jueves, 17 de diciembre de 2009

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (y IV)

Capítulo Cuatro
Ya era casi de noche cuando Korsin apareció en el rastro por el que ya había pasado, tirando de un improvisado trineo hecho con una mesa del comedor. Con mantas térmicas y los restantes paquetes de raciones amontonados encima, Korsin había necesitado recurrir a la ayuda de la Fuerza unas cuantas veces en su descenso de la montaña. Las correas le cortaban los hombros y el cuello, dejándole feos cardenales. La única hoguera del campamento se había convertido en varias. Se alegró de verlas.
Ravilan también pareció contento de verle, tras una inicial reacción de sorpresa.
-¡La baliza! ¿Está funcionando?
-Yo mismo pulsé el botón –anunció Korsin.
-¿Y?
-Y ahora esperamos.
Ravilan entornó los ojos en la humeante neblina.
-¿Sabes dónde estamos? ¿Has hablado con alguien? –La atención de Korsin ya se había dirigido a descargar los paquetes para sus ansiosos tripulantes. Ravilan bajó la voz-. ¿Dónde… están tus massassi?
Korsin no alzó la vista.
-Todos muertos. ¿No creerías que yo quería hacer esto en persona, verdad?
El rostro carmesí del intendente palideció un poco.
-No, por supuesto que no… comandante. –Volvió la mirada hacia la cima, que se desvanecía en la oscuridad que les rodeaba-. Quizá algún otro de entre nosotros podría echar un vistazo al transmisor. Podríamos...
-Ravilan, si quieres volver allí arriba, eres libre de hacerlo. Pero yo llevaría un equipo con equipamiento pesado, porque si no ponemos algunos apoyos bajo esa nave, la siguiente persona que suba a bordo se la llevará en su último vuelo. –Korsin dejó el último paquete en el suelo y alzó la cabeza-. ¿Dónde están tus massassi?
Ravilan le miró fijamente.
-Todos muertos.
Korsin se liberó finalmente, de los arneses que había usado para tirar del trineo. La hoguera brillaba de forma atrayente. ¿Por qué tenía tanto frío entonces?
-Seelah.
-¿Dónde está Devore?
Él la miró fríamente. Seelah estaba de pie, con su ajado uniforme dorado parpadeando a la luz de la hoguera.
-¿Dónde está Devore? –repitió él.
-Subió hacia... –dijo ella, deteniéndose a mitad de la frase. Nadie debería haber dejado el campamento. Y ahora, esa mirada en los ojos de Yaru.
Abrazó con fuerza a Jariad, que se despertó llorando.


Las palabras de ánimo comenzaron como solían hacerlo habitualmente las de Korsin: con un resumen de Cosas Que Ya Sabe Todo El Mundo. Pero este discurso fue diferente, porque había demasiadas cosas que nadie sabía, incluido él mismo. La afirmación de que Naga Sadow aún apreciaba su cargamento cobró rango de verdad para todos, y aunque estaban claramente a mucha distancia de cualquier lugar, pocos podían imaginar que el deseo del Señor del Sith estuviera fuera de su alcance. Incluso si eran menos optimistas acerca de lo que Sadow pensaba sobre ellos, Korsin sabía que su tripulación aceptaría que alguien, en algún lugar, les estaba buscando.
Simplemente, no necesitaban saber cuánto tiempo podría tardar. Era demasiado pronto para eso. Sadow, lo descubriría más tarde. Este no era lugar para pensar en qué iba a ser lo próximo. Había que pensar en el ahora.
Hacia el final del discurso, Korsin se encontró cada vez más inusualmente filosófico:
-Era nuestro destino aterrizar en esta roca; y estamos ligados a nuestro destino. Por un tiempo, aparentemente, estamos también ligados a esta roca –dijo-. Que así sea, entonces. Somos Sith. Hagámosla nuestra.
Miró hacia una hoguera cercana y vio a Gloyd y al resto de su equipo de artillería luchando contra el viento helado. Les hizo gestos con la mano para que se acercasen a la hoguera principal. Korsin sabía que iba a ser otra dura noche, y los suministros que había traído se agotarían pronto.
Pero sabía algo más. Algo que nadie, excepto él, había visto.
La bestia alada tenía un jinete.
La Fuerza estaba con ellos.


Sujetando con fuerza a su hijo, Seelah vio cómo el círculo se rompía. Con ligeros gestos de sus cabezas, los Sith humanos se pusieron a sus tareas, caminando alrededor de Ravilan, el amo sin massassi. Estaba de pie, distante, condoliéndose con los Sith Rojos y el resto de escasos alienígenas supervivientes. Lleno de energía y triunfante, Yaru Korsin conversaba con Gloyd... guardando sus confidencias, como siempre hacía, para el inmenso alienígena. Demasiado fuerte para ser derrotado, demasiado estúpido como para traicionarle... e incapaz de usar la Fuerza. El aliado perfecto.
Alejándose del houk, Korsin vio a Seelah. Una nueva tierra para quebrarse ante su voluntad, y nadie que se interpusiera en su camino. Sonrió.
Seelah le devolvió la mirada con frialdad. Pensando en Devore, pensando en el pequeño Jariad, tomó una rápida decisión. Convocando toda su rabia, todo su odio, toda su voluntad...
...Seelah le devolvió la sonrisa.
Devore había subestimado a Yaru Korsin. Pasase lo que pasase, pensó Seelah, ella no lo haría. Esperaría el momento oportuno.
Tiempo, tenían de sobra.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El honor de los Jedi (16)

16
–Esperemos que su distracción funcione durante un rato –dice Luke–. No me gusta la idea de tropezarme aquí fuera con un escuadrón de soldados de asalto en gravedad cero.
Gideon asiente, y luego abre la marcha sobre los regueros de aspecto arenoso hacia el extremo izquierdo del molino. El molino tiene más de un kilómetro de largo y se alza cincuenta metros sobre la superficie. A una altura de cuatro metros de su base se extienden doce amplios sumideros obturados por ríos inertes de arena plateada. Los sumideros conducen a un inmenso silo sobre el que corre toda la extensión del edificio. Luego, cada cincuenta metros, unas bombas dirigen la arena a unas largas mangueras que la transportan al exterior, a los regueros de vertido. En este momento, los sumideros, las bombas y las mangueras permanecen inactivos, esperando un reinicio de las operaciones que Luke duda que llegue nunca.
–¿Por qué han hecho esto? –pregunta Luke. La mina de los Tredway es un valioso recurso estratégico y económico. No comprende por qué Parnell está destruyendo el complejo en lugar de confiscarlo.
Sidney hace girar sus orejas, alejándolas del centro de su cabeza, en una expresión de desesperación.
–Porque son los imperiales. ¿Acaso necesitan otra razón?
–Imperiales o no, esto no tiene sentido –dice Gideon–. Esta mina les paga cada año los suficientes impuestos como para equipar todo un escuadrón de corbetas, y la vieja dama se lleva bastante bien con el gobernador. Parnell no destruiría todo esto sólo para que la familia Tredway sirva de ejemplo, eso to lo aseguro. Aquí tiene que estar pasando algo más.
Gideon se detiene al borde del molino, y luego indica a los otros que le sigan doblando la esquina. El edificio se extiende ante ellos durante un cuarto de kilómetro. Dos figuras con armadura blanca acaban de desaparecer de la vista al otro lado del molino. Los rebeldes no pueden ver ninguno de los edificios del centro del complejo. Pero a la izquierda, dos edificios residenciales marcan el perímetro exterior del complejo. A dos kilómetros de distancia, la casa principal se alza sobre sus terrazas cuidadosamente esculpidas. Incluso desde esa distancia, Luke puede ver media docena de brechas en sus muros. Los soldados de asalto no han tardado mucho tiempo en penetrar las débiles defensas de los Tredway.
Luke abre la marcha hasta la siguiente esquina y asoma la cabeza por ella. Los dos soldados de asalto están caminando hacia el otro extremo del molino. Desde allí, el piloto rebelde puede ver el resto del complejo.
El complejo yace en ruinas. El techo del almacén de equipamiento se ha derrumbado, enterrando el contenido del edificio bajo dos metros de escombros. Un hueco del tamaño de un caminante imperial adorna el “secadero”, el edificio de vestuarios donde los mineros se visten para el trabajo. Los flexi-pasillos tienen agujeros y desgarrones en ellos cada 20 metros.
Luke esperaba encontrar supervivientes. En su lugar, cadáveres de todas las formas y tamaños cubren el complejo, extraídos inadecuadamente y sin preparar de sus refugios en los edificios. Cerca de 100 objetos desfigurados y calcinados, que anteriormente podrían haber estado vivos o no, yacen esparcidos entre los edificios.
Las únicas cosas que se movían, aparte de los soldados de asalto, son droides muy dañados y confusos. Dos droides de mantenimiento, uno al que le falta un brazo y otro al que le falta una pierna, trabajan para reparar el hueco en el edificio de vestuarios. Un droide médico con la cabeza aplastada se apresura de una forma calcinada a otra, realizando test de diagnóstico que ningún paciente superará.
Luke se vuelve, tratando de hacer desaparecer visiones de una escena similar allá en Tatooine. Pero sin importar lo fuerte que cierre los párpados y apriete los dientes, los recuerdos inundan su mente: humo negro, oleoso, surgiendo de la entrada a una casa subterránea; el calor abrasador que le impedía entrar al pequeño volcán que antes había sido su hogar; dos formas, humeantes e irreconocibles como su tío y su tía, retorcidas en la arena que habían cosechado durante tanto tiempo y a tan alto coste. Comprendiendo que no puede ganar una batalla contra su propia mente, Luke permite que la rabia y la pena que sintió en aquella ocasión vuelva a invadirle. Ninguna de las dos emociones se ha debilitado con el tiempo.
Afortunadamente, Gideon interrumpe su meditación.
–¿Qué ocurre?
–Dos soldados de asalto están dando la vuelta al otro lado del edificio –informa el minero, forzando que la atención de Luke regrese a la situación actual.
–¡Verán las naves!
La devastación es más concienzuda y completa de lo que Luke había imaginado posible. Había aterrizado en el lado lejano del molino esperando encontrar a 50 o 100 mineros atrincherados en el complejo, superados por mucho en número y potencia de fuego, pero manteniendo pese a todo alguna línea de defensa. Nunca se le había ocurrido que los imperiales pudieran haber tomado el complejo Tredway tan totalmente por sorpresa.
Gideon frunce el ceño, luego se encoge de hombros.
–Ya no hay nada que podamos hacer al respecto. Si tratan de entrar al Cubo de Rocas, se llevarán una sorpresa.
–Erredós mantendrá el ala-X cerrado –dice Luke–. Pero eso no me sirve de mucho alivio.
Lucha contra la bilis que sube por su garganta, tratando de mantener la perspectiva de un soldado, de enfocarse en el objetivo a su alcance.
–Ni a mí –dice Sidney–. Deberíamos regresar a las naves.

