Dos: La Esperanza
Cuando Dengar salió del hiperespacio
en el sistema Hoth, las alarmas de los indicadores de proximidad del Castigador Uno comenzaron a sonar de
inmediato. La pantalla del visor holográfico mostraba un super destructor
estelar imperial justo delante, con otra media docena de destructores estelares
haciendo las veces de escolta. Fragatas de ataque, cazas TIE y transportes de
personal llenaban el cielo.
Bajo ellos, recortándose en el fondo
estrellado, se encontraba un helado planeta blanco, como una perla, cuya
superficie permanecía oculta por nubes y tormentas de nieve.
Dengar cambió inmediatamente las
frecuencias del transpondedor para que su pequeño JumpMaster corelliano
apareciera como una nave de exploración imperial. Era una frecuencia más
antigua, una que había usado legalmente meses atrás, pero Dengar no podía
arriesgarse a tratar de huir de la flota imperial. Si cambiaba su curso y
trataba de rodearlos levantaría sospechas, así que se dirigió directamente
hacia la flota, con la esperanza de que nadie examinaría su nave con el
detenimiento suficiente para advertir que no estaba pintada con los colores
imperiales.
Ya estaba teniendo lugar un enfrentamiento.
Dengar observó cómo los transportes y los cazas rebeldes despegaban desde la
superficie de Hoth bajo la cobertura de cañones iónicos pesados, mientras los
destructores estelares trataban de interceptar y derribar a los rebeldes.
Dengar se coló entre dos destructores
estelares y se acercó a la cola de un escuadrón de cazas TIE que se lanzaba
hacia la superficie del planeta.
Dengar había recorrido un largo
camino para encontrar a Han Solo. Si se encontraba en Hoth, Dengar planeaba
atraparlo esta vez.
-Explorador imperial –llamó una voz
por el receptor de Dengar-, ¿por qué se ha puesto detrás de nosotros?
Era uno de los cazas TIE.
-Me han encargado que efectúe algunas
investigaciones in situ sobre unas aparentes fluctuaciones de energía en el
exterior de la base rebelde –mintió con facilidad Dengar-. Pensé que podría
protegerme detrás de ustedes durante parte del descenso, si no les importa.
-No se nos ha avisado de su misión.
-Estoy con Inteligencia –repuso
Dengar, jocoso-. Ya sabe cómo va esto: Si alguien les hubiera avisado de mi
misión, yo tendría que ir a cerrarle la boca cuando volviera.
Aparentemente, su respuesta satisfizo
al comandante del escuadrón. Descendieron con velocidad constante hasta que de
repente apareció un transporte rebelde abalanzándose contra ellos; un
reluciente dirigible metálico. El escuadrón de cazas TIE se lanzó a
interceptarlo, y Dengar vio su error demasiado tarde.
Una brillante bola de energía roja
surgió del planeta y Dengar aceleró el Castigador
Uno, tratando de virar. La nube iónica bañó su nave con un ruido parecido
al de la gravilla suelta. Dengar pudo sentir cómo su carga eléctrica le erizaba
el cabello, y de repente todas las luces indicadoras y las pantallas se
apagaron. La cabina quedó fría y negra. Incluso los chirriantes ventiladores
que hacían circular el oxígeno del sistema de soporte vital se ralentizaron
hasta detenerse.
Comenzó a dar avisos de emergencia
por su comunicador, aunque era un gesto inútil. Con todos los escudos apagados
y el equipo polarizado, flotaba como un cadáver en el espacio. Por fortuna,
había virado lo suficiente para que su actual trayectoria se alejara del
planeta.
Los cazas TIE que le precedían habían
estado acelerando hacia el planeta. En cuestión de instantes comenzarían a
arder en llamas.
La nave de Dengar avanzó hacia
arriba, dirigiéndose hacia un destructor estelar, y casi chocó contra él. Él
permaneció sentado, incapaz de hacer otra cosa que observar como pasaba a su
lado rumbo a las estrellas lejanas.
Algún oficial imperial alerta debió
de haber advertido su situación, porque de pronto sintió que el Castigador Uno se estremecía y frenaba
cuando el destructor estelar atrapó su nave con sus rayos tractores.
Dengar se preguntó qué significaría
eso; ser capturado por el Imperio. Era un hombre buscado, y sería sentenciado a
muerte.
Dengar observaba las estilizadas
líneas grises del destructor estelar, tratando de adivinar hacia cuál de las
bahías de atraque sería arrastrado, cuando un carguero ligero corelliano cruzó
velozmente el horizonte, disparando a los emplazamientos de armas del
destructor estelar, esquivando descargas de láser, y con tres cazas TIE pegados
a su cola.
