lunes, 31 de mayo de 2010

O morir en el intento

O morir en el intento
de Sean Williams y Shane Dix

Al parecer, los nativos de Onadax tenían cincuenta palabras distintas para nombrar el polvo. El pequeño mundo estaba cubierto de él, con montones que se formaban en todas las esquinas y que llegaban a la altura de las rodillas, densos sedimentos que averiaban los droides y otras máquinas, gruesas motas que irritaban los ojos. Habría aceptado con agrado un aspirador... o, más bien, un baño.
El polvo perturbaba incluso su concentración. Cuando saltó ayudada por la Fuerza al interior del complejo de seguridad que era el objetivo de su misión, su pie resbaló y golpeó con la punta de un dedo la parte superior del muro del perímetro. El daño era mínimo, pero molesto. Aterrizó con una mueca de dolor, maldiciendo en silencio.
Por suerte, su tropezón pasó inadvertido. Se puso en pie en el borde de una zona llana y bien iluminada que rodeaba los edificios centrales del complejo. OMEEI se tomaba en serio su privacidad; ni siquiera sabía qué significaban las siglas de la compañía. Ocho guardias jenet con aspecto de roedores vigilaban la zona abierta desde cuatro torres de observación, una en cada esquina de los muros del perímetro. Jaina reconoció que eso tenía sentido. A veces, las técnicas de seguridad más sencillas eran las mejores. La tecnología avanzada podría ser capaz de superar cualquier ojo u oído electrónico que escanease el complejo, pero cruzar esa zona abierta sin ser visto por ocho guardias, siempre resultaría difícil. Difícil, claro está, para alguien que no dispusiera de la Fuerza.
Agachándose, Jaina comprobó rápidamente su traje de combate para asegurarse de que todo estaba en su lugar. Luego, permaneciendo agachada, se deslizó fuera de su cobertura para atravesar el complejo.
Un guardia de la torre más cercana la vio inmediatamente. Antes de que su dedo pudiera pulsar el botón para hacer sonar la alarma, Jaina tocó sus pensamientos superficiales y cambió la noción de intruso por una más tranquilizadora tan sólo otro mynock. Onadax tenía una incontrolada población mutante de esa plaga basada en el silicio, heredada de los primeros días del pequeño mundo como aglomeración de asteroides, de modo que no fue difícil imponer ese pensamiento en la mente del jenet.
El guardia retiró su dedo del botón de alarma tan rápidamente como lo había acercado, y se apartó con un bufido. Un segundo guardia, una torre más allá, también advirtió a Jaina; ella ejercitó el mismo truco sobre él. Para cuando alcanzó los edificios interiores, seis de los ocho guardias la habían visto. Pero después de que el guardia inicial hubiera usado su comunicador para quejarse a los demás por la infestación, los guardias restantes ya estaban esperando ver lo que ella quería que vieran, haciéndole más fácil deslizarse delante de ellos.
En el momento en que dejó atrás la extensión abierta, cambió su paso a un paseo más relajado y confiado, permitiendo que el magullado dedo de su pie descansase. Se dirigió al edificio que la Enviudadora le había indicado desde la órbita.
Su misión era sencilla. Estaba cazando droides... o, más exactamente, fabricantes de droides. Tras la traición de Bakura por el infame Primer Ministro Cundertol, ella y sus padres habían emprendido la tarea de encontrar la fuente del androide réplica humana que había hecho posible tal calamidad, mientras buscaban al mismo tiempo al líder de la red ryn que les había ayudado en el pasado. Antes de dejar Bakura, había extraído el nombre de Onadax de la mente de un antiguo asociado del capitán Rufarr, el contrabandista wookiee cuyo cruel destino fue transportar a Cundertol antes y después de su tecnificación, el proceso que colocó su energía vital en una estructura droide. Una pista en el terreno le había dirigido hacia la compañía llamada simplemente “OMEEI”. Ahora se estaba dirigiendo al interior del complejo de OMEEI con la esperanza de reducir la probabilidad de que otros ARH aparecieran en otros lugares.
Jaina se tocó el pecho en el lugar donde el ARH de Cundertol le había golpeado. La herida hacía tiempo que había sanado, pero el recuerdo del golpe aún dolía. Había sido increíblemente poderoso, incluso para una Jedi como ella. Fuera cual fuese su fuente, no podía permitir que esos droides réplica se extendieran en la galaxia sin control.
Trespeó había examinado el tráfico de señales entrantes y salientes del complejo principal y había localizado planos que incluían sus puntos de acceso. La puerta exterior tenía dos metros de grosor y estaba asegurada con bisagras de duracero más gruesas que el brazo de Jaina. No iba a poder superarla ni con tecnología ni con la Fuerza. Pero no pasaba nada. Había estado vigilando el complejo desde su llegada a Onadax y siguió a un guardia de seguridad yarkora cuando hizo el cambio de turno. Un suave empujón mental fue todo lo que hizo falta para forzarle a dejar caer su pase de seguridad para que ella pudiera recogerlo. Al aproximarse a la puerta, lo blandió ante un escáner. Cuando no hubo respuesta inmediata, Jaina se alejó un paso y probó de nuevo. Esta vez, una serie de ruidos pasados sonaron apagados desde el interior del mecanismo de cierre de la puerta. Luego, lentamente, como se mueven los continentes de un planeta, la puerta giró hacia un lado.
Jaina la cruzó con su pulgar cuidadosamente colocado sobre el botón de encendido de su sable de luz, consciente de que a partir de ese momento su misión se volvería considerablemente más peligrosa. Trespeó había obtenido acceso al plano básico del centro de investigación droide, pero eso era todo. No tenía ni idea de cuánta gente trabajaba allí, o cuántos guardias patrullaban por el edificio, o si los pasillos estaban plagados de trampas. Por lo que ella sabía, un escuadrón entero podría estar esperándole a la vuelta de la esquina.
Un rápido examen a través de la Fuerza le aseguró que ese no era el caso. El edificio estaba ocupado, pero no por ningún ejército de ningún tipo. Habría tal vez una docena de personas, humanos y alienígenas, dispersos por el edificio. Se permitió asumir con seguridad que la mayor parte de ellos serían investigadores trabajando... aparte de algún que otro guardia de seguridad.
De las mentes que podía sentir a su alrededor, una sobresalía... una que era sutilmente distinta de las demás. Ya había sentido una mente semejante antes, y volver a sentirla ahora le produjo una mezcla de satisfacción y aprensión.
La gigantesca puerta se cerró tras ella con un resonante ruido metálico. Maldijo en voz baja, ya que era altamente probable que ese ruido llamase la atención sobre su presencia. Pero tras esperar en silencio a que sonase alguna alarma, no sonó ninguna.
Demasiado fácil, pensó, avanzando lentamente en su camino por los pasillos de techo alto inundados por una luz amarillenta y cálida. No podía leer la mente que se encontraba delante de ella, pero cuanto más se acercaba, más le decían su instinto y sus entrañas que esa mente la estaba esperando.
Cuando llegó a la entrada de la sala donde el ser la esperaba, activó el sable de luz. Manteniéndolo alerta ante ella, hizo pasar el pase de seguridad del yarkora por el escáner. La puerta se abrió con suavidad.
—Puedo asegurarte —dijo inmediatamente una voz con fuerte acento corelliano y con aire culto y educado— que tu arma no será necesaria.
Jaina observó como un hombre atractivo, en la treintena, vestido con un sencillo mono negro, aparecía ante su vista. La inmensa sala contenía dos Fabricantes de Droides Autorreguladas de la Corporación Loronar; gigantescas máquinas con forma de losa cuyo único propósito era tomar grandes cantidades de materia prima y convertirlas en droides. Cada unidad tenía forma de ladrillo, solo que mucho, mucho mayor. Extendiéndose en la distancia a ambos lados del hombre, sin partes móviles visibles a través de sus paredes semitransparentes, esos “ladrillos” emitían un profundo zumbido, casi subsónico.
Ella dio un cauteloso paso hacia la sala. No sintió a nadie más allí, aparte de la persona que se encontraba ante ella, pero su aprensión no desapareció.
—Tal vez, pero voy a seguir con ella igualmente.
El hombre comenzó a reír.
—Aquí todos somos personas civilizadas.
—Comprenderás que no me fíe de tu palabra al respecto —dijo Jaina, acercándose un par de pasos más. Mantuvo la mirada fija en él todo el rato. Definitivamente, estaba mintiendo al menos e un punto: Su mente no pertenecía en absoluto a una persona. Ya no, al menos.
—Qué hostilidad —dijo él, adentrándose distraídamente en la sala, dándole la espalda a Jaina tanto en invitación a que le siguiera como en gesto de confianza—. Deja que trate de adivinar por qué estás aquí. No recuerdo haber hecho negocios contigo, de modo que no puedes ser una clienta descontenta. Tu intranquilidad sugiere que tampoco eres una futura cliente. ¿Eres una competidora? ¿Una espía comercial? Los Caballeros Jedi no suelen involucrarse en asuntos comerciales, están por encima de tales cosas, según he oído. —Volvió a mirarla, tendiéndole las manos de forma suplicante, con un exagerado gesto de extrañeza en el rostro—. Me temo que vas a tener que ayudarme. Me estoy quedando sin ideas.
—Mi nombre es Jaina Solo —comenzó.
¿Solo? —La expresión en el rostro del hombre pasó a ser de curiosidad—. ¿Alguna relación con Han Solo?
—Es mi padre.
—¡Ah! Mi hermano estuvo en la Academia Imperial con él. Un curso por delante, si recuerdo bien. —El hombre meneó pronunciadamente la cabeza—. Qué pequeña es la galaxia.
—Acabo de llegar de Bakura —dijo ella, sin permitir que la conversación tomara otros derroteros.
—¿Y cómo están nuestros amigos, los ssi-ruuk?
—Creo que el Imperio está actualmente bajo fuego pesado de los yuuzhan vong. No sabemos si sobrevivirá. Si cae, será un crimen más que recaerá a sobre tu espalda.
Los ojos del hombre se estrecharon.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Estoy aquí por tus ARHs. ¿Te das cuenta de que has puesto en peligro la población de todo un planeta?
—Imposible. Los Androides Réplica Humana están diseñados para salvar vidas, no para acabar con ellas.
—Si eso es verdad, ¿entonces por qué te ocultas aquí, en el Cúmulo de Minos? Esa no es la acción de alguien que esté orgulloso de sus logros.
—Tal vez tema que la Alianza Galáctica reclame esta tecnología para sí. —Su sonrisa regresó—. No, la razón por la que estamos aquí es para evitar enfrentarnos a gente como tú... aquellos dispuestos a juzgarnos sin escuchar nuestra versión de la historia. Y también para proteger la identidad y las reputaciones de nuestros clientes... como nuestro amigo de Bakura.
—¿Entonces admites que el Primer Ministro Cundertol vino a vosotros?
—Sólo admito que tuvimos un cliente de Bakura. No sé su nombre. Pagó la tarifa y proporcionamos el servicio. Luego se fue. Lo que pasó después no es de mi incumbencia.
—Lo que pasó después fue que Cundertol mató a toda la tripulación de la nave que le trajo aquí para proteger su secreto. Traicionó a su mundo a cambio de un vano intento de conseguir la inmortalidad.
—No hay nada de vano en ello, te lo aseguro.
—Yo diría que es cuestión de opiniones.
—Y yo diría en respuesta que la galaxia puede tolerar muchas diferencias de opinión. —Antes de que Jaina pudiera responder, el hombre ante ella extendió las manos, como si apelase a su sentido común—. Aquí sólo regentamos un negocio. No podemos rendir cuentas de lo que nuestros clientes hacen con sus vidas después del procedimiento que les ofrecemos, no más de lo que podemos rendir cuentas de sus acciones anteriores al mismo. Mi responsabilidad para con ese Cundertol terminó el día que abandonó nuestros laboratorios.
—De modo que todo se reduce a los créditos, ¿no? Mientras paguen, no os importa lo más mínimo quiénes sean. No te preocupa haber tomado criminales viejos y enfermos y haberlos soltado en la galaxia para que continúen con sus actividades criminales indefinidamente.
—Haces que parezca que eso es lo único que hacemos.
—¿Y qué más hacéis? ¿Infiltrar espías en redes de seguridad? ¿Proporcionar a los psicópatas miembros robóticos para que jueguen con ellos?
—Vendemos vida, Jaina Solo, no muerte —replicó el hombre a la defensiva—. Tal vez si puedo explicar quién soy y cómo llegó a mí esta operación, eso resulte de ayuda. Mi nombre es Stanton, y si no fuera por este procedimiento, yo no estaría aquí ahora. Aunque la experimentación de la República con los ARH se detuvo cuando su Proyecto Señuelo falló, la investigación no se detuvo allí. Un hombre llamado Simonelle continuó allí donde Señuelo se había detenido, y tuvo cierto éxito. Uno de sus investigadores, Massad Thrumble, consiguió efectivamente tener éxito en la creación de un ARH completamente operacional, que fue, por desgracia, empleado como asesino.
—No me estás contando nada nuevo —dijo Jaina—. Simonelle está muerto, al igual que Thrumble. Ya los hemos investigado. Y la asesina de la que hablas se llamaba Guri. Ella trabajaba para el príncipe Xizor en la organización Sol Negro.
Stanton asintió, como si estuviera complacido con la exposición de los hechos que Jaina presentaba.
—Pero vosotros creéis que fue destruida después de haber hecho borrar sus recuerdos.
—¿Me estás diciendo que no fue así?
—Tu tío creía que merecía la oportunidad de una vida decente. Su actitud fue, en nuestra opinión, completamente correcta. Ella tenía todo el derecho a vivir, como cualquier otra especie consciente. El hecho de que hubiera sido construida en lugar de engendrada no debería suponer ninguna diferencia.
Jaina avanzó unos pasos en la sala, con el sable aún en posición de alerta. Sabía lo rápido que podían moverse los ARH.
—No estoy diciendo que no esté de acuerdo con él. Yo habría aplicado los mismos principios sobre ella... o sobre ti... como lo haría ante cualquier humano o alienígena. Pero si está trabajando como asesina, o involucrada en cualquier tipo de actividad criminal, entonces mi deber es abatirla.
