viernes, 2 de noviembre de 2018

Desquite: El Relato de Dengar (II)


Dos: La Esperanza

Cuando Dengar salió del hiperespacio en el sistema Hoth, las alarmas de los indicadores de proximidad del Castigador Uno comenzaron a sonar de inmediato. La pantalla del visor holográfico mostraba un super destructor estelar imperial justo delante, con otra media docena de destructores estelares haciendo las veces de escolta. Fragatas de ataque, cazas TIE y transportes de personal llenaban el cielo.
Bajo ellos, recortándose en el fondo estrellado, se encontraba un helado planeta blanco, como una perla, cuya superficie permanecía oculta por nubes y tormentas de nieve.
Dengar cambió inmediatamente las frecuencias del transpondedor para que su pequeño JumpMaster corelliano apareciera como una nave de exploración imperial. Era una frecuencia más antigua, una que había usado legalmente meses atrás, pero Dengar no podía arriesgarse a tratar de huir de la flota imperial. Si cambiaba su curso y trataba de rodearlos levantaría sospechas, así que se dirigió directamente hacia la flota, con la esperanza de que nadie examinaría su nave con el detenimiento suficiente para advertir que no estaba pintada con los colores imperiales.
Ya estaba teniendo lugar un enfrentamiento. Dengar observó cómo los transportes y los cazas rebeldes despegaban desde la superficie de Hoth bajo la cobertura de cañones iónicos pesados, mientras los destructores estelares trataban de interceptar y derribar a los rebeldes.
Dengar se coló entre dos destructores estelares y se acercó a la cola de un escuadrón de cazas TIE que se lanzaba hacia la superficie del planeta.
Dengar había recorrido un largo camino para encontrar a Han Solo. Si se encontraba en Hoth, Dengar planeaba atraparlo esta vez.
-Explorador imperial –llamó una voz por el receptor de Dengar-, ¿por qué se ha puesto detrás de nosotros?
Era uno de los cazas TIE.
-Me han encargado que efectúe algunas investigaciones in situ sobre unas aparentes fluctuaciones de energía en el exterior de la base rebelde –mintió con facilidad Dengar-. Pensé que podría protegerme detrás de ustedes durante parte del descenso, si no les importa.
-No se nos ha avisado de su misión.
-Estoy con Inteligencia –repuso Dengar, jocoso-. Ya sabe cómo va esto: Si alguien les hubiera avisado de mi misión, yo tendría que ir a cerrarle la boca cuando volviera.
Aparentemente, su respuesta satisfizo al comandante del escuadrón. Descendieron con velocidad constante hasta que de repente apareció un transporte rebelde abalanzándose contra ellos; un reluciente dirigible metálico. El escuadrón de cazas TIE se lanzó a interceptarlo, y Dengar vio su error demasiado tarde.
Una brillante bola de energía roja surgió del planeta y Dengar aceleró el Castigador Uno, tratando de virar. La nube iónica bañó su nave con un ruido parecido al de la gravilla suelta. Dengar pudo sentir cómo su carga eléctrica le erizaba el cabello, y de repente todas las luces indicadoras y las pantallas se apagaron. La cabina quedó fría y negra. Incluso los chirriantes ventiladores que hacían circular el oxígeno del sistema de soporte vital se ralentizaron hasta detenerse.
Comenzó a dar avisos de emergencia por su comunicador, aunque era un gesto inútil. Con todos los escudos apagados y el equipo polarizado, flotaba como un cadáver en el espacio. Por fortuna, había virado lo suficiente para que su actual trayectoria se alejara del planeta.
Los cazas TIE que le precedían habían estado acelerando hacia el planeta. En cuestión de instantes comenzarían a arder en llamas.
La nave de Dengar avanzó hacia arriba, dirigiéndose hacia un destructor estelar, y casi chocó contra él. Él permaneció sentado, incapaz de hacer otra cosa que observar como pasaba a su lado rumbo a las estrellas lejanas.
Algún oficial imperial alerta debió de haber advertido su situación, porque de pronto sintió que el Castigador Uno se estremecía y frenaba cuando el destructor estelar atrapó su nave con sus rayos tractores.
Dengar se preguntó qué significaría eso; ser capturado por el Imperio. Era un hombre buscado, y sería sentenciado a muerte.
Dengar observaba las estilizadas líneas grises del destructor estelar, tratando de adivinar hacia cuál de las bahías de atraque sería arrastrado, cuando un carguero ligero corelliano cruzó velozmente el horizonte, disparando a los emplazamientos de armas del destructor estelar, esquivando descargas de láser, y con tres cazas TIE pegados a su cola.
