viernes, 28 de febrero de 2014

Un trato justo (I)

Un trato justo
Paul S. Kemp

Khedryn sentía el interior de su boca como si hubiera pegado un largo lametón a los polvorientos caminos de Punto Lejano. Un pulsante dolor de cabeza le hacía sentir como si alguien estuviera atornillando algo en sus sienes. Entró con paso lento a la cabina de la Buscadora y se deslizó en su asiento.
-¿Cómo te sientes? –preguntó Marr, introduciendo una complicada fórmula en el ordenador de navegación de la Buscadora. Incluso sin la resaca, Khedryn no habría sido capaz de comprender la fórmula. Los números de la pantalla bailaron y él reprimió un ataque de nauseas.
-No tan mal como huelo. –Se olisqueó tentativamente uno de sus sobacos e hizo una mueca cuando la náusea apareció de nuevo-. ¿Es la misma ropa que llevaba puesta anoche?
Marr, absorto en sus datos, murmuró algo demasiado ininteligible para que Khedryn pudiera descifrarlo.
Miró al exterior de la cabina. La Buscadora cruzaba la negrura del espacio, alejándose del pozo de gravedad de Fhost. Los remolinos de las estrellas en la ventana marearon a Khedryn.
-Hay caf en la cocina –dijo Marr-. Puede que te venga bien.
-Gracias. Tal vez luego. Bueno... vuelve a recordarme qué pasó anoche.
Marr pulsó una última tecla y le miró por encima de su hombro, con la superficie de su bronceada frente surcada por arrugas en un gesto interrogante. La parte superior de su cabeza sobresalía del anillo de su cabello claro como el pico de una montaña rodeada por las nubes.
-Jugaste al sabacc, bebiste, y hablaste... estas dos cosas más de lo que hubieras debido. Había oídos por toda la cantina.
El tono de desaprobación del cereano irritó a Khedryn. Trató de pensar en una réplica punzante, pero su abuso del pulkay le había dejado la cabeza demasiado embotada como para que se le ocurriera nada. En lugar de eso, se hundió en su asiento y asumió la realidad.
-Tengo que controlarme un poco. Está empezando a afectar al trabajo. Pero esta vez no hubo daños, ¿no?
Marr tuvo la consideración de no decir nada.
Mientras la Buscadora abandonaba el sistema de Fhost, Khedryn ajustó sus sensores a la frecuencia de la baliza subespacial de salvamento que habían dejado en una nave a la deriva. Los escáneres captaron el sonido casi inmediatamente: un satisfactorio pitido que se repetía a intervalos regulares y anunciaba la presencia de créditos flotando libres en la negrura. Escucharlo hizo que el dolor de cabeza de Khedryn remitiera. Un fallo en el rayo tractor les había impedido remolcar la nave a la deriva hasta Fhost la primera vez que la descubrieron, y Khedryn no había querido arriesgarse a reactivar los motores de la nave dañada.
Pero ahora la Buscadora ya estaba reparada y podrían llevar a casa su pieza rescatada.
-Ahí está la baliza –dijo Marr.
Khedryn vio el punto parpadeante en la pantalla del escáner.
-Esta vez no escaparás de nosotros, milady. Vayamos a por ella –dijo Khedryn, y Marr activó el hipermotor.
La negrura del sistema de Fhost dejó paso al torbellino azul del hiperespacio, y la Buscadora se abrió camino en las profundidades de las Regiones Desconocidas. Khedryn se apresuró a oscurecer las ventanas de la cabina. Los remolinos azules revolvían su ya agitado estómago.
Se puso en pie, apoyando la mano en el hombro de Marr para mantener el equilibrio.
-Creo que es hora de tomar ese caf.
-Yo vigilaré la tienda.
Khedryn necesitó tomarse dos pastillas para el estómago y tres tazas de caf para volver a sentirse más o menos él mismo. Con una taza de caf para Marr en la mano, caminó de vuelta a la cabina. Al ver a Khedryn, el cereano tomó el caf, agradeciendo el detalle con una inclinación de cabeza, y comprobó los instrumentos mientras bebía a pequeños sorbos.
-Buen caf, y justo a tiempo –dijo-. Estamos a punto de salir del hiperespacio.
Khedryn se deslizó en su asiento y desactivó la baliza de búsqueda.
-Entonces vayamos a ganar algunos créditos.
Marr ajustó los escudos de radiación, desactivó el hipermotor, y el azul dejó paso al negro. El sistema tomó forma ante ellos: una pareja distante de tenues rojas binarias, el caótico remolino de un fino cinturón de asteroides, y, más cerca, dos gigantes gaseosos rojos y naranjas plagados de lunas.
Marr tecleó las coordenadas de la nave a la deriva, Khedryn activó los motores iónicos, y la Buscadora cruzó el sistema, dirigiéndose hacia una de las grandes lunas yermas que orbitaban el gigante gaseoso más cercano. Khedryn sintió una breve punzada de preocupación -¿y si alguien más había encontrado la nave, y si los cálculos de Marr estaban equivocados y su órbita había decaído más rápido de lo que pensaban?- pero cuando rodearon la luna para llegar a su lado opuesto, la tenue luz roja de las binarias moribundas brilló en el casco de la nave a la deriva. Sonrió y respiró.
-Hola, preciosa.
Una nave de transporte de equipamiento militar pesado había sido reconvertida para cargas estándar y colgaba en una órbita baja y decadente sobre la luna. Su apariencia era la de un gran escarabajo, y una inspección más de cerca revelaba que a la nave le faltaban dos cápsulas de escape y no tenía ningún daño estructural salvo por uno de sus motores, que parecía haber estallado por completo. Khedryn y Marr ya habían examinado el interior: la bahía de carga vacía y una sospechosa ausencia de registros.
Una nave de contrabandistas. Un fallo en el sistema de soporte vital había obligado a la tripulación a evacuar y nunca habían regresado.
-Creo que podría hacerla volar, si me dieras tiempo suficiente –dijo Marr.
-No lo dudo. Pero sin soporte vital, tendríamos que pilotarla con escafandras. Es más fácil remolcarla a casa sin más.
-¿Hay que preocuparse por la tripulación?
-Si están vivos (y es un “si” muy grande), esta nave será chatarra y sus componentes electrónicos se reciclarán para usarse en otras naves antes de que puedan encontrarla... a la nave o a nosotros. ¿Estás preocupado?
-En absoluto –dijo Marr.
-Entonces entremos en rango de alcance del rayo tractor y démosle un paseo.
La Buscadora devoró los kilómetros, acercándose a la nave varada. En cuestión de instantes, la nave llenó su campo de visión.
-Una chica grande –dijo Khedryn, ojeando el casco de la nave de carga.
Marr asintió y maniobró a su alrededor con la Buscadora para encontrar el punto óptimo donde lanzar el rayo tractor.
Sin embargo, antes de poder activar el rayo, comenzó a sonar una alarma de proximidad.
-¿Qué es eso? –dijo Marr, inclinándose hacia delante para mirar los instrumentos.
-Un mal funcionamiento. Tiene que serlo. Hay...
-Otra nave está saliendo del hiperespacio –dijo Marr.
-¿Qué? ¿Quién?
Khedryn se inclinó hacia delante para examinar la firma del escáner de la nave desconocida cuando una explosión sacudió la Buscadora, casi derribándolo de su asiento. Las alarmas aullaron.
-¡Eso son disparos de cañón! –dijo Marr.
Khedryn maldijo.
-Deflector trasero al máximo.
-Fuego en bodega de carga dos –anunció Marr, moviendo las manos rápidamente sobre los instrumentos-. Estamos perdiendo presión en la bodega uno.
Khedryn agarró la palanca de control.
-Séllala. Maniobra evasiva.
Un destello de luz y el cambio de tono de la alarma anunciaron la pérdida de potencia en los motores. Khedryn maldijo.
-Vuelve a ponerlos en funcionamiento, Marr. Estamos flotando sin energía. ¿Quién demonios nos está disparando?
Recogió los hombros anticipando el siguiente disparo, pero este no llegó. En su lugar, sonó una señal de aviso.
-Nos están llamando –dijo Marr.
Khedryn tendría que ganar algo de tiempo.
-Pásamelos, pero sigue trabajando en obtener energía auxiliar para los motores.
El sonido resonante de un canal al abrirse se escuchó por los altavoces de la cabina. Khedryn hizo una mueca de disgusto cuando escuchó la voz al otro extremo.
-Khedryn Faal, como siempre, otra vez te interpones en mi camino.
-Reegas –dijo Marr.
Khedryn apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos. Reegas pilotaba un carguero YT-2400 altamente modificado, armado hasta los dientes, y tripulado por cinco matones. Dirigía un sindicato criminal en Fhost. Y odiaba a Khedryn.
-Te preguntarás por qué estoy aquí –dijo Reegas.
-Porque eres un ladrón y un asesino, supongo –murmuró Khedryn, pero no lo transmitió.
-Voy a quedarme con esa nave naufragada –continuó Reegas.
El puño de Khedryn golpeó el botón de transmisión.
-Es nuestra...
Los chasquidos del comunicador le interrumpieron.
-Y también me quedaré con la Buscadora. Ese disparo a los motores fue intencionado. Podría haberos hecho volar en pedazos. Consideraos afortunados. Voy a ir allí, Faal. Tenéis diez minutos para desembarcar.
-¿Desembarcar? ¿Estás...?
Una vez más, el chirrido de la interferencia le hizo callar y resucitó su dolor de cabeza.
-Si seguís ahí cuando suba a bordo... –dijo Reegas-. Bueno, no hace falta decir lo que puede pasar entonces. Después de todo, a mis muchachos les encanta disparar.
Khedryn sintió que le latía la vena de la frente.
-¿Es que no saben que tengo resaca? –musitó.
-No puedo volver a activar los motores en diez minutos –dijo Marr.
Khedryn se frotó la sien.
-¿Cómo han podido encontrarnos siquiera aquí fuera?
-Anoche estabas hablador. Seguramente escucharon algo sobre la nave naufragada y pusieron una baliza en la Buscadora.
-Maldita sea, Marr. Se supone que tienes que hacerme callar antes de que hable demasiado.
-Siempre hablas demasiado.
-Cállate, Marr. –Respiró profundamente, haciendo que su mente recorriera rápidamente las opciones-. Muy bien. Escucha, nada de preguntas, sólo respuestas. Quiero los motores de la Buscadora bien muertos, imposibles de reparar. ¿Puedes hacer eso en cinco minutos?
Marr lo pensó, y luego asintió.
-Hazlo. Y necesito que sintonices el deflector para que no puedan realizar un escáner de formas de vida en la Buscadora.
Marr se mostró tan incrédulo como su natural placidez permitía.
-¿Algo más? ¿Tal vez que trace un nuevo...?
-Una vez esté hecho todo eso, toma armas y reúnete conmigo en el armario de escafandras. Venga, rápido.
-¿Qué vamos a hacer? ¿Cuál es el plan?
-Aún no lo sé. Sólo estoy preparando las herramientas. –Pulsó el botón de transmisión del comunicador-. Nos marcharemos, maldito gánster. Pero no creas que me olvidaré de esto.
Reegas estaba riéndose cuando respondió.
-Nueve minutos y medio, Faal.
Mientras Marr trabajaba, Khedryn corrió por los pasillos de la Buscadora hasta que llegó al armario de equipo. Tomó un abridor de escotillas y lo sujetó a su traje de vacío.
-¿Dónde estás, Marr? –preguntó por el comunicador.
-Ahora llego. Los motores están arruinados. Nadie podrá arreglarlos.
-Bien.
Khedryn comenzó a deslizarse en su traje de vacío.
Marr apareció corriendo ante su vista, tomó su propio traje, y comenzó a ponérselo. Probaron los sellos y los comunicadores: todo funcionaba a la perfección.
-Vayamos a la cápsula –dijo Khedryn.
Marr le agarró del brazo.
-Disparará a la cápsula en cuanto la vea, Khedryn.
-Lo sé. Por eso no estaremos dentro.
Marr le soltó.
-Si la escanea, sabrá que no estamos a bordo.
-Exactamente.
-¿Ah, sí? ¿Y entonces qué?
Khedryn frunció el ceño.
-Aún sigo pensando en eso.
Y entonces guiñó su ojo vago a Marr.