—Puedo asegurarte que ese no es el caso —dijo él, y continuó suavemente—, de modo que tu ruda justicia no será necesaria. Guri ya no tiene nada que ver con nuestra línea de negocios. Todo lo que hizo fue permitir que la usásemos como plantilla para modelar nuestros ARH subsiguientes. Hay partes basadas en ella dentro de mí, al igual que en nuestros clientes. Ella es nuestra madre, si lo prefieres, y la tenemos en alta estima.
—¿Lo hizo voluntariamente?
—Por supuesto. Para entonces ya le habían borrado su programación de asesina. Cuando mi hermano la conoció y descubrió quién era, inmediatamente se imaginó este negocio. Fueron socios durante la etapa de I+D. Luego, siguieron caminos separados.
Jaina advirtió la nueva referencia a un hermano. Si este hermano era la mente maestra detrás de la operación, entonces era a él a quien andaba buscando.
—¿Este es el mismo hermano con el que mi padre fue a la Academia?
—Puede que hayas oído hablar de él. Su nombre es Dash Rendar.
Parpadeó, sorprendida.
—Pero Dash Rendar está muerto.
—Al contrario.
—¿Entonces dónde está?
La sonrisa de Stanton se ensanchó.
—Sinceramente, no esperarás que te lo diga, ¿verdad?
—Si insistes en que no estáis haciendo nada malo, ¿entonces por qué no hablaría tu hermano con nosotros? ¿O con mi tío, al menos?
—¿Y encontrarse delante de la punta de un sable de luz? —Negó con la cabeza—. No lo creo.
Hizo ademán de dirigirse a la puerta, y ella se puso limpiamente en su camino.
—Tienes buenas reacciones —reconoció él, alzando inocentemente las manos—. Lo apruebo. ¿Cuántos años te costó dominar el sable de luz? ¿Sintonizarte con la Fuerza?
—Eso no es asunto tuyo.
—Ah, pero es que precisamente sí lo es. La gente debe obtener el máximo de lo que tiene... o de lo que puede tener. Tú, como Jedi, seguramente debes estar de acuerdo con eso. ¿No puedes ver la oportunidad que se alza aquí ante ti?
La sonrisa de Stanton seguía en su lugar, pero sus ojos eran duros. Los reflejos de su sable en ellos parecían flotar como pequeños relámpagos congelados.
—Si estás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo...
—¿Por qué no? Después de todo, no hay efectos secundarios negativos. Podemos hacerte más fuerte, más bella, más alta... lo que quieras. Usando la técnica de tecnificación ssi-ruuk, te permitimos mantener una completa conexión con la Fuerza. ¡Tú, Jaina Solo, puedes ser la vanguardia de un valiente nuevo régimen!
Jaina apretó la empuñadura del sable de luz.
—No lo creo, Stanton.
—No rechaces mi oferta tan a la ligera. Piensa en la guerra contra los yuuzhan vong... una guerra que parecéis estar perdiendo. ¿Cuánto duraría su armamento biológico contra un ejército de soldados ARH? Piensa en toda la gente que ha muerto o ha sido herida desde que comenzó la guerra. ¿No hay nadie a quien salvarías si pudieras dar marcha atrás en el tiempo y darle un cuerpo indestructible? Piensa en ti misma. Me he percatado de que cojeas ligeramente de una pierna. ¿Estás herida? Si aceptases mi oferta, ese tipo de cosas nunca volverían a pasar. Piensa en ello.
Stanton se acercó un paso, y esta vez ella no le detuvo.
—Piensa en ello, Jaina, antes de volver a decir que no tan rápidamente.
Jaina pensó en ello. Una imagen de Tahiri cruzó por su mente: Tahiri en coma, enfrentada en una extraña batalla psíquica con la mente alienígena que trataba de apoderarse de ella. Y Anakin, su hermano, muerto antes de tiempo por una herida infligida por los yuuzhan vong.
Imagínate la libertad que alcanzarás cuando te hayas despojado de las cadenas de la carne y el hueso, la había tentado Cundertol cuando el Keeramak, el líder de los ssi-ruuk, la había amenazado con la tecnificación. ¡Podrás vivir para siempre!
¿Realmente sería tan malo?
—Puedo asegurarte —continuó Stanton— que nuestros métodos han avanzado considerablemente desde los primeros días. No hay dolor ni incomodidad en absoluto. Sólo un despertar a una nueva existencia superior. También estamos trabajando en ARMs, Androides Réplica Multiespecie, de modo que pronto no serán sólo los humanos los que se beneficien de esta tecnología. Crearemos nuevas clases de cuerpos que nunca hayan existido antes en la naturaleza. ¡No hay límites a lo que seremos capaces de conseguir!
—Las implicaciones sociales...
—Son enormes —le cortó con entusiasmo—. Lo sé. Por un lado, la galaxia no está preparada para los ARH. Pero piénsalo: Podemos dar a la gente la inmortalidad, resistencia y fuerza física aumentada, y libertad sobre todas las pequeñas molestias que hacen que vivir en carne sea una condena... ¡incluyendo la muerte! ¿Quién no querría hacer negocios con nosotros? Que este servicio actualmente sólo esté disponible para los ricos... o, como en tu caso, para los muy merecedores... no es nuestra culpa, porque el proceso es extremadamente caro. Pero eso no impedirá que billones de personas lo soliciten. Nadie quiere morir, no si puede evitarlo. Deja que corra la voz de que hay una alternativa a la muerte, y las revueltas subsiguientes harán que la invasión yuuzhan vong parezca una nadería en comparación.
”Pero por otra parte —continuó—, ¿acaso no es hora de que alguien se enfrente al mayor enemigo de la vida? ¿A la propia muerte? ¿Y quién mejor para hacerlo que los Jedi?
La mirada de Jaina vagó lejos de Stanton al pensar en una galaxia libre del hambre, la enfermedad y la mortalidad. Ese era realmente el objetivo del movimiento Jedi, ¿no es cierto? Y si eso significaba un posible final a la guerra, ¿no justificaba eso su implicación total?
Pero después, cuando la guerra se hubiera ganado... ¿entonces qué, cuando los ejércitos que desbaratasen los locos planes de Shimrra regresasen victoriosos? ¿Quién mantendría bajo control a los ARH, impidiendo que se rebelasen contra quienes los habían liberado de la tiranía de la carne? ¿Quién impediría que cayeran en el lado oscuro y destruyeran todo por lo que una vez habían luchado?
Pensó en un Emperador invencible, en un Darth Vader inmortal, y se estremeció.
—No —dijo—. Y esta vez lo he pensado. Los Jedi han visto demasiado a menudo lo que pasa cuando la gente no tiene nada para mantenerlos bajo control. Que estés entregando esta tecnología a criminales me da aún menos seguridad de que tus motivos sean puros.
Stanton Rendar suspiró.
—Veo que harán falta más que palabras para convencerte.
Ella se puso en tensión, alzando su sable.
—Tal vez no esté dispuesta a dejarme convencer.
El rió.
—¡Jaina, nunca te procesaríamos contra tu voluntad! Simplemente quiero decir que hará falta tiempo para convencerte, más que palabras. Y créeme cuando te digo que tengo todo el tiempo de la galaxia. Hablaré contigo en otra ocasión, cuando seas anciana y frágil y tus padres hayan desaparecido; cuando tus hijos sean mayores de lo que tú eres ahora, y la muerte te aceche de cerca... y yo tendré exactamente el mismo aspecto que tengo hoy. Tal vez entonces estés más receptiva ante lo que tengo que ofrecerte.
—No contaría con ello, Stanton —dijo ella, avanzando otro paso—. Y además, pretendo hablar contigo mucho antes que eso. Será un día en un futuro no tan lejano cuando estés encerrado, incapaz de hacer daño a nadie. O tal vez desmontado como piezas de repuesto.
Stanton se calmó.
—La vida es todo lo que tenemos, niña. ¿Crees que voy a dejar que me la arrebates? Tengo planeado vivir eternamente o...
—O morir en el intento —terminó Jaina por él—. Sí, muy divertido. Mi problema contigo no es tu vida o como la mantienes, sino lo que haces con ella. Más concretamente, cómo usan tus clientes la segunda oportunidad que les das. Si no logras ser capaz de ver que tienes la responsabilidad de asegurar que nadie peligroso pone sus manos en esta tecnología, entonces...
—Ahórrame la retórica —la interrumpió Stanton. Miró al cronómetro instalado en la pared a su derecha—. No tengo más interés en ella que el que tengo en esta conversación. De modo que, si no te importa, creo que me gustaría que te fueras ahora.
—No tengo la menor intención de irme de aquí sin ti, Stanton.
—¿En serio? —Con una palmada, dos líneas de relucientes droides de combate salieron de detrás de las dos máquinas Fabricantes de Droides Loronar—. Las palabras vuelan cuando la gente pregunta por OMEEI. Sabía que los Jedi me buscaban, de modo que naturalmente me preparé para lo peor.
Jaina sonrió con naturalidad al observar los droides. Adoptó una postura defensiva, preparándose para el ataque.
—Tendrás que hacer algo mejor que esto —dijo.
—Por supuesto. Ningún droide puede esperar ser rival para todo un Jedi, a menos que sea un Jedi dentro de un droide. —Una sonrisa destelló en su rostro y luego desapareció—. Pero tu muerte nunca fue mi intención, Jaina Solo. Mientras estábamos hablando, mi lanzadera ha estado precalentándose y mi plantilla ha escapado a ella. Escaparemos ahora, mientras tú luchas contra estos para abrirte paso.
—Tu lanzadera nunca escapará de la órbita.
—Una amenaza lamentable, en el mejor de los casos —dijo, sonriendo ampliamente—. Sospecho que estarás un poquito demasiado ocupada como para dar la voz de alarma. Ya ves, no sólo tendrás que ocuparte de estos primitivos amigos, sino que tendrás que hacerlo lo más rápido posible. En unos cinco minutos, todos este complejo estallará en una bola de fuego lo bastante caliente como para incinerar cualquier simple carne en su interior.
Apretó los dientes, preguntándose si sería un farol.
—¿Destruirías todas tus instalaciones sólo para cubrir tu rastro?
—Siempre podemos construir otras. Eso es, en parte, por lo que nuestras tarifas son tan altas. —Stanton efectuó una pequeña reverencia burlona—. Me despido de ti, Jaina Solo. Esperaba por un instante que entrases en razón. Serías perfecta para nuestra causa: ¡tanto potencial, tanta vitalidad! Pero supongo que esta vez no será así. Sin embargo, te aseguro que si volvemos a encontrarnos, nuestra conversación terminará de un modo muy distinto.
Se alejó apresuradamente cuando los droides de combate se movieron para atacar a Jaina. Lo último que ella pudo ver de él fue su espalda desapareciendo al girar la esquina de una de las Fabricantes de Droides... y entonces se encontró bloqueando furiosamente, enviando proyectiles de energía y partes corporales de droides volando en todas direcciones. La Fuerza fluía por ella como un fuego vigorizador, respondiendo a cada petición que ella le hacía; aumentando sus sentidos, acelerando sus reflejos, permitiéndole anticipar los movimientos de sus oponentes una fracción de segundo antes de ellos los comenzasen. Los droides de combate parecían moverse a cámara lenta, agitando en vano sus extremidades ante ella, prácticamente rogando que los cortasen en pedazos.
El último cayó en una ducha de chispas, lanzando un disparo final que le falló por más de un metro. Rebotó en la distancia, estrellándose inofensivamente contra el muro lejano. Jaina se enderezó y observó la carnicería de metal muerto que se esparcía por el suelo, soltando chispas y zumbidos.
Usó la Fuerza para buscar a Stanton, pero no había rastro de él en ninguna parte del complejo. Su lanzadera había despegado; ya estaba lejos.
Jaina maldijo. Cinco minutos, había dicho. Ya habían pasado más de tres. Poniendo toda la carne en el asador, dio un salto mortal ayudado por la Fuerza para alejarse del anillo de pedazos de droides y se abalanzó hacia la puerta. La salida del complejo estaba cerrada. Abrirla con su pase de seguridad tardó casi cinco segundos, cada uno de ellos una agonizante eternidad. Cuando la gigantesca puerta se hizo a un lado y ella la cruzó, un proyectil de energía pasó rozando sobre su hombro, disparado por uno de los guardias jenet del perímetro. Ella corrió en zigzag por la zona abierta, rechazando cualquier cosa que se acercase demasiado a su sable.
En el muro del perímetro, puso toda su concentración al saltar por encima. Disparos láser silbaron a su espalda cuando alcanzó el punto superior de su salto y comenzó a caer. Rodó para absorber el impacto y estaba de pie corriendo antes de que los guardias jenet pudieran efectuar otro disparo. Bajo la cobertura de la noche, y con cantidad de callejones oscuros para ocultarse, estaba segura de que nadie podría atraparla...
El complejo explotó tras ella con un sonido tan fuerte que la dejó momentáneamente sorda. Una brillante luz amarilla destelló a su espalda, y la onda de choque hizo que sus pies dejasen de tocar el suelo. Salió volando un metro o más por el aire, y se dobló sobre sí misma formando una especie de bola para, al volver a caer al suelo, poder rodar y volver a ponerse en pie, sin dejar de correr. Pocos metros más allá, cuando estuvo claro que lo peor ya había pasado, Jaina se detuvo y volvió la mirada al edificio ardiendo.
Nada había sobrevivido. El complejo era una ruina ardiente. Cualquier evidencia de las Fabricantes de Droides había desaparecido, junto con la empresa que había operado en Onadax.
Pensar que Stanton había escapado la puso furiosa. El recuerdo de su sonrisa torcida la asqueó cuando se dio la vuelta para dirigirse hacia el Halcón Milenario. Pero no podía permitirse retrasarse demasiado. Y, se recordó, su misión no había sido un fracaso total. La búsqueda no había llegado a un punto muerto. Ahora tenía un nombre. Al menos, eso era algo sobre lo que trabajar.
Espero que tengas razón, Stanton, pensó, saboreando los latidos del dedo gordo de su pie, que le recordaban que aún seguía viva, que seguía siendo ella. Espero que volvamos a encontrarnos algún día. ¡Porque cuando lo hagamos, voy a hacerte pagar por todo lo que pasó en Bakura! O yo misma moriré en el intento...
Sonrió ante ese pensamiento. Le proporcionaba una sombría especie de tranquilidad pensar que aún no había acabado todo. Colocándose el sable de luz de nuevo en el cinturón, se abrió paso a través de los polvorientos y poco recomendables callejones de Onadax, de vuelta al lugar donde sus padres la esperaban en el Halcón.