-¡Solo! –exclamó Dengar cuando el Halcón Milenario apareció ante su vista. Casi como un acto reflejo, Dengar disparó sus torpedos de protones, pero el control de disparo seguía desactivado.
El Halcón Milenario pasó junto a él, realizando vertiginosos giros, y Dengar corrió a la ventanilla trasera con la esperanza de ver la nave de Solo.
El Halcón y sus atacantes ya eran sólo luces lejanas, desdibujándose entre las estrellas de fondo. Pero el Imperio había modificado los ojos de Dengar. Amplió la imagen, observó cómo el Halcón aceleraba hacia un trío de destructores estelares y se adentraba en las profundidades del espacio tras ellos, hasta que ni siquiera sus ojos pudieron seguir la pista de esos cada vez más diminutos granos de arena.
Entonces el Castigador Uno fue atraído al interior del super destructor imperial donde aterrizó con un suave sonido metálico.
Un instante después, varias decenas de soldados de asalto volaron la puerta de su nave. Dengar tomó un bláster en cada mano y corrió hacia el pasillo de acceso principal, con la esperanza de hacerles pagar su muerte por adelantado, cuando una granada de gas aterrizó a escasos metros por delante de él.
Trató de contener el aliento, pero era demasiado tarde. Dio tres tambaleantes pasos hacia delante, y de pronto sintió como si alguien hiciera que sus pies dejasen de tocar el suelo.
Dengar aterrizó con un golpe seco en el pasillo y quedó tendido en el suelo con aspecto aturdido. Podía ver, escuchar. Únicamente no podía moverse.
En cuestión de escasos minutos, los soldados de asalto le arrastraron a una celda de interrogatorio.


El Imperio no lo mató inmediatamente. Le inyectaron drogas potenciadoras del dolor, colocaron un codificador en su cabeza para reducir su resistencia al interrogatorio. Conocieron su nombre y gran parte de su historia. Fueron capaces de entrar en los registros de su nave, averiguar dónde había viajado. Leyeron sus chips de crédito, descubrieron de dónde provenía su dinero, qué había comprado.
Le interrogaron acerca de su trabajo con los rebeldes, sus motivos para asesinar agentes imperiales. Le sentenciaron a muerte, y le dejaron sentado en su celda durante un día, donde planeó su fuga. Dengar se prometió a sí mismo que no le llevarían fácilmente a la cámara de ejecución. Más de uno de sus captores moriría en el intento.
Y esa noche, mientras Dengar estaba tumbado durmiendo, de pronto fue consciente del sonido de una trabajosa respiración a través de un respirador, un sonido perturbador.
Se volvió en su catre. Ante él se alzaba la figura gigantesca de un hombre con capa negra y un casco negro que le cubría el rostro. Dengar nunca antes le había visto, pero conocía al Señor Oscuro de los Sith por su reputación.
Darth Vader.
La puerta de la celda de Dengar se abrió por sí sola, y Darth Vader permaneció solitario en la entrada, con su respiración áspera. Parecía estar observando a Dengar. Más exactamente, parecía estar absorbiendo a Dengar.
Dengar estudió al Señor Oscuro. Sospechaba que había llegado su verdugo. Era el momento de medidas desesperadas. Con un golpe afortunado, podría incapacitar a Lord Vader. Si era afortunado, y silencioso, podría ser capaz de matar a Vader, y luego escapar.
Darth Vader alzó una mano, y Dengar sintió cómo su garganta se estrechaba, comprimiéndose como si hubiera sido atrapada con unas tenazas.
-No se le ocurra ni pensarlo –dijo Vader.
Dengar alzó las manos en señal de rendición, apoyándose contra el muro de su celda. La presión remitió.
-¡Si ha venido a matarme, acabe con ello! ¡No tengo nada que perder! –exclamó Dengar-. ¡Pero no dejaré que le resulte divertido!
-Yo no soy el Emperador –dijo sombríamente Vader-. Yo no mato por diversión... sólo cuando sirve a mis propósitos.
Dengar sonrió.
-Bueno, entonces tenemos algo en común.
-Parece que tenemos más de una cosa en común... –dijo Vader-. Ambos queremos a Han Solo...
”Por desgracia –continuó-, hay una sentencia de muerte imperial contra usted. Yo no puedo revocar esa sentencia, pero estoy dispuesto a considerar un indulto.
-¿Bajo qué condiciones? –preguntó Dengar.
