Un trato
justo
Paul S. Kemp
Khedryn sentía el interior de su boca como si
hubiera pegado un largo lametón a los polvorientos caminos de Punto Lejano. Un
pulsante dolor de cabeza le hacía sentir como si alguien estuviera atornillando
algo en sus sienes. Entró con paso lento a la cabina de la Buscadora y se deslizó en su asiento.
-¿Cómo te sientes? –preguntó Marr, introduciendo
una complicada fórmula en el ordenador de navegación de la Buscadora. Incluso sin la resaca, Khedryn no habría sido capaz de
comprender la fórmula. Los números de la pantalla bailaron y él reprimió un
ataque de nauseas.
-No tan mal como huelo. –Se olisqueó tentativamente
uno de sus sobacos e hizo una mueca cuando la náusea apareció de nuevo-. ¿Es la
misma ropa que llevaba puesta anoche?
Marr, absorto en sus datos, murmuró algo demasiado
ininteligible para que Khedryn pudiera descifrarlo.
Miró al exterior de la cabina. La Buscadora cruzaba la negrura del
espacio, alejándose del pozo de gravedad de Fhost. Los remolinos de las
estrellas en la ventana marearon a Khedryn.
-Hay caf en la cocina –dijo Marr-. Puede que te
venga bien.
-Gracias. Tal vez luego. Bueno... vuelve a
recordarme qué pasó anoche.
Marr pulsó una última tecla y le miró por encima de
su hombro, con la superficie de su bronceada frente surcada por arrugas en un
gesto interrogante. La parte superior de su cabeza sobresalía del anillo de su
cabello claro como el pico de una montaña rodeada por las nubes.
-Jugaste al sabacc, bebiste, y hablaste... estas
dos cosas más de lo que hubieras debido. Había oídos por toda la cantina.
El tono de desaprobación del cereano irritó a
Khedryn. Trató de pensar en una réplica punzante, pero su abuso del pulkay le
había dejado la cabeza demasiado embotada como para que se le ocurriera nada.
En lugar de eso, se hundió en su asiento y asumió la realidad.
-Tengo que controlarme un poco. Está empezando a
afectar al trabajo. Pero esta vez no hubo daños, ¿no?
Marr tuvo la consideración de no decir nada.
Mientras la Buscadora
abandonaba el sistema de Fhost, Khedryn ajustó sus sensores a la frecuencia de
la baliza subespacial de salvamento que habían dejado en una nave a la deriva.
Los escáneres captaron el sonido casi inmediatamente: un satisfactorio pitido
que se repetía a intervalos regulares y anunciaba la presencia de créditos
flotando libres en la negrura. Escucharlo hizo que el dolor de cabeza de
Khedryn remitiera. Un fallo en el rayo tractor les había impedido remolcar la
nave a la deriva hasta Fhost la primera vez que la descubrieron, y Khedryn no había
querido arriesgarse a reactivar los motores de la nave dañada.
Pero ahora la Buscadora
ya estaba reparada y podrían llevar a casa su pieza rescatada.
-Ahí está la baliza –dijo Marr.
Khedryn vio el punto parpadeante en la pantalla del
escáner.
-Esta vez no escaparás de nosotros, milady. Vayamos
a por ella –dijo Khedryn, y Marr activó el hipermotor.
La negrura del sistema de Fhost dejó paso al torbellino
azul del hiperespacio, y la Buscadora
se abrió camino en las profundidades de las Regiones Desconocidas. Khedryn se
apresuró a oscurecer las ventanas de la cabina. Los remolinos azules revolvían
su ya agitado estómago.
Se puso en pie, apoyando la mano en el hombro de
Marr para mantener el equilibrio.
-Creo que es hora de tomar ese caf.
-Yo vigilaré la tienda.
Khedryn necesitó tomarse dos pastillas para el
estómago y tres tazas de caf para volver a sentirse más o menos él mismo. Con
una taza de caf para Marr en la mano, caminó de vuelta a la cabina. Al ver a
Khedryn, el cereano tomó el caf, agradeciendo el detalle con una inclinación de
cabeza, y comprobó los instrumentos mientras bebía a pequeños sorbos.
-Buen caf, y justo a tiempo –dijo-. Estamos a punto
de salir del hiperespacio.
