jueves, 31 de diciembre de 2015

La huida de los Jedi

La huida de los Jedi
Phil Sidebotham

Los jóvenes estudiantes de la fuerza llevaban horas atrapados en ese almacén infernal esperando que regresara Carran, su contacto en la Rebelión. Fuera, las tropas de asalto patrullaban las calles de la ciudad.
De pronto, la puerta trasera se abrió con un siseo. ¿Carran? Pero en lugar del anciano, una figura fuerte y canosa se deslizó en la tenue luz. Antes de que nadie pudiera hablar, la claraboya sobre ellos se hizo añicos. Al instante el almacén fue ametrallado por fuego de bláster. ¡El Imperio les había encontrado!

Tierra quemada

Tierra quemada
Liz Holiday

El último trabajo había sido un infierno. Un instante el equipo estaba contactando con una célula rebelde en Daronak, y al instante siguiente los soldados de asalto estaban encima de ellos. Esa pequeña comadreja resultó ser un informante. Tenía que ser él, porque mientras salían por piernas por el Bulevar Channoga, le vieron recibiendo un pago de un agente imperial con el que se habían encontrado anteriormente tres planetas atrás. Eso fue antes de que aparecieran los cazarrecompensas y comenzaran a lanzar detonadores termales por todas partes.
Sí, claro, consiguieron escapar del planeta... pero a duras penas. Y justo cuando pensaban que estaban a salvo, el maldito hiperimpulsor se estropeó. De nuevo...
O algo así.