-Le dejaré vivir para que dé caza a Han Solo. Una vez lo haya encontrado, lo traerá a mí presencia, a él y a sus amigos, vivos. Después de eso, si he quedado complacido, puede que le perdónela vida. Pero si no quedo complacido por su desempeño, le daré tiempo para huir. Entonces comenzará mi cacería.
Darth Vader arrojó un bláster a Dengar, como cuando Dengar le dio uno a Kritkeen. Las palabras de Vader estaban claras. Si Dengar fracasaba en su cacería, Darth Vader pasaría a ser el cazador. El monstruo que había destruido a los caballeros Jedi seguiría el rastro de Dengar. Dengar se pasó la lengua por los labios, pensando que, si Vader le daba caza, Dengar al menos vendería caro su pellejo.
-Solo estaba aquí, ¿lo sabía? –dijo Dengar-. Lo han perdido.
-Aún no lo hemos perdido –repuso Vader-. En este mismo instante, se ha refugiado en un campo de asteroides, y nuestras naves lo están buscando. Usted irá al campo de asteroides y le dará caza. Y si me falla en esto...
Vader cerró el puño como si estrujara algo.
-Sí... señor –dijo Dengar, dudando de si debería usar el tratamiento militar adecuado.
-Sí, milord –corrigió Vader.
Dengar respiró profundamente.
-Sí, milord.
Vader dio un paso al frente, le tomó de los hombros y le miró amenazadoramente a la cara.
-No me falle.
Vader se dio la vuelta, y la puerta de la prisión se abrió. Un teniente permanecía de pie justo al otro lado de la puerta con su impecable uniforme imperial. Vader salió y, mientras la puerta se cerraba, Dengar pudo escucharle hablar con el teniente.
-Este encuentro casual me ha dado una idea. Reuniremos un equipo de cazarrecompensas para ayudarnos en nuestra operación...


-Cazadores de recompensas. ¡No necesitamos esa porquería! –refunfuñó uno de los oficiales de cubierta dirigiéndose a sus compañeros. Dengar permaneció inmóvil en una plataforma mientras Darth Vader caminaba de un lado a otro, inspeccionando a los mercenarios que había reunido, dándoles sus últimas instrucciones.
Los cazarrecompensas eran un grupo variopinto y, a pesar de su escaso número, también eran muy peligrosos. Sin duda el droide asesino IG-88 ponía bastante nervioso a Dengar, pero Lord Vader también había llamado a Boba Fett, quien apenas unos instantes antes se había quejado vehementemente a Vader acerca de los demás cazarrecompensas... lo bastante vehementemente como para que pareciera que la ira de Fett provenía de cierta paranoia subyacente en lugar de cualquier preocupación que pudiera tener por la competencia.
-Los quiero vivos. –Estaba diciendo Vader acerca de Solo-. ¡Nada de desintegraciones!
-Como desee –gruñó Boba Fett.
Hubo movimientos nerviosos en la consola de comunicaciones y el comandante de guardia se dirigió a Vader.
-¡Lord Vader –exclamó -, los tenemos!
El ánimo de Dengar se hundió. Si Han Solo era capturado por los imperiales, entonces Vader renegaría de su oferta de indulgencia. Ejecutaría la sentencia de muerte.
Durante unos breves instantes, varios cazadores de recompensas permanecieron en cubierta, escuchando cómo el capitán Needa gritaba órdenes, jadeante, mientras su destructor estelar perseguía al Halcón Milenario. Boba Fett dio media vuelta y salió corriendo, y Dengar escuchó durante quince segundos antes de darse cuenta de que Boba Fett iba corriendo a su propia nave, con la esperanza de unirse a la persecución.
Para cuando Dengar llegó al Castigador Uno en la bahía de lanzamiento doce, Boba Fett ya estaba comprobando su propia nave, un vehículo de Sistemas Kuat clase Firespray conocido por su velocidad y potencia de fuego. Giraba a su alrededor, como si estuviera mirando si alguien lo había manipulado. Avanzó un paso, y resonó una alarma de advertencia. Dengar vio que Boba Fett realmente estaba paranoico, poniendo alarmas en su propia nave para asegurarse de que nadie se acercaba a ella.
Dengar se apresuró a entrar en su nave, más robusta y mundana, y comprobó rápidamente los sistemas. Los imperiales habían despolarizado los controles, invirtiendo el daño de ionización. Despegó y se dirigió hacia el campo de asteroides. Podía escuchar la cháchara imperial por el sistema de comunicaciones. El destructor estelar ya había perdido a Solo y estaba desplegando cazas para ir en su búsqueda. La última maniobra de Solo había sido lanzarse contra el destructor estelar. Luego había desaparecido de los escáneres.
