Capítulo Dos
La tripulación permanente del Presagio provenía del mismo grupo de humanos que Korsin: los escombros de una casa noble, lanzada al espacio hacía siglos en la vorágine que formó el Imperio Tapani. Los Sith los encontraron, y los encontraron útiles. Eran hábiles en el comercio y la industria, todo aquello que los Sith más necesitaban pero para lo que nunca tenían tiempo al estar ocupados con sus construcciones y destrucciones de mundos. Sus ancestros dirigieron naves y fábricas, y las dirigieron bien. Y no pasó mucho tiempo antes de que la Fuerza también estuviera en su gente.
Eran el futuro. Lo podían reconocerlo, pero era obvio. Muchos de los Señores del Sith aún pertenecían a la especie de color carmesí que durante mucho tiempo formaba el núcleo de sus seguidores. Pero los números estaban cambiando... y si Naga Sadow quería gobernar la galaxia, tenían que hacerlo.
Naga Sadow. Señor Oscuro, con tentáculos en la cara, heredero de antiguos poderes. Fue Naga Sadow quien había enviado al Presagio y al Heraldo en busca de cristales Lignan; era Naga Sadow quien necesitaba los cristales en Kirrek, para vencer a la República y sus Jedi.
¿O era a los Jedi y su República? No importaba. Naga Sadow mataría al comandante Korsin y a su tripulación por perder su nave. Seelah tenía bastante razón en eso.
Pero Sadow aún no tenía por qué perder la guerra, dependiendo de lo que Korsin hiciera ahora. Aún le quedaba algo. Los cristales.
Pero en ese momento los cristales estaban allá en lo alto.
Había sido una noche de horrores, haciendo bajar a 355 personas desde la elevada meseta. Dieciséis heridos murieron en el camino, y otros cinco se habían despeñado del estrecho saliente que formaba el único camino aparente de ascenso o descenso. Aunque nadie dudaba de que la evacuación había sido la opción correcta. No podían permanecer ahí arriba, no con los incendios aún ardiendo y la nave colgando precariamente. Korsin, el último en abandonar la nave, casi se hace matar cuando uno de los torpedos protónicos se soltó del tubo desnudo, cayendo al olvido por el precipicio.
Para cuando salió el sol, encontraron un claro, a mitad de camino en el descenso de la montaña, tachonado con matojos de hierba salvaje. La vida estaba por todas partes en la galaxia, incluso allí. Era la primera buena señal. Sobre ellos, el Presagio continuaba ardiendo. No hacía falta preguntarse en qué lugar sobre ellos estaba la nave, pensó Korsin. No mientras pudieran seguir el humo.
Ahora, caminando de vuelta al lugar donde el grupo pasaría la noche -más que un campamento, aquello era sólo una reunión-, Korsin sabía que tampoco tendía que preguntarse nunca dónde estaba su gente. No mientras su nariz funcionase.
-Ahora sé por qué manteníamos a los massassi en su propio nivel -dijo, a nadie en particular.
-Encantador -respondió alguien por encima de su hombro-. Debo decir que ellos tampoco están muy contentos contigo.
Ravilan era un Sith Rojo, de sangre pura como pocos. Era el capataz y guardián de los massassi, los desagradables y torpes bípedos que los Sith apreciaban como instrumentos de terror en el campo de batalla. En ese momento, los massassi no parecían tan formidables. Korsin siguió a Ravilan al interior del círculo diabólico, que aún era menos placentero por la fetidez de los vómitos. Rubicundos monstruos de dos y tres metros de alto estaban tendidos por el suelo, temblando y tosiendo.
-Quizá sea algún tipo de edema pulmonar -dijo Seelah, pasando a la gente bombonas de aire purificado recuperadas de un pack de emergencia. Antes de relacionarse con Devore y asegurarse un lugar en su equipo, había sido médico de guerra... aunque Korsin no lo hubiera imaginado a juzgar por su actitud hacia los enfermos, al menos los massassi. Apenas tocaba a los resollantes gigantes-. Ya no estamos en alturas elevadas, de modo que esto debería desaparecer. Probablemente sea normal.
A su izquierda, otro massassi tosió violentamente... y observó en silencio el resultado: un puñado de chorreante tejido corporal. Korsin miró al capataz.
-¿Es esto normal? -le preguntó secamente.
-Ya sabes que no -replicó Ravilan.