martes, 29 de diciembre de 2015

Cebo

Cebo
Alan Dean Foster

Grummgar sabía que una de las claves para permitir que un tipo grande se oculte era encontrar modos de moverse sin llamar demasiado la atención. En consecuencia, el deslizador especializado para la caza en el que se encontraba sentado en ese momento no era mucho más grande que él.
Y Grummgar era realmente un tipo muy grande.
De ahí la necesidad de un deslizador considerablemente compacto, pero potente. Con su silencioso sistema personalizado de propulsión y su enmascarador térmico integrado, era particularmente útil para deslizarse inadvertidamente dentro y fuera de uno de sus terrenos de caza favoritos: las sagradas junglas de Ithor. El hecho de que cazar en los extensos límites de Ithor fuera altamente ilegal no le disuadía. Pocas cosas disuadían a Grummgar de perseguir sus objetivos, ya fueran el trofeo ocasional que guardaba para su placer personal o, en este caso, que obtenía para un cliente.
Procedente de un mundo donde los atributos y habilidades físicas eran valorados por encima de todo lo demás, había desarrollado los suyos hasta un punto en el que, desde hacía algún tiempo, se sentía seguro actuando solo. Dada la actual situación de la sociedad galáctica después de la caída del Imperio y la continua confusión en el seno de la Nueva República, ser su propio jefe y no responder ante nadie le colocaba en una posición envidiable. Podía ir donde deseara, cuando lo deseara, y hacer lo que quisiera. Entre otras cosas, le permitía pasar tiempo con algunos de sus conocidos menos respetables, en mundos remotos y apartados, y generalmente burlarse de las autoridades llevándose el pulgar a la nariz. Lo que, considerando el tamaño de su nariz, era algo a tener en cuenta.
Además, debido a su arisca personalidad, así como a su intimidante apariencia, su especie no era conocida por su capacidad de socializar fácilmente.
Desplazando su inmenso cuerpo de color bronce sobre el deslizador, levantó una mano gigantesca para limpiarse las gotas de lluvia de, primero, el derecho, y, luego, el izquierdo de los dos cortos y robustos colmillos gemelos que sobresalían de su cara. Sus grandes ojos negros se hundieron incluso más de lo normal bajo un ceño que parecía un acantilado, mientras estudiaba el claro del bosque que se encontraba ligeramente por debajo y enfrente de él. Su otra mano sostenía el pesado rifle de caza 242 con tanta ligereza como si fuera de juguete. No era ningún juguete: el 242 disparaba un proyectil autopropulsado que podía derribar a un rancor adulto.
Al ajustar la posición de la parte superior de su cuerpo, las placas blindadas grises de sus hombros se desplazaron ligeramente. Ubicado cerca de la corriente de un claro arroyuelo, y cubierto con una alfombra de hongos comestibles azules y rosas, el claro veteado que estaba observando a través de sus magnoscopios era justo donde uno podría esperar encontrar al letal molsume, con su pelaje iridiscente brillando a la luz del sol para advertir a los depredadores potenciales de que la carne de la inusual criatura de múltiples patas era tan tóxica como el veneno que goteaba de sus colmillos gemelos. Grummgar no tenía ninguna intención de comerse su presa, por supuesto. El cliente para el que estaba trabajando sólo quería para su colección la piel, con su aspecto de joya.
Sólo había un pequeño problema.
El claro ya estaba ocupado.
Como buen cazador profesional y viajero de largo recorrido que era, Grummgar reconoció inmediatamente a la especie invasora. Era una hembra humana, y según todas las apariencias, una tan joven como pequeña de tamaño. Estaba sentada, golpeando con el dedo los hongos nativos, ignorando su valor como alimento, riéndose de los sonidos que generaba y, según todas las apariencias, tan indiferente de su potencialmente peligroso entorno como su estuviera disfrutando de un picnic en el parque de una ciudad.
¿De dónde había venido?, se preguntó Grummgar. Parecía demasiado joven para haber ido ella sola a la jungla de Ithor, a pesar de la abultada mochila que descansaba a su lado. Aunque ese individuo no parecía ser un adulto completamente desarrollado, sabía que el tamaño corporal de los humanos podía ser engañoso. Uno grande podía ser joven, uno pequeño bastante viejo.
Tampoco es que su tamaño o su edad importaran. Lo importante es que estaba ocupando el lugar que había elegido para apostarse. Tendría que hacer que se fuera, o...
Lo pensó detenidamente. ¿Por qué moverla? ¿Qué mejor para atraer a un molsume extremadamente carnívoro que un poco de vulnerable cebo bípedo? Sabía que debía ayudarla. Al menos, advertirle de que descansar donde lo estaba haciendo era una invitación para su destrucción. Por otro lado, por lo que él sabía, ella estaba allí por su propia voluntad, y no la habían arrojado o dejado allí por la fuerza, en esa parte de la jungla. Desde luego, su actual conducta parecía confirmar eso.
Al final, se reducía a lo que estrictamente era una decisión de negocios, pensó mientras hacía girar con facilidad la pesada arma para apoyarla en su protuberante panza. Murmurando suavemente para sí mismo, se aseguró de que el 242 estuviera completamente cargado y listo. Después, continuó flotando sobre la selva en el silencioso deslizador, continuó observando... y esperó.
El sol ithoriano estaba bajo en el cielo cuando detectó movimiento en el denso bosque de árboles n’lor. Frotándose los anchos y planos orificios nasales con el dorso de su inmensa mano, dejó que los magnoscopios se ajustaran automáticamente a la distancia y a la luz ambiental. Un destello de color púrpura oscuro brilló entre la vegetación. Al moverse, el color cambió a un azul metálico con rayas plateadas, y luego a un bronce brillante moteado de verde esmeralda. Aunque no podía ver la silueta de la criatura, los destellos entre las ramas eran suficientes para identificar al molsume. Avanzaba lentamente pero sin pausa hacia el arroyo. O hacia su presa prevista.