El honor de los Jedi (5)

5
–Probablemente tengas razón, Gideon –dice Luke–. Pero vayamos a la casa de todas formas. Lo que sea que quieran los imperiales, está en la casa, y sólo tenemos una oportunidad de llegar antes que ellos.
Gideon asiente, y luego abre la marcha sobre los regueros de aspecto arenoso hacia el enorme edificio del molino. El molino tiene más de un kilómetro de largo y se alza cincuenta metros sobre la superficie. A una altura de cuatro metros de su base se extienden doce amplios sumideros obturados por ríos inertes de arena plateada. Caen a un inmenso silo sobre el que corre toda la extensión del edificio. Cada cincuenta metros, una bomba dirige la arena a una larga manguera que la transporta al exterior, a los regueros de vertido. En este momento, los sumideros, las bombas y las mangueras permanecen inactivos, esperando un reinicio de las operaciones que Luke duda que llegue nunca.
–¿Están todos los Tredway involucrados en los esfuerzos de resistencia de Erling? –pregunta Luke. La mina de los Tredway es un valioso recurso estratégico y económico. No comprende por qué Parnell está destruyendo el complejo en lugar de confiscarlo. Quizá el general desea que la familia Tredway sirva de ejemplo. O quizá sospecha que la familia albergaba lealtades rebeldes tan fuertes que destruyeron la mina ellos mismos antes de permitir que cayera en manos del Imperio.
Sidney alza sus garras de largas zarpas en un gesto alienígena que Luke no comprende.
–No; la madre Tredway incluso amenazó con desheredarle por poner en peligro los contratos de la familia con los agentes comerciales del Imperio.
–No parece que comparta las convicciones de su antiguo marido –observa Luke.
–Es una mujer de negocios –dice Gideon–. Después de que Axton muriera, decidió que la galaxia se cuidase por sí misma. No puedo culparla... Axton la dejó con una mina arruinada y dos hijos que criar. Ella la convirtió en la operación más rentable del Cinturón.
–Eso no la ha protegido del Imperio –comenta Luke. Después de lo que Sidney había dicho acerca de los contratos imperiales, el ataque destructivo no tiene sentido en absoluto. Aquí debe pasar algo más. ¿Pero qué?
Gideon abre la marcha hacia la base del silo y se detiene en la base del reguero de un sumidero.
–Trepemos al interior. Si quedan supervivientes en la superficie, seguramente estarán aquí dentro, y los soldados de asalto no nos verán llegar.
Luke estudia los escarpados sumideros.
–¿Puedes trepar eso?
–Por supuesto –dice Sidney, comenzando a gatear por el sumidero como si fuera un conducto de energía.
–¡Espera! –dice Luke, agarrando el tobillo de Sidney–. No sabes lo que nos espera al otro lado.
Sidney parece asombrado.
–¿Y?
–Quizá yo deba ir primero.
Sidney muestra una hilera de afilados incisivos en lo que Luke interpreta como una sonrisa.
–Por favor, no malinterpretes mis dudas en unirme a esta empresa. Gratamente moriré por la libertad... pero los Padas no matan bajo ningún concepto.
–Mantén tu bláster a mano de todas formas –gruñe Gideon–. Puedes necesitar asustar a alguien.
–Por supuesto –dice Sidney, trepando por el sumidero–. Volveré cuando encuentre algún cable que os pueda arrojar a vosotros, humanos.
Luke y Gideon esperan durante varios minutos sin señales de Sidney.
–Quizá deberías auparme –dice Luke, finalmente–. Puede haber pasado algo.
–No es probable –dice Gideon–. Sidney puede ser silencioso como una rata de arena cuando quiere. De todas formas, estoy cansado de esperar.
Entrelaza sus dedos y le ofrece un apoyo a Luke.
Luke enfunda su bláster y coloca un pie en las manos de Gideon. En la ligera gravedad del asteroide, debería ser capaz de saltar los cuatro metros hasta la boca del sumidero. Pero saltar es mucho menos preciso que escalar, y no está demasiado ansioso por golpearse la cabeza o rasgarse su traje de vacío por ser descuidado.
La boca se abre en una cámara brillantemente iluminada. Una pila de regueros plateados se alza 20 metros por encima del sumidero. Las huellas de Sidney avanzan hasta la cima de la pila de regueros, luego desaparecen. La únicas otras cosas que Luke puede ver son una docena de paneles de iluminación montados en el techo, en lo alto.
La mano de Gideon desaparece de debajo de su pie. Luke comienza a caer y maldice furiosamente, agitando salvajemente sus brazos para agarrarse a algo. Pero el sumidero lleno de arena no ofrece ningún agarre, y Luke se desliza de nuevo hasta la base del silo.
En la débil gravedad del asteroide, realmente no cae... se desliza hacia abajo. La suavidad de su descenso le sirve de poco consuelo, especialmente cuando advierte el motivo de su caída. Gideon yace de forma poco elegante en el suelo de la base del silo, al pie de dos soldados de asalto con armadura de asalto pesada. Uno de ellos mantiene un rifle bláster apuntando al minero, y el otro sigue el descenso de Luke como si fuera una diana móvil.
Luke rechaza rápidamente el pensamiento de alcanzar sus armas. Además de la desventaja de estar cayendo, su pistola serviría de poco contra los cañones bláster integrados en la armadura de asalto a gravedad cero de un soldado. Aunque podría tener más probabilidades de éxito con su sable de luz, se trataba de un arma de lucha cuerpo a cuerpo, y las armas de lucha cuerpo a cuerpo son más efectivas cuando el usuario tiene sus pies firmemente plantados en tierra. Luke golpea finalmente el reguero de arena con casi la misma falta de dignidad que habría mostrado en un entorno de gravedad completa.
–Lo siento –murmura Gideon a Luke. Yacen en el suelo, juntos, mirando a los soldados de asalto. El sumidero que conduce al edificio del molino queda justo detrás de los soldados imperiales.
–¿Sois la escoria que ha destruido nuestra lanzadera? –pregunta el primer soldado de asalto.
Mira por encima de su hombro. El ala-X está a plena vista. Luke pone su expresión más inocente y devuelve su atención a los soldados de asalto. Tras ellos, un cable comienza a descender por el sumidero.
–¿Has estado otra vez disparando a lanzaderas de asalto? –pregunta Luke a Gideon.
Gideon se acaricia la barbilla y considera seriamente la pregunta.
–No que yo recuerde.
–Lo siento, amigos –dice Luke en voz alta–. Vosotros dos tenéis a los tipos equivocados, soldados.
El cable deja de descender.
–Muy divertido –responde el soldado–. En pie. El general Parnell quiere tener unas palabras con vosotros. Luego pagaréis por dejarnos aquí varados. Cuando volvamos me habré ganado un permiso.
El cable asciende sin hacer el menor ruido.

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (III)

Capítulo Tres
Los massassi murieron en la montaña. Korsin había partido al amanecer con tres porteadores: los massassi más sanos, que fueron pasándose entre ellos la bombona de aire restante. No duró mucho, ni ellos tampoco. Fuera lo que fuese que había en ese planeta, los masilio no le gustaban, y existía tanto a mucha como a poca altitud.
Casi era mejor así, pensó Korsin, abandonando a los cadáveres color sangre donde caían. No podía gobernar a los massassi. Eran guerreros moldeables y obedientes, pero respondían a la fuerza, no a las palabras. Un buen capitán Sith necesitaba usar ambas, pero Korsin se inclinaba más hacia las últimas. Le había servido para labrarse una buena carrera.
Aunque no ahí, bajando las montañas. Las cosas iban a empeorar. Ya lo habían hecho.. Había hecho frío por la noche... más helada de lo que habría esperado en lo que parecía un clima oceánico. Algunos de los heridos más graves habían sucumbido por hipotermia o por falta de cuidado médico.
Más tarde, algún tipo de animal -Gloyd lo había descrito como un mamífero de seis patas, con una boca casi tan grande como él- saltó desde su madriguera e hizo trizas a uno de los heridos. Fueron necesarios cinco centinelas exhaustos para acabar con la bestia. Una de las especialistas mineros de Devore asó un pedazo del cuerpo de la criatura en la fogata del campamento y probó un bocado. Comenzó a vomitar sangre y murió en cuestión de segundos. Korsin se alegraba de no haber estado despierto para verlo.
El poco alivio que suponía saber que había vida en el planeta, terminaba justo ahí. La tripulación del Presagio no era lo suficiente numerosa para ir descubriendo lo que era seguro de lo que no. Tenían que volver a casa, sin importar lo que ocurriera con la nave.
Korsin alzó la mirada hacia el cielo de la mañana, jaspeado ahora más por cirros y otras nubes que por humo. No había hablado a los demás acerca de la cosa que que había golpeado el parabrisas durante el descenso. ¿Qué era lo que había visto? Otro depredador, probablemente. No tenía ningún sentido sacarlo a relucir. Todos estaban ya bastante asustados, y el miedo conducía al odio. Los Sith comprendían eso -se aprovechaban de ello- pero, incontrolado, no iba a servirles de ninguna ayuda. El sol aún no se había puesto antes de que sables de luz aparecieran de nuevo en una pelea por un paquete de raciones. Un Sith Rojo menos. No habían pasado veinte horas desde el choque, y las coas ya empezaban a resultar básicas. Tribales.
El tiempo se había acabado.
El Presagio había quedado reposando sobre una pequeña hendidura, un poco más abajo, al otro lado de una cresta montañosa. La nave se había detenido en la pendiente justo a tiempo, y ya no quedaba ni una sola superficie plana en el vehículo. La visión de su nave, hecha añicos en las rocas alienígenas, conmovió a Korsin sólo un poco. Había conocido oponentes -principalmente capitanes de la República- que eran sentimentales acerca de sus mandos. Ese no era el estilo Sith. El Presagio era una herramienta como cualquier otra, como un bláster o un sable de luz, de usar y tirar. Y aunque la resistencia de la nave había salvado su vida, antes le había traicionado. Y no era algo que debiera perdonarse.
Pese a todo, seguía teniendo su uso. Hacerla volar de nuevo quedaba fuera de consideración, pero la visión de la torre metálica justo sobre el puente le dio esperanza. El receptor encontraría las balizas hiperespaciales de la República en un instante, permitiendo que Korsin conociera su ubicación. Y el transmisor de la nave diría a los Sith dónde encontrar el Presagio... y, aún más importante, los Lignan. Quizá no a tiempo para el enfrentamiento en Kirrek, pero Sadow los querría de todas formas. Caminando cuidadosamente sobre piedras sueltas hacia la escotilla, Korsin trató de no pensar en la otra posibilidad. Si la Batalla de Kirrek se había perdido por culpa de que el Presagio se había perdido, moriría.
Pero moriría habiendo completado su misión.

