domingo, 29 de mayo de 2011

El honor de los Jedi (143)

143
Luke gira hacia los imperiales. Una cortina continua de fuego bláster llega hacia ellos, creando un fantasmal brillo rojo en el techo. Un instante después, esporádicos destellos azules responden desde el carro de Luke.
El otro conductor sigue firme en su rumbo. Luke da bandazos de un lado a otro, tratando de evitar la puntería de los enemigos presentando un blanco errático. Los faros imperiales se funden en un único resplandor.
Luke da un bandazo a la izquierda, y luego sigue su rumbo recto. El conductor imperial ve que Luke intenta pasar de largo y bloquea su camino. Cuando los morros de los carros chocan, un terrorífico trueno metálico resuena en el túnel. El impacto hace que Luke salga despedido hacia delante por encima del capó. Brevemente ve a un soldado de asalto volando en sentido contrario, y luego la oscuridad le envuelve.
Golpea contra una superficie lisa -suelo, pared o techo, no lo sabe- y sale rebotando casi diez metros por el túnel Cuando por fin se detiene, le duelen todos los huesos del cuerpo. Un líquido pegajoso y cálido cubre su rostro, y la cabeza le da vueltas de tal forma que quiere vomitar. Gracias a la Fuerza, pierde el conocimiento.

Esta aventura ha terminado para Luke. Tras despertar en una celda oscura, pasará cierto tiempo hasta que esté recuperado para un intento de fuga. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (140)

140
Luke echa marcha atrás con el carro y apaga las luces.
-Dame un rifle bláster -ordena-. Erling, toma el otro.
-¡No puedes pedir a Erling que mate! -dice Sidney-. ¡Yo lo haré!
Agarra el rifle bláster del suelo.
-No -responde Erling-. Déjame hacerlo.
Toma el arma. Sidney queda en silencio, con las orejas pegadas al cráneo y el hocico entreabierto por el asombro.
El carro imperial da la vuelta a la esquina. Luke enciende los faros. El otro conductor se detiene de inmediato, haciendo que los soldados de asalto salgan despedidos del carro y choquen contra las paredes. Luke dispara dos veces, destrozando un faro del enemigo con cada disparo.
Cuatro soldados de asalto yacen dispersos en el pasillo, alcanzando simultáneamente sus armas y tratando de protegerse los ojos ante los faros de Luke. El conductor sigue sentado al volante. Erling dispara y un agujero negro aparece en la placa pectoral de la primera víctima. Luke dispara al conductor, luego dispara de nuevo y otro soldado cae.
Los otros dos imperiales agarran sus armas. Luke y Erling disparan una vez más cada uno. Los soldados caen antes de poder poner el dedo en el gatillo. Dejando su rifle a un lado, el piloto rebelde se aleja lentamente por el pasillo dejando a los imperiales atrás.

El honor de los Jedi (130)

130
Luke dirige el carro hacia la pared hasta rozarla. Las chispas vuelan como en un espectáculo de pirotecnia. A pesar de sus intentos de seguir avanzando a máxima velocidad, la fricción los ralentiza. Debe luchar para evitar que el morro gire contra el muro.
-¿Es que tratas de matarnos? Pregunta Erling.
-No -replica Luke-. Eso es responsabilidad tuya.
Dos disparos de bláster explotan sobre sus cabezas, duchándolos con fragmentos de duracero y plasticompuesto. Llegan a la altura de la máquina paneladora. Supera en tamaño al carro como un super-carguero a un caza estelar. Otra sección de suelo golpea en tierra, bloqueando todo el pasillo por un instante.
Luke se aleja ligeramente de la pared, centrando su atención en el único centímetro entre la máquina y su carro. Comienzan a acelerar, pero sujeta el acelerador sin dar gas a fondo. Dos disparos de bláster más silban sobre sus cabezas. Otra sección de suelo se coloca en su lugar y Luke acelera. Adelantan a la mastodóntica máquina justo antes de que deje caer otra sección de suelo.
-¡Vivimos! -exclama Sidney.
Luke vuelve a la zona central del túnel. Un atronador sonido metálico le indica que los imperiales ya no les perseguirán más.

