David West Reynolds
Luke Skywalker
condujo su deslizador terrestre a toda velocidad por las vastas llanuras
salinas del planeta desértico Tatooine. Los soles gemelos brillaban al amanecer
como dos supernovas reflejándose en su parabrisas, y el viento agitaba su
cabello.
-¡Es tan genial
como siempre pensé que sería! –dijo el muchacho de 16 años-. No puedo creer que
por fin haya ahorrado lo suficiente para comprar mi propio deslizador
terrestre. ¡Esto es libertad, Biggs!
El mejor amigo
de Luke, Biggs Darklighter, estaba sentado en el asiento del pasajero,
intercambiando sonrisas con Luke.
-Va muy suave,
figura –dijo.
-¿No crees que
está demasiado destartalado? –preguntó Luke.
-Creo que es
genial –le aseguró Biggs.
Luke se estaba
quedando unos días con Biggs, dado que la cosecha había terminado y su tío Owen
y su tía Beru finalmente podían permitirle pasar algún tiempo lejos de la
granja de humedad. Se suponía que Luke debía quedarse cerca de la casa de los
Darklighter, pero los dos amigos tenían otros planes. Tenían pensado salir a
explorar un poco.
Las cúpulas
blanqueadas del puesto avanzado de Douz aparecieron en el arenoso horizonte, y
enseguida Luke estaba deteniéndose frente a una estación de energía. El
deslizador necesitaba una recarga.
-¿Adónde vais
vosotros dos? –preguntó el viejo mecánico de la estación, mientras acercaba los
cables para engancharlos al deslizador de Luke.
-A Metameur –dijo
Biggs-. Sólo queremos echar un vistazo a la plataforma de aterrizaje de
cargueros.
-¡Y tal vez ver
una nave espacial! –añadió Luke.
El viejo
mecánico sonrió.
-Metameur está bastante
lejos.
-Habíamos pensado
en tomar un atajo por los Cañones de la Desolación –dijo Luke.
-Yo no lo
recomendaría –dijo el mecánico-. Podríais encontraros con moradores de las
arenas.
-Sólo estaremos
de paso – dijo Biggs-. No vamos a provocarles.
-Esos moradores
de las arenas son salvajes –dijo el mecánico con dureza-. No les llamamos
bandidos tusken sin motivo. Matarán a cualquiera. Mataron a todos los ghorfas, ¿sabéis?
Y os matarán a vosotros también.
-¿Quiénes eran
los ghorfas? –preguntó Luke.
-Los ghorfas
eran criaturas que solían vivir aquí, mucho antes de que llegaran los colonos.
¿Alguna vez habéis visto las chozas de esclavos en alguna de las viejas
ciudades?
Luke y Biggs
asintieron.
-La mayoría de
ellas fueron construidas por los ghorfas y convertidas en alojamiento de
esclavos cuando los ghorfas desaparecieron –explicó el mecánico-. A veces también
puedes encontrar sus ruinas en el desierto. Construían cosas; no eran salvajes
nómadas como esos bandidos tusken que recorren el desierto montados en sus
banthas. Todo lo que llegan a construir esos tuskens son muros alrededor de sus
pozos sagrados. La leyenda dice que hay una ciudad perdida de los ghorfas por
ahí, en alguna parte, pero nadie que haya ido en su búsqueda ha regresado.
Conforme se
alejaban a toda velocidad de los escasos edificios que conformaban el puesto
avanzado de Douz, Luke consideró las posibilidades.
-Si no tomamos
el atajo, nunca conseguiremos llegar a Metameur antes de que tengamos que
regresar –dijo.
-Parece que entonces
habrá que ir por los Cañones de la Desolación –respondió Biggs con una sonrisa.
Las accidentadas
tierras del cañón se alzaron en el horizonte, y los chicos abandonaron la ruta regular.
Luke condujo el deslizador a través de un barranco en las tierras bajas y aminoró
conforme maniobraba por el cálido yermo rocoso.
Biggs alzó la
mirada cuando vieron la entrada a un gran cañón, muy por delante de ellos.
-El cielo se
está oscureciendo –dijo con preocupación.
Luke miró tras
ellos.
-Oh, no –exclamó-.
¡Una tormenta de arena!
-¡Si nos atrapa
en terreno abierto, estamos perdidos! –dijo sombríamente Biggs-. ¡Dirígete a
esos cañones!