Un vial descansaba vacío sobre la mano abierta y temblorosa de Devore.
Devore había conseguido llegar de alguna forma el primero al Presagio... y estaba sentado en el asiento del comandante. Bueno, más exactamente, encorvado.
-Veo que tu camarote está intacto -dijo Korsin. Recordó cómo Seelah volvió a los habitáculos en busca del pequeño Jariad. En un incendio, vas en busca de aquello que amas.
-No fui allí primero -dijo Devore, dejando caer el vial sobre la cubierta junto al sillón de mando. Allí había otro contenedor, con partículas de brillante especia a su alrededor. Lleva aquí un buen rato, supuso Korsin. Tenía la acuciante sospecha de que la especia era lo que había conducido a Devore hacia la minería en primer lugar; ciertamente había sido la causa de que cortase su carrera naval-. No fui allí... quiero decir, no fue el primer sitio al que fui -dijo Devore, señalando vagamente al techo-. Fui a mirar la matriz transmisora.
-La estructura parecía en buenas condiciones.
-Desde el exterior, quizás. -Encorvado en el sillón de mando, Devore observó inexpresivo cómo su hermano se abría paso sobre vigas caídas para alcanzar la escalera. Sobre los paneles del techo, Korsin vio lo que Devore debía haber visto: una masa fundida de componentes electrónicos, fritos cuando se abrió una brecha en el casco durante el descenso. El transmisor externo seguía en pie, de acuerdo... pero como un monumento a su antiguo propósito, nada más.
Descendiendo, Korsin se abrió camino hacia el panel de control de comunicaciones y presionó el botón varias veces. Nada. Suspiró. En todas partes del puente era la misma historia. Intentó activar el transmisor por última vez y retrocedió unos pasos sobre los escombros. El Presagio estaba muerto. Pero los Sith habían sobrevivido a la muerte con anterioridad, y las entrañas del Presagio aún contenían suficientes piezas de recambio para permitir un trasplante. Sus ojos buscaron el pasillo. Seguramente, en el taller...
-¡Desaparecido, junto a la santa bárbara!
La explosión había lanzado la mayor parte de las dependencias al espacio. Devore enterró su rostro entre sus manos, dándose por vencido.
Korsin aún no lo había hecho.
-La bahía de atraque. Las Cuchillas.
Los cazas estaban en vuelo cuando el Presagio realizó su súbita salida, pero algo de la bahía de atraque podría ser útil.
-Olvídalo, Yaru. La cubierta quedó aplastada cuando chocamos. Ni siquiera pude llegar allí.
-¡Entonces cortaremos la nave en pedazos, cubierta a cubierta, y fabricaremos las piezas que necesitamos!
-¿Con qué? ¿Con nuestros sables de luz? -Devore se puso en pie, incorporándose sobre el reposa-brazos-. ¡Estamos acabados! -Su tos se convirtió en risa. Los cristales Lignan ofrecían poder a los Sith... sólo que no de la clase que sirve para hacer funcionar una baliza de emergencia, un receptor, o siquiera el atlas celestial-. Estamos aquí, Yaru. Estamos aquí y estamos fuera de la acción. Fuera de la guerra. Fuera de todo. ¡Estamos fuera!
- estás fuera.
Korsin trepó a un pasillo y comenzó a rebuscar en armarios, en busca de algo que pudiera servir de ayuda a los de abajo. Por desgracia, el Presagio había sido acondicionado para una misión en el espacio profundo. Entre los Sith, los encargados de los suministros eran parcos. Nada de generadores portátiles. Otro compartimento. Ropa. Eso ayudaría esa noche, pero no iban a quedarse.
-Tenemos que quedarnos -dijo Devore, como si hubiera leído los pensamientos de Korsin.
-¿Qué?
-Tenemos que quedarnos -repitió Devore. Poniéndose en pie sin ayuda, como una lápida en las sombras del pasillo, hablaba con una voz que retumbaba como un terremoto-. Han pasado dos días. No lo entiendes. Han pasado dos días.
Korsin no detuvo su búsqueda, pasando frente a su hermano hacia otra puerta, atascada por los daños.
-Han pasado dos días, Yaru. Naga Sadow pensará que hemos huido. ¡Para quedarnos los cristales Lignan para nosotros!
-Culpará a Saes -dijo Korsin, recordando.
Naga Sadow nunca había confiado plenamente en el Jedi caído que comandaba el Heraldo. Había pedido a Korsin que mantuviera observado a Saes, para informarle. Cuando lo hiciera -si lo hacía- Korsin pretendía explicar cómo el Heraldo había perdido el control, cómo el Heraldo había golpeado al Presagio. Con suerte, Sadow ya tendría al Heraldo...
Korsin soltó la manilla de la puerta. No pudo ver lo que le ocurrió al Heraldo después de la colisión, pero era una apuesta segura pensar que Sadow ya se habría encargado del tullido Heraldo. Y Saes, allí sentado con sólo la mitad del cargamento de cristales Lignan, e incapaz de entregarlo, estaría suplicando por su vida, diciendo cualquier cosa sobre el Presagio. Estaría cantando armonías de las que los Khil estarían orgullosos.
Korsin volvió la mirada al pasillo.
-Allá, en Primus Goluud. En la estación. Te reuniste con Sadow, ¿no es cierto?
Devore se acercó arrastrando los pies.
-Para discutir la operación Lignan.
-¿No discutisteis acerca de alguna otra cosa? ¿Como quién debería comandar esta misión?
Devore le miró con los ojos inyectados en sangre. Sea mirada de nuevo.
-Discutisteis acerca de quién debería comandar esta misión -presionó Korsin, sorprendido por su propia calma-. ¿Qué dijiste cuando te dijo que no?
La sangre del comandante se congeló. Sabía cómo funcionaban siempre las cosas con Devore... cómo debían haber ido las cosas. Sadow rechazó a su hermanastro, y Devore dijo algo. ¿Qué? No lo suficiente para ofender a Sadow... no, Devore seguía allí, en los restos de la nave, respirando trabajosamente. Pero Sadow habría tenido razones para sospechar de la lealtad de Devore, y eso habría causado que se preguntase si sus cristales estaba a salvo. Lo único que Yaru Korsin poseía era su reputación de jugar limpio... pero ahora, como mínimo, Sadow sabría que Korsin no era el amo absoluto en su propia nave. Y si él no era...
La mano de Devore se agitó... y su sable de luz voló hacia ella. El arma que había matado a Boyle Marcom se activó en su mano.
-¿Qué es lo que te dije? -gritó Korsin, acercándose a él de todas formas-. ¡Nada de juegos en mi nave!
Agitado, Devore salió corriendo hacia el puente. Korsin le siguió.
-¡El único modo de poder salir de esta es si estamos completamente limpios, Devore! ¡Sadow no puede pensar que hicimos esto a propósito! -Llegó al umbral-. ¡Nada de juegos en mi nave!
Korsin se adentró en un huracán. Devore estaba de pie sobre el sillón de mando, convocando todos los escombros del puente como una deidad en la cima de un monte. Korsin comenzó a dar vueltas, con fragmentos de transpariacero arañando su rostro y desgarrando su uniforme. Consiguió llegar a la estación de Gloyd, y montó su propia defensa, creándose una coraza de Fuerza contra la ofensiva. Devore era tan fuerte como cualquiera de su familia... y ahora estaba bajo los efectos de drogas que Korsin no comprendía.
Una viga chocó contra el mamparo... y el Presagio se estremeció. Un segundo golpe, y el puente se inclinó hacia delante, derribando a Devore de su posición. Korsin no le dejó volver a levantarse. En cuanto la cabeza de Devore apareció detrás del asiento, Korsin le arrojó con un empujón de la fuerza a través del ventanal destrozado. Tenía que arreglar esto en el exterior, antes de que todo se perdiera.
Korsin salió corriendo como un rayo por el pasillo hacia la esclusa, refunfuñando. ¿Luchar contra un asaltante enloquecido por la especia en una tambaleante trampa mortal? ¡Debería ser yo el loco! El paso para salir del portal era ahora un salto. Al golpear el suelo, su bota se hundió en una zona blanda, torciéndole el tobillo y haciendo que cayera dando tumbos por la pendiente pedregosa. Mordiéndose los labios, trató de regresar al borde, hacia la abollada proa del Presagio. Una sombra caía sobre él. Activó su sable de luz...
De repente lo vio... o ello le vio a él. Otra criatura alada, en lo alto sobre el risco cercano, dando vueltas y observando. Observándole a él. Korsin parpadeó para quitarse la arena de los ojos mientras la criatura se alejaba volando. Era la misma que la que se habían topado durante el descenso... casi. La diferencia era...
¡Zum! Korsin sintió que le elevaban en el aire y, antes de saber qué estaba pasando, chocó contra los restos del Presagio. Devore apareció ante su vista, con los cantos rodados que le seguían como atraídos por un imán. Atrapado en el abollado armazón, Korsin luchó por levantarse. El parecido familiar de su padre había desaparecido del rostro de Devore, reemplazado por un sombrío vacío.
-Se ha terminado, Yaru -dijo Devore, alzando su sable de luz-. Deberíamos haber hecho esto antes. Ha sido decidido. Yo soy el Comandante Korsin.
¿Ha sido decidido? El pensamiento cruzó la mente de Yaru Korsin justo cuando el sable de luz pasó rozando su oreja. Levantó chispas contra el baqueteado blindaje del Presagio. El comandante alzó su arma para bloquear el siguiente golpe... y el siguiente, y el siguiente. Devore atacaba a martillazos. Son estilo, sólo furia. Korsin no encontraba a dónde escapar, excepto siguiendo el lateral de la nave, retrocediendo y deslizándose hacia los tubos de torpedos de babor. Tres de las puertas habían sido abiertas durante el descenso. La cuarta...
Korsin vio la caja de control, exactamente igual a la que había manipulado a distancia durante el descenso. Trató de alcanzarla con la Fuerza, y se agachó. El perno de disparo se activó, saliendo disparado hacia delante y alcanzando a Devore en el hombro del sable de luz. La puerta del torpedo intentó girar para abrirse, pero atrapada contra la tierra, sólo se enterró en la superficie, lanzando un flujo de rocas deslizándose bajo la nave. El Presagio volvió a inclinarse hacia delante, con Devore deslizándose ante él hacia el borde y el océano que había debajo.
Korsin tardó un minuto en soltarse de la agarradera que había encontrado en la nave, y el polvo tardó otro minuto más en asentarse. Encontrando el Presagio sorprendentemente quieto, caminó amargamente por las destrozadas rocas de pizarra. La proa del Presagio se había empotrado en una afilada elevación del promontorio, a tan solo metros del borde.
Por delante, parcialmente enterrado entre las rocas, yacía su hermano. Con su uniforme dorado hecho jirones y su hombro sangrando, Devore se retorcía de dolor en el precipicio. Trató de arrodillarse, apoyándose en las rocas de alrededor, sólo para volver a derrumbarse.
Devore seguía aferrando su sable de luz. Cómo podía seguir agarrándolo con el universo entero desmoronándose a su alrededor, Korsin no lo sabía. El comandante sujetó su propio sable de luz en su cinturón.
-¿Yaru? -dijo Devore. Ahora era un gimoteo-. Yaru... no puedo ver. -Su rostro estaba manchado por las lágrimas, pero intacto. Entonces su sable de luz se liberó, rodando, cayendo hasta perderse de vista por el borde el precipicio y revelando la oleosa mancha rosa en su mano. La Ira Roja. Eso es lo que había en los viales, pensó Korsin. Eso es lo que había dado a Devore su salvaje poder, y eso era lo que se lo estaba arrebatando ahora.
La herida del hombro no era grave, comprobó Korsin, poniendo a su hermano en pie. Devore era joven; con Seelah cuidando de él, podría sobrevivir incluso ahí fuera, suponiendo que pudiera vivir sin la especia. Pero... ¿y entonces qué? ¿Qué podría decirse que no se hubiera dicho ya?
Ha sido decidido.
Un agarre de ayuda se convirtió en una firme presa... y Yaru Korsin giró a su hermano para ponerlo de cara al sol que se ponía sobre el océano.
-Completaré mi misión -dijo, mirando por encima del hombro de su hermano al océano que bostezaba a lo lejos-. Y protegeré a mi tripulación.
Lo soltó.

martes, 29 de septiembre de 2009

El honor de los Jedi (8)