Reposicionando la mira, vio que la chica no había cambiado de ubicación. Continuaba sentada en medio del claro, rodeada de coloridos hongos, flores nativas, y feliz indiferencia. Aún había tiempo para advertirle, pero tendría que darse prisa. Una vez que olía comida, el molsume podía atacar con velocidad cegadora.
Bajo él, el avance del flujo de colores brillantes se detuvo. Sin duda, la criatura estaba tomando la medida de la extraña comida potencial que tenía frente a ella. Era posible, incluso probable, que la chica fuera el primer ejemplar de su especie que el molsume hubiera visto jamás. Grummgar sabía que ella sería poco más que un aperitivo para el monstruo. A juzgar por la cantidad e intensidad de los colores en las capas que había visto, era un espécimen maduro. Más grande que él mismo, y mucho más grande que la chica. Justo lo que su cliente estaba buscando.
Tal vez, pensó por un instante, su cliente estaría interesado también en una piel humana. Inmediatamente desechó la idea. Uno no vendía el pellejo de un ser racional como tú para que lo disecaran o lo colgaran de un muro. Aunque incluso entre su propia gente Grummgar era contemplado como una especie de tipo duro, tenía sus principios. Estos prohibían la caza de otros seres inteligentes. Pero no prohibían permitir que fueran devorados por especies depredadoras nativas menos inteligentes pero más robustas.
Apartando a un lado el visor, desplegó el rifle y comenzó a apuntar. Consciente de que el molsume iría directo hacia la humana, apuntó justo a su izquierda. Esa era la dirección desde la que el carnívoro atacaría. Si la chica tenía suerte, mataría a la criatura de un único disparo y, aunque no fuera intencionado, ella sobreviviría. Por otra parte, puede que hicieran falta varios disparos para derribar al depredador, lo que sería... más sucio.
Puede que la presa no advirtiera el ligero susurro de las enredaderas y las ramas, pero Grummgar inmediatamente captó el movimiento. El molsume se estaba poniendo en tensión, preparando sus diez breves pero potentes paras para el ataque letal. Éste vino incluso antes de lo que se esperaba. No por nada su cliente estaba dispuesto a pagar tan alto precio por la piel de una criatura tan peligrosa. Sonó un único disparo.
No provino de su rifle.
Mirando aún a través de los magnoscopios, los bajó ligeramente. Dejó escapar un largo silbido de sus amplios pulmones mientras su cerebro trataba de procesar por completo los dos segundos que acababa de presenciar.
El molsume había saltado. Antes de que estuviera a mitad de camino de la chica, esta dio media vuelta, apartó su mochila, tomó el caro y muy potente bláster recortado que la mochila había estado ocultando, y disparó. El único proyectil que salió despedido estalló justo bajo la mandíbula inferior del molsume, enviando dientes, colmillos y una nube de veneno volando en todas direcciones mientras hacía pedazos el cerebro de la criatura.
Grummgar dejó escapar un involuntario bufido de admiración. A pesar del evidente deleite que había exhibido en su bucólico entorno, estaba claro que la chica distaba de ser la niñita indefensa que inicialmente parecía. Estaba agradecido por lo que ella había hecho, y se lo diría. Pero se acercaría a ella con cuidado, con mucho cuidado. Era bien consciente de que otras especies encontraban intimidatoria su mole y su apariencia.
Esta chica no, sin embargo. En respuesta al descenso del deslizador, rápidamente apuntó el bláster recortado en esa dirección. Él rápidamente se detuvo, con el suave murmullo del vehículo casi inaudible sobre el ruido de fondo de la jungla ithoriana. Se esforzó por recordar un dialecto que alguien de la especie de la chica encontrara comprensible.
-Apresúrate –bramó. No, eso no era. Volvió a intentarlo-. Tranquilízate. Eso, relájate. –Aunque la ausencia de cuello le impedía realizar poco más que una leve inclinación de cabeza, él consiguió hacer un gesto indicando el arma de mano de gran tamaño que ella sostenía ahora firmemente con ambas manos menudas-. No termino de captar tu intención, pero si es hostil, te recuerdo que esa es un arma de un solo disparo.
-Dos. –El cañón del arma no se movió-. Modelo modificado especialmente. Dos disparos.
Él pensó en ello.
-¿Y si lo esquivo, y fallas?
Comparada con la de él, la ranura de la boca de la chica era tan pequeña que era casi invisible.
-Yo no fallo.
-¿Eres tan buena fanfarroneando como cazando?
Una fina sonrisa se dibujó en el rostro plano de la humana.
-Ya sabes cómo averiguarlo.
Tuvo cuidado de mantener el cañón del 242 apuntado lejos de ella. Pero no demasiado lejos.
-Parece que hemos llegado a un punto muerto.
-No –replicó ella bruscamente-. has llegado a un punto muerto. Me llamo Nysorly, y yo llegué a la jungla de Ithor, donde he estado casi una semana cazando un molsume. Voy a despellejarlo, crioconservar la piel, y venderla.
-¿Eres una cazadora profesional? –Grummgar alzó su inmenso y protuberante ceño-. He puesto cebo más grande que tú.
-No me sorprendería –replicó ella-. Algo tan grande y torpe como tú probablemente tenga que recurrir al cebo.
Si su intención era provocarle, había fallado. Grummgar no se ofendía por las palabras. Si lo hiciera se vería envuelto en demasiados conflictos innecesarios. Para él, si no había dinero o algún trofeo de por medio, no había motivo racional para luchar.
-Podrías dispararme –conjeturó él-, y yo caería de este deslizador y te aplastaría.
Ella señaló el cadáver, ahora medio decapitado, del molsume.
-Ya has visto lo rápido que puedo moverme. Sin duda, no eres tan estúpido.
-Me basta con golpearte una sola vez, muchacha bocazas.
El cañón de bláster recortado osciló muy ligeramente.
-¿Con cuantas partes del cuerpo amputadas?
Se dio cuenta de que ella hablaba en serio. De todos los obstáculos que se había preparado para afrontar, de todos los problemas y contratiempos potenciales y posibles complicaciones imprevistas, lo último con lo que había esperado tener que enfrentarse era con un competidor. Y con un competidor de tamaño de bolsillo, además.
