pensar un plan.
Dio un fuerte tirón a sus esposas, provocando un grito de Crel.
-Eso debería mantenerte quieto durante un tiempo.
Regresó a la cabina, haciendo caso omiso de las maldiciones que Crel murmuraba por lo bajo. Una luz en el tablero de control indicaba que el ordenador de navegación había completado los cálculos de hiperespacio. Se abrochó los arneses de la silla de vuelo y tiró hacia atrás de las tres palancas de la velocidad luz. Con una ligera sacudida, el Tydia Rish saltó al hiperespacio.
Comprobó los indicadores de estado de la nave. Todo normal. Según el ordenador de navegación, el viaje duraría menos de 45 minutos; el tiempo suficiente para echar una siesta rápida. Aunque odiaba dormirse al timón, ya llevaba despierta más de 30 horas seguidas, por lo que incluso un breve descanso haría maravillas... o eso esperaba.
Cuando sucumbió a su agotamiento, un último pensamiento se abrió paso por su mente: Además, ¿qué podría salir mal?

***

Se despertó con un sobresalto. Antes de que pudiera concentrarse, sintió algo frío presionado contra un lado de su cuello.
-¿Qué te parece este plan? -dijo Crel, estallando en una carcajada que sacudió su esbelta estatura.
Fiolla se enderezó en su silla mientras recuperaba la compostura. Crel estaba a su derecha, con el dedo en el gatillo del bláster. Fiolla se dio cuenta que era su propio bláster. Miró hacia arriba, directamente a sus ojos.
-¿No hablarás en serio?
-Bastante en serio. ¿Y qué vas a hacer al respecto?
Mientras se deslizaba en su asiento, dijo:
-Esto.
Y entonces empujó hacia delante las palancas de la velocidad luz, haciendo volver inmediatamente la nave al espacio real. Mientras él trataba de ver lo que Fiolla acababa de hacer, ella agarró el acelerador y activó los impulsores de la marcha atrás.
La inercia del Crel lo estrelló contra el tablero de control, y el bláster voló de su mano. Medio segundo después, Fiolla se soltó los arneses de su asiento, dio un salto y –justo cuando Crel se daba la vuelta- le propinó un fuerte puñetazo en la barbilla. Cayó hecho un ovillo sobre las planchas de la cubierta.
-Me gusta más mi plan -dijo, flexionando la mano magullada para que no se endureciera mientras los músculos reparaban a sí mismos.
Quince minutos más tarde ella había le había encadenado de nuevo -esta vez por las muñecas y los tobillos- y lo había atado en el asiento junto al suyo. El cronómetro estaba realizando la cuenta atrás de los últimos segundos hasta llegar a su destino, y luego el Tydia Rish desaceleró saliendo al espacio real.
Fiolla miró por la ventana hacia Abo Dreth; un gran planeta de color marrón oscuro salpicado por cientos de lagos plateados. Las líneas delgadas de los ríos vagaban por la superficie del planeta sin ningún patrón particular, y algunos bancos de nubes grises flotaban en la región ecuatorial. Los sensores automáticos mostraban escasos signos de vida, niveles de radiactividad más altos de lo normal y una atmósfera rica en nitrógeno.
-Un lugar perfecto para un escondite, supongo.
Dejó los sensores en modo de exploración, en busca de cualquier forma de vida humanoide. Menos de un minuto más tarde, obtuvo algo: un punto en el borde occidental del continente más pequeño. Agarró el mando de control y se lanzó hacia la superficie.