jueves, 27 de febrero de 2014

Y con Leebo somos tres (y II)


Como Eaden había previsto, Kood Gareeda no apareció; despegaron sin él. Apenas habían escapado del pozo de gravedad del planeta y entrado en el espacio profundo, cuando fueron contactados.
-Deténganse –dijo una voz rasposa por el comunicador, hablando en shyriiwook, como Dash advirtió con sorpresa.
-¿Quién lo dice? –preguntó.
-Lo dice Kravengash, socio comercial de Hox Bilan.
Dash parpadeó ante el comunicador. Ninguno de los nombres significaba nada para él, pero la frase “socio comercial” sí. Significaba “Problemas” con P de Pistola Bláster mayúscula. Tan lejos en el Borde, el ubicuo sindicato del crimen Sol Negro era poco más que un nombre; aún así, seguía siendo un nombre que inspiraba precaución. Incluso el Imperio vigilaba sus pasos cerca de la organización criminal interplanetaria. Dash se los había cruzado en su camino más de una vez y los odiaba con pasión; una emoción que muchos criminales comunes compartían de corazón, aunque la aversión de Dash iba bastante más allá. Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en eso ahora.
Según tenía entendido, ahí fuera en el espacio profundo estaba el sueño de la mayoría de los pequeños traficantes de órganos, contrabandistas de especia, y proveedores de otras mercancías de procedencia dudosa: poder realizar algún día algo de tal audacia criminal como para ser reconocidos por los señores del crimen de los bajos fondos galácticos... convertirse en un “ser hecho y derecho”, por así decirlo.
Dash apretó los dientes. Había pensado –esperaba- que alejándose tanto finalmente se libraría de toda esa molesta tropa de rebanagaznates, al menos de momento. Así tal vez podría al menos dejar que algunos recuerdos se asienten antes de volver al centro más “civilizado”.
Aparentemente no iba a ser así.
-Parece que ahora sabemos por qué Kood Gareeda estaba tan ansioso por cerrar su trato con nosotros –dijo Eaden suavemente.
-¿Tú crees? –Dash apagó el comunicador-. Hora de irse. Preparado para velocidad luz.
Pero el wookiee estaba impaciente; comenzó a disparar antes de que pudieran saltar. Rayos de partículas cargadas les pasaron rozando, lo bastante cerca para chamuscar la pintura.
Dash inclinó la nave a babor, pero no lo bastante rápido; un rayo chocó contra los deflectores traseros, agitando al Escolta y sacudiendo a su tripulación. Una lluvia de chispas surgió de la consola.
Eaden miró a Dash.
-El hipermotor está...
-Apagado de nuevo, sí, me he dado cuenta.
Aceleró los impulsores, lanzó la nave en una parábola cerrada y comenzó a buscar cobertura. No había nada salvo la lisa negrura del espacio, con unas pocas estrellas parpadeando...
Muy pocas, se dio cuenta.
En algún lugar cercano había una fuente de luz lo bastante grande como para diluir la luz de las estrellas. Dash miró al indicador de masa y rápidamente localizó la fuente: un inmenso gigante gaseoso, de más de 200.000 kilómetros de diámetro. No se paró a pensarlo. Hizo virar la nave a babor y hacia arriba.
-¡Necesito cálculos, Leebo! Traza una órbita de catapulta alrededor del gigante de gas. Si podemos lograr suficiente velocidad, podemos hacer arrancar el hipermotor.
-¿Y qué le hace pensar que puedo hacer eso? –preguntó Leebo-. Y si por alguna casualidad pudiera, la integridad del casco se vería comprometida, y...
-¡Los disparos de esa nave de guerra comprometerán la integridad del casco bastante más, cabeza de tornillo! Gareeda dijo que la navegación orbital formaba parte de tu paquete. Así que dame esas cifras o comenzaré a soltar lastre... ¿Adivinas qué es lo primero en salir por la esclusa?
-Su punto es convincente –dijo Leebo. Un instante después, el droide recitó un complejo cálculo.
-Impleméntalo –dijo Dash a Eaden con voz tensa.
-No hay tiempo para comprobar la secuencia –protestó Eaden-. Si se ha confundido aunque sólo sea en un decimal...
Hazlo!
El crucero del wookiee se cernía detrás de ellos, tan cerca como si estuviera enganchada en un rayo tractor, cuando Dash lanzó al Escolta hacia los lejanos confines de la atmósfera del gigantesco planeta.
Tras él, Leebo recitaba coordenadas, velocidades y vectores.
-Perigeo óptimo dentro de doce coma nueve segundos... incrementar impulso en cero coma ochenta y uno... a mi señal, giro de noventa y siete grados en vertical, treinta y siete grados a estribor –dijo el droide-. Cuatro... tres... dos… uno... ¡Ahora!
Eaden hizo las correcciones mientras Dash activaba los impulsores. El Escolta salió disparado del pozo de gravedad del gigante gaseoso como un láser reflejado en un espejo de duracero perdiéndose en el vacío... lo bastante cerca del crucero como para ver su propio reflejo distorsionado en su fuselaje.
Muy bien! –exclamó Dash. La nave vibraba con la combinación de la velocidad, la gravedad, y el empuje de sus propios motores. Le rechinaron los dientes, pero el casco aguantó.
-Tenemos hipermotor –dijo Eaden, con la mirada fija en los instrumentos.
-Actívalo. Larguémonos de este sistema.
El crucero estaba girando, pero no había forma de que completase la maniobra a tiempo. Eaden lanzó al Escolta al hiperespacio. Las estrellas se difuminaron, y un momento después desaparecieron del espacio normal.
-Mi anterior amo no me habría gritado –se quejó Leebo.
Dash le miró con furia, empezando a perder la paciencia.
-Sólo decía que... –comenzó a añadir el droide.
Eaden se aclaró la garganta.
Dash se volvió hacia él.
-¿Qué?
-Parece que hemos perdido a Kravengash –dijo el nautolano, con voz exasperantemente suave.
-¿Sí? –Dash activó ambos escáneres, tanto de corto como de largo alcance. No se detectaban huellas de hipermotor-. ¿Todavía crees que Leebo ha sido una mala inversión? Si no hubiera estado aquí, seríamos plasma.
Eaden no dijo nada.
-¿Qué, demasiado testarudo para admitir que estabas equivocado?
-En absoluto. Simplemente me estaba preguntando qué quería de nosotros ese tal Hox Bilan.
Dash se encogió de hombros.
-¿Dónde quieres llegar con esto?
-Antes en la cantina, resultaba obvio que esos cuatro matones estaban buscando algo que creían que teníamos.
Dash se volvió para mirar al droide. No le gustaba a dónde les estaba llevando esa conversación.
-Puede que tuvieran una razón perfectamente legítima...
-Y supongo que es una coincidencia que Kood Gareeda no esté en esta nave, a pesar de que estaba desesperado por escapar a Rodia. Y también que un jefe criminal local trate de detenernos justo después de despegar.
Dash parpadeó. Sí. No hacía falta ser astrofísico para calcular la intersección de esos caminos.
-Pon el piloto automático. Tú, yo y Leebo vamos a bajar a la sala de descanso para tener una pequeña charla...