Pero el arma de la humana no era de bolsillo.
-Podría matarte –murmuró él con aire casual-, pero no me gusta el desorden.
-El desorden sería mayor si yo te matara a ti.
-En lugar de observar y esperar, podría haber ignorado la situación con la esperanza de que el molsume te devorara.
La sonrisa regresó al rostro de la chica.
-¿No es eso lo que esperabas que ocurriera?
-En realidad no. Pretendía derribarlo antes de que pudiera alcanzarte.
-¿Así que mi supervivencia era realmente un asunto indiferente para ti?
Una vez más, él consiguió realizar una limitada inclinación de cabeza.
-Me ofendes. Para ser realmente honesto, tenía una preferencia.
Mientras hablaba, su mano libre avanzaba imperceptiblemente hacia el panel de control del deslizador.
-Qué noble por tu parte. –Su sarcasmo era lo bastante obvio como para que él lo reconociera como tal-. Bien. ¿Y ahora qué hacemos?
-Supongo –respondió él- que uno de nosotros va a matar al otro.
Donde el tamaño de Grummgar no había conseguido ponerla nerviosa, su calma sí lo hizo.
-Parece una solución bastante extrema. –Una vez más, señaló el brillante cadáver-. Todo por una simple piel de Molsume. ¿Por qué no nos limitamos a dividirnos las ganancias?
Él lo pensó.
-¿Tu comprador o el mío?
-Fácil –respondió ella. Pudo ver cómo parte de la tensión dominante la abandonaba-. El que ofrezca más.
Él gruñó.
-Tengo una reputación que mantener. Pero tengo otra solución.
Escupió en dirección a ella.
No familiarizada con los posibles peligros que pudiera contener la masa de escupitajo alienígena, ella se echó hacia un lado, disparando mientras caía. Grummgar alzó el 242 y disparó, pero el disparo de ella fragmentó la sección trasera del deslizador, haciendo que saliera describiendo salvajes giros hasta chocar con un árbol johinuu cercano. Inmediatamente, el árbol carnívoro intentó comerse el deslizador. Al encontrarlo claramente incomible, por no mencionar caliente, escupió el humeante vehículo y a su piloto.
Mientras Nysorly rodaba, agarró la mochilla y en un suave movimiento extrajo de ella un cartucho con dos de los proyectiles explosivos del bláster recortado. Estaba recargándolo cuando vio algo tras ella, a sus pies. La masa de brillante pelaje contrastaba brutalmente con la enorme boca abierta y sus largos y puntiagudos dientes y colmillos venenosos. Sus dos ojos con doble pupila en forma de ranura estaban abiertos y fijos en ella. Entre ellos, humeaba un agujero oscuro recién abierto.
Continuó cargando el bláster recortado, pero ya con menos prisa. Poniéndose en pie, miró en dirección al árbol johinuu, que seguía agitándose. En lugar de apuntar su arma hacia las inmediaciones del árbol, dejó que colgara floja a su lado.
-Eh.-No hubo respuesta. Sacudiéndose hojas coloridas y tierra de su mono, dio un par de pasos hacia el humo que se alzaba desde el suelo cerca del árbol-. Eh, grandullón... ¿Estás bien?
Miró a su espalda. Si Grumm no hubiera detectado al otro molsume, le habría hecho pedazos.
Una forma se alzó de entre arbustos de color verde y óxido. Cubierto por los residuos de una gran cantidad de hongos aplastados, tenía la apariencia arcoiris del pelaje de un molsume, pero sin pizca de su iridiscencia. Mientras esa colorida masa se tambaleaba hacia ella, todavía sujetando el rifle de caza y con una barba en forma de hongos colgando decorativamente de un colmillo facial, ella se esforzó duro por reprimir una sonrisa, y fracasó.
-Estoy perfectamente familiarizado con todo el espectro de expresiones humanas –murmuró –él conforme se acercaba-. No me divierte la que muestras actualmente.
-Debería. –Llevándose la mano a la boca, reprimió una carcajada-. Si buscas un camuflaje adecuado para seguir cazando por aquí, no cambiaría nada. Siempre que un toscwon hambriento no trate antes de lamerte hasta matarte. –Suavizó el tono y finalmente bajó la mano mientras le miraba fijamente-. Gracias por salvarme la vida.
-No es necesario agradecer nada. Como ya se ha señalado, esa no era mi intención. –Ella se tensó cuando él comenzó alzar el 242, pero era para usarlo para señalar al molsume que acababa de matar-. Dije que tenía una solución. Ahora cada uno tiene su pieza, y como consecuencia los clientes de ambos estarán satisfechos.
Volviendo la mirada al segundo carnívoro, aún mayor, que ahora yacía tendido en el claro, ella asintió.
-Pensé que ibas... pensé...
-¿Que iba a dispararte para quitarte tu pieza? –Unos profundos ojos de ébano la miraron fijamente-. Si no hubiera aparecido el segundo molsume, ¿quién sabe?
Ella recobró la sonrisa, pero esta vez era una clase distinta de sonrisa. Una de comprensión más que de diversión.
-Sé la respuesta a eso. Incluso aunque tú no lo admitas.
-Sin comentarios. –El inmenso cuerpo se expandió, y luego se contrajo, en un gran suspiro-. Si puedes saber eso, es que entiendes el universo mejor que yo.
-Más me vale. –Ella apartó la mirada de él-. He tenido que valerme por mí misma desde que tenía dieciséis años. No tuve elección.
Él hizo un gesto.
-Lo entiendo. Ese es el destino de la mayoría de los dowutins. De modo que tenemos algo en común además de la caza. Ven. Tienes la frágil estructura ósea de un niño con déficit de calcio. Te ayudaré a destripar a tu pesado trofeo.
-Y tú tienes las manos de un elevador de carga automatizado. Te ayudaré a despellejar tu pieza para que esos torpes dedos del tamaño de un asado no arruinen la piel. –Conforme avanzaban hacia el primer molsume muerto, ella le miró con curiosidad-. ¿Alguna vez has trabajado con un socio?
-No cuando cazo –le dijo-. A veces... para otras cosas. Tengo otros intereses comerciales.
-¿Qué otros intereses? –preguntó ella, negándose a dar el tema por zanjado.
El gigantesco cráneo calvo se volvió para mirarla desde arriba.
-No es de tu incumbencia, muchacha. Alégrate de que no te despelleje a ti también.
-Tienes tanto tacto como don de gentes –gruñó ella, apartándose.
-Está en mi naturaleza –le dijo con serenidad-. Por cierto, el coste de mi deslizador saldrá de tu recompensa.