8
Un solo minuto más tarde, el asteroide catalogado como Tredway 24 pende ante la cabina de Luke como un gigantesco e infranqueable acantilado. El complejo Tredway está situado justo en el centro del muro del acantilado. Desde el ángulo de Luke, parece como si el complejo fuera a deslizarse hacia el espacio en cualquier momento. El emplazamiento consiste en 14 edificios ubicados en cinco hectáreas de roca nivelada. El edificio más grande es claramente algún tipo de molino, porque una pila de residuo arenoso se extiende por más de tres kilómetros más allá de su extremo más alejado.
Los tres edificios más altos, dispuestos en una especie de triángulo, son obviamente castilletes de minería. Cubren pozos que conducían a las profundidades del interior del asteroide. El más grande, en uno de los de los vértices del triángulo, no tiene más de 20 metros de ancho, pero se levanta a 100 metros de altura. Junto a cada castillete hay un montacargas pequeño y cuadrado. Pesados cables de duracero corren por el armazón de los montacargas hasta los niveles más altos de los castilletes.
La lanzadera de asalto ha golpeado los armazones de los otros dos montacargas más pequeños, reduciendo uno a escombros. Sin embargo, escudos deflectores protegen el castillete más grande y su montacargas, y aparentemente los imperiales no logran atravesarlo para destruir esos edificios.
Situados a mitad de camino entre los castilletes y el edificio del molino se encuentran dos inmensos edificios rectangulares. El edificio más grande obviamente alberga el almacén de equipamiento. Camiones repulsores, andamios de levitación y transporta-rocas, todos ellos destruidos por misiles de conmoción bien dirigidos, yacen esparcidos por su perímetro. Desde el otro edificio, largos y ondulantes flexipasillos conducen al molino, al almacén, a cada castillete y a cuatro edificios residenciales dispersos a lo largo del perímetro del complejo.
Por último, una pequeña y elegante estructura se alza en el centro de una docena de cráteres recién creados. Descansa sobre una serie de terrazas cuidadosamente cultivadas. Hay un gran conjunto de transparimuros orientado hacia el complejo, como si los residentes de la casa encontrasen necesario observar el complejo en todo momento. Sorprendentemente, la residencia permanece intacta; la única explicación puede ser que un pesado escudo la protegía de la metralla creada por los cráteres que la rodean. Ahora, los sensores de Luke no detectan ni rastro de ningún escudo alrededor del edificio.
A doscientos metros de la residencia se encuentra la lanzadera de asalto, con dos rampas de acceso desplegadas. Dos docenas de soldados de asalto en gravedad cero se han apresurado a descender por las rampas para atacar a seis o siete seres ocultos en los cráteres que rodean la casa. Los cañones bláster gemelos de la lanzadera de asalto barren con fuego los cráteres, impidiendo que los defensores, superados en número, monten algún tipo de defensa efectiva contra las tropas asaltantes.
Luke no puede hacer nada contra los soldados de asalto que ya han abandonado la lanzadera. Sus armas son tan potentes que si les dispara, destruirá a los defensores junto con los atacantes. Pero podría tener una bonita sorpresa para la lanzadera.
-Arma un torpedo de protones, Erredós -ordena.
Un instante después, la señal de preparado parpadea. Luke se acerca a la lanzadera rápidamente, a poca altura. La tripulación imperial continúa felizmente ignorante de su aproximación; no volvieron ni una sola arma contra el ala-X. Luke dispara el torpedo, y luego vira para alejarse, pasando disparado junto a la lanzadera antes de que el torpedo impacte. ¿A esta distancia estará bien? El incierto campo de gravedad del asteroide hace el disparo mucho más difícil que las maniobras que solía hacer en el cañón, allá en Tatooine.
Cuando da media vuelta con un rizo, El corazón de Luke se hunde. La lanzadera aún sigue intacta. Un profundo cráter humea a pocos metros ante su proa. Luke arma otro torpedo, y luego potencia sus escudos delanteros. Mientras vuelve a aproximarse, los cañones antipersona de la lanzadera giran para enfrentarse a él. Aunque la lanzadera lleva armamento mucho más pesado, las torretas bláster son lo único que puede permitirse usar cuando está posada en tierra. Es un movimiento desesperado; los pequeños cañones no tienen la menor oportunidad de atravesar los escudos de su caza.
Un oficial con un traje de vacío negro sale de la lanzadera liderando a diez soldados de asalto. Sin detenerse siquiera a evaluar el ataque de Luke, el grupo corre buscando refugio. Los 24 soldados de asalto que ya se habían alejado lo suficiente de la lanzadera detienen su ataque sobre los defensores inferiores en número el tiempo suficiente para ver cómo el ala-X ataca a su billete de vuelta a casa.
Erredós silba un informe.
-¡Intercéptalo e interfiérelo! –ordena Luke automáticamente. No necesita el mensaje de respuesta de Erredós para recordar que, con la radio fuera de combate, no tienen la menor oportunidad de hacer ninguna de las dos cosas. Incluso sin interceptar el mensaje, Luke sabe que la señal era una petición de refuerzos. ¿Pero a qué distancia está la ayuda? ¿Horas, o minutos?
Luke alinea su ala-X para el acercamiento final, deseando que aún tuviera el ordenador de objetivo. Aminora hasta una velocidad muy lenta. Los cañones bláster de la lanzadera se energizan. Oleada tras oleada de pálidos rayos de energía roja se dirigen contra el caza y se disipan inofensivamente en los escudos delanteros. Luke respira profundamente y luego prepara el gatillo.
Dispara. Conforme el torpedo avanza hacia su objetivo, acelera. No debería estar demasiado cerca cuando el torpedo impacte.
Esta vez, no necesita instrumentos para confirmar el resultado de su disparo. Una gran columna de energía azul y blanca asciende de la lanzadera, iluminando con luz fantasmagórica sus hombros en la cabina. Da media vuelta con un rizo sobre el cráter de la lanzadera, permitiéndose una vanidosa vuelta triunfal.
Más abajo, en la superficie del asteroide, los combatientes le ignoran. Como soldados disciplinados que son, las tropas de asalto ya han vuelto a la tarea encomendada. Los pequeños resplandores y pálidos rayos del combate terrestre continúan como si nada hubiera cambiado.
Gideon llega pocos instantes después. Luke encabeza la marcha al extremo alejado del complejo, deseando aterrizar bien detrás de las líneas de los defensores. Mientras descienden, la auténtica magnitud de la destrucción que ha visitado ese planetoide impacta a Luke. Las estructuras que vio desde arriba son inmensas; la mayor podría albergar todo un escuadrón de ala-X, incluyendo personal de ingeniería y apoyo. Varios de esos edificios habían sido arrasados, y sólo el castillete principal había escapado sin daños serios. Si el comandante imperial hubiera usado un destructor estelar, no podría haber hecho un trabajo más concienzudo.
Al no ver ningún defensor que le guíe a una zona de aterrizaje, Luke se posa en el vertedero de deshechos del extremo alejado del molino. El Cubo de Rocas hace lo mismo, y Gideon y Sidney en seguida salen de la nave llevando angulosos trajes de vacío. Gideon lleva un rifle bláster antiguo pero de aspecto efectivo, y Sidney sujeta de un modo ligeramente ansioso una pistola bláster pesada en sus garras. Luke sella su traje de vacío, comprueba su propio bláster y su sable de luz, y luego desciende del ala-X.
-¿A qué distancia está la base imperial más cercana? –pregunta Luke por su comunicador-. La lanzadera lanzó una petición de refuerzos.
Sidney responde.
-Entonces tenemos cuatro horas, no más.
Luke avanza hacia la casa.
-¿Visteis la batalla?
Gideon asiente.
-Los supervivientes podrían estar atrapados en la casa, aunque eso podría ser una distracción. –El minero señala al castillete principal-. Si yo fuera un Tredway, ahora mismo estaría en las profundidades de esta roca.

viernes, 25 de septiembre de 2009

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (II)

Capítulo Dos
La tripulación permanente del Presagio provenía del mismo grupo de humanos que Korsin: los escombros de una casa noble, lanzada al espacio hacía siglos en la vorágine que formó el Imperio Tapani. Los Sith los encontraron, y los encontraron útiles. Eran hábiles en el comercio y la industria, todo aquello que los Sith más necesitaban pero para lo que nunca tenían tiempo al estar ocupados con sus construcciones y destrucciones de mundos. Sus ancestros dirigieron naves y fábricas, y las dirigieron bien. Y no pasó mucho tiempo antes de que la Fuerza también estuviera en su gente.
Eran el futuro. Lo podían reconocerlo, pero era obvio. Muchos de los Señores del Sith aún pertenecían a la especie de color carmesí que durante mucho tiempo formaba el núcleo de sus seguidores. Pero los números estaban cambiando... y si Naga Sadow quería gobernar la galaxia, tenían que hacerlo.
Naga Sadow. Señor Oscuro, con tentáculos en la cara, heredero de antiguos poderes. Fue Naga Sadow quien había enviado al Presagio y al Heraldo en busca de cristales Lignan; era Naga Sadow quien necesitaba los cristales en Kirrek, para vencer a la República y sus Jedi.
¿O era a los Jedi y su República? No importaba. Naga Sadow mataría al comandante Korsin y a su tripulación por perder su nave. Seelah tenía bastante razón en eso.
Pero Sadow aún no tenía por qué perder la guerra, dependiendo de lo que Korsin hiciera ahora. Aún le quedaba algo. Los cristales.
Pero en ese momento los cristales estaban allá en lo alto.
Había sido una noche de horrores, haciendo bajar a 355 personas desde la elevada meseta. Dieciséis heridos murieron en el camino, y otros cinco se habían despeñado del estrecho saliente que formaba el único camino aparente de ascenso o descenso. Aunque nadie dudaba de que la evacuación había sido la opción correcta. No podían permanecer ahí arriba, no con los incendios aún ardiendo y la nave colgando precariamente. Korsin, el último en abandonar la nave, casi se hace matar cuando uno de los torpedos protónicos se soltó del tubo desnudo, cayendo al olvido por el precipicio.
Para cuando salió el sol, encontraron un claro, a mitad de camino en el descenso de la montaña, tachonado con matojos de hierba salvaje. La vida estaba por todas partes en la galaxia, incluso allí. Era la primera buena señal. Sobre ellos, el Presagio continuaba ardiendo. No hacía falta preguntarse en qué lugar sobre ellos estaba la nave, pensó Korsin. No mientras pudieran seguir el humo.
Ahora, caminando de vuelta al lugar donde el grupo pasaría la noche -más que un campamento, aquello era sólo una reunión-, Korsin sabía que tampoco tendía que preguntarse nunca dónde estaba su gente. No mientras su nariz funcionase.
-Ahora sé por qué manteníamos a los massassi en su propio nivel -dijo, a nadie en particular.
-Encantador -respondió alguien por encima de su hombro-. Debo decir que ellos tampoco están muy contentos contigo.
Ravilan era un Sith Rojo, de sangre pura como pocos. Era el capataz y guardián de los massassi, los desagradables y torpes bípedos que los Sith apreciaban como instrumentos de terror en el campo de batalla. En ese momento, los massassi no parecían tan formidables. Korsin siguió a Ravilan al interior del círculo diabólico, que aún era menos placentero por la fetidez de los vómitos. Rubicundos monstruos de dos y tres metros de alto estaban tendidos por el suelo, temblando y tosiendo.
-Quizá sea algún tipo de edema pulmonar -dijo Seelah, pasando a la gente bombonas de aire purificado recuperadas de un pack de emergencia. Antes de relacionarse con Devore y asegurarse un lugar en su equipo, había sido médico de guerra... aunque Korsin no lo hubiera imaginado a juzgar por su actitud hacia los enfermos, al menos los massassi. Apenas tocaba a los resollantes gigantes-. Ya no estamos en alturas elevadas, de modo que esto debería desaparecer. Probablemente sea normal.
A su izquierda, otro massassi tosió violentamente... y observó en silencio el resultado: un puñado de chorreante tejido corporal. Korsin miró al capataz.
-¿Es esto normal? -le preguntó secamente.
-Ya sabes que no -replicó Ravilan.
Desde el otro lado del claro, Devore Korsin llegó corriendo, dejando a su hijo en manos de Seelah antes de que esta terminase de limpiárselas. Agarró la gran muñeca del bruto, mirando por sí mismo. Sus ojos llamearon hacia su hermano.
-¡Pero no hay nada más resistente que los massassi!
-Nada a lo que puedan golpear, patear o estrangular -dijo Korsin. Un planeta alienígena, de todas formas, era un planeta alienígena. No habían tenido tiempo para hacer un bioescáner. Todo el equipamiento estaba allí arriba. Devore siguió a Seelah, alejándose de los massassi enfermos.
Ochenta de las criaturas habían sobrevivido al choque. Korsin descubrió que los ayudantes de Ravilan estaban quemando a una tercera parte de esos supervivientes, allí mismo, sobre la colina. Fuera lo que fuese esa cosa invisible que había ese planeta y estaba matando a los massassi, lo estaba haciendo rápidamente. Ravilan le mostró la apestosa pira.
-No están lo bastante lejos -dijo Korsin.
-¿De quién? -respondió Ravilan-. ¿Esta depresión es un campamento permanente? ¿Deberíamos trasladarnos a otra montaña distinta?
-Ya basta, Rav.
-¿No tienes ninguna réplica ingeniosa? Estoy sorprendido. Al menos tendrás planeado algo a largo plazo.
Korsin había tenido esgrima verbal con Ravilan en misiones anteriores, pero ahora no era el momento.
-He dicho que ya basta. Hemos inspeccionado la zona. Lo has visto. No hay adonde ir. -Había playas en la parte inferior de la colina, pero terminaban contra los aceitosos acantilados con los que comenzaba la siguiente montaña de la cadena. Y continuar avanzando por la cadena montañosa significaba viajar cruzando marañas de zarzales afilados como cuchillas-. No necesitamos una expedición. No nos vamos a quedar aquí.
-Esperaría que no -dijo Ravilan, torciendo la nariz por el olor de la hoguera-. Pero tu hermano... quiero decir, el otro hijo del capitán Korsin... cree que no deberíamos esperar para volver.
Yaru Korsin se detuvo.
-Yo tengo los códigos del transmisor. Soy yo quien debe hacer esa llamada. -Alzó la mirada un instante, arriba a lo lejos continuaba la distante columna humeante-. Cuando sea seguro.
-Sí, desde luego. Cuando sea seguro.
El comandante no había querido que Devore estuviera en la misión. Años atrás, se había sentido aliviado cuando su hermanastro abandonó la carrera naval, pasándose al servicio mineralogista de los Sith. Allí, buscando gemas y cristales imbuidos en la Fuerza, se conseguía más fácilmente poder y riquezas. Con el patrocinio de su padre, Devore había llegado a ser un especialista en el uso de armas de plasma y equipo de escaneo. El reciente conflicto con los Jedi hizo que estuviera muy solicitado... y le asignaron, con su equipo, al Presagio. Korsin se preguntaba a quién le había molestado para merecerse eso. Le habían dicho que Devore respondía oficialmente ante él, pero eso habría sido toda una novedad. Ni siquiera los Señores del Sith eran tan poderosos.
-¡Deberías habernos mantenido en órbita!
-¡Nunca estuvimos en órbita!
Korsin reconoció la voz del navegante, Marcom, llegando del otro lado de la polvorienta colina. Ya conocía la otra voz.
El viejo estaba tratando de abrirse paso lejos de la multitud cuando Korsin llegó a la cima de la colina a todo correr. Los mineros de Devore no le dejaban marcharse a Boyle.
-¡No conocéis mi trabajo! -gritaba-. ¡Hice todo lo que pude! Oh, de qué sirve hablarle a...
Justo cuando Korsin llegó al claro, la muchedumbre avanzó en tropel, como si alguien hubiera abierto un desagüe. Un chisporroteo asquerosamente familiar sucedió a otro.
-¡No!
Korsin vio primero el sable de luz, rodando hacia sus pies cuando se abrió paso entre la multitud. El viejo timonel de su padre yacía ante él, destripado. Junto a Seelah y Jariad estaba de pie Devore, con su sable de luz brillando de color carmesí en las crecientes sombras.
-El navegante atacó primero -dijo Seelah.
El comandante no hizo ningún gesto.
-¿Qué diferencia supone eso? –Korsin corrió al centro, alzando el sable de luz suelto hasta su mano con la Fuerza. Devore permanecía quieto en su sitio, sonriendo tranquilamente y manteniendo encendido su sable de luz. Sus ojos oscuros tenían un aspecto salvaje, y familiar. Estaba temblando un poco, pero no por miedo... ningún miedo que Yaru Korsin pudiera sentir. El comandante sabía que era otra cosa, algo más peligroso. Apuntó al suelo con la punta apagada del sable de luz del navegante y lo agitó-. ¡Era nuestro navegante, Devore! ¿Qué pasa si las cartas estelares no funcionan?
-Puedo encontrar mi camino de vuelta –dijo elegantemente Devore.
-¡Tendrás que hacerlo! –Korsin era cada vez más consciente del grupo heterogéneo que le rodeaba. Mineros de uniforme dorado en el círculo, sí, pero también tripulación del puente. Un Sith de cara roja... no Ravilan, sino uno de sus compadres. Continuó impasible-. Esto no os va a traer nada bueno, a ninguno de vosotros. Esperaremos aquí hasta que sea seguro volver a la nave. Eso es todo.
Seelah se enderezó, envalentonada por el apoyo de los que le rodeaban.
-¿Cuándo será seguro? ¿Dentro de días? ¿De semanas? –Su hijo gemía-. ¿Cuánto tendremos que aguantar... hasta que sea lo bastante seguro para ti?
Korsin la miró fijamente y tomó una profunda bocanada de aire. Lanzó el sable de luz de Marcom al suelo.
-Dile a Ravilan que hay uno más para la pira. –Conforme la envidiosa multitud le abría paso para salir, dijo-: Nos iremos cuando yo lo diga. Si esa nave estalla, o se desploma en el océano, entonces tendremos problemas realmente. Nos iremos cuando yo lo diga.
El mundo siguió girando. Conforme Korsin caminaba hacia atrás, Gloyd caminaba hacia delante, manteniendo un ojo amarillo alerta en las masas gruñonas. Se había perdido la diversión.
-Comandante.
Miraban más allá de cada uno, viendo Sith en todas las direcciones.
-No hay auténtica felicidad aquí, Gloyd.
-Entonces querrá escuchar esto –dijo el gigantesco houk con su voz rasposa-. Tal como yo lo veo, tenemos tres opciones. Sacamos a esa gente de esta roca con cualquier cosa que vuele. O buscamos un refugio y nos escondemos hasta que se todos maten entre sí.
-¿Cuál es la tercera opción?
Gloyd arrugó su rostro pintado.
-No la hay. Pero me imaginé que le alegraría si pensaba que la había.
-Te odio.
-Genial. Algún día conseguirá convertir a alguien en un buen Sith.
Korsin conocía a Gloyd desde su primera asignación de mando. El houk era el tipo de oficial de puente que todos los Sith querían: más interesado en su propio trabajo que en quedarse con el de los demás. Gloyd era lo bastante inteligente para ahorrarse problemas. O tal vez era que le gustaba demasiado hacer volar cosas por los aires como para abandonar la estación táctica.
Por supuesto, con esa estación a más de un kilómetro hacia arriba en la montaña, Korsin no tenía ni idea de lo útil que podría ser su viejo aliado. Pero Gloyd aún superaba en cincuenta kilos a la mayoría de la tripulación. Nadie podría hacer un movimiento contra ellos mientras permanecieran juntos.
Nadie haría un movimiento en solitario, de todas formas.
Korsin volvió la mirada a través del claro hacia la turba. Ravilan estaba allí ahora, formando corro con Devore, Seelah y un par de oficiales menores. Devore se fijó en que su hermano les miraba y apartó la mirada; Seelah simplemente se quedó mirando fijamente al comandante, imperturbable. Korsin escupió un epíteto.
-Gloyd, estamos muriéndonos aquí. ¡No los entiendo!
-Sí, los entiende –dijo Gloyd-. Ya sabe lo que decimos: Usted y yo, nos ocupamos del trabajo. Otros Sith se ocupan de lo siguiente. –El houk arrancó una raíz escamosa del suelo y la olfateó-. El problema es que todo este lugar es “lo siguiente”. Está tratando de mantenerlos juntos... cuando lo que realmente tiene que mostrarles es que hay algo después de esta roca. No hay tiempo para ganarse a la gente. Elija un camino. Y a los que no quieran caminarlo...
-¿Los empujamos? –dijo Korsin con una mueca. Realmente no era su estilo. Gloyd le devolvió la sonrisa y hundió sus dientes en la raíz. Estremeciéndose cómicamente, el jefe de artillería se excusó. No iban a vivir con los productos de la tierra... no de esa tierra, al menos.
Volviendo la mirada a la hirviente muchedumbre, Korsin encontró sus ojos vagando hacia el oscilante tentáculo de humo que vagaba a la deriva arriba, en las alturas.
Arriba. Gloyd tenía razón. Era el único camino.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El honor de los Jedi (40)