domingo, 16 de mayo de 2010

Ylesia (y XXI)

Thrackan Sal-Solo caminaba entre las murallas de duracero del patio de ejercicio de la prisión, con su mente bullendo de planes.
Mañana, le habían dicho, sería transferido a Corellia donde sería sometido a juicio por traición contra su planeta natal.
Él aceptaría el traslado apaciblemente, y se comportaría como un prisionero ejemplar durante la mayor parte del camino a casa. Pero eso sólo sería para apaciguar a sus guardias.
Él los tomaría por sorpresa, y les golpearía en la cabeza con algún arma improvisada... aún no sabía qué exactamente, ya pensaría en eso después. Luego tomaría el mando de la nave... esperaba que fuera un modelo de Incom, era capaz de pilotar cualquier cosa que Incom fabricase. Estrellaría la nave en una zona remota de Corellia y haría parecer que había muerto entre las llamas.
Entonces contactaría con algunas de las personas en Corellia en las que todavía podía confiar. Reorganizaría el Partido de Centralia, daría un golpe de estado, y se haría con el poder. ¡Él gobernaría el mundo! No, cinco mundos.
Era su destino, y nada podría detenerlo. El destino de Thrackan Sal-Solo no era ser condenado a una vida miserable en un planeta prisión.
Bueno. No más de una vez, al menos.

Ylesia (XX)

—No quiero volver a hacer algo así nunca más —dijo Jaina. Se encontraba en el salón de oficiales del Starsider, sentada en una silla con una taza de té en su mano. Se había quitado sus botas, y sus pies enfundados en medias descansaban en el regazo de Jag Fel.
—Ylesia ha sido como golpear tu cabeza una y otra vez contra un muro de ladrillo —continuó—. Un problema táctico tras otro, y la solución a cada uno era un ataque directo contra el enemigo, o una huida directa con el enemigo persiguiéndote. —Suspiró cuando los dedos de Jag masajearon una zona particularmente sensible de su pie derecho—. Estaba más cómoda cuando podía ser Yun-Harla la Mentirosa —dijo—. No cuando juego al juego del enemigo, sino cuando puedo hacer que el enemigo juegue al mío.
—Te refieres al sabacc, supongo —dijo Jag, un poco agriamente.
Jaina miró a Jacen, sentado frente a ella y bebiendo a sorbos un vaso de cerveza Gizer.
—¿Vas a aceptar la oferta de Kre'fey de dirigir un escuadrón?
Jacen inhaló el olor almizclado de la cerveza mientras consideraba su respuesta.
—Creo que puedo prestar mejor servicio en el puente de Ralroost —dijo finalmente, y pensó en su dedo flotando en la holopantalla de Kre'fey, apuntando a la flota enemiga que no estaba allí.
—Ylesia —continuó— ha mostrado que mis talentos parecen ser más espaciales y, eh, coordinativos. ¿Coordinativo es una palabra?
—Espero que no —dijo Jag.
Jacen sintió remordimientos al pensar en dejar los cazas por completo. Se había unido a la flota de Kre'fey para guardar las espaldas a su hermana, y quizás podría hacer eso mejor volando junto a ella en un ala-X. Pero sospechaba que podría ser de más ayuda si permanecía fuera de la cabina de un caza, y en lugar de eso usar la fusión Jedi para dar forma al modo en que los demás lucharían.
—Mirad —señaló Jag—, Jaina lo ha entendido mal. Ylesia no ha sido una derrota. Los pilotos caídos de Jaina fueron rescatados, al igual que los míos. Herimos al enemigo mucho más de lo que ellos nos hirieron a nosotros, gracias en parte al Señor Espectral de la Fusión Mental, aquí presente. —Señaló con la cabeza a Jacen—. Destruimos una flota de colaboracionistas y capturamos a bastantes miembros de los escalafones superiores de la Brigada de la Paz como para proporcionar docenas de juicios notorios. Los medios de comunicación estarán ocupados durante meses.
—No lo sentí como una victoria —dijo Jaina—. Lo sentí como si hubiéramos salvado el pellejo por los pelos.
—Eso sólo es porque no tienes una perspectiva suficientemente apartada —dijo seriamente Jag.
La mención de la Brigada de la Paz había puesto a la mente de Jacen a pensar por otros derroteros. Miró a Jaina.
—¿Crees que Thrackan es realmente inocente?
Jaina se sobresaltó.
—¿Inocente de qué?
—De colaboración. ¿Crees que la historia que contó acerca de verse obligado a aceptar la presidencia podría ser verdad?
Jaina soltó una risa de incredulidad.
—Demasiado absurdo.
—No, en serio. Él es un completo chovinista humano. Sé que es un mal sujeto y que nos mantuvo prisioneros y que quiere gobernar Corellia como diktat, pero odia a los alienígenas tanto que no puedo creer que trabajase voluntariamente con los yuuzhan vong.
Jaina inclinó pensativa la cabeza. El masaje que Jag le estaba dando en el pie había puesto una expresión beatífica en su cara.
—Bueno, llamó a Pwoe Cabeza de Calamar. Eso es un punto a su favor.
—Si Sal-Solo desea demostrar su inocencia —dijo Jag—, sólo necesita ofrecerse voluntario para un interrogatorio con suero de la verdad. Si su colaboración fue involuntaria, las drogas lo revelarían. —Un gesto de sombría diversión cruzó por sus rasgos con cicatrices—. Pero yo pienso que tiene miedo de que un interrogatorio semejante revelaría cómo llegó a estar en manos de los yuuzhan vong en primer lugar. Eso es lo que lo condenaría de verdad.
—Ahh —dijo Jaina. Jacen no podía decir si había caído en la cuenta de algo o si, debido al masaje en el pie, había caído en alguna forma de éxtasis.
Jacen, bebiendo a sorbos su cerveza, decidió que fuera cual fuese la verdad al respecto, no era en absoluto asunto suyo.

Ylesia (XIX)