martes, 15 de diciembre de 2015

Comunicaciones de cantina

Comunicaciones de cantina
John Chesterman

Mos Eisley es una ciudad fronteriza, y el sórdido bar estaba abarrotado por criaturas de otros planetas: comerciantes, tratantes, tripulantes espaciales autónomos buscando un trabajo, timadores y forajidos de una docena de mundos.
De algún modo, Ben Kenobi y él tenían que encontrar un piloto que los llevara en su desesperada misión. Su viejo tutor se zambulló en la multitud y Luke se quedó solo, maravillado ante la extraordinaria variedad de formas de vida que le rodeaba. ¿En qué pensaban? ¿Qué extraños sentidos y habilidades poseían? Y, sobre todo, ¿en cuáles de ellos podían confiar?
El universo ya había revelado algunas extrañas formas de vida, y cada año se descubrían más. Los viajeros que regresaban de las partes más remotas de la galaxia hablaban incluso de gigantes nubes de gas, vagando en el espacio exterior, que habían evolucionado en una especie de inteligencia basada en campos de fuerza internos. Por norma, cuanto más grande y complejo es el cerebro, mayor es la inteligencia, pero muchos de los supercerebros eran demasiado grandes para moverse de forma independiente y se mantenían a menudo cerrados en sí mismos. Luke había visto imágenes de algunos de ellos, como los macizos de algas gigantes del sistema Cygnus B y, quizá el más extraño de todos, el océano “pensante” que cubría el planeta Solanus. Era un mar tan rico en químicos que podía transportar miles de millones de procesos de pensamiento en sus oscuras profundidades, aunque se negaba a participar en los asuntos galácticos y pasaba su tiempo jugando consigo mismo, creando y modificando elaboradas estructuras cristalinas y meditando sobre su propia identidad.
Pero eso, como diría Han Solo, es otro mundo. Aquí, en Tatooine, Luke se encontraba con un rango biológico más familiar. Por muy extraña que fuera su apariencia exterior, al menos caminaban y hablaban.
Aunque el bar era ruidoso, Luke se dio cuenta de que no todas las conversaciones eran audibles. En frecuencias más elevadas de las que podía escuchar, había una cacofonía ultrasónica de chirridos y silbidos. Unos klytonianos hablaban entre ellos de una punta a otra de la sala usando vibraciones en los campos eléctricos generados por las escamas de cuero que cubrían sus cuerpos, unos telépatas unían sus cabezas inclinadas en las esquinas, tratando de acallar la cháchara de las ondas cerebrales a su alrededor, y los olfaxes olfateaban el aire, conversando en lo que probablemente fuera el lenguaje más sofisticado de todos: el lenguaje de los olores.
Un ser humano tiene 5 millones de células sensoriales que responden a las señales olfativas, y un perro, que es uno de los principales olfaxes terrestres, tiene 150 millones. Pero en algunos de los planetas oscuros, muy lejos de la estrella más cercana o cubiertos por densas nubes, han evolucionado olfaxes que tenían la mitad de su cerebro dedicada al olfato.
Usando tres diferentes tipos de nervios del mismo modo que los humanos tienen tres receptores luminosos distintos en sus ojos, pueden “oler” en color y en 3-D. Con los ojos cerrados pueden decirte no sólo quién estaba en el bar, sino también donde estaba situado cada uno. No había forma de ocultarse de un olfax, y las tropas de asalto imperiales raramente los atrapaban porque sus sensibles narices los detectaban mucho antes de que se les pudiera ver. Era imposible mentirles porque su olfato detectaba el verdadero significado detrás de tus palabras. Un olfax puede oler la ansiedad, o el miedo, o la confianza con la misma facilidad que un humano puede oler el pan recién hecho.
Luke solía preguntarse cómo los olfaxes, con su visión limitada, pudieron descubrir el resto de la galaxia, hasta que el viejo Ben Kenobi le indicó que muchas formas de radiación producen olores. La luz ultravioleta, por ejemplo, convierte el oxígeno en ozono, y fue el característico aroma de este último lo que dio a los olfaxes la primera pista del universo.
-Pero ten en cuenta –añadió el anciano-, que están indefensos en los vuelos espaciales. Sus ordenadores químicos son lentos comparados con los nuestros, y en el vacío no puede olerse nada.
-¿Qué especie tiene los mejores pilotos? –preguntó Luke, y para su sorpresa Ben había extraído su ajada copia de la Enciclopedia Universal y la había abierto en una imagen de una criatura con aspecto de insecto con grandes ojos múltiples.
-Ésta –dijo-. Yo sigo necesitando ordenadores, pero estos pueden hacer los cálculos en su cabeza. Mira sus ojos con todas esas facetas. Sus cerebros han evolucionado para coordinar todas esas imágenes automáticamente. Piensan matemáticamente. Para ellos, el cálculo de trayectorias y órbitas es algo natural, y son los mejores navegadores astrales que jamás haya encontrado. ¡Tienen una tasa de fusión de parpadeo de más de trescientos!
-¿Qué significa eso? –preguntó Luke.
-Es la velocidad a la que pueden captar información. Si tú ves más de 20 imágenes por segundo, se reproducen juntas como una película, pero podrías mostrar a esas criaturas 300 imágenes por segundo y aún verían cada una de ellas como una imagen fija independiente. ¡Así de rápidos son!
”Pero ten cuidado con ellos. Como miembros de una tripulación, no son de fiar porque no tienen emociones. La lealtad no significa nada para ellos. No tomarán riesgos y te abandonarán si creen que eso es lo mejor para ellos.
Luke recordó las palabras de Ben Kenobi mientras echaba un vistazo por el bar. ¿Cómo era esa frase que había usado el viejo guerrero? “No importa qué aspecto tengan, lo que importa es cómo piensen”. ¿Pero en qué pensaban esos seres, bioeléctricos, telépatas, olfaxes, y los sensibles a la temperatura cuyo mundo era un arcoíris de diferentes temperaturas, y los ultrasónicos que podían ver a través de él? No por primera vez, se alegró de que Kenobi –y la Fuerza- le acompañara.

¡La princesa de hielo!

¡La princesa de hielo!