El honor de los Jedi (113)

113
Luke aminora, deteniéndose apenas a una pulgada de la gigantesca máquina. Cuando da la vuelta, los faros de sus perseguidores les alumbran a menos de diez metros.
-¡Que el vacío se apodere de vuestras almas! -grita Erling, alzando un rifle bláster.
-¡No! -exclama Luke, alejándose del carro de un salto. Antes de tocar el suelo, una docena de disparos de bláster golpea el carro. Inmediatamente estalla, lanzado a Luke al otro lado del túnel. Golpea contra la pared, y cae al suelo. Para cuando los imperiales descienden de su vehículo, ya ha sentido como ha ido cayendo en la inconsciencia.

Aunque es el final de esta aventura, no es el fin para Luke. Tras despertar en una de las celdas del General Parnell, debe encontrar un modo de escapar. Pero esa es otra historia... vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (136)

136
-Lucharemos -dice Luke. Pueden preparar una emboscada o cargar de frente. Cargar envuelve más riesgos, pero podría resultar ser más productivo. Podría simplemente intentar hacer que el otro conductor chocase contra la pared. Pero cargar también permitiría que los imperiales tuvieran varios disparos fáciles.
Su otra opción es retroceder algunos metros y apagar las luces. Los imperiales asumirían que Luke ha escapado. Luke podría ser capaz de sorprenderles cuando doblasen la esquina.

El honor de los Jedi (121)

121
Luke hace girar el carro a la izquierda y acelera. Sale zumbando por el pasillo oscuro. Luke apenas percibe lo que le enseñan los débiles faros antes de dejarlo velozmente atrás. A cada metro que avanzan, los atronadores golpes se escuchan más fuerte.
Un disparo bláster pasa rozando la cabeza de Luke. Para cuando choca contra el muro de la izquierda, ya no pueden ver el punto de impacto. Luke se arriesga a mirar por encima de su hombro. Un par de faros les siguen 100 metros más atrás. Una cascada de disparos bláster surge de encima de las luces. Cuando Luke vuelve la mirada hacia adelante, los faros del carro iluminan una enorme máquina. Un droide está sentado en lo alto de la máquina, dando la espalda a Luke. La máquina golpea cada segundo el suelo con unos paneles de un metro de ancho. Por la derecha, hay tal vez un metro y medio de espacio. Luke calcula que el hueco es unos dos centímetros más ancho que su carro. Por la derecha, la máquina está pegada a la pared.

El honor de los Jedi (114)

114
-Escaparemos -dice Luke-. Lo haríamos fatal en una pelea.
Sus emociones están tan revueltas con todo el resentimiento hacia Erling, el miedo de que los imperiales les atrapen y la incertidumbre ante las reacciones de Sidney que no puede pensar de forma coherente, sólo reaccionar. Si pudiera salir de la línea de fuego y encontrar un lugar donde detenerse por un instante...

El honor de los Jedi (127)

127
Luke gira a la derecha y acelera por el pasillo. Las tuberías que se alinean en las paredes se difuminan en rayos amarillos. Luke permanece en el centro del oscuro pasillo, esperando encontrarse en cualquier momento con un callejón sin salida o un giro abrupto. En lugar de eso, tras avanzar 200 metros, el túnel se bifurca. Luke se detiene.
-¿Por qué lado, Erredós?
-¡Izquierda! -ordena Erling. Luke, aún enfadado por la muerte de Gideon, le ignora.
Antes de que el droide conteste, tres disparos bláster pasan rozando el carro. Un centenar de metros tras ellos, en el pasillo, dos juegos de lamparas de cabeza les persiguen.
-Olvídalo -dice Luke-. Lo haré lo mejor que pueda.
Rehusando por despecho a seguir la sugerencia de Tredway, toma el túnel de la derecha y entra en un laberinto con docenas de intersecciones. En cuestión de segundos, deja de tratar de recordar su ruta. Simplemente se concentra en dejar atrás a sus perseguidores.
Finalmente, Sidney anuncia que las luces de los perseguidores han desaparecido. Luke aminora la marcha a un paso más lento y luego llega a la siguiente intersección. A su izquierda, un tremendo ruido de golpes llena atronador por el pasaje. Un rayo de luz cae sobre el pasillo.
-¡Estamos de vuelta a dónde empezamos! -exclama Erling.
-¿Quieres conducir tú? -pregunta airado Luke.
Un disparo de bláster cruza delante de ellos, cortando la respuesta de Erling. Un único juego de luces se acerca desde la derecha. Otro disparo de bláster sale disparado desde la luz, golpeando esta vez más cerca del carro.
-Vuestro turno -dice Luke-. ¿Luchamos o escapamos?
Sidney grita “¡Escapamos!” al mismo tiempo que Erling grita “¡Luchamos!”.
-¿Por qué siempre tengo que tomar yo todas las decisiones? -murmura Luke.
Escapar decrementa las probabilidades de que les atrapen, pero promete una larga persecución. Luchar resolvería el asunto más rápidamente, pero podría ser más arriesgado.