***

Arrastró a Crel hasta el borde de un acantilado. No podía dejarle atrás; ni siquiera había descubierto aún cómo había escapado la primera vez. Comprobó su máscara respiratoria para asegurarse de que estaba bien sellada y luego regresó a su vigilancia.
Echó un vistazo a través del amplio páramo con sus propios ojos y luego, al no encontrar nada, hizo otra prueba usando los macrobinoculares.
Todavía nada.
No... espera.
A unos tres kilómetros de distancia se encontraba un objeto que brillaba a la luz del sol amarillo del sistema.
-Es un StarRunner corelliano -dijo una voz de mujer detrás de ella.
Fiolla se dio la vuelta, golpeando accidentalmente a Crel, que cayó al suelo. La mujer humana que se encontraba ante ella llevaba la ropa habitual de un viajero espacial y una máscara de respiración... y apuntaba a Fiolla con un bláster de caza.
-¿Quién eres? -preguntó Fiolla.
La mujer se acercó.
-Mi nave... es un StarRunner corelliano. Ni siquiera está en el mercado todavía.
Fiolla entrecerró los ojos para protegerse de la dura luz del sol del mediodía. Definitivamente, la mujer le resultaba familiar.
-¿Planeas usar esa cosa? -preguntó, mirando el bláster.
-¿Esto? -dijo con un timbre melodioso-. Por supuesto.
-Muy bien, ¿qué quieres? Tengo algunas provisiones en mi nave, algunos créditos, un par de células de energía gastadas. ¿Te suena bien algo de eso?
Junto a ella, Crel finalmente consiguió ponerse en pie de nuevo.
-No -dijo la mujer mientras continuaba acercándose-. No estoy interesada en nada de eso.
-Entonces, ¿qué?
Le ofreció una sonrisa que Fiolla no encontró nada agradable.
-Yo estoy aquí por ti.
Hora de cambiar de táctica.
-¿Sabes quién soy?
-Oh, sin duda... Fiolla de Lorrd. De hecho, te he estado esperando. Llegas tarde.
-Sí, bueno, tuve algunos problemas... con los pasajeros.
La mujer se detuvo a pocos metros de Fiolla y Crel, y apuntó su bláster al pecho de Fiolla.
Fiolla tragó saliva y miró su propio bláster en la funda en su cadera.
-Inténtalo -dijo la mujer.
Fiolla era lo bastante lista para no intentar tomar su bláster mientras su adversaria centraba en él... especialmente cuando su mano todavía estaba un poco tiesa por el puñetazo propinado a Crel. Necesitaba una distracción que le diera ese momento extra.
-Estoy segura de que mi jefe desearía haber estado aquí para verlo -dijo la mujer-. Pero tiene asuntos más importantes de los que ocuparse.
-¿Quién es tu jefe?
-¿Aún no lo has descubierto? Estoy sorprendida. Te infiltraste en una de sus sedes corporativas no hace ni tres horas.
-¿Commex? ¿Trabajas para Erdin Giblo?
-No lo creo. Respondo ante la cabeza de la super-corporación que posee Commex.
Fiolla se preguntó de pronto cómo esta mujer podría haber sabido siquiera acerca de su última misión. Sólo había dos personas que tenían acceso a esa información: el propio Prex, Chils Meplin, y su asistente.
Miró a los ojos de la mujer.
-Akeeli Somerce.
-Muy bien, mi ex Auditor General. El Prex ha decidido que tú y tu amigo aquí presente sabéis demasiado.
-Así que el rumor acerca de los rebeldes...
-Obviamente ficticio.
Somerce levantó el arma y apuntó con cuidado.
En el mismo momento, Fiolla sintió algo que algo le rozaba el costado. Bajó la mirada para ver la mano libre de Crel dirigiéndose hacia su bláster. De alguna manera se las había arreglado para quitarse las esposas cuando se ponía de nuevo en pie.
-¡Espera! -dijo Fiolla, intentando ganar tiempo-. No entiendo. ¿Qué tiene que ver el Prex con que Commex esté filtrando al Imperio datos de nivel superior de la ASC?
Somerce la miró a los ojos.
-No creo que eso sea asunto tuyo. -Apretó el gatillo...
Y al mismo tiempo, Crel sacó el bláster de Fiolla de su funda y disparó.
Fiolla saltó a un lado, golpeó con fuerza el suelo y luego rodó, deteniéndose a sólo un metro de distancia. Levantó la vista para ver a Somerce tendida boca arriba, inmóvil.
-Gracias, Crel -dijo mientras se ponía en pie-. Te debo una.
Al no obtener respuesta, se dio la vuelta para ver a Crel tendido sobre la polvorienta superficie. Corrió hacia él y se arrodilló a su lado.
-¿Crel?
Mientras decía su nombre, se dio cuenta de que una tarjeta de identificación estaba asomando de un bolsillo –hasta ahora oculto- de su chaqueta. La sacó por completo y le dio la vuelta.
Era una insignia de Auditor General.
Finalmente las circunstancias comenzaron a encajar, formando una retorcida trama de sabotaje y traición... y ahora intento de asesinato. Naven Crel estaba trabajando de incógnito para descubrir a un traidor que actuaba contra la ASC, y su investigación le había dirigido a Commex, que a su vez era controlada por... el Prex, el segundo hombre más poderoso en el Sector Corporativo.
-¿Crel? -dijo, sacudiéndole el hombro.
Él abrió ligeramente los ojos y examinó los rasgos de Fiolla como si tratara de reconocerla.
-Tenías razón -dijo después de un momento-. Esto me superaba. -Mientras hablaba, sus palabras iban perdiendo fuerza-. Hazme un favor...
-Lo que sea.
Tragó saliva con dificultad obvia.
-Atrapa... a Meplin.
Fiolla vio como Crel exhaló su último aliento, y luego le puso una mano en el pecho. Echó un vistazo a través de la superficie hacia el cuerpo sin vida de Somerce.
-No te preocupes, amigo mío. Los días de Meplin de vender la ASC al imperio han terminado. Pongo mi vida en ello.