Desde el otro lado del claro, Devore Korsin llegó corriendo, dejando a su hijo en manos de Seelah antes de que esta terminase de limpiárselas. Agarró la gran muñeca del bruto, mirando por sí mismo. Sus ojos llamearon hacia su hermano.
-¡Pero no hay nada más resistente que los massassi!
-Nada a lo que puedan golpear, patear o estrangular -dijo Korsin. Un planeta alienígena, de todas formas, era un planeta alienígena. No habían tenido tiempo para hacer un bioescáner. Todo el equipamiento estaba allí arriba. Devore siguió a Seelah, alejándose de los massassi enfermos.
Ochenta de las criaturas habían sobrevivido al choque. Korsin descubrió que los ayudantes de Ravilan estaban quemando a una tercera parte de esos supervivientes, allí mismo, sobre la colina. Fuera lo que fuese esa cosa invisible que había ese planeta y estaba matando a los massassi, lo estaba haciendo rápidamente. Ravilan le mostró la apestosa pira.
-No están lo bastante lejos -dijo Korsin.
-¿De quién? -respondió Ravilan-. ¿Esta depresión es un campamento permanente? ¿Deberíamos trasladarnos a otra montaña distinta?
-Ya basta, Rav.
-¿No tienes ninguna réplica ingeniosa? Estoy sorprendido. Al menos tendrás planeado algo a largo plazo.
Korsin había tenido esgrima verbal con Ravilan en misiones anteriores, pero ahora no era el momento.
-He dicho que ya basta. Hemos inspeccionado la zona. Lo has visto. No hay adonde ir. -Había playas en la parte inferior de la colina, pero terminaban contra los aceitosos acantilados con los que comenzaba la siguiente montaña de la cadena. Y continuar avanzando por la cadena montañosa significaba viajar cruzando marañas de zarzales afilados como cuchillas-. No necesitamos una expedición. No nos vamos a quedar aquí.
-Esperaría que no -dijo Ravilan, torciendo la nariz por el olor de la hoguera-. Pero tu hermano... quiero decir, el otro hijo del capitán Korsin... cree que no deberíamos esperar para volver.
Yaru Korsin se detuvo.
-Yo tengo los códigos del transmisor. Soy yo quien debe hacer esa llamada. -Alzó la mirada un instante, arriba a lo lejos continuaba la distante columna humeante-. Cuando sea seguro.
-Sí, desde luego. Cuando sea seguro.
El comandante no había querido que Devore estuviera en la misión. Años atrás, se había sentido aliviado cuando su hermanastro abandonó la carrera naval, pasándose al servicio mineralogista de los Sith. Allí, buscando gemas y cristales imbuidos en la Fuerza, se conseguía más fácilmente poder y riquezas. Con el patrocinio de su padre, Devore había llegado a ser un especialista en el uso de armas de plasma y equipo de escaneo. El reciente conflicto con los Jedi hizo que estuviera muy solicitado... y le asignaron, con su equipo, al Presagio. Korsin se preguntaba a quién le había molestado para merecerse eso. Le habían dicho que Devore respondía oficialmente ante él, pero eso habría sido toda una novedad. Ni siquiera los Señores del Sith eran tan poderosos.
-¡Deberías habernos mantenido en órbita!
-¡Nunca estuvimos en órbita!
Korsin reconoció la voz del navegante, Marcom, llegando del otro lado de la polvorienta colina. Ya conocía la otra voz.
El viejo estaba tratando de abrirse paso lejos de la multitud cuando Korsin llegó a la cima de la colina a todo correr. Los mineros de Devore no le dejaban marcharse a Boyle.
-¡No conocéis mi trabajo! -gritaba-. ¡Hice todo lo que pude! Oh, de qué sirve hablarle a...
Justo cuando Korsin llegó al claro, la muchedumbre avanzó en tropel, como si alguien hubiera abierto un desagüe. Un chisporroteo asquerosamente familiar sucedió a otro.
-¡No!
Korsin vio primero el sable de luz, rodando hacia sus pies cuando se abrió paso entre la multitud. El viejo timonel de su padre yacía ante él, destripado. Junto a Seelah y Jariad estaba de pie Devore, con su sable de luz brillando de color carmesí en las crecientes sombras.
-El navegante atacó primero -dijo Seelah.
El comandante no hizo ningún gesto.