Luke aceleró a
fondo.
-¡Estoy en ello!
Los dos
atravesaron a toda velocidad el accidentado paisaje, rodeando grandes peñascos
y atravesando quebradas. Luke trataba de dirigirse a los cañones lejanos, pero los
había perdido de vista entre todas las colinas y valles.
-¡La tormenta se
acerca! –dijo Biggs.
-¡Hago lo que
puedo! –dijo Luke, esforzándose sudoroso con los controles. Sabía que si estrellaba
el deslizador estarían aún en más problemas.
Biggs pulsó el
botón que servía para cerrar la carlinga del deslizador formando una burbuja
sellada. La mitad trasera se deslizó sobre ellos desde detrás del asiento,
justo cuando el rugido de la tormenta y su punzante arena los atrapaban.
-¡Apenas puedo
ver nada! –exclamó Luke-. ¡No tengo ni idea de adónde vamos!
-¡Aguanta,
figura, puedes hacerlo! –le dijo Biggs.
Luke luchó por
mantenerse por delante del núcleo de la tormenta. Pronto las paredes rocosas fueron
visibles en la neblina arenosa.
-¡Por ahí! –exclamó
Biggs.
-El saliente
rocoso –dijo Luke-. Ya lo veo.
Dirigió el
deslizador terrestre hacia allí para cobijarse bajo la masa protectora de un
gran acantilado. Abrieron la carlinga.
-Mira eso –dijo Biggs,
echando un vistazo al cañón-. La tormenta pierde fuerza.
-Eh, Biggs –dijo
Luke, desviando la mirada a los confines interiores del hueco del acantilado-.
Mira esto.
Ante ellos se
encontraban las ruinas de una ciudad de adobe, construida en el interior del
muro del acantilado. Una gigantesca estructura escalonada central estaba
rodeada por varias terrazas de edificios redondos y cuadrados con extrañas ranuras
a modo de ventanas.
-¡Es la ciudad
perdida de los ghorfas! –dijo Luke en un susurro.
Los dos
muchachos avanzaron cautelosos por la silenciosa ciudad, sintiendo el sonido de
los latidos de sus corazones más fuerte que el de sus propios pasos.
Luke advirtió un
patrón en el modo en que ciertas piedras estaban unidas.
-Mira, Biggs –dijo-.
Ese muro de allí está construido justo igual que los muros que los bandidos
tusken usan alrededor de sus pozos. Es extraño.
-Pero esas
ruinas de allí tienen el mismo aspecto que las ruinas de los esclavos en las
viejas ciudades, y el mecánico dijo que esas las construyeron los ghorfas –dijo
Biggs. Señaló un grupo de habitaciones con aspecto de celdas, apiladas unas
encima de otras, unidas por estrechas escaleras.
Y entonces
encontraron las tumbas.
-Esto son tumbas
de moradores de las arenas –dijo Luke, intranquilo. Reconoció las toscas
lápidas rectangulares en el suelo, con piedras puestas de pie a cada extremo.
Se extendían en hileras profundamente en las sombras del hueco del acantilado-.
El tío Owen y yo encontramos una vez algunas por accidente y me dijo lo que
eran. Dijo que tuvimos suerte de que no llegaron a vernos cerca de ellas, o nos
habrían matado.
-Si esto son
tumbas de moradores de las arenas, entonces debieron haber matado a todos los
ghorfas que vivían aquí y ocuparon el templo de su ciudad –dedujo Biggs.
Luke estaba
adentrándose en las sombras de la caverna formada por el hueco del acantilado.
-Las tumbas más
recientes están cerca de la entrada –observó-. Hay otras más antiguas ahí al
fondo. Mira cómo cambia la forma.
-Es verdad, y
mira cómo comienzan a usar pequeños dibujos tallados en ellas, en lugar de los
símbolos que usan los moradores de las arenas –advirtió Biggs-. Esas deben de
ser tumbas ghorfa. Luke, ¿dónde terminan las tumbas de los moradores de las
arenas y comienzan las de los ghorfa? –preguntó.
-No hay una
línea divisoria clara –dijo Luke-. Simplemente va cambiando de forma
gradualmente, de una a otra. Qué extraño. ¿Por qué los moradores de las arenas
usarían el mismo cementerio de los ghorfas que asesinaron?