Khedryn se deslizó en su asiento y desactivó la
baliza de búsqueda.
-Entonces vayamos a ganar algunos créditos.
Marr ajustó los escudos de radiación, desactivó el
hipermotor, y el azul dejó paso al negro. El sistema tomó forma ante ellos: una
pareja distante de tenues rojas binarias, el caótico remolino de un fino
cinturón de asteroides, y, más cerca, dos gigantes gaseosos rojos y naranjas
plagados de lunas.
Marr tecleó las coordenadas de la nave a la deriva,
Khedryn activó los motores iónicos, y la Buscadora
cruzó el sistema, dirigiéndose hacia una de las grandes lunas yermas que orbitaban
el gigante gaseoso más cercano. Khedryn sintió una breve punzada de
preocupación -¿y si alguien más había encontrado la nave, y si los cálculos de
Marr estaban equivocados y su órbita había decaído más rápido de lo que
pensaban?- pero cuando rodearon la luna para llegar a su lado opuesto, la tenue
luz roja de las binarias moribundas brilló en el casco de la nave a la deriva.
Sonrió y respiró.
-Hola, preciosa.
Una nave de transporte de equipamiento militar
pesado había sido reconvertida para cargas estándar y colgaba en una órbita
baja y decadente sobre la luna. Su apariencia era la de un gran escarabajo, y
una inspección más de cerca revelaba que a la nave le faltaban dos cápsulas de
escape y no tenía ningún daño estructural salvo por uno de sus motores, que
parecía haber estallado por completo. Khedryn y Marr ya habían examinado el
interior: la bahía de carga vacía y una sospechosa ausencia de registros.
Una nave de contrabandistas. Un fallo en el sistema
de soporte vital había obligado a la tripulación a evacuar y nunca habían
regresado.
-Creo que podría hacerla volar, si me dieras tiempo
suficiente –dijo Marr.
-No lo dudo. Pero sin soporte vital, tendríamos que
pilotarla con escafandras. Es más fácil remolcarla a casa sin más.
-¿Hay que preocuparse por la tripulación?
-Si están vivos (y es un “si” muy grande), esta
nave será chatarra y sus componentes electrónicos se reciclarán para usarse en
otras naves antes de que puedan encontrarla... a la nave o a nosotros. ¿Estás
preocupado?
-En absoluto –dijo Marr.
-Entonces entremos en rango de alcance del rayo
tractor y démosle un paseo.
La Buscadora
devoró los kilómetros, acercándose a la nave varada. En cuestión de instantes,
la nave llenó su campo de visión.
-Una chica grande –dijo Khedryn, ojeando el casco
de la nave de carga.
Marr asintió y maniobró a su alrededor con la Buscadora para encontrar el punto óptimo
donde lanzar el rayo tractor.
Sin embargo, antes de poder activar el rayo,
comenzó a sonar una alarma de proximidad.
-¿Qué es eso? –dijo Marr, inclinándose hacia
delante para mirar los instrumentos.
-Un mal funcionamiento. Tiene que serlo. Hay...
-Otra nave está saliendo del hiperespacio –dijo
Marr.
-¿Qué?
¿Quién?
Khedryn se inclinó hacia delante para examinar la
firma del escáner de la nave desconocida cuando una explosión sacudió la Buscadora, casi derribándolo de su
asiento. Las alarmas aullaron.
-¡Eso son disparos de cañón! –dijo Marr.
Khedryn maldijo.
-Deflector trasero al máximo.
-Fuego en bodega de carga dos –anunció Marr,
moviendo las manos rápidamente sobre los instrumentos-. Estamos perdiendo
presión en la bodega uno.
Khedryn agarró la palanca de control.
-Séllala. Maniobra evasiva.
Un destello de luz y el cambio de tono de la alarma
anunciaron la pérdida de potencia en los motores. Khedryn maldijo.
-Vuelve a ponerlos en funcionamiento, Marr. Estamos
flotando sin energía. ¿Quién demonios nos está disparando?
Recogió los hombros anticipando el siguiente
disparo, pero este no llegó. En su lugar, sonó una señal de aviso.
-Nos están llamando –dijo Marr.
Khedryn tendría que ganar algo de tiempo.
-Pásamelos, pero sigue trabajando en obtener
energía auxiliar para los motores.