40
Luke encuentra los controles como si fueran parte de su propio cuerpo. Con un peso de desesperación en la boca del estómago, da gas a fondo. Su cuerpo se hunde en el asiento conforme el caza acelera. Aunque no tiene ni idea de qué se encontrará ante él, se siente bien haciendo algo.
Tres segundos después, el caza se agita violentamente. Erredós trina un alarmado informe, y luego el ala-X gira fuera de control. ¡Le han dado!
Luchando desesperadamente por mantener la compostura, Luke gira la palanca de control a la derecha, luego a la izquierda. El caza no responde. Informa de la situación a Erredós.
Erredós silba.
Luke choca contra uno y otro lado de la cabina, incapaz de sujetarse ante los impredecibles giros del ala-X. La pérdida de control puede estar causada por un estabilizador dañado o por un mal funcionamiento del ordenador de vuelo, y Erredós puede reparar ambas cosas. Pero mientras Luke no conozca la condición del resto de la nave, no se atreve a dar ninguna instrucción a Erredós. El droide está programado para ocuparse primero de los problemas más urgentes. Si Luke pasa por encima de esa programación sin saber la naturaleza del problema, los resultados podrían ser inmediatamente desastrosos.
Una vez más Luke debe esperar, esta vez dando bandazos de un arnés de sujeción al otro. Su única compensación es que no hay forma posible de que los TIEs centren su objetivo en un blanco que gira tan salvajemente.
Luke continúa dando bandazos por lo que parecen horas. Le duelen los hombros y la cadera por golpearse contra los arneses una y otra vez. Tanto sus brazos como su piernas están magullados y doloridos por golpearse con el equipamiento de la cabina. Con el tiempo, de todas formas, el velo blanco de la ceguera se desvanece.
–Informe de daños –ordena, tan pronto como puede leer los instrumentos de la cabina.
Erredós muestra los problemas del ala-X por orden de importancia. En primer lugar, el sistema de soporte vital apenas funciona. Erredós está físicamente sujetando en su sitio un tubo de oxígeno suelto. En segundo lugar, el estabilizador primario cuelga de un solo remache. Erredós no puede repararlo sin soltar el tubo de oxígeno. En tercer lugar, un tiro desviado ha dejado abierto el convertidor de potencia. La lista continúa hasta 27 elementos. La única buena noticia es que los TIEs ya no se ven por ninguna parte. Probablemente se retiraron poco después de que el ala-X comenzase a girar sin control.
–Está bien –dijo Luke, deslizándose en su traje de vacío–. Olvídate del soporte vital y arregla el estabilizador. Luego encontraré algún lugar para aterrizar y hacer reparaciones.

Con el tiempo, Luke regresa a la base, pero no es de mucha ayuda para la gente atrapada en Tredway 24. Esta aventura ha acabado para él. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (26)

26
Luke encuentra los controles como si fueran parte de su cuerpo. Se siente extrañamente en calma, a pesar de lo desesperado de su situación. Su agarre sobre la palanca de control es seguro y firme, y todo su cuerpo se siente como si estuviera enlazado al ordenador de control del ala-X. Casi parece que él es parte de la máquina, y que la máquina es parte del cosmos.
Sin pensarlo conscientemente, Luke permite que su mano se mueva según su propia voluntad. Guía el caza en un giro amplio y descendiente. La cabina tiembla; un TIE casi da en el blanco. Luke no permite que el fuego enemigo disturbe su meditación. Continúa permitiendo que su mano guíe la nave.
El giro parece durar horas. Luke no es capaz de adivinar cuánto ha girado, o qué piensan los imperiales de su maniobra. Simplemente se concentra en las sensaciones que ofrece el giro y en la suavidad del movimiento.
Finalmente, parece que el giro ha terminado. Permite que su mente tome el control de sí misma lo suficiente para comenzar una serie de maniobras evasivas. Oscila a la izquierda tres veces, luego dos a la derecha, cuatro hacia arriba, y luego una hacia abajo. Cualquier cosa con tal de evitar durante unos segundos más que los ordenadores de puntería de los TIE tengan un blanco claro sobre él.
No tiene ni idea de dónde están los TIEs, de si Gideon ya los ha destruido, ni siquiera de si está volando hacia la nave minera de Gideon. Sólo siente que justo delante se encontrará a salvo. Tiene algo que ver con el pacífico cosquilleo que siente en la base del cerebro. Aparte de eso, no puede explicar cómo sabe que se está dirigiendo hacia la seguridad.
El ala-X se estremece, luego tiembla, agitando la serena confianza de Luke. Los TIEs siguen a su cola, y sus ordenadores de puntería han conseguido centrar el blanco en la silueta del ala-X. Luke gira a la izquierda, luego se lanza en un descenso en espiral.
Una tremenda onda de choque estampa a Luke contra su asiento. Luego todo queda en silencio. Vuela recto hacia delante. ¿Los TIEs se han ido?
Quince segundos después, ve puntos ante sus ojos. Su visión está comenzando a volver. El brillante resplandor de un disparo de energía hace saber a Luke que algo más ha vuelto. Agarra los controles y realiza un giro cerrado, armando sus cañones láser.
A través de su visión moteada, ve una única bola con dos alas justo ante él. La nave minera con forma de caja de Gideon persigue al TIE en vano; está tan distante que Luke apenas puede distinguirla de una estrella débil. Por otra parte, el TIE está tan cerca que Luke puede ver al piloto imperial retirando su ordenador de puntería. Luke sonríe; él es el mejor en ese campo.
Ajusta su rumbo para lanzarse directamente hacia el imperial, y luego dispara. Cuatro rayos azules destellan bajo el TIE y convergen más de 500 metros por detrás de él.
El TIE devuelve el fuego, con sus cañones láser dobles convirtiendo los 50 metros de vacío que separaban las dos naves en un mar de ráfagas de energía. Luke alza el morro del ala-X y dispara. Dos disparos rebanan el pilón de apoyo izquierdo del TIE. El panel solar sale flotando alejándose de la chisporroteante cabina.
Luke asciende bruscamente para evitar al TIE a la deriva, y luego vuelve la vista justo cuando estalla en llamas naranjas.
–Eso ha ido por muy poco, Ben –murmura Luke. Su única respuesta es que el el cosquilleo en lo profundo de su cerebro se desvanece.
Unos segundos después, se acerca a la cabina de la nave minera. Tras los controles del piloto, Gideon está sentado con una gran sonrisa de oreja a oreja dibujada en su barba. Sidney se ha derrumbado en el asiento del copiloto, con las orejas aplanadas contra la cabeza y una máscara de horror y culpa en su hocico. Parece que no es capaz de cruzar su mirada con la de Luke.
Gideon alza la mano, levantando el pulgar, y luego señala al asteroide Tredway. Al principio, Luke no puede ver la lanzadera de asalto. Finalmente, distingue un punto de luz tomando tierra junto al disco brillante cerca del centro del asteroide. Asiente, y luego acelera hacia la lanzadera.