***

-Me vendió. Aún no puedo creerlo.
-Sí, sí, eso ya ha quedado claro. Sigamos. ¿Por qué ese Hox Bilan podría estar buscándote, con tanto interés como para enviar matones y un crucero?
-Ni idea. No he hecho nada que justifique tal acción... que yo recuerde.
-¿Y qué hay de Gareeda? ¿Hizo él algo?
-¿Aparte de irritar al público por carecer dolorosamente de gracia? –El droide agitó sus hombros en lo que podría considerarse el equivalente a encogerlos-. Aunque probablemente no era tan malo como para que un criminal de carrera pusiera precio a su cabeza. Probablemente no.
-Siento curiosidad –dijo Eaden-. ¿Por qué le tienes tanto afecto?
Leebo dudó.
-Me programó para que me cayera bien.
Dash se rio.
-Eso sí es gracioso.
-Su cara es graciosa. –El tono de Leebo era decididamente malhumorado.
Eaden había estado estudiando detenidamente al droide.
-Ese perno de contención está consumiendo demasiada energía –dijo entonces.
Dash le miró.
-¿Y por qué sabes eso?
-Una vez trabajé en la seguridad de una fábrica de droides en Coruscant. Eso no es un diseño estándar.
-Toma una llave y echémosle un vistazo.
Eaden retiró el perno. Cuando le dio la vuelta, una varilla corta y estrecha cayó sobre la mesa.
-Hmm. Eso parece ser una micro-vara de datos.
Dash recogió el pequeño dispositivo, que era tan largo como la uña de su pulgar y con una octava parte de su anchura. Miró a Leebo.
-¿Tienes una ranura de lectura?
-Desde luego. –Leebo tomó la vara de datos que le ofrecían y se la introdujo presionando en la punta de un dedo. Hubo una breve pausa-. Está encriptado.
Claro que lo está.
-¿Puedes descifrar el código? –preguntó Dash.
-Con tiempo.
Dash lanzó un juramento en voz baja. Se apostaría el Escolta y todo su contenido a que la vara de datos pertenecía a Bilan y que el criminal quería recuperarla. Con todas sus ganas.
Esto era malo... pero tal vez no malo del todo. Tal vez pudieran llegar a un trato. Si pudieran convencer a Kravengash de que ni sabían ni les importaba lo que había en la vara de datos...
Hey, lo hemos obtenido por error, no sabemos qué es, ni nos importa, con gusto os lo devolvemos, y si queréis, no sé, darnos alguna cosilla por las molestias, pues también nos parecería bien.
Que esos bandidos fueran más bien de poca monta podría jugar realmente en su favor. La mayoría de ellos eran apenas más sofisticados que piratas espaciales. Seguramente podría escapar de sus hostilidades con un poco de labia.
Podría ser peor...

***

Una hora más tarde, Leebo entró en la cabina.
-He descifrado la vara de datos.
-¿Y...? –dijo Dash.
-Es una lista de los vigos del Sol Negro en el Tercer Cuadrante, junto con registros de datos de sus transacciones en los últimos seis meses, pérdidas y beneficios, junto con nombres de las personas que tienen en nómina... incluyendo policías, militares, jueces y políticos.
Dash se le quedó mirando, sin habla.
-¿Todo eso...?
-Para empezar.
De acuerdo, no podría ser peor.
-Finjamos que no hemos escuchado esto. –Miró a Leebo-. Y tú olvida que lo sabes.
-Un poco difícil sin borrarme la memoria.
Dash sintió como si un wampa le hubiera dado un puñetazo en la cabeza.
Estaba literalmente aturdido, sin habla.
-¿Cómo... cómo ha...?
-No importa –dijo Eaden.
Dash le miró fijamente.
-Lo más probable es que el rodiano necesitase dinero y accediera a transportar, o a dejar que Leebo transportara, los datos. –Miró al droide-. ¿Tienes alguna idea del destino final de la vara?
-Lo siento. A mi amo le gustaba la frase “No tienes por qué saberlo”.
Eaden planteó lo obvio:
-Este conocimiento nos convierte en un peligro tanto para el Sol Negro como para el Imperio. Los imperiales moverían planetas para obtener estos datos. Con ellos podrían barrer una gran parte de la organización criminal en el Tercer Cuadrante. El Sol Negro quiere esto, obviamente, y cualquiera que puede haber tenido constancia de su contenido será vaporizado.
Dash miró al droide.
-Probablemente haya alguna especie de transpondedor en la vara de datos. Así es como te rastrearon.
-Oh, me siento tan querido. ¿No podemos eyectarla al espacio y dejar que la encuentren?
-Podrían saber su ha sido descodificada, y eso no nos interesa –dijo Eaden-. La única esperanza que tenemos de sobrevivir es asegurarnos, de algún modo, que ellos (Bilan, el Sol Negro, el Imperio, quien quiera que la encuentre primero) piensen que nunca supimos de su existencia, y mucho menos de su contenido.
-¿Ayudaría –preguntó Leebo- si pudiéramos estar de repente al otro lado de la galaxia?
-Desde luego, no haría ningún daño. ¿Qué tienes en mente?

***

Se estaban acercando a un sistema estelar binario, donde una antigua puerta de salto hutt, aunque oficialmente fuera de servicio, seguía operativa, mantenida por un grupo de contrabandistas que ofrecía pasaje para naves con prisa... a un precio, por supuesto.
Conforme se fueron acercando, advirtieron dos cosas: Primero, que las comunicaciones estaban en silencio; la tripulación de la puerta no respondía. ¿Era que el comunicador no funcionaba, o que la tripulación no estaba atendiendo?
¿O algo peor?
-Extraño –murmuró Leebo. Sus ópticas se desenfocaron por un instante, lo que Dash sabía que era el equivalente droide de un pensamiento profundo.
Dash se distrajo de pronto por un ¡ping! del sensor de popa.
Kravengash se acercaba rápidamente por detrás.
-Capitán Rendar, tenemos un problema –dijo Leebo.
-Lo sé. La tripulación de la puerta no está y el wookiee vuelve a pisarnos los talones.
-Esos son los menores de nuestros problemas. –El droide señaló un holoesquema del sistema estelar-. La estrella secundaria de este sistema es una enana blanca.
-¿Y?
-Mis sensores muestran que ha acumulado suficiente materia degenerada de la primaria para acercarla a su masa crítica.
Dash se quedó mirando la pantalla delantera, que mostraba una vista asombrosa del sistema binario. Una lista de dígitos alfanuméricos fue descendiendo por la pantalla.
-¿Cómo de cerca? ¿Milenios? ¿Siglos? ¿Años?
-Cerca de once...
Dash sintió una ráfaga de alivio.
-¿Once años? Eso no es tan...
-...minutos.
Dash se quedó sin habla. ¿Once minutos para que la estrella se convirtiera en supernova, produciendo, por unos breves instantes, más energía que el resto de billones de estrellas de la galaxia combinadas? ¡No podrían escapar de eso! No era de extrañar que la tripulación de la puerta no estuviera a la vista. Esa operación estaba a punto de cerrarse para mucho, mucho tiempo...
-¡No dijiste nada de esto! ¡Todo lo que dijiste es que había una puerta de salto cerca de un sistema binario!
-Y tenía razón.
-Sí –dijo Dash, furioso-. Felicidades. ¡Podrías haber mencionado la estrella que dentro de... –miró su crono-... nueve minutos convertirá esta nave y a nosotros con ella en una nube de quarks!
-Bueno, ¿cómo iba a saberlo? Una estrella existe durante miles de millones de años; había una probabilidad literalmente astronómica de que...
-Basta. Tenemos que cruzar la puerta –dijo Eaden-. Y no podemos hacerlo con Kravengash bloqueándonos el paso. Nos acribillarán cuando deceleremos para la transición.
La mente de Dash trabajaba a plena máquina.
-Tal vez no lo sepa. Si se lo contamos, tal vez ambos podamos salir de...
-Oh, lo sabe –dijo Eaden-. Sin duda le han dicho que le espera una muerte lenta y dolorosa si fracasa en recuperar la vara de datos. Así que, para él, se trata de elegir entre una prolongada tortura, o una aniquilación tan rápida que nunca llegaría a sentir nada.
-Eso no nos ayuda –dijo Dash-. En cuatro minutos todos seremos rayos gamma.
-Los distraeré –dijo Leebo-
Dash parpadeó.
-¿Cómo?
-Tomaré una capsula de escape y les hostigaré. ¿Están armadas las cápsulas?
-Sí, pero...
-Ustedes pueden realizar el tránsito en la puerta mientras yo mantengo ocupado al wookiee. Después de unos minutos, ya no les seguirá más.
-Ni tú tampoco –señaló Eaden.
Los servos de Leebo gimieron mientras se encogía de hombros.
-En sólo unas horas, han sido más amables conmigo de lo que nunca habían sido mis anteriores dueños. Se lo debo.