Jacen estaba de pie en silencio y mantenía la fusión Jedi en su mente. Los últimos del grupo de desembarco estaban abandonando Ylesia, con Jaina y Lowbacca, y el comandante enemigo todavía no había hecho su movimiento. En cambio, continuaba extendiendo su flanco, desplazando un goteo constante de naves al vacío. El almirante Kre'fey emparejó cada despliegue enemigo con uno propio. Ahora, ambas líneas estaban atenuadas, demasiado dispersas para ser útiles como línea de batalla real.
¿Pero por qué? ¿Por qué el comandante enemigo se había perjudicado de esta manera, separando sus fuerzas hasta que ya no fueran capaces de luchar coherentemente? Había perjudicado de igual modo a Kre'fey, eso era cierto, pero no estaba en posición de sacar partido de ello. Lo que debería haber hecho era atacar inmediatamente e intentar atrapar a las fuerzas de tierra en Ylesia.
En la mente de Jacen podía sentir a los pilotos Jedi en sus naves de patrulla, dispersos por encima y por debajo de la delgada línea enemiga. Sentía sus percepciones superpuestas con las suyas propias, de modo que también conocía las posiciones de la mayor parte de la flota. Y a través de su concentración unificada en sus propias pantallas, podía averiguar donde se encontraban en relación con el enemigo.
¿Por qué? ¿Por qué el comandante yuuzhan vong estaba maniobrando de esta manera? Casi era como si faltase una pieza.
Una pieza que faltaba. La pieza encajó en su lugar con un chasquido que Jacen sintió estremeciéndose en sus nervios. Con un poco de renuencia abandonó la Fuerza y la comodidad de la fusión su mente, y llamó a su sentido vong, la extraña telepatía que había desarrollado con las forma de vida yuuzhan vong durante su cautividad.
Una sensación de existencia inmensamente alienígena llenó sus pensamientos. Podía sentir la flota enemiga extendiendo sus alas allá fuera, en el espacio, la hostilidad implacable de cada uno de sus seres, desde las naves vivientes hasta los yuuzhan vong que respiraban, pasando por los grutchins que esperaban compactados en los misiles yuuzhan vong...
Jacen luchó por extender su mente, extender sus sentidos en la profundidad del espacio, en el vacío que rodeaba el sistema de Ylesia.
Y allí encontró lo que buscaba, un microcosmo alienígena lleno de bárbaras intenciones.
Abrió los ojos y miró fijamente a Kre'fey, que estaba de pie en medio de su silencioso personal, estudiando las pantallas.
—¡Almirante! —dijo Jacen—. ¡Hay otra flota vong de camino! —Marchó con paso firme entre los oficiales del personal y apuntó decididamente con un dedo a la pantalla holográfica—. Va a aparecer justo aquí. Justo detrás de nuestra ala extendida, donde pueden golpearnos contra la otra fuerza yuuzhan vong.
Kre'fey miró fijamente a Jacen con sus ojos de color de violeta con motas doradas.
—¿Estás seguro?
Jacen devolvió la mirada fija de Kre'fey.
—Absolutamente, almirante. Tenemos que sacar a nuestra gente de allí.
Kre'fey volvió a mirar la pantalla, a los modelos de interferencia que brillaban débilmente corriendo sobre el dedo con el que Jacen estaba apuntando.
—Sí —dijo—. Sí, eso tiene que ser la explicación. —Se volvió a su personal—. Ordenen al ala extendida que se repliegue.
Un grupo de especialistas de comunicaciones se puso muy ocupado con sus micrófonos. Kre'fey continuó mirando fijamente al dedo señalador de Jacen, y entonces asintió para sí mismo.
—Que el ala extendida dispare una barrera de misiles aquí —dijo Kre'fey, y dio las coordenadas indicadas por el dedo de Jacen.
Las naves capitales del ala desplegada disparó una gigantesca barrera de misiles, dirigida aparentemente al espacio vacío, y se apresuraron a retroceder a la seguridad del cuerpo principal. Cuando los refuerzos yuuzhan vong aparecieron en el espacio real, los proyectiles ya estaban en medio de ellos, y los recién llegados aún no habían configurado sus naves para la defensa, ni lanzado un solo coralita.
En las pantallas, Jacen observó los estragos que los misiles causaron en el sobresaltado enemigo. Casi todas las naves fueron alcanzadas, y algunas quedaron destruidas.
Kre'fey soltó un grito de victoria.
¿Qué puedo hacer hoy para hacer daño a los yuuzhan vong? Hemos contestado esa pregunta, ¿no es cierto?
Uno de sus oficiales de personal sonrió triunfante.
—Las naves de transporte de tropas informan de que el grupo de desembarco ha sido recuperado, almirante.
—Ya era hora —murmuró alguien.
Dado que el ala se estaba dirigiendo hacia el centro de la formación de todos modos, Kre'fey hizo que toda la flota se moviera en la misma dirección. Los yuuzhan vong recién llegados estaban demasiado desorganizados, y demasiado fuera de posición, como para hacer una persecución eficaz. Las que habían llegado primero comenzaron a perseguir a Kre'fey, pero estaban dispersos mientras que las fuerzas de Kre'fey estaban concentrándose, y su intervención no tenía la menor esperanza de ser decisiva.
Pero aunque Kre'fey había asegurado el escape de sus fuerzas, la batalla estaba lejos de haber terminado. El comandante yuuzhan vong estaba enfadado y sus guerreros todavía poseían la valentía suicida que caracterizaba a su raza. Las naves fueron duramente golpeadas, y se vaporizaron cazas, y cascos de naves quedaron varados dando vueltas a través del frío vacío del espacio ylesiano, antes de que la flota saliera de la sombra de masa de la capital traidora y efectuase el salto hiperespacial hasta Kashyyyk.

Ylesia (XVIII)

Unas manos retiraron los cascotes de encima de él, y Maal Lah vio el cielo cuando ya había pensado que nunca volvería a ver el cielo libre. Jadeó y tosió el polvo fuera de sus pulmones.
—¡Es el comandante! —exclamó alguien, y una multitud de manos se unió para retirar los cascotes restantes, y luego sacaron a Maal Lah de las ruinas.
Maal Lah dio un respingo ante una súbita, nauseabunda ola de dolor, pero apretó los dientes y dijo:
—¡Subalterno! ¡Informe!
—Los infieles lograron escapar después del bombardeo, Sumo Comandante. Pero han dejado cientos de muertos tras ellos. —El subalterno dudó—. Muchos de ellos de nuestros aliados de la Brigada de la Paz.
El dolor hizo gruñir a Maal Lah, pero él convirtió el gruñido en uno de triunfo.
—¡Los infieles traicioneros merecieron su destino! ¡Ellos debieron haber muerto luchando, pero en cambio se rindieron y nos dejaron a nosotros darles una muerte honorable! —Consiguió convertir otra mueca de dolor en una risa—. ¡Los invasores nos temieron, subalterno! ¡Huyeron de Ylesia en cuanto sintieron nuestra aguijón!
—El Sumo Comandante es sabio —dijo el subalterno. El polvo manchaba los tatuajes del subalterno, y su armadura estaba abollada. Sus ojos viajaron a lo largo del cuerpo de Maal Lah—. Lamento decirle, Sumo Comandante Supremo —dijo despacio—, que su pierna está destrozada. Me temo que va a perderla.
Maal Lah gruñó de nuevo. Como si necesitara que un subalterno, un infante joven, le dijera tal una cosa. Él había visto la viga de duraleación caer como un cuchillo, y había sentido la agonía en los largos minutos desde entonces...
—Los cuidadores me darán una pierna mejor, si los dioses así lo desean —dijo Maal Lah.
Volvió la cabeza hacia una serie de estampidos sónicos: los equipos de aterrizaje infieles que saltaban hacia el cielo desde su campo de aterrizaje.
—Ellos piensan que han escapado, subalterno —dijo Maal Lah—. Pero yo sé que no lo han hecho.
Antes de que el fuego enemigo derrumbara el edificio encima de él, había estado en contacto con sus comandantes en el espacio, y diseñó una estrategia que le daría otra sorpresa al enemigo.
¿Era posible morirse de sorpresa?, se preguntó.
Como táctico, él sabía que era posible.

Ylesia (XVII)