El honor de los Jedi (97)

97
-Lo dejé en casa de Ire Eleazari -dice Luke.
-¿Eleazari? ¿Conoces...? No, debes de haber estado viendo a mi familia.
Luke duda, tratando de encontrar el mejor modo de hablarle a Erling acerca de la incursión imperial. Finalmente, decide que ninguna forma es buena para dar esta clase de noticias.
-Llevé a tu hermana Dena con Eleazari. Los imperiales mataron a todos los demás.
Erling jadea, luego queda en silencio durante casi un minuto.
-¿Parnell? -pregunta finalmente, con la voz agitada por la pena... ¿o la rabia?-. No hace falta que respondas -añade rápidamente.
El comunicador de Luke pita de nuevo.
-¿Vas a venir?
-Sí -responde Erling. Dos pies se arrastran en la oscuridad-. ¡Esto no quedará sin respuesta!
Luke activa su comunicador.
-Erredós, apaga todas las luces del bloque de celdas... y desactiva las lámparas de emergencia.
Ni un segundo después, el bloque de celdas queda totalmente a oscuras.
-Agárrate a mi cinturón -susurra Luke, tomando la mano de Erling y guiándola a su cintura-. No te sueltes.
Fuera de la celda, las voces enojadas de dos oficiales flotan en la oscuridad como mynocks en un asteroide perdido. Luke dirige la marcha por la balconada, temiendo que el sonido de sus pasos comience a atraer disparos de bláster en cualquier momento. Por fortuna, los soldados de asalto se encuentran discutiendo en las negras profundidades sobre ellos, y no podrían escuchar a un dewback que les pasara por debajo. Luke y Erling alcanzan el ascensor y descienden sin incidentes.
Alcanzan la puerta al centro de procesado justo cuando la energía regresa al bloque de celdas. Veinte lámparas inundan el bloque con más luz de la que había recibido nunca desde su construcción, pero la balaustrada del segundo nivel impide que Luke y Erling sean detectados. Luke dirige la marcha a la oficina de procesado.
Dentro, Sidney y Gideon se ocultan bajo una mesa, sosteniendo cada uno un rifle bláster. A través del transparimuro que se abre sobre el acceso principal, Luke ve al General Parnell y dos ayudantes detenidos ante las compuertas de seguridad abiertas. Parnell conversa con el oficial al cargo del puesto. Diez soldados de asalto le siguen en otros dos carros.
-¿Cómo salimos de aquí? -pregunta Luke a Erredós.
El droide trina lastimosamente y luego muestra un diagrama en la videopantalla. Un centenar de metros más allá de las compuertas, un túnel de servicio cruza por debajo del pasillo.
-¿Eso es? -pregunta Luke-. ¿Esa es nuestra ruta de escape?
Erredós silba un tono de respuesta que en un ser vivo indicaría rabia.
-Lo siento, Erredós. Debería haber sabido que entrar en el Bloque de la Muerte sería mucho más fácil que salir.
-Estamos aquí atrapados como un puñado de ladrones de grano rivorianos. Ha sido un placer conoceros. -La voz de Gideon no muestra ningún miedo.
-Aún no se ha acabado -dice Luke-. Todo el mundo al carro. Pasaremos conduciendo como si no pasara nada.
Cuando las probabilidades son tan malas, es el momento de echarse un farol. Su amigo Han Solo le había enseñado eso.
-Aseguraos de que Erling esté de espaldas a Parnell.
Con algo más que una ligera duda, los compañeros de Luke suben al carro repulsor. Dejan los rifles bláster que habían tomado de los soldados de asalto muertos en el suelo. Luke carga a Erredós en el asiento del pasajero y luego comienza a avanzar por el pasillo. Puede pensar en un millón de razones por las que este plan debería fallar, pero no tienen otra opción.
Conforme avanzan por el pasillo, las cámaras de seguridad giran para seguir su avance. A pesar de sus ansias de dar gas a fondo a los motores y salir huyendo, Luke se obliga a sí mismo a moverse con paciencia. Hasta ahora, su farol parece funcionar.