-¡Solo! –exclamó Dengar cuando el Halcón Milenario apareció ante su vista.
Casi como un acto reflejo, Dengar disparó sus torpedos de protones, pero el
control de disparo seguía desactivado.
El Halcón Milenario pasó junto a él, realizando vertiginosos giros, y
Dengar corrió a la ventanilla trasera con la esperanza de ver la nave de Solo.
El Halcón y sus atacantes ya eran sólo luces lejanas, desdibujándose
entre las estrellas de fondo. Pero el Imperio había modificado los ojos de
Dengar. Amplió la imagen, observó cómo el Halcón
aceleraba hacia un trío de destructores estelares y se adentraba en las
profundidades del espacio tras ellos, hasta que ni siquiera sus ojos pudieron
seguir la pista de esos cada vez más diminutos granos de arena.
Entonces el Castigador Uno fue atraído al interior del super destructor
imperial donde aterrizó con un suave sonido metálico.
Un instante después, varias decenas
de soldados de asalto volaron la puerta de su nave. Dengar tomó un bláster en
cada mano y corrió hacia el pasillo de acceso principal, con la esperanza de
hacerles pagar su muerte por adelantado, cuando una granada de gas aterrizó a
escasos metros por delante de él.
Trató de contener el aliento, pero era
demasiado tarde. Dio tres tambaleantes pasos hacia delante, y de pronto sintió
como si alguien hiciera que sus pies dejasen de tocar el suelo.
Dengar aterrizó con un golpe seco en
el pasillo y quedó tendido en el suelo con aspecto aturdido. Podía ver,
escuchar. Únicamente no podía moverse.
En cuestión de escasos minutos, los
soldados de asalto le arrastraron a una celda de interrogatorio.
El Imperio no lo mató inmediatamente.
Le inyectaron drogas potenciadoras del dolor, colocaron un codificador en su
cabeza para reducir su resistencia al interrogatorio. Conocieron su nombre y
gran parte de su historia. Fueron capaces de entrar en los registros de su
nave, averiguar dónde había viajado. Leyeron sus chips de crédito, descubrieron
de dónde provenía su dinero, qué había comprado.
Le interrogaron acerca de su trabajo
con los rebeldes, sus motivos para asesinar agentes imperiales. Le sentenciaron
a muerte, y le dejaron sentado en su celda durante un día, donde planeó su
fuga. Dengar se prometió a sí mismo que no le llevarían fácilmente a la cámara
de ejecución. Más de uno de sus captores moriría en el intento.
Y esa noche, mientras Dengar estaba
tumbado durmiendo, de pronto fue consciente del sonido de una trabajosa
respiración a través de un respirador, un sonido perturbador.
Se volvió en su catre. Ante él se
alzaba la figura gigantesca de un hombre con capa negra y un casco negro que le
cubría el rostro. Dengar nunca antes le había visto, pero conocía al Señor
Oscuro de los Sith por su reputación.
Darth Vader.
La puerta de la celda de Dengar se
abrió por sí sola, y Darth Vader permaneció solitario en la entrada, con su
respiración áspera. Parecía estar observando a Dengar. Más exactamente, parecía
estar absorbiendo a Dengar.
Dengar estudió al Señor Oscuro.
Sospechaba que había llegado su verdugo. Era el momento de medidas
desesperadas. Con un golpe afortunado, podría incapacitar a Lord Vader. Si era
afortunado, y silencioso, podría ser capaz de matar a Vader, y luego escapar.
Darth Vader alzó una mano, y Dengar
sintió cómo su garganta se estrechaba, comprimiéndose como si hubiera sido
atrapada con unas tenazas.
-No se le ocurra ni pensarlo –dijo
Vader.
Dengar alzó las manos en señal de rendición,
apoyándose contra el muro de su celda. La presión remitió.
-¡Si ha venido a matarme, acabe con
ello! ¡No tengo nada que perder! –exclamó Dengar-. ¡Pero no dejaré que le
resulte divertido!
-Yo no soy el Emperador –dijo
sombríamente Vader-. Yo no mato por diversión... sólo cuando sirve a mis
propósitos.
Dengar sonrió.
-Bueno, entonces tenemos algo en
común.
-Parece que tenemos más de una cosa
en común... –dijo Vader-. Ambos queremos a Han Solo...
”Por desgracia –continuó-, hay una
sentencia de muerte imperial contra usted. Yo no puedo revocar esa sentencia,
pero estoy dispuesto a considerar un indulto.
-¿Bajo qué condiciones? –preguntó
Dengar.
-Le dejaré vivir para que dé caza a
Han Solo. Una vez lo haya encontrado, lo traerá a mí presencia, a él y a sus
amigos, vivos. Después de eso, si he quedado complacido, puede que le perdónela
vida. Pero si no quedo complacido por su desempeño, le daré tiempo para huir.