Pwoe y Thrackan Sal-Solo, esposados, se estaban haciendo compañía en la parte trasera del deslizador. Ninguno de los ilusorios presidentes parecía tener mucho que decir al otro, o a nadie más, al menos no desde que Thrackan murmurase “¿Realmente tengo que sentarme con el cabeza de calamar?” cuando Pwoe fue conducido al vehículo.
Resultó que no había espacio para que Thrackan o cualquier otro se sentase. Los deslizadores sólo tenían espacio para estar de pie, repletos de soldados, prisioneros, y refugiados.
Los vehículos se acercaron tan rápido como les fue posible a la zona de desembarco, aunque estaban siendo frenados por muchedumbres de refugiados, esclavos, y otros obreros forzosos que rogaban pidiendo un transporte fuera del planeta. Tantos como fue posible encajar en los deslizadores fueron subidos a bordo. En su retirada a la zona de desembarco los deslizadores no se habían puesto en camino en ningún orden particular, y el deslizador que Jaina compartía con Lowbacca, Thrackan y Pwoe estaba más o menos en el medio de la columna.
La columna había alcanzado las afueras de la ciudad, que a estas alturas consistía en una tira de edificios a ambos lados del camino principal, todo ello rodeado por terreno salvaje, inalterado.
Jaina se volvió al sonido de una explosión detrás de ella, una conmoción seguida por una onda de choque que ella pudo sentir en su interior. El humo y los escombros salió volando por los aires sobre los edificios circundantes. Los ingenieros acababan de destruir el búnker de los brigadistas, junto con el Palacio de la Paz y otros edificios públicos.
Jaina volvió a mirar al frente justo cuando una bestia gigante del color del liquen salió desde detrás de un edificio al camino delante de la columna. El corazón de Jaina latió con fuerza cuando el deslizador que iba en cabeza chocó contra el animal, enfureciendo la bestia aunque los amortiguadores inerciales de la máquina salvaron a la tripulación y los pasajeros. Otro deslizador chocó contra la parte trasera del primero, impidiéndole retroceder. La bestia se puso en pie sobre sus patas posteriores, y Jaina vio guerreros yuuzhan vong aferrándose para salvar su vida a su cesto en el lomo de la bestia. Los escudos chisporrotearon y fallaron cuando las cuatro patas delanteras del quednak cayeron con fuerza sobre el deslizador. Jaina pudo oír los gritos de los pasajeros al morir.
Jaina hizo un gesto para alcanzar su sable de luz, luego su bláster, y luego dudó. Ninguna de sus armas podría matar ese animal.
Las armas montadas en los vehículos hendieron el aire cuando dispararon contra la bestia de carga. El quednak gritó y cargó contra ellos, aplastando la parta delantera de un segundo deslizador y apartando a un tercero a un lado. Uno de sus jinetes salió lanzado de su asiento y voló, agitando los brazos, chocando contra un edificio cercano.
—¡Atrás! ¡Atrás! ¡Salgamos de aquí por una calle lateral!
El oficial al mando del deslizador ladró esa y otras órdenes al conductor. Y entonces Jaina sintió que una sombra caía sobre ella, y se volvió.
Estaban dirigiendo otra bestia de carga al camino, detrás del deslizador de Jaina. Su sable de luz llegó volando a su mano y dio tres largos saltos a la parte de atrás del deslizador, lanzándose contra los jinetes en el lomo del quednak.
La Fuerza pareció sujetarla por la columna vertebral y llevarla flotando sobre el lomo de la criatura, y dio agradeció en silencio a Lowbacca su ayuda cuando aterrizó en las anchas y llanas caderas. Se encontraba posada sobre el par central de patas, su equilibrio inestable con el movimiento oscilante de la criatura al andar. Los dos jinetes se sentaban adelante, en una caja con forma de concha. Jaina encendió su sable de luz y atacó, buscando tracción con sus botas en la superficie cubierta de musgo de las escamas de la bestia.
Uno de los yuuzhan vong en la caja saltó fuera para enfrentarse a ella mientras el otro continuaba dirigiendo la bestia. El aire apestaba al hedor del quednak. Los deslizadores maniobraban bajo sus patas con garras. Artilleros presa del pánico al final de la columna abrían fuego, chamuscando los macizos costados de la criatura, pero el quednak permanecía bajo el mando de su conductor.
El oponente de Jaina extrajo su anfibastón, con su cabeza escupiendo veneno. Jaina apartó en el aire el veneno con un viento generado por la Fuerza, y saltó hacia delante para enfrentarse a él, apuntando directamente a la cara tatuada del yuuzhan vong. Su bloqueo circular casi arrancó el sable de luz de sus dedos, pero ella consiguió parar su ataque a tiempo, y entonces emprendió un ataque menos impulsivo.
La hoja color violeta de Jaina golpeó una y otra vez, pero el yuuzhan vong los paró todos, con una mirada decidida bajo el borde del casco de cangrejo vonduun. Estaba concentrándose solamente en la defensa, en mantenerla alejada del conductor hasta que pudiera pisotear el máximo número de deslizadores bajo las garras de la bestia. La frustración creció en ella cuando reduplicó su ataque, creando un patrón con la hoja de color violeta que conseguiría que el anfibastón quedase fuera del camino, dejando al yuuzhan vong indefenso ante un ataque final.
Inesperadamente, Jaina se tiró cuan larga era en el lomo del quednak. Una luminosa saeta rojoanaranjada de un cañón bláster rasgó el aire donde ella había estado medio segundo antes. El yuuzhan vong dudó, parpadeando, deslumbrado por la llamarada, y entonces Jaina se alzó sobre una sola mano y lanzó un pie hacia delante, barriendo los pies del guerrero. Este soltó un grito de pura rabia mientras caía dando volteretas del costado de la criatura.
Jaina se lanzó contra el conductor en su caja, pero otro cañón abrió fuego, y la caja desapareció en un estallido de llamas, chamuscándose la cara por el calor. Buscó frenéticamente una manera de controlar la criatura. El quednak emitió un grito de furia absoluta y empezó a retroceder, intentando volverse para llegar a la fuente de los disparos bláster que estaban atormentándolo.
Una ráfaga de disparos golpeó de lleno en la bestia y lanzó a Jaina volando fuera del lomo de la criatura. Fue dando volteretas, convocando la Fuerza para amortiguar su caída sobre el duracemento. Aun así el impacto dejó sus pulmones sin aliento, y sus dientes se entrechocaron con fuerza por el impacto. Desde su posición en tierra vio a Lowie arrastrando a los civiles heridos de un deslizador destrozado, otros deslizadores intactos maniobrando en medio de un enjambre de refugiados desconcertados y prisioneros aturdidos, y las agonías de muerte del otro quednak, que había sucumbido finalmente al fuego de las armas pesadas.
Entonces la segunda bestia, en la que ella había montado, recibió un disparo de cañón en la cabeza, y se encabritó cuando empezó a morirse. Jaina vio el gigantesco ijar de la bestia comenzar su su caída, y retrocedió como un cangrejo fuera del alcance de la criatura cuando esta cayó en una oleada de hedor y sangre. Un agonizante azote de su cola lanzó un par de deslizadores contra una pared, y entonces el reptiloide gigante murió.
Ahora, las bestias de carga muertas bloqueaban el camino a ambos lados, atrapando la columna entre las filas de edificios. Sobre sus cabezas llegaron un par de voladores veloces, análogos a barredoras, que se lanzaron sobre la calle disparando sus cañones de plasma. Jaina rodó apartándose del fuego y las astillas volantes cuando el plasma supercalentado rasgó el duracemento cerca de ella.
Sin embargo, la peor amenaza de los análogos de las barredoras no eran sus cañones. Cada uno tenía una unidad dovin basal de propulsión en su morro, y estas singularidades vivientes se extendían para atrapar los escudos de los deslizadores, sobrecargándolos y haciéndolos fallar en una llamarada de energía frustrada.
Jaina se puso en pie, su mente naufragada en la magnitud del desastre. No había nada que pudiera hacer contra las naves sin su ala-X, de modo que corrió como pudo por el duracemento para ayudar Lowbacca a auxiliar a los civiles heridos. Con la Fuerza, alzó unos cascotes de encima de un rodiano herido.
El fuego concentrado de los soldados hizo que uno de los análogos de barredora estallase en pedazos. El piloto del otro, que soltaba una estela de fuego, hizo chocar deliberadamente su volador contra un deslizador, y ambas naves quedaron destruidas en una erupción de llamas.
Fue entonces cuando Jaina escuchó el ominoso y súbito zumbido, y sus nervios estaban de punta ante el peligro cuando se giró para enfrentarse al sonido, con su sable de luz a punto.
Un enjambre de insectos aturdidores y cortadores venía volando a toda velocidad, acercándose a sus objetivos... y entonces guerreros yuuzhan vong salieron en tropel de los edificios de oficinas del lado sur de la calle, mientras que de ambos extremos de la calle también llegaban, derramándose como una ola sobre los cuerpos de las bestias de carga muertas. De quinientas gargantas salió un grito de batalla pronunciado a coro:
¡Do-ro'ik vong pratte!
Hubo gritos cuando decenas de personas cayeron bajo la oleada voladora de insectos mortales. Jaina golpeó un insecto aturdidor con su sable de luz, y partió pulcramente en dos un insectocortador que se dirigía a la cabeza de Lowie. Los guerreros yuuzhan vong golpearon con un impacto audible a la aturdida multitud que pululaba por la calle. Los soldados de la Nueva República estaban tan estorbados por los enjambres de no combatientes que apenas podían disparar en su propia defensa. Los yuuzhan vong saltaron a bordo de los deslizadores que habían sufrido la pérdida de sus escudos, abriéndose paso a cuchilladas a través de los civiles y prisioneros para poder alcanzar a unos soldados tan herméticamente agrupados que ni siquiera podían levantar un arma.
Jaina bloqueó y apartó un anfibastón que había sido blandido contra su cabeza, y permitió que Lowie, saltando por encima de su hombro, se ocupase del guerrero que lo manejaba. El siguiente guerrero cayó ante un par de sables de luz, girando uno por arriba, lanzando una estocada por debajo el otro. Jaina preparó un tajo contra una figura que caminaba tambaleándose hacia ella, pero luego se dio cuenta de que era uno de los guardias personales de Thrackan con su absurda armadura falsa. Una hembra humana que no paraba de gritar, ensangrentada por un corte de insectocortador y desvalida con sus manos esposadas, cayó sobre los brazos de Jaina, y murió por la estocada del guerrero yuuzhan vong que, gruñendo, estaba tratando de atravesarla para alcanzar a Jaina. Jaina se apartó a tiempo de la estocada, y entonces, antes de que el guerrero pudiera extraer su arma de su víctima, ella le alcanzó con la suya en la garganta.
Las dos mitades de un insectocortador, partido pulcramente por la mitad por el sable de luz de Lowie, cayeron a ambos lados de Jaina. Ella y Lowbacca podían protegerse contra el horror zumbante, y los soldados al menos iban acorazados, pero los civiles no tenían ninguna defensa y estaban siendo rasgados a tiras. Los prisioneros esposados estaban más aun desvalidos.
—¡Tenemos que introducir a esas personas en los edificios donde podamos protegerlos! —gritó Jaina a cualquiera que pudiera oírla—. ¡En marcha!
Con gritos y gestos, Jaina y Lowie reunieron un grupo de soldados que ayudaron a conducir a los civiles a los edificios del lado norte de la calle. Esto dio a otros soldados, y a los pocos deslizadores que todavía estaban en funcionamiento, un campo de fuego más claro, y los yuuzhan vong comenzaron a recibir más bajas.
En medio de la confusión, Jaina vio al general Jamira tambaleándose en retirada con un grupo de sus soldados a su alrededor. Todos ellos parecían heridos; una escuadra de yuuzhan vong los perseguían, haciendo subir y bajar sus anfibastones en un ritmo mortal, urgente.
—¡Lowie! ¡Es el general!
Los Jedi atacaron, girando sus sables de luz. Jaina desjarretó a un guerrero enemigo, luego se agachó ante la estocada de otro para conducir su sable de luz a través del sobaco, una de las pocas partes desprotegidas por la armadura. Un tercer yuuzhan vong cayó de rodillas por una patada doble ayudada por la Fuerza, después de la cual uno de los soldados de Jamira le disparó un tiro de bláster a quema ropa.
Dos de los soldados agarraron a Jamira por debajo delos brazos y lo empujaron a uno de los edificios del lado norte de la calle, un restaurante con mesas en las ventanas y una barra contra la pared del fondo. Allí, otros soldados que disparaban desde las ventanas tenían campos de fuego claros y podían alcanzar con sus disparos a cualquier perseguidor. Lowie y Jaina cubrieron la retirada, bloqueando un disparo tras otro con sus sables de luz antes de entrar con un salto mortal hacia atrás por las ventanas.
La sala estaba llena de las personas aturdidas, la mayoría de ellos civiles tendidos sobre las mesas. Jaina reconoció a Pwoe sobresaliendo de pie entre ellos, con el rostro ensangrentado y un tentáculo rebanado pulcramente por un insectocortador.
Los yuuzhan vong todavía estaban luchando, intentando entrar en los edificios. Jaina y Lowbacca escogieron cada uno un ventanal, lanzando tajos y bloqueos a través de la apertura mientras los soldados disparaban continuamente a los asaltantes.
Fue el fuego de los flancos lo que terminó ahuyentando a los asaltantes. Los yuuzhan vong habían emboscado sólo a la primera mitad del convoy de regreso. La parte trasera de la columna estaba en su mayoría intacta, aunque incapaz de maniobrar con sus deslizadores por encima de la bestia de carga muerta que bloqueaba el camino. En lugar de eso, el coronel Tosh, a cargo de la retaguardia, hizo salir a sus soldados de los deslizadores y los envió subiendo al ijar macizo del quednak muerto. Desde su cúspide los soldados comenzaron a descargar una densa ráfaga de fuego hacia la calle, un fuego lo bastante intenso para causar que los yuuzhan vong retrocedieran a los edificios del lado sur de la calle.
Jaina apagó su sable de luz y tomó una profunda bocanada de aire. Estaba asombrada de lo rápido que se habían torcido las cosas.
El tiempo se estaba agotando. Y con él, se perdían vidas.
El general Jamira se puso en pie, jadeando en busca de aliento, apoyándose con un brazo contra una pared mientras hablaba en su unidad de comunicaciones. La sangre manchaba su armadura corporal blanca. Alzó la vista.
—¿Qué hay detrás de nosotros? —dijo—. ¿Podemos volver hacia el norte, y luego reunirnos con los deslizadores?
Uno de los soldados hizo un chequeo rápido, y luego regresó.
—Es arbolado espeso, señor —informó—. Los deslizadores no podrán atravesarlo, pero nosotros podríamos avanzar por él a pie.
—Negativo. —Jamira negó con la cabeza—. Perderíamos toda nuestra cohesión en el bosque y los vong nos darían caza fácilmente. —Se volvió para mirar al exterior por el destrozado ventanal delantero—. Tenemos que volver de algún modo a los deslizadores, y entonces tomar otra ruta para rodear la barricada. —Tenía mal aspecto, y presionaba con su mano una herida en el muslo—. Dígale al coronel Tosh que tiene que darnos fuego de cobertura cuando salgamos. Pero de todas formas perderemos muchos hombres cuando todo el mundo salga a la calle.
Jaina se dio cuenta de que su comunicador estaba pitando reclamando su atención. Contestó.
—Aquí Solo.
—Al habla el coronel Fel. ¿Estás en dificultades? Los demás Jedi parecen pensar que sí.
El alivio vibró a través de Jaina al escuchar el sonido de la voz de Jag, aunque al alivio le siguió inmediatamente la turbación ante su intensidad. Ella se esforzó por mantener la voz calmada y marcial al contestar.
—La columna ha caído en una emboscada y ha sido diezmada —dijo—. ¿Cuál es tu situación?
—Estoy en órbita con el Escuadrón Soles Gemelos. Estamos en estado de espera, esperando a que tú y Lowbacca os reunáis con nosotros. Ha aparecido una flota enemiga y la situación se ha puesto seria. Es indispensable que la fuerza de desembarco regrese a órbita lo más pronto posible.
—No me digas —soltó Jaina, su alivio desvaneciéndose ante el molesto tono pomposo de Jag.
—Permaneced a la espera —dijo Jag—. Dirigiré a los escuadrones en un pase de bombardeo y con nuestro fuego os abriremos un camino de salida de allí.
—Negativo —dijo Jaina—. Los vong están justo al otro lado de la calle, demasiado cerca. Vuestro fuego nos alcanzaría, y tenemos civiles aquí.
—Aún puedo ser capaz de ayudar. Permaneced a la espera.
—¡Jag —dijo Jaina—, tienes demasiados novatos! ¡No serán capaces de mantener el blanco! ¡Van a acabar con cientos de civiles, por no mencionar al resto de nosotros!
—Manténgase a la espera, Líder Gemelo —dijo Jag, insistente.
La molestia ganó finalmente al alivio. Jaina miró exasperada al general Jamira.
—¿Ha oído usted eso, señor?
Jamira asintió.
—Aun cuando no pueda realizar una pasada abriendo fuego, los cazas mantendrán a raya a los vong. Esperaremos.
—¡General! —la imponente voz de Pwoe resonó desde el fondo de la sala—. ¡Esto es una absoluta locura! ¡Exijo que usted me permita negociar una rendición para estas personas antes de que esos pilotos de gatillo fácil nos vuelen a todos en pedazos!
El quarren avanzó cojeando. Jamira se enfrentó a a él, irguiéndose, e hizo una mueca de dolor al cargar el peso sobre su pierna herida.
—Senador —dijo. Me haría usted un favor si permaneciera en silencio. Usted no está al mando aquí.
—Usted tampoco, según parece —dijo Pwoe—. Su única esperanza, y la esperanza de todos bajo su mando —con sus manos esposadas hizo un gesto que abarcaba a los soldados, los civiles, y los prisioneros— es una rendición táctica. Yo emprendería las negociaciones completamente bajo mi propio riesgo.
Una rendición táctica.
Jaina quedó sorprendida por la voz sarcástica de Thrackan proviniendo del fondo de la sala. Su primo se levantó de la silla que ocupaba y avanzó cojeando. Pudo ver que los grandes músculos de su espalda también habían sido abiertos por un insectocortador.
—Hasta ahora había pensado que los Jedi eran los sacos de gas más pomposos y molestos de la creación —dijo Thrackan—. Pero eso era antes de conocerle a usted. Usted se lleva el premio al fiasco más absurdo, vanidoso y prolijo que yo jamás haya visto. Y por encima de eso... —Miró fijamente y de cerca a los indignados ojos de Pwoe—. ¡Por encima de eso, señor, es usted un pez! ¡Así que siéntese y cállese, antes de que le lance un arpón!
Pwoe se puso en pie, tenso.
—Su despliegue de groseros prejuicios es...
Thrackan le hizo callar ondeando su mano.
—Ahórreselo, Jefe. Nadie está escuchando ahora sus discursos. Ni lo volverán a hacer jamás, creo yo.
Pwoe devolvió la intensa mirada de Thrackan por un largo momento, y entonces su mirada cayó, y se retiró. Entonces Thrackan volvió su rostro ceñudo a los demás: Jaina, Jamira, y el resto.
—Yo no soy un colaboracionista vong, no importa lo todos ustedes piensen. Y no estoy dispuesto a permitir que un imbécil subacuático nos venda al enemigo.
Con un aire de doloroso triunfo, Thrackan se arrastró a su asiento.
Desde lo alto llegó el peculiar rugido chasqueante de un caza desgarrador, pasando lentamente sobre ellos. Jaina podía imaginar a Jag en el asiento del piloto, volando con el desgarrador invertido para conseguir una vista buena de la escena que tenía debajo. Cuando la voz de Jag volvió, parecía pensativa.
—¿Nuestras fuerzas están en el lado norte?
—Sí, pero...
—Los yuuzhan vong se están reagrupando... lanzarán otro ataque dentro de unos minutos. Comenzaré una pasada de bombardeo con nuestros dos escuadrones para romper el ataque. Dile a tu gente que permanezca a cubierto, y que esté lista para correr.
—¡No! —dijo Jaina—. ¡Conozco a mis pilotos novatos! ¡No tienen la experiencia necesaria!
—Mantente a la espera, Líder Gemelo. Y diles a esos soldados que están de pie sobre el animal muerto que se pongan a cubierto.
Jaina casi tiró el comunicador al suelo por la frustración. En lugar de eso, lanzó una mirada desesperada al general Jamira, que la estaba mirando con expresión ceñuda, pensativa. Jamira se llevó su propio comunicador a los labios.
—Los cazas están a punto de dar una pasada. Todo el mundo debe buscar refugio seguro, y prepararse para correr hacia los deslizadores a mi orden. Tosh, saque a su gente de esa criatura y regrese bajo los escudos de los deslizadores.
Y entonces, con dignidad cansada, silenciosa, general Jamira tomó refugio bajo una mesa. Los demás en la sala hicieron lo que pudieron para imitarle.
El rugido de los cazas flotó a través de los ventanales rotos. Jaina, que permanecía en pie, caminó al ventanal y echó una rápida mirada al exterior.
Negro contra el cielo occidental, podía verse el escuadrón Chiss, con sus naves volando casi tocándose las alas, escalonadas detrás del líder en una especie de media cuña.
Por supuesto, pensó Jaina con admiración. Jag Fel estaría en cabeza, volando a lo largo de una línea invisible por el campo de batalla entre los yuuzhan vong y las tropas de la Nueva República. Los otros estaban escalonados hacia el lado vong de la línea; mientras mantuvieran su alineación con respecto al líder, su fuego no podría alcanzar fuerzas aliadas.
Los cañones láser del líder Chiss empezaron a destellar, y luego los de los otros. Los disparos cayeron sobre la calle y los tejados de los edificios del otro lado, un martilleo de lluvia de alta energía. Jaina se agachó bajo la mesa más cercana y encontró que Lowie ya ocupaba la mayoría del espacio.
—¿Sabes? —dijo ella—, a veces Jag realmente es...
Su pensamiento quedó inconcluso. La primera oleada pareció chupar el aire de los pulmones de Jaina, y luego lo transformó en luz y calor que Jaina pudo sentir en sus huesos largos, su hígado, bazo e intestino.
Veintiuna detonaciones más siguieron a la primera conforme los Chiss descargaban. Lo que podía quedar de los ventanales del restaurante explotó hacia dentro. Tormentas de polvo entraron en tromba desde la calle, junto con pedazos de ruinas. Y entonces hubo un silencio roto sólo por el zumbido en las orejas de Jaina.
Lentamente se dio cuenta de que su comunicador le estaba hablando. Se lo llevó a los labios.
—¿Puede repetir?
—Mantened vuestras posiciones —dijo la débil voz—. Ahora vienen los Soles Gemelos.
Tesar estaría en la posición del líder, con resto escalonado en la misma formación que Jag había usado. Jaina no tenía miedo de que ningún disparo saliera desviado.
—¡Mantened vuestras posiciones! —ordenó Jaina—. ¡Viene otra oleada!
Esta vez hubo dieciséis pasadas, dos de cada uno de los alas-X restantes. Jaina tosió cuando oleada tras oleada de polvo entraba por los ventanales.
De nuevo se hizo el silencio, roto sólo por el sonido de cascotes cayendo de los edificios de enfrente. Mientras pestañeaba para quitarse el polvo de las pestañas, Jaina pudo ver al general Jamira alzarse dolorosamente de su posición bajo una de las mesas, y entonces llevarse el comunicador a los labios.
—¡Soldados, tomad posiciones para cubrir a los civiles! ¡Todos los no combatientes a los deslizadores... y que el resto de nosotros los sigan!