Cuando se encuentran a menos de diez metros, los ayudantes de Parnell examinan el sobrecargado carro de Luke con ojos fríos y escrutadores. Luke desengancha su sable de luz. Siente como si su estómago estuviese tratando de aspirar sus pulmones e intestinos. Parnell les ignora y continua hablando con el oficial. Con un poco de suerte, el oficial no interrumpiría la conversación para enfrentarse a Luke.
Pasan las puertas blindadas. Los ayudantes continúan mirando, pero no dicen nada. El oficial aparta brevemente la mirada de Parnell y hace un gesto hacia Luke, y luego devuelve su atención al general. ¡Van a lograrlo!
Luego, cuando pasan junto al segundo grupo de tropas de asalto, su carro se agita y se oye un ruido metálico en la parte posterior.
-¡Asesino! -grita Erling. Medio metro por detrás de Luke, alguien dispara un rifle bláster. Se gira y puede ver al oficial de la puerta derrumbarse con un agujero humeante en el pecho. Erling está de pie en la parte trasera del carro, sujetando un rifle bláster en sus brazos.
-¡Estúpido...!
Disparos y explosiones ahogan el resto de la maldición de Gideon. Los cañones de iones disparan bolas de energía blanca y los guardaespaldas de Parnell disparan sus rifles bláster con rápidos destellos rojos. El pasillo estalla con astillas volando por el aire y metal vaporizado. Los disparos iónicos abren dos grandes agujeros en las paredes.
Luke acelera el carro repulsor y devuelve su atención al pasillo ante ellos, aún incapaz de creer lo que había visto con sus propios ojos. ¡Casi estaban a salvo! No podía siquiera alcanzar a comprender qué demonio había poseído a Erling.
-¡Agáchate! -grita Gideon a Erling.
Los imperiales disparan de nuevo. Rayos de energía multicolor pasan rozando el carro. Los cañones iónicos golpean el suelo treinta metros más adelante, abriendo un agujero de cinco metros de diámetro. Alguien grita.
-¡El Gideon ha caído! -exclama Sidney.
Luke pisa a fondo el decelerador y mira hacia atrás. Gideon yace en el suelo, aún sujetando su rifle bláster. Mientras Luke está mirando, varios disparos de bláster golpean el cuerpo inerte.
Luke siente que su corazón se hunde. El minero era un amigo de verdad y un hombre valiente. Más disparos imperiales recuerdan a Luke que no le conviene detenerse ahora a lamentarse. Los soldados de asalto han comenzado a perseguirles por el pasillo. Luke mira hacia delante de nuevo y acelera. El agujero en el suelo parece un pozo de gravedad en el espacio profundo. El abismo los succionaría a su interior como si fuera un agujero negro.
Entonces Luke recuerda el túnel de servicio. Si puede dejar caer el carro limpiamente por el agujero, deberían caer de pie... y espera que los motores repulsores sean lo bastante potentes para sostenerlos antes de chocar. El suelo de esas instalaciones no es ni de lejos tan permisivo como la arena de Tatooine.
-¡Agarraos! -grita, soltando el acelerador. El carro decelera justo al superar el borde del agujero. Los ocupantes sienten cómo sus estómagos saltan cuando el suelo desaparece bajo ellos y los motores no tienen nada contra lo que empujar, pero se encuentran cayendo de forma más o menos nivelada. Un instante después, una brusca sacudida indica la presencia de una superficie bajo ellos. Luke casi grita de alegría -¡ha funcionado! ¡Los motores repulsores han aguantado! Mira a Sidney con una sonrisa de alivio, y activa las linternas de sus cabezas.
Un anodino muro gris lleno de tuberías amarillas se encuentra justo ante ellos. El túnel se desvanece en la oscuridad a izquierda y derecha. Desde la izquierda se oye retumbar un sonido de golpes rítmicos. A la derecha, todo está silencioso.