Aislada por la arena en Tatooine

Aislada por la arena en Tatooine
Peter Schweighofer

-Genial... Simplemente fantástico. –maldice Platt amargamente. Tamborilea con los dedos sobre la humeante consola de control de su carguero-. No hay nada como tratar de salir pitando de Mos Eisley y que en ese momento tu nave decida que está lista para el desguace.
Mira a través de la ventana de la cabina. Arena. No dunas, simplemente arena, apilándose más y más cada minuto. La nave de Platt, el Deceso de Pok, había caído en una tormenta de grava del Mar de Dunas.
Platt repasa su fuga, tratando de descubrir qué había fallado. Había estado tomando unas copas con Sovar, su “procurador de carga”. La visita a la cantina era una especie de pago por el cargamento mediocre que había negociado con ella. Entonces aparecieron los cazarrecompensas. Platt volvió a toda prisa a la bahía de atraque 86, subió corriendo a bordo del Deceso de Pok, selló las escotillas de personal y de carga, y salió como una exhalación. Ya estaba fuera incluso antes de que los cazarrecompensas pudieran hacer el primer disparo.
Por supuesto, en esos despegues apresurados no había realmente tiempo para realizar un análisis de diagnóstico completo en los sistemas de la nave. Platt lo descubrió dos minutos después, cuando sus propulsores de maniobra fallaron. Y luego sus motores iónicos. Y luego el generador principal. Sin duda, en ese momento sus generadores de escudo eran un montón de chatarra. El lugar más cercano para un aterrizaje de emergencia estaba a unos kilómetros por debajo de ella: el Mar de Dunas. Platt hizo lo que pudo para que la nave chocase contra la superficie en un ángulo no demasiado pronunciado. Al menos el impacto no la había dejado demasiado dolorida.
Platt mira por la ventanilla. La arena la ha cubierto por completo.
-Bueno, si tengo que esperar a que pase la tormenta, podría aprovechar para ver qué queda de mi nave –suspira.
No queda gran cosa. El cañón montado en la parte ventral había sido arrancado durante el choque. Los sensores inferiores han desaparecido. La arena ha llenado los pasadizos de mantenimiento delanteros. La cabina es un desastre. Be-Cerobé no había estado sujeto; sus restos están dispersos por todo el pasillo principal. El droide es historia. Ya había sufrido bastante.
Platt espera encontrar su bahía de carga embadurnada de pasteles glaseados, la carga casi carente de valor que Sovar le había endosado. Iluminando las paredes con su vara luminosa, no puede encontrar ni una sola pizca de glaseado. Los contenedores siguen sujetos con sus redes, pero algo había roído las correas de las redes superiores. Las tapas de los cajones habían sido abiertas y apartadas a un lado. Platt mira dentro de una y olisquea. Nota el olor a pastel glaseado y a algo más... algo animal.
Platt escucha ruido de arañazos en un conducto de mantenimiento bajo las planchas de la cubierta. Repiqueteo de tuberías en la estación de ingeniería de popa. Alguien está arrastrándose por ahí. Platt ya se había encontrado otras veces con furtivos secuestradores de naves o polizones, pero nadie podría nunca comerse todos esos pasteles glaseados y conseguir oler tan mal como lo hacían ahora las cajas.
Con cautela, se aproxima a la escotilla de la estación de ingeniería de popa. Platt se pasa la vara luminosa a la otra mano y desenfunda su bláster. Con un rápido movimiento, da una patada a los controles de la escotilla. La puerta de metal gime al abrirse lentamente. Platt hace brillar la vara luminosa y mira al interior. Dos pies grandes y fuertes la lanzan a la cubierta. Varias criaturas con hocicos afilados golpean con fuerza a Platt. Algunos tienen cuernos dolorosamente afilados. Pasan por encima de ella y huyen a alguna otra parte de la nave.
Platt se levanta de la cubierta, maldiciendo. El Deceso de Pok tiene scurriers, alimañas de Mos Eisley. Alumbra la bahía de ingeniería con la vara luminosa. Hay pedazos de maquinaria y piezas de la nave por todas partes. Los intercambiadores de las bobinas iónicas están destrozados en un montón de pedacitos. Y la capa aislante de dos acopladores de potencia está roída por completo. Las criaturas han mordisqueado y destrozado componentes importantes de casi todos los sistemas.
Los scurriers debían de haber subido a bordo de la lave de Platt cuando Sovar vino a invitarla a ese trago en la cantina: Había dejado abierta la compuerta de carga del carguero.
-Bueno, ya no hay gran cosa que pueda hacer al respecto –dice Platt a nadie en particular-. Lo mejor que puedo hacer es vender este viejo trasto a los jawas como chatarra.