Dengar supuso que Solo debía de haber vuelto a adentrarse en el campo de asteroides. Tal vez Solo había apagado sus sistemas un instante, para que su propia nave aparentara ser tan sólo otro asteroide más, pero conforme el propio Dengar iba atravesando el campo de asteroides, vio que ni siquiera Solo estaba tan loco como para arriesgarse a efectuar semejante maniobra. Rocas del tamaño de su nave se abalanzaban contra él, y no se trataba de frágiles condritas carbonáceas que sus armas pudieran atravesar... eran rocas de ferro-níquel que podían aplastarlo y hacerle pedazos.
Dengar se vio obligado a mantener sus escudos de impacto a potencia máxima, esquivando los asteroides que podía, y vaporizando los que no podía.
Algunos de los asteroides eran del tamaño de una pequeña luna. Todo ese metal en el espacio invalidaba las comunicaciones e interfería los sensores.
Dengar comenzó a soltar balizas sensoras en las rocas más grandes, con la esperanza de que pudieran retransmitir cualquier señal de movimiento. Afortunadamente, tenía cientos de balizas de esas a bordo. Dejó que sus sensores realizaran un barrido de frecuencia, escuchando la cháchara imperial mientras se preparaban a abandonar el sistema Hoth.
El sudor corría por el rostro de Dengar, y después de tan sólo un par de horas en el cinturón de asteroides, comenzaba a perder los nervios. La flota imperial saltó al hiperespacio y Dengar siguió con su trabajo. Bloqueó todo sonido, todo pensamiento, y simplemente trató de abrirse camino por el campo de asteroides, concentrado en la caza.
Entonces, varios minutos después, tal vez incluso media hora... una de sus balizas cobró vida, informando de movimiento. La nave que despegaba no emitía ninguna señal de transpondedor, y se alejaba renqueante a velocidad subluz.
Dengar registró su trayectoria. Estaba suficientemente fuera del alcance de los sensores de Solo, y quería permanecer así, pero inmediatamente comenzó a salir del campo de asteroides.
Cuando se acercaba al borde del campo, sus sensores remotos detectaron súbitamente algo más, algo extraño. Un meteorito grande, o tal vez una tormenta de iones, parecía seguir la estela de la nave de Solo, justo fuera del alcance de los sensores del Halcón.
Instintivamente, Dengar supo que era otra nave. De pronto recibió una transmisión de banda estrecha, y una imagen de Boba Fett apareció en los monitores de Dengar. El rostro de Boba Fett estaba oculto bajo su maltrecha armadura.
-¡Lamento hacer esto, amigo, pero Solo es mi trofeo! –dijo Boba Fett, y luego se escuchó el chirrido de una transmisión de código binario.
Inmediatamente, Dengar sospechó que se trataba de un código de armado, pero la bomba de su nave estalló antes de que pudiera hacer nada. Procedente de la sala de máquinas, se escuchó un ruido sordo y amortiguado, seguido de un destello de luz. Dengar se agachó cuando las llamas llegaron como una nube por el techo, y luego cobraron vida los extintores automáticos.
Dengar se apartó de un salto de la consola de mando, corrió a la parte posterior de su nave y tomó un extintor manual. Abrió la puerta de la sala de máquinas y descubrió que sus motores subluz se habían convertido en un chamuscado montón de chatarra.
La bomba había sido configurada de modo experto y cuidadoso para causar algunos daños importantes... pero sólo para neutralizar la nave, no para destruirla.
De todos modos, podía tardar días en retirar las partes fundidas, deshacerse de ellas, y colocar repuestos... si es que tenía existencias de las piezas necesarias. Para entonces, Han Solo ya se habría marchado para siempre.
Dengar comenzó a darle vueltas en la cabeza, y su mente quedó paralizada. No sabía por dónde empezar. Después de pensarlo unos instantes, fue a su consola de mando y comprobó la trayectoria de la nave de Han Solo. Había dejado un rastro de partículas de vapor que podría seguirse durante varias horas, o días, si tenía suerte.
Observó la negrura del espacio, donde Boba Fett estaba persiguiendo a Han Solo.
-Adelante, hazme volar en pedazos –murmuró Dengar-. Pero, algún día, descubrirás por qué me llaman Desquite.
Dengar se levantó de su consola y se puso manos a la obra.


Algún tiempo más tarde, la nave de Dengar planeó entre las delicadas nubes de gas tibanna de Bespin, dejando atrás suaves cimas de color rosa y melocotón, hacia el sol poniente.