sábado, 8 de mayo de 2010

Ylesia (XVI)

Jacen llegó jadeante al puente del Ralroost para encontrar al almirante Kre'fey realizando ya sus movimientos de apertura. Una flota enemiga había saltado del hiperespacio, y Kre'fey estaba poniendo sus propias naves entre los yuuzhan vong y las fuerzas de tierra en Ylesia.
—Bienvenido, Jacen —dijo el bothano de pelaje blanco, con sus ojos aún fijos en la pantalla holográfica que mostraba las posiciones relativas de las flotas—. Ya veo que has descubierto que hay una nueva complicación.
—¿Cuántos? —dijo Jacen.
—Sus fuerzas son aproximadamente iguales a las nuestras. Pero demasiado de nuestro personal es inexperto, y preferiría no entablar combate. —Levantó sus ojos de la pantalla—. Afortunadamente mi adversario parece no tener ninguna prisa para empezar una lucha.
Realmente éste era el caso. Los yuuzhan vong no se estaban moviendo para atacar, sino que en lugar de eso simplemente estaba flotando fuera la sombra de masa de Ylesia.
—¿Puede darme un caza —preguntó Jacen.
—Me temo que no. Nuestros hangares de cazas sólo transportan naves operativas, con sus pilotos... no llevamos naves de repuesto.
La frustración inundó a Jacen cuando la atención de Kre'fey volvió de nuevo a la pantalla.
—Ah —dijo el almirante—. Mi adversario está realizando un movimiento.
Los yuuzhan vong habían destacado una parte de sus fuerzas y las estaban extendiendo por un flanco, tal vez intentando una maniobra envolvente parcial.
—Fácilmente contrarrestable —dijo Kre'fey, y pidió a una de sus propias divisiones que se extendiera por su propio flanco, imitando con precisión el movimiento enemigo.
Jacen daba vueltas por la sala en un pequeño círculo, enfadado con su propia inutilidad. Consideró la posibilidad de volver a su ala-X y volar a Ylesia para ayudar a Jaina, y entonces recordó que su nave herida no sería un recurso, sino un impedimento; ella tendría que destacar pilotos para cuidarlo, pilotos que tendrían usos mucho mejores en un enfrentamiento que escoltar a una nave lisiada.
Finalmente se rindió al hecho de que iba a pasar el resto de la batalla a bordo del Ralroost.
Jacen encontró una esquina del puente fuera del camino del resto de la gente y permitió que la fusión Jedi reflotase a la superficie de su mente. Si no podía ser directamente de utilidad en la batalla que se avecinaba, al menos podría enviar fuerzas y apoyo a sus camaradas.
Jaina y Lowbacca, pudo notarlo, estaban en movimiento, corriendo hacia sus cazas. Los otros Jedi estaban esperando en sus cabinas, esperando a que la batalla empezase. Jacen podía sentirlos relacionándose entre si, una serie de mentes resueltas enfocadas en el enemigo.
A través de la fusión, sintió que la flota de los yuuzhan vong hacía otro movimiento, otra división que se desplazaba hacia el flanco, extendiéndose más lejos en el espacio. Sólo medio minuto después escuchó al personal de Kre'fey anunciar el movimiento, seguido por la réplica del almirante bothano.
Los yuuzhan vong seguían moviéndose hacia el flanco. Y Jacen empezó a preguntarse por qué.

viernes, 7 de mayo de 2010

Ylesia (XV)

Maal Lah soltó un rugido de triunfo cuando los cazas que patrullaban aceleraron súbitamente y apuntaron con sus morros al cielo. La llegada de una flota yuuzhan vong les había dado a los infieles cosas mejores que hacer que el surcar el aire sobre la Ciudad de la Paz.
Era tiempo para enfrentarse al enemigo, pero Maal Lah sabía que la batalla estaba perdida en el centro de la ciudad. No serviría de nada reforzar el fracaso de la Brigada de la Paz.
Otro curso de acción era recomendable. El comandante también sabía donde estaban actualmente las fuerzas de la Nueva República. Sabía que, eventualmente, tendrían que retirarse a sus de desembarco fuera de la ciudad.
Haría su matanza entre estos dos lugares. Y, convenientemente, los establos de los quednak estaban cercanos.
Llamó a través del villip de hombro que comunicaba con sus guerreros.
—¡Nuestra hora ha llegado! —dijo—. ¡Avanzaremos para enfrentarnos al enemigo!

jueves, 6 de mayo de 2010

Ylesia (XIV)