La Estación de las Nueves había regresado a Endor. Habitualmente el bosque resonaría con las risas de los ewoks jugando en la nieve, pero no este año. Los ewoks estaban de duelo.
Cuando llegaron las primeras nieves, la princesa Kneesaa, Wicket y Teebo estaban deslizándose en trineo cuando la princesa se cayó y le mordió un escarabajo de hielo.
Wicket tenía el corazón roto y permanecía de pie sollozando junto a Teebo, observando a la hermosa princesa dentro de una tumba de cristales de hielo. El jefe Chirpa estaba arrodillado junto a su hija, cubriéndose con las manos los ojos llorosos.
-¿No hay nada que podamos hacer? –preguntó Teebo.
-No lo sé –dijo Wicket-. El maestro Logray está revisando todos sus pergaminos. Tal vez encuentre algo.
Justo entonces el viejo sabio se aproximó a los tres dolientes.
-¿Has encontrado una respuesta? –dijo lloroso el jefe Chirpa.
-Hay un modo –dijo Logray-. Pero está plagado de peligros. El veneno del escarabajo de hielo sólo puede combatirse con el jugo de la planta de fuego...
-Pero esa planta sólo se encuentra en la Montaña Maldita –gimió el jefe Chirpa.
La Montaña Maldita era el hogar de los gigantes de escarcha. Ninguno de los ewoks que se había aventurado allí había vuelto a ser visto.
-Incluso si eso funcionara, no puedo prescindir de mis hombres –dijo el jefe-. Los duloks están hambrientos. Este año fueron demasiado vagos para recoger sus cosechas y ya han comenzado a atacar nuestros almacenes. Necesito a todos mis hombres para mantenerlos alejados.
-Tendrá que prescindir de Teebo y de mí –dijo Wicket con valentía-. Nosotros iremos a la montaña.
-¿Nosotros? –exclamó Teebo-. ¿Cómo?
-¡Con el planeador! –dijo valientemente Wicket-. Y tendremos éxito.
Pocos días después, tras un vuelo sin incidentes, Wicket y Teebo aterrizaron con sus planeadores en la base de la Montaña Maldita. La cima estaba demasiado alta como para intentar llegar volando, así que, con púas para el hielo sujetas en los pies para tener algo de agarre en la lisa superficie de la montaña, comenzaron a escalar el pico.
-Wicket –dijo Teebo, mientras ascendían con esfuerzo la empinada pendiente-. ¿Qué es grande, rojo, vuela, y come ewoks para cenar?
-Ahora no es momento para bromas –exclamó Wicket.
-¿Quién está bromeando? –dijo Teebo, tragando saliva, mientras señalaba a un letal pájaro dragón rojo que se lanzaba hacia ellos.
Con un graznido capaz de helar la sangre, el pájaro dragón se abalanzó hacia los dos Ewoks. Teebo se aferró a la superficie de la montaña buscando protección, pero las alas del pájaro dragón le golpearon en la espalda y le hicieron perder el equilibrio.
-¡Aaaaaaaaahhhh! –Su grito llenó el aire mientras caía hacia las rocas dentadas de más abajo.
A escasos metros más abajo en la montaña, Wicket observó horrorizado cómo su amigo caía hacia él. Sujetándose precariamente con una mano a una planta que sobresalía, de algún modo consiguió agarrar la pierna de Teebo cuando este pasaba a toda velocidad. El impulso casi hizo que Wicket cayera de la montaña, pero aguantó con firme determinación mientras Teebo conseguía ponerse a salvo.
-Esto es una novedad –dijo Wicket con una risita nerviosa-. ¡Normalmente eres tú el que agarra mi pierna!
Teebo estaba demasiado conmocionado para pensar en algo gracioso que decir, y los dos continuaron trepando en silencio hasta que llegaron a una cornisa.
Con gran batido de alas, el pájaro dragón volvió a lanzarse sobre ellos. Justo a tiempo, Wicket vio una grieta en la pared rocosa y Teebo y él se apretujaron en su interior. Imaginad su sorpresa cuando descubrieron que la grieta era, en realidad, la entrada a una cueva.
-Vamos –dijo Wicket-. Prefiero enfrentarme a lo que haya aquí dentro que aguantar contra el pájaro dragón.
Pocos minutos después, la voz de Teebo resonó por un laberinto de túneles.
-Al menos si nos hubiéramos quedado fuera, habríamos muerto rápidamente. ¡Ahora estamos perdidos y probablemente nos moriremos de hambre lenta y miserablemente!
-También es posible que salgamos adelante –dijo Wicket.
A Teebo le parecía que llevaban horas en los túneles antes de girar una esquina oscura y detenerse asombrados. Porque frente a ellos se encontraba una enorme caverna iluminada por cientos de cristales brillantes. En un extremo había una mesa dispuesta con comida de aspecto delicioso.
-Al menos no nos moriremos de hambre –dijo Teebo, corriendo hacia la mesa.
-¡Vuelve, Teebo! –ordenó Wicket-. No tenemos tiempo para comer. Debemos encontrar la planta de fuego y no la encontraremos aquí. ¡Eso es seguro!
-¿Cómo lo sabes? –preguntó Teebo.
-Porque creo que esto debe ser el salón del trono del rey de los gigantes de escarcha, y obviamente es improbable que los gigantes de escarcha tengan la planta de fuego.
-¿Por qué?
-Los derretiría, tonto.
-No hace falta que te acalores –exclamó Teebo-. Muy bien. Vamos.
Pero era demasiado tarde, porque mientras Teebo hablaba, una procesión de gigantes de escarcha entró en la caverna, anunciando la llegada del rey.
Los ewoks tragaron saliva ante lo que estaban viendo, porque los gigantes de escarcha eran realmente gigantescos, al menos ocho veces el tamaño de un ewok.
-Corre –gritó Wicket. Pero antes de poder moverse, Wicket y Teebo fueron rodeados por un círculo de gigantes de escarcha.
-¡Intrusos! –rugió el rey.
-Su Majestad –dijo Wicket, tragando saliva y agachando la cabeza-. No pretendíamos ser intrusos. Intentábamos...
Pero antes de que Wicket pudiera terminar, el rey de los gigantes de escarcha le agarró con su mano helada.
-Estáis condenados –dijo-. Tenemos un modo especial de tratar con los invitados no deseados. Les echamos el aliento.
-Oh, bueno –dijo Teebo-. Mientras no hayáis comido demasiado ajo, no puede ser tan malo.
Pero Wicket había escuchado la leyenda del aliento de los gigantes de escarcha. Cualquiera que fuera tocado por él, se convertía al instante en un bloque de hielo.
Justo cuando parecía que los ewoks estaban condenados, dos guardas entraron apresuradamente en la sala del trono.
-Sire –dijo uno entre jadeos-. El pájaro demonio ha regresado. Estamos siendo atacados.
Wicket se dio cuenta de que el guarda se refería al pájaro dragón, y pudo ver que los gigantes de escarcha estaban aterrorizados: y con razón, pues un resoplido del aliento del pájaro dragón y los gigantes se derretirían.
-Sire –dijo Wicket-. Teebo y yo nos encargaremos de él. Tengo un plan.
Wicket puso rápidamente su plan en acción. Ordenó a los gigantes que construyeran un inmenso muro de hielo en el mismo borde de la cima de la montaña. Entonces pidió a uno de ellos que le condujera de vuelta a la entrada del laberinto, que estaba justo bajo la cima. Podía ver al terrible pájaro volando en las inmediaciones.
Wicket hizo un ruido muy desagradable y el pájaro dragón se abalanzó sobre él. Justo cuando parecía que el pájaro iba  a atrapar al valiente ewok, Wicket gritó:
-¡Ahora!
Y salió corriendo de vuelta al túnel. Por encima, en la cima, los gigantes de escarcha empujaron con todas sus fuerzas el gigantesco muro, y antes de que pudieras decir “¡Ewok!”, se desplomó montaña abajo en una enorme avalancha y chocó contra la cornisa.
El pájaro dragón graznó al quedar enterrado bajo toneladas de hielo, y entonces ya no se le escuchó más.
Teebo miró hacia abajo y comenzó a sollozar, pues pensaba que su amigo había muerto junto al pájaro dragón.
-¡Muerto! –sollozó-. ¡Wicket está muerto!
-Bueno, creo que ha sido todo un éxito –dijo una voz detrás del ewok lloroso. Se dio la vuelta y allí, con un aspecto bastante tranquilo, estaba Wicket, de pie como si no hubiera pasado nada.
-¿Cómo...? –comenzó a decir Teebo.
-Te lo explicaré luego –dijo Wicket.
-Ewoks –dijo el rey de los gigantes de escarcha-. Nos habéis salvado. ¿Cómo podemos recompensaros?
-Si Su Majestad es tan amable –dijo Wicket-, todo lo que queremos es saber dónde crece la planta de fuego...
-Os lo mostraremos, pero no nos atrevemos a acercarnos a ella –dijo el rey...
Cuando Wicket y Teebo regresaron a la aldea con la planta de fuego, Logray consultó inmediatamente sus pergaminos y comenzó a preparar una poción humeante. Cuando hervía furiosamente la vertió sobre la forma helada de Kneesaa.
Todos los ewoks observaron impacientes y hubo un inmenso suspiro de alivio cuando el hielo comenzó a derretirse. Pronto quedó libre de su prisión congelada y una gran aclamación resonó por el bosque.
El jefe Chirpa estaba tan agradecido que apenas podía hablar. Pero finalmente recuperó el habla y dio las gracias una y otra vez a sus dos fieles ewoks.
-No ha sido nada –dijo modestamente Wicket.
-Estamos aquí para cuando nos necesite –dijo Teebo valientemente.
-Vayamos a jugar en la nieve –dijo la princesa Kneesaa con una sonrisa.
Pocos minutos después, los ewoks se lo estaban pasando como nunca lanzándose disparados por las pendientes nevadas con sus trineos... salvo Wicket y Teebo. ¡Ya habían tenido suficiente nieve y hielo para toda la estación!