-¿Qué diferencia supone eso? –Korsin corrió al centro, alzando el sable de luz suelto hasta su mano con la Fuerza. Devore permanecía quieto en su sitio, sonriendo tranquilamente y manteniendo encendido su sable de luz. Sus ojos oscuros tenían un aspecto salvaje, y familiar. Estaba temblando un poco, pero no por miedo... ningún miedo que Yaru Korsin pudiera sentir. El comandante sabía que era otra cosa, algo más peligroso. Apuntó al suelo con la punta apagada del sable de luz del navegante y lo agitó-. ¡Era nuestro navegante, Devore! ¿Qué pasa si las cartas estelares no funcionan?
-Puedo encontrar mi camino de vuelta –dijo elegantemente Devore.
-¡Tendrás que hacerlo! –Korsin era cada vez más consciente del grupo heterogéneo que le rodeaba. Mineros de uniforme dorado en el círculo, sí, pero también tripulación del puente. Un Sith de cara roja... no Ravilan, sino uno de sus compadres. Continuó impasible-. Esto no os va a traer nada bueno, a ninguno de vosotros. Esperaremos aquí hasta que sea seguro volver a la nave. Eso es todo.
Seelah se enderezó, envalentonada por el apoyo de los que le rodeaban.
-¿Cuándo será seguro? ¿Dentro de días? ¿De semanas? –Su hijo gemía-. ¿Cuánto tendremos que aguantar... hasta que sea lo bastante seguro para ti?
Korsin la miró fijamente y tomó una profunda bocanada de aire. Lanzó el sable de luz de Marcom al suelo.
-Dile a Ravilan que hay uno más para la pira. –Conforme la envidiosa multitud le abría paso para salir, dijo-: Nos iremos cuando yo lo diga. Si esa nave estalla, o se desploma en el océano, entonces tendremos problemas realmente. Nos iremos cuando yo lo diga.
El mundo siguió girando. Conforme Korsin caminaba hacia atrás, Gloyd caminaba hacia delante, manteniendo un ojo amarillo alerta en las masas gruñonas. Se había perdido la diversión.
-Comandante.
Miraban más allá de cada uno, viendo Sith en todas las direcciones.
-No hay auténtica felicidad aquí, Gloyd.
-Entonces querrá escuchar esto –dijo el gigantesco houk con su voz rasposa-. Tal como yo lo veo, tenemos tres opciones. Sacamos a esa gente de esta roca con cualquier cosa que vuele. O buscamos un refugio y nos escondemos hasta que se todos maten entre sí.
-¿Cuál es la tercera opción?
Gloyd arrugó su rostro pintado.
-No la hay. Pero me imaginé que le alegraría si pensaba que la había.
-Te odio.
-Genial. Algún día conseguirá convertir a alguien en un buen Sith.
Korsin conocía a Gloyd desde su primera asignación de mando. El houk era el tipo de oficial de puente que todos los Sith querían: más interesado en su propio trabajo que en quedarse con el de los demás. Gloyd era lo bastante inteligente para ahorrarse problemas. O tal vez era que le gustaba demasiado hacer volar cosas por los aires como para abandonar la estación táctica.
Por supuesto, con esa estación a más de un kilómetro hacia arriba en la montaña, Korsin no tenía ni idea de lo útil que podría ser su viejo aliado. Pero Gloyd aún superaba en cincuenta kilos a la mayoría de la tripulación. Nadie podría hacer un movimiento contra ellos mientras permanecieran juntos.
Nadie haría un movimiento en solitario, de todas formas.
Korsin volvió la mirada a través del claro hacia la turba. Ravilan estaba allí ahora, formando corro con Devore, Seelah y un par de oficiales menores. Devore se fijó en que su hermano les miraba y apartó la mirada; Seelah simplemente se quedó mirando fijamente al comandante, imperturbable. Korsin escupió un epíteto.
-Gloyd, estamos muriéndonos aquí. ¡No los entiendo!
-Sí, los entiende –dijo Gloyd-. Ya sabe lo que decimos: Usted y yo, nos ocupamos del trabajo. Otros Sith se ocupan de lo siguiente. –El houk arrancó una raíz escamosa del suelo y la olfateó-. El problema es que todo este lugar es “lo siguiente”. Está tratando de mantenerlos juntos... cuando lo que realmente tiene que mostrarles es que hay algo después de esta roca. No hay tiempo para ganarse a la gente. Elija un camino. Y a los que no quieran caminarlo...
-¿Los empujamos? –dijo Korsin con una mueca. Realmente no era su estilo. Gloyd le devolvió la sonrisa y hundió sus dientes en la raíz. Estremeciéndose cómicamente, el jefe de artillería se excusó. No iban a vivir con los productos de la tierra... no de esa tierra, al menos.