***

Cuando el wookiee se preparaba para el golpe final, la cápsula de escape de Leebo salió disparada por arriba y comenzó a disparar. Los blásters de la cápsula no eran gran cosa, pero bastaban para que Kravengash tuviera que ocuparse de ellos.
Dash observó por el parabrisas.
-Hasta siempre, Leebo –murmuró.
Miró la vara de datos que tenía en la mano. Pensó en quedarse con ella... durante unos tres segundos. Luego la arrojó al espacio. Buena suerte para encontrarla después de que estalle la estrella.
Dash dirigió el Escolta hacia la puerta y Eaden activó el código de entrada. Dash esperaba que aún funcionase; de otro modo iban a quedarse atrapados en el lado equivocado de la puerta, dentro la esfera letal de una supernova.
Con un minuto y diez segundos de tiempo restante, activó los impulsores...
...y sintió el familiar tirón de la transferencia de energía mientras la puerta los lanzaba a otra parte de la galaxia.
-Lástima lo del droide –dijo Eaden cuando estuvieron a salvo al otro lado del salto-. Estaba comenzando a... Qué raro.
-¿Qué? –Dash siguió la mirada de Eaden hacia el parabrisas.
La puerta estaba dilatándose de nuevo.
No. El wookiee no.
Hubo un destello de luz y la cápsula salvavidas salió despedida de la puerta.
No puede ser. Dash activó el comunicador.
-¿Leebo?
La cara del droide apareció en la pantalla holográfica superpuesta en el parabrisas delantero.
-¿Esperaba a alguien más?
-¿Cómo...?
-No tengo ni idea. Estaba entre la nave y la puerta, luchando noblemente por sus vidas...
-Sí –dijo Eaden-. ¿Y por casualidad el crucero estaba eclipsando el sistema estelar cuando la estrella se convirtió en nova?
-Tal vez...
-Ah –dijo Eaden-. La energía de la supernova interactuó con la hipermateria de los motores de ambas naves para crear un hiper-pliegue local en el espacio tiempo que te protegió. Sólo hizo falta que la masa del crucero protegiera a la cápsula por una fracción de segundo.
Dash se le quedó mirando como si le hubiera crecido una segunda cabeza.
Eaden se encogió de hombros.
-Hiper-física elemental... para un droide con la programación adecuada.
Dash Miró a Leebo con gesto torcido.
-Así que tenías pensada esa maniobra desde el principio. Y me hiciste creer que ibas a sacrificarte por nosotros.
-Me siento insultado –dijo Leebo-. Asumí esa peligrosa misión con lealtad, altruismo, sin pensar en mi propia seguridad...
-Y una boñiga de bantha –dijo Dash con una sonrisa-. Sube a bordo. Y bienvenido a la tripulación, Hombre de Hojalata...

miércoles, 26 de febrero de 2014

Y con Leebo somos tres (I)

Y con Leebo somos tres
Michael Reaves y Maya Kaathryn Bohnhoff

El rodiano echó un vistazo por La Guarida del Nexu como si buscase a alguien a quien deseaba desesperadamente no ver. Sentado frente a él en la tenuemente iluminada mesa de la esquina del sórdido bar portuario, Dash Rendar se preguntaba con aire ausente por qué se molestaba siquiera en intentar ver; el aire era una biliosa mortaja de humo de píldoras letales y otros inhalantes, todos ellos diseñados para hacer el presente más interesante y el futuro menos alcanzable. Sus pulmones protestaban a pesar de respirar con cuidado.
Aparte del humo, el lugar olía como lubricante para droides estancado y fruta fermentada. Había estado en sitios peores. En ese momento, eso no parecía nada de lo que estar particularmente orgulloso.
Su socio nautolano, Eaden Vrill, lo soportaba del modo que lo soportaba todo: con silencioso estoicismo. Los nautolanos, como especie, tendían a no mostrar emociones. Si eso se añadía a las décadas que Eaden había dedicado a entrenarse en la disciplina del arte marcial del teräs käsi, el resultado era un alienígena muy inescrutable. Llevaban trabajando juntos más de cuatro meses, y la mayor parte del tiempo Dash aún encontraba difícil desentrañar lo que ocurría detrás de los grandes ojos granates del anfibio.
-De acuegdo, migad –dijo finalmente Kood Gareeda, con sus órganos vocales dando al básico un sonido sibilante y gomoso que hacía que comprenderle fuera peliagudo. Una vez más, Dash se asombró por la ocupación que había elegido el alienígena. Ser monologuista difícilmente era la mejor elección para alguien cuyas consonantes no podían distinguirse unas de otras. Tampoco es que la mayor parte del público durase el tiempo suficiente para que eso llegara a molestarles. Por decirlo sin rodeos, probablemente Darth Vader lo haría mejor. Pero la preocupación acerca del futuro financiero de Gareeda tendría que esperar ante la preocupación del suyo propio. En lo que a Dash concernía, no le quedaba nada salvo lo que tenía encima. Dudaba de que Eaden quisiera gastarse el dinero, pero un mecánico polivalente sería útil a bordo del Escolta.
-Vuelve a recordarme para qué está programado –dijo Dash al rodiano. Habría jurado que el tipo estaba sudando, y los rodianos ni siquiera tenían glándulas sudoríparas.
Gareeda acarició los rasgos del droide con sus dedos escamosos.
-Navegación, pilotaje, y agmamento, azí como laz habilidadez de guepagacionez habitualez en la zeguie LE.
-Y lo estás vendiendo porque...
Otra mirada a la puerta.
-Pogque me infogmagon egóneamente. Me dijegon que zuz pgotocoloz de zeguguidad habían zido hackeadoz. Me mintiegon. –El rodiano lanzó una mirada asesina al droide durmiente-. Como guagdaezpaldaz guezulta completamente mopak. Puede dizpagag a zeguez vivoz, pego zin llegag a daglez guealmente. ¿De qué zigve ezo?
Un pesado golpe procedente de la dirección de la puerta volvió a atraer la atención del rodiano. Dash decidió que era hora de terminar con esa historia.
Comediante o no, el comportamiento de Gareeda sugería que estaba esperando que algo nada divertido ocurriera en cualquier momento. Estaba poniendo nervioso incluso a Eaden, a juzgar por cómo los pesados tentáculos de su cabeza temblaban cada vez que la nerviosa mirada de Gareeda examinaba la entrada.
Además, si el rodiano realmente estaba bajo algún tipo de presión, eso sólo podía funcionar en su propio provecho.
-Mil quinientos –ofreció Dash.
Obtuvo una torva mirada de los orbes negros e insectiles de Gareeda. La carnosa probóscide del cómico hizo un mohín de enfado por un instante. Luego...
-Eztá bien. Dame loz cgéditoz. Tengo que zalig de ezta goca.
-Bueno, si necesitas que alguien te lleve fuera del planeta, también podemos ofrecerte eso.
Los bulbosos ojos del rodiano parecieron sobresalir aún más.
-No, no. Yo, ah... puedo encontgag otgo pazaje...
-No necesitas hacerlo. Nos tienes a nosotros. Mil... y un viajecito.
Gareeda emitió un sonido húmedo que era el equivalente aproximado del rechinar de dientes humano, y luego tendió una mano escamosa.
-Bien. Hecho. ¿Cuándo oz... noz... magchamoz?
Dash, reprimiendo una sonrisa, le ofreció un billete de mil créditos.
-Dentro de una hora. Muelle Ochenta y Cuatro Doce. En las instalaciones del centro de la ciudad.
Gareeda asintió y se levantó para marcharse. Eaden le detuvo.
-Tiene instalado un perno de contención. ¿Qué le pasa?
El nauseabundo olor agrio y penetrante del miedo volvió a invadir el aire.
-Nada. Zólo queguía azegugagme de que no... deambulaba pog ahí, ezo ez todo.
-¡Genial! –dijo Dash-. Activémoslo.
El rodiano parecía estar a punto de llorar. Dash nunca había visto tal cosa; de hecho, ni siquiera estaba seguro de que los rodianos pudieran llorar.
-Miga, zi quiego llegag a vueztga nave dentgo de una hoga, tengo que cogeg miz cozaz.
Estaba tan claramente desesperado que Dash le hizo un gesto para que se fuera; no era divertido torturar a alguien que las estaba pasando tan canutas.
Gareeda huyó como un mynock saliendo de Mustafar. No usó la entrada principal; se dirigió a la parte trasera.
-Bueno –dijo Eaden-, dejándonos mil créditos más ligeros y con lo que probablemente sea un montón de chatarra inservible.
-A ese precio, ¿a quién le importa? Incluso si no funciona, sólo por el chasis podríamos sacar mil quinientos.
Pulsó el interruptor principal del droide, y comprobó con agrado que los fotorreceptores se encendieron.
-La circuitería óptica funciona –dijo Eaden. Se dirigió al droide-. ¿Estás operativo?
-¿Quién lo pregunta? –replicó ásperamente el droide, y luego examinó la cámara ruidosa y llena de humo-. ¿Qué pasa con esta realidad? ¿Dónde está mi jefe?
Dash puso los ojos en blanco. Fantástico. El rodiano había proporcionado al droide un sustrato de personalidad. Bastante fáciles de instalar, y casi imposibles de quitar, porque cuanto más interactuaba con la gente que le rodeaba, más arraigado quedaba el sustrato. A estas alturas casi sería como si fuera firmware.
Bueno, no se puede hacer nada al respecto.
-Tu jefe se ha ido.
Las ópticas del droide parpadearon.
-¿Me ha... abandonado?
-Vendido. Se llevó un millar de mis créditos ganados con esfuerzo.
-¿Mil créditos? ¡Yo valgo cinco veces eso!
La voz del droide mostraba tal indignación que Dash sonrió a pesar de la situación.
-Tienes una opinión bastante buena de ti mismo.
-Créame, no le interesa conocer mi opinión sobre usted.
Antes de que Dash pudiera replicar, la puerta principal del bar se abrió con un fuerte golpe. Entraron cuatro seres. Dos eran humanos grandes y de aspecto brutal, seguidos por un barabel. El último era un trandoshano. Parecían exactamente lo que sin dura eran: problemas. Uno de los humanos se fijó en la mesa de Dash y señaló. Los otros miraron. Luego, los cuatro avanzaron con decisión... directos hacia ellos.
Eaden se puso en pie. Hizo crujir sus nudillos.
Dash se volvió al droide.
-¿Cómo te llamas?
-No es de tu incumbencia. Yo...
-Déjalo. Anulación de nomenclatura de emergencia. Nuevo nombre: Leebo.
-Integrando datos. Nuevo nombre: Leebo.
-Muy bien, Leebo, apartémonos. No queremos que nos caiga encima ningún matón volador.