Ciudad Nube se encontraba justo delante, con sus torres de color óxido brillando pálidamente. Rodeó los casinos de apuestas de la parte superior, y por el comunicador solicitó permiso a las autoridades portuarias para aterrizar en las instalaciones de reparaciones más próximas, y luego envió una información de registro falsa para su nave, no queriendo alertar a nadie de su presencia.
Pudo ver el Halcón Milenario bajo él en una plataforma de aterrizaje. Su corazón se aceleró.
Las autoridades portuarias le condujeron al campo de aterrizaje apropiado y tomó tierra, y luego se deslizó silenciosamente al interior de Ciudad Nube.
Una vez dentro de sus pasillos, el jefe de muelle se acercó a su nave.
-Tengo problemas con mi motor subluz y con mi sistema de comunicaciones. Pagaré cien créditos adicionales si el trabajo está terminado en dos horas.
-Sí, señor –dijo el jefe de muelle, haciendo gestos a su equipo de trabajo para que desplazaran la nave a un atracadero vacío.
Dengar se adentró en los brillantes pasillos de Ciudad Nube y se abrió camino hacia las cámaras de juego superiores, donde se realizaba la mayor parte de los auténticos negocios de la ciudad.
Si Han Solo aún seguía allí, Dengar imaginó que encontraría difícil de ignorar los lujosos comedores y la exaltada atmósfera de los casinos.
El casino principal bullía de actividad con miles de visitantes de cientos de mundos. Oficiales imperiales, contrabandistas, adinerados ejecutivos, celebridades de holovídeo... todos ellos reunidos allí para perseguir sus mutuas pasiones.
Una banda tocaba en el salón principal: gigantescos turans de piel naranja con flautas de nariz, arpas eléctricas y pequeños tambores de percusión tocaban una melodía insistente y excitante que de algún modo logró estimular profundamente a Dengar.
En el escenario había un grupo de bailarines, girando como locos: pequeños hombres y mujeres de piel amarilla, con cintas de tela dorada colgando de sus brazos y piernas. En el centro se encontraba una bella joven de piel azul y cabello azul oscuro. La reconoció: la bailarina aruzana, Manaroo.
Giraba cruzando el escenario, mirando fijamente a los ojos del público; personas de muchas especies, sentadas a sus mesas de comedor o de apuestas. Llevaba en las manos piedras de colores que brillaban con fuerza, como las lunas de Aruza, y hacía malabarismos con ellas arrojándolas en intrincados patrones que atrapaban la mirada.
No había nada de frenético en su baile. Era más bien pacífico, hipnótico, como el fluir de las olas en una playa desierta, o como el movimiento de los pájaros por el cielo. Por un instante pareció no ser una mujer en absoluto, sino una fuerza de la naturaleza. Irresistible, contenida, como un sol haciendo girar planetas a su alrededor bajo su influjo.
Todo el mundo se centraba en ella, y Dengar se encontró a sí mismo sentándose torpemente en una mesa, donde pidió la cena y un agradable vino.
La banda atacó una nueva melodía, y se generó ante ellos un campo repulsoelevador. Dentro del campo, una bomba de aire iba disparando gemas de vidrio, de modo que las gemas se arremolinaban en el aire bajo las luces como una fuente mágica de color violeta, verde y dorado. Dos de los bailarines saltaron al campo, realizando ingrávidas acrobacias en su danza.
Cuando terminó de bailar, Manaroo se acercó a la mesa de Dengar y se sentó a su lado.
-Debería haber sabido que te encontraría en un lugar como este, donde los imperiales no prestan demasiada atención –dijo Dengar.
Manaroo, que acababa de actuar de forma tan perfecta, tenía ahora la cabeza gacha, mirándose las manos entrelazadas sobre su regazo, y podía notarse la tensión en su voz.
-Necesitaba escapar del Imperio –dijo-. Solo que ahora están aquí. Han atrapado a ese hombre que buscabas... Han Solo. Se lo he escuchado decir a uno de los guardias.
Dengar quedó ligeramente sorprendido. A veces le parecía que aquellos que no habían ingerido drogas mnemióticas eran... bueno, estúpidos.
-¿Recordabas el nombre de Solo? ¿Después de todo este tiempo?
-Quería ayudarte a encontrarlo –dijo Manaroo-. Quería devolverte el favor. Yo también lo he estado buscando. –Esto aún sorprendió más a Dengar, al ver cómo un pequeño acto de bondad podía haberle reportado una recompensa tan grande-. Pero no descubrí que estaba aquí hasta después de que lo atraparan. Se lo escuché a un guardia de seguridad. Ahora el Imperio ha prometido entregar a Han Solo a otro cazarrecompensas que lo siguió hasta aquí, un hombre llamado Boba Fett.