¡El retorno del Grandioso!

¡El retorno del Grandioso!

Wicket estaba tumbado junto a su amigo en la suave hierba del bosque. Bostezó y dijo:
-No hay nada como la paz y la tranquilidad del bosque en la Estación del Sol, ¿eh, Teebo?
Teebo se puso en pie.
-Salvo que hace demasiado calor. ¡Vamos! Te echo una carrera hasta la presa. Podemos refrescarnos allí.
Los dos ewoks corrieron por el bosque hacia la presa que estaba más arriba del poblado.
-¡Cudvarrk! –jadeó Wicket, deteniéndose para recuperar el aliento-. ¡No tan rápido!
-¡Dangar! –gritó Teebo, deteniéndose de repente, porque el duro suelo del bosque de pronto estaba cubierto de agua. Lo que debía haber sido tierra secada por el sol, era barro pantanoso.
Antes de que Wicket pudiera decir nada se escuchó un fuerte estruendo y el aire se llenó del sonido del agua al correr.
-¡Es la presa! –gritó Wicket-. Los duloks deben de haberla quebrado. Están intentando inundarnos.
-Debemos regresar al poblado lo más rápido posible –dijo Teebo con un jadeo-. Debemos advertir al jefe Chirpa. –Mientras hablaba, corría hacia un caballo snarlf que pastaba cerca-. Vamos, Wicket. Cabalgaremos de vuelta con esta belleza.
Los dos ewoks saltaron a lomos del caballo y galoparon hacia el poblado.
Tan pronto como escuchó lo que había pasado, el jefe Chirpa convocó a Chukha-Trok, el carpintero.
-Necesitamos construir un dique inmediatamente –dijo al fornido ewok-. La presa ha sido saboteada.
-Dejádmelo a mí –dijo Chukha-Trok. Pocos instantes después se escuchó el sonido de dos poderosos hachazos del carpintero seguidos por un fuerte estruendo cuando Chukha-Trok derribó un árbol gigantesco.
Justo a tiempo, cayó en el camino de las aguas desbocadas que amenazaban con inundar el poblado.
-¡Veek! –dijo Teebo con un suspiro de alivio, cuando las aguas rodearon el árbol y cayeron por un acantilado creando una espectacular cascada-. Ahora tenemos tiempo para reparar la presa.