martes, 25 de febrero de 2014

Exceso de oferta

Exceso de oferta
Timothy Zahn

En el cartel sobre la gran chatarrería podía leerse “Blackie’s”, y el hombre que salió de la cabina junto a la estrecha entrada tenía una profusa cascada de cabello negro. Siguiendo los estándares habituales de la lógica, Lando Calrissian decidió que ese debía ser el propietario de la chatarrería.
Salvo que no actuaba como un propietario. Había duda en su forma de andar conforme avanzaba hacia su visitante, una incertidumbre en su rostro que no encajaba en un hombre de su tamaño. El hombre de estatura muy inferior que le seguía tímidamente parecía estar mucho más tranquilo.
Pero Lando era un extraño allí, en Ciudad Vorrnti y la guerra contra el Imperio aún seguía asolando ese sector después de lo de Endor. Tal vez simplemente a Blackie no le gustaban los extranjeros.
-Buenas tardes –dijo educadamente Lando mientras los dos hombres se acercaban a él-. ¿Blackie?
-Sí –gruñó el grandullón-. ¿Y usted?

-Me llamo Calrissian –dijo Lando-. Estoy buscando cierta mercancía difícil de encontrar y tengo entendido que usted es la persona adecuada.
-Lo ha entendido bien -dijo Blackie, dejando por un instante que el orgullo eclipsase su animosidad-. La tercera chatarrería más grande de...
-¿Qué está buscando exactamente? –interrumpió el hombre más pequeño.
Algo en el interior de Lando le advirtió que se guardara los detalles para sí.
-No lo sabré hasta que vea sus existencias –dijo en cambio-. ¿Vamos?
Comenzó a avanzar. Blackie se apartó cortésmente de su camino, pero el hombre más pequeño no se movió.
-La chatarrería es muy grande –advirtió-. Podríamos caminar por ella el resto del día sin llegar a encontrar nada.
-No hay problema –le aseguró Lando-. Puedo sacar el trineo repulsor de mi nave, señor...
-Cravel –dijo el otro-. Y si se hubiera molestado en leer sus documentos de atraque, sabría que los vehículos repulsores están prohibidos en todo el distrito.
-Es por las ratas de la chatarra –explicó Blackie-. Los repulsoelevadores las atraen como locas. Por eso el espaciopuerto tiene ese seto de espinos de dos metros de alto que tuvo que cruzar al salir; no quieren que esas alimañas se cuelen dentro y mordisqueen los trenes de aterrizaje de la gente.
-Eso podría ser un problema –convino Lando. Había leído los documentos de atraque, por supuesto. Pero nunca hacía daño parecer estúpido cuando comenzabas una negociación-. Bueno, estamos perdiendo el tiempo. Entremos y veamos qué es lo que tiene.
Reticente, Cravel finalmente se apartó.
-Bien. Usted primero.
La chatarrería era tan impresionante como le había parecido desde arriba cuando Lando dirigía su nueva nave, la Dama Suerte, al espaciopuerto a un kilómetro de distancia. También era increíblemente seguro, mucho más que cualquiera de los almacenes o talleres de reparaciones dispersos alrededor del espaciopuerto, en el exterior del seto. Rodeado por un muro de ocho metros de altura coronado con alambre de espino y una red de malla de araña para mantener apartado a cualquier aerodeslizador entrometido que estuviera dispuesto a arriesgarse a quebrantar la prohibición de los elevadores de repulsión, el lugar era aún más impresionante que muchos de los nuevos puestos de avanzada militares que la recién creada Nueva República había creado.
Y allí, a escasos cincuenta metros de la entrada –alzándose como un centinela entre un grupo de cosechadoras oxidadas- estaba el preciso artículo que Lando había ido a buscar allí.
Un Transporte Acorazado Todo-Terreno Imperial.
-¡Guau! –dijo, señalando como un niño que veía su primera serpiente tramposa-. ¿Eso es un AT-AT?
-No está a la venta –dijo Cravel rápidamente.
-De todas formas no funciona –añadió Blackie-. Algún día tengo que sentarme y echar un buen vistazo a sus motores.
-Oh, no estaba pensando en comprarlo –se apresuró a asegurar Lando, haciéndose visera con la mano para mirar hacia arriba a la gigantesca máquina de guerra. Había un andamio con redes colgando sobre la cabeza de la máquina, con tres hombres de pie junto a la barbilla y a los dos cañones láser pesados Taim y Bak MS-1 instalados allí-. Sólo me he sorprendido al verlo, eso es todo –continuó, bajando la mirada y echando un vistazo a su alrededor-. ¿Eso de ahí es un semi oruga corelliano?
Dejó que le condujeran por la chatarrería durante otra media hora, escuchando a medias el discurso de venta de Blackie y advirtiendo lo mucho más tranquilo que Cravel parecía ahora que estaban lejos del AT-AT.
Y conforme paseaban por la chatarrería, pensó. Pensó mucho.
Para cuando llegaron junto a un par de destrozados reptadores de pantano hutteses, ya había trazado un plan.
-Ah... esto ya es otra cosa –dijo, señalando los reptadores-. ¿Funcionan?
-¿Acaso parece que funcionen? –replicó Cravel.
-Me temo que los motores están fritos –dijo Blackie-. Pero cualquiera de ellos sería perfecto para piezas de repuesto.
-Desde luego, me llevaré los dos –dijo Lando, evaluándolos rápidamente con la mirada. El mayor de los dos medía unos tres metros de alto, veinte de largo y, lo más importante de todo, ocho de ancho. Atravesaría la estrecha entrada de la chatarrería pero dejando menos de medio metro de espacio libre a cada lado. Perfecto-. ¿Tienen alguna grúa tractora que pueda tomar para sacarlos y llevarlos hasta el espaciopuerto?
-Tengo una –dijo Blackie, con sus recelos iniciales visibles de nuevo en su rostro-. Pero probablemente debería esperar un par de días.
-¿Por qué? -preguntó Lando-. ¿Las tarifas de aduanas están a punto de bajar?
-Hay alguna especie de pez gordo que va a llegar pasado mañana para una importante transacción de terrenos –dijo Cravel-. Su gente ya ha ocupado todo el edificio de aduanas, y no van a mirar amablemente a alguien que quiera comenzar a rellenar papeleo por cualquier otra cosa.
-Sí, ya he tratado con peces gordos otras veces –se solidarizó Lando-. Son como un grano en el trasero, todos ellos. De acuerdo, pero no pienso quedarme ahí sentado y dejar que algún otro se quede con esos reptadores. Dejen que me los lleve ahora, y alquilaré uno de esos almacenes al final de la calle para guardarlos hasta que se despeje el cielo.
-Bueno... por supuesto –dijo Blackie, dubitativo-. Por supuesto. Volvamos a la oficina a hacer el papeleo, y luego tomaré la grúa y los sacaré de la chatarrería por usted.
Una hora más tarde, Lando se colocó justo en el exterior de la chatarrería, observando cómo las cintas de oruga de la grúa levantaban el polvo mientras Blackie arrastraba el primero de los reptadores por el patio en dirección a la entrada. Llegó al hueco y aminoró, y Lando pudo ver cómo la cabeza del hombre giraba hacia un lado y hacia otro para comprobar los retrovisores, asegurándose de no estar a punto de arañar el reptador con los postes de soporte de la entrada.
Lando dejó que cerca de una tercera parte del reptador atravesara el hueco. Luego, con un grito de alarma, sacó su bláster, se agachó, y abrió fuego a la parte baja de la grúa.
Blackie gritó algo que Lando no pudo escuchar sobre el rugido del motor y el estallido de los disparos de bláster. Pero la interferencia no duró mucho. El motor falló al tercer disparo de Lando, y el rugido se convirtió en un quejido conforme los reguladores de energía comenzaron a fallar en cascada, e incluso eso se desvaneció con el quinto disparo de Lando. Hizo tres disparos más, sólo para asegurarse, antes de dejar de disparar. Con el bláster en la mano, miró debajo de la grúa, observando con el rabillo del ojo cómo Blackie salía hecho una furia de la cabina de la grúa, jurando como un jugador de sabacc del Sector Corporativo.
-¡Calrissian! –bramó-. ¿Qué demonios...?
-¿No las ha visto? –le interrumpió Lando, con una mezcla de incredulidad y repulsión en la voz-. Debían medir cerca de medio metro de largo, con dientes del tamaño de cuchillos gyv...
-¿Qué está ocurriendo? –dijo la tensa voz de Cravel desde detrás de Lando. Lando se volvió para verle correr hacia ellos desde la caseta de la oficina, con un bláster en la mano-. ¿Quién estaba disparando?
-Él –dijo Blackie con fastidio-. Vio algunas ratas de la chatarra y perdió la cabeza. Brillante, Calrissian. Simplemente brillante.
-¿Puedes arreglarla? –preguntó Cravel, agachándose para mirar bajo la grúa.
-Sí, con tiempo –dijo Blackie con voz súbitamente tensa-. Pero... –Se detuvo.
Durante un instante nadie habló. Entonces, Cravel se enderezó. Miró a Blackie, luego a Lando, y finalmente enfundó su bláster.
-Entonces supongo que será mejor que te pongas a ello –dijo, con jovialidad forzada en su voz-. Espera un segundo, y te ayudaré a recoger tus herramientas.
-¿Qué puedo hacer para ayudar? –preguntó Lando.
Durante un instante pensó que Cravel iba a decir lo que era obvio que estaba pensando. Pero el otro se limitó a señalar el espaciopuerto con la cabeza.
-Vuelva a su nave –dijo-. Tardaremos varios días en arreglar este estropicio.
-Lo lamento –se disculpó Lando-. Pagaré todas las reparaciones, por supuesto.
-Ya hablaremos de eso más tarde –dijo Cravel-. Vamos, piérdase. Blackie, ven conmigo.
Quince minutos más tarde Lando estaba de vuelta a bordo del Dama Suerte, tecleando en su panel de comunicaciones. Había sido terriblemente arriesgado, pero lo había logrado. Y aún más importante, lo había logrado sin que le dispararan.
Ojala el hombre que necesitaba pudiera llegar allí en los próximos dos días.
-Mando Militar de Coruscant –dijo una voz cortante por el comunicador.
-Al habla Lando Calrissian –se identificó Lando-. Antiguo general Calrissian. Necesito que me comunique con el teniente Judder Page de los Comandos Katarn.