Entonces comenzará mi cacería.
Darth Vader arrojó un bláster a
Dengar, como cuando Dengar le dio uno a Kritkeen. Las palabras de Vader estaban
claras. Si Dengar fracasaba en su cacería, Darth Vader pasaría a ser el
cazador. El monstruo que había destruido a los caballeros Jedi seguiría el
rastro de Dengar. Dengar se pasó la lengua por los labios, pensando que, si
Vader le daba caza, Dengar al menos vendería caro su pellejo.
-Solo estaba aquí, ¿lo sabía? –dijo
Dengar-. Lo han perdido.
-Aún no lo hemos perdido –repuso
Vader-. En este mismo instante, se ha refugiado en un campo de asteroides, y
nuestras naves lo están buscando. Usted irá al campo de asteroides y le dará
caza. Y si me falla en esto...
Vader cerró el puño como si estrujara
algo.
-Sí... señor –dijo Dengar, dudando de
si debería usar el tratamiento militar adecuado.
-Sí, milord –corrigió Vader.
Dengar respiró profundamente.
-Sí, milord.
Vader dio un paso al frente, le tomó
de los hombros y le miró amenazadoramente a la cara.
-No me falle.
Vader se dio la vuelta, y la puerta
de la prisión se abrió. Un teniente permanecía de pie justo al otro lado de la
puerta con su impecable uniforme imperial. Vader salió y, mientras la puerta se
cerraba, Dengar pudo escucharle hablar con el teniente.
-Este encuentro casual me ha dado una
idea. Reuniremos un equipo de cazarrecompensas para ayudarnos en nuestra
operación...
-Cazadores de recompensas. ¡No
necesitamos esa porquería! –refunfuñó uno de los oficiales de cubierta
dirigiéndose a sus compañeros. Dengar permaneció inmóvil en una plataforma
mientras Darth Vader caminaba de un lado a otro, inspeccionando a los
mercenarios que había reunido, dándoles sus últimas instrucciones.
Los cazarrecompensas eran un grupo
variopinto y, a pesar de su escaso número, también eran muy peligrosos. Sin
duda el droide asesino IG-88 ponía bastante nervioso a Dengar, pero Lord Vader
también había llamado a Boba Fett, quien apenas unos instantes antes se había
quejado vehementemente a Vader acerca de los demás cazarrecompensas... lo
bastante vehementemente como para que pareciera que la ira de Fett provenía de
cierta paranoia subyacente en lugar de cualquier preocupación que pudiera tener
por la competencia.
-Los quiero vivos. –Estaba diciendo
Vader acerca de Solo-. ¡Nada de desintegraciones!
-Como desee –gruñó Boba Fett.
Hubo movimientos nerviosos en la
consola de comunicaciones y el comandante de guardia se dirigió a Vader.
-¡Lord Vader –exclamó -, los tenemos!
El ánimo de Dengar se hundió. Si Han
Solo era capturado por los imperiales, entonces Vader renegaría de su oferta de
indulgencia. Ejecutaría la sentencia de muerte.
Durante unos breves instantes, varios
cazadores de recompensas permanecieron en cubierta, escuchando cómo el capitán
Needa gritaba órdenes, jadeante, mientras su destructor estelar perseguía al Halcón Milenario. Boba Fett dio media
vuelta y salió corriendo, y Dengar escuchó durante quince segundos antes de
darse cuenta de que Boba Fett iba corriendo a su propia nave, con la esperanza
de unirse a la persecución.
Para cuando Dengar llegó al Castigador Uno en la bahía de
lanzamiento doce, Boba Fett ya estaba comprobando su propia nave, un vehículo
de Sistemas Kuat clase Firespray
conocido por su velocidad y potencia de fuego. Giraba a su alrededor, como si
estuviera mirando si alguien lo había manipulado. Avanzó un paso, y resonó una
alarma de advertencia. Dengar vio que Boba Fett realmente estaba paranoico,
poniendo alarmas en su propia nave para asegurarse de que nadie se acercaba a
ella.
Dengar se apresuró a entrar en su
nave, más robusta y mundana, y comprobó rápidamente los sistemas. Los
imperiales habían despolarizado los controles, invirtiendo el daño de
ionización. Despegó y se dirigió hacia el campo de asteroides. Podía escuchar
la cháchara imperial por el sistema de comunicaciones. El destructor estelar ya
había perdido a Solo y estaba desplegando cazas para ir en su búsqueda. La
última maniobra de Solo había sido lanzarse contra el destructor estelar. Luego
había desaparecido de los escáneres.