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela (I)

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela
John Jackson Miller

Capítulo Uno
3960 ABY

-Creo que... puede que haya arruinado mi vida.
-Suena como si hubieras conocido a una mujer –dijo el camarero de rostro púrpura, rellenando la jarra-. ¿Quieres que deje aquí la botella?
Sólo si puedo usarla para romperla en mi cabeza, pensó Jelph Marrian. Era agua dulce, de todos modos... Nada que pudiera ayudarle a olvidar. Con el sudor goteando desde su apelmazado pelo rubio, bebió un profundo trago. La jarra vacía brilló, atrapando la luz del fuego en sus caras talladas. Jelph la hizo dar vueltas en su mano, siguiendo las reflexiones. Desde su llegada a Kesh, sólo había bebido en conchas orojo. Pero la artesanía del vidrio de los keshiri era preciosa... Incluso allí, para servir a los huéspedes en una modesta estación de paso.
El camarero le pasó un plato de gachas.
-Amigo, parece como si hubieras venido corriendo desde Talbus del Sur.
-Y más.
Jelph no añadió que había estado corriendo prácticamente sin pausa desde la noche anterior. Ahora, mientras el sol se ponía otra vez, se había detenido, medio muerto de sed y de hambre, en un tugurio junto a las alargadas sombras de los muros de la capital. Jelph simplemente asintió con la cabeza al agradable anciano keshiri y se retiró a un rincón con su comida. Los nativos de Kesh siempre se sentían más libres para familiarizarse con los esclavos humanos que con los Sith. No deben tener muchos problemas para diferenciarnos, imaginó; esa noche, sus harapientas ropas empapadas, probablemente fueran una pista de que él no había nacido en lo alto.
En realidad, por supuesto, Jelph era el único mortal en Kesh nacido "en lo alto." Provenía del espacio, aunque no había ningún planeta al que llamase hogar. Los tres años que antiguo Caballero Jedi había pasado en su pequeña granja junto al río Marisota fueron el periodo más largo que había vivido en un único lugar en años. Había tenido suerte de encontrarla. Jelph había descubierto la finca abandonada pocos días después de estrellarse con su caza en las tierras altas de la selva, cuando el hambre lo hizo lo suficientemente valiente para ir a explorar. Los ocupantes originales se habían marchado mucho antes, probablemente por temor a las historias de que el río Marisota estaba maldito. Al sentir el lado oscuro de la Fuerza a su alrededor, Jelph había comenzado a opinar lo mismo... hasta que se aventuró hacia el norte y se dio cuenta de que, de hecho, el planeta entero estaba bajo una maldición. Kesh pertenecía a los Sith.
Jelph había dedicado toda su vida adulta a evitar el regreso de los Sith a la galaxia. Toprawa había sido devastado por la guerra de los Jedi contra Exar Kun; Jelph había nacido en un mundo que ya había perdido toda esperanza. Huérfano de padre, de su madre sólo escuchó historias de horror acerca de la ocupación Sith. Cuando ella desapareció una mañana para nunca más volver, el joven Jelph podría haber perdido también la esperanza... si no hubiera llegado en forma de exploradores Jedi. La mujer que le presentaron le salvaría la vida.
Krynda Draay también había perdido a alguien en Toprawa -su marido Jedi- y habían creado un Pacto, un grupo de Caballeros Jedi dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar el retorno de los Sith. Ayudándola en sus atentas visiones se encontraban las Sombras, agentes al servicio de su hijo, otro Jedi de gran visión. El Maestro Lucien había eliminado de alguna manera a Jelph del listado de Jedi, proporcionando al joven una movilidad total y completa. Durante años, Jelph había sido el agente secreto perfecto, viajando por todo el Borde Exterior investigando posibles amenazas Sith mientras que la verdadera Orden Jedi se entretenía con asuntos menor importancia. Se encontraba satisfecho con su éxito...