-¿Sabes dónde está Boba Fett?
La bailarina negó con la cabeza.
Dengar reflexionó.
-A un hombre como Boba Fett no le gusta abandonar su presa. Querrá poner a Solo a buen recaudo en su nave, y luego se marchará.
Dengar estuvo tentado de acabar con Boba Fett y robarle su presa, pero el hecho era que en los últimos dos días su rabia había remitido. Cierto, Boba Fett había puesto una bomba en la nave de Dengar, pero lo había hecho de tal modo que dejó a Dengar con vida y con probabilidades de llegar a buen puerto. Era un gesto amable, e innecesario.
Así que Dengar quería devolverle el favor. Cierto, quería arrebatarle a Han Solo –ya que, si no fuera por Boba Fett, Dengar lo habría capturado-, pero también quería dejar a Boba Fett en algo parecido a un estado ambulatorio. Conseguir ambos objetivos simultáneamente necesitaría algo de trabajo.
-Entonces, ¿qué vas a hacer? –preguntó Manaroo.
-Si los imperiales aún no han entregado a Han Solo a Boba Fett –reflexionó Dengar-, entonces significa que aún lo están interrogando. Puede que pasen algunos días hasta que hayan acabado con él.
Llegó un camarero, y Dengar dejó que Manaroo pidiera la cena a cuenta suya. Después se recostó en su asiento, observándola detenidamente. Aún parecía nerviosa, arrepentida, como si le hubiera fallado, cuando en realidad le había sorprendido con su persistencia. Aún más, obtener información sensible de un guardia de seguridad seguramente no le habría resultado nada fácil. De pronto consideró la posibilidad de reclutarla como socia.
-¿Te gustó mi baile? –preguntó ella.
-Estuviste muy bien. De hecho, nunca he visto a nadie tan bueno –dijo Dengar-. ¿Cómo aprendiste a bailar así?
-Es fácil –respondió Manaroo-. En Aruza, usamos nuestros enlaces cibernéticos para compartir nuestros sentimientos. Somos tecnoempáticos. Cuando bailo, sé qué complace a mis espectadores, y entonces practico los movimientos que más les gustan.
-Pero no puedes entregarte a ellos por completo –dijo Dengar.
-¿Por qué dices eso?
Dengar luchó con las palabras.
-Porque, cuando bailabas, deseaba que estuvieras bailando sólo para mí. Supongo que todos los hombres deben sentirse así contigo.
Manaroo sonrió y lo miró a los ojos. Sus propios ojos eran tan vivos, tan negros, que él podía ver reflejados en ellos los globos luminosos que flotaban cerca del techo.
-Tienes razón. Siempre bailo para mi público como si todo lo que hiciera fuera para complacerlo, pero, en mi interior, bailo sólo para mí misma.
Manaroo sorprendió a Dengar tomando su fuerte mano, y él se avergonzó. Sus manos eran tan grandes, tan poderosas, que se sentía como si fueran garras, y el fuera algún gigantesco animal alienígena junto a ella.
-Parece que te va bien aquí –dijo Dengar.
-¿Sí? –susurró ella, y una vez más Dengar se sorprendió por lo áspera y ronca que podía resultar su voz-. Pues no es así. Estoy terriblemente sola. Nunca me había sentido tan... vacía.
-¿Cómo puede ser eso? –preguntó Dengar-. Estoy seguro que hay muchos hombres que querrían estar contigo.
-Por supuesto, hay muchos hombres que me desean –dijo Manaroo-, pero pocos están dispuestos a abrirse a mí por completo. Siento como si todos fuéramos extraños, encerrados en nuestras conchas. –Apretó con fuerza y desesperación las manos de Dengar-. En mi mundo, cuando dos personas se aman, comparten más que sus cuerpos. Hacen más que obtener placer el uno del otro. Se unen con el Attanni, compartiendo por completo sus pensamientos y emociones, compartiendo sus recuerdos y su conocimiento. Todos los engaños entre ellos quedan eliminados, y se convierten en una sola persona. En Aruza estaba unida a tres buenos amigos, pero ahora...
Dengar notó como su corazón latía más rápido, porque podía ver el ansia en ella, lo que necesitaba, y sabía que quería obtenerlo de él.
-Me temo que aquí no encontrarás gente que esté dispuesta a unirse así contigo. Nuestros pensamientos y emociones son cosas aterradoras, y por eso los ocultamos, con la esperanza de que los potenciales amantes nunca descubran nuestras debilidades.
-Pero tú no tienes emociones que ocultar. Me dijiste en tu nave que no tenías emociones, que el Imperio te había arrebatado esa capacidad.
