-Hay
problemas –dijo la Reina.
Por
unos instantes Nuso Esva la ignoró mientras continuaba farfullando en su
hablalejos privado en su incomprensible lenguaje alienígena. Trevik se puso
tenso, preguntándose qué diría o haría la Reina en este último insulto a su
persona.
Pero
permaneció recostada silenciosamente en su litera, esperando con escalofriante
paciencia a que Nuso Esva terminara su otra conversación. La charla alienígena
terminó, y Nuso Esva volvió a enganchar el hablalejos en su cinturón.
-Hay
problemas –repitió la Reina.
-Nada
de lo que no podamos ocuparnos –gruñó Nuso Esva, con un tono de voz que lindaba
con la falta de educación-. Tan pronto como sus Soldados accedan a los
juggernauts...
-Hay
problemas –volvió a decir la Reina, con mucho más énfasis-. Naves enemigas
vuelan libres sobre mi ciudad, destruyendo los hogares de Circúleos y Midlis.
Usted dijo que no ocurriría. Dijo que no podría ocurrir.
Nuso
Esva pareció recobrar la compostura.
-Cálmese,
oh, Reina –dijo, algo más educadamente esta vez-. Puede que los cazas hayan
logrado entrar en las zonas exteriores de la ciudad, pero hay otro borde en el
conjunto de escudos más hacia el interior. Ese borde los mantendrá fuera de los
terrenos del palacio y lejos de nosotros.
-Pero
han entrado en mi ciudad –insistió la Reina-. Usted dijo que no lo harían. Mintió.
-No
estarán ahí mucho tiempo –dijo Nuso Esva-. A diferencia de los primitivos
cañones con los que se han visto obligados a trabajar mis Elegidos, el
armamento de los juggernauts está equipado con sensores de objetivo
computerizados. Una vez que nos hagamos con ellos...
Uno
de los cabello tormentoso que vigilaba las pantallas dijo algo en el idioma
alienígena.
-Las
escotillas han sido forzadas –anunció Nuso Esva-. Ahora observe cómo destruyo a
los cazar enemigos.
Trevik
miró las pantallas. Una de ellas mostraba una imagen que se sacudía de forma
mareante mientras el cabello tormentoso que llevaba la holocámara corría tras
un grupo de Soldados a través del borde de metal dentado donde antes había
habido una escotilla. Los Soldados se apresuraron al interior, abriéndose a los
lados fuera del campo de visión de la cámara.
De
pronto la imagen quedó inmóvil. Muy inmóvil. Durante un par de segundos mostró
una vista de una cámara de metal compacta, vacía excepto por luces
parpadeantes, pantallas que brillaban débilmente y, al fondo, alguna clase de
objeto metálico pequeño y con la parte superior redondeada. Bruscamente, la
imagen giró, se detuvo, volvió a girar, se detuvo de nuevo... Nuso Esva soltó
un exabrupto que sonó especialmente desagradable.
-No
–dijo entre dientes mientras agarraba su hablalejos-. ¡No!
-¿Qué
pasa? –preguntó la Reina-. ¿Qué ha ocurrido?
Nuso
Esva la ignoró, rugiendo en su idioma alienígena por su hablalejos. La imagen
del monitos comenzó a oscilar de nuevo mientras el cabello tormentoso de la
cámara corría hacia el fondo de la cámara metálica y se detenía junto al objeto
metálico con la parte superior redondeada. Mostró una vista en primer plano de
las luces y las pantallas...
-¿Qué
ha ocurrido? –bramó la Reina.
Trevik
se encogió y retrocedió aterrorizado. Jamás en su vida había escuchado a la
Reina gritar de ese modo. Nunca había pensado que pudiera gritar de ese modo.
Nuso
Esva apenas se dio cuenta. Continuó gritando a su hablalejos, con su mano libre
sujetando el arma que colgaba del cinturón en su costado. Por toda la
habitación, los otros cabello plateado también tenían las manos en sus armas.
Trevik se puso tenso, esperando que la Reina gritara de nuevo.
Pero
permaneció en silencio. Un instante después, Nuso Esva bajó su hablalejos, con
sus ojos amarillos brillando de furia.
-Los
juggernauts no tenían tripulaciones –exclamó-. Ni tripulaciones, ni soldados. Sus
conductores son simples droides. Obreros mecánicos. –Siseó algo que sonó
feroz-. Y no hay armas. Todas han sido retiradas.
Durante
un largo instante la sala de reunión quedó en silencio. Trevik mantuvo sus ojos
fijos en Nuso Esva, temeroso de mirar a la Reina.
-Entonces
usted ha fracasado –dijo la Reina finalmente.
-No
he fracasado –dijo Nuso Esva, volviendo la cabeza hacia los monitores-. ¿Los
juggernauts no nos sirven de nada? Muy bien. Hay otros objetivos que sí nos
servirán. –Volvió a mirar a l Reina e hizo una señal de mando-. Ordene a sus
Soldados que ataquen los transportes que esperan en los terrenos fuera de la
ciudad. Que capturen los vehículos y maten a todos a bordo.
-¿Esos
transportes albergan las armas que asegura que le traerán la victoria? –replicó
la Reina-. ¿O simplemente está buscando un modo de huir de Quethold y escapar
de vuelta a las estrellas?
-No
perdamos un tiempo precioso con cháchara estúpida –espetó Nuso Esva-. Dé la
orden.
-No
puedo. –La Reina señaló a las pantallas-. Los altavoces han sido silenciados.
No hay forma de que mi voz llegue a mis Soldados.
-¿Qué?
–Una vez más, Nuso Esva giró su cabeza hacia las pantallas-. Vaya –murmuró agriamente-.
Ahora vemos la auténtica estrategia de Thrawn. Atrae la mayoría de los Soldados
hacia los juggernauts, donde me resultarán inútiles, y luego destruye el medio
por el que se les podría ordenar ir a otro sitio. –Se volvió de nuevo hacia la
Reina-. Pero, como siempre, su estrategia tiene un fallo. Si su voz no puede
llegar hasta los Soldados, oh, Reina, entonces debe ser usted quien viaje hasta
ellos. –Señaló a los Obreros acuclillados junto a la litera-. Ordene a sus
Obreros que ocupen sus puestos. Vamos de inmediato a los juggernauts.
Trevik
sintió que los ojos se le abrían como platos.
-No
puede ordenar a la Reina que entre en batalla –objetó.
-Silencio,
traidor –dijo Nuso Esva, sin molestarse siquiera en mirarle.
-Tal
vez Trevik de los Midli de los Séptimos de los Rojos no sea el verdadero
traidor aquí –dijo lúgubremente la Reina-. Tal vez el traidor sea usted, Nuso
Esva de los Primeros de los Cabello Tormentoso. Usted nos prometió la victoria.
Me prometió la vida eterna. Ha hecho perder la fe en ambas cosas.
-¿Desea
la vida eterna? –replicó Nuso Esva-. Entonces vaya a los juggernauts y ordene a
sus Soldados que ataquen los transportes.
La
Reina hizo un gesto de negación.
-No.
Y
entonces, de repente, el arma de Nuso Esva se encontró fuera de su funda y
apuntando directamente a la Reina.
-Dé
la orden a sus Obreros –dijo, con voz mortalmente tranquila-. O muera.