...hasta que empezó la guerra de la República con los acorazados mandalorianos, cuando todo cambió. Jelph nunca supo exactamente qué había sucedido, aparte de que algún cisma había decapitado el Pacto, revelando su la existencia, entre otras cosas. Considerado entonces por los Jedi como un forajido, Jelph encontró que su única opción era huir. ¡Qué ironía que, al elegir Kesh como su refugio, había encontrado precisamente aquello con lo que había jurado acabar!
Jelph terminó su comida y se frotó los ojos. Hasta ahora lo había hecho todo bien. Después de la vida como una Sombra, esconderse de los Sith en Kesh no había resultado difícil. Sabía como ocultar su presencia en la Fuerza. Y la existencia de una clase de parias humanos facilitó que se mezclase con ellos, siempre y cuando viviera en las tierras interiores y redujera el contacto al mínimo. En poco tiempo, había aprendido el dialecto local y adoptado su acento, dándole acceso a las necesidades de la vida. Una vida dedicada a atender su granja durante el día... y trabajar para reparar caza estelar su dañado por las noches.
El caza estelar. Ya había terminado la reparación de la mayoría del daño causado al Aurek por la tormenta de meteoros; sólo quedaba volver a instalar la consola de comunicaciones y seleccionar el momento y el modo de su partida. Entonces, se convertiría realmente en el centinela que había pretendido ser, advirtiendo a la República y a los Jedi de la presencia de los Sith, y recuperando su buen nombre.
Pero entonces la conoció a ella. Ori Kitai era de los Sith, y se había acercado demasiado a ella, a pesar de su buen juicio. Había dejado que lo distrajera de su misión. La había admitido en su casa. Y ahora ella había descubierto su caza... y se había ido, probablemente para advertir a los Sith.
¿O tal vez no?
Había salido de la granja rápidamente. No había otra elección. Prefería no poner en marcha el caza sin el sistema de comunicaciones, y reinstalarlo tardaría una semana. Merecía la pena intentar al menos atrapar a Ori. Pero ahora se maldecía a sí mismo por no haber estudiado las pistas más detenidamente. Sí, alguien había entrado al cobertizo, matado a su uvak, y descubierto el caza estelar. Pero no estaba claro quién había hecho qué. Sí, Ori había desaparecido, y sus huellas conducían hacia el sendero. Pero otras personas a lomos de uvak también habían estado allí recientemente, y se habían marchado. Sólo Sith con derechos especiales podían montar uvak... pero supuestamente todos ellos eran hostiles hacia Ori, a quién ahora consideraban como una esclava. ¿Había ha cambiado algo? Ella no se habría ido con ellos, en ningún caso.
Su apuesta era que la Tribu no sabía aún de su secreto. Si los jinetes de uvak Sith hubieran descubierto su nave, habrían dejado a alguien para protegerlo. Eso dejaba a Ori. El día anterior, cuando él se encontraba en la selva, había sentido una profunda punzada de la traición por parte de ella a través de la Fuerza. Había visto la destrucción que había causado en su pequeña granja. Y ahora ella se dirigía hacia la capital con un conocimiento capaz de difundir la destrucción a escala galáctica.
Tenía que ser ella. El rastro de Ori había desaparecido antes de la encrucijada, pero Jelph seguía seguro de que se estaba dirigiendo hacia Tahv. No había nada salvo selva al este, y nadie a quien decirle nada aguas abajo, en los pueblos abandonados de los Lagos Ragnos. Con las lluvias del monzón ahogando el río Marisota, se habían cerrado los vados a las escasas ciudades del sur. Eso dejaba la capital, una ciudad que nunca había visitado. El centro del mal en Kesh, sede de la Gran Señora Lillia Venn y de toda su maldita Tribu.
Miró por la ventana hacia las ahora inútiles murallas de la ciudad. ¿Dónde podría estar Ori? ¿Adónde habría ido?
-No pareces feliz, amigo mío. –El preocupado anciano keshiri tomó el cuenco vacío-. Yo siempre trato de tener algo que ofrecer a los pobres. Siento que no sea nada mejor.
-No es eso -dijo Jelph, volviendo a la realidad.
-Ah. La mujer. .El anciano se retiró detrás del mostrador-. Puede que no sea de tu especie, joven humano, pero puedo decirte algo universal. Deja que una mujer entre en tu vida, y podrá suceder cualquier cosa.
Jelph dio un paso hacia la puerta, se volvió y asintió.
-Eso es lo que me da miedo.