El honor de los Jedi (25)

25
–¡Potencia de escudos a proa! –ordena Luke, lanzándose en un cerrado bucle hacia fuera. Termina la maniobra colocándose frente a los tres TIEs. Está apuntando a los pilotos imperiales antes de que puedan darse cuenta de lo que había hecho.
Cuando los imperiales se separan, Luke dispara. Los primeros disparos del ala-X caen detrás del caza TIE al que Luke está apuntando, disipándose inofensivamente en el espacio. Luke incrementa su velocidad y alza el morro, y luego vuelve a disparar. Para cuando las lanzas de energía surgen de sus cañones láser, se ha acercado a 100 metros. Puede ver al piloto imperial girando su palanca de control a babor para evitar colisionar con el ala-X.
Entonces el TIE se disuelve en una bola de llamas y fragmentos brillantes. El piloto simplemente deja de existir.
Dos disparos cruzan delante del morro del ala-X de Luke desde direcciones opuestas, recordándole a Luke que podría encontrarse con un destino similar igual de rápido. Los dos TIEs restantes se aproximan, uno de cada flanco, atrapando al ala-X de Luke en un fuego cruzado letal. Él responde inmediatamente, lanzándose en un rápido giro en espiral hacia el TIE del lado de estribor.
Por un breve instante, los imperiales parecen estar colgados sobre su cabina, boca abajo y muy lejos. Ambos disparan, lanzando rayos de energía hacia la carlinga de Luke. El transpariacero fototrópico se oscurece, protegiendo sus ojos de los efectos de los dos impactos en el escudo directamente sobre su cabeza. Luke murmura un silencioso agradecimiento al inventor de la carlinga fototrópica; sin ella, los brillantes resplandores le habrían cegado... quizá permanentemente.
El caza se estremece como si hubiera chocado contra un meteorito. La carlinga recupera su transparencia un instante después, revelando las desvanecientes nubes de los impactos en el escudo a apenas diez metros sobre su cabeza. Erredós trina y Luke devuelve su atención a los instrumentos. Los impactos han vaporizado la antena de radio, pero no han sufrido ningún otro daño.
Sin embargo, el TIE de estribor tiene ahora su cola en su punto de mira, aunque por suerte a mucha distancia. Incluso si acierta de nuevo, el disparo tendría poco impacto en los escudos de Luke. Luke tiene al otro TIE casi directamente en su punto de mira. Dispara sin centrar el objetivo, lanzando una lluvia de lanzas de energía justo al frente y a estribor del preocupado imperial.
El piloto del TIE gira a babor, lo que le sitúa en en el cono de objetivos de Luke. Luke activa el ordenador e inmediatamente consigue centrar su objetivo sobre el TIE. Durante casi un segundo, sigue al imperial para asegurar el objetivo. Finalmente, dispara sus armas. Los cuatro cañones láser golpean al TIE con rayos azules. Este se disuelve en una mancha naranja oscura.
Una larga serie de disparos cruza rápidamente por encima de la cabina, sin darle a Luke tiempo para disfrutar de su victoria. Mientras Luke acababa con su objetivo, su perseguidor recortó la distancia que separaba a sus dos cazas. Ahora está situado a salvo, a distancia media, en el vulnerable cono de cola de Luke.
Por suerte para Luke, Gideon por fin ha conseguido entrar en la batalla. Su nave rectangular se aproxima desde la parte de estribor de Luke. La nave minera se ve con un tamaño no mayor que una uña, pero Luke puede dirigir rápidamente la lucha hacia el alcance de Gideon.
Vira hacia la nave minera, teniendo cuidado de mantener su ala-X entre Gideon y el TIE. Con suerte, el piloto del TIE se estará concentrando tan intensamente en golpear la cola de Luke que no está mirando su ordenador de vuelo. Si Luke puede bloquear al TIE la visión del Cubo de Rocas, el piloto imperial podría encontrarse una gran sorpresa esperándole al final de su carrera.
Durante un par de segundos, Luke realiza breves y rápidos balanceos hacia los lados destinados a ocultar la presencia de Gideon. El TIE golpea los escudos de Luke una y otra vez, causando que Erredós reflejase una serie de preocupantes advertencias en la videopantalla. Luke ignora las advertencias y vuela siguiendo un rumbo prácticamente recto, conduciendo al piloto imperial aún más cerca de Gideon. Sólo puede desear que Gideon haya adivinado su plan... y que no falle esta vez.
Una nube de fuego estalla sobre la carlinga y el ala-X se estremece. Los motores rugen con una sacudida y Luke aminora. Todos los instrumentos del panel se apagan e incluso el sistema de soporte vital falla.
–¿Erredós? –exclama Luke.
No hay respuesta. Otra nube de fuego se abre, por suerte lo bastante lejos como para causar ningún efecto. La súbita deceleración del ala-X pilla por sorpresa al TIE. No fallará el siguiente disparo.
–¡Erredós-Dedós! –grita Luke, mostrando su desesperación en su voz.
Erredós gorjea lastimeramente. Los instrumentos de la cabina vuelven a cobrar vida lentamente, y una nota de disculpa aparece en la videopantalla.
–Olvídalo –dice Luke–. Todo el mundo pierde el control alguna vez. Tan sólo vuelve a poner en marcha esos motores repulsores.
Para cuando Luke termina su petición, la cola del ala-X ya está llameante de energía. Luke empuja la palanca de control hacia delante y se lanza buscando cobertura bajo la nave minera de Gideon.
Mientras el ala-X desciende, la batería turboláser de la nave minera se energiza, con las puntas de los cañones brillan con un resplandor rojo de destrucción inminente. Aunque no puede ver la cara del imperial, Luke puede imaginar su sorpresa al encontrarse cara a cara con un conjunto de blásteres para desintegrar asteroides.
La nave minera dispara y el vacío detrás de Luke estalla en un huracán de nubes ardientes. La tormenta aún está expandiéndose cuando Luke da la vuelta a su caza. ¿La explosión ha alcanzado al TIE?
Durante todo un segundo, espera a que la explosión se desvanezca. Nada aparece. Pero el piloto imperial podría estar esperando al otro lado de la tempestad, preparado para saltar hacia delante y atacar a Luke de nuevo.
Cuando las bolas de fuego se disipan, Luke no ve ni rastro del TIE. Luke lleva su ala-X junto a la cabina de la nave minera. Tras los controles, Gideon está sentado con una gran sonrisa de oreja a oreja dibujada en su barba. Sidney se ha derrumbado en el asiento del copiloto, con las orejas aplanadas contra la cabeza y una máscara de horror y culpa en su hocico. Parece que no es capaz de cruzar su mirada con la de Luke.
Gideon alza la mano, levantando el pulgar, y luego señala al asteroide Tredway. Al principio, Luke no puede ver la lanzadera de asalto. Finalmente, distingue un punto de luz tomando tierra junto al disco de luces cerca del centro del asteroide. Asiente, y luego acelera hacia la lanzadera.

El honor de los Jedi (20)

20
Luke se lanza a un salvaje ascenso en espiral, alejándose de los cazas TIE. Le siguen sin siquiera dudarlo; aparentemente, consideran que la lanzadera de asalto puede encargarse sin problemas de la nave minera de Gideon. Eso podría significar problemas.
–Dame más potencia, Erredós.
Erredós silba, mostrando un mensaje en la videopantalla. Los motores repulsores ya están al 121% de su capacidad.
–No me vengas con el sobre-esfuerzo de los motores -exclama Luke-. ¡Si no nos movemos más rápido, no nos quedará nada que sobre-esforzar!
El droide obedece sin más comentarios. Luke se reprende a sí mismo en silencio por dejar que su frustración se mostrase. Erredós está programado para protestar cuando fuerza demasiado la máquina; enfadarse no cambiaría eso.
Tres nubes ardientes estallan justo debajo del ala-X, empujándolo hacia una trayectoria aún más empinada. Las lumbares de Luke se resienten del golpe, pero él ignora el dolor. Ya ha sufrido antes otros golpes en los huesos.
Un informe de daños parpadea en la videopantalla de la cabina. Los impactos han fundido las líneas de potencia de los cuatro láseres. Ahora el ala-X está completamente indefenso, a menos que tenga en cuenta los torpedos de protones... que tienen aproximadamente las mismas probabilidades de acertar a un caza TIE que un wookiee de hacerse pasar por un twi'lek.
Ahora Luke no tiene elección... debe escapar, y que lo consiga o no se ha reducido a una competición de velocidad entre su ala-X y los cazas TIE.
Los TIEs continúan golpeando sus escudos, pero Luke advierte que consiguen menos aciertos a cada segundo que pasa. Una comprobación de la computadora de vuelo revela que la distancia entre ellos está aumentando cada vez a mayor velocidad... y los motores repulsores han alcanzado el 135% de su capacidad.
Treinta segundos más tarde, los TIEs se dan por vencidos y Luke establece un curso de vuelta a casa.

Luke ha conseguido escapar con vida, pero eso no sirve de ayuda a la gente de Tredway 24. Vuelve a la sección uno e inténtalo de nuevo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (I)

La tribu perdida de los Sith #1
Precipicio
de John Jackson Miller
Capítulo Uno
5.000 años ABY

-¡Lohjoy! ¡Dame algo! -Con sus pies tropezando en la oscuridad, el comandante Korsin giró el cuello para mirar el holograma-. Impulsores, control de altitud... ¡me conformaría con cohetes de aterrizaje!
Una nave estelar es un arma, pero es su tripulación la que la hace letal. Un viejo proverbio de espaciantes: trillado, pero con suficiente peso para mantener cierta autoridad. Korsin se lo había dicho a sí mismo en alguna ocasión. Pero no hoy. Su nave estaba siendo letal por sí misma... y su tripulación sólo estaba dejándose llevar.
-¡No tenemos nada, comandante! -La ingeniera de cabello serpenteante parpadeó ante él, desenfocada y descentrada en el encuadre. Korsin sabía que las cosas en las cubiertas inferiores debían ir mal si su tiesa y estirada genio ho'din había perdido el equilibrio-. ¡Los reactores han caído! Y tenemos fallos estructurales en el casco, tanto a proa como a...
Lohjoy lanzó un grito de agonía, y sus zarcillos estallaron en una melena de fuego que la empujó tambaleándose fuera de la vista. Korsin apenas pudo reprimir una risa de asombro. En momentos más tranquilos -media hora estándar antes- bromeaba diciendo que los ho'din eran medio árboles. Pero eso difícilmente era apropiado cuando toda la cubierta de ingeniería estaba estallando. El casco se había abierto. De nuevo.
El holograma murió... y, por todas partes alrededor del fornido comandante, las luces de emergencia comenzaron a bailar, parpadear y saltar. Korsin volvió a derrumbarse en su asiento, aferrándose a los reposa-brazos. Bueno, la silla aún funciona.
-¿Hay algo? ¿Hay alguien?
Silencio... y el lejano chirrido del metal.
-Sólo dame algo a lo que disparar. -Era Gloyd, el oficial de artillería de Korsin, con los dientes brillando en la oscuridad. La media sonrisa era un recuerdo de un impacto del sable de luz de un Jedi que, unos años antes, por poco no arranca la cabeza del houk. Como respuesta, Gloyd había cultivado el único ingenio de a bordo tan cáustico como el del propio comandante... pero el artillero no estaba encontrando hoy mucha diversión. Korsin podía leerlo en los pequeños ojos del bruto: Con una vez que escapes por los pelos basta.
Korsin no se molestó en mirar al otro lado del puente. Allí, las miradas gélidas podían interpretarse como una rendición. Incluso en ese momento, cuando el Presagio estaba lisiado y cayendo fuera de control.
-¿Hay alguien?
Incluso en ese momento. Las frondosas cejas de Korsin se tensaron en una V negra. ¿Qué era lo que estaban haciendo mal? El proverbio tenía razón. Una nave necesitaba una tripulación unida en un propósito... sólo que el propósito de ser Sith era la exaltación del individuo. Cada alférez, un emperador. Cada error del rival, una oportunidad. Bueno, aquí hay una oportunidad, pensó. Resuelve esto, quien seas, y te ganarás de golpe el derecho de usar la maldita silla cómoda.
Juegos de poder Sith. Ahora no significaban mucho... no frente a la insistente gravedad bajo él. Korsin alzó de nuevo la vista hacia el ventanal de proa. El vasto orbe azul que podía verse antes se había ido, reemplazado por luz, gas, y polvo que llovía hacia arriba. Sabía que las últimas dos cosas provenían de las entrañas de su propia nave, perdiendo la lucha contra la atmósfera alienígena. Fuera lo que fuese, el planeta tenía ahora atrapado al Presagio. Una sacudida, y más gritos. Esto no duraría mucho.
-¡Recordad! -gritó, mirándoles por primera vez desde que todo había empezado-. ¡Vosotros queríais estar aquí!