Dengar supuso que Solo debía de haber
vuelto a adentrarse en el campo de asteroides. Tal vez Solo había apagado sus
sistemas un instante, para que su propia nave aparentara ser tan sólo otro
asteroide más, pero conforme el propio Dengar iba atravesando el campo de
asteroides, vio que ni siquiera Solo estaba tan loco como para arriesgarse a
efectuar semejante maniobra. Rocas del tamaño de su nave se abalanzaban contra
él, y no se trataba de frágiles condritas carbonáceas que sus armas pudieran
atravesar... eran rocas de ferro-níquel que podían aplastarlo y hacerle
pedazos.
Dengar se vio obligado a mantener sus
escudos de impacto a potencia máxima, esquivando los asteroides que podía, y
vaporizando los que no podía.
Algunos de los asteroides eran del
tamaño de una pequeña luna. Todo ese metal en el espacio invalidaba las
comunicaciones e interfería los sensores.
Dengar comenzó a soltar balizas
sensoras en las rocas más grandes, con la esperanza de que pudieran
retransmitir cualquier señal de movimiento. Afortunadamente, tenía cientos de
balizas de esas a bordo. Dejó que sus sensores realizaran un barrido de
frecuencia, escuchando la cháchara imperial mientras se preparaban a abandonar
el sistema Hoth.
El sudor corría por el rostro de
Dengar, y después de tan sólo un par de horas en el cinturón de asteroides,
comenzaba a perder los nervios. La flota imperial saltó al hiperespacio y
Dengar siguió con su trabajo. Bloqueó todo sonido, todo pensamiento, y
simplemente trató de abrirse camino por el campo de asteroides, concentrado en
la caza.
Entonces, varios minutos después, tal
vez incluso media hora... una de sus balizas cobró vida, informando de
movimiento. La nave que despegaba no emitía ninguna señal de transpondedor, y
se alejaba renqueante a velocidad subluz.
Dengar registró su trayectoria.
Estaba suficientemente fuera del alcance de los sensores de Solo, y quería
permanecer así, pero inmediatamente comenzó a salir del campo de asteroides.
Cuando se acercaba al borde del
campo, sus sensores remotos detectaron súbitamente algo más, algo extraño. Un
meteorito grande, o tal vez una tormenta de iones, parecía seguir la estela de la
nave de Solo, justo fuera del alcance de los sensores del Halcón.
Instintivamente, Dengar supo que era
otra nave. De pronto recibió una transmisión de banda estrecha, y una imagen de
Boba Fett apareció en los monitores de Dengar. El rostro de Boba Fett estaba
oculto bajo su maltrecha armadura.
-¡Lamento hacer esto, amigo, pero
Solo es mi trofeo! –dijo Boba Fett, y
luego se escuchó el chirrido de una transmisión de código binario.
Inmediatamente, Dengar sospechó que
se trataba de un código de armado, pero la bomba de su nave estalló antes de
que pudiera hacer nada. Procedente de la sala de máquinas, se escuchó un ruido
sordo y amortiguado, seguido de un destello de luz. Dengar se agachó cuando las
llamas llegaron como una nube por el techo, y luego cobraron vida los
extintores automáticos.
Dengar se apartó de un salto de la
consola de mando, corrió a la parte posterior de su nave y tomó un extintor
manual. Abrió la puerta de la sala de máquinas y descubrió que sus motores
subluz se habían convertido en un chamuscado montón de chatarra.
La bomba había sido configurada de
modo experto y cuidadoso para causar algunos daños importantes... pero sólo
para neutralizar la nave, no para destruirla.
De todos modos, podía tardar días en
retirar las partes fundidas, deshacerse de ellas, y colocar repuestos... si es
que tenía existencias de las piezas necesarias. Para entonces, Han Solo ya se
habría marchado para siempre.
Dengar comenzó a darle vueltas en la
cabeza, y su mente quedó paralizada. No sabía por dónde empezar. Después de
pensarlo unos instantes, fue a su consola de mando y comprobó la trayectoria de
la nave de Han Solo. Había dejado un rastro de partículas de vapor que podría
seguirse durante varias horas, o días, si tenía suerte.
Observó la negrura del espacio, donde
Boba Fett estaba persiguiendo a Han Solo.
-Adelante, hazme volar en pedazos
–murmuró Dengar-. Pero, algún día, descubrirás por qué me llaman Desquite.
Dengar se levantó de su consola y se
puso manos a la obra.
Algún tiempo más tarde, la nave de
Dengar planeó entre las delicadas nubes de gas tibanna de Bespin, dejando atrás
suaves cimas de color rosa y melocotón, hacia el sol poniente.