Dengar efectivamente recordaba habérselo dicho, una noche mientras cenaban en su camarote. Manaroo se había mostrado curiosa ante la idea, parecía sentir que sería como dormir, un confortable vacío. Pero Dengar no lo veía de ese modo. Para él, era un inconveniente. A veces no sabía si sus palabras o sus acciones molestarían u ofenderían a los demás. De hecho, su vida solitaria no era algo que él hubiera buscado. Vivía solo en su nave porque pocas personas podrían soportar su presencia, su exigente forma de ser. Se lo dijo a ella.
-Siento pocas emociones –dijo Dengar-. Rabia, esperanza, alguna otra. –Ella lo miró con aire interrogante, como si pidiera saber qué otras emociones aún mantenía consigo, pero él soslayó la cuestión encogiéndose de hombros-. Eso es todo lo que el Imperio me dejó. Pero, ¿qué pasa con mis recuerdos? ¿Y con mis actos? Sospecho que los encontrarías... monstruosos.
Ella examinó su rostro durante un largo instante.
-Unirme contigo me haría más parecida a ti. Tal vez sea eso lo que necesite para sobrevivir aquí, en tu mundo.
Dengar pensó en ello, mirando a través de la ventana a las hinchadas nubes de gas tibanna. Unirse con él le enseñaría muchas cosas que nadie debería saber. Le abriría la puerta a todo el dolor y la locura que había vivido desde que el Imperio comenzó a moldearlo en un asesino.
-Preferiría evitarte eso.
Comieron una lujosa cena, charlaron de trivialidades y Manaroo se excusó para marcharse entre bambalinas.
Dengar quedó sentado solo y se puso a pensar. Con Solo capturado, ¿iría Vader tras él? Dengar lo dudaba. El Señor Oscuro de los Sith tenía su propia agenda política, hombres a los que mandar, un Imperio que dirigir. Dengar casi estaba fuera de su atención. Pero Dengar no quería volver a cruzárselo en su camino.
Por los altavoces, Lando Calrissian, el administrador de la ciudad, anunció que tropas imperiales estaban ocupando la estación, y sugería que todo el personal evacuara inmediatamente.
Alrededor de Dengar, los jugadores y los habitantes de Ciudad Nube estallaron en un alboroto. La gente comenzó a correr hacia las salidas.
Dengar terminó su bebida, se levantó, y habló en voz alta para sí mismo.
-Parece que a cualquier sitio que voy últimamente la gente está evacuando.
De una puerta de la entreplanta, sobre él, salieron unos soldados de asalto. Alguien, tal vez un guardia de seguridad de incógnito, o un cliente del casino, extrajo un bláster pesado, y comenzó un tiroteo.
Dengar echó un vistazo al otro lado de la ventana. La nave de Boba Fett se alejaba trazando un arco a través de las nubes, y Dengar supo intuitivamente que el cazarrecompensas no se habría marchado sin su presa.
Maldijo entre dientes, observando la estela de fuego de la nave de Boba Fett. Parecía que eso era siempre lo único que podía ver de Han Solo.
El tiroteo al otro lado de la sala se estaba caldeando bastante, y ahora el aire estaba lleno de humo.
Dengar suspiró y miró su cronómetro. Puede que las autoridades portuarias hubieran tenido tiempo de arreglar su nave, pero lo dudaba. Probablemente los nuevos motores estarían colocados, pero dudaba que estuvieran hechas todas las conexiones electrónicas. Se levantó, estiró los músculos, y decidió ir en busca de Manaroo.
Atravesó una cortina de luces centelleantes y se encontró en un pasillo que conducía a una sala más grande.
En ella, dos soldados de asalto montaban guardia ante media docena de artistas sentados en el suelo, con las manos unidas sobre la cabeza. Manaroo estaba entre ellos.
Dengar se dirigió a uno de los soldados de asalto.
-Disculpe, caballero, pero la bailarina va a venirse conmigo.
Los soldados de asalto volvieron sus blásteres pesados hacia Dengar.
-¡Las manos sobre la cabeza! –exclamó uno de ellos.
Dengar los observó durante medio segundo, luego dio un paso a su izquierda, extrajo su bláster, y los mató a ambos.
-Obligadme –dijo, mientras se desplomaban.
Manaroo estaba sentada en el suelo, boquiabierta de la impresión. Dengar se acercó a ella, la tomó de la mano, y la puso en pie. Los demás artistas se escabulleron sin pensárselo dos veces.
-Salgamos de aquí mientras aún podamos –gruñó Dengar.