Volviendo la mirada a la hirviente muchedumbre, Korsin encontró sus ojos vagando hacia el oscilante tentáculo de humo que vagaba a la deriva arriba, en las alturas.
Arriba. Gloyd tenía razón. Era el único camino.
Eran el futuro. Lo podían reconocerlo, pero era obvio. Muchos de los Señores del Sith aún pertenecían a la especie de color carmesí que durante mucho tiempo formaba el núcleo de sus seguidores. Pero los números estaban cambiando... y si Naga Sadow quería gobernar la galaxia, tenían que hacerlo.
Naga Sadow. Señor Oscuro, con tentáculos en la cara, heredero de antiguos poderes. Fue Naga Sadow quien había enviado al Presagio y al Heraldo en busca de cristales Lignan; era Naga Sadow quien necesitaba los cristales en Kirrek, para vencer a la República y sus Jedi.
¿O era a los Jedi y su República? No importaba. Naga Sadow mataría al comandante Korsin y a su tripulación por perder su nave. Seelah tenía bastante razón en eso.
Pero Sadow aún no tenía por qué perder la guerra, dependiendo de lo que Korsin hiciera ahora. Aún le quedaba algo. Los cristales.
Pero en ese momento los cristales estaban allá en lo alto.
Había sido una noche de horrores, haciendo bajar a 355 personas desde la elevada meseta. Dieciséis heridos murieron en el camino, y otros cinco se habían despeñado del estrecho saliente que formaba el único camino aparente de ascenso o descenso. Aunque nadie dudaba de que la evacuación había sido la opción correcta. No podían permanecer ahí arriba, no con los incendios aún ardiendo y la nave colgando precariamente. Korsin, el último en abandonar la nave, casi se hace matar cuando uno de los torpedos protónicos se soltó del tubo desnudo, cayendo al olvido por el precipicio.
Para cuando salió el sol, encontraron un claro, a mitad de camino en el descenso de la montaña, tachonado con matojos de hierba salvaje. La vida estaba por todas partes en la galaxia, incluso allí. Era la primera buena señal. Sobre ellos, el Presagio continuaba ardiendo. No hacía falta preguntarse en qué lugar sobre ellos estaba la nave, pensó Korsin. No mientras pudieran seguir el humo.
Ahora, caminando de vuelta al lugar donde el grupo pasaría la noche -más que un campamento, aquello era sólo una reunión-, Korsin sabía que tampoco tendía que preguntarse nunca dónde estaba su gente. No mientras su nariz funcionase.
-Ahora sé por qué manteníamos a los massassi en su propio nivel -dijo, a nadie en particular.
-Encantador -respondió alguien por encima de su hombro-. Debo decir que ellos tampoco están muy contentos contigo.
Ravilan era un Sith Rojo, de sangre pura como pocos. Era el capataz y guardián de los massassi, los desagradables y torpes bípedos que los Sith apreciaban como instrumentos de terror en el campo de batalla. En ese momento, los massassi no parecían tan formidables. Korsin siguió a Ravilan al interior del círculo diabólico, que aún era menos placentero por la fetidez de los vómitos. Rubicundos monstruos de dos y tres metros de alto estaban tendidos por el suelo, temblando y tosiendo.
-Quizá sea algún tipo de edema pulmonar -dijo Seelah, pasando a la gente bombonas de aire purificado recuperadas de un pack de emergencia. Antes de relacionarse con Devore y asegurarse un lugar en su equipo, había sido médico de guerra... aunque Korsin no lo hubiera imaginado a juzgar por su actitud hacia los enfermos, al menos los massassi. Apenas tocaba a los resollantes gigantes-. Ya no estamos en alturas elevadas, de modo que esto debería desaparecer. Probablemente sea normal.
A su izquierda, otro massassi tosió violentamente... y observó en silencio el resultado: un puñado de chorreante tejido corporal. Korsin miró al capataz.
-¿Es esto normal? -le preguntó secamente.
-Ya sabes que no -replicó Ravilan.
Desde el otro lado del claro, Devore Korsin llegó corriendo, dejando a su hijo en manos de Seelah antes de que esta terminase de limpiárselas. Agarró la gran muñeca del bruto, mirando por sí mismo. Sus ojos llamearon hacia su hermano.
-¡Pero no hay nada más resistente que los massassi!
-Nada a lo que puedan golpear, patear o estrangular -dijo Korsin. Un planeta alienígena, de todas formas, era un planeta alienígena. No habían tenido tiempo para hacer un bioescáner. Todo el equipamiento estaba allí arriba. Devore siguió a Seelah, alejándose de los massassi enfermos.