***

Desde las profundidades de su nave, Platt supone que la tormenta de grava ha amainado. El incesante zumbido del exterior ha cesado. Pulsa los controles de la escotilla superior y se aparta unos pasos. La escotilla se desbloquea con un golpe metálico y se abre con un gemido. Una avalancha de arena se vierte en el interior. Cuando terminó (y Platt queda aliviada cuando por fin lo hizo), tomó una mochila con sus efectos personales y de supervivencia y sale al exterior trepando por la escotilla.
Los soles gemelos de Tatooine asoman ligeramente por el horizonte. Por lo que Platt puede ver, su carguero está enterrado por completo. Con el transpondedor hecho pedazos, nadie va a encontrar la nave en este desierto. Probablemente pasarían varias semanas hasta que alguno de los reptadores areneros de los jawas aparezca por esta zona. Platt sabe que tiene que irse de allí caminando por su cuenta. ¿Pero en qué dirección se encuentra el asentamiento más cercano?
Platt se sobresalta cuando cinco scurriers surgen de la escotilla abierta y salen corriendo por el desierto. Los odiosos carroñeros deben estar rastreando la fuente de comida más cercana: basura. Basura significa que debe de haber algún tipo de civilización por ahí. Platt se arrodilla y busca los macrobinoculares en su mochila. Trepa a la duna más cercana y enfoca los macros, tratando de seguir a los scurriers.
Ahí están, a casi un kilómetro de distancia, si las lecturas de alcance de sus macrobinoculares son correctas. De repente, los números indican cuatro metros cuando un enorme borrón se alza en la pantalla de sus macros. Una cabeza gigantesca y un largo cuello surgen de la arena. Platt deja caer los macrobinoculares y retrocede tambaleándose, temerosa. Le da igual que sea un gusano de arena, un dragón krayt, o algo peor. Platt sólo lucha por liberar el bláster de su funda. Está a punto de girarse y disparar a lo que quiera que fuese, cuando un cálido hocico acaricia juguetonamente su pelo.
Platt alza la mirada para ver a un ronto con una sonrisa inocente en su hocico. Sus aletas de arena cuelgan de su nuca. La bestia emite un arrullo mientras vuelve a acariciarle el pelo.
-Eh, para –dice Platt, apartando amablemente al ronto. Se pone en pie y se sacude la arena. Platt advierte que un juego de riendas cuelga del hocico del animal, y hay una montura cuadrada sujeta a su espalda. Estira el brazo para rascar el cuello del ronto. Él se agacha y le lame la cara-. Hola, amigote. ¿Dónde está tu jinete? Pobre criatura, debes de haberte aquí atrapada durante la tormenta de grava. Apuesto a que esas aletas de arena te ayudaron a protegerte. A veces me gustaría poder acurrucarme en una tormenta de arena y esperar a que termine.
El ronto se limita a frotar cariñosamente su hocico contra el cabello de Platt.
Platt se echa la mochila al hombro y se acerca a la montura del ronto. No hay cuerdas o arneses para subir. Girando su largo cuello para mirarla, el ronto se arrodilla en la arena, como si supiera lo que ella está pensando. Platt agarra la montura, coloca un pie en la pata doblada del ronto, y se impulsa hacia arriba.
Acomodándose en la extraña montura, da una palmadita al cuello de la criatura.
-Buen chico. Ahora, ¿puedes llevarme a casa? –El ronto le devuelve una mirada de estupefacción-. Ya sabes, a casa –dice Platt con insistencia-. ¿Comida, agua, civilización? Hola... –dice, golpeándole la cabeza-. ¿Hay algo que funcione en ese pequeño cerebro tuyo? Mira, amigo, si no encuentro civilización, no puedo encontrar un transporte de vuelta a Mos Eisley. Si consigo llegar allí, tengo que encontrar una nueva nave con cazarrecompensas pisándome los talones. Pero no podré ir a ninguna parte a menos que comiences a andar. ¿Lo pillas?
El ronto inclinó el cuello y acarició una vez más su cabello.
-Mira, puedes jugar con mi pelo tanto como quieras cuando lleguemos a un asentamiento, ¿vale?
Platt no está segura de que la criatura le entienda. Tal vez sí, tal vez no. Tal vez simplemente le apetezca moverse. En cualquier caso, la bestia se levantó de repente y comenzó a caminar a grandes pasos por la arena, tomando el mismo camino que habían seguido los scurriers momentos antes. Platt suspira. Da una palmaditas al cuello del ronto.
-Buen chico.