lunes, 14 de diciembre de 2015

La ciudad perdida de Tatooine


La ciudad perdida de Tatooine
David West Reynolds

Luke Skywalker condujo su deslizador terrestre a toda velocidad por las vastas llanuras salinas del planeta desértico Tatooine. Los soles gemelos brillaban al amanecer como dos supernovas reflejándose en su parabrisas, y el viento agitaba su cabello.
-¡Es tan genial como siempre pensé que sería! –dijo el muchacho de 16 años-. No puedo creer que por fin haya ahorrado lo suficiente para comprar mi propio deslizador terrestre. ¡Esto es libertad, Biggs!
El mejor amigo de Luke, Biggs Darklighter, estaba sentado en el asiento del pasajero, intercambiando sonrisas con Luke.
-Va muy suave, figura –dijo.
-¿No crees que está demasiado destartalado? –preguntó Luke.
-Creo que es genial –le aseguró Biggs.
Luke se estaba quedando unos días con Biggs, dado que la cosecha había terminado y su tío Owen y su tía Beru finalmente podían permitirle pasar algún tiempo lejos de la granja de humedad. Se suponía que Luke debía quedarse cerca de la casa de los Darklighter, pero los dos amigos tenían otros planes. Tenían pensado salir a explorar un poco.
Las cúpulas blanqueadas del puesto avanzado de Douz aparecieron en el arenoso horizonte, y enseguida Luke estaba deteniéndose frente a una estación de energía. El deslizador necesitaba una recarga.
-¿Adónde vais vosotros dos? –preguntó el viejo mecánico de la estación, mientras acercaba los cables para engancharlos al deslizador de Luke.
-A Metameur –dijo Biggs-. Sólo queremos echar un vistazo a la plataforma de aterrizaje de cargueros.
-¡Y tal vez ver una nave espacial! –añadió Luke.
El viejo mecánico sonrió.
-Metameur está bastante lejos.
-Habíamos pensado en tomar un atajo por los Cañones de la Desolación –dijo Luke.
-Yo no lo recomendaría –dijo el mecánico-. Podríais encontraros con moradores de las arenas.
-Sólo estaremos de paso – dijo Biggs-. No vamos a provocarles.
-Esos moradores de las arenas son salvajes –dijo el mecánico con dureza-. No les llamamos bandidos tusken sin motivo. Matarán a cualquiera. Mataron a todos los ghorfas, ¿sabéis? Y os matarán a vosotros también.
-¿Quiénes eran los ghorfas? –preguntó Luke.
-Los ghorfas eran criaturas que solían vivir aquí, mucho antes de que llegaran los colonos. ¿Alguna vez habéis visto las chozas de esclavos en alguna de las viejas ciudades?
Luke y Biggs asintieron.
-La mayoría de ellas fueron construidas por los ghorfas y convertidas en alojamiento de esclavos cuando los ghorfas desaparecieron –explicó el mecánico-. A veces también puedes encontrar sus ruinas en el desierto. Construían cosas; no eran salvajes nómadas como esos bandidos tusken que recorren el desierto montados en sus banthas. Todo lo que llegan a construir esos tuskens son muros alrededor de sus pozos sagrados. La leyenda dice que hay una ciudad perdida de los ghorfas por ahí, en alguna parte, pero nadie que haya ido en su búsqueda ha regresado.
Conforme se alejaban a toda velocidad de los escasos edificios que conformaban el puesto avanzado de Douz, Luke consideró las posibilidades.
-Si no tomamos el atajo, nunca conseguiremos llegar a Metameur antes de que tengamos que regresar –dijo.
-Parece que entonces habrá que ir por los Cañones de la Desolación –respondió Biggs con una sonrisa.
Las accidentadas tierras del cañón se alzaron en el horizonte, y los chicos abandonaron la ruta regular. Luke condujo el deslizador a través de un barranco en las tierras bajas y aminoró conforme maniobraba por el cálido yermo rocoso.
Biggs alzó la mirada cuando vieron la entrada a un gran cañón, muy por delante de ellos.
-El cielo se está oscureciendo –dijo con preocupación.
Luke miró tras ellos.
-Oh, no –exclamó-. ¡Una tormenta de arena!
-¡Si nos atrapa en terreno abierto, estamos perdidos! –dijo sombríamente Biggs-. ¡Dirígete a esos cañones!