-¿A dónde? –tartamudeó ella.
-A Tatooine –dijo Dengar-. Boba Fett llevará a Han Solo a Tatooine.


Afortunadamente, cuando Dengar llegó a los muelles de reparaciones, su nave ya estaba fuera de la bahía de reparaciones y se alzaba brillante en el campo de lanzamiento. El jefe de muelle no se había limitado a reparar la nave, sino que además había limpiado el exterior, rellenando las abolladuras de micrometeoros y aplicando una nueva capa de pintura protectora. Lástima que no hubiera nadie allí para cobrar por las reparaciones.
Por desgracia, media docena de soldados de asalto estaban asentados en la plataforma de despegue junto a un cañón ligero. Dengar y Manaroo estaban ocultos en un hangar de reparaciones, tras un viejo carguero. Los sonidos de las luchas y las explosiones resonaban por toda Ciudad Nube.
Dengar observó a los soldados de asalto, todos posicionados en formación cerrada, y murmuró para sí mismo.
-Para esto están las granadas.
Debía de tratarse de tropas novatas a las que les faltaba entrenamiento básico.
Echó mano al bolsillo de la pierna de su armadura corporal, extrajo una granada, la armó y la lanzó a una distancia de veinte metros, hasta que golpeó contra el casco de un soldado de asalto y estalló.
Ante el sonido de pasos corriendo, Dengar volvió la mirada a un pasillo lateral. Varios soldados de asalto, acompañados por Darth Vader, corrieron hacia un pasillo adyacente.
Instintivamente, Dengar se agachó. Ciertamente no quería atraer atención sobre sí mismo.
Cuando los soldados de asalto hubieron pasado de largo, tomó la mano de Manaroo, corrió hacia su nave y, medio instante después, despegó hacia las nubes.
Había interferidores de señal ocupando todo el espectro, y Dengar no pudo detectar ninguna otra nave en la zona, pero su visor trasero le mostró un trio de cazas TIE descendiendo desde una inmensa nube detrás de él.
Dengar se lanzó al abrigo de una nube cercana, realizó un giro descendiente, y regresó por el camino por el que había llegado. Entonces, con los motores al máximo, salió disparado en una nueva trayectoria, disparando todas sus armas por si acaso alguno de esos cazas imperiales se cruzaba en su camino.
En cuestión de segundos estuvieron fuera de las nubes de gas tibanna, dirigiéndose hacia las estrellas, y cuando el ordenador de navegación trazó el curso, desapareció en el hiperespacio.
Dengar se recostó en su asiento. Era cierto que podía no sentir muchas emociones, que no podía registrarlas con su mente, pero a veces su cuerpo sí las registraba. Ahora sus manos estaban temblando, y su frente estaba cubierta de sudor. Tenía la garganta seca.
Y sin embargo, cuando buscaba en su interior, no podía detectar ninguna sensación de pánico.
Pero Manaroo estaba de pie tras el asiento del piloto, con las manos aferradas al respaldo de la silla y la boca abierta de terror.
-Ahora estamos a salvo –dijo Dengar, tratando de confortarla.
-¿Por qué? ¿Por qué continúas persiguiendo a Han Solo? –preguntó ella-. ¡Ya lo han capturado!
Dengar dudó, tratando de encontrar las palabras adecuadas para contestar. No tenía ninguna esperanza de atrapar a Boba Fett. La nave del cazarrecompensas era demasiado rápida, y lo más probable era que aterrizara directamente en el palacio de Jabba, de modo que no habría ninguna oportunidad de ajustar cuentas con Boba Fett en ningún caso. No, necesitaba algo más.
-Quiero atraparlo de una vez –dijo-. Quiero tocarlo, aunque sólo sea una vez.
”Además, Solo tiene amigos en altas instancias de la rebelión –dijo Dengar, tratando de expresar una irritante sospecha-. Me imagino que irán a liberarlo... si Jabba el Hutt no lo mata antes. Y cuando lo hagan, quiero estar allí, para volver a atraparlo de nuevo.
Dengar se había inventado esa excusa improvisada, pero había un aire de verdad en ella. De algún modo, había descubierto que Han Solo estaba alcanzando proporciones míticas. De igual modo que Dengar parecía condenado para siempre a ser tan solo medio hombre, también había comenzado a sentir que Han Solo sería para siempre su némesis, escurridizo e imposible de atrapar.
Y de algún modo, de algún modo, Dengar sabía que tenía que romper el círculo. Era una vaga esperanza, apenas concebida. Tenía que volver a encontrarse a sí mismo, al igual que tenía que atrapar a Han Solo.