***

El pez gordo del que Blackie había hablado llegó justo según lo previsto, posando su nave tan cerca como fue posible del edificio de aduanas y caminando con paso firme el resto de la distancia, rodeado por una cuña de guardaespaldas fuertemente armados. La gente con la que había venido a hacer negocios ya estaba allí, habiendo llegado disimuladamente durante las horas previas.
Pero no eran terrenos ni fincas lo que se iba a comprar y vender. Ni de lejos.
-¿Y bien? -preguntó el hombre anodino que se encontraba junto a Lando.
-Es brillestim, desde luego –confirmó Lando amargamente, echando una última mirada al edificio de aduanas y luego doblando la esquina del almacén junto al que estaban escondidos-. No importa lo cuidadosamente que empaqueten esa cosa, parte del olor siempre se filtra. Probablemente lo hayan cultivado en cámaras secretas en el bosque; cuesta mucho recrear el entorno de Kessel para las arañas de especia, pero si puedes lograrlo se pueden conseguir grandes beneficios.
Judder Page gruñó.
-No quiero saber cómo ha llegado a saber eso, ¿verdad?
-Probablemente no –convino Lando-. ¿Están listos sus hombres?
-Los míos sí -dijo Page-. La pregunta es: ¿Lo están los suyos?
-Eso creo –dijo Lando-. Ahora que el comprador y su dinero están aquí, deberían mostrarse en cualquier momento.
Apenas habían salido esas palabras de su boca cuando, en el interior de los muros de la chatarrería, el AT-AT apareció a la vista, avanzando con sonoras pisadas hacia el reptador de pantano que todavía bloqueaba la salida.
-Que me aspen –dijo Page, más sorprendido de lo que Lando le había escuchado nunca-. ¿Y han logrado que funcione en dos días?
-Dos días –confirmó Lando-. Apuesto que todo lo que Cravel quería originalmente eran los láseres pesados, probablemente pensando en montarlos con un generador en uno de los vehículos oruga de Blackie. Ya he visto antes esa jugada: una banda se apodera de una chatarrería cerca de un objetivo, fabrica improvisadamente lo que necesite para ese golpe, y luego simplemente deja atrás todo salvo el botín.
-Hasta que les obligas al Plan B.
Lando asintió.
-Es asombroso cómo el olor de grandes beneficios puede sacar lo mejor de la gente.
-O lo peor –dijo Page-. Vamos; es hora de que escurramos el bulto.
Doblaron otra esquina más, apartándose de la vista del AT-AT. Pero todavía podían oírlo, y Lando hizo una mueca ante el sonido de la gran pata del AT-AT aplastando el reptador con el que había bloqueado la salida de la chatarrería. Los crujidos se detuvieron, y la tierra bajo sus pies comenzó a sacudirse rítmicamente conforme el caminante se dirigía al espaciopuerto. Page tocó a Lando en el brazo, y ambos se abrieron camino entre los edificios hacia el punto donde Page había calculado que tendrían la mejor vista del drama que iba a representarse a continuación.
Como de costumbre, tenía razón. Alcanzaron su posición privilegiada justo cuando el AT-AT se detuvo cruzando el seto de espinos del edificio de aduanas y abrió fuego.
Los AT-AT no eran la clase de máquinas de guerra con las que podías atacar sigilosamente a alguien, y los guardaespaldas ya estaban fuera del edificio, acribillando al gigantesco intruso con sus propios disparos. Pero incluso los rifles bláster pesados eran inútiles contra el blindaje de un AT-AT. El fuego de los cañones láser de la barbilla de la máquina barrió el edificio de aduanas, desplazando con calma y sistemáticamente los disparos de un lado a otro y matando a todo el que se encontraba a la vista.
El pez gordo visitante fue el último en morir, realizando una carrera desesperada a través del espaciopuerto hacia su nave, y dejando un rastro de guardaespaldas muertos tras él. Los artilleros del AT-AT le dieron de lleno con un disparo láser, y luego le dispararon de nuevo sólo para estar seguros.
-Allá van.
Lando miró al costado del AT-AT. La compuerta de abordaje se había abierto y dos hombres se dejaron caer rápidamente al suelo con ayuda de cables de descenso. Con los láseres del caminante disparando todavía sobre los supervivientes dispersos, los hombres se soltaron de sus cables y corrieron hacia la escena de destrucción. Desaparecieron entre el humo y el polvo, surgiendo un minuto más tarde cargando con dos grandes contenedores cada uno. Corriendo más lentamente ahora con sus cargas, se dirigieron de vuelta al AT-AT.
-¿Page? –preguntó Lando con nerviosismo cuando los ladrones comenzaron a sujetar sus contenedores robados a los cables.
-Paciencia –aconsejó Page. Tenían que ver cómo vestían los ladrones y luego vestirse ellos con algo que más o menos coincidiera.
Y entonces, con los ladrones todavía ocupados en su tarea, dos hombres con vestimentas similares aparecieron de uno de los edificios y corrieron en silencio tras ellos. Alcanzaron a los ladrones, hubo un doble destello de blásters aturdidores de bolsillo, y los hombres ahora inconscientes fueron apartados sin ceremonias fuera de la vista bajo el cuerpo del AT-AT. Los recién llegados agarraron los cables y uno de ellos hizo una señal, y ambos hombres y los contenedores fueron alzados rápidamente a bordo. Lando contuvo el aliento cuando desaparecieron en el interior...
Fue decididamente anticlimático. Un instante los láseres del AT-AT estaban disparando a los últimos rezagados de la carnicería. Al instante siguiente las armas quedaron repentinamente silenciosas.
-Y esto –dijo Page, poniéndose en pie- es todo.
-Aún queda su nave –señaló Lando.
-No hay de qué preocuparse, está cubierta. –Miró a Lando con curiosidad-. ¿Quiere decirme ahora por qué insistió en que esperáramos a que atacaran a los traficantes de especia antes de actuar?
Lando se encogió de hombros.
-Blackie me dijo que el AT-AT no estaba operativo –dijo-. Pensé que, ya que Cravel tenía aquí a sus hombres preparados para llevar a cabo su travesura, bien podría dejar que fueran ellos quienes me lo dejaran en funcionamiento.
-¿Y para qué exactamente necesita un AT-AT en funcionamiento?
Lando sonrió ampliamente.
-Venga a visitarme a Nkllon dentro de unos meses y lo verá.
-¿Nkllon? –repitió Page, con el ceño fruncido-. Creía que ese lugar era demasiado cálido para hacer nada de provecho con él.
-Ya lo verá –volvió a decir Lando-. Usted y toda la Nueva República.
Page meneó la cabeza.
-Si usted lo dice... ¡Ups! Hora de volver al trabajo. Le veo más tarde.
Se dirigió hacia el AT-AT, donde uno de sus comandos había reaparecido en la compuerta lateral y estaba volviendo a hacer descender el dinero y los contenedores de brillestim.
Lando hizo una mueca. Sí, el proyecto Ciudad Nómada era ambicioso: un viejo acorazado de sobra montado sobre cuarenta AT-AT’s sobrantes, igualando la lenta velocidad rotacional de Nkllon para permanecer continuamente en el frío lado oscuro del planeta mientras explotaban los increíblemente ricos yacimientos de metal del planeta. Si podía ponerlo en práctica.
Un AT-AT menos. Ya sólo faltaban treinta y nueve más.
Mentalmente, meneó la cabeza. El olor de las grandes ganancias realmente sacaba lo mejor de la gente. Lo mejor, y lo peor.
Y lo más alocado.
Echando un último vistazo al AT-AT, se dio la vuelta y se dirigió a la chatarrería. Era hora de ver si Blackie estaba dispuesto a hacer un buen trato con él.