Luke aceleró a fondo.
-¡Estoy en ello!
Los dos atravesaron a toda velocidad el accidentado paisaje, rodeando grandes peñascos y atravesando quebradas. Luke trataba de dirigirse a los cañones lejanos, pero los había perdido de vista entre todas las colinas y valles.
-¡La tormenta se acerca! –dijo Biggs.
-¡Hago lo que puedo! –dijo Luke, esforzándose sudoroso con los controles. Sabía que si estrellaba el deslizador estarían aún en más problemas.
Biggs pulsó el botón que servía para cerrar la carlinga del deslizador formando una burbuja sellada. La mitad trasera se deslizó sobre ellos desde detrás del asiento, justo cuando el rugido de la tormenta y su punzante arena los atrapaban.
-¡Apenas puedo ver nada! –exclamó Luke-. ¡No tengo ni idea de adónde vamos!
-¡Aguanta, figura, puedes hacerlo! –le dijo Biggs.
Luke luchó por mantenerse por delante del núcleo de la tormenta. Pronto las paredes rocosas fueron visibles en la neblina arenosa.
-¡Por ahí! –exclamó Biggs.
-El saliente rocoso –dijo Luke-. Ya lo veo.
Dirigió el deslizador terrestre hacia allí para cobijarse bajo la masa protectora de un gran acantilado. Abrieron la carlinga.
-Mira eso –dijo Biggs, echando un vistazo al cañón-. La tormenta pierde fuerza.
-Eh, Biggs –dijo Luke, desviando la mirada a los confines interiores del hueco del acantilado-. Mira esto.
Ante ellos se encontraban las ruinas de una ciudad de adobe, construida en el interior del muro del acantilado. Una gigantesca estructura escalonada central estaba rodeada por varias terrazas de edificios redondos y cuadrados con extrañas ranuras a modo de ventanas.
-¡Es la ciudad perdida de los ghorfas! –dijo Luke en un susurro.
Los dos muchachos avanzaron cautelosos por la silenciosa ciudad, sintiendo el sonido de los latidos de sus corazones más fuerte que el de sus propios pasos.
Luke advirtió un patrón en el modo en que ciertas piedras estaban unidas.
-Mira, Biggs –dijo-. Ese muro de allí está construido justo igual que los muros que los bandidos tusken usan alrededor de sus pozos. Es extraño.
-Pero esas ruinas de allí tienen el mismo aspecto que las ruinas de los esclavos en las viejas ciudades, y el mecánico dijo que esas las construyeron los ghorfas –dijo Biggs. Señaló un grupo de habitaciones con aspecto de celdas, apiladas unas encima de otras, unidas por estrechas escaleras.
Y entonces encontraron las tumbas.
-Esto son tumbas de moradores de las arenas –dijo Luke, intranquilo. Reconoció las toscas lápidas rectangulares en el suelo, con piedras puestas de pie a cada extremo. Se extendían en hileras profundamente en las sombras del hueco del acantilado-. El tío Owen y yo encontramos una vez algunas por accidente y me dijo lo que eran. Dijo que tuvimos suerte de que no llegaron a vernos cerca de ellas, o nos habrían matado.
-Si esto son tumbas de moradores de las arenas, entonces debieron haber matado a todos los ghorfas que vivían aquí y ocuparon el templo de su ciudad –dedujo Biggs.
Luke estaba adentrándose en las sombras de la caverna formada por el hueco del acantilado.
-Las tumbas más recientes están cerca de la entrada –observó-. Hay otras más antiguas ahí al fondo. Mira cómo cambia la forma.
-Es verdad, y mira cómo comienzan a usar pequeños dibujos tallados en ellas, en lugar de los símbolos que usan los moradores de las arenas –advirtió Biggs-. Esas deben de ser tumbas ghorfa. Luke, ¿dónde terminan las tumbas de los moradores de las arenas y comienzan las de los ghorfa? –preguntó.
-No hay una línea divisoria clara –dijo Luke-. Simplemente va cambiando de forma gradualmente, de una a otra. Qué extraño. ¿Por qué los moradores de las arenas usarían el mismo cementerio de los ghorfas que asesinaron?
Adentrándose más en las sombras, Luke encontró tumbas que estaban construidas con mucho más cuidado y detalles, cubiertas por muchas imágenes. Se arrodilló para examinarlas.