Los grandes rayos cortantes de los láseres de los ingenieros estaban cortando en pedazos la puerta de la bóveda. Jaina se encogió protegiéndose de la fuerte luz y el calor. Podía sentir el pánico al otro lado de las puertas de la bóveda, pánico y llamaradas de desesperada preparación de aquellos que se aprestaban para una resistencia sin esperanza. Unos cuantos disparos de bláster salieron desde el interior de la bóveda desgarrada, pero los láseres estaban escudados y los blásteres no les hicieron el menor daño.
Jaina miró a los soldados preparados para atacar el búnker del Senado, y pensó que ésa era mucha potencia de fuego para dominar a un grupo que podría no estar más preparado para resistirse a la captura que su ejército o su flota. Encontró al general Jamira y le saludó marcialmente.
—Señor, me gustaría ser la primera en entrar en la bóveda. Creo que puedo conseguir que se rindan.
Jamira apenas tardó un segundo en considerar la demanda.
—No voy a decirle a un Jedi que no puede ser el primero en entrar a una situación delicada —dijo—. He visto lo que vuestra gente puede hacer. —Asintió con la cabeza—. Pero asegúrate de pedir ayuda si la necesitas.
—Lo haré, señor.
Se cuadró ante el general un saludo y retrocedió a paso ligero hasta la puerta de la bóveda. Casi habían acabado de cortarla. La duraleación fundida se había solidificado en el suelo de la antesala formando una especie de cascada. Jaina estaba de pie junto a Lowbacca, quien le miró significativamente mientras desenganchaba su sable de luz. Jaina sonrió abiertamente. Sin decir una palabra, él había mostrado que entendía su plan, y que lo aceptaba.
Jaina encendió su propio sable de luz en cuanto el láser terminó su corte final. Con un empujón de la Fuerza, empujó el último pedazo corto y grueso de la puerta de la bóveda hacia el interior, dónde cayó resonando en el suelo. Del agujero surgieron brillantes disparos de bláster, y alguien de dentro gritó:
¡Fuera, márchense!
Jaina saltó a través de la puerta de cabeza, giró sobre sí misma en un salto mortal, y cayó de pie. Los disparos de bláster salieron chispeando hacia ella, permitiéndole a Lowbacca seguirla por el agujero sin que le apuntasen.
El cuarto era de duracemento desnudo, sin mobiliario y con pocos adornos: los senadores de la Brigada de la Paz estaban agrupados en las esquinas, protegiéndose de aquellos que estaban determinados a luchar por su libertad. Las saetas de bláster vinieron a Jaina rápidas y en gran cantidad. Ella saltó hacia el tirador más cercano, parando el disparo de bláster con su sable de luz. Las saetas rebotaron contra las duras paredes y el techo, y alguien gritó al ser alcanzado. El tirador era un gran jenet, y gruñó a Jaina cuando ella se acercó a él.
Ella rebanó el bláster en dos pedazos con su sable de luz, y luego dio un puntapié al jenet en los dientes con una patada ascendente. Continuó con un gancho de talón que hizo caer al jenet al suelo.
Ella vio a Lowbacca agarrar a otro par de tiradores, una pareja de ganks que luchaba por liberarse, e hizo chocar sus cabezas entre sí. Los senadores de la Brigada de la Paz se escabulleron y se agruparon buscando cobertura. Surgieron nuevos disparos de bláster, y Jaina rechazó la saeta, enviándola de vuelta a la rodilla de la tiradora. La Fuerza impulsó en un salto para cubrir la distancia de seis metros que la separaba de la tiradora ishi tib, y entonces le arrancó el bláster de la mano de una patada; luego la Fuerza asió el bláster y lo aplastó contra la cara de otro tirador. Su propio disparo salió fuera de control hacia la muchedumbre de senadores, y se escuchó un grito. Lowbacca saltó sobre él desde atrás y le golpeó en la cabeza con una maciza mano peluda.
Se hizo el silencio, excepto por los sollozos de uno de los heridos. El cuarto apestaba a la descarga de ozono de las armas. Soldados acorazados de la Nueva República empezaron a entrar en el cuarto, con sus armas dirigidas hacia los brigadistas.
Jaina blandió su sable de luz por encima del grupo que se agazapaba, con su fuerte zumbido resonando en la pequeña sala, y exclamó:
—¡Ríndanse! ¡En nombre de la Nueva República!
—Al contrario —dijo una voz imponente—. En nombre de la Nueva República, yo le ordeno a usted que se rinda.
Jaina miró con sorpresa a la figura alta y cubierta con una capucha que se alzó de un grupo apretado de brigadistas, a la cabeza en forma de flecha y los tentáculos faciales que se retorcían.
—¿Senador Pwoe? —dijo con sorpresa.
Jefe de Estado Pwoe —corrigió el quarren—. Cabeza de la Nueva República. Estoy presente en Ylesia para negociar un tratado de amistad y ayuda mutua con la República Ylesiana. Ordeno a las fuerzas de la Nueva República cesar estos actos de agresión contra un régimen aliado amistoso.
Eso le había tomado a Jaina tan desprevenida que soltó una risa de sorpresa. Pwoe, un enemigo confeso de los Jedi, había sido un miembro del Consejo Asesor de Borsk Fey'lya. Cuando Fey'lya murió en la derrota de Coruscant, Pwoe se había declarado Jefe de Estado y había empezado a emitir órdenes al gobierno y el ejército de la Nueva República.
Podría haber seguido con ello no se hubiera sobrepasado con su juego. Cuando el Senado se reconstituyó en Mon Calamari —irónicamente, el mundo natal de Pwoe—, este emitió una orden en solicitando a Pwoe y los demás senadores que se unieran con ellos. En lugar de obedecer, Pwoe había emitido una orden al Senado requiriéndole unirse a él en Kuat.
El Senado se sintió ofendido, privó formalmente a Pwoe de cualquier poder, y dirigió su propia elección para Jefe de Estado. Posteriormente —y después de buena cantidad de los tejemanejes usuales—, fue elegido el pro-Jedi Cal Omas. Desde entonces, Pwoe había estado viajando de una parte de la galaxia a otra, intentando reunir su cada vez menos numeroso grupo de partidarios.
—Este tratado de paz es vital para los intereses de la Nueva República —siguió Pwoe—. Esta típica violencia Jedi está a punto de estropearlo todo.
La sonrisa de Jaina se ensanchó. Al parecer Pwoe se había vuelto tan desesperado que había decidido que sólo podría recobrar su prestigio y sus seguidores si regresaba a Mon Calamari ondeando un acuerdo de paz.
—Lamento mucho perturbar cualquier tratado importante —dijo ella—. ¿Tal vez preferiría caminar fuera y hablar con el general Jamira?
—Eso no será necesario. Yo ordeno al general y al resto de ustedes que abandonen Ylesia de inmediato.
La ishi tib, yaciendo a los pies de Jaina, comenzó a moverse gradualmente tratando de liberar un arma oculta en algún lugar de sus ropajes. Jaina le pisó la mano. El movimiento cesó.
—Creo que debería hablar con el general —dijo ella, y se volvió a la docena de soldados que habían estado entrando calladamente en el cuarto en el transcurso de esta conversación—. Por favor, escolten al senador Pwoe junto al general.
Dos soldados acorazados avanzaron, uno a cada lado de Pwoe, le asieron de los brazos, y comenzaron a llevarle hacia la puerta de la bóveda.
—¡Quítenme las manos de encima! —bramó—. ¡Yo soy su Jefe de Estado!
Jaina miró como Pwoe era llevado aparte. Entonces se agachó para incautar a la ishi tib su bláster oculto, y se alzó para dirigirse al resto de los brigadistas.
Y en cuanto al resto de ustedes —levantó la voz—, salgan de la sala en fila de a uno, con las manos a la vista.
Los soldados registraron y examinaron a los brigadistas, y luego los esposaron, antes de permitirles salir de la bóveda. Los ingenieros entraron y empezaron a preparar explosivos para destruir el búnker una vez hubiera sido evacuado. Jaina y Lowbacca esperaron en el cuarto desnudo conforme los brigadistas iban saliendo lentamente.
Los dos notaron al mismo tiempo el cambio en la fusión Jedi, la inmensa y súbita sorpresa ante la aparición de un nuevo enemigo.
Ahora es cuando todo sale mal. El pensamiento resonó en el fondo de la mente de Jaina.
Miró a Lowbacca, y supo que el wookiee compartía el conocimiento de que su tiempo en tierra había acabado.

lunes, 3 de mayo de 2010

Ylesia (XIII)

Jacen y Vale llevaron sus renqueantes alas-X a bordo del Ralroost, el buque insignia de Kre'fey. Para cuando Jacen desactivó la potencia del caza, ya sabía que las fuerzas de la Brigada de la Paz habían caído como un castillo de naipes, tanto en el espacio como en la tierra, y que las fuerzas de la Nueva República estaban extrayendo a los últimos de sus líderes fuera de su búnker.
Aquellos que no tenían nada en común salvo la traición, pensó, no tenían ninguna razón para confiar entre sí o luchar en nombre de los otros. No había ninguna ideología unificadora salvo la codicia y el oportunismo. No era probable que ninguna de esas dos cosas creara solidaridad.
Se dejó caer en la cubierta, respirando aliviado por que la incursión había sido un éxito. Había sido idea suya capturar a las cabezas del gobierno ylesiano, y culpa suya que Jaina se hubiera ofrecido voluntaria para ir con las fuerzas de tierra. Si la misión hubiera salido mal, él habría sido doblemente responsable.
Jacen primero comprobó a Vale para asegurarse de que ella estuviera bien, y luego inspeccionó sus alas-X. Los dos requerirían tiempo en una bahía de mantenimiento antes de que pudieran volar de nuevo.
—¿Jacen Solo? —Un oficial bothano, de grado inferior, se acercó y saludó—. El almirante Kre'fey pide su presencia en el puente.
Jacen miró a Vale, y luego volvió a mirar al oficial.
—Desde luego —dijo—. ¿Puede la teniente Vale unirse a nosotros?
El bothano consideró la pregunta, pero Vale se apresuró a dar su propia respuesta.
—Eso no es necesario —dijo—. Los almirantes me ponen nerviosa.
Jacen asintió, luego siguió al bothano fuera de la bahía de atraque hacia la parte delantera de la nave.
Y entonces sintió que el universo se retardaba como si el mismo tiempo hubiera sido alterado. Era consciente del mucho tiempo que le parecía costar a su pie para alcanzar el suelo, consciente del largo espacio entre los latidos de su corazón.
Algo acababa de cambiar. Jacen permitió que la fusión Jedi que había estado calladamente asentada en algún cuarto trasero de su mente volviera al frente, y sintió sorpresa y consternación en las mentes de los otros Jedi, una confusión que pronto fue reemplazada por austera resolución y cálculo frenético.
El pie de Jacen tocó cubierta. Él tomó una respiración. Era consciente de que una flota yuuzhan vong acababa de entrar en el sistema, y que su plan para la Batalla de Ylesia acababa de fallar terriblemente.
—Creo que será mejor que nos demos prisa —le dijo al sobresaltado teniente bothano, y empezó a correr.

Ylesia (XII)

Maal Lah reprimió el instinto de agacharse cuando otro vuelo de cazas enemigos pasó rugiendo sobre su cabeza. El villip que tenía en las manos conservaba la tétrica imagen del ejecutor muerto que había usado para intentar tomar el mando de los inútiles guardaespaldas del presidente Sal-Solo, y al que la Guardia Presidencial había asesinado en lugar de obedecerle.
Los cobardes serían arrojados a un pozo y aplastados por bestias de carga, se prometió.
El damutek criado en las afueras de la capital para albergar sus tropas había sido destruido al comienzo del ataque, por suerte después de haber evacuado sus guerreros. Pero desde entonces se habían visto obligados a permanecer a cubierto, arrinconados por los malditos cazas que patrullaban sobre ellos a escasa altitud. La cobertura de cazas había sido tan pesada que Maal Lah había sido incapaz de enviar siquiera algunos de sus guerreros hacia el centro de la ciudad para defender el gobierno de la Brigada de la Paz.
Había recibido noticias de que la flota se había rendido; más candidatos para el pozo y las bestias de carga, pensó Maal Lah. Su propia pequeña fuerza aérea al menos había caído luchando. Y ahora, sospechaba que el gobierno de Ylesia estaba a punto de caer en manos del enemigo.
Pero incluso considerando esas circunstancias, Maal Lah se encontraba satisfecho. Sabía que las fuerzas de la Nueva República estaban a punto de encontrarse con una sorpresa, y que la sorpresa debería acabar con la pesada cobertura de cazas.
Y una vez que pudiera mover con seguridad a sus guerreros, habría más sorpresas esperando a los invasores de la Nueva República.
Y muchos sacrificios de sangre para los dioses de los yuuzhan vong.

domingo, 2 de mayo de 2010

Ylesia (XI)