lunes, 24 de febrero de 2014

Primera sangre

Primera sangre
Christie Golden

La aprendiz Sith Vestara Khai se encontraba de pie junto a su maestra, la Dama Olaris Rhea, en el patio del Templo Sith. El Gran Señor Darish Vol estaba presente, junto con todos los Altos Señores y el Círculo de Señores de los Sith. Había demasiados Sables Sith para incluirlos a todos, así que sólo habían sido elegidos algunos de los más prestigiosos. El padre de Vestara, el Sable Gavar Khai, estaba entre ellos. Ella le observó, de pie junto a su amigo Ruku Myal, un Sable con el cabello tan claro como oscuro era el de Khai, y tan animado como solemne era Khai. Oh, el resto de los Sith de Kesh estarían observando, por supuesto. Había holocámaras dispuestas por todo el patio, y el evento sería transmitido en directo por todo el planeta.
Vestara no prestó demasiada atención al discurso que pronunció el Gran Señor Vol, y sospechaba que, pese a lo venerado que era Vol, pocos lo habrían hecho. Todo el mundo estaba esperando a Nave, la esfera de entrenamiento Sith, que les había dicho que se reunieran porque tenía algo muy importante que contarles.
Y cuando finalmente habló, dentro de sus mentes, Vestara quedó aturdida.
Habéis estado aislados durante mucho tiempo. Sin embargo, más cerca de lo que creéis, una ruta de comercio bien consolidada os abrirá la galaxia para que la conquistéis. Encontraremos una nave de la que apoderarnos, y la usaremos para reparar la nave de guerra Presagio que os dejó aquí como náufragos al estrellarse. Y golpearemos una y otra vez, hasta que tengamos una flota para sembrar el terror por toda la galaxia. Cinco de vosotros me acompañarán en este viaje inicial. Venid.
Se levantaron murmullos de excitación, y entonces los nombres se posaron en sus mentes.
Alto Señor Sarasu Taalon.
Eso no era ninguna sorpresa, pensó Vestara. Con su cabeza color púrpura oscuro erguida, el Alto Señor keshiri parecía incapaz de ocultar una sonrisa de suficiencia mientras avanzaba para colocarse junto a la esfera de entrenamiento Sith.
Señor Ivaar Workan.
De nuevo, no era inesperado. Ambos hombres, el keshiri y el anciano humano, eran poderosos en la Fuerza y, según había escuchado Vestara, también despiadados. Por supuesto que Nave los elegiría.
Dama Olaris Rhea.
Lady Rhea emanó placer y seguridad en la Fuerza mientras, con aire ausente, daba una palmadita en la mejilla de Vestara y avanzaba con ágiles zancadas para unirse a los dos Altos Señores.
Sable Ruku Myal.
Vestara sintió una oleada de sorpresa en la Fuerza. ¿Un Sable? ¿Cuándo todavía quedaban Señores y Altos Señores a los que elegir? Los cincelados rasgos de Myal mostraban pocas emociones, al igual que su aura de la Fuerza. Sin embargo, debía de haberse sorprendido por la elección.
Vestara Khai.
Vestara parpadeó, confusa, pensando que, por alguna razón, Nave quería hablar con ella a solas.
¿Qué ocurre, Nave?
Una pincelada de humor.
Acércate, aprendiz. No hagas esperar a tus superiores.
Vestara sabía que no estaba teniendo ningún éxito ocultando su asombro y su deleite mientras avanzaba para colocarse junto a un Alto Señor, dos Señores, y un Sable. Pero, en el fondo, la desaprobación que procedía de los miembros de la concurrencia significaba poco para ella. Ella iba a marcharse con Nave, y ellos no.

***

-¿Buenos pensamientos, aprendiz Khai? –La voz era masculina y agradable. Vestara sonrió. Si su padre no podía estar ahí, al menos sí estaba el amigo de su padre.
-Los mejores, Sable Myal –respondió-. Estoy pensando en lo afortunada que soy de estar aquí en esta ocasión histórica.
-Aprendiz –gruñó Taalon-, malgastas tus energías y las de los demás. Deberías estar meditando.
-No, Taalon. Ninguno de nosotros debería –dijo Workan.  Y tenía razón. Vestara sentía el cambio en Nave, una tensión, como si se preparara para algo. Parte de las superficies curvadas que formaban el muro interior de Nave se hicieron transparentes. Esos cinco Sith, por primera vez, contemplaron una nave espacial que no fuera el Presagio.
Escucharon a Nave en sus mentes:
Esta nave es un carguero ligero damoriano s18. Tiene una tripulación de seis miembros. Viene procedente de Eriadu, un gran astillero. Su carga será de gran ayuda para nuestra causa.
-¿Qué hacemos? –preguntó Taalon.
Debemos dañarlo para obligarle a que aterriza a hacer reparaciones, respondió Nave. Dadme órdenes.
Taalon, el líder del grupo, respondió inmediatamente. Al instante, Nave –diseñada para obedecer a una voluntad poderosa- entró en acción. Vestara y los demás se encontraron haciendo uso de la Fuerza para mantener sus cuerpos tumbados contra el suelo del interior de Nave cuando esta, ansiosa por la batalla, se lanzó sobre su desprevenida presa. Aparecieron armas de la nada; cañones láser tomaron forma en su parte ventral y derramaron fuego sobre el carguero, un acelerador magnético se formó en su popa para lanzar devastadores orbes metálicos que atravesaron el costado del carguero dejándole grande agujeros.
Vestara observó con los ojos como platos. Nunca antes había visto a Nave atacando, y era un hermoso baile de destrucción.
¿No lleva ningún tipo de defensa? Vestara formuló su pregunta a Nave con el pensamiento.
Puede llevar hasta seis esquifes de tripulación APB, fue la respuesta de Nave. Ya los habrían lanzado si fueran a hacerlo.
Y como Nave había dicho que ocurriría, así ocurrió. El carguero quedó dañado e incapaz de saltar al hiperespacio. En lugar de eso, se dirigió al planeta. La euforia ondeaba en la Fuerza mientras Taalon dirigía a Nave en su persecución.