Los últimos visitantes abandonaron el zoo. Así era como Ori lo había llamado siempre, pero su auténtico nombre era algo más complicado. Originariamente había sido un parque en honor a Nida Korsin y los Rangers Celestiales, y desde entonces había recibido los nombres de otros dos o tres Grandes Señores, aunque a Ori eso no le parecía un honor especialmente elevado. Tiempo atrás, en su interior había habido animales salvajes, los últimos especímenes de algunas de las especies depredadoras de Kesh. Pero hacía tiempo que los Sith los habían liberado del parque para cazarlos y matarlos por deporte.
Ahora las instalaciones servían como establo público para las monturas uvak usadas en la monta-rastrillo... al menos para aquellos escasos uvak que sobrevivían a sus enfrentamientos en ese violento deporte. Ciudadanos Sith y keshiri acudían por igual para maravillarse ante las poderosas bestias, a las que se cuidaba y preparaba para sus encuentros en la cercana Korsinata.
Últimamente, sin embargo, acudían para ver otra cosa. O, más bien, a una persona.
Ori encontró a su madre donde esperaba encontrarla: limpiando los establos de los uvak. Jelph había estado completamente en lo cierto: la Gran Señora Venn había convertido la caída de Candra Kitai del poder en un espectáculo público. Bajo los observantes ojos del corpulento guardia nocturno, la depuesta Suma Señora continuaba con el trabajo que había estado haciendo durante todo el día como atracción para los transeúntes. Llevando todavía la túnica ceremonial del Día de Donellan, sólo que ahora sucia y raída, Candra se apoyaba sobre la punta de sus pies, moviendo delicadamente montones de estiércol con una larga pala.
Mirando hacia abajo desde donde se encontraba colgada, en el techo del refugio, Ori esperó a que el guardia estuviera justo bajo ella. Entonces se impulsó, dejándose caer y dejando al centinela sin sentido de una patada. Se arrodilló para recoger el sable de luz del hombre y lo arrastró detrás de uno de los establos de los uvak.
Con los ojos húmedos por el hedor, Candra alzó la mirada hacia su hija con aire cansado.
-Has vuelto.
-Sí.
-Han pasado semanas y semanas.
-Tan sólo dos –dijo Ori, examinando a su madre. Había pasado tan poco tiempo desde la festividad, y apenas podía reconocer a esa mujer. Las canas que habían sido siempre cuidadosamente ocultadas por las esteticienes keshiri ahora estaban descuidadas y a la vista. Candra apestaba por todas las asquerosidades que se encontraba en su trabajo. Sus manos, sin embargo, permanecían libres de callos. Ori pudo ver el por qué cuando Candra volvió como un autómata a su trabajo, sujetando con cautela la pala y haciendo movimientos cortos.
-Siguen alimentándolos con unas gachas que les hacen ponerse enfermos –refunfuñó Candra-. Sé que lo están haciendo a propósito.
-Nunca terminarás de hacer este trabajo si usas la pala de ese modo –dijo Ori, acercándose y tomando la herramienta de sus manos. Mirándola por un instante, de pronto recordó que no era ninguna granjera y la arrojó a un lado-. ¿Has estado aquí todo este tiempo?
Candra señaló débilmente a un establo vacío al otro lado del edificio.
-A veces me dejan dormir ahí. –Con cansancio, miró a Ori-. Pareces cansada, cariño. ¿Has descansado?
Ori resopló. Había estado corriendo toda la noche y el día anterior desde la granja de Jelph después de descubrir su secreto en el cobertizo, llegando finalmente a Tahv una hora antes. Ahora, por fin, estaba allí... y tenía algo con lo que negociar. ¿Qué era él? ¿De dónde venía? SISTEMAS DE FLOTA DE LA REPÚBLICA, decían los caracteres antiguos. La República, según recordaba de sus estudios, era la herramienta de los Jedi; el organismo títere mediante el cual los Caballeros Jedi gobernaban a los débiles de la galaxia.