Y así era... para la mayoría de ellos. El Presagio había sido la nave que había que tomar cuando la flotilla minera de los Sith llegó a Primus Goluud. A la fuerza de choque massassi de la bodega no le importaba dónde la llevaran... ¿quién podía saber en qué pensaban los massassi durante la mayor parte del tiempo, y eso suponiendo que lo hicieran alguna vez? Pero muchos seres racionales que podían elegir por sí mismos eligieron el Presagio.
Saes, el capitán del Heraldo, era un Jedi caído: una cantidad desconocida. No podías confiar en alguien en el que los Jedi no pudieran confiar, y ellos confiaban en casi todo el mundo. Pero Korsin se había dedicado a esto durante veinte años estándar, tiempo suficiente para que aquellos que habían servido a su mando corrieran la voz. Una nave de Korsin era un viaje tranquilo.
Pero hoy no. Completamente cargados con cristales Lignan, el Heraldo y el Presagio se habían preparado para abandonar Phaegon III hacia el frente cuando un caza Jedi entró en las defensas de la flota minera. Mientras las Cuchillas en forma de media luna se enfrentaban al intruso, la tripulación de Korsin hacía los preparativos para saltar al hiperespacio. Proteger la carga era lo primordial... y si conseguían hacer su entrega antes de que el renegado Jedi hiciera la suya, bueno, entonces eso sería un extra. Los pilotos de las Cuchillas podrían usar los hangares del Heraldo.
Sólo que algo había ido mal. El Heraldo se estremeció, una y otra vez. Las lecturas de los sensores de la nave hermana dejaron de tener sentido... y el Heraldo se inclinó peligrosamente hacia el Presagio. Antes de que pudiera sonar la alarma de colisión, el navegante de Korsin activó el hipermotor en un acto reflejo. Se habían salvado por un pelo...


…o quizá no. No según indicaban ahora las lecturas de los signos vitales del Presagio. Nos han dado. Korsin lo sabía. La telemetría debería habérselo dicho, si hubieran tenido alguna. La nave había sido desplazada de su curso por un pelo astronómico... pero eso había sido suficiente.
El comandante Korsin nunca se había enfrentado a un encuentro con un pozo de gravedad en el hiperespacio, ni tampoco nadie de su tripulación. Las historias necesitan supervivientes. Pero lo que podía sentir era como si el propio espacio se hubiera abierto en un gran bostezo al paso del Presagio, y ahora amasase la superestructura de aleación de la nave como si fuera plastilina. Había durado apenas una fracción de segundo, si es que allí existía siquiera el tiempo. La fuga fue peor que el contacto. Un chasquido enfermizo, y los blindajes fallaron. Los mamparos cedieron. Y luego, la santa bárbara
La santa bárbara había explotado. Eso era bastante fácil de saber al ver el hueco resultante en la parte inferior de la nave. Que hubiera explotado en el hiperespacio era algo que se podía deducir: seguían vivos. Granadas, bombas, y el resto de juguetitos que su cargamento secundario, los massassi, estaban llevando a Kirrek, habrían desaparecido con gran efecto teatral, llevándose la nave consigo. Pero en lugar de eso, la santa bárbara se había desvanecido sin más... junto con un pedazo considerable del alcázar del Presagio. La física en el hiperespacio era impredecible por definición; en lugar de explotar hacia fuera, la brecha en la cubierta simplemente había causado una sacudida sísmica en la nave. Korsin podía imaginarse las municiones estallando, saliendo del hiperespacio a años luz por detrás del Presagio, estuviera donde estuviese. ¡Eso significaría un mal día para alguien!
Oh, espera. Ya me ha llegado el turno.
El Presagio había salido estremeciéndose al espacio real, decelerando a lo loco... y apuntando directamente a una burbuja azul que colgaba ante una estrella vibrante. ¿Era esa la fuente de la sombra de masa que había interrumpido su viaje? ¿Y a quién le importaba? Todo estaba a punto de acabar. Capturado, el Presagio había zigzagueado y oscilado cruzando el cristalino océano de aire hasta que el descenso comenzó en serio. Había perdido a su ingeniera -probablemente a todos sus ingenieros-, pero la cubierta de mando aún aguantaba. Artesanía Tapani, pensó maravillado Korsin. Estaban cayendo, pero por el momento seguían vivos.
-¿Por qué no está muerto? -Medio hipnotizado por las lenguas de fuego que estallaban en el exterior (al menos el Presagio estaba panza abajo en ese momento), Korsin sólo era vagamente consciente de las duras palabras que se decían a su izquierda-. ¡No deberías haber saltado! -exclamó la voz joven, clavando las palabras como puñales-. ¿Por qué no está muerto?
El comandante Korsin se enderezó y miró incrédulo a su hermanastro.
- que no me estás hablando a mí.
Devore Korsin apuntó con un dedo enguantado más allá del comandante, a un hombre frágil que aún se debatía inútilmente con su panel de control y parecía muy solo.
-¡Ese navegante tuyo! ¿Por qué no está muerto?
-¿Quizá está en la cubierta equivocada?
-¡Yaru!
No era una broma, claro está. Boyle Marcom había guiado las naves de los Sith a través de las extrañezas del hiperespacio desde mediados del reinado de Marka Ragnos. Boyle ya no estaba en sus mejores años, pero Yaru Korsin sabía que siempre merecía la pena tener un antiguo timonel de su padre. Aunque hoy no. Fuera lo que fuese que había pasado, perfectamente se le podrían echar las culpas al navegante.
¿Pero achacar culpas en mitad de una tormenta de fuego? Esa vez Devore se había excedido.
-Hablaremos de esto más tarde -dijo el mayor de los Korsin desde el sillón de mando-. Si es que hay un más tarde.
La ira brilló en los ojos de Devore. Yaru no podía recordar haber visto nunca otra cosa en ellos. El pálido y desgarbado Devore tenía muy poco de su propia complexión rubicunda y achaparrada... la misma de su padre. ¿Pero esos ojos, y esa mirada? Podrían haber sido un trasplante directo.
Su padre. Nunca había vivido un día así. El viejo espaciante nunca había perdido una nave de los Señores del Sith. Aprendiendo a su lado, el adolescente Yaru se había labrado su propio futuro... hasta el día en que dejó de estar tan enamorado de los pasos de su padre. El día en que Devore llegó. Con la mitad de años que Yaru, hijo de una madre de otro puerto en otro planeta... y acogido por el viejo almirante sin pensárselo dos veces. Antes que descubrir cuántos hijos más tenía su padre ahí fuera para ocupar estaciones en el puente, el cadete Korsin prefirió acudir a los Señores del Sith pidiendo otra misión. Eso no había sido un error. En cinco años, llegó a capitán. En diez, consiguió el mando del recién botado Presagio superando a un capitán que había sido su superior durante muchos años.
A su padre no le había gustado. Nunca había perdido una nave de los Señores del Sith. Pero había perdido una a manos de su hijo.
Pero ahora perder el Presagio parecía una tradición familiar. La tripulación del puente al completo -incluso el intruso Devore- respiró sonoramente cuando arroyuelos de humedad reemplazaron a las llamas en el exterior del ventanal. El Presagio había entrado en la estratosfera sin incinerarse, y ahora la nave era un platillo girando perezosamente a través de densas nubes de lluvia. Korsin entrecerró los ojos. ¿Agua?
¿Habrá siquiera tierra debajo?
El pensamiento aterrador cruzó al unísono por las mentes de los siete presentes en el puente, al ver cómo se combaba el ventanal de transpariacero: ¡Gigante de gas! Se tardaba bastante en estrellarse desde órbita, suponiendo que sobrevivieras a la re-entrada. ¿Cuánto más, cuando no había superficie? Korsin toqueteó sin objeto claro los controles ubicados en su reposa-brazos. El Presagio se resquebrajaría en pedazos, aplastado bajo una montaña de vapores. Compartieron el mismo pensamiento... y casi como respuesta, la ventana se oscureció.
-¡Agachaos, todos! -dijo-. ¡Y agarraos a algo... ya!
Esta vez, le hicieron caso. Lo sabía: Si se trataba de auto-conservación, un Sith haría cualquier cosa. Incluso ese puñado. Korsin clavó las uñas en su silla, con los ojos fijos en el ventanal de proa y la sombra que caía rápidamente sobre él.
Una masa húmeda chocó contra el casco. Su forma alargada se arrastró por el transpariacero, demorándose un instante antes de desaparecer. El comandante parpadeó un par de veces. Había aparecido y desaparecido de pronto, pero no era parte de su nave.
Tenía alas.
Sorprendido, Korsin se levantó de su asiento como con un resorte y se abalanzó hacia el ventanal. Esta vez, el error fue claramente suyo. Ya forzado por la colisión, el transpariacero acabó cediendo, y la nave lloró esquirlas como lágrimas brillantes. Una ráfaga de aire saliente lanzó a Korsin de golpe contra las placas de la cubierta. El viejo Marcom se inclinaba hacia un lado, al haber perdido agarre en su estación. Sonaron las sirenas -¿cómo era que aún funcionaban?- pero pronto se apagó el tumulto. Sin pensarlo, Korsin respiró.
-¡Aire! ¡Es aire!
Devore se puso en pie el primero, braceando contra el viento. Su primer golpe de suerte. El ventanal había estallado principalmente hacia fuera, y no hacia dentro; y aunque la cabina había perdido presión, un viento húmedo y salado la estaba reponiendo lentamente. Sin ayuda, el comandante Korsin se abrió camino a su estación. Gracias por echarme una mano, hermano.
-Esto es sólo un aplazamiento -dijo Gloyd. Aún no podían ver qué había abajo. Korsin ya había efectuado anteriormente un picado suicida, pero eso había sido en un bombardero... cuando sabía dónde estaba la tierra debajo. Y que había tierra.
Las dudas que antes Korsin había reprimido cruzaron su mente... y Devore respondió.
-Ya basta -ladró el cazador de cristales, luchando contra el balanceo de la cubierta para llegar a la silla de mando de su hermano-. ¡Déjame esos controles!
-¡Están tan muertos para ti como lo están para mí!
-¡Ya lo veremos! -Devore intentó agarrar el reposa-brazos, pero fue detenido por la gruesa muñeca de Korsin. El comandante apretó los dientes. No hagas esto. Ahora no.
Un bebé lloró. Korsin lanzó por un instante una mirada de interrogación a Devore antes de girarse para ver a Seelah en el umbral, agarrando un bulto envuelto en carmesí. El bebé gemía.
De piel más oscura que cualquiera de ellos, Seelah era una operaria en el equipo minero de Devore. Korsin la conocía simplemente como la hembra de Devore; ese era el modo más educado de decirlo. No sabía qué papel llegó primero. Ahora la esbelta figura parecía demacrada al tambalearse en el umbral. Su bebé, envuelto por completo según la costumbre de su gente, había logrado sacar un bracito y estaba aferrando su revuelto cabello castaño rojizo. Ella parecía no notarlo.
La sorpresa -¿o era enfado?- cruzó el rostro de Devore.
-¡Os había enviado a los módulos salvavidas!
Korsin se estremeció. Usar los módulos salvavidas era una idea imposible... literalmente. Ya lo sabían de antes cuando, en el espacio, el primero de ellos se atascó en su testarudo gancho de agarre y explotó justo en el casco de la nave. No sabía qué había pasado con el resto, pero la nave había sufrido tal daño en su zona central que suponía que probablemente toda la hilera se hubiera perdido.
-La bodega de carga -dijo ella, jadeando cuando Devore llegó junto a ella y le agarró los brazos-. Junto a nuestros alojamientos.
Los ojos de Devore miraron tras ella, hacia el pasillo.
-Devore, no puedes ir a los módulos salvavidas...
-¡Cállate, Yaru!
-Parad -dijo ella-. Hay tierra. -Cuando Devore se la quedó mirando inexpresivamente, ella suspiró y miró con urgencia al comandante-. ¡Tierra!
Korsin hizo la conexión.
-¡La bodega de carga!
Los cristales estaban en una bodega segura, por delante del daño... en un lugar con ventanales en un ángulo que permitían ver hacia abajo. Había algo bajo todo ese azul, después de todo. Algo que les daba una oportunidad.
-El impulsor de babor se encenderá -imploró ella.
-No, no lo hará -dijo Korsin. No con una orden desde el puente, al menos-. Vamos a tener que hacer esto a mano... por así decirlo. -Caminó más allá del achacoso Marcom hacia el ventanal de estribor, desde el que se veía el bulto principal de la renqueante popa de la nave. Había cuatro grandes tapas de lanzatorpedos a ambos lados de la nave, unas tapas esféricas que giraban hacia arriba o hacia abajo del plano horizontal según dónde estaban situadas. Nunca se abrían esas tapas en las atmósferas, por miedo al daño que podrían causar. Ese fallo de diseño podría salvarles-. Gloyd, ¿funcionaran?
-Girarán... una vez. Pero sin energía, vamos a tener que activar las espoletas para abrirlas.
Devore estaba fuera de sí.
-¡No vamos a salir ahí fuera! -Seguían a velocidad terminal. Pero Korsin ya estaba también en movimiento, corriendo más allá de su hermano hacia el ventanal de babor-. ¡Todo el mundo, a los lados!
Seelah y otro tripulante caminaron al ventanal de la derecha. Devore, al verlo, se unió reticentemente a ella. Solo a la izquierda, Yaru Korsin colocó la mano sobre la ventana sobre la que estaba apareciendo una especie de sudor frío. Fuera, a metros de distancia, encontró una de las inmensas cubiertas circulares... y la pequeña caja colocada a su lado, no mayor que un comunicador. Esa más pequeña de lo que recordaba de la inspección. ¿Dónde está el mecanismo? Ahí. Lo alcanzó con la Fuerza. Con cuidado...
-La puerta de torpedos superior, a ambos lados. ¡Ahora!
Con un decidido acto mental, Korsin activó la espoleta. Un gran tornillo se soltó de forma explosiva, saliendo disparado... y la pesada tapa del tubo se movió como respuesta, girando sobre su única bisagra. La nave, que ya estaba temblando, gimió con estrépito cuando la puerta alcanzó su posición final, asomando de la superficie del Presagio como un alerón improvisado. Korsin miró con expectación a su espalda, donde la expresión de Seelah le indicaba un éxito similar en su lado. Por un instante, se preguntó si había funcionado...
¡Zum! Con un violento tirón que hizo que la tripulación del puente perdiera el equilibrio, el Presagio apuntó con el morro hacia abajo. No habían aminorado la velocidad de la nave tanto como Korsin había esperado, pero esa no era la cuestión. Al menos ahora podían ver hacia dónde se dirigían, lo que había debajo. Si esas malditas nubes se apartasen...
De golpe, la vio. Tierra, en efecto... pero más agua. Mucha más. Picos dentados y desiguales sobresalían de un oleaje verdoso, casi como un esqueleto de roca iluminado por el sol poniente del planeta alienígena, apenas visible en el horizonte. Se iba haciendo rápidamente de noche. No habría mucho tiempo para tomar una decisión...
...pero Korsin ya sabía que no había elección posible. Aunque la mayor parte de la tripulación sobreviviría a un amaraje, no durarían mucho cuando sus superiores supieran que su preciada carga estaba en el fondo de un océano alienígena. Mejor que recuperen los cristales de entre nuestros cadáveres calcinados. Frunciendo el ceño, ordenó a la tripulación del lado de estribos que activase sus puertas de torpedos inferiores.
De nuevo, una violenta sacudida, y el Presagio se inclinó hacia la izquierda, dirigiéndose hacia una furiosa cadena de montañas. Hacia atrás, un módulo salvavidas salió despedido de la nave... y se estrelló directamente contra los riscos. La columna de humo desapareció del campo de visión del puente en menos de un segundo. La tripulación de torpedos de Gloyd tendría envidia, pensó Korsin, agitando la cabeza y respirando profundamente. Aún queda gente viva ahí atrás. Aún lo están intentando.
El Presagio rebasó un pico cubierto de nieve por menos de cien metros. Al otro lado, se abría una superficie de agua oscura. Otra corrección de curso... y el Presagio se estaba quedando rápidamente sin tubos de torpedos. Se lanzó otro módulo salvavidas, en un ángulo descendiente. Sólo cuando la pequeña nave se aproximaba al oleaje, su piloto -si es que tenía alguno- activó los motores. Los cohetes lanzaron el módulo directo al océano a máxima velocidad.
Parpadeando por el sudor, Korsin volvió la mirada a su tripulación.
-¡Carga de profundidad! ¡Buen momento para una maniobra de combate mixta! -Ni siquiera Gloyd se rió con esa. Pero no por decoro, se dio cuenta el comandante al girarse. Era por lo que había delante. Más afiladas montañas surgían de las aguas... incluyendo una montaña que iba directa hacia ellos. Korsin se reclinó en su asiento-. ¡A sus estaciones!
Seelah corría presa del pánico, casi perdiendo en uno de sus tambaleos al sollozante Jariad. No tenía estación, ni posición defensiva. Comenzó a cruzar hacia Devore, congelado en su terminal. No quedaba tiempo. Una mano le agarró. Yaru tiró de ella, empujándola detrás del sillón de mando para que se agachase y se protegiera allí.
La acción le salió cara.
El Presagio se estrelló contra el pico de granito en ángulo, perdiendo la batalla... y aún más partes de sí mismo. El impacto lanzó al comandante Korsin hacia delante contra el mamparo, casi empalándole en los restos del ventanal destrozado. Gloyd y Marcom se esforzaron en avanzar hacia él, pero el Presagio seguía en movimiento, chocando contra otro alzamiento rocoso y girando en espiral hacia abajo. Algo explotó, esparciendo fragmentos llameantes en la estela devastadora de la nave.
Agonizante, el Presagio giró hacia delante de nuevo, con las puertas de los torpedos que habían sido sus improvisados aerofrenos actuando como remos y timones al deslizarse. Bajó resbalando por una cuesta llena de gravilla, lanzando piedras en todas direcciones. Korsin, con la frente sangrando, alzó la vista para ver...
...nada. El Presagio continuó deslizándose hacia un abismo. Se le había acabado la montaña.
Para. ¡Para!
-¡Para!