***

El planeta era agradable y templado. Nave había hecho un trabajo quizá demasiado bueno con el carguero; había grandes boquetes en su costado... e incluso a cierta distancia, Vestara pudo ver pisadas en el barro blando.
-Ya han huido –dijo Taalon mientras él y los demás salían del interior de Nave. Vestara dejó que los otros cuatro la precedieran, como era apropiado.
-Por supuesto que han huido –dijo Workan, con un tono de voz que casi era una mueca burlona-. ¿Acaso creería que se quedarían aquí esperando a que los atrapemos?
-Miren ahí –dijo Myal, señalando-. Rastros humanoides que parten en dos direcciones separadas.
-Tendrán armas –advirtió Workan.
-Nosotros también las tenemos –dijo lady Rhea con una sonrisa, palmeando el sable de luz que colgaba de su cinturón. Tenían más que eso, por supuesto. Todos ellos llevaban pequeños blásters de mano y parangs. Los parangs eran unas herramientas de cristal con bordes afilados que, al lanzarlas, regresaban a su lanzador. Habían sido diseñadas originalmente para despejar campos. Ahora, eran armas útiles y letales. Y, por supuesto, todos ellos tenían el arma definitiva.
El lado oscuro de la Fuerza.
Vestara, al igual que los demás, había estado extendiéndose en la Fuerza. El miedo que emanaba de la tripulación fugitiva era rico y satisfactorio, casi ensombrecía algo...
-Ven, Vestara –dijo lady Rhea-. Iremos con Lord Workan.
Vestara abrió la boca para decir que había sentido algo, pero por el rabillo del ojo pudo ver el movimiento de un pequeño mamífero que se arrastraba por el suelo apartándose de la vista. Agradeció haber tenido ese momento de duda. Ya estaba siendo escrutada por ser el único aprendiz de la misión; no quería cometer ni un solo error. Vestara cerró la boca y asintió, avanzando como se le había dicho.
-Usted vendrá conmigo, Lady Rhea –ordenó Lord Taalon-. Lord Workan llevará consigo al Sable Myal y a la aprendiza Khai.
La suave voz no admitía desacuerdo. Lady Rhea inclinó su cabeza rubia como si no le importara una cosa o la otra.
-Haz que esté orgullosa de ti, aprendiz –dijo a Vestara.
-Sí, lady Rhea. Por supuesto –respondió Vestara.
La caza había comenzado, y Vestara podía sentir la excitación en su interior. El terreno –despejadas llanuras de hierba con zonas de barro marrón aquí y allá- no era ni de lejos el ideal para esconderse. Había huellas claramente dibujadas aquí, hierbas aplastadas allá, y sólo un lugar que podría ofrecer algún tipo de refugio; la ligera elevación de unas colinas con bosques.
-Tenemos suerte de que no hay ningún usuario de la Fuerza –dijo Myal.
-Tenemos aún más suerte de que no tienen ninguna posibilidad de ocultar su rastro –comentó Workan. Vestara permaneció en silencio; sólo hablaba cuando le hablaban. Tanto el Alto Señor como el Sable tenían razón. Las asustadas auras de la Fuerza eran como balizas, y el rastro era obvio.
-¿Deberíamos capturarlos con vida? –preguntó Myal-. Es posible que puedan ayudarnos a reparar el carguero.
-No –dijo Workan-. Tienes una visión demasiado limitada, Myal. Nave sabrá cómo repararlo, si no está demasiado dañado. Si no puede, recuperaremos lo que podamos y volveremos cuando tengamos más naves. Es mejor eliminar a todos los testigos.
Vestara esperaba algo semejante. Sólo deseaba que se le permitiera efectuar una muerte. Sabía que Workan y Myal, que la superaban por mucho en rango, estarían ansiosos de realizar ese tipo de matanza ellos mismos. Atacar abiertamente a un enemigo era algo nuevo para los Sith. Normalmente, en su sociedad, los crímenes y asesinatos eran casi... refinados. Los oponentes de uno eran eliminados por uno mismo o por un asesino contratado. Las muertes por venganza eran honorables, y uno fanfarroneaba sacando a relucir la inconfundible hoja de un shikkar. Pero esto –perseguir abiertamente a un adversario, eliminarlos como bestias- era nuevo. No eran Sith. No se merecían ninguna elegancia ni sofisticación en sus muertes.
Hubo movimiento en uno de los árboles, y no estaba causado por el viento. Workan se detuvo, soltó su parang, apuntó, y lo dejó volar. Emitiendo su característico sonido zumbante, el arma dio en el blanco. Las hojas del árbol se agitaron ligeramente, y un cuerpo cayó. Era bajito y rechoncho, y parecía ser varón. Vestía lo que Vestara reconoció como un traje de piloto, con una cabeza desproporcionadamente grande que estaba –por desgracia para el piloto- hendida en dos. Los inmensos ojos negros estaban abiertos, mirando al infinito, y los pliegues que rodeaban la boca se agitaban en los espasmos de la muerte. Vestara arrugó la nariz.
-Sullustano, creo –dijo Workan-. Qué feo.
El sentido del peligro de Vestara la avisó. Abrió la boca para advertir a sus compañeros, pero ellos también lo habían sentido. Los tres sacaron sus sables de luz, rechazando los disparos de bláster que no hicieron otra cosa salvo que el tirador revelara su ubicación a sus asesinos.
-Ha abatido a su amigo –dijo Myal.
-Encárguese de ese –dijo Workan. Myal inclinó la cabeza, sacó su bláster, y disparó mientras Vestara y Workan le protegían casi sin esfuerzo. Ese tirador, un humano, también cayó, muerto antes de golpear el suelo.
Myal suspiró, frunciendo el ceño con decepción.
-Demasiado fácil –murmuró. Vestara estaba de acuerdo. Aparentemente, había un desafío mayor en planear y ejecutar el asesinato de un colega Sith que en matar a esos seres.
El comunicador de Workan trinó. Era Taalon.
-Hemos encontrado al resto, ocultos en una cueva. Supuse que ustedes dos desearían verlos antes de que nos encarguemos de ellos.
¿Ustedes dos? Vestara luchó por que su rostro permaneciera inexpresivo. Workan y Myal intercambiaron miradas.
-Desde luego –dijo Workan-. ¿Qué quiere que haga Vestara?
-Volverá a la fragata y comenzará a catalogar su contenido –dijo Taalon. Vestara sintió que las mejillas comenzaron a arderle de vergüenza y utilizó la Fuerza para ocultarlo. Workan apagó el comunicador y miró expectante a Vestara. Ella hizo una reverencia y dio media vuelta, volviendo hacia la fragata con un trote suave. Nave sintió su descontento, pero ella no respondió a sus preguntas.
Vestara estaba acostumbrada a obedecer sin rechistar, pero esta vez la forma en que había sido despachada le había dolido. Taalon le había negado deliberadamente la oportunidad de realizar una muerte, y había hecho su golpe aún más insultante al asignarle una tarea insignificante que además carecía de urgencia. Sin embargo, al aproximarse al carguero que estaba en tierra, sintió otra presencia en la Fuerza... y esta vez, estaba segura de que no era un animal.
Vestara extrajo su sable de luz y lo activó con un feroz siseo justo cuando alguien salía del agujero volado en el casco del carguero.
La chica humana estaba descalza y vestía sólo con una sencilla prenda que la cubría de los hombros a las rodillas. Estaba sucio, harapiento y con numerosos remiendos. La piel pálida mostraba cicatrices antiguas y recientes. Un corte fresco en la cabeza sugería que había resultado herida en el aterrizaje forzoso. Por eso su presencia en la Fuerza me resultaba tan débil, se dio cuenta Vestara. La chica había estado inconsciente y Vestara, como los demás Sith, se había concentrado en el miedo de las presas conocidas.
-¡Por favor, no me haga daño! –La voz era joven y asustada. La chica abrió sus manos en un gesto suplicante y su rostro, demasiado envejecido y demacrado para la edad que Vestara sospechaba que tenía, se llenó de lágrimas-. ¡No me importa el cargamento! ¡Puede quedarse con él!
Intrigada, Vestara bajó ligeramente su arma, feliz de aprovechar otra oportunidad de aprender algo acerca de esta vasta galaxia que su pueblo pronto conquistaría.
-No eres miembro de la tripulación. ¿Eres un polizón?
La chica dudó, y Vestara alzó su sable de luz. La otra chica retrocedió, encogiéndose.
-Los pilotos me estaban ayudando a escapar de B’nish. Soy... era... una esclava. ¿Sois cazarrecompensas? ¿Piratas?
¿Eran piratas? Un nombre tan bueno como otro cualquiera.
-Piratas –confirmó Vestara-. Queríamos el cargamento.
-Los demás...
-Están muertos, o lo estarán pronto.
La chica tragó saliva.
-No tengo nada que pueda interesarle –dijo-. Quédese con la carga. Déjeme aquí. Nadie me encontrará aquí.
-Esto... no funciona de ese modo –dijo Vestara en voz baja.
-Por favor... los demás ni se enterarán. No estaba en ningún registro de tripulación. Simplemente deja que me vaya, nunca me has visto. Y sólo... sólo quiero ser... vivir como un ser libre. Nunca he conocido eso. ¡Nadie lo sabrá!
Nadie lo sabría. Nadie excepto Vestara. Nadie excepto Nave, a quien podría sentir en su mente, observando en silencio su comportamiento. Esta chica, esclava o no, inofensiva o no, no era Sith. Y por tanto tenía que morir.
-Puedo hacerlo rápido e indoloro –dijo Vestara, preguntándose por qué pronunciaba esas palabras aunque nadie se las hubiera pedido. ¿Por qué debería importarle el dolor que causara?-. Arrodíllate, yo...
Los ojos azules de la chica, esperanzados un momento antes, ahora mostraron dureza incluso mientras las lágrimas brotaban de ellos.
-No –dijo, con voz firme y sorprendentemente fuerte-. Se acabó el arrodillarse. Se acabó el obedecer. No eres mi dueña. Nadie lo es. ¡Moriré libre!
Y rápida como una cierva sorumi, salió corriendo. Vestara era igual de rápida. Su parang estuvo en sus manos en cuestión de segundos. Hizo uso de la Fuerza para guiar su puntería, y lo hizo volar.
El arma de cristal no conocía la piedad. La atravesó con la misma despiadada eficiencia con la que en otro tiempo cortaba la enmarañada maleza. El impacto hizo que la chica perdiera el equilibrio a mitad de zancada.
Rojo, el mundo era rojo, caliente y vital y penetrante. Vestara se estremeció por un momento. Nadie le había advertido... no se había imaginado... tanto...
La chica había muerto resistiéndose a la muerte, abrazando la vida con una feroz pasión que Vestara no había encontrado nunca antes, y la sensación en la Fuerza cuando esa vida fue desgarrada dejó a Vestara sin aliento mientras su corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Sintió que sus propias rodillas cedían y que el mundo giraba a su alrededor. Por un misericordioso instante, el gris amortiguó la urgente violencia del rojo, el tiempo suficiente para que la aprendiz de Sith se recuperara y recordase el poder de su voluntad.
Sólo los Sith debían sobrevivir. Esta chica nunca habría podido ser uno de ellos. Vestara había hecho exactamente lo que debía hacer.
Entonces, ¿por qué sigues temblando, aprendiz?
Yo... no lo sé, pensó Vestara, sin molestarse en pensar alguna mentira. Nave sabía cómo ver a través de ellas. Aún se estaba recuperando de la sensación de la Fuerza herida, de la visión de tanto... tanto... rojo. Caminó con piernas inseguras para colocarse sobre el cadáver, y se preguntó cuál habría sido el nombre de la muchacha.
Ponle un nombre tú misma, dijo Nave.
Vestara tragó saliva, y luego alcanzó la Fuerza para calmar su propio corazón acelerado. Respiró profundamente, sintiendo el aroma cobrizo de la sangre fresca.
La llamaré Primera, decidió Vestara, dejando que un frío desapasionado se instalase en ella. Porque será la primera de muchos. Y lo fue.