Ochenta de las criaturas habían sobrevivido al choque. Korsin descubrió que los ayudantes de Ravilan estaban quemando a una tercera parte de esos supervivientes, allí mismo, sobre la colina. Fuera lo que fuese esa cosa invisible que había ese planeta y estaba matando a los massassi, lo estaba haciendo rápidamente. Ravilan le mostró la apestosa pira.
-No están lo bastante lejos -dijo Korsin.
-¿De quién? -respondió Ravilan-. ¿Esta depresión es un campamento permanente? ¿Deberíamos trasladarnos a otra montaña distinta?
-Ya basta, Rav.
-¿No tienes ninguna réplica ingeniosa? Estoy sorprendido. Al menos tendrás planeado algo a largo plazo.
Korsin había tenido esgrima verbal con Ravilan en misiones anteriores, pero ahora no era el momento.
-He dicho que ya basta. Hemos inspeccionado la zona. Lo has visto. No hay adonde ir. -Había playas en la parte inferior de la colina, pero terminaban contra los aceitosos acantilados con los que comenzaba la siguiente montaña de la cadena. Y continuar avanzando por la cadena montañosa significaba viajar cruzando marañas de zarzales afilados como cuchillas-. No necesitamos una expedición. No nos vamos a quedar aquí.
-Esperaría que no -dijo Ravilan, torciendo la nariz por el olor de la hoguera-. Pero tu hermano... quiero decir, el otro hijo del capitán Korsin... cree que no deberíamos esperar para volver.
Yaru Korsin se detuvo.
-Yo tengo los códigos del transmisor. Soy yo quien debe hacer esa llamada. -Alzó la mirada un instante, arriba a lo lejos continuaba la distante columna humeante-. Cuando sea seguro.
-Sí, desde luego. Cuando sea seguro.
El comandante no había querido que Devore estuviera en la misión. Años atrás, se había sentido aliviado cuando su hermanastro abandonó la carrera naval, pasándose al servicio mineralogista de los Sith. Allí, buscando gemas y cristales imbuidos en la Fuerza, se conseguía más fácilmente poder y riquezas. Con el patrocinio de su padre, Devore había llegado a ser un especialista en el uso de armas de plasma y equipo de escaneo. El reciente conflicto con los Jedi hizo que estuviera muy solicitado... y le asignaron, con su equipo, al Presagio. Korsin se preguntaba a quién le había molestado para merecerse eso. Le habían dicho que Devore respondía oficialmente ante él, pero eso habría sido toda una novedad. Ni siquiera los Señores del Sith eran tan poderosos.
-¡Deberías habernos mantenido en órbita!
-¡Nunca estuvimos en órbita!
Korsin reconoció la voz del navegante, Marcom, llegando del otro lado de la polvorienta colina. Ya conocía la otra voz.
El viejo estaba tratando de abrirse paso lejos de la multitud cuando Korsin llegó a la cima de la colina a todo correr. Los mineros de Devore no le dejaban marcharse a Boyle.
-¡No conocéis mi trabajo! -gritaba-. ¡Hice todo lo que pude! Oh, de qué sirve hablarle a...
Justo cuando Korsin llegó al claro, la muchedumbre avanzó en tropel, como si alguien hubiera abierto un desagüe. Un chisporroteo asquerosamente familiar sucedió a otro.
-¡No!
Korsin vio primero el sable de luz, rodando hacia sus pies cuando se abrió paso entre la multitud. El viejo timonel de su padre yacía ante él, destripado. Junto a Seelah y Jariad estaba de pie Devore, con su sable de luz brillando de color carmesí en las crecientes sombras.
-El navegante atacó primero -dijo Seelah.
El comandante no hizo ningún gesto.
-¿Qué diferencia supone eso? –Korsin corrió al centro, alzando el sable de luz suelto hasta su mano con la Fuerza. Devore permanecía quieto en su sitio, sonriendo tranquilamente y manteniendo encendido su sable de luz. Sus ojos oscuros tenían un aspecto salvaje, y familiar. Estaba temblando un poco, pero no por miedo... ningún miedo que Yaru Korsin pudiera sentir. El comandante sabía que era otra cosa, algo más peligroso. Apuntó al suelo con la punta apagada del sable de luz del navegante y lo agitó-. ¡Era nuestro navegante, Devore! ¿Qué pasa si las cartas estelares no funcionan?