Silencio. Korsin tosió y abrió los ojos.
Seguían vivos.
-No -dijo Seelah, de rodillas, aferrándose a Jariad-. Ya estamos muertos.
Gracias a ti, eso no lo dijo... pero Korsin sintió las palabras fluyendo hacia él a través de la Fuerza. No necesitaba esa ayuda. Sus ojos lo decían todo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El honor de los Jedi (32)

32
Luke activa su micrófono de garganta.
-Voy a cruzar directamente por el centro de la formación; quizá pueda derribar a esa lanzadera antes de que aterrice.
-Eso es arriesgado, joven amigo -dice Gideon-. No puedo cubrirte las espaldas.
-Lo sé -dice Luke-. Pero si esto funciona, no necesitarás hacerlo.
El viejo minero lanza un suspiro.
-Tú eres el que tiene el ala-X. Lo que tú digas.
Luke desactiva su micrófono de garganta, y luego ordena a Erredós que ponga todos los escudos a máxima potencia. No quiere insultar a Gideon diciéndolo en voz alta, pero duda de que las baqueteadas baterías de la nave minera puedan siquiera fijar su objetivo en un caza TIE.
Manteniendo vigilados a los TIEs, Luke dirige el ala-X directamente al centro del diamante imperial y acelera. Los TIEs aumentan de tamaño, desde pequeñas luces brillantes hasta distinguirse la forma de bola con dos alas y estelas ardientes. Reaccionan a la maniobra un instante después, cerrando la formación como si fuera un lazo. Luke mantiene su rumbo estable, a pesar de darse cuenta de que no había conseguido sorprenderles. ¡Ya era tarde para pensárselo dos veces!
Un destello de energía surge de cada TIE. Todos se disipan a poca distancia del ala-X. Luke considera brevemente la idea de intentar apuntar a uno de los imperiales, pero rápidamente rechaza el plan. Para disparar, tendría que variar su rumbo. Ahora, su única esperanza era conseguir rebasar a los TIEs antes de que le golpeasen con demasiados disparos.
Los TIEs dispararon de nuevo. Esta vez, Luke puede ver claramente los disparos destellar desde sus cañones láser dobles. Su ala-X se estremece con el impacto de los disparos fallados por poco, y se balancea con la onda de choque. Luke reajusta su rumbo y continúa.
-¡Retrocede! -exclama Gideon-. ¡Te superan en número!
Para cuando Gideon completa su aviso, los TIEs están tan cerca que Luke puede mirar realmente en el interior de las cabinas enemigas y ver a los pilotos imperiales ajustando sus ordenadores de puntería. Están entre él y la lanzadera; debe abrirse paso a través de la formación de TIEs.
Activa su propio ordenador de puntería. Antes de tener ocasión de usarlo, el ala-X se estremece como si hubiera colisionado contra un muro. Luke no ve nada salvo luz blanca. Erredós silba una retahíla de advertencias, pero Luke no puede ver la videopantalla para interpretarlas.
-¿Estamos en problemas? -pregunta Luke, tratando de eliminar el pánico de su voz.
Erredós trina con urgencia.
-Estoy cegado -exclama Luke-. Cállate, ¿quieres?
Luke sabe que su condición sólo durará unos minutos. La carlinga está hecha con transpariacero fototrópico; se oscurece automáticamente para proteger los ojos del piloto cuando detecta un estallido de luz. Luke tiene que haber estado mirando directamente al destello, y este tiene que haber estado muy cerca, para que el estallido le afectase siquiera. Aunque los instructores de vuelo instruían a los nuevos pilotos acerca de los riesgos de la ceguera por destellos, esta es la primera vez que Luke -o nadie a quien conociera- lo ha sufrido. El pensamiento le supone poco alivio, porque no le cabe la menor duda de que los pilotos imperiales siguen disparándole. Sólo puede ser cuestión de segundos antes de que reciba otro impacto.
-No voy a morir -murmura Luke, obligándose a permanecer tranquilo y actuar racionalmente.
-¿Sigues vivo? -exclama Gideon-. Cuando atravesaste esas bolas de fuego...
Luke ha activado su micrófono de garganta sin darse cuenta... o Erredós lo ha hecho por él.
-No importa -exclama. No está interesado en responder instantáneamente-. ¿Dónde están los TIEs?
-A tu cola, ¿dónde si no? -pregunta Gideon-. ¿Cuál es tu problema...? -Se detiene a mitad de la frase-. Oh. No te preocupes por nada. Ya voy, sólo...
El ala-X se agita y se tambalea como si hubiera golpeado un asteroide. El altavoz de la cabina queda en silencio.
-¿Sólo qué? -grita Luke.
No hay respuesta, y el corazón de Luke se hunde. Puede que esté a punto de morir.
-¿Erredós? ¿Tan mal está la cosa?
El droide silba con excitación. Luke no necesita una interfaz de traducción para saber que la situación es mala. Desea desesperadamente hacer algo, ¿pero qué? Erredós probablemente ha tomado los controles del caza... si es que queda algún control. Puede que el droide no sea un buen piloto de combate, pero al menos puede ver.
Mientras Luke espera indefenso a que vuelva su vista, Erredós trina y zumba para sí mismo, probablemente intentando reparar funciones dañadas mientras pilota simultáneamente la nave. Este pensamiento no inspira en Luke una gran esperanza. Cada dos o tres segundos, el cuerpo de Luke se sacude en sus arneses cuando el caza cambia de dirección.
No hacer nada siempre había sido lo más duro para Luke. Pero ahora sólo puede quedarse sentado y esperar a recobrar la vista, a que Erredós repare la radio, a que Gideon le rescate, o a que los TIEs acaben con él.
El tiempo avanza lentamente, y aún más despacio porque Luke no tiene ninguna forma objetiva de medirlo. ¿Cuánto tiempo lleva ciego? ¿Cinco segundos? ¿Tal vez diez? Pasarán al menos sesenta antes de que su visión vuelva, y quizá más hasta que Erredós repare la radio. Hará falta mucho menos tiempo para que los TIEs alcancen su objetivo una vez más. En sesenta segundos, estará muerto.
El ala-X se estremece de repente, luego se balancea y se inclina hacia la izquierda. Otro fallo por poco.
Luke siente picor y cosquilleo en el cuero cabelludo, como si alguien le estuviera haciendo un masaje desde el interior. Siente todo su cuerpo lleno de energía y electricidad. Ha llegado el momento de hacer algo.
¿Pero qué? Puede mantener el rumbo fijo y acelerar en línea recta, confiando en la habilidad de la nave para dejar atrás a los TIEs. O puede tomar los controles y permitir que sus instintos le guíen, girando de vuelta hacia Gideon (o eso espera).