-Mira estas imágenes –dijo Luke lentamente-. Muestras a los primeros colonos llegando a Tatooine y usando grandes máquinas para extraer el agua de todos los pozos hasta secarlos.
Biggs se arrodilló junto a otra tumba. Podía ver en las grietas y el desgaste de las piedras que las tumbas del fondo eran decididamente más antiguas, pero los grabados parecían mucho más avanzados. Y las imágenes contaban una historia muy clara.
-Esa muestra a los ghorfas muriendo de sed –dijo-. No tenían suficiente agua para permanecer en su ciudad.
Luke volvió a mirar la piedra tallada y la hilera de tumbas. Vio cómo se convertían gradualmente en las rudas y toscas tumbas de los moradores de las arenas, sólo con símbolos y sin imágenes.
-Biggs –dijo-, los moradores de las arenas no mataron a los ghorfas. Ellos eran los ghorfas. Y los granjeros que colonizaron esta zona antes que nosotros destruyeron su cultura al robarles toda el agua.
Biggs lo comprendió.
-Tuvieron que volverse nómadas –dijo-. Y ahora son los moradores de las arenas. ¡Son los bandidos tusken!
-No es de extrañar que nos odien, a los granjeros –dijo Luke. En ese momento Luke escuchó el último sonido que querría escuchar en ese momento: el grave bramido gutural de un bantha en el cañón. Y entonces escuchó el timbre de una voz salvaje. Había bandidos tusken ahí fuera, y habían visto el deslizador terrestre.
Biggs y Luke corrieron hacia el deslizador, con la adrenalina recorriendo sus venas. Sabías que si les atrapaban, seguramente les matarían. Al saltar al deslizador, vieron seis banthas y al menos dos docenas de moradores de las arenas en el extremo opuesto del cañón.
Luke activó las turbinas jet cuando los bandidos comenzaron a abalanzarse hacia ellos con horribles gritos de guerra. Uno de ellos les lanzó su bastón gaderffii, una gran porra de metal con un extremo puntiagudo y afilado. Golpeó el capó trasero del deslizador terrestre, y Luke pudo escuchar cómo el parabrisas oculto en su interior se hacía pedazos por el impacto. Pero de pronto las turbinas estuvieron a plena potencia y el vehículo flotante se alejó disparado.
Salieron a los yermos rocosos, sólo para encontrarse con otros bandidos tusken acechando tras los peñascos. Luke maniobró una y otra vez para alejarse de ellos, perdiéndose irremediablemente hasta que pareció que él y Biggs jamás alcanzarían las dunas. Y entonces apareció la arena ante ellos, una amplia extensión abierta, y los Cañones de la Desolación quedaron tras ellos. Estaban a salvo. Los dos muchachos apenas hablaron mientras regresaban al puesto avanzado de Douz a la luz de los soles ponientes.

***

Cuando Luke volvió a casa días después, comenzó a contarle al tío Owen durante la cena su aventura.
-¡Los Cañones de la Desolación! –dijo su gruñón tío-. Si hubiera sabido que te acercarías a esa zona te habría quitado ese deslizador terrestre. Es demasiado peligroso.
-¿Pero y si hubiera algo que aprender? –insistió Luke-. Esa legendaria ciudad perdida... podría ayudarnos a entender... algunas cosas. Tal vez podamos aprender a convivir en paz con los tuskens. Creo que necesitas comprender el pasado para comprender el presente.
-No, Luke –respondió el tío Owen con voz suave-. El pasado es mejor dejarlo tranquilo.
Luke salió y observó la puesta de los soles desde el borde del cráter solitario que era su hogar.
-El pasado alberga claves –pensó para sí mismo-. Y ahora sé quiénes son en realidad los moradores de las arenas.
Luke se preguntó qué claves albergaría su propio pasado. ¿Por qué siempre ansiaba algo más que la granja? ¿Cómo había sido su padre? Algún día, tal vez, lo descubriera. Algún día el pasado también le ayudaría a comprender quién era él.

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