Adentrándose más
en las sombras, Luke encontró tumbas que estaban construidas con mucho más
cuidado y detalles, cubiertas por muchas imágenes. Se arrodilló para
examinarlas.
-Mira estas
imágenes –dijo Luke lentamente-. Muestras a los primeros colonos llegando a
Tatooine y usando grandes máquinas para extraer el agua de todos los pozos
hasta secarlos.
Biggs se
arrodilló junto a otra tumba. Podía ver en las grietas y el desgaste de las
piedras que las tumbas del fondo eran decididamente más antiguas, pero los
grabados parecían mucho más avanzados. Y las imágenes contaban una historia muy
clara.
-Esa muestra a
los ghorfas muriendo de sed –dijo-. No tenían suficiente agua para permanecer
en su ciudad.
Luke volvió a
mirar la piedra tallada y la hilera de tumbas. Vio cómo se convertían
gradualmente en las rudas y toscas tumbas de los moradores de las arenas, sólo
con símbolos y sin imágenes.
-Biggs –dijo-,
los moradores de las arenas no mataron a los ghorfas. Ellos eran los ghorfas. Y
los granjeros que colonizaron esta zona antes que nosotros destruyeron su
cultura al robarles toda el agua.
Biggs lo
comprendió.
-Tuvieron que
volverse nómadas –dijo-. Y ahora son los moradores de las arenas. ¡Son los
bandidos tusken!
-No es de
extrañar que nos odien, a los granjeros –dijo Luke. En ese momento Luke escuchó
el último sonido que querría escuchar en ese momento: el grave bramido gutural
de un bantha en el cañón. Y entonces escuchó el timbre de una voz salvaje.
Había bandidos tusken ahí fuera, y habían visto el deslizador terrestre.
Biggs y Luke
corrieron hacia el deslizador, con la adrenalina recorriendo sus venas. Sabías
que si les atrapaban, seguramente les matarían. Al saltar al deslizador, vieron
seis banthas y al menos dos docenas de moradores de las arenas en el extremo
opuesto del cañón.
Luke activó las
turbinas jet cuando los bandidos comenzaron a abalanzarse hacia ellos con
horribles gritos de guerra. Uno de ellos les lanzó su bastón gaderffii, una
gran porra de metal con un extremo puntiagudo y afilado. Golpeó el capó trasero
del deslizador terrestre, y Luke pudo escuchar cómo el parabrisas oculto en su
interior se hacía pedazos por el impacto. Pero de pronto las turbinas
estuvieron a plena potencia y el vehículo flotante se alejó disparado.
Salieron a los
yermos rocosos, sólo para encontrarse con otros bandidos tusken acechando tras
los peñascos. Luke maniobró una y otra vez para alejarse de ellos, perdiéndose
irremediablemente hasta que pareció que él y Biggs jamás alcanzarían las dunas.
Y entonces apareció la arena ante ellos, una amplia extensión abierta, y los
Cañones de la Desolación quedaron tras ellos. Estaban a salvo. Los dos
muchachos apenas hablaron mientras regresaban al puesto avanzado de Douz a la
luz de los soles ponientes.
***
Cuando Luke
volvió a casa días después, comenzó a contarle al tío Owen durante la cena su
aventura.
-¡Los Cañones de
la Desolación! –dijo su gruñón tío-. Si hubiera sabido que te acercarías a esa
zona te habría quitado ese deslizador terrestre. Es demasiado peligroso.
-¿Pero y si
hubiera algo que aprender? –insistió Luke-. Esa legendaria ciudad perdida...
podría ayudarnos a entender... algunas cosas. Tal vez podamos aprender a
convivir en paz con los tuskens. Creo que necesitas comprender el pasado para
comprender el presente.
-No, Luke –respondió
el tío Owen con voz suave-. El pasado es mejor dejarlo tranquilo.
Luke salió y
observó la puesta de los soles desde el borde del cráter solitario que era su
hogar.
-El pasado
alberga claves –pensó para sí mismo-. Y ahora sé quiénes son en realidad los
moradores de las arenas.
Luke se preguntó
qué claves albergaría su propio pasado. ¿Por qué siempre ansiaba algo más que
la granja? ¿Cómo había sido su padre? Algún día, tal vez, lo descubriera. Algún
día el pasado también le ayudaría a comprender quién era él.
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