Definitivamente era una información que valdría algo para alguien. Pero, ¿para quién?
-Voy a sacarte de aquí -le dijo a su madre.
-No puedo irme sin más –dijo Candra-. Nos encontrarán, donde quiera que vayamos... y ambas acabaremos de vuelta aquí.
Mirando rápidamente al exterior de los establos, Ori condujo a la mujer de más edad hacia las sombras.
-No voy a hacer que escapes. He... descubierto algo. Algo que nos restaurará... que te restaurará. Tienes que conseguir que pueda ver a los Sumos Señores.
Candra la miró, desconcertada, durante un buen rato antes de volver los ojos hacia la pala, con aire de culpabilidad.
-Será mejor que vuelva al trabajo, antes de que alguien venga a controlar...
Ori agarró a su madre por las muñecas antes de que ésta pudiera moverse.
-¡Madre, necesito saber con quién hablar!
Sacudiendo la cabeza, Candra luchó por evadir la mirada de su hija.
-No, Ori. No sé lo que piensas que has encontrado, pero nada supondrá una diferencia. Hemos perdido.
Esto supondrá una diferencia! –Ori no tenía la menor duda al respecto. Se lo explicó brevemente. Había otra nave estelar en Kesh, otra aparte del Presagio, Una nueva, oculta en una granja junto al Río Marisota. Los susurros de Ori crecieron en volumen por la excitación-. ¡No se trata tan sólo de nuestra familia, Madre! ¡Se trata de reunir a la Tribu con los Sith!
Candra simplemente la miró, incrédula.
-Te has vuelto loca. Te has inventado toda esta historia, para tratar de volver...
Escuchando que el guardia comenzaba a moverse, Ori miró frenéticamente a Candra.
-Conoces la política. Necesito saber qué hacer. ¿A quién puedo acudir?
Ante la palabra política, los ojos de Candra parecieron concentrarse. Volviendo a mirar con tristeza a la pala, habló en voz baja. Tres de los Sumos Señores eran títeres recién nombrados por la Gran Señora, dijo. Pero eso dejaba a otros cuatro que podrían escuchar... dos de cada una de las antiguas facciones Roja y Dorada. Ellos formaban el equilibrio del poder político, y bien podrían premiar a la familia Kitai por llevarles la noticia primeramente a ellos.
-Si esto es real, tienes que llevarlos allí, para que lo vean por sí mismos -dijo Candra-. Envíales mensajes a través de Gadin Badolfa, el arquitecto. Él se ve con todos ellos, y yo todavía confío en él. No les digas exactamente lo que has encontrado; de esa manera, no quedan comprometidos por ir a encontrarse contigo.
Ori reflexionó. El muy demandado Badolfa se encontraba muy elevado en la sociedad Sith, y era una figura con los mejores contactos que una persona fuera de la jerarquía pudiera tener. Los Sumos Señores podrían no creer que las invitaciones fueran legítimas, incluso aunque llegasen a través de un amigo de confianza de la familia como Badolfa... pero no quedaban muchas opciones.
Arrastró el cuerpo del guardia de vuelta al establo. Antes había pasado junto a un abrevadero que serviría perfectamente como hogar temporal para él; los otros guardias asumirían que se encontraba borracho durante su turno. Pero se quedó con el sable de luz. Sólo había pasado un día desde que los hermanos Luzo habían tomado el suyo, pero se sentía bien al tener uno de nuevo en su mano.
-Madre, ¿estás segura de que no quieres venir conmigo?
Apoyada en el mango de la pala, Candra lanzó una larga y dura mirada a su hija.
-No, ahora mismo este es mi lugar. Yo sólo te retrasaría. –Bajó la mirada al suelo del establo e hizo una mueca-. Y si este plan tuyo no funciona, no te molestes por mí aquí. No espero durar aquí mucho más tiempo de todos modos.