Ciudad Nube se encontraba justo
delante, con sus torres de color óxido brillando pálidamente. Rodeó los casinos
de apuestas de la parte superior, y por el comunicador solicitó permiso a las
autoridades portuarias para aterrizar en las instalaciones de reparaciones más
próximas, y luego envió una información de registro falsa para su nave, no
queriendo alertar a nadie de su presencia.
Pudo ver el Halcón Milenario bajo él en una plataforma de aterrizaje. Su
corazón se aceleró.
Las autoridades portuarias le
condujeron al campo de aterrizaje apropiado y tomó tierra, y luego se deslizó
silenciosamente al interior de Ciudad Nube.
Una vez dentro de sus pasillos, el
jefe de muelle se acercó a su nave.
-Tengo problemas con mi motor subluz
y con mi sistema de comunicaciones. Pagaré cien créditos adicionales si el
trabajo está terminado en dos horas.
-Sí, señor –dijo el jefe de muelle,
haciendo gestos a su equipo de trabajo para que desplazaran la nave a un
atracadero vacío.
Dengar se adentró en los brillantes
pasillos de Ciudad Nube y se abrió camino hacia las cámaras de juego
superiores, donde se realizaba la mayor parte de los auténticos negocios de la
ciudad.
Si Han Solo aún seguía allí, Dengar
imaginó que encontraría difícil de ignorar los lujosos comedores y la exaltada
atmósfera de los casinos.
El casino principal bullía de
actividad con miles de visitantes de cientos de mundos. Oficiales imperiales,
contrabandistas, adinerados ejecutivos, celebridades de holovídeo... todos
ellos reunidos allí para perseguir sus mutuas pasiones.
Una banda tocaba en el salón
principal: gigantescos turans de piel naranja con flautas de nariz, arpas
eléctricas y pequeños tambores de percusión tocaban una melodía insistente y
excitante que de algún modo logró estimular profundamente a Dengar.
En el escenario había un grupo de
bailarines, girando como locos: pequeños hombres y mujeres de piel amarilla,
con cintas de tela dorada colgando de sus brazos y piernas. En el centro se
encontraba una bella joven de piel azul y cabello azul oscuro. La reconoció: la
bailarina aruzana, Manaroo.
Giraba cruzando el escenario, mirando
fijamente a los ojos del público; personas de muchas especies, sentadas a sus
mesas de comedor o de apuestas. Llevaba en las manos piedras de colores que
brillaban con fuerza, como las lunas de Aruza, y hacía malabarismos con ellas
arrojándolas en intrincados patrones que atrapaban la mirada.
No había nada de frenético en su
baile. Era más bien pacífico, hipnótico, como el fluir de las olas en una playa
desierta, o como el movimiento de los pájaros por el cielo. Por un instante
pareció no ser una mujer en absoluto, sino una fuerza de la naturaleza.
Irresistible, contenida, como un sol haciendo girar planetas a su alrededor
bajo su influjo.
Todo el mundo se centraba en ella, y
Dengar se encontró a sí mismo sentándose torpemente en una mesa, donde pidió la
cena y un agradable vino.
La banda atacó una nueva melodía, y
se generó ante ellos un campo repulsoelevador. Dentro del campo, una bomba de
aire iba disparando gemas de vidrio, de modo que las gemas se arremolinaban en
el aire bajo las luces como una fuente mágica de color violeta, verde y dorado.
Dos de los bailarines saltaron al campo, realizando ingrávidas acrobacias en su
danza.
Cuando terminó de bailar, Manaroo se
acercó a la mesa de Dengar y se sentó a su lado.
-Debería haber sabido que te
encontraría en un lugar como este, donde los imperiales no prestan demasiada
atención –dijo Dengar.
Manaroo, que acababa de actuar de
forma tan perfecta, tenía ahora la cabeza gacha, mirándose las manos
entrelazadas sobre su regazo, y podía notarse la tensión en su voz.
-Necesitaba escapar del Imperio –dijo-.
Solo que ahora están aquí. Han atrapado a ese hombre que buscabas... Han Solo.
Se lo he escuchado decir a uno de los guardias.
Dengar quedó ligeramente sorprendido.
A veces le parecía que aquellos que no habían ingerido drogas mnemióticas eran...
bueno, estúpidos.
-¿Recordabas el nombre de Solo?
¿Después de todo este tiempo?
-Quería ayudarte a encontrarlo –dijo Manaroo-.
Quería devolverte el favor. Yo también lo he estado buscando. –Esto aún
sorprendió más a Dengar, al ver cómo un pequeño acto de bondad podía haberle
reportado una recompensa tan grande-. Pero no descubrí que estaba aquí hasta
después de que lo atraparan. Se lo escuché a un guardia de seguridad. Ahora el
Imperio ha prometido entregar a Han Solo a otro cazarrecompensas que lo siguió
hasta aquí, un hombre llamado Boba Fett.