El sonido resonante de un canal al abrirse se
escuchó por los altavoces de la cabina. Khedryn hizo una mueca de disgusto cuando
escuchó la voz al otro extremo.
-Khedryn Faal, como siempre, otra vez te interpones
en mi camino.
-Reegas –dijo Marr.
Khedryn apretó los puños hasta que los nudillos se
le quedaron blancos. Reegas pilotaba un carguero YT-2400 altamente modificado,
armado hasta los dientes, y tripulado por cinco matones. Dirigía un sindicato
criminal en Fhost. Y odiaba a Khedryn.
-Te preguntarás por qué estoy aquí –dijo Reegas.
-Porque eres un ladrón y un asesino, supongo
–murmuró Khedryn, pero no lo transmitió.
-Voy a quedarme con esa nave naufragada –continuó
Reegas.
El puño de Khedryn golpeó el botón de transmisión.
-Es nuestra...
Los chasquidos del comunicador le interrumpieron.
-Y también me quedaré con la Buscadora. Ese disparo a los motores fue intencionado. Podría
haberos hecho volar en pedazos. Consideraos afortunados. Voy a ir allí, Faal.
Tenéis diez minutos para desembarcar.
-¿Desembarcar? ¿Estás...?
Una vez más, el chirrido de la interferencia le
hizo callar y resucitó su dolor de cabeza.
-Si seguís ahí cuando suba a bordo... –dijo Reegas-.
Bueno, no hace falta decir lo que puede pasar entonces. Después de todo, a mis
muchachos les encanta disparar.
Khedryn sintió que le latía la vena de la frente.
-¿Es que no saben que tengo resaca? –musitó.
-No puedo volver a activar los motores en diez
minutos –dijo Marr.
Khedryn se frotó la sien.
-¿Cómo han podido encontrarnos siquiera aquí fuera?
-Anoche estabas hablador. Seguramente escucharon
algo sobre la nave naufragada y pusieron una baliza en la Buscadora.
-Maldita sea, Marr. Se supone que tienes que
hacerme callar antes de que hable demasiado.
-Siempre
hablas demasiado.
-Cállate, Marr. –Respiró profundamente, haciendo
que su mente recorriera rápidamente las opciones-. Muy bien. Escucha, nada de
preguntas, sólo respuestas. Quiero los motores de la Buscadora bien muertos, imposibles de reparar. ¿Puedes hacer eso en cinco minutos?
Marr lo pensó, y luego asintió.
-Hazlo. Y necesito que sintonices el deflector para
que no puedan realizar un escáner de formas de vida en la Buscadora.
Marr se mostró tan incrédulo como su natural
placidez permitía.
-¿Algo más? ¿Tal vez que trace un nuevo...?
-Una vez esté hecho todo eso, toma armas y reúnete
conmigo en el armario de escafandras. Venga, rápido.
-¿Qué vamos a hacer? ¿Cuál es el plan?
-Aún no lo sé. Sólo estoy preparando las
herramientas. –Pulsó el botón de transmisión del comunicador-. Nos marcharemos,
maldito gánster. Pero no creas que me olvidaré de esto.
Reegas estaba riéndose cuando respondió.
-Nueve minutos y medio, Faal.
Mientras Marr trabajaba, Khedryn corrió por los
pasillos de la Buscadora hasta que
llegó al armario de equipo. Tomó un abridor de escotillas y lo sujetó a su
traje de vacío.
-¿Dónde estás, Marr? –preguntó por el comunicador.
-Ahora llego. Los motores están arruinados. Nadie
podrá arreglarlos.
-Bien.
Khedryn comenzó a deslizarse en su traje de vacío.
Marr apareció corriendo ante su vista, tomó su
propio traje, y comenzó a ponérselo. Probaron los sellos y los comunicadores:
todo funcionaba a la perfección.
-Vayamos a la cápsula –dijo Khedryn.
Marr le agarró del brazo.
-Disparará a la cápsula en cuanto la vea, Khedryn.
-Lo sé. Por eso no estaremos dentro.
Marr le soltó.
-Si la escanea, sabrá que no estamos a bordo.
-Exactamente.
-¿Ah, sí? ¿Y entonces qué?
Khedryn frunció el ceño.
-Aún sigo pensando en eso.
Y entonces guiñó su ojo vago a Marr.