***

Los ewoks habían vivido en el bosque durante cientos de años y creían que sabían todo lo que había que saber de él... pero lo que no sabían era que en las profundidades bajo el suelo del bosque había una vasta caverna oscura. Durante miles de años nada había penetrado el fantasmal silencio, pero el día que se rompió la presa una gota de agua se filtró profundamente en la tierra y aterrizó con un fuerte “plop” que resonó en la caverna. Y luego otra... y otra.
De pronto, otro sonido estremeció la caverna. Era un “¡Urrrrgggghhhhh!” muy, muy fuerte; tan fuerte que las paredes de la caverna comenzaron a temblar: tan fuerte que mucho más arriba, en el bosque, los ewoks temblaron de miedo.
-¿Qué es eso? –dijo Teebo con un jadeo mientras la tierra se sacudía tan violentamente que tuvo que agarrarse a un árbol para mantenerse en pie.
¡Kffllnnnch! Era como si el bosque hubiera sido golpeado por un terremoto mientras los árboles se caían y los escombros salían despedidos por todas partes. Un gigantesco agujero apareció en el suelo y los ewoks miraron incrédulos como una monstruosa cabeza aparecía en él. Salía vapor de los asombrosos orificios nasales de la criatura. Abrió su ancha boca y los ewoks quedaron aterrorizados por los temibles colmillos que asomaban. ¡Cada colmillo era tan grande como un ewok adulto!
El jefe Chirpa jadeó.
-E-e-e-es un k-k-k-kradak –tartamudeó-. Uno de los G-g-grandiosos. Llevaban miles de años extinguidos.
Teebo buscó consuelo abrazándose a Wicket cuando el gigantesco monstruo comenzó a salir de la tierra. Con cada sacudida de su terrible cuello, un árbol del bosque caía con estrépito al suelo.
-¡Si rompe nuestro árbol de apoyo, estamos condenados! –gritó el jefe Chirpa-. ¡Logray! –gritó-. Haz algo.
Logray, el viejo e inteligente sabio de los ewoks, salió corriendo de su choza. Mientras corría hacia el jefe, una rama cayó de un árbol y le golpeó dejándole sin sentido. La princesa Kneesaa corrió junto al viejo ewoks y se arrodilló a su lado. Cuando vio que no estaba gravemente herido, salió corriendo hacia su choza. Teebo y Wicket corrieron tras ella y la encontraron mezclando una poción con las hierbas y aguas que Logray guardaba allí.
-¿Qué estás haciendo? –preguntó Wicket.
-A menudo he observado cómo Logray mezcla sus pociones –respondió la princesa-. Creo que sé cómo ocuparnos del monstruo.
Teebo miró al exterior de la choza. El monstruo ya había logrado salir del agujero y era tan alto que Teebo tenía que inclinar el cuello hacia atrás para poder ver su cabeza. De sus orificios nasales salían grandes chorros de fuego. A su alrededor, valerosos ewoks le golpeaban y le daban patadas, pero el monstruo ni siquiera los advertía.
-¡Aprisa, Kneesaa! –gritó Teebo.
-¡Terminé! –exclamó la princesa Kneesaa, mientras salía corriendo de la choza, sosteniendo un gran cuenco de un líquido verde humeante-. Esto debería calmar al monstruo.
En su precipitación, la princesa no vio un manojo de ramas.
-¡Oh, no! –gimió mientras el cuenco se le escapaba de las manos, lanzando su contenido sobre los ewoks que se encontraban en tierra más abajo.
Uno a uno, los ewoks cayeron al suelo y se quedaron inmóviles donde cayeron.
-Kneesaa, patosa –dijo Wicket-. Has mezclado una poción somnífera. Todo el mundo está inconsciente salvo tú, yo y Teebo...
-¡Y el monstruo! –exclamó Teebo.
Un fuerte rugido de la feroz bestia agitó las hojas de los árboles, cubriendo de follaje a los tres amigos.
-Salgamos de aquí –gimoteó Teebo.
-No seas tonto –ladró Wicket-. Si no hacemos algo, nuestro poblado será destruido.
Mientras tanto, Kneesaa había corrido de vuelta a la choza de Logray y estaba ocupada mezclando otra poción.
-Mantened ocupado al monstruo –gritó.
-¿Que lo mantengamos ocupado? –gruñó Teebo-. ¿Qué quiere que hagamos? ¿Que nos pongamos a jugar al Monopoly con él?
Justo entonces, la princesa Kneesaa salió corriendo de la choza llevando otro cuenco. Esta vez el líquido del interior era amarillo.
-Creo que esto debería ser lo suficientemente fuerte como para hacer que el kradak se duerma...
Y mientras hablaba se resbaló con una hoja húmeda y se deslizó a lo largo de la rama. El cuenco se le cayó de las manos y su contenido se vertió sobre la espada del monstruo.
Dejó escapar un furioso rugido cuando el líquido hirviente le quemó la carne.
-¡Mirad! –gritó la princesa, señalando al kradak.
Los tres ewoks miraron asombrados cómo la criatura comenzó a encoger. Se hizo más pequeña... y más... y más pequeña, hasta que no fue mayor que la mano de un ewok.
-Kneesaa, eres fantástica –vitoreó Wicket-. Mezclaste una poción reductora, en lugar de una somnífera. Estamos salvados.
Para cuando los demás ewoks volvieron en sí, Wicket y la princesa habían construido una pequeña jaula para el diminuto monstruo que mostraba un aspecto muy lamentable.
-Sabes, Teebo –dijo Wicket-. Si desviamos parte del agua del dique al agujero antes de que reparemos la presa, podríamos hacer una súper piscina.
-Qué idea tan genial –convino Teebo-. Pero hagámoslo mañana. Ya he tenido suficiente por un día.