-¿Sabes dónde está Boba Fett?
La bailarina negó con la cabeza.
Dengar reflexionó.
-A un hombre como Boba Fett no le
gusta abandonar su presa. Querrá poner a Solo a buen recaudo en su nave, y
luego se marchará.
Dengar estuvo tentado de acabar con
Boba Fett y robarle su presa, pero el hecho era que en los últimos dos días su
rabia había remitido. Cierto, Boba Fett había puesto una bomba en la nave de
Dengar, pero lo había hecho de tal modo que dejó a Dengar con vida y con probabilidades
de llegar a buen puerto. Era un gesto amable, e innecesario.
Así que Dengar quería devolverle el
favor. Cierto, quería arrebatarle a Han Solo –ya que, si no fuera por Boba Fett,
Dengar lo habría capturado-, pero también quería dejar a Boba Fett en algo
parecido a un estado ambulatorio. Conseguir ambos objetivos simultáneamente
necesitaría algo de trabajo.
-Entonces, ¿qué vas a hacer? –preguntó
Manaroo.
-Si los imperiales aún no han
entregado a Han Solo a Boba Fett –reflexionó Dengar-, entonces significa que
aún lo están interrogando. Puede que pasen algunos días hasta que hayan acabado
con él.
Llegó un camarero, y Dengar dejó que
Manaroo pidiera la cena a cuenta suya. Después se recostó en su asiento, observándola
detenidamente. Aún parecía nerviosa, arrepentida, como si le hubiera fallado,
cuando en realidad le había sorprendido con su persistencia. Aún más, obtener
información sensible de un guardia de seguridad seguramente no le habría
resultado nada fácil. De pronto consideró la posibilidad de reclutarla como
socia.
-¿Te gustó mi baile? –preguntó ella.
-Estuviste muy bien. De hecho, nunca
he visto a nadie tan bueno –dijo Dengar-. ¿Cómo aprendiste a bailar así?
-Es fácil –respondió Manaroo-. En Aruza,
usamos nuestros enlaces cibernéticos para compartir nuestros sentimientos.
Somos tecnoempáticos. Cuando bailo, sé qué complace a mis espectadores, y
entonces practico los movimientos que más les gustan.
-Pero no puedes entregarte a ellos
por completo –dijo Dengar.
-¿Por qué dices eso?
Dengar luchó con las palabras.
-Porque, cuando bailabas, deseaba que
estuvieras bailando sólo para mí. Supongo que todos los hombres deben sentirse
así contigo.
Manaroo sonrió y lo miró a los ojos.
Sus propios ojos eran tan vivos, tan negros, que él podía ver reflejados en
ellos los globos luminosos que flotaban cerca del techo.
-Tienes razón. Siempre bailo para mi
público como si todo lo que hiciera fuera para complacerlo, pero, en mi
interior, bailo sólo para mí misma.
Manaroo sorprendió a Dengar tomando
su fuerte mano, y él se avergonzó. Sus manos eran tan grandes, tan poderosas,
que se sentía como si fueran garras, y el fuera algún gigantesco animal
alienígena junto a ella.
-Parece que te va bien aquí –dijo Dengar.
-¿Sí? –susurró ella, y una vez más
Dengar se sorprendió por lo áspera y ronca que podía resultar su voz-. Pues no
es así. Estoy terriblemente sola. Nunca me había sentido tan... vacía.
-¿Cómo puede ser eso? –preguntó Dengar-.
Estoy seguro que hay muchos hombres que querrían estar contigo.
-Por supuesto, hay muchos hombres que
me desean –dijo Manaroo-, pero pocos están dispuestos a abrirse a mí por
completo. Siento como si todos fuéramos extraños, encerrados en nuestras
conchas. –Apretó con fuerza y desesperación las manos de Dengar-. En mi mundo,
cuando dos personas se aman, comparten más que sus cuerpos. Hacen más que
obtener placer el uno del otro. Se unen con el Attanni, compartiendo por completo sus pensamientos y emociones,
compartiendo sus recuerdos y su conocimiento. Todos los engaños entre ellos
quedan eliminados, y se convierten en una sola persona. En Aruza estaba unida a
tres buenos amigos, pero ahora...
Dengar notó como su corazón latía más
rápido, porque podía ver el ansia en ella, lo que necesitaba, y sabía que
quería obtenerlo de él.
-Me temo que aquí no encontrarás
gente que esté dispuesta a unirse así contigo. Nuestros pensamientos y emociones
son cosas aterradoras, y por eso los ocultamos, con la esperanza de que los
potenciales amantes nunca descubran nuestras debilidades.
-Pero tú no tienes emociones que
ocultar. Me dijiste en tu nave que no tenías emociones, que el Imperio te había
arrebatado esa capacidad.