—Me pregunto si puedes recordar cuando me tuviste prisionera a mí —dijo Jaina alegremente.
Thrackan Sal-Solo intentó formar una sonrisa.
—Eso fue todo un malentendido. Y hace tiempo.
—¿Sabes qué...? —Jaina inclinó su cabeza y fingió estudiarlo—. Creo que pareces más joven sin la barba.
El general Tigran Jamira, el comandante de la fuerza de desembarco, llegó rápidamente en su vehículo de mando, se alzó de su asiento, y miró cuidadosamente a Thrackan.
—¿Dices que éste es el presidente de la Brigada de la Paz? —preguntó.
—Éste es Thrackan, desde luego. —Jaina miró a la mujer de cabello negro que había estado con Thrackan—. No sé quién es ella. Su novia, quizá.
Thrackan pareció un poco indignado.
—Es la taquígrafa que el gobierno me asignó.
Jaina miró a la mujer y su fría mirada y sus luminosos dientes blancos, y pensó que los ayudantes administrativos parecían ciertamente carnívoros estos días.
Thrackan se acercó al general y adoptó un tono dolido.
—Aquí se está consumando una venganza familiar, ¿sabe? —Señaló a Jaina—. Se me está echando encima por algo que pasó hace años.
El general Jamira miró fríamente a Thrackan.
—¿De modo que usted no es el presidente de la Brigada de la Paz?
Thrackan abrió los brazos.
—¡Yo no me ofrecí para el trabajo! ¡Fui secuestrado! ¡Los Vong se estaban desquitando conmigo por matar a tantos de ellos en Fondor!
Lowbacca, que había estado escuchando, emitió una compleja serie de gemidos y aullidos, y Jaina tradujo.
—Dice "¿Se vengaron haciéndote presidente? Si hubieras matado más de ellos, ¿te habrían hecho emperador?"
—Son diabólicos —dijo Thrackan—. ¡Es una venganza muy elaborada! —Señaló con un dedo la parte baja de su espalda—. ¡Me destrozaron el riñón! Aún está magullado... ¿queréis verlo? —dijo, comenzando a sacarse la camisa.
Jaina se volvió al comandante.
—General —dijo—, yo pondría a Thrackan en el primer deslizador que vaya a la ciudad. Él puede guiarnos a nuestros objetivos. —Se volvió a su primo y parpadeó—. Querrás ayudarnos, ¿verdad? Dado que no eres miembro de la Brigada de Paz después de todo.
—¡Soy un ciudadano de Corellia! —insistió Thrackan—. ¡Exijo protección de mi gobierno!
—Realmente ya no eres un ciudadano —dijo Jaina—. Cuando el Partido de Centralia supo que habías desertado, te expulsaron y te sentenciaron en tu ausencia, y confiscaron tus propiedades y...
—¡Pero yo no deserté! Yo...
—De acuerdo —dijo el general Jamira—. Irá en el primer deslizador. —Miró a la compañera de Thrackan—. ¿Qué hacemos con la mujer?
Jaina la miró, reflexionó por un instante, y actuó. En un par de segundos tenía la muñeca de la mujer perfectamente sujeta y le había confiscado su bláster oculto.
—Yo le pondría grilletes aturdidores —dijo Jaina, y le dio el bláster al general Jamira.
—¿Cómo supiste que estaba armada?
Jaina miró a Dagga Marl, pensó acerca de por qué había tomado esa decisión.
—Porque estaba de pie como una mujer que tenía un bláster oculto —decidió.
Dagga, con la muñeca sujeta y el codo alzado sobre la cabeza, gruñó a Jaina desde debajo de su brazo. Unos soldados vinieron para esposarla y ponerla bajo custodia.
—Pongámonos en marcha —dijo Jamira.
Jaina dirigió a Thrackan al primer deslizador y lo sentó delante, al lado del chófer. Ella desplegó un asiento supletorio y se sentó directamente detrás de él.
La operación estaba yendo mejor de lo que ella había esperado. Jamira había hecho aterrizar allí a la mayor parte de sus fuerzas, para dirigirse desde allí a la Ciudad de la Paz, pero había estacionado fuerzas de bloqueo en todas las rutas de salida de la capital para atrapar a cualquier brigadista que intentase huir. La lucha en la atmósfera había retrasado las cosas un poco, pero también servido para deshacerse de las únicas naves yuuzhan vong del sistema. Sin embargo, una punzada de alerta seguía recorriendo los nervios de Jaina. Todabía había cantidad de cosas que podrían salir mal.
Se volvió a Thrackan.
—Ahora, pórtate bien y haznos saber dónde va a ser la primera emboscada por vuestra parte —dijo.
Thrackan no se molestó en devolverle la mirada.
—Claro. Como si me lo hubieran dicho.
La primera emboscada tuvo lugar llegando al centro de la ciudad, soldados de la Brigada de la Paz disparando desde lo alto de los edificios de techo plano sobre los deslizadores que pasaban por debajo. Disparos de blaster y proyectiles de lanzacohetes portátil levantaron chispas contra los escudos de los deslizadores, y los soldados de a bordo devolvieron el fuego con las armas pesadas montadas en los vehículos.
Jaina, agachada detrás de la cobertura por si acaso algo conseguía atravesar los escudos, miró a su primo, que estaba agachado igualmente, y dijo:
—¿Quiere ordenarles que se rindan, Presidente?
—Oh, cállate.
Jaina encendió su sable de luz y corrió a toda velocidad al edificio más cercano, un bloque de oficinas de dos pisos. Lowbacca le seguía los talones. En lugar de irrumpir por una puerta, que era lo que los defensores estarían esperando, Jaina abrió de un tajo un ventanal destrozado y se lanzó a través del hueco.
No había Brigadistas de la Paz, pero había una mina preparada para destruir a cualquiera que entrase a través de la puerta. Jaina la desarmó pulsando un botón, y luego cortó el alambre que la conectaba a la puerta, para mayor seguridad.
Lowbacca ya estaba rugiendo mientras subía los escalones, con su sable de luz como un brillante destello en las oscuras escaleras. Jaina lo siguió a la salida del tejado, que él abrió de un golpe con un gran hombro peludo.
Fuera lo que fuese lo que la docena de defensores en el tejado estuviera esperando, no era un Jedi Wookiee. Le dispararon unos cuantos disparos, que él desvió con su sable de luz, y entonces, antes de que Jaina apareciese siquiera, huyeron, dejando caer sus armas y amontonándose en el andamiaje de madera que soportaba una parte del edificio que estaba siendo reforzada. Lowbacca y Jaina cargaron contra ellos y fueron recompensados con la visión de algunos de los enemigo cayéndose simplemente del edificio en su prisa por escapar. Cuando Jaina y Lowbacca alcanzaron el andamiaje, con los ocho o nueve soldados que todavía se aferraban a él y bajaban a la calle, Jaina miraba Lowbacca y sonrió abiertamente, y supo por su sonriente respuesta que él compartía su idea.
Rápidamente los dos rebanaron las ataduras que sostenían el andamio al edificio, y entonces —con los músculos de Wookiee de Lowbacca y un poco de ayuda de la Fuerza— empujaron para hacer caer el andamiaje. Los brigadostas cayeron a tierra en mitad de un estallido de madera astillada y fueron rápidamente rodeados por más de los soldados de Jamira, que se habían apresurado a rodear la emboscada para flanquearlos.
Jaina alzó la mirada. El enemigo en el tejado contiguo todavía estaba disparando a los deslizadores de debajo, ignorantes de que sus camaradas habían sido capturados.
Ella y Lowbacca habían trabajado juntos tanto tiempo que no necesitaban hablar. Retrocedieron diez pasos desde el borde, se volvieron, y corrieron a toda velocidad hacia el parapeto. Jaina puso un pie en el borde y saltó, ayudándose con la Fuerza para lograr un aterrizaje silencioso en el tejado.
La escuadra de brigadistas les estaba dando la espalda, mientras seguía disparando a la calle de debajo. Jaina agarró a uno por los tobillos y lo arrojó por encima del borde, y Lowbacca empujó a otro por encima del parapeto de un simple puntapié. Jaina se volvió al más cercano cuando este comenzaba a reaccionar, cortó por la mitad su rifle bláster con su sable de luz, y luego le golpeó en la cara con la empuñadura de su arma. Él se desplomó inconsciente sobre el parapeto. Lowbacca desvió un disparo que apuntaba a Jaina, y luego tomó el rifle con la punta de su sable de luz y lo lanzó por los aires. Jaina usó la Fuerza para guiar el rifle volante en un rumbo de colisión con la nariz de otro brigadista, lo que dio a Lowbacca tiempo para arrojar a su enemigo desarmado a la calle de debajo.
Esó calmó sus ardores de combate, y el resto se rindió. Jaina y Lowbacca arrojaron las armas incautadas a la calle y se volvieron hacia un escuadrón de soldados de la Nueva República que llegó en tropel subiendo las escaleras.
El tiroteo había acabado. Jaina miró al frente para ver los grandes y nuevos edificios del centro de la ciudad. No veía ningún motivo para regresar al deslizador; podría guiar a los milittares a sus objetivos desde su posición ventajosa en los tejados. Se inclinó sobre el parapeto e hizo una señal al general Jamira de que seguiría avanzando por los tejados. Él asintió, mostrando que lo había comprendido.
Jaina y Lowbacca volvieron a tomar carrerilla y saltaron al siguiente tejado, comprobando el edificio por todos los lados para estar seguros de que no había ninguna emboscada acechando en las sombras. Luego saltaron al siguiente edificio, y luego al siguiente.
Al otro lado de este último se encontraba lo que probablemente pretendía ser una ancha e impresionante avenida, pero que por el momento consistía en una embarrada excavación medio llena de agua. El aire olía como una charca estancada. Más allá de algunos grandes edificios que serían suntuosos una vez acabados, Jaina sabía por la información de su misión que un gigantesco refugio había sido excavado tras el mayor de los edificios, la sede del Senado, y posteriormente cubierto por la vegetación de lo que se suponía que era un parque.
Toda la extensión estaba desierta. De varias zonas del horizonte subían columnas de humo. Jaina invocó a la Fuerza en su mente y sondeó el espacio ante ella. Los demás en la fusión de la Fuerza, sintiendo sus intenciones, le enviaron energía y la ayudaron en la percepción.
La distante calidez de otras vidas brilló en la mente de Jaina. En el edificio del Senado había realmente defensores, aunque se mantenían fuera de la vista.
Enviando agradecimientos a los demás en la fusión de la Fuerza, Jaina enganchó su sable de luz en el cinturón, se lanzó fuera del edificio, y permitió que la Fuerza acolchase su caída sobre el duracero de abajo. Lowbacca la siguió. Volvieron a paso ligero hacia el deslizador de mando del general Jamira. Allí encontraron al general conferenciando con lo que parecía ser un grupo de civiles. Sólo al aproximarse pudo Jaina reconocer a Lilla Dade, una veterana de los Comandos de Page que se había presentado voluntaria para dirigir un pequeño grupo de infiltración en Ylesia a continuación de la batalla y establecer una célula clandestina en la capital enemiga.
—Esta es tu oportunidad —le dijo Jamira.
—Muy bien, señor. —Ella le ofreció un saludo y dirigió a Jaina una sonrisa mientras conducía a su grupo hacia la cercana ciudad desierta.
Jamira se volvió hacia Jaina, que le saludó marcialmente.
—Hay defensores en el edificio del Senado, señor —le informó—. Un par de cientos, creo.
—Tengo suficiente potencia de fuego para volar el Palacio de la Paz a su alrededor —dijo Jamira—, pero preferiría no hacerlo. Podrías ver si puedes conseguir que tu primo hable con ellos para que se rindan.
—Lo haré, señor. —Jaina se cuadró y regresó a paso ligero al deslizador que abría la marcha—. El general tiene un trabajo para ti, primo Thrackan —dijo.
Thrackan le devolvió una agria mirada.
—Haré el mejor uso que pueda de mis dotes diplomáticas —afirmó él—, pero no creo que Shimrra vaya a devolveros Coruscant.
—Ja ja —dijo Jaina, y saltó a bordo del deslizador.
Las fuerzas de Jamira avanzaron al centro de gobierno en un amplio frente, con los repulsoelevadores conduciéndoles sobre la tierra cienagosa y quebrada, y sus armas pesadas apuntando a los edificios a medio terminar. Los cazas cortaban el cielo sobre ellos.
Los deslizadores se detuvieron a doscientos metros del edificio. Jaina miró a lo que le pareció una lona impermeabilizada que cubría un trabajo de construcción, y entonces se dio cuenta de que era el fláccido pellejo de un inmenso hutt. Le dio a Thrackan un golpecito con el codo.
—¿Algún amigo tuyo?
—Nunca lo había visto —dijo Thrackan rápidamente. Según las instrucciones de Jaina, se puso en pie y tomó el micrófono que el comandante del deslizador le ofrecía.
—Al habla el Presidente Sal-Solo —dijo—. Las hostilidades han terminado. Deponed vuestras armas y salid del edificio con las manos a la vista.
Hubo un largo silencio. Thrackan se giró a Jaina y extendió los brazos.
—¿Qué esperabas?
Y entonces se escuchó un súbito tumulto proveniente del edificio del Senado, una serie de gritos y golpes. Jaina sintió que los soldados que la rodeaban agarraban con más fuerza sus armas.
—Repite el mensaje —dijo a Thrackan.
Thrackan se encogió de hombros y comenzó de nuevo. Antes de que hubiera terminado la mitad del mensaje, las puertas se abrieron bruscamente y un enjambre de soldados con armaduras salieron corriendo. Jaina se sobresaltó al reconocer a los yuuzhan vong. Entonces vio que los soldados habían alzado los brazos en señal de rendición , y que no eran vong, sino simplemente gente de la Brigada de la Paz con láminas de imitación de armadura de cangrejo vonduun. Dirigiéndolos había un oficial duros, que se apresuró a acercarse a Thrackan y lo saludó marcialmente.
—Lamento que haya tardado tanto, señor —dijo—. Había algunos yuuzhan vong ahí dentro, administradores, que pensaban que debíamos luchar.
—Bien —dijo Thrackan, y ordenó a los guerreros que se pusieran en manos de las fuerzas de desembarco. Se volvió a Jaina, con mirada fría—. Mis guardaespaldas leales —explicó—. Ya ves por qué decidí escapar por mi cuenta.
—¿Por qué van vestidos con armaduras falsas? —preguntó Jaina.
—Las armaduras reales no dejaban de morderles —dijo cáusticamente Thrackan, y volvió a sentarse.
—Necesitamos que nos conduzcáis al búnker donde se ocultan vuestros senadores —dijo Jaina—. Y a la salida secreta que usarán para escapar.
Thrackan honró a Jaina con otra agria mirada.
—Si hubiera una escotilla de escape de ese búnker —preguntó—, ¿crees que yo estaría aquí?
El búnker resultó tener una gigantesca compuerta a prueba de explosivos, como una caja fuerte. Thrackan, usando el punto de comunicaciones especial en el exterior del búnker para hablar con los del interior, fracasó al intentar convencerles para que salieran.
El general Jamira no se dejó desanimar, ordenando que su compañia de ingenieros descendiera de órbita para volar la puerta del búnker.
Jaina sintió que el tiempo se les escapaba. Hasta ahora ninguno de los retrasos había sido crítico, pero estaban empezando a acumularse.