-Puedo encontrar mi camino de vuelta –dijo elegantemente Devore.
-¡Tendrás que hacerlo! –Korsin era cada vez más consciente del grupo heterogéneo que le rodeaba. Mineros de uniforme dorado en el círculo, sí, pero también tripulación del puente. Un Sith de cara roja... no Ravilan, sino uno de sus compadres. Continuó impasible-. Esto no os va a traer nada bueno, a ninguno de vosotros. Esperaremos aquí hasta que sea seguro volver a la nave. Eso es todo.
Seelah se enderezó, envalentonada por el apoyo de los que le rodeaban.
-¿Cuándo será seguro? ¿Dentro de días? ¿De semanas? –Su hijo gemía-. ¿Cuánto tendremos que aguantar... hasta que sea lo bastante seguro para ti?
Korsin la miró fijamente y tomó una profunda bocanada de aire. Lanzó el sable de luz de Marcom al suelo.
-Dile a Ravilan que hay uno más para la pira. –Conforme la envidiosa multitud le abría paso para salir, dijo-: Nos iremos cuando yo lo diga. Si esa nave estalla, o se desploma en el océano, entonces tendremos problemas realmente. Nos iremos cuando yo lo diga.
El mundo siguió girando. Conforme Korsin caminaba hacia atrás, Gloyd caminaba hacia delante, manteniendo un ojo amarillo alerta en las masas gruñonas. Se había perdido la diversión.
-Comandante.
Miraban más allá de cada uno, viendo Sith en todas las direcciones.
-No hay auténtica felicidad aquí, Gloyd.
-Entonces querrá escuchar esto –dijo el gigantesco houk con su voz rasposa-. Tal como yo lo veo, tenemos tres opciones. Sacamos a esa gente de esta roca con cualquier cosa que vuele. O buscamos un refugio y nos escondemos hasta que se todos maten entre sí.
-¿Cuál es la tercera opción?
Gloyd arrugó su rostro pintado.
-No la hay. Pero me imaginé que le alegraría si pensaba que la había.
-Te odio.
-Genial. Algún día conseguirá convertir a alguien en un buen Sith.
Korsin conocía a Gloyd desde su primera asignación de mando. El houk era el tipo de oficial de puente que todos los Sith querían: más interesado en su propio trabajo que en quedarse con el de los demás. Gloyd era lo bastante inteligente para ahorrarse problemas. O tal vez era que le gustaba demasiado hacer volar cosas por los aires como para abandonar la estación táctica.
Por supuesto, con esa estación a más de un kilómetro hacia arriba en la montaña, Korsin no tenía ni idea de lo útil que podría ser su viejo aliado. Pero Gloyd aún superaba en cincuenta kilos a la mayoría de la tripulación. Nadie podría hacer un movimiento contra ellos mientras permanecieran juntos.
Nadie haría un movimiento en solitario, de todas formas.
Korsin volvió la mirada a través del claro hacia la turba. Ravilan estaba allí ahora, formando corro con Devore, Seelah y un par de oficiales menores. Devore se fijó en que su hermano les miraba y apartó la mirada; Seelah simplemente se quedó mirando fijamente al comandante, imperturbable. Korsin escupió un epíteto.
-Gloyd, estamos muriéndonos aquí. ¡No los entiendo!
-Sí, los entiende –dijo Gloyd-. Ya sabe lo que decimos: Usted y yo, nos ocupamos del trabajo. Otros Sith se ocupan de lo siguiente. –El houk arrancó una raíz escamosa del suelo y la olfateó-. El problema es que todo este lugar es “lo siguiente”. Está tratando de mantenerlos juntos... cuando lo que realmente tiene que mostrarles es que hay algo después de esta roca. No hay tiempo para ganarse a la gente. Elija un camino. Y a los que no quieran caminarlo...
-¿Los empujamos? –dijo Korsin con una mueca. Realmente no era su estilo. Gloyd le devolvió la sonrisa y hundió sus dientes en la raíz. Estremeciéndose cómicamente, el jefe de artillería se excusó. No iban a vivir con los productos de la tierra... no de esa tierra, al menos.
Volviendo la mirada a la hirviente muchedumbre, Korsin encontró sus ojos vagando hacia el oscilante tentáculo de humo que vagaba a la deriva arriba, en las alturas.
Arriba. Gloyd tenía razón. Era el único camino.
oe, javi wan kenobi, gracias por estas traducciones, solo he encontrado traducciones tuyas, sigue asi
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