Dengar efectivamente recordaba
habérselo dicho, una noche mientras cenaban en su camarote. Manaroo se había
mostrado curiosa ante la idea, parecía sentir que sería como dormir, un
confortable vacío. Pero Dengar no lo veía de ese modo. Para él, era un inconveniente.
A veces no sabía si sus palabras o sus acciones molestarían u ofenderían a los
demás. De hecho, su vida solitaria no era algo que él hubiera buscado. Vivía
solo en su nave porque pocas personas podrían soportar su presencia, su
exigente forma de ser. Se lo dijo a ella.
-Siento pocas emociones –dijo Dengar-.
Rabia, esperanza, alguna otra. –Ella lo miró con aire interrogante, como si
pidiera saber qué otras emociones aún mantenía consigo, pero él soslayó la
cuestión encogiéndose de hombros-. Eso es todo lo que el Imperio me dejó. Pero,
¿qué pasa con mis recuerdos? ¿Y con mis actos? Sospecho que los encontrarías...
monstruosos.
Ella examinó su rostro durante un
largo instante.
-Unirme contigo me haría más parecida
a ti. Tal vez sea eso lo que necesite para sobrevivir aquí, en tu mundo.
Dengar pensó en ello, mirando a
través de la ventana a las hinchadas nubes de gas tibanna. Unirse con él le
enseñaría muchas cosas que nadie debería saber. Le abriría la puerta a todo el
dolor y la locura que había vivido desde que el Imperio comenzó a moldearlo en
un asesino.
-Preferiría evitarte eso.
Comieron una lujosa cena, charlaron
de trivialidades y Manaroo se excusó para marcharse entre bambalinas.
Dengar quedó sentado solo y se puso a
pensar. Con Solo capturado, ¿iría Vader tras él? Dengar lo dudaba. El Señor
Oscuro de los Sith tenía su propia agenda política, hombres a los que mandar,
un Imperio que dirigir. Dengar casi estaba fuera de su atención. Pero Dengar no
quería volver a cruzárselo en su camino.
Por los altavoces, Lando Calrissian, el
administrador de la ciudad, anunció que tropas imperiales estaban ocupando la
estación, y sugería que todo el personal evacuara inmediatamente.
Alrededor de Dengar, los jugadores y
los habitantes de Ciudad Nube estallaron en un alboroto. La gente comenzó a
correr hacia las salidas.
Dengar terminó su bebida, se levantó,
y habló en voz alta para sí mismo.
-Parece que a cualquier sitio que voy
últimamente la gente está evacuando.
De una puerta de la entreplanta,
sobre él, salieron unos soldados de asalto. Alguien, tal vez un guardia de
seguridad de incógnito, o un cliente del casino, extrajo un bláster pesado, y
comenzó un tiroteo.
Dengar echó un vistazo al otro lado
de la ventana. La nave de Boba Fett se alejaba trazando un arco a través de las
nubes, y Dengar supo intuitivamente que el cazarrecompensas no se habría
marchado sin su presa.
Maldijo entre dientes, observando la
estela de fuego de la nave de Boba Fett. Parecía que eso era siempre lo único
que podía ver de Han Solo.
El tiroteo al otro lado de la sala se
estaba caldeando bastante, y ahora el aire estaba lleno de humo.
Dengar suspiró y miró su cronómetro.
Puede que las autoridades portuarias hubieran tenido tiempo de arreglar su
nave, pero lo dudaba. Probablemente los nuevos motores estarían colocados, pero
dudaba que estuvieran hechas todas las conexiones electrónicas. Se levantó,
estiró los músculos, y decidió ir en busca de Manaroo.
Atravesó una cortina de luces
centelleantes y se encontró en un pasillo que conducía a una sala más grande.
En ella, dos soldados de asalto
montaban guardia ante media docena de artistas sentados en el suelo, con las
manos unidas sobre la cabeza. Manaroo estaba entre ellos.
Dengar se dirigió a uno de los
soldados de asalto.
-Disculpe, caballero, pero la
bailarina va a venirse conmigo.
Los soldados de asalto volvieron sus
blásteres pesados hacia Dengar.
-¡Las manos sobre la cabeza! –exclamó
uno de ellos.
Dengar los observó durante medio
segundo, luego dio un paso a su izquierda, extrajo su bláster, y los mató a
ambos.
-Obligadme –dijo, mientras se
desplomaban.
Manaroo estaba sentada en el suelo,
boquiabierta de la impresión. Dengar se acercó a ella, la tomó de la mano, y la
puso en pie. Los demás artistas se escabulleron sin pensárselo dos veces.
-Salgamos de aquí mientras aún
podamos –gruñó Dengar.
-¿A dónde? –tartamudeó ella.
-A Tatooine –dijo Dengar-. Boba Fett
llevará a Han Solo a Tatooine.
Afortunadamente, cuando Dengar llegó
a los muelles de reparaciones, su nave ya estaba fuera de la bahía de
reparaciones y se alzaba brillante en el campo de lanzamiento. El jefe de
muelle no se había limitado a reparar la nave, sino que además había limpiado
el exterior, rellenando las abolladuras de micrometeoros y aplicando una nueva
capa de pintura protectora. Lástima que no hubiera nadie allí para cobrar por
las reparaciones.
Por desgracia, media docena de
soldados de asalto estaban asentados en la plataforma de despegue junto a un
cañón ligero. Dengar y Manaroo estaban ocultos en un hangar de reparaciones,
tras un viejo carguero. Los sonidos de las luchas y las explosiones resonaban
por toda Ciudad Nube.
Dengar observó a los soldados de
asalto, todos posicionados en formación cerrada, y murmuró para sí mismo.
-Para esto están las granadas.
Debía de tratarse de tropas novatas a
las que les faltaba entrenamiento básico.
Echó mano al bolsillo de la pierna de
su armadura corporal, extrajo una granada, la armó y la lanzó a una distancia
de veinte metros, hasta que golpeó contra el casco de un soldado de asalto y
estalló.
Ante el sonido de pasos corriendo,
Dengar volvió la mirada a un pasillo lateral. Varios soldados de asalto,
acompañados por Darth Vader, corrieron hacia un pasillo adyacente.
Instintivamente, Dengar se agachó.
Ciertamente no quería atraer atención sobre sí mismo.
Cuando los soldados de asalto
hubieron pasado de largo, tomó la mano de Manaroo, corrió hacia su nave y, medio
instante después, despegó hacia las nubes.
Había interferidores de señal
ocupando todo el espectro, y Dengar no pudo detectar ninguna otra nave en la
zona, pero su visor trasero le mostró un trio de cazas TIE descendiendo desde
una inmensa nube detrás de él.
Dengar se lanzó al abrigo de una nube
cercana, realizó un giro descendiente, y regresó por el camino por el que había
llegado. Entonces, con los motores al máximo, salió disparado en una nueva
trayectoria, disparando todas sus armas por si acaso alguno de esos cazas
imperiales se cruzaba en su camino.
En cuestión de segundos estuvieron
fuera de las nubes de gas tibanna, dirigiéndose hacia las estrellas, y cuando
el ordenador de navegación trazó el curso, desapareció en el hiperespacio.
Dengar se recostó en su asiento. Era
cierto que podía no sentir muchas emociones, que no podía registrarlas con su
mente, pero a veces su cuerpo sí las registraba. Ahora sus manos estaban
temblando, y su frente estaba cubierta de sudor. Tenía la garganta seca.
Y sin embargo, cuando buscaba en su
interior, no podía detectar ninguna sensación de pánico.
Pero Manaroo estaba de pie tras el
asiento del piloto, con las manos aferradas al respaldo de la silla y la boca abierta
de terror.
-Ahora estamos a salvo –dijo Dengar,
tratando de confortarla.
-¿Por qué? ¿Por qué continúas
persiguiendo a Han Solo? –preguntó ella-. ¡Ya lo han capturado!
Dengar dudó, tratando de encontrar
las palabras adecuadas para contestar. No tenía ninguna esperanza de atrapar a
Boba Fett. La nave del cazarrecompensas era demasiado rápida, y lo más probable
era que aterrizara directamente en el palacio de Jabba, de modo que no habría
ninguna oportunidad de ajustar cuentas con Boba Fett en ningún caso. No,
necesitaba algo más.
-Quiero atraparlo de una vez –dijo-.
Quiero tocarlo, aunque sólo sea una vez.
”Además, Solo tiene amigos en altas
instancias de la rebelión –dijo Dengar, tratando de expresar una irritante
sospecha-. Me imagino que irán a liberarlo... si Jabba el Hutt no lo mata
antes. Y cuando lo hagan, quiero estar allí, para volver a atraparlo de nuevo.
Dengar se había inventado esa excusa
improvisada, pero había un aire de verdad en ella. De algún modo, había
descubierto que Han Solo estaba alcanzando proporciones míticas. De igual modo
que Dengar parecía condenado para siempre a ser tan solo medio hombre, también
había comenzado a sentir que Han Solo sería para siempre su némesis,
escurridizo e imposible de atrapar.
Y de algún modo, de algún modo, Dengar sabía que tenía
que romper el círculo. Era una vaga esperanza, apenas concebida. Tenía que
volver a encontrarse a sí mismo, al igual que tenía que